El revisionismo histórico argentino ha realizado una labor científica, hondamente patriótica, en favor de la verdadera historia argentina. Todos los años se publican libros y folletos que destruyen la leyenda negra difundida por los historiadores liberales, heterodoxos todos ellos, y que por su misma heterodoxia combatieron desde las logias y luego desde el gobierno lo más profundo del ser tradicional argentino, para desarraigar nuestras antiguas y nobles costumbres, nuestras ideas y sentimientos esenciales católicos.
Y esta labor revisionista, que se ha intensificado hace algo menos de treinta años a esta parte, y que se desarrolla en la cátedra, en el libro, en periódicos y conferencias por todo el país, continúa la obra que a fines del siglo pasado inició con su Historia de la Confederación Argentina Adolfo Saldías, y luego, en su libro intitulado La época de Rosas, Ernesto Quesada.
El período más intenso, de más grandeza que da la verdadera razón de nuestra nacionalidad fue y es negado hasta hoy por los historiadores liberales, que se copian unos a otros en su deleznable tarea de difundir una historia falsificada.
De esta manera la investigación histórica se estanca y pierde total vitalidad. ¿Y qué podríamos decir de los textos de historia argentina destinados a los establecimiento de segunda enseñanza?.
Hemos leídos los aprobados por el Ministerio de Educación en esta asignatura, y en todos, salvo alguna rara excepción, no sólo encontramos los absurdos más grotescos respecto a la época de Rosas, sino que surge enseguida, en volúmenes destinados a los jóvenes, exacerbado, el antiguo odio de unitarios y liberales a la política rosista.
Habría que añadir, además, que la falsificación de la historia no se reduce a estos textos escolares al período en que gobernó Juan Manuel de Rosas; los siglos de la dominación española han sido también falseados, como asimismo todo aquello que de algún modo nos define como nación esencialmente católica e hispánica.
Frente a una enseñanza oficial de la historia argentina que es perniciosa para la formación de los jóvenes, a quienes se les debe explicar solamente la verdad, justipreciamos la intensa obra de los historiadores revisionistas, que en la cátedra y el libro están demostrando dónde están los verdaderos y los falsos próceres, riñendo una batalla que ya ha sido ganada, porque el fraude histórico inventados por los vencedores de Caseros y Pavón no resiste la fuerza incontrastable de la verdad histórica.
Y es con ese espíritu de justicia que revelan los historiadores revisionistas que Alberto Ezcurra Medrano publica la segunda edición de su libro Las otras Tablas de Sangre, libro magnífico, claramente escrito, de alta polémica, totalmente documentado, que tiene la ventaja sobre el de su antagonista, el del lamentable e infelicísimo Rivera Indarte, de que no inventa ni fantasea ni agrega adjetivos insultantes ni comentarios malévolos, sino que expone los hechos para que el lector juzgue, valiéndose muchas veces de los mismos historiadores liberales para demostrar cómo los unitarios, con sus olas de crímenes, de degollaciones, de fusilamientos a granel, superaron las atrocidades y desafueros de los enemigos de la “civilización.”
El mérito de este volumen reside precisamente en su valor científico, que destruye la leyenda unitaria, construida sobre la propaganda periodística, el libelo de Rivera Indarte y ese otro, en forma de novela, de José Mármol.
Las otras Tablas de Sangre Las otras Tablas de Sangre constituyen un documento incontrovertible y se advierte en él la verdadera objetividad histórica, que es la que tiene el sentido de justicia. Esta obra ha sido completada durante largos años de paciente tarea investigadora, formando así un volumen que supera extraordinariamente al que conocíamos por la primera edición.
Todo lo que la historia liberal ha callado, aquello que permanecía oculto en documentos y libros, ha sido reunido por Ezcurra Medrano en su búsqueda de la verdad, con afán de historiador, sobreponiéndose al espíritu de partido o de bandería.
Es curioso observar cómo el sectarismo liberal, en su anhelo de trastocarlo todo con fines de sectarismo político, no se le ocurrió advertir que la falsificación de la historia en la forma grosera en que lo hicieron no podía persistir indefinidamente, ya que, frente a los crímenes que se atribuyen a Rosas, las atrocidades del terror celeste -a pesar de la destrucción de documentos que hicieron los unitarios- son tan evidentes, que sólo el odio, la ceguera y la mala fe de varias generaciones de gobernantes liberales han podido ocultarlas.
Y con este sistema de criminal ocultación han padecido también hechos gloriosos, acontecimientos de la época rosista, como la lucha por la soberanía argentina contra Francia e Inglaterra, ocultación que revela el grave delito de traición contra la patria y el espíritu de los argentinos.
El proceso del terror celeste, desde Rivadavia hasta Sarmiento, está relatado por Ezcurra Medrano. Los fusilamientos en masa e individuales mandados a ejecutar por órdenes de Lavalle, Lamadrid, Paz, Mitre, Sarmiento y los demás jefes unitarios, son incontables. Pero la guerra civil, provocada por los unitarios en unión con los extranjeros, suscitadora de los odios más enconados y las venganzas más cruentas, continuó después de la caída de Rosas, y el terror liberal que reemplazó al unitario pudo proseguir con sus asesinatos y degollaciones, hasta que el triunfo definitivo de la heterodoxia, encarnada en figuras masónicas como Mitre y Sarmiento, inició la era de un crudo y persistente materialismo.
El régimen de terror, anterior y posterior al gobierno de Rosas, ha sido estudiado por Ezcurra Medrano, atestiguándolo con hechos concretos.
En cuanto a los procedimientos que utilizaban los unitarios para matar a sus enemigos, nadie ignora que Lavalle y Lamadrid cumplían al pie de la letra lo que exaltaban en su furor de degolladores; aconsejaban o daban órdenes de lancear o de degollar sin perdonar a nadie.
Lavalle, en 1839, consigna Ezcurra Medrano, en su proclama dirigida a los correntinos decía refiriéndose a los federales:
“Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad.”
No hay jefe unitario que utilice otros procedimientos frente a los federales. Era una lucha sin cuartel, y nadie lo daba.
El culto y civilizado Paz no se quedaba corto en las matanzas y ejecuciones de prisioneros. He aquí una descripción de lo que el general Paz llamaba actos de severidad:
“Los prisioneros son colgados de los árboles y lanceados simultáneamente por el pecho y por la espalda...A algunos les arrancan los ojos o les cortan las manos. En San Roque le arrancan la lengua al comandante Navarro. A un vecino de Pocho, don Rufino Romero, le hacen cavar su propia fosa antes de ultimarlo, hazaña que se repite con otros. Algunos departamentos de la Sierra son diezmados. Por orden, si no del general, de algunos de sus lugartenientes, ciertos desalmados, como Vázquez Nova, apodado Corta Orejas, el Zurdo y el Corta Cabezas Campos Altamirano, lancean a los vecinos de los pueblos, en grupos hasta de cincuenta personas.” “Los coroneles Lira, Molina y Cáceres rindieron la vida entre suplicios atroces. Sus cadáveres despedazados fueron exhibidos en los campos de Córdoba y expuestos insepultos.”
Como dijimos, el jacobinismo liberal continuó después de la caída de Rosas y durante todo el siglo XIX su política de crueldades inauditas, degollando prisioneros, exterminando a los vencidos donde quiera que se encontrasen, mandando asesinar a los gobernadores que no obedecían a la política central.
El libro que comentamos será sumamente útil a la juventud argentina. Todo él da una idea clara de lo que fue el terror celeste a lo largo de la centuria decimonovena.
Necesitábamos esta segunda edición, completa con nuevos aportes indubitables, y donde se prueba a una vez más el talento de investigador de Alberto Ezcurra Medrano, que huye de lo farragoso para buscar la síntesis, y, sobre todo, su honradez y el espíritu de justicia que definen su obra.
Alfredo Tarruella
(*) Prólogo de libro “Las otras tablas de sangre”, de Alfredo Ezcurra Medrano. Edic.1952.