Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en una casona familiar, el 3 de junio de 1770, en la calle de Santo Domingo (actual avenida Belgrano 430) de la ciudad de Buenos Aires, a pocos metros del convento de Santo Domingo, en la misma vivienda donde también falleció. Fue el cuarto hijo de trece hermanos. Su madre, Josefa González Caseros, era criolla y su padre, Domingo Belgrano y Peri, un comerciante italiano emigrado a Cádiz y luego a América.
En Buenos Aires cursó las primeras letras. Alumno del Real Colegio de San Carlos, es iniciado en latín, filosofía, lógica, física, metafísica y literatura. Antes de cumplir la edad de l6 años, sus padres deciden que complete sus estudios en España, a donde viaja en compañía de su hermano Francisco. Manuel Belgrano estudia en la Universidad de Salamanca.
Recibe la influencia de la Ilustración Española, que se diferencia de la francesa, ya que no deja de lado la religión y respeta la figura del monarca. Sus ideales tomaron los principios de la Ilustración Española, y siendo Belgrano profundamente católico promovía el estudio del catecismo en las escuelas.
Algunos consideraron a Manuel Belgrano un afeminado, suposición muy alejada de la verdad. Belgrano conoció muchas mujeres en su vida, tanto en España durante su juventud y luego en la alta sociedad del Buenos Aires colonial. Se dedicó a la emancipación del país con entusiasmo, pero esto no fue impedimento para que continuara teniendo amigas. El rumor, todavía vigente, acerca de su afeminamiento surge por su carácter amable, sensible, fino y delicado; contando también con el tono aflautado de su voz. A raíz de esta voz, se suscitó su enemistad con Manuel Dorrego.
Incidió también su profunda fe católica, que lo llevó a imponer en sus tropas una disciplina espartana.
En su ejército, se acaban los bailes, las mujeres y las barajas. Por las noches, irrumpe en los cuarteles para sorprender a oficiales desobedientes. Despectivamente, lo llamaban Bomberito de la Patria. Mitre le reprocha la disciplina monástica, excesiva, que imponía a su tropa. Había prácticas religiosas continuas, y ejercía una severidad extrema, aún respecto de la vida privada de los oficiales. En este proceder, además de su gran catolicismo, lo guiaba el espectáculo desagradable que habían ofrecido sus oficiales y los capellanes del ejército.
Su más grande amor fue una niña de 15 años que conoció en Tucumán. Era María de los Dolores Helguero. Pasaron los años, y a mediados de 1816, Dolores ya tenía 19 años, y era una hermosa tucumana de buena familia. El general, que tenía 46 años, se enamoró de ella, y fue correspondido en su amor. A lo largo de dos años no dejaron de verse, y fueron el comentario social. Como dice Fray Jacinto Carrasco: ‘Su conducta fue siempre clara y recta. Por eso, cuando vio que nacía en su corazón ese amor por la joven tucumana, y su conciencia no le permitía llegar a ella sino por el matrimonio, resolvió casarse con Dolores; y se hubiera casado, si la fatalidad no se hubiera interpuesto en el camino’.
En efecto, finalizando 1818, Belgrano recibió órdenes del gobierno de marchar rumbo al sur. Pero el 4 de mayo de 1819, nace Manuela Mónica del Sagrado Corazón, y entonces Dolores por orden de sus padres, se casa con un catamarqueño de apellido Rivas. Cuando Rondeau le autoriza a dejar su cargo para poder atender su salud, que empeoraba cada día, parte rumbo a Tucumán, adonde llega en noviembre de 1819. Dolores, apenas enterada de la llegada del general, corrió a su lado, y junto a su hijita, hizo más llevadero el sufrimiento por el que pasaba Belgrano. El marido de Dolores se había trasladado a Bolivia, y Belgrano continuamente averiguaba si aún estaba con vida, porque él quería cumplir su promesa y contraer nupcias con Dolores. Pero, a causa de su enfermedad, partió a Buenos Aires en un viaje sin retorno.
El proceso de instauración de una falsa separación entre lo natural y lo sobrenatural, entre la Fe y la razón, entre la Religión y la vida diaria, que asolaba a toda la cristiandad, no tenía como excepción a Buenos Aires. Pero aquí resistían la descristianización dos pilares aún no bien estudiados. ¿Que sería de nuestra Argentina sin la acendrada devoción que afortunadamente en estas tierras se tiene por la Santísima Virgen?
Y aquí podemos observar algunas contradicciones en la vida de Belgrano: reparte escapularios, le recomienda a San Martín la preservación de las tradiciones católicas y del respeto a la religión, pero participa de logias y hasta las organiza.
El general Belgrano funda la Logia Argentina de la ciudad de Tucumán, denominada posteriormente Unidad Argentina y que trabajó con Carta Constitutiva otorgada por la Masonería de Nueva Granada. Funcionó entre los oficiales del Ejército del Norte que él comandaba.
Acerca de esas Logias se ha entablado una polémica, más de una vez apasionada, sobre si eran o no masónicas. Los que les negaron tal carácter sostienen que ‘aparte del formulismo masónico esas agrupaciones tenían fines patrióticos y que sus componentes eran profundamente católicos’.
“El masón argentino, Martín Lazcano -de antigua y activa militancia en la institución-, afirma que todas las asociaciones políticas y secretas que fueron apareciendo en nuestro escenario patrio, después de 1806 hasta 1856, no fueron masónicas sino político-revolucionarias de carácter meramente profano; si bien empleaban en su régimen interno y en su acción externa modalidades masónicas, y pudieron contar con algunos masones emboscados entre sus miembros.” [1]
Manda acuñar una medalla para conmemorar la batalla de Tucumán. En el anverso se lee: Victoria del 24 de setiembre de 1812, en derredor: Bajo la protección de Nuestra Señora de Mercedes, Generala del ejército. En el reverso: Tucumán, sepulcro de la tiranía.
Proclamación de la Virgen de las Mercedes Generala del ejército
El título de Generala es invención de Belgrano, mérito todo suyo, con el que entendió reconocer que la victoria de Tucumán se debía a su maternal patrocinio.
‘El piadoso jefe -dirá un mes después el vicario foráneo de Tucumán, padre José Agustín Molina, en público sermón, estando presentes Belgrano y los jefes de la tropa- atribuye al cielo toda la gloria… ¡Cuán grato no es figurárnoslo, cediendo voluntariamente a la Madre de Dios todo el honor de la victoria, y por un acto auténtico confesar (yo se lo he oído más de una vez) que a María y no a él debe reconocerse deudora la patria de su salvación!’[2]
Existe una Memoria del militar don Juan Pardo de Zela, hecha de público dominio en 1964 por el Boletín de la Academia Nacional de la Historia.[3]
Pardo de Zela, oficial entonces y guerrero en las acciones así de Huaqui como de Tucumán y Salta, expuso con llaneza lo que había visto personalmente, cuando se disponía al ataque de las tropas de Tristán:
Formó el ejército en línea de batalla con ‘un horizonte despejado y limpio de nubes… En esto una pequeña nube se descubre en el cielo en figura piramidal, sostenida por una base que parecía sostener una efigie de la imagen de Nuestra Señora.
‘Era día en que se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de la Merced; y cada soldado creyó ver en la indicada nube la redentora de sus fatigas v privaciones; cuya ilusión, aumentándose progresivamente, daba más fortaleza a nuestra Pequeña línea, va enfrentada con la del enemigo…’
Acaso se diese una ilusión óptica, lo que no hubo de cierto ilusión, en el convencimiento general de que el triunfo se debía a Nuestra Señora, dadas las circunstancias por demás imprevistas con que se había decidido.
El padre Molina, en el citado discurso, expresaba sin embozo que la victoria era efecto de una ‘especialísima (permitidme que añada) milagrosa asistencia’ de María. ‘Yo entiendo -agregaba luego- que todo el mundo está ya persuadido que este beneficio no nos ha venido sino de lo alto.’
Un año después, el 30 de agosto 1813, el Cabildo secular de Tucumán escribía al gobierno de Buenos Aires:
“Se ha sensibilizado el amparo y auxilio de la Santísima Virgen Nuestra Señora de Mercedes en favor de nuestra sagrada causa”
Entre los protagonistas de la batalla figuró el futuro general José María Paz, que tan valiosos recuerdos ha conservado de ella en sus Memorias póstumas. El 24 de septiembre de 1820, ocho años después, conmemorando en una orden la victoria de ese mismo ejército acantonado en Tucumán, daba esta consigna:
‘Recordad también que esta brillante victoria se consiguió mediante la Generala y Patrona del ejército, y que hoy es el día destinado a su celebridad.’[4]
También participó en la batalla el cordobés Mariano Benites; quien el 5 de julio de 1813 escribía al gobierno:
‘En la memorable batalla de Tucumán de 24 de setiembre próximo pasado, fui de los primeros que acometieron con denuedo…, [y] me contraje con ardor y entusiasmo a perseguirlos y derrotarlos, como lo conseguimos bajo los auspicios de Nuestra Señora de Mercedes.’[5]
Lo extraño es que también doña Felipa Zavaleta de Corvalán, contemporánea de la batalla, trajo en sus Recuerdos familiares, igual referencia: ‘Los mismos prisioneros enemigos decían que a la hora de la acción en la línea del ejército tucumano, vieron una Señora vestida de blanco y que les batía el manto sobre los españoles… Se cree que esta Señora fue Nuestra Madre de Mercedes’ [6]
Testigo de excepción, si bien de oídas simplemente, fue don Marcelino de la Rosa. Conversó don Marcelino con muchos de los que participaron en la batalla. Oyó todo lo que pudo oír para conservarlo en sus Tradiciones históricas. Y llegó a esta conclusión:
El resultado de la batalla de Tucumán ‘fue debido en su mayor parte a un cúmulo de hechos providenciales, y no a combinaciones militares; por lo que el pueblo lo atribuyó a milagro de la Virgen de Mercedes, porque tuvo lugar el día de su festividad’.[7]
Guarda, en fin, mucha significación que un hombre tan escasamente provisto de ideas religiosas como fue Bernardo de Monteagudo, se viese en la necesidad de reconocer el 29 de octubre de 1812, hablando a la Sociedad Patriótica y Literaria, que la victoria de Tucumán se había conseguido ‘por una especial providencia del Eterno’ [8]
La coincidencia de la batalla con el 24 de septiembre, había impedido la festividad, que se postergó al siguiente mes.
Por bando dispuso el General su preparación con un suntuoso novenario y tres días de iluminación y regocijos populares.
Las celebraciones tuvieron un excelente cronista en el testigo José María Paz y susMemorias póstumas.
La misa del domingo 27 de octubre alcanzó el digno aparato de las ceremonias litúrgicas. A ella -cuenta Paz- ‘asistió el General y todos los oficiales del ejército. Predicó el doctor don [José] Agustín Molina (obispo después)’.
Celebróse la procesión en la tarde del otro día, fiesta de los santos patronos de Tucumán.
La concurrencia fue ‘numerosa, y además, asistió la oficialidad y tropa, sin armas, fuera de la pequeña escolta que es de costumbre’. Entraba en el itinerario el campo de batalla,‘donde aún no había acabado de borrarse la sangre que lo había enrojecido’ el mes anterior.
El general Belgrano seguía devotamente tras las andas de la Virgen.
Un episodio vino a dar mayor realce a la ceremonia. Cuando ya marchaba la procesión y antes que desembocase en el campo de las Carreras, entraron en la ciudad los hombres de Díaz Vélez salidos en persecución de Tristán. Su llegada debió de producir natural regocijo.
El General, sin hacer atención del uniforme de campaña que traían, Y del cansancio consiguiente al trajín de aquellas jornadas, ‘ordenó -según la relación de Paz- que a caballo, llenos de sudor y polvo, como venían, siguiesen en columna atrás de la procesión; con lo que se aumentó considerablemente la comitiva y la solemnidad de aquel acto’
A todo esto la piadosa columna desembocaba en el campo de las Carreras.
Sigue con su narración nuestro cronista:
“Repentinamente el General deja su puesto, y se dirige solo hacia las andas donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General; quien, haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda el cordón, en las de la imagen de Mercedes. Hecho esto, vuelven los conductores a levantar las andas, y la procesión continúa majestuosamente su carrera.’ [9]
Concluía Paz:
‘La conmoción fue entonces universal. Hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar al menos yo no me encuentro capaz de ello. Si hubo allí espíritus fuertes que ridiculizaron aquel acto, no se atrevieron a sacar la cabeza.’
Otro dato acerca de su catolicismo es su última voluntad, expresada en su testamento:
Testamento del Gral. Don Manuel Belgrano
‘En el nombre de Dios y con su santa gracia amén. Sea notorio como yo, Dn. Manuel Belgrano, natural de esta ciudad, brigadier de los ejércitos de las Provincias Unidas de Sud America, hijo legítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri, y Da. María Josefa González, difuntos: estando enfermo de la (enfermedad) que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento, creyendo ante todas las cosas como firmemente creo en el alto misterio de la Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espiritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios y sacramentos que tiene, cree y enseña nuestra Santa madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya verdadera fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como católico y fiel cristiano que soy, tomando por mi intercesora y abogada a la Serenísima Reina de los Ángeles María Santísima, madre de Dios y Señora nuestra y devoción y demás de la corte celestial, bajo de cuya protección y divino auxilio otorgo mi testamento en la forma siguiente:
‘1ª Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado, y cuando su Divina majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea.
‘2ª Item, ordeno se dé a las mandas forzosas y acostumbradas a dos reales con las que separo mis bienes.
‘3ª Item, declaro: Que soy de estado soltero, y que no tengo ascendiente ni descendiente.
‘4ª Item, declaro: Que debo a Dn. Manuel de Aguirre, vecino de esta ciudad, dieciocho onzas de oro sellado, y al Estado seiscientos pesos, que se compensarán en el ajuste de mi cuenta de sueldos, y de veinticuatro onzas que ordeno se cobre por mi albacea, y preste en el Paraguay al Dr. Dn. Vicente Anastasio de Echeverría, para la compra de una mulata – Cuarenta onzas de que me es deudor el brigadier Dn. Cornelio Saavedra, por una sillería que le presté cuando lo hicieron Director; dieciséis onzas que suplí para la Fiesta del Agrifoni en el Fuerte, y otras varias datas; tres mil pesos que me debe mi sobrino Dn. Julián Espinosa por varios suplementos que le he hecho.
‘5ª Para guardar, cumplir y ejecutar este mi testamento, nombró por mi albacea a mi legítimo hermano el Dor. D. Domingo Estanislao Belgrano, dignidad de chantre de la Santa Iglesia Catedral, al cual respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todas mis acciones y Dros. Presentes y futuros. Por el presente revoco y anulo todos los demás testamentos, codicilos, poderes para testar, memorias, u otra cualesquiera otra disposición testamentaria que antes de ésta haya hecho u otorgado por escrito de palabra, o en otra forma para que nada valga, ni haga fe en juicio, ni fuera de él excepto este testamento en que declaro ser en todo cumplida mi última voluntad en la vía y forma que más haya lugar en Dro. En cuyo testimonio lo otorgo así ante el infrascrito escribano público del número de esta ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires, a veinticinco de mayo de mil ochocientos veinte. Y el otorgante a quien yo dho. Escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Dn. Juan Pablo Sáenz Valiente, y Dn. Manuel Díaz, vecinos. M, Belgrano (firma). Narciso de Iranzuaga (firma) Escribano Público.’
Prof. Carlos Alberto López
[1] (Cit. Por el P. Fuentes en El teólogo responde, del 16 de Julio de 2006)
[2] ADOLFO P. CARRANZA: El clero argentino de 1810 a 1830, T. I: Oraciones patrióticas, Bs. As., 1907, p. 33.
[3] Bs. As., 36, 1ª Sección, (1964) p. 406.
[4] Museo MITRE, Documentos del Archivo de Belgrano, VI, 687.
[5] ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Bs. As., X-3, 10, 6.
[6] Recogió el dato el P. JOAQUÍN TULA, Discursos y escritos conmemorativos, Tucumán, 1915, p. 200.
[7] Publicadas dichas Tradiciones históricas en apéndice a las Memorias del general Gregorio Aráoz de La Madrid, t. I, Bs. As., 1895, p. 576.
[8] 1 El Grito del Sud, Bs. As., martes 10.XI.1812, t. I, n. 18, p. 141.
[9] JOSÉ MARÍA PAZ, Memorias póstumas, parte, ed. Anaconda, s/f., 62-63. Doña María Pondal de Iramáin cita también esta ceremonia que oyó contar a su madre, testigo ocular:‘Pasados treinta días del triunfo, se realizó una procesión, y allí Belgrano colocó a la imagen que existe la Merced el bastón que él usaba, hasta que más tarde le regaló a la misma el bastón de marfil que hoy existe en Merced’ (J. TULA, Ib., 258). Es de advertir que Paz junta misa, procesión y vuelta de Díaz Vélez, todo en el mismo día. Pero caso es que el P. Molina data su sermón la mañana del 27 de octubre, al paso que Belgrano pone la vuelta de Díaz Vélez la noche del 28′ (ARCHIVO GENERAL DE NACIÓN, Bs. As., X-3, 10, 4). La dificultad se resuelve admitiendo que la misa fue domingo 27, y la procesión por la tarde del 28, fiesta de los santos Simón y Judas, patronos de la ciudad. Así lo afirma P. Diego León Villafañe, en carta fechada en Tucumán el 9.XI.1812: ‘Se ha hecho y celebrado un novenario a Nuestra Señora de Mercedes en su iglesia, y después su misa solemne de acción de gracias, con sermón, que predicó el Dr. Molina, con asistencia de la ciudad y del general Belgrano. El día 28, día de los santos apóstoles Simón y Judas, salió la procesión con las estatuas de dichos Santos, de Nuestra Señora de Mercedes, y de San Miguel Arcángel, y se enderezaron al campo de las Carreras, que es al poniente de la ciudad y lugar de la victoria. Hubo sus ceremonias, y el general Belgrano entregó el bastón a la Santísima Virgen. Acciones todas muy religiosas y cristianas, que le hacen a Belgrano más honor que ningunas otras’ (GUILLERMO FURLONG, Diego León Villafañe y su ‘Batalla de Tucumán’ [1812], Bs. As., 1962, p. 99). Es fácil que se confundiese Paz, escribiendo sus Memorias -según propia referencia ‘más de treinta y seis años’ después de estos sucesos (Ib., 23), que no Villafañe, cuya carta está fechada en Tucumán doce días después de la ceremonia.