lunes, 23 de octubre de 2017

“LA NUEVA REPÚBLICA”, O LA LUCHA POR EL ORDEN

Rodolfo Irazusta
Los años 20 fueron un momento en el que parecía que el modelo político y económico liberal estaba en su mayor auge. La expansión de los EEUU -en el ámbito internacional-, la consolidación del régimen democrático argentino dentro de un contexto de orden durante la Presidencia de Alvear, parecían dar la razón a esta convicción. Sin embargo, el mundo había pasado por la Primera Guerra Mundial, y como consecuencia de la misma, la amenaza de la Revolución roja, triunfante en Rusia, se hacía sentir en las naciones de Occidente.  Como reacción ante dicho peligro había surgido en Italia el Fascismo, mostrando la posibilidad de que podía existir un “nuevo orden” que contuviera y encausara el caos revolucionario. Por otra parte, situaciones de revoluciones y guerras internas se daban en países como Portugal o México. En España, la crisis seguida al desastre del 98 condujo a la instauración de la Dictadura del General Primo de Rivera. Y en Francia, Nación que siempre fue muy tenida en cuenta por la intelectualidad argentina, se encontraba consolidada la Acción Francesa como una fuerza contrarrevolucionaria. Eran años preñados de cosas nuevas en el ámbito de la política. Es justamente en este contexto que el Nacionalismo argentino va a tener sus primeras manifestaciones a partir de la publicación de nuevos periódicos. Primero La Voz Nacional, de vida efímera, por iniciativa del médico entrerriano Juan Carulla;  luego, La Nueva República, Órgano del Nacionalismo Argentino -como se subtitulaba-, a partir del año 1927. Analizaremos a continuación cuál era la línea fundamental que poseía dicho periódico. Para eso, luego de presentar escuetamente al mismo -su origen, su director, su staff, sus colaboradores-, trataremos de indagar, a través del análisis de algunos de sus artículos y de las personalidades más relevantes del ámbito de la cultura que eran tomadas como referentes, qué principios eran defendidos desde sus páginas  .

EL PERIÓDICO

     El periódico La Nueva República se dio a conocer el 1° de diciembre del año 1927. El director del mismo fue Rodolfo Irazusta, encargado de la sección política. Los redactores habituales fueron Julio Irazusta -hermano de Rodolfo-, Ernesto Palacio y Juan Carulla. A éste último se debe que el periódico llevara por subtítulo Órgano del Nacionalismo Argentino.
     “Rodolfo Irazusta, con menos cultura libresca que sus compañeros, había sido formado por su padre para la acción, en la que intervino desde muy joven, tomando parte en la vida de comité, desde el retorno del radicalismo al comicio…Durante un viaje a Europa…cayó bajo el influjo de Maurras…
     Como escritor Rodolfo Irazusta fue el periodista nato…
     Ernesto Palacio..tenía acabada formación literaria, y siendo un admirable poeta, se atuvo a la prosa…Fue…el petit anarchiste que Maurras confesó haber sido en su extrema juventud…Entre los años 23 y 27 César Pico había hecho de Ernesto Palacio un católico ferviente y un hombre de orden…
     Julio Irazusta había sido omnívoro pero desordenado lector, hasta que fue a Europa en 1923…Antes de cesar su rechazo a Maurras, y de admirarlo, Julio Irazusta tenía formado el criterio político con que estudió los clásicos de la materia…
     En el segundo número del periódico aparece como editorialista…el Dr. Juan E. Carulla, médico entrerriano residente en Buenos Aires, procedente del anarquismo, a quien la guerra europea, en la que participó como profesional en el frente de Francia, lo hizo evolucionar. Allá volviose asiduo lector de la Acción Francesa.”[1]
El periódico contó además con colaboradores habituales, como César Pico -que tan importante actuación tuvo en la conversión de Palacio hacia la Fe y el Orden-, Alberto Ezcurra Medrano –uno de los precursores del Revisionismo histórico argentino-, y Tomás Casares –que tendría una destacada actuación en la Justicia-.
El periódico tiraba cuatro páginas quincenales, que además de analizar la situación política del momento propagaba sólidos principios doctrinales. Luego salió semanalmente, y durante algún tiempo llegó a ser diario. Entrados los años 30 desapareció y fue reemplazado por otros periódicos como Crisol Bandera Argentina. Sin embargo nadie podrá negarle el mérito de haber sido el primer gran difusor de los principios sobre los que se desarrollaría el Nacionalismo posterior.

LOS PROPÓSITOS DEL PERIÓDICO

La Argentina de la década del 20, en particular la del período alvearista, se caracterizó por la paz y la prosperidad creciente. En 1926 nuestro país había exportado once millones de toneladas de productos agropecuarios. “En medio de esta euforia, un grupo de jóvenes escritores procedentes de los más diversos sectores políticos, se reunía y conversaba acerca de una revista que sometiera aquella brillante apariencia al cernidor de una crítica rigurosa”[2]. El objetivo se concretó, como ya señalamos más arriba, el 1° de diciembre de 1927, cuando salía a la luz pública La Nueva República. Ese primer número era categórico, no dejaba ningún lugar a dudas: “La sociedad argentina pasa por una profunda crisis. La robustez del organismo hace que el mal se oculte….pero él existe y es profundo”[3].
Así se presentaba el nuevo periódico, en un editorial titulado “Nuestro Programa”. ¿Por qué hablar de crisis en un momento  en el que todo parecía marchar en forma exitosa? El mismo artículo trae la respuesta: la crisis que sacude a la sociedad argentina es de orden espiritual, y tiene su origen en las ideologías que se habían difundido en las décadas anteriores. “Cuarenta años de desorientación espiritual han producido en nuestras clases directivas, sobre todo universitarias, el más grande caos de doctrinas e ideologías”[4]. Las ideologías que enfermaban el organismo social eran aquéllas nacidas a partir de la Revolución Francesa. En el mismo número 1 Ernesto Palacio lo dejaba clarísimo en el artículo titulado en forma contundente “Organicemos la Contrarrevolución”“Tenemos a nuestras espaldas más de medio siglo de desorientación espiritual. Los sofismas del romanticismo y la revolución francesa, que emponzoñaron toda la actividad pensante de varias generaciones argentinas”[5].
El mito de la soberanía popular difundido por la Revolución había llevado al desconocimiento de las jerarquías: “Negación de la jerarquía sobrenatural de la Iglesia de Cristo; negación de la jerarquía natural del Estado. Predominio del arbitrio individual…”[6] Esta situación se veía agravada por la difusión de estos principios a través de la educación impartida en los ámbitos escolares y académicos, producto de la ley 1420 y de la Reforma Universitaria: “La escuela laica y el sectarismo de la enseñanza que se imparte en nuestros colegios y universidades, unidos a la prédica disolvente de los partidos avanzados y a la propaganda de la prensa populachera, contribuyen al mantenimiento de se estado de espíritu”. La demagogia a la que había contribuido la difusión de la democracia, y el “obrerismo bolchevizante”, producto de la influencia de la Revolución Rusa, también eran denunciados por Palacio.
Frente a los males enumerados correspondía recuperar el Orden. El artículo concluía poniendo el ejemplo de dos naciones que marchaban en esa senda: la España del General Primo de Rivera, y la Italia de Benito Mussolini.

PRINCIPIOS SOSTENIDOS POR EL PERIÓDICO

     Hemos dejado planteado el propósito claramente “restauracionista” que el periódico tenía. Los principios que lo animaban iban en esa línea. Presentaremos escuetamente algunos de los mismos sin pretender agotar el tema.
En primer lugar, y ya hemos hecho referencia a ello, el periódico dejaba en claro la necesidad de recuperar las jerarquías en el orden social. La demagogia reinante, reiteradamente denunciada, debía ser reemplazada por la excelencia. “Quince años de demagogia, han bastado para desquiciar todos los organismos del Estado”, sentenciaba el programa presentado en el número uno; “La jerarquía en las funciones del Estado”, se titulaba un artículo escrito por Rodolfo Irazusta en el mismo número.
Este análisis nos lleva a otro de los temas que aparece en los primeros números: la necesidad de distinguir entre el sistema republicano y la democracia. Frente a la exaltación de la “democracia” que siguió a la Ley Sáenz Peña, y que es impulsada a partir del triunfo del Radicalismo, pero que en realidad ya era parte del discurso circulante desde la imposición de la filosofía liberal con la sanción de la Constitución de 1853, los “neorrepublicanos”, se dedican a distinguir “república”, entendida como un sistema orgánico sustentado en Instituciones, de la “democracia”, con toda la carga de plebeyismo e inorganicidad que dicho régimen supone. En este sentido, se preocuparon de demostrar que en realidad la Constitución de 1853 en ningún momento hace referencia al sistema democrático[7]. En el número 12 del periódico se señalaba que “en los ciento y tantos artículos de la constitución del 53, ni una sola vez se habla de la democracia…Esto se debe a que sus autores, algunos de ellos muy cultos, conocían los clásicos políticos y sabían el verdadero significado de los vocablos. Sabían que la Democracia era el desorden, la crisis de las repúblicas y de las monarquías y no un sistema de gobierno y tenían fresco el recuerdo de los horrendos crímenes que el desborde del Demos había producido en Francia en el año 93”. Es claro que la crítica se dirige más a las consecuencias de la Ley Sáenz Peña, que hizo efectiva la democracia –y su consecuencia la demagogia-, que al texto mismo de la Constitución. Esta primera generación nacionalista, que tenía clarísimos los principios fundamentales, todavía no había desarrollado una postura profundamente crítica acerca del texto de la Constitución, y del espíritu que la animaba: esto es, el Liberalismo sobre el que la misma se sustenta, causa directa de la irrupción democrática. Nos dice al respecto Antonio Caponnetto: “Era a ésta (la ley Sáenz Peña) y no a la Ley del ’53 a la que atacaban los primeros revisionistas, puestos a hacer política…”[8]
En el número 13, del 5 de mayo de 1928,  se vuelve a remarcar la diferencia entre el sistema republicano proclamado por la Constitución y la democracia: “Este espíritu republicano ha sido desvirtuado por el partido democrático que nos gobierna desde hace veinte años…La democracia ha podido hasta ahora con el régimen autonómico y con el principio de autoridad, y quizá emprenda de aquí a poco decididos ataques contra el régimen de la propiedad y la familia”. La crítica a la democracia va intrínsecamente unida a la condena del sufragio universal. No sólo porque permite el triunfo de lo más bajo, sino porque detrás de la propaganda electoral que dicho método de elección exige, opera en forma oculta una “plutocracia” que busca obtener sus propios beneficios: “Se sabe…que en Francia se opera subterráneamente, al mismo tiempo que la propaganda eleccionaria, una batalla de grupos industriales, de concesionarios de Estado, de compañías coloniales…Ningún régimen es tan caro como el democrático”.[9]
Digamos finalmente, para cerrar este tema, que La Nueva República mostró con claridad la enemistad del Nacionalismo con la Democracia: “La democracia es el reino de la impostura…triunfa el que miente mejor…EL nacionalismo persigue el bien de la nación, de la colectividad humana organizada; considera que existe una subordinación necesaria de los intereses individuales, al interés de dicha colectividad…Los movimientos nacionalistas actuales se manifiestan en todos los países como la restauración de los principios políticos tradicionales, de la idea clásica del gobierno, en oposición al doctrinarismo democrático…Frente a los mitos disolventes de los demagogos erige las verdades fundamentales que son la vida y la grandeza de las naciones: orden, autoridad, jerarquía”.[10]
     La crítica a la Democracia lleva a los miembros de la Nueva República a abrevar en las fuentes clásicas, donde redescubren el valor de la “forma mixta” de Gobierno. Bajo el título “La forma mixta de gobierno”, escribía Rodolfo Irazusta en el número 5 del periódico: “Todos los gobiernos son monárquicos, aristocráticos y democráticos al mismo tiempo…Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Vico, Rivarol reconocen como la mejor forma de gobierno a aquella que  concilie los anhelos de libertad con las exigencias de la autoridad. La aparición de los ideólogos con sus constituciones escritas provocó el olvido del orden tradicional que se había establecido espontáneamente”. Esta defensa del régimen mixto lo lleva a condenar a la Democracia moderna: “La democracia sistemática que conocemos, es lo más absurdo que hay, es el pecado contra el espíritu”.
La referencia al “pecado” que representa la Democracia nos lleva a otro punto importante en el pensamiento del grupo, y es la relación que establecen entre política y moral. En un artículo firmado por Tomás Casares se afirma: “el Estado no legisla, organiza ni manda en vista de la felicidad inmediata de los súbditos. Legisla, organiza y manda para disponer el ambiente social en que cada súbdito halle la posibilidad y aun véase constreñido a realizar un destino que no es fruto de su arbitraria elección individual, sino que le es propuesto y moralmente impuesto por una ley superior a todo humano arbitrio[11]”.
La concepción moral planteada por Casares remitía a un principio teológico al que el jurista se remitía explícitamente: la Ley de Dios. Esto lleva a analizar qué concepto tenían estos hombres acerca de la relación entre el Estado y la Iglesia. Aquí también se mostraron en profundo desacuerdo con el Liberalismo establecido: “El Estado vive en una sociedad y su religión no puede ser otra que la de la sociedad. Tal es el caso del Estado argentino cuya religión no puede ser otra que la de la sociedad argentina. La sociedad argentina es católica desde su nacimiento”.[12]
    La profunda crítica al Liberalismo, a la Democracia y a la Demagogia, llevó a iniciar una revisión del relato del pasado argentino construido a partir de Mitre. Lo que para éste eran valores identificados con la Nacionalidad, para los miembros de La Nueva República eran antivalores, y era falso identificar a la Nación con los mismos. Es en esta perspectiva que en el número 16 se cuestiona el relato clásico sobre la Revolución de Mayo. Ésta no tenía nada que ver, para los “neorrepublicanos”, ni con la Revolución Francesa, ni con la Democracia, ni el Liberalismo. Por supuesto que había que esperar hasta los años 30 para que se inicie un movimiento de revisión a fondo, pero era un primer paso.

AUTORES CITADOS

Otra perspectiva desde la cual abordar la postura del periódico es analizar a los pensadores y autores citados y comentados en sus páginas. Cuando optamos por este método se refuerza la constatación de la postura claramente contrarrevolucionaria del periódico. Aparecen Joseh de Maistre, Chesterton, Donoso Cortés, León XIII….
Como muestra basta un botón. Terminábamos el apartado anterior refiriéndonos a la crítica a la Revolución Francesa, de la cual se quería separar a nuestra Revolución de Mayo. Oponerse a los efectos de la Revolución Francesa es el núcleo central de una postura contrarrevolucionaria. Justamente en el número del 26 de mayo de 1928 Juan Carulla comentaba el libro de Pierre Gaxotte sobre La Revolución Francesa:
“…la revolución francesa ha sido y es nefasta…Todas las fallas de nuestra organización política y de nuestra cultura tiene su origen en ese comienzo…Las generaciones han venido recibiendo una cultura superficial y equivocada en sus fines. Su resultado se llama democracia absoluta…Extinguida la generación de la Independencia…se estableció el predominio de los secuaces de Rousseau…
   Gaxotte….(ha mostrado) que la leyenda heroica de la Revolución Francesa es una fantasía teatral, que oculta un fondo de lodo y de sangre…
…La Revolución Francesa no difiere en nada de las demás revoluciones que ha conocido la historia. Mentira que haya contribuido al progreso de los pueblos. Mentira que haya mejorado la situación económica de la clase obrera. Mentira que haya suprimido las guerras…La Revolución…lo único que consiguió realmente, (es) matar, masacrar y mutilar a 20.000.000 de hombres, destruir las jerarquías naturales indispensables para los pueblos e inficionar el mundo de absurdas doctrinas que aún siguen haciendo estragos.”

CONCLUSIÓN

Al analizar esta primera expresión del Nacionalismo Argentino que fue el periódico La Nueva República emerge con claridad que el mismo significó una reacción contundente contra la Democracia, el Liberalismo y la Izquierda revolucionaria. El Nacionalismo significó por tanto, en la historia de nuestra Patria, la primera y principal fuerza reaccionaria y contrarrevolucionaria del siglo XX . Lo que vino después, sobre todo a partir de los años 50, 60 y 70 –el llamado “nacionalismo de izquierda”- no es más que lo radicalmente opuesto, una deformación monstruosa de lo que el auténtico Nacionalismo fue en sus orígenes.


                                                                                  Lic. JAVIER RUFFINO


Notas:
[1] Irazusta, Julio. El Pensamiento político nacionalista. De Alvear a Yrigoyen, 15-18
[2]Ibídem2.
[3] La Nueva República. Año I. N° 1. Dic. 1 de 1927.
[4] Íbidem.
[5] Íbidem.
[6] Íbidem.
[7] Esto es obra del Pacto de Olivos de 1994, consagrándose el culto a la nueva “deidad” difundido a partir del Alfonsinismo.
[8] Caponnetto, Antonio. Los críticos del revisionismo histórico. T. I, 74.
[9] La Nueva República. Año I. N° 11.
[10] La Nueva República. Año I. N° 13.
[11] La Nueva República. Año I. N° 4.
[12] La Nueva República. Año I. N° 12.

miércoles, 4 de octubre de 2017

EL PLAN DE OPERACIONES*

Por Federico Ibarguren

Considero agotada la polémica historiográfica en torno a la autenticidad del Plan de Operaciones –habida cuenta de comprobadas interpolaciones que el copista dejó en el texto, como simples gazapos, sin enervar la contextura filosófica del Plan reproducido-  luego de la aparición del libro  Epifanía de la libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo. Ed. Bs As 1953. Libro este dado a luz por el académico de la historia y distinguido investigador, Dr. Enrique Ruiz Guiñazu, quien publica in extenso el interesantísimo documento concebido por Mariano Moreno, en el apéndice final de aquella obra suya, muy poco comentada por nuestros críticos y profesionales del tema. Ahora bien, reconociendo el valor informativo de esta obra, desde mi punto de vista personal discrepo, sin embargo, con ciertos enfoques subjetivos del autor sobre la emancipación argentina.

El “Plan” de referencia publicóse por primera vez en Buenos Aires –íntegramente- con prólogo del Dr. Norberto Piñeiro, en un trabajo titulado Escritos de Mariano Moreno (año 1896). Allí aparecía la transcripción de una copia hallada en el Archivo de Indias de Sevilla, la que había sido parcialmente utilizada por el historiador español Torrente en una obra suya dada a luz en 1829. La discusión acerca de la autenticidad de dicha copia (el original es de puño y letra de Moreno, según la nota final que contiene el papel hallado en el Archivo de Indias), fue iniciada con brillo literario y ardoroso pasionismo por Paul Groussac, quien impugnó de falso y apócrifo el “Plan” en dos largos artículos (contradictorios en cuanto a sus fundamentos) aparecidos en la revista La Biblioteca que él dirigía: el primero en 1896 y el segundo dos años más tarde. Entre ambos alegatos tendientes a absolver de toda responsabilidad al Secretario de la Junta, debe intercalarse la sólida y mesurada réplica del Dr. Piñero (1897), cuyos prolijos argumentos y pruebas que exhibió, -sin desconocer ciertos lapsus atribuidos al copista-, desvirtuaban la tesis inicial de Groussac, espectacular y de mejor estilo literario-; el cual había afirmado en 1896, aludiendo a las terribles clausulas concebidas por el “numen” de Mayo y utilizadas por Torrente, que las mismas “bastan para deshonrar la causa americana en la persona de su ilustre caudillo” (sic).

Luego de la violenta escaramuza Piñero-Groussac, la mayor parte de nuestros historiógrafos que trataron el tema o aludieron a la acción política del primer gobierno patrio, dieron su aprobación (explícita o implícita) a la validez intrínseca del discutido documento, atribuido a Mariano Moreno. Entre los mismos, pertenecientes a aquella generación del siglo pasado, destacanse Ernesto Quesada, José Maria Ramos Mejia y Juan Agustín Garcia.

Ahora bien, los estudiosos argentinos de la historia pertenecientes al siglo XX (excepción hecha de Ricardo Levene y Vicente D. Sierra, ambos invocando parecidas razones formales), dan por sentada tácitamente la opinión sostenida desde el comienzo de la polémica trabada en 1896, por el Dr. Piñero (vgr., Emilio P. Corbiere, Emilio A. Coni, J. Cobos  Darac, Carlos Roberts, Alberto Ezcurra Medrano, José María Rosa, Mario Cesar Grass, etc.).

Entre los más apasionados y recientes defensores de esta tesis (o sea a favor de la autenticidad de fondo del documento impugnado) figura don Enrique de Gandia en el opúsculo Las ideas políticas de Mariano Moreno. Autenticidad del Plan que le es atribuido. Bs As 1946.

El Dr. Enrique Ruiz Guiñazu, por último, en la obra Epifanía de la libertad –ya citada al comienzo- abona su punto de vista publicando extractos de una copiosa documentación inédita, extraída en gran parte de los archivos del Museo de Petropolis (Brasil), entre cuyos papeles –hasta hace poco desconocidos- se destaca la correspondencia secreta cursada por la princesa Carlota de Borbón a su hermano el rey Fernando VII, en la cual correspondencia (de los años 1814/15) se hacen concretas referencias a aquel famoso “Plan” del gobierno de Buenos Aires: “doctrina de un doctor Moreno –dice doña Carlota Joaquina, con cabal conocimiento de causa- que hicieron para el método del gobierno revolucionario, que puntualmente está siguiendo” (sic). A lo cual le responde Fernando, acusando recibo de la copia del “Plan”, en esquela escrita de su puño y letra: “…también he visto el plan de la revolución de América que me has remitido, el cual demuestra bien la perfidia y maldad de esos perversos insurgentes, gracias a tus desvelos y cuidados que en cuanto cabe han podido contener ese torrente”.

Pues bien –cabe preguntarse en consecuencia-, de no existir realmente un plan terrorista autentico, salido del intelecto de Moreno, ¿Cómo explicar su concreta referencia en el epistolario privado, íntimo, de quienes –se ha dicho- habrían sido los falsificadores o cómplices del apócrifo papelote revolucionario fechado en 1810? ¡Increíble!. Nadie se engaña a sí mismo por cierto. Aquella inédita correspondencia entre los hermanos Borbones de España, publicada en Buenos Aires por el Dr. Ruiz Guiñazu, lo prueba sin lugar a dudas. Debemos entonces, creo yo –respetando los principios de la sana lógica-, descartar de plano la hipótesis “Groussaquiana” (compartida luego por Levene y Vicente Sierra) de que el engendro  del 30 de Agosto fue elaborado a designio por espías españoles y/o agentes portugueses anticriollos, al solo efecto de desprestigiar la política rioplatense de la flamante Junta de Mayo.

Tal es, al menos, mi sincera opinión de fondo (como estudioso de la historia argentina) sobre este particular debate en torno a las concepciones de gobierno del Dr. Mariano Moreno, demostradas por lo demás en hechos, y a través de reveladores papeles públicos (como las Instrucciones a Castelli del 12 de Septiembre) que son indubitables y de los que hablaremos enseguida. En cuanto a ciertos editoriales de “La Gazeta” atribuidos al “numen” de Mayo –con los cuales se ha pretendido desvirtuar su filosofía política terrorista-, es de advertir que dichos escritos del periódico evidentemente propagandísticos, no llevan firma del autor responsable.

A propósito de tan discutido asunto, el Dr. Carlos Ibarguren en su obra póstuma La Historia que he vivido, Bs. As. 1955, expresa esta convincente opinión al margen del análisis pormenorizado de nuestra critica historiográfica profesional: “Mucho se ha discutido acerca de la autenticidad del Plan del 30 de Agosto de 1810, atribuido al “numen” de la Revolución –dice- tachado de apócrifo por Groussac y el doctor Levene, y considerado autentico por Norberto Piñero y Enrique Ruiz Guiñazu; pero sea o no fraguado ese Plan, es indudable que los procedimiento que el mismo recomienda y muchos conceptos que expresa, resultan semejantes a los indicados en las instrucciones dadas a Castelli el 12 de Septiembre de aquel mismo año (cuya pieza original, por otra parte, aun conservamos intacta los herederos del Dr. Carlos Ibarguren). Tales instrucciones –que desencadenaron una sangrienta tragedia- parecen agitadas por un soplo de furor (continua el historiador citado) que contrasta con la mansedumbre conciliatoria de las expedidas por Belgrano a Arenales, que trato en páginas anteriores, y muestran las dos visiones distintas que tenían aquellos próceres sobre el modo de ejecutar la revolución e implantar el “nuevo sistema”. Las inspiradas por Moreno aplican como medio eficaz para triunfar: el terror, el exterminio, el engaño y el halago al interés personal. “En la primera victoria que logre –indican ellas- dexara que los soldados hagan extragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Castelli debía obrar por sorpresa como agente terrible y siniestro: “tendrá particular cuidado en guardar profundo silencio en sus resoluciones, de suerte que sus medidas sean siempre un arcano que no se descubra sino por los efectos, pues este es el medio más seguro de que un general se haga respetable a sus tropas y temible a sus enemigos”. Se condena a muerte en masa, sin incoar proceso alguno, a todos los jefes políticos, militares y eclesiásticos que dirigían la resistencia contra la política de Buenos Aires: “el presidente Nieto, Córdoba, el gobernador Sanz, el obispo de la Paz, Goyeneche y todo hombre que haya sido director principal de la expedición, deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos”. Se recomienda proceder con la mayor perfidia contra los enemigos, engañándolos en cuanto pueda, “alimentándolos de esperanzas, pero sin creer jamás sus promesas y sin fiar sino en su fuerza… tendrá particular cuidado en aceptar toda negociación, pero sin detener por esto su marcha, antes bien, entonces, deberá apresurarla lisonjeando a los contrarios en las palabras”. El interés personal era el que debía tomarse en cuenta para atraer a los hombres al nuevo orden de cosas y elegirlos para los empleos, debiendo proponerse a los que “sientan un interés personal en la conservación del nuevo sistema”… Toda la administración pública de los pueblos se pondrá en manos patricias  y seguras, uniendo de este modo el interés individual al bien general del Estado”. En la lista de los que debían ser traídos presos a Buenos Aires, con el pretexto de “necesitar la Junta sus luces y concejos” (sic), figura el doctor Matías Terrazas, deán de Charcas, que había sido el protector, como padre de Moreno, en cuya casa vivió cuando estudiaba en la Universidad de Chuquisaca. Este importantísimo documento –finaliza Carlos Ibarguren, comentando aquellas instrucciones dadas por Moreno a Castelli, el 12 de Septiembre de 1810, en nombre del gobierno porteño- está suscripto por todos los miembros de la Junta, con la disidencia del doctor Alberti, sacerdote, cuya letra temblorosa acusa el horror que lo dominaba: “Firmo –dice- los anteriores artículos con exclusión de las penas de sangre”. Castelli cumplió inexorablemente lo que le fuera mandado…”.

Considero inútil y redundante seguir insistiendo aquí en el tema polémico arriba sintetizado. Por ahora al menos (y tal es mi convencida opinión), creo que con lo dicho basta. Huelga cualquier otro comentario al respecto.

*Tomado de Federico Ibarguren. Las etapas de Mayo y el verdadero Moreno. Ed. Theoria. Bs. As. 1963