jueves, 30 de abril de 2015

Las Otras Tablas de Sangre (capitulo I)

Por: Alberto Ezcurra Medrano

El régimen del terror tiene en nuestra historia antecedentes muy anteriores a la época de Rosas.

Desde la independencia argentina, fué aplicado por casi todos los gobiernos. La Junta de 1810 ya había formado su doctrina en el Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, atribuido a Mariano Moreno. En este célebre documento se sostiene que con los enemigos declarados: “...debe observar el gobierno una conducta, las más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada. La menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter....” Y luego añadía: “No debe escandalizar el sentido de mis voces; de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa...Y si no, ¿porqué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal?. Porque ningún Estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos sin verter arroyos de sangre.”(1)

El plan revolucionario no quedó en el papel. En su cumplimiento cayeron en Córdoba, el 26 de agosto de 1810, Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Rodríguez y Moreno, en virtud del siguiente decreto de la Junta, obra del mismo autor del Plan:

“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia. Y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conquistadores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real Juan Moreno. En el momento en que todos o cada uno de ellos sea pillado, sean cuales fueren las circunstancias, se efectuará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú, que se abandonan a mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es, al mismo tiempo, la prueba fundamental de la utilidad y energía con que llena esa expedición los importantes objetos a que se destina.”(2)

Vencidos los realistas en Suipacha, la tragedia de Córdoba se repitió en el Alto Perú. El 15 de diciembre del mismo año cayeron, en la Plaza Mayor de Potosí, el mariscal Vicente Nieto, el capitán de navío y brigadier José de Córdoba y Rojas y el gobernador intendente Francisco de Paula Sanz, fusilados por orden del representante de la Junta, Juan José Castelli.(3)  Mientras tanto, en Buenos Aires, era ejecutado don Basilio Viola, sin formación de causa, por creérsele en correspondencia con los españoles de Montevideo.(4)

Pero no es sólo en virtud del Plan de Moreno que se fusila, ni son sólo españoles los que caen. En 1811 se produce una sublevación del regimiento criollo de Patricios. La causa remota fué el descontento producido por el alejamiento de Saavedra; la próxima, la orden de suprimir las trenzas. Como consecuencia del motín fueron condenados a muerte cuatro sargentos, tres cabos y cuatro soldados, y sus cuerpos se exhibieron al vecindario colgados en horcas en la Plaza de la Victoria. Esta represión fué obra de Bernardino Rivadavia, alma del primer Triunvirato. (5)

Al año siguiente, 1812, se produce la conspiración de Alzaga, y también es ahogada en sangre por Rivadavia. Después del fusilamiento del jefe y los principales cabecillas, se realiza una matanza popular de españoles.

“Las partidas -dice Corbiere- buscaban a los españoles prestigiosos y sospechados de monárquicos, en sus casas, para matarlos, sin que autoridad alguna les detuviera la mano. Bastaba ser godo, apodo dado a los peninsulares, para que el populacho, formado de gauchos, mulatos, negros, indios y mestizos, capitaneado por caudillos del momento, se arrojase sobre la víctima y la ultimase a golpes, siendo arrastrado el cadáver hasta la Plaza de la Victoria, donde quedaba colgado de la horca; exactamente como habían procedido, en situación semejante, los populachos de Quito y Bogotá, tres años antes. Durante varios días se practicó <la caza de españoles> y la fobia de los cazadores siguió celebrándose con explosión patriótica justificada por el crimen que significaba la  fracasada conspiración...Un mes duró el terror. La Plaza de la Victoria mostró más de cuarenta víctimas del fanatismo popular, que los victimarios miraron con la satisfacción del deber cumplido.”  (6)

Puso fin a este mes trágico un decreto-proclama del Triunvirato, cuyo texto comenzaba así: “¡Ciudadanos, basta de sangre! perecieron ya los principales autores de la conspiración y es necesario que la clemencia substituya a la justicia.” Y terminaba en la siguiente forma: “El gobierno se halla altamente satisfecho de vuestra conducta y la patria fija sus esperanzas sobre  vuestras virtudes sin ejemplo. Buenos Aires, 24 de julio de 1812.- Feliciano Antonio Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia. Nicolás de Herrera, secretario.”  (7)

Cuando en octubre de 1840 se repitieron escenas semejantes, no constituyeron, pues, una novedad para Buenos Aires. Ni siquiera el decreto del 31 de octubre, con que Rosas puso fin a las mazorcadas, pudo sorprender a nadie. Rosas no innovaba. Seguía el ejemplo de su antecesor Bernardino Rivadavia. (8)

No terminó con el primer Triunvirato el régimen del terror. Un decreto del 23 de diciembre del mismo año ordena lo siguiente:  “1° Ninguna reunión de españoles europeos pasará de tres, y en caso de contravención serán sorteados y pasados por las armas irremisiblemente, y si ésta fuese de muchas personas sospechosas a la causa de la patria, nocturna, o en parajes excusados, los que la compongan serán castigados con pena de muerte. 2° No podrá español alguno montar a caballo, ni en la Capital ni en su recinto, si no tuviere expresa licencia del Intendente de Policía, bajo las penas pecuniarias u otras que se consideren justas, según la calidad de las personas en caso de contravención. 3° Será ejecutado incontinenti con pena capital el que se aprehenda en un transfugato con dirección a Montevideo, ese otro punto de los enemigos del país, y el que supiere que alguno lo intenta y no lo delatare, probado que sea será castigado con la misma pena.” Este decreto lleva las firmas de Juan José Passo, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Alvarez de Jonte y José Ramón de Basavilbaso.” (9)

Los gobiernos revolucionarios posteriores no se mostraron más suaves en la represión de las actividades subversivas. Alvear, el 28 de marzo de 1815, dicta un decreto terrorista en que se pena con la muerte a los españoles y americanos que de palabra o por escrito ataquen el sistema de libertad e independencia; (10) a los que divulguen especies alarmantes de las cuales acaezca alteración del orden público; a los que intenten seducir soldados o promuevan su deserción, y reputa como cómplices a quienes, teniendo conocimiento de una conspiración contra la autoridad no la denuncien. Diez días después de este decreto, el 7 de abril, domingo de Pascuas, amanecía colgado frente a la Catedral el cadáver del capitán Marcos Ubeda. Acusado de conspirar, había sido juzgado en cinco horas y fusilado dos horas después. Las familias porteñas que concurrían a misa pudieron presenciar el espectáculo, y ello influyó no poco en la estrepitosa caída de Alvear, que se produjo a los ocho días de la terrorífica exhibición. Pero el método ya había sido introducido en la vida política argentina y era imposible detenerlo. Actos como éste traían otros, a título de represalia. Caído Alvear, le sucede Alvarez Thomas, quien designa una comisión militar y otra civil para juzgar los delitos cometidos bajo el breve período que en documentos públicos -15 años antes de Rosas- se llamó la “tiranía” de Alvear. La comisión militar, presidida por el general Soler, procesó al coronel Enrique Payllardel por haber presidido el consejo de guerra que condenó a Ubeda. Payllardel fué también condenado a muerte, ejecutándose la sentencia.  (11)

Transcurren los primeros años de la independencia y se sigue derramando sangre. En 1817 son fusilados Juan Francisco Borges y algunos compañeros, por orden de Belgrano. (12) En 1819, a raíz de una sublevación de prisioneros españoles en San Luis, son degollados el brigadier Ordóñez, los coroneles Primo de Rivera y Morgado y todos los jefes y oficiales. (13) En 1820, Martín Rodríguez ordena el fusilamiento de dos cabecillas del motín del 5 de octubre del mismo año. (14)

En 1823, Rivadavia, como ministro de Rodríguez, y a raíz de la intentona revolucionaria del 19 de marzo, motivada por su reforma religiosa, ordena el fusilamiento de Francisco García, Benito Peralta, José María Urien, doctor Gregorio Tagle y comandante José Hilarión Castro. García fué ejecutado el día 24, al borde del foso de la Fortaleza, Peralta y Urien lo fueron el 9 de abril. El comandante Castro logró escapar, e igualmente el doctor Tagle, a quien facilitó la fuga, en nobilísimo gesto, el coronel Dorrego. (15)

En este mismo año de 1823 gobernaba en Tucumán don Javier López, el general unitario que en 1830 solicitaría al gobierno de Buenos Aires la entrega del “famoso criminal” Juan Facundo Quiroga. El general López ejerció en Tucumán una dictadura sangrienta, de la cual Zinny hace el siguiente comentario: “Raro fué el ciudadano de Tucumán que no hubiera sido vejado y oprimido; todas las garantías públicas y privadas fueron atacadas; más de cuarenta víctimas se inmolaron al deseo obstinado de sostenerse en el mando contra la voluntad general; más de mil habitantes útiles al país desaparecieron de su suelo desde que este jefe encabezara la guerra civil. He aquí -añade Zinny- la lista de los fusilados sin formación de causa:

   “Don Pedro Juan Aráoz, comandante Fernando Gordillo, general Martín Bustos, capitán Mariano Villa, fusilados en un día, con dos horas de plazo.
   “Don Agustín Suárez, don Manuel Videla, azotados y, a las dos horas, fusilados.
   “Don Basilio Acosta.
   “Don Baltazar Pérez
   “General Bernabé Aráoz, fusilado clandestinamente en Las Trancas.
   “Don Vicente Frías.
   “Don Beledonio Méndez, descuartizado en la plaza.
   “Don N. Piquito, descuartizado en Montero.
   “Don Isidro Medrano.
   “Don Eusebio Galván, degollado por el oficial S...
   “Don Romualdo Acosta
   “Don Félix Palavecino.
   “Don Baltazar Núñez.
   “Comandante Luis Carrasco, con  sus dos asistentes, y muchos otros.” (16)

He aquí cómo, en aquel remoto año de 1823, cuando aún no se había iniciado francamente la lucha entre federales y unitarios, ya sientan el precedente sangriento nada menos que el padre del unitarismo, en Buenos Aires, y uno de sus principales  generales, en Tucumán.

Notas:

1  ERNESTO QUESADA,  La época de Rosas, págs. 145/7. Se ha discutido -a nuestro juicio, sin mayor fundamento- la autenticidad de este plan. Puede leerse al respecto el capítulo XV de la nota citada y la nota 48 de Lamadrid y la Coalición del Norte, del mismo autor.  Por otra parte, la cuestión de la autenticidad del documento pierde interés ante la realidad de los hechos.
2     EMILIO  P. CORBIERE,  El terrorismo en la Revolución de Mayo, págs. 42 y 43.
3     Ibídem, págs. 55 y sigs.
4     MANUEL BILBAO, Vindicación   y memorias de don Antonio Reyes, pág. 33. 
5     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 73 y sigs.
6     Ibídem, pág. 107.
7     Ibídem, págs. 109 y 110.
8     Debemos hacer notar aquí una diferencia, las víctimas de este último no eran argentinos unidos         al enemigo extranjero; eran españoles, fieles a su patria y a su rey. Con todo, mientras a Rivadavia se le alaba su energía,  a Rosas se le reprocha su crueldad .  Tal es la lógica sobre la cual  se pretende fundamentar el odio a Rosas, cuando ella misma está falseada por este odio.
9     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 131/3.
10   Es interesante recordar que Alvear, incurriendo en el delito que castigaba, se dirigió en ese tiempo al secretario  de  negocios extranjeros  de  S. M. británica expresando que “estas Provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña,  recibir  sus  leyes,  obedecer  su  gobierno  y  vivir  bajo  su  influjo poderoso.” (LEVENE, Lecciones de Historia Argentina. pág. 83).
11     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 135/44.
12    JULIO B. LAFONT, Historia Argentina, pág. 279.  Academia Nacional de  la Historia, Historia de la Nación, t. VI, pág. 635. DOMINGO MAIDANA, JUAN FRANCISCO BORGES, en Revista de  la  Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Año III, N° 7-10.     
Defendiendo a Monteagudo,  de quien ha podido decirse,  con justicia,  que recorrió la historia  argentina “como un bólido la atmósfera, envuelto en rojo”, RICARDO ROJAS escribe lo siguiente:
“Los fusilamientos que se ejecutaron por orden de Belgrano en Santiago, Tucumán y Jujuy, sin  forma de proceso , y sus bandos terroristas, como el del 23 de agosto, cuando el éxodo jujeño de   1812, exceden toda la leyenda del Monteagudo sanguinario.  Pero la  historia  tiene  sus  predilectos,  y   en  ella -como en la murmuración contemporánea- se da en la bondad o en el vituperio  caprichosamente a veces. Se habla de la bondad de Belgrano, y sin duda era bueno, a pesar de esas  ejecuciones y bandos. Monteagudo hizo menos, y para él ha sido la leyenda siniestra...”
El razonamiento es exacto. Pero entiéndase también a las luchas civiles posteriores, donde los hombres han sido clasificados arbitrariamente  en ángeles y demonios.   
13     CARLOS IBARGUREN,  Juan Manuel de Rosas, pág. 58.                                                          
14     ANTONIO ZINNY, Historia de los gobernadores, t. II, p. 42.
15     ADOLFO SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. I, pág. 161, nota I.
16  ANTONIO ZINNY, ob. cit., t. III, págs. 265 y 266.  JUANA MANUELA GORRITI en su Biografía del General Dionisio de Puch,  refiere así  la participación de Arenales, gobernador unitario de Salta, en el fusilamiento del General Bernabé Aráoz: “ El Gobernador de la  Provincia de Tucumán, Don Bernabé Aráoz había sido expulsado del gobierno y de su patria por una revolución triunfante.                                               En su desgracia, pide a Salta un asilo. El derecho de asilo ha sido respetado en los tiempos más atrasados  y entre las naciones más bárbaras. Arenales no lo reconoció. Entregó a su  enemigo, el  huésped que se había refugiado en su hogar, y Don Bernabé Aráoz fué fusilado.” (Cit. por Mons.  JOSUE GORRITI, PACHI GORRITI, págs. 41-2.)


jueves, 23 de abril de 2015

San Martín y Bolívar: su política religiosa (6 y último)

Por Enrique Díaz Araujo

La Autonomía respecto del Consejo de Regencia gaditano, proclamada en varias secciones de América en 1810, fue un acto de fidelismo, tributado al Rey cautivo. No obstante, Fernando VII, al ser restituido al trono a la caída de Napoleón, en 1814, no lo interpretó así, y prosiguió, intensificando la guerra que las Regencia habían iniciado contra América. Tamaña ingratitud real- [1]- movió necesariamente a la Independencia respecto de la Corona de Castilla, y a sostenerla mediante un esfuerzo bélico. En esa tarea se significaron tres caudillos, Iturbide en México, Bolívar, en la Gran Colombia, y San Martín en Sur América. Los tres buscaban, ante todo y por sobre todo, la Independencia de sus respectivas regiones, las cuales, eventualmente, se coaligarían, formando, como decía Bolívar, “la más grande nación del mundo”. También sabían que para consolidar dicha Independencia debían instalar gobiernos firmes y respetados, y evitar, a toda costa, la Anarquía. Esta sobrevendría si una vez cortado los lazos que nos unían al Padre Rey, se fracturaba aquella “costumbre de obedecer” que había caracterizado a América, conforme a la descripción de Bolívar, en su famosa “Carta de Jamaica”. También hemos afirmado que al Rey se lo acataba, como a toda buena autoridad, porque su principal imagen era la de Padre, un buen patriarca antes que un señor y un monarca- [2]-. De un Padre que protegía a una Madre, la Madre Iglesia, sostenida por el Patronato Real. Luego, para evitar el hiato gubernamental los patriotas tenían que arbitrar un sucedáneo de la autoridad real. Los tres Libertadores coincidían en un punto: había que fortalecer el respeto por la Madre Iglesia, venerando a la Madre Virgen. Simón Bolívar, que de los tres era el que poseía dotes literarias, y al cual le placía oralizar esos pensamientos, a los que sabía expresar con precisión y elegancia, en 1827, en una reunión de obispos, diría:

“La causa más grande que nos congrega hoy: el bien de la Iglesia y el bien de Colombia. Una cadena más fuerte, y más brillante que los astros del firmamento, nos une de nuevo a la Iglesia de Roma que es fuente celestial. Los descendientes del trono de San Pedro han sido siempre nuestros padres; pero la guerra nos había dejado huérfanos, como corderos que balan en busca de la madre que han perdido. La madre tierna los ha encontrado y los conduce al redil… La unión del incensario con la espada de la ley es el arca verdadera de la alianza” [3].

Para huir de la orfandad, la receta consistía en reafirmar los lazos de unión con la Madre Iglesia. A ese efecto, les vino de perlas el predominio de los constitucionalistas liberales y anticlericales peninsulares, cuyo símbolo fue la Constitución sancionada por las Cortes en 1812. Debe recordarse que si el Renacimiento había supuesto en España una “Edad Media tardía”, en la frase de don Ramón Menéndez Pidal, ya instalada la Modernidad en la Metrópolis (desde el reinado de Carlos III; pero, sobre todo, con los gobiernos de la Junta Central, la Regencias y las Cortes), en América subsistía la tradición religiosa de la Cristiandad. Había, dijo Álvaro Gómez Hurtado, una “asincronía” que inclinaba a remozar en América la Cristiandad, con la doctrina de la Ciudad de Dios- [4]-. De esa suerte, aquel liberalismo peninsular chocó con el tradicionalismo americano, y de ello sacaron muy buen partido los Libertadores. En ese sentido, Don Demetrio Ramos Pérez comienza por apuntar que:

 “El revolucionarismo liberal español llegó a creer, vanidosamente, que sólo en sus cenáculos estaba el patrimonio de una lúcida regeneración. De sus mentores nacía la doctrina y América sólo tenía, para ellos, el papel de educanda. Hacia América fueron sus ideas y sus manifiestos; de América habían de venir sus discípulos”.

Sin embargo, el sentido de los hechos fue el inverso al imaginado. Entonces, el constitucionalista liberal:

 “Álvaro Flores Estrada acusó a la Juntas americanas que “venían a continuar el “Antiguo Régimen” del despotismo, contra el auténtico sentido liberal que encarnaba en las Cortes de Cádiz”.

Por consiguiente, resultó que:

La Constitución fue más bien un factor contrario a los fines que se proponían sus creadores” [5]

En efecto, en su “Proclama de Pisco” ( del 8.9.1820), San Martín condenó la Constitución de Cádiz, elaborada “bajo el influjo del espíritu de partido” y que “no tiene la menor analogía con nuestros intereses”. Procediendo a derogarla al entrar en Lima. Mientras que Bolívar, en carta a Olañeta (del 28 de enero de 1824), dijo que esa Constitución era un “monstruo”. De esa forma, “la Pepa” (apodo popular de la constitución liberal española) prestó un servicio inesperado a la causa de la Independencia, facilitando que el Clero y los Patriotas se asociaran para repudiarla. Así se consolidó el proyecto sobre la Madre Iglesia ( no obstante, la falsas imputaciones de masonismo que quisieron atribuirles a los Libertadores). Empero, subsistía la cuestión central del modo de reemplazo del Padre Rey.   Iturbide y San Martín pensaban- más allá de sus íntimas preferencias- que esa condición se cumpliría si un miembro de la dinastía borbónica se constituía en monarca americano, a partir del respeto por la Independencia. Existían, al respecto, los precedentes de la propia familia Borbón, instalada por la Guerra de Sucesión, que había gobernado España independiente de su Francia originaria, y el más reciente de los Braganza lusitanos, al dejar un heredero, con el carácter de Emperador en Brasil, sin dependencia de Portugal. Casos resueltos sin traumas anárquicos. Bolívar no compartía, en 1822, ese proyecto, dado que deseaba que el futuro Emperador fuera un americano y no un Borbón. En gran medida la solución estuvo en manos de Fernando VII, cuando recibió los tratados de Córdoba y Punchauca, suscritos por Iturbide y San Martín, respectivamente, con los virreyes O´Donojú y La Serna. Pues, el Rey una vez más se volvió a equivocar y rechazó la solución realista y prudente que se le ofrecía para conseguir la paz en América. Fracasado su proyecto, y carente de fuerzas suficientes para continuar la guerra en el Perú, San Martín se apartó de la escena, y, luego sus enemigos liberales rioplatenses, lo obligaron a exiliarse en Europa. Iturbide recurrió al expediente de proclamarse él Emperador, lo que de inmediato suscitó las envidias y celos previsibles, que concluyeron con su fusilamiento. Bolívar, tras la batalla de Ayacucho que en 1824 puso fin a la guerra de la Independencia, intentó instalarse como Emperador de los Andes, de un modo vitalicio, como lo consignó en la Constitución de Bolivia. Las fuerzas centrífugas liberales, encabezadas por Santander le impidieron consolidar ese modelo. Tras su experiencia de la Dictadura de 1828 a 1830, y el asesinato de Sucre, su eventual sucesor, Bolívar se retiró a morir, completamente desengañado de la suerte americana.   Los que hemos trabajado por la independencia americana “hemos arado en el mar”, dirá al final Bolívar. El Plan inicial de la Independencia, de las tres regiones autónomas que se iban a confederar en una “anfictionía” del istmo de Panamá, se estrelló. Iberoamérica, como deseaban los ingleses y sus logias, se balcanizó. Predominaron los gobiernos liberales francófilos y anglófilos. Surgió, entonces, afirma el nicaragüense Julio Ycaza Tigerino, “para nuestra desgracia, la casta de los ideólogos”. Desde el momento en que:

“los liberales liquidan a los Libertadores; desde que Bolívar es arrojado del poder y muere miserablemente, Sucre es asesinado, San Martín y O´Higgins expatriados, Iturbide derribado del trono y fusilado luego como un vulgar rebelde…desde el momento en que la obra y el espíritu mismo de la Independencia se falsean por los ideólogos convirtiéndolos en una orgía suicida de libertinaje” [6].

Desde ese momento, se instala la Anarquía tan temida en Iberoamérica (con la sola excepción del Chile Portaliano) y ésta se torna ingobernable. Cual diría hacia 1850 el gran canciller conservador de México, Don Lucas Alamán, al introducir las teorías liberales:

“se ha dado lugar a todas las desgracias que han caído de golpe sobre los países hispanoamericanos, las cuales han frustrado las ventajas que la Independencia debía haberles procurado” [7].

Los frutos de la Independencia no resultaron agraces por la Anarquía, que a nombre de la Libertad, introdujeron los ideólogos liberales en América.   De todas maneras, maguer su intento fallido, los Libertadores dejaron dos herencias perdurables. La primera, la propia Independencia. Simón Bolívar, en el último mensaje al Congreso, el 24 de enero de 1830, concluía:

“¡ Conciudadanos!…Me ruborizo al decirlo: la Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de todos los demás” [8].

Glosándolo, el poeta argentino Leopoldo Lugones, en 1924, al festejar en Perú el centenario de la Batalla de Ayacucho, dirá: “La Independencia es lo único bien logrado que tenemos”.   Así es. Pero aun resta todavía la otra herencia que legaron los Libertadores. En el periódico “El Despertador Americano”, de la Ciudad de México, del 20 de diciembre de 1810, se afirmaba que como la Virgen de Guadalupe no había venido a fracasar, América continuaría siendo:   “ el último refugio para la religión de Jesucristo”.   Así fue. Y, ya no como meros historiadores, sino como cristianos, por nuestra parte añadimos: que así continúe siendo. 

Notas

[1].- Esas eran las mismas palabras que Juan Manuel de Rosas, Encargado de la Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, empleó en su arenga del 25 de mayo de 1836, luego de alabar el pronunciamiento de 1810, por ser un “acto de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad”, fue mal pagado por el Rey, con “tamaña ingratitud”: Irazusta, Julio, Tomás de Anchorena. Prócer de la Revolución, la Independencia y la Federación, Bs. As., La Voz del Plata, 1950,pp. 29-30.
[2].- En el orden legislativo, existía el principio del “acato, pero no cumplo”, ante una ley manifiestamente arbitraria, que autorizaba la desobediencia. En el orden judicial, se reglaba el recurso de segunda suplicación, que permitía que una vez cerrada la vía judicial, se pudiera todavía acudir directamente al soberano, peticionando que aplicara al caso, no la justicia legal, sino la equidad. Dos pruebas de que operaba un orden patriarcal, al que ha sido ajeno el positivismo legalista moderno. Como la función local de establecer el “justo precio”, también diverso de la pura ley de la oferta y la demanda liberal. De ahí nacía el paternalismo que, según Thimothy Anna “permitía España gobernar un imperio gigantesco…sin tener que hacer uso de la fuerza”: op. cit., pp. 32, 33, 34. Era la “auctoritas patris”, del paternalismo monárquico, como proyección sociopolítica de la familia: Calderón Bouchet, Rubén, Sobre las causas del orden político, Bs. As., Nuevo Orden, 1976, p. 154.
[3].- André, Marius, Bolívar, cit., p. 271.
[4].- Gómez Hurtado, Álvaro, La Revolución en América, Barcelona, Editorial AHR, 1958, pp. 74, 75, 78, 81.
[5].- Ramos Pérez, Demetrio, “Las Cortes de Cádiz y América”, en: Revista de Estudios Políticos, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, n° 126, noviembre-diciembre 1962, pp. 452-453, 463 nota 83, 499, 550.
[6].- Ycaza Tigerino, Julio, Sociología de la Política Hispanoamericana, Madrid, Seminario de Problemas Hispanoamericanos, Cuadernos de Monografías n° 12, 1950, pp. 74, 155.
[7].- cit. por: Romero, José Luis, El pensamiento político de la derecha latinoamericana, Bs. As., Paidós, 1970, pp. 83-84.

[8].- Madariaga, Salvador de, op. cit., t° II, p. 482.

Tomado de: http://quenotelacuenten.com/

martes, 7 de abril de 2015

San Martín y Bolívar: su política religiosa. (5° parte) ¿Bolívar masón?

Por: Enrique Díaz Araujo

La objeción acá, si es que existe, es mínima. Porque si con San Martín los escritores masones tuvieron una laboriosa bien que inconducente actividad, con Bolívar el asunto se reduce a dos puntos cronológicos: 1°) Bolívar sí fue masón; 2°) Bolívar dejó de ser masón y condenó a la Masonería.

Veamos, pues, estas dos etapas, rápidamente.

Primero, se supone que el 27 de diciembre de 1805, Bolívar fue iniciado en una rama francesa de la logia escocesa St. Andrew, y que fue Maestro en esa orden en el año en que vivió en París- [1]-. Esa es una precisión acerca de un dato genéricamente conocido de antiguo. Según afirma el testigo francés Peru de Lacroix, en sus “Diarios de Bucaramanga”, Bolívar en su juventud se había aproximado a las logias; pero, añade, ese conocimiento “le había bastado para juzgar lo ridículo de aquella asociación”. Aclarando que en las logias había encontrado “bastantes fanáticos, muchos embusteros y tontos burlados”. Concluyendo que los políticos “y los intrigantes suelen sacar partido de aquella Sociedad secreta”-

Esos juicios despectivos fueron nada en relación con sus actos políticos posteriores.

Dado que suponía que la tentativa de asesinato del 25 de setiembre de 1828, había sido orquestada por los masones que seguían a Santander, con fecha 8 de noviembre de 1828, dio en Bogotá el siguiente Decreto:

“Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en otras naciones, que las sociedades secretas sirven especialmente para preparar los trastornos públicos, turbando La tranquilidad pública y el orden establecido; que ocultando ellas todas sus operaciones que el velo del misterio hace presumir fundadamente que no son buenas, ni útiles a la sociedad, y por lo mismo excitan sospechas y alarman a todos aquellos que ignoran los objetos de que se ocupan; oído el dictamen del Consejo de Ministros, DECRETO:

Artículo 1°. Se prohíben en Colombia todas las sociedades, o confraternidades secretas, sea cual fuere la denominación de cada una.

Artículo 2°. Los Gobernadores de las provincias, por sí o por medio de los Jefes de Policía de los Cantones, disolverán e impedirán las reuniones de las sociedades secretas, averiguando cuidadosamente si existen algunas en sus respectivas provincias.

Artículo 3°. Cualquiera que diere o arrendare su casa o local para una sociedad secreta incurrirá en la multa de 200 pesos y cada uno de los que concurran, en la de 100 pesos por la primera y segunda vez; por la tercera y demás será doble la multa; los que no pudieren satisfacer la multa sufrirán por la primera y segunda vez dos meses de prisión, y por la tercera y demás será el doble de pena.

Artículo 4°. Los Gobernadores y Jefes de Policía aplicarán la pena a los contraventores haciéndolo breve y sumariamente, sin que ninguno pueda alegar fuero en contrario…

Simón Bolívar” [2].

Caso único, que sepamos, en América por los años de la Independencia, de condena explícita a la Masonería. La pertenencia a la Logias fue un delito. “Bajo su mando- acota Marius André-, la francmasonería no desempeñó ningún papel en Colombia, ni en Venezuela”- [3]-. En cuanto al pensamiento privado de Bolívar al respecto, lo había expuesto en una carta del 21 de octubre de 1825, en la que exclamaba:

“Malditos sean los masones y los tales filósofos charlatanes…serán tratados como es justo” [4].

Señalemos que la Masonería se vengó duramente de la condena recibida. El 4 de junio de 1830, en la localidad de Berruecos, en Ecuador, instigó el asesinato que se cometió en la persona del Mariscal Antonio José de Sucre, el delfín preconizado por Bolívar.
Pues, hasta aquí llegamos con la supuesta impugnación a la religiosidad de Simón Bolívar.

 Notas

[1].- Blanco-Fombona, Mirian, de Hood, La masonería y nuestra independencia, p. 66; cfr. Terragno, Rodolfo, Maitland y San Martín, cit., p. 174.

[2].- Nectario M., H., op. cit., pp. 30-31.

[3].- André, Marius, Bolívar, cit., p. 269.


[4].- Nectario M., H., op.cit., p. 30. La carta está dirigida a Santander, quien luego encabezará la oposición liberal-masónica.

Tomado de: http://quenotelacuenten.com/2014/12/22/san-martin-y-bolivar-su-politica-religiosa-3/