Por
Aníbal A. Rottjer
San Martín, Alvear, Zapiola y Anchoris fundaron en Buenos Aires, en agosto de 1812 -a los cinco meses de su llegada de Europa- esta sociedad secreta [la Logia Lautaro], independiente de toda matriz extranjera. No dependía ni de Londres ni de Cádiz. Su local de reuniones se hallaba en la actual calle Balcarce, frente al paredón del convento de Santo Domingo.
'No era masónica, ni se derivaba de la masonería -dice Mitre[1]- sino que tan sólo utilizaba algunas palabras, toques y señales, o sea ciertas prácticas rituales de corte masónico a los simples efectos materiales de orden interno, pero su objeto era más elevado'. Sarmiento dice que 'no era una masonería como generalmente se ha creído ni menos las sociedades masónicas entrometidas en la política colonial'. Aunque los actuales masones argentinos hayan osado juzgar aviesamente las intenciones de la circular de la Logia Lautaro, cursada a San Martín el 21 de diciembre de 1816, los conceptos allí vertidos sobre el respeto debido a la religión de los pueblos son dignos de especial recordación. Helos aquí: 'No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso'[2].
Prestaba su juramento sobre los Santos Evangelios, se obligaba al más riguroso secreto, y su objeto era defender la libertad e independencia.
El masón argentino, Martín Lazcano -de antigua y activa militancia en la institución-, afirma que todas las asociaciones políticas y secretas que fueron apareciendo en nuestro escenario patrio, después de 1806 hasta 1856, no fueron masónicas sino político-revolucionarias de carácter meramente profano; si bien empleaban en su régimen interno y en su acción externa modalidades masónicas, y pudieron contar con algunos masones emboscados entre sus miembros.
Ricardo Rojas escribió en 'El Santo de la Espada' que la logia de Lautaro era autónoma; no dependía de matrices masónicas y ni siquiera de otras asociaciones secretas; y el fundador del Instituto Sanmartiniano -José Pacífico Otero- nos asegura en el tomo 19 de su 'Historia del Libertador Don José de San Martín', que la logia fundada por San Martín no era en modo alguno masónica sino política.
Nuestra Lautaro, fundada por San Martín, fue, pues, una simple sociedad patriótica como sus modelos de Madrid, Cádiz y Londres.
La masonería en un primer momento pudo creer en San Martín, pero San Martín jamás creyó en la masonería; porque él no venía a envilecer al país sino a salvarlo. Dentro de la práctica del lautarismo no entraba la iniciación masónica, y todas las demás sociedades secretas argentinas anteriores al 1856, vivieron siempre al margen de los principios ocultos y las leyes secretas de la masonería[3].
Dice Federico Ibarguren que San Martín y sus compañeros se afiliaron en Cádiz a la Sociedad de Lautaro 'con el exclusivo propósito de la independencia política de su patria amenazada, pero que él no endosó sus extremismos ideológicos, su antiespañolismo de fondo ni su sospechosa docilidad a las directivas de la política británica en el nuevo mundo, con que tal sociedad se caracterizó más tarde'[4].
En efecto, la infiltración masónica iniciada en España durante el reinado de Carlos III, persiguió en su intento satánico la sistemática aniquilación del pasado en España y América, por medio de su elenco de déspotas ilustrados con Aranda a la cabeza. El plan borbónico se consumó en 1812 por la acción de las Cortes de Cádiz con intervención directa de la masonería internacional.
'San Martín, en cambio, defiende la aplicación de la monarquía, el respeto a la autoridad y el fortalecimiento de la Religión -afirma el historiador José de la Puente- porque no era ni enciclopedista, ni menos jacobino, ni sufrió las ilusiones russonianas de un Moreno'[5].
Joaquín V. González -afiliado a la masonería en su juventud- dijo el 3 de agosto de 1905 en el colegio de La Salle de Buenos Aires siendo ministro de Instrucción Pública de la Nación: 'Los prohombres de nuestra amada patria fueron todos cristianos austeros, como cristiano fue también el ambiente en que se reunieron nuestros primeros congresos'[6].
Con los civiles y militares lautarinos 'fraternizan' en Buenos Aires los sacerdotes patriotas argentinos: Castro Barros, Chambo, Chorroarín, Figueredo, Gregorio y Valentín Gómez, Agüero, Grela, Perdriel, Cayetano Rodríguez, Herrera, Aparicio, Sáenz, Zavaleta, Toro, Díez de Rámila, Segurola, Vidal, Anchoris, Pedro Gallo, Amenábar, Fonseca, Salcedo, Rivarola, etc.
Y así como hubo numerosos sacerdotes logistas en Buenos Aires, los hubo también numerosos en las logias patrióticas de Mendoza, Tucumán, Montevideo, Chile, Caracas, Bogotá, Lima y México, de preponderante actuación en los sucesos revolucionarios de los respectivos países hispanoamericanos.
La logia Lautaro, mientras estuvo a su frente San Martín, cumplió patrióticamente su misión; decayó luego con Alvear y agonizó durante el gobierno de Pueyrredón, para desaparecer definitivamente con Rondeau en 1820. San Martín estaba decidido a abandonar para siempre el terreno político en que sólo por accidente había entrado, y cedió por entero a su competidor Alvear el campo de la Logia. En su seno se destaca, a fines de 1813, un partido personal -el alvearista- que a la postre la absorbió por completo.
Mitre afirmó que 'la logia Lautaro, condenable en tesis general, produjo en su origen bastantes bienes y algunos males, que inclinan la balanza a su favor. Sólo accidentalmente sirvió a ambiciones bastardas que tuvieron correctivo en la opinión. Tal institución secreta, por obra de San Martín y Alvear, preparaba entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos. Ella debía ser el brazo que impulsara y la cabeza que orientara el movimiento revolucionario. Su finalidad era 'mirar por el bien de América y de los Americanos'; y su consigna: 'Nunca reconocerás por gobierno legítimo de la patria sino aquel que sea elegido por libre y espontánea voluntad de los pueblos'[7]. Mariano de Vedia y Mitre, en la 'Vida de Monteagudo', es más severo en su juicio. Allí sostiene que 'tal logia fue un instrumento político al que estuvieron supeditados los gobiernos que contribuyó a formar bajo la fe del juramento y las penas más severas a quienes lo violaran; por eso San Martín se sometió a sus decisiones, que limitaban su libertad de acción como jefe militar y gobernante, y por eso, Monteagudo, como tantos de sus miembros, fueron víctimas de las decisiones de sus cofrades, reunidos siempre en cónclave secreto e irresponsable ante la ley y ante la historia'.
'Las mismas logias lautarinas de Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile y Lima del Perú -dice el historiador chileno Barros Arana- estrechamente vinculadas entre sí, fueron víctimas de enconadas rivalidades y cayeron las unas sobre las otras'[8].
A la logia Lautaro se afiliaron luego algunos elementos que habían pertenecido al 'club' de los morenistas, fundado por los parciales de Moreno y que ahora -para salvar la profunda divergencia que los dividía con motivo de la política seguida por el Primer Triunvirato- habían fundado la Sociedad Patriótica.
A raíz de la ineptitud de Rivadavia, San Martín, con sus tropas, apoya el movimiento revolucionario del 8 de octubre de 1812. Desde este momento la logia Lautaro entra en plena dirección del Estado y por lo tanto, de la Revolución de Mayo.
Consta en el acta del Cabildo de Buenos Aires del 8 de octubre de 1812 que los militares José de San Martín, Carlos de Alvear, Francisco Ortiz de Ocampo, etc., comparecieron en la Plaza con sus tropas 'para proteger la libertad del Pueblo, para que pudiese explicar libremente sus votos y sus sentimientos, dándoles a conocer de este modo que no siempre están las tropas -como regularmente se piensa- para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía; que saben respetar los derechos sagrados de los pueblos y proteger la justicia de éstos... suplicándoles solamente (que) se trabajase por el bien y la felicidad de la Patria, sofocando esas facciones y partidos que fueron siempre la ruina de los Estados'.
La Argentina quiere seguir viviendo su propia vida orgánica secula
San Martín escribirá más tarde a Tomás Godoy Cruz, diputado al Congreso de Tucumán, sosteniendo que 'Rivadavia hizo indispensable esta revolución por ser enemigo irreconciliable de la logia Lautaro; pues no la comprendió en su triple función de asesorar al gobierno compartiendo su responsabilidad, de vigilar a los díscolos e indisciplinados, y de hacerse eco de las opiniones populares para trasmitírselas oportunamente'[9].
De esta segunda victoria del tradicionalismo criollo emergen las dos figuras próceres de Artigas y San Martín.
Ambos buscaban la independencia de toda dominación extranjera sin las componendas y tapujos morenistas y rivadavianos, pero mientras el artiguismo bregaba por una revolución económica y de reivindicación social -escribe Federico Ibarguren- el logismo sanmartiniano, que derrotó al Primer Triunvirato, buscaba una revolución política e ideológica'[10].
Porque, como dijo Juan Zorrilla de San Martín: 'América se emancipa de su metrópoli, no para interrumpir su historia sino para continuarla, para seguir viviendo su propia vida orgánica secular'.
San Martín, por desgracia, gravitó muy poco tiempo en la logia. Combate en San Lorenzo el 3 de febrero de 1813, marcha hacia el Norte para sustituir a Belgrano, se restablece en Córdoba en su quebrantada salud, y se dirige luego a Mendoza para desempeñar el gobierno de Cuyo.
Los 'liberales' de la Sociedad Patriótica -que unidos a los lautarinos sanmartinianos habían contribuido a la caída del régimen rivadaviano- se habían embanderado en la logia, con su caudillo, Monteagudo, secretario de Castelli, para luchar contra la política de transacción con España, sostenida por Sarratea y Rivadavia; por eso que esa alianza fue tan sólo superficial, pues, entre San Martín y el versátil demagogo y frenético jacobino, había profundas divergencias filosóficas.
Mientras San Martín -escribe Federico Ibarguren- buscaba la independencia para salvar al nuevo mundo del afrancesamiento disolvente, Monteagudo quería romper con la tradición hispana y crear en nuestra patria la 'Nueva Humanidad' soñada por los masones enciclopedistas e intelectuales de la dictadura jacobina'[11].
Monteagudo, continuador de Moreno y Castelli, exigía reformas radicales, recurriendo al terror y el exterminio. En junio de 1812 decía en la Sociedad Patriótica: 'quiero que se inmolen a la patria algunas víctimas; quiero que se derrame la sangre de los opresores; quiero que el gobierno olvide esa funesta tolerancia que nos ha traído tantos males desde que Moreno se separó de la cabeza del gobierno. Sangre y fuego contra los enemigos de la patria! ¡Ahora mismo los aniquilaría con un puñal!'.
Y el 13 de diciembre de 1812 sugería 'al gobierno el tremendo bando que establecía que 'en toda reunión pública de más de tres españoles, uno sería fusilado por sorteo y si la reunión era en lugar apartado, todos serían pasados por las armas'.
Más tarde se arrepentirá de sus extravíos como lo consigna en su 'Memoria', escrita en Quito en 1823, donde dice: 'Las ideas demasiado inexactas que entonces tenía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrático... Para expiar mis primeros errores yo publiqué en Chile en 1819, el 'Censor de la Revolución'; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!'. Por el cúmulo de expoliaciones y crueldades cometidas durante su gobierno impolítico y por su altanería y despotismo el pueblo peruano pedirá su destitución y arresto. De noche, en Lima, será asesinado y su cadáver aparecerá a la mañana siguiente, en una calle de la ciudad, con un puñal clavado en la espalda.
Mientras estos 'liberales' porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de cuño hispanocristiano, daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social, económico e ideológico.
Y mientras las 'minorías ilustradas' se equivocan siempre en perjuicio del país, la 'plebe' lo salva.
Pero para los masones, Artigas seguirá siendo el 'personaje anarquista y sombrío que crea el caudillismo federal arrastrado por sus fanáticos delirios de mando y poderío'; y Belgrano, el 'visionario fanático e inepto' que, a pesar de las protestas de San Martín, debió bajar a Buenos Aires para dar cuenta de su actuación, a causa de la inicua campaña de descrédito que iniciaron contra él sus enemigos logistas[12].
La Logia Lautaro manejada por Alvear
Al retirarse San Martín de Buenos Aires, la logia Lautaro no fue otra cosa que la expresión de la voluntad de Carlos María de Alvear[13].
La logia se caracterizó entonces por la degeneración de todos los principios que eran su honor y se transformó en el partido alvearista.
Alvear -llamado el Nuevo Catilina- había falseado totalmente los compromisos de la logia, usurpando el poder en su propio provecho y traicionando a sus amigos. Culpable, con Sarratea y Rivadavia, de la política desquiciadora del Primer Triunvirato, suplanta ahora en la logia a San Martín, su antítesis en ideas y en temperamento.
Su influencia se dejó sentir preponderante en la Asamblea de 1813, agrupando a los diputados en alvearistas y sanmartinistas, con natural mayoría de los primeros, debido a la ausencia del jefe de los segundos.
El gran demagogo y fanático heterodoxo Monteagudo y el gran oportunista y ambicioso Alvear -que frisaba en los veintiséis años de edad- dirigían a la Asamblea desde la logia, bastardeada por su nefasta dirección[14].
El alejamiento de su rival, San Martín, facilitó la política alvearista, postergando el plan sanmartiniano de 'Independencia y Constitución', bandera de los lautarinos.
Recién cuando Artigas vence a Alvear en 1815, valiéndose del coronel Alvarez Thomas, sobrino de Belgrano -que en su proclama revolucionaria estigmatizaba a 'esa facción aborrecida'- pudo declararse nuestra independencia, el 9 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán; y para completar nuestra independencia de toda dominación extranjera, como exigía el histórico congreso fue necesaria la aparición de un dictador, vaticinado por San Martín, como triste consecuencia del estado caótico a que llevó al país la política liberal antiargentina seguida por el grupo porteño extranjerizante y anticriollista[15].
La ideología que informa las leyes de 1813 es el reflejo del pensamiento de los grupos liberales y regalistas de tipo racionalista, presionados por el alvearismo morenista-monteagudeano.
Tal victoria de la línea liberal extranjerizante: Moreno-Castelli-Rivadavia-Monteagudo-Alvear, constituyó una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil.
El pueblo reaccionará por medio de sus caudillos en defensa de los principios populares, nacionales y cristianos en la línea argentinizante y tradicionalista Saavedra-San Martín-Belgrano-Artigas en contra de las reformas planificadas en 1813, realizadas en 1822, sancionadas en forma aparentemente inocua en 1853 y 1860, concretadas luego en las leyes anticristianas de 1884 y 1888, con respecto a la escuela y a la familia y sostenidas, aún hoy día... En 1888 se asestará un golpe mortal a la familia, la institución madre de la humanidad, desterrando a Dios de los hogares; así como cuatro años antes se lo había desterrado de las escuelas.
[1] NOTA DEL EDITOR: Aclaro que el General Mitre fue masón, grado 33; aunque murió reconciliado con la Iglesia, confesado y asistido por Monseñor Romero y Monseñor Rasore, recibiendo la bendición que le enviara el Papa San Pío X. Antes de esto firmó una declaración antiliberal, entregada a Mons. Espinoza, con destino al archivo secreto de la curia de Buenos Aires (cf. Rottjer, p. 310-311).
[2] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 196. Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín, tomo 1, pp. 58, 54 y 198. Zuñiga, op. cit., pág. 411.
[3] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 225 y tomo II, pág. 881.
[4] Ibarguren, op. cit., pág. 111. Palacio, op. cit., pp. 173 a 175.
[5] Puente, José de la. San Martín y el Perú.
[6] Rev. Ecles. de Bs. As. Año 1905.
[7] Mitre, op. cit. Tomo II, pp. 117, 184, 145 y 172. Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 253.
[8] Dicc. Hist. Arg., op. cit. Tomo IV, pp. 830 y 831.
[9] Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 68.
[10] Ibarguren, op. cit., pág. 114.
[11] Ibarguren, op. cit., pág. 117.
[12] Zuñiga, op. cit., pp. 189 y 190.
[13] Lazcano, op. cit., tomo 1, pp. 266 y 334.
[14] Ibarguren, op. cit., pág. 130. Palacio, op. cit., pp. 176 y 181.
[15] Ibarguren, op. cit., pág. 123. García Mellid, op. cit., pág. 88.