Don Cornelio Saavedra fue todo un Caballero. Cuando uno toma contacto con las Memorias que escribió para dejar como legado a sus hijos, nos topamos con un mundo de valores y sentimientos que ya no es el nuestro. El sentido del Honor, la Hidalguía, el espíritu de Servicio, la Fidelidad hacia los antepasados, el celo por la Fe recibida, asoman desde las páginas de aquellos textos. En un mundo alterado por los efectos de la Revolución, y al que nuestro personaje –ya en plena madurez- busca de algún modo acomodar parte de sus criterios, la educación recibida, propia del Antiguo Régimen, le “brota por los poros”.
Al comenzar las “Memorias” se refiere a una “palabrita mágica”, de moda ya en los años en los que escribía: democracia. Sabiendo que uno de los fundamentos del sistema democrático es el igualitarismo radical, señala que en toda sociedad, incluso en las democráticas, existe siempre un grupo selecto que se eleva sobre el resto. Resalta que es sobre los méritos personales que se debe fundar dicha preeminencia: “Sea cual fuere el sistema que gobierne las sociedades de hombres civilizados, siempre hay y se observa una cierta distinción entre los individuos que las componen, que forma un cierto orden de jerarquías en ellas (…) Ellas se hacen más sensibles cuando las acompañan servicios particulares, de que ha resultado bienes y honores a la República (…) Esta distinción, consideraciones y premios de servicios efectivos son los que constituyen el verdadero honor de los hombres, sea también cual fuere el sistema que domine en las sociedades”.
No obstante, no deshecha el valor del Honor recibido de los antepasados; honor que se tiene el deber de preservar y comunicar. Por esto, se preocupa por responder a las calumnias que le han levantado sus enemigos, para salvar su buen nombre, y así legárselo sin mácula a sus hijos. Buen nombre recibido, por otra parte, de sus abuelos . Les dice al respecto a sus hijos: “les he legado el honor que heredé de mis abuelos y el que supe adquirir con mis servicios”.
Dada la importancia que atribuye a los méritos personales, se refiere en sus escritos a los trabajos que pasó en favor del Bien Común. La preocupación por la “cosa pública”, y el servicio a la Patria, fueron una constante en la vida del ilustre Patricio. Habiendo desempeñado “los honoríficos empleos del Cabildo de aquel tiempo”, su actuación principal se desarrolló, sin embargo, a partir de su elección como Comandante del Regimiento de Patricios, creado como consecuencia de las Invasiones Inglesas. Su desempeño tuvo, por tanto, un momento descollante desde 1806, y hasta 1810.
La Reconquista y la Defensa de Buenos Aires, que fueron vividas con un verdadero espíritu de Cruzada , dieron un protagonismo fundamental a las nuevas Milicias, en particular a los Patricios. Los hechos políticos que afectaron al Imperio Español como consecuencia de las Invasiones Napoleónicas, y de los sucesos de Bayona, tuvieron hondas repercusiones en Buenos Aires. El cambio de alianzas en la Guerra, y el progresivo desmoronamiento de la Metrópoli, sumados a la creciente rivalidad entre españoles peninsulares y americanos, fue causa de una honda agitación política en la Capital del Virreinato del Plata. En medio de aquellos trastornos, la figura de Saavedra fue ganando un lugar cada vez más trascendente. Cuando en 1809 se produjo un movimiento, integrado en su mayoría por elementos del sector peninsular, tendiente a reemplazar al Virrey Liniers por una Junta, el Jefe de los Patricios se opuso con sus fuerzas a dicho motín, y logró salvar a la autoridad establecida.
La situación cambió al año siguiente, cuando caído todo tipo de Gobierno Legítimo en la Península, nuestro territorio era disputado por el nuevo monarca francés José I Bonaparte, los Organismos Peninsulares creados en los territorios que habían escapado al control francés y que reclamaban a la América una obediencia que no era legítima, nuestros vecinos portugueses, y las asechanzas siempre presentes de los ingleses. En dicha ocasión, dijo el Comandante de los Patricios a Cisneros: “Señor, son muy diversas las épocas del 1 de enero de 1809, y las de mayo de 1810, en que nos hallamos. En aquella existía la España (…) en ésta toda ella, todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto sólo Cádiz y la Isla de León (…) ¿Y qué señor? ¿Cádiz y la Isla de León son España? ¿Este territorio inmenso, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la isla de León? ¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído en Cádiz y la Isla de León que son parte de una provincia de Andalucía? No, señor; no queremos seguir la suerte de la España, ni ser dominados por los Franceses”. Ante tal situación, la mayoría de los sectores peninsulares locales intentó, ahora, sostener al Virrey como medio para continuar ejerciendo ellos una mayor influencia en el Gobierno local. En tanto que la mayor parte del elemento criollo se movilizó en pos del reemplazo del Virrey por una Junta. En dichos acontecimientos tuvo una participación decisiva Don Cornelio Saavedra.
En sus “Memorias” hay una nota muy explícita, que no por el hecho de aparecer en esa condición deja de tener importancia. En efecto, en ella señala que: “Las dos Invasiones Inglesas nos pusieron las armas en las manos para defendernos. Esto ocasionó se avivasen los celos y las rivalidades entre americanos y españoles (…) La invasión de Napoleón a la España (…) la ocupación de casi toda la Península (…) el abandono que experimentamos de aquella Corte (…) Es indudable en mi opinión, que (…) a la ambición de Napoleón y (…) de los Ingleses, en querer ser señores de esta América se debe atribuir la revolución del 25 de mayo de 1810 (…); si esto y mucho más que omito por consultar la brevedad no hubiese acaecido ni sucedido, ¿pudiera habérsenos venido a las manos otra oportunidad (…) (para) reasumir nuestros derechos? Es preciso confesar que no (…) (A aquellos sucesos), y no a algunos presumidos de sabios y doctores que en las reuniones de café y sobre la carpeta, hablaban de ella (de la posibilidad del cambio de gobierno), mas no se decidieron hasta que nos vieron (hablo de mis compañeros y de mí mismo) con las armas en la mano resueltos ya a verificarla”. Es elocuentísimo este pasaje, no deja lugar a dudas: la “Revolución” se debe a la reacción de las fuerzas militares ante la situación reinante, y no a las lucubraciones de ideólogos afiebrados por las nuevas doctrinas esparcidas por la Revolución Francesa.
En un momento sus escritos parecerían justificar el mito gestado por la historiografía liberal acerca de la “máscara de Fernando VII”. En efecto, señala que “por política fue preciso” cubrir a la Junta con el manto del señor Fernando VII”. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que las “Memorias” fueron escritas avanzada la década del 20, cuando ya se conocía el desenlace del Proceso iniciado en Mayo del 10; y así como no era “político” no mencionar al Rey en 1810, tampoco lo era presentar una historia “fernandista” en 1829 (sobre todo a partir de las desmesuras represivas de Fernando con posterioridad a 1814) . Por otra parte, los sentimientos de adhesión al Rey que habían existido en 1810, ya estaban totalmente rotos, y era la Patria nueva, que había comenzado a gestarse en las jornadas mayas, la que reclamaba ahora una profunda fidelidad.
A pesar de lo señalado en el párrafo precedente, el esfuerzo de introspección realizado por Saavedra, nos permiten recrear los sentimientos que agitaban a los corazones de la población en el 10. Y lo que se observa es el carácter profundamente monárquico de aquel pueblo. Señala don Cornelio que muchos, en aquellos días, llevaban sus sentimientos hasta el extremo, considerando al Monarca “dueño y señor de la América, y de las vidas y haciendas de todos sus hijos y habitantes, pues hasta estas calidades atribuían al rey en su fanatismo” .
Los servicios prestados a la Patria a partir de la Revolución significaron, para Saavedra, su ruina personal. El sector radical, representado por el Morenismo, y en particular por Bernardo de Monteagudo se apoderó de la Revolución, y tramó su ruina. Nos dice Enrique Díaz Araujo, al respecto: “Sabido es que el Primer Gobierno Patrio se constituyó basándose en unos arreglos entre los grupos políticos existentes en Buenos Aires (…) Pues (…) uno se esos sectores, el llamado ‘morenista’, se apoderó hegemónicamente de la Revolución, desplazando a los demás y consiguientemente, reemplazando los objetivos institucionales comunes, por unos unilaterales, de corte ideológico sectario.”
Saavedra, hombre maduro y conservador, que contaba con notable apoyo en los sectores populares, se enfrentó a la política del grupo morenista. El movimiento del 5 y 6 de abril de 1811 que le dio un respaldo importante, permitió desplazar de la Junta a los sectores radicalizados. Pero esto significó el comienzo del fin del Comandante de Patricios, ya que vueltos al poder a partir de la instauración del Triunvirato, los seguidores del antiguo Secretario no le perdonarán su anterior desplazamiento: “Los agraviados y sus parciales, se propusieron mi ruina y aún mi exterminio, en venganza del destierro y separación de sus personas del gobierno”. En este contexto comenzó a hacerse fuerte la figura de Bernardo de Monteagudo –radical furibundo, creador de la Sociedad Patriótica, y cuyo influjo ideológico se hará sentir en los meses siguientes- , quien se convirtió en un enemigo particular de Saavedra: “Los papeles públicos de que era autor el doctor Monteagudo no había suceso, ni accidente alguno desagradable, en que no me lo atribuyese como autor del 5 y 6 de abril”.
Más allá de todas las vicisitudes de su vida, podemos concluir que a lo largo de su actuación pública don Cornelio Saavedra se comportó como un verdadero Patriota y un buen cristiano, teniendo siempre en cuenta el Bien Común y no vanas ocurrencias ideológicas. Son justamente sentimientos cristianos los que brotan al fin a de las páginas que estamos analizando, escritas en 1829: “Muchos años ha que he perdonado a mis enemigos y perseguidores, porque así me lo manda la santa religión que profeso”. El Padre Cayetano Bruno se refiere al Testamento del Prócer, testigo de su la muerte cristiana: “En nombre de Dios Todopoderoso y de María Santísima, Madre de Nuestro Señor Jesucristo (...) Primeramente, que mi religión es la Católica Apostólica Romana, y que creo y confieso el misterio de la Santísima Trinidad, esto es, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero (...) Asimismo creo en la Encarnación del Hijo de Dios en las purísimas entrañas de María Santísima (...) Creo que el mismo Jesucristo dejó al apóstol San Pedro y sus legítimos sucesores por su vicario (...) Creo en el Santísimo Sacramento del Altar...”
Como conclusión de todo lo expresado podemos decir que don Cornelio fue:
- Un hombre de estirpe,
- Un caballero,
- Un hombre ocupado, y preocupado, por la Cosa Pública y por el Bien Común,
- Un hombre caído en desgracia a causa de las desviaciones de ideólogos inescrupulosos,
- Un auténtico cristiano.
Lic. Javier Ruffino