miércoles, 27 de mayo de 2020

Libro 1492: Fin de la Barbarie. Comienzo de la Civilización en América

Por: Cristián Rodrigo Iturralde

        El libro 1492: fin de la barbarie y comienzo de la civilización en América (tomo I) fue publicado en agosto de 2014 por Ediciones Buen Combate, y presentado ese mismo mes en el Colegio Público de Abogados de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Antonio Caponnetto, conjuntamente con el autor, Cristián Rodrigo Iturralde. Meses después, en ocasión al Dia de la Hispanidad, fue presentado por el Dr. Carlos Pesado Palmieri en el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en CABA, y luego en la localidad de Remedios de Escalada. El libro fue prologado por el Dr. Hugo Verdera. El libro ha sido vendido en todo Argentina y también en el exterior, y puede encontrarse en algunas de las grandes librerías de Buenos Aires, como Yenny.

Los primeros dos tomos del libro narran la situación en la que se encontraban los diversos pueblos precolombinos antes de la llegada de los españoles; señalando, entre otras cosas, la existencia de regimenes totalitarios, esclavismo, pueblos arrollados por las clases dirigentes, de guerras constantes, sacrificios humanos masivos, actos de canibalismo generalizado, etc.

        Para este trabajo, el autor se nutrió particularmente de autores indígenas, de recientes investigaciones, como así también de las crónicas de la época. Recientemente, ha visitado México a fin de poder traer nueva documentación, cual será añadida a una segunda edición del mismo.
Está previsto para el 2015 publicar el segundo tomo de la obra, y para el 2016, la tercera y última parte, dedicada exclusivamente al período español.

Prólogo del Autor

La cuestión de la conquista de América sigue siendo, indudablemente, un tema de actualidad. Para unos, su valoración negativa resulta indispensable para apoyar y justificar abiertamente la causa separatista del indigenismo vernáculo, y a la vez, desentender al continente de su filiación hispana y católica hasta hacer su causa antipática; con el claro objeto de someterlo, cual bastardo, a la dictadura del relativismo moral y religioso propuesto por los mandamás del Novus Ordo Seclorum. Para otros, en cambio, la rememoración de la pacificación americana constituye la última gran empresa del hombre medieval, cristo céntrico y moralista, totalmente contrario al espíritu eminentemente utilitarista propuesto por el renacimiento italiano del siglo XV, racionalista y antropocéntrico; del cual estuvieron imbuidos ingleses, franceses y holandeses -entre los principales- para sus conquistas; donde el valor de una región se medía de acuerdo a los recursos y beneficios materiales que de ella pudieran extraerse.

Entendemos que la intervención de España y la Iglesia en América supusieron la liberación del continente; rompiendo las pesadas cadenas de la mayoría oprimida por los grandes imperios y la tiranía de sanguinarios ídolos. Numerosos son los estudios sobre la acción de ejemplar civilización acometida por España, los pontífices y los misioneros, siendo particularmente digna de mención a este propósito las leyes indianas y su posterior codificación; legislación única y revolucionaria en su época que, entre otras cosas, abrazaba a los nativos de aquellas tierras como vasallos directos de la Corona, con los mismos o más derechos que los europeos; siendo casi todas sus instituciones y costumbres respetadas, menos, claro está, aquellas bárbaras, contra natura, como las del canibalismo y los sacrificios humanos. Es harto claro que la civilización cristiana resultó, primeramente, un beneficio a los mismos indígenas -como ellos mismos lo entendieron prontamente-; hecho demostrado en la cantidad de pueblos aborígenes que abrazaron como suya la causa, luchando codo a codo con los conquistadores españoles contra sus sojuzgadores.

Existen, afortunadamente, numerosas obras acerca de esta realidad, resultando de particular interés aquellas de don Vicente Sierra, Guillermo Furlong, Cayetano Bruno, Díaz Araujo, Héctor Petrocelli y Antonio Caponnetto, por mencionar unos pocos autores de fuste de nuestro país.

No obstante, creemos que para poder apreciar verdaderamente, en toda su magnitud, la obra española -que tan bien relatan los citados autores-, debemos necesariamente adentrarnos de una forma más o menos pormenorizada en los hechos anteriores a 1492, o sea: observar con detenimiento la situación en la que se encontraban los pueblos precolombinos. Es éste el motivo que nos llevó a investigar la América prehispánica. Solo así podremos entender la verdadera significación y extensión de la incursión española en el continente.

En esta primera entrega de la obra, concerniente al período precolombino, procuraremos adentrarnos en las profundidades de aquel Nuevo Mundo, como denominaron los hombres de su tiempo a las Indias Occidentales.

No es tarea sencilla, por cierto. Pues no tratamos aquí con una o dos culturas particulares, sino con cientos de estas; muchas veces radicalmente disímiles; enfrentadas y/o envueltas en encarnizadas e interminables guerras, batallas, vendettas. No puede entonces, generalizarse en torno a esta materia o atribuir a unos pueblos cosas que fueron propios de otros. Algunas de estas sociedades fueron más complejas que otras. Algunas tuvieron algún grado de desarrollo técnico y sentido de justicia, otras vivían en la barbarie total; algunas convivían en asentamientos urbanos sometidos al déspota de turno, otras vivían en las montañas, bosques o selvas, librados a su suerte, y así podríamos seguir ad infinitum.

Naturalmente, por razones lógicas de espacio y tiempo, no podremos detenernos en cada una de estas culturas, por lo que optaremos -a fuer de hacer la obra lo más didáctica y dinámica posible- en centraremos en los elementos que todas ellos tuvieron de común: lo primitivo; llámese guerra, desesperanza, excesos, superstición, etc.

Haremos especial paréntesis en los pueblos más importantes del continente, como los incas, mayas y aztecas, aunque sin dejar de lado completamente a otros pueblos ajenos a la influencia de éstos, como los caribes, guaraníes, chibchas, charrúas o araucanos, entre otros. Iremos penetrando, gradualmente, en el modus vivendi de aquellas sociedades que vivían, mayormente, divididas entre ricos y pobres, sumisos y opresores, nobles y plebeyos. ¿Cuáles eran sus creencias y costumbres, vicios y virtudes, yerros y aciertos, leyes –cuando las tenían-?

Para aquellos desprevenidos, tal vez sea conveniente ponerlos en aviso, desde este mismísimo instante, que la América prehispánica que creen conocer, no es tal. No busquen en este ensayo una América atiborrada de rimbombantes colores –como sugieren los estandartes indigenistas-, pues no los hallaran. Aquella fantasía roussionana, como llamaba Alberto Caturelli al ficticio paraíso terrenal que imaginaron algunos historiadores, no existió jamás. Un autor insospechado, como el antropólogo Marvin Harris, refiriéndose principalmente a los aztecas, se ve forzado a reconocer que:

En ningún otro lugar del mundo se había desarrollado una religión patrocinada por el estado, cuyo arte, arquitectura y ritual estuvieran tan profundamente dominados por la violencia, la corrupción, la muerte y la enfermedad. En ningún otro sitio los muros y las plazas de los grandes templos y palacios estaban reservados para una exhibición tan concentrada de mandíbulas, colmillos, manos, garras, huesos y cráneos boquiabiertos

Empero, podemos prometer luz, mucha luz sobre estas páginas; que jamás es suficiente cuando su beneficiaria es la verdad histórica. Y para ello nos valdremos de toda la documentación y evidencia disponible hasta la fecha, sin desdeñar ninguna por cuestiones de simpatía o afinidad. Así, recurriremos no solo a las crónicas de los conquistadores y misioneros, sino a las mismas fuentes indígenas -códices, iconografía, memoriales- y a la evidencia científica dispuesta por la arqueología y la antropología –que no hace más que confirmar cuanto dijeron los primeros cronistas americanos-.

El nombre que hemos elegido para intitular esta primera parte es políticamente incorrecto, lo sabemos. Pero… ¿Cómo llamar a aquellas culturas -que no civilizaciones- que declaraban nulo el valor de la vida y la dignidad humana, ejecutando y torturando incluso a niños?

La Historia de la América precolombina es, en general, una historia triste, gris, de sufrimiento, viciada de indecibles torturas, de agobiantes guerras e intrigas, de costumbres contra natura, de canibalismo, de sumisión, de superstición, de desesperanza, de despotismo…, que hará recordar no pocas veces a la barbarie y utilitarismo de los regímenes comunistas y de las potencias democráticas aliadas nacidas al calor de la II gran guerra. No obstante, será el lector quien juzgará.

Antes de terminar esta notícula introductoria, debemos señalar que a pesar de haber constituido la brutalidad, en menor o mayor escala, una característica propia y generalizada en casi todos los pueblos del continente, no haríamos justicia a la verdad si dejásemos de mencionar la valentía en grado heroico y honorabilidad de la que usaron no pocos soldados y principales indígenas, principalmente entre tlaxcaltecas, totonecas y texcocanos, combatiendo con denuedo el yugo opresor e imperialista de los aztecas y de distintos dictadores aliados o anteriores a estos. Encontramos numerosos y conmovedores relatos de lealtad y desinteresado arrojo entre españoles e indígenas, donde unos salvaban la vida de los otros y viceversa, incluido algunos casos memorables como aquel donde un tlaxcalteca, y luego un texcocano, salvaron la vida del mismísimo gran capitán Cortes. La acción libertadora de España y los misioneros no se vió privada de suntuosos y generosos gestos de reciprocidad por parte de los indígenas aliados a la causa de la libertad y de la Civitas Dei católica.




domingo, 17 de mayo de 2020

SAN MARTÍN Y LA MASONERÍA


Por Mario Meneghini (*)

En esta ocasión, me parece oportuno hacer algunas reflexiones sobre nuestro héroe, el Gral. Jose de San Martin,  puesto que debemos procurar que su actuación sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que, “la historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad” (Font Ezcurra).

En momentos de honda crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se afiance en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos años han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer la personalidad y la obra de los próceres, sembrando confusión y desaliento.

En realidad, el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás en el tiempo. Recordemos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro El crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades del comercio británico”. Por cierto que no presenta evidencia alguna, y en cambio se conoce una comunicación de Manuel Castilla, que era el agente inglés en Buenos Aires, dirigida al Cónsul Staples, el 13-8-1812, con motivo del arribo de la fragata Canning, en la que viajó San Martín desde Londres. Allí destaca la llegada de varios militares, y agrega: “Está también un coronel San Martín…de quien…no tengo la menor duda está al servicio de Francia y es un enemigo de los intereses británicos”.

En cambio, un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.

Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos de interpretar la  realidad, diametralmente opuestos:

1) el primer enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo Federal-tradicionalista;

2) el segundo enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo Unitario-colonial.

No caben dudas de que San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la Revolución de Mayo y la guerra de la independencia y culmina en la Confederación Argentina, con el combate de la Vuelta de Obligado.

Quienes atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros  -cuando se aliaron  con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).

Una de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).

Curiosamente, se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica con los principios de dicha institución. Cabe citar el testimonio de dos ex presidentes de la República, que desempeñaron, además el cargo de Gran Maestre de la Masonería Argentina.

Bartolomé Mitre escribió: “La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era sólo político”. Por su parte, Sarmiento agregó: “Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la península, en los colegios, en el comercio o en los ejércitos se entendieron desde temprano para formar una sociedad secreta, conocida en América con el nombre Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistió de las fómulas, signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no eran una masonería como generalmente se ha creído…”.

La Revista Masónica Americana, en su Nº 485 del 15 de junio de 1873, publicó la nómina de las logias que existieron en todo el mundo, y en ella no figura la Lautaro. El mayor aporte para el esclarecimiento de esta cuestión, lo realizó el historiador Patricio McGuire, quien consultó directamente a la Gran Logia Unida de Inglaterra, recibiendo respuesta el 21-8-1979, firmada por el Gran Secretario, James Stubbs, asegurando que la logia Lautaro “no tenía relación alguna con la Francmasonería regular”, y que San Martín no fue miembro de la misma. Para descartar cualquier posible duda, realizó la misma consulta a las Grandes Logias de Irlanda y de Escocia, cuyas autoridades respondieron que, en la primera mitad del siglo XIX, no hubo logias en Sudamérica, en dependencia de dichas instituciones. La documentación respectiva fue publicada en la revista Masonería y otras sociedades secretas, en noviembre y diciembre de 1981.

La leyenda, sin embargo,  continuó y a falta de otros antecedentes, se mencionó una medalla acuñada en 1825 por la logia La perfecta amistad, de Bruselas. Se conserva un solo ejemplar de la medalla en bronce, en la Biblioteca Real de Bruselas, que tiene escrito, en el reverso (en francés):
“Logia La Perfecta Amistad constituida al oriente de Bruseñas el 7 de julio de 5807 (1807) al General San Martín 5825 (1825).  En el anverso, figura “General San Martín”, alrededor del retrato, y abajo “Simon F”, indicando el nombre del grabador y su pertenencia a la masonería (F: frere, hermano).

El origen de esta medalla es la decisión del Rey de Bélgica, Guillermo I, de hacer acuñar diez medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la efigie de otras tantas personalidades de la época, una de los cuales era el Libertador de América, que estaba residiendo en ese país. Para esta medalla el general posó expresamente, y se logró el único retrato de perfil de nuestro héroe.

Se puede deducir que la medalla de la logia, fue confeccionada sobre el molde de la oficial, facilitado por el grabador que era masón, y no hay constancias de que San Martín la haya recibido, ni mencionó nunca esa distinción. Hay que añadir que eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo vinculara a la masonería. La afirmación de la historiadora Patricia Pascuali, de que San Martín frecuentaba en Bruselas la logia Amigos del comercio, constituye un grueso error pues esa logia funcionaba y funciona en la ciudad de Amberes, y el archivista de la misma aclaró por escrito que en los archivos de la logia no se ha encontrado ninguna mención al nombre del general argentino.

Lamentablemente, el Dr. Terragno –actual académico sanmartiniano-, en su libro Maitland & San Martín, introdujo otra duda al recordar que Bélgica fue ocupada en la 2da. Guerra Mundial, y los alemanes incautaron los archivos de la masonería; luego esos archivos quedaron en poder de la Unión Soviética, en Moscú. Por eso, Terragno alegó:  Cuando todos los materiales estén clasificados y al alcance de los investigadores, quizá surjan nuevos elementos sobre la Perfecta Amistad y los vínculos masónicos de San Martín en Bruselas”.

Pues bien, desaparecida la Unión Soviética, Bélgica recuperó esa documentación; la referida a la masonería, representaba unas 200.000 carpetas. El Dr. Guillermo Jacovella, que se desempeñó como Embajador argentino en Bruselas, entre el 2004 y el 2008, se interesó en el tema, y realizó una investigación en el Centro de Documentación Masónica de  Bruselas, donde se encuentra el archivo de la logia Perfecta Amistad, contando con la colaboración del director, Frank Langenauken. En conclusión, no se pudo encontrar ninguna mención al general San Martín o al homenaje de la referida medalla.

Consideramos muy valiosa la información aportada por el señor Jacovella, publicada en la revista Todo es Historia, de agosto de 2009, para desmentir una falsedad histórica, y dar por terminada definitivamente esta cuestión.

Debemos discrepar, sin embargo, con la afirmación del autor de que la masonería no estuvo condenada por la Iglesia hasta 1884, y por lo tanto “si San Martín hubiera querido iniciarse en la masonería durante los largos años que vivió en Europa (hasta 1850), ello no hubiera sido abiertamente incompatible con su condición de católico”.

La encíclica de 1884, a la que se refiere el autor, es la Humanum genus, de León XIII. Pues bien, ese documento ratifica expresamente otros anteriores, y en el documento más antiguo, la Constitución In eminenti, de 1738, promulgada por el papa Clemente XII, se prohibe “a todos los fieles, sean laicos o clérigos… que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros …bajo pena de excomunión”. Esta condenación fue confirmada por Benedicto XIV en la Constitución Providas, de 1751, y como consecuencia, fue prohibida  la masonería, también,  en España, ese año, por una pragmática de Fernando VI.

Recordemos que sobre la posición religiosa de San Martín, ha investigado especialmente el P. Guillermo Fourlong, quien llega a esta conclusión: “Hemos de aseverar que San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sino que fue además, un católico ferviente y hasta apostólico”. Entonces, es importante esclarecer este punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad con la masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra”.

Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte, que Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización, aduciendo precisamente la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta. Precisamente Belgrano, en carta a San Martín, del 6 de abril de 1814, le comenta, obviamente conociendo su posición: “no deje de implorar a N. Sra. de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa”.

La verdad histórica debe ser defendida y difundida, sin aceptarse distorsiones que confunden y desalientan. El Presidente Avellaneda, en un discurso famoso, con motivo del regreso a la Argentina de los restos del Gral. San Martín,  sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.


(*) Expuesto en la Legislatura de Córdoba, el 4-11-2014, al recibir las Palmas Sanmartinianas.


Fuentes:
Jacovella, Guillermo. “San Martín y los ideales masónicos”; Todo es Historia, Nº 505, agosto de 2009, páginas 20-25.

McGuire, Patricio. Revista Masonería y otras sociedades secretas; Nº 2, noviembre 1981, pgs. 20-25; Nº 3, diciembre 1981, pgs. 15-20; Nº 5, febrero 1982, pgs. 30-35.

Terragno, Rodolfo H. “Maitland & San Martín”; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999, p. 193.



lunes, 4 de mayo de 2020

Dos patriotas borrados de la historia oficial argentina

Fray Francisco de Paula Castañeda
Por SEBASTIAN SANCHEZ


 "Yo no creo en encantadores pues por gracia de Dios soy cristiano a puño cerrado".
 Francisco Castañeda

 Diré lo que Dios me sopla
 Y corríjame si miento;
 El defender la Verdad
 Es el primer Sacramento
 Leonardo Castellani


Afortunadamente la historia de la cultura argentina es pródiga en pensadores lúcidos y buenos literatos aunque también es una crónica en exceso selectiva, de frágil y antojadiza memoria que eleva a pedestales y altares laicos a algunos y destierra al olvido a muchos otros. Sin duda entre estos últimos soslayados destaca el Padre Leonardo Castellani y también un frate suyo, figura insoslayable de la escena nacional del primer cuarto del siglo XIX.

Fray Francisco de Paula Castañeda, puesto que de él se trata, nació en Buenos Aires en 1776, el año de la creación del efímero Virreinato del Río de la Plata. Fue el primogénito de una familia acomodada y profundamente piadosa, por lo que no fue extraño que siendo un jovencito entrara a la Orden Seráfica, la de San Francisco, para iniciar la formación sacerdotal. A pesar de su natural bonhomía y su aguda inteligencia, el joven novicio tuvo algunos inconvenientes en sus primeros tiempos de seminario. Tal como él mismo narra en su periódico más conocido, Doña María Retazos, no podía combatir el sueño y éste le atrapaba en las horas y lugares más inconvenientes. A punto estuvo de ser declarado "inútil para la vida monástica" pero el maestro de novicios, veterano auscultador de almas, evitó su expulsión intuyendo que Francisco sería importante para la Orden. El año 1797 le encontró vistiendo el hábito de San Francisco como sacerdote.

R.P. Leonardo Castellani
Sabido es que el P. Castellani -que nació cuando moría el siglo XIX (1899) en Reconquista, Santa Fe- vistió también la sotana de una orden regular, la Compañía de Jesús, a la que ingresó en 1918. Si no tuvo problemas de sueño como Castañeda, sí se caracterizó desde novicio por una inteligencia vivaz y original. Mientras de día estudiaba a Francisco Suárez, el teólogo "oficial" de los jesuitas, de noche leía para su mayor provecho la Suma de Santo Tomás. Su singularidad e independencia de criterio, aunque sujetas por su proverbial docilidad a la Verdad, le ocasionaría al buen Leonardo no pocos problemas en la Compañía, que se agravarían con el correr de los años.

HOMBRES SABIOS

Más allá de las distancias obvias, no son pocos los paralelos vitales a trazar entre Castañeda y Castellani. Ambos se dedicaron con provecho a la literatura. Es cierto que Castellani -"género único" se ha dicho de su talento- incursionó con hondura en muchos ámbitos de la vida intelectual: a través de cuentos, fábulas, poesías y ensayos abundó sobre psicología, historia y política, homilética, filosofía y teología; pero también es verdad que Castañeda dejó una enorme obra periodística que no sólo describía "lo que pasa" sino también y fundamentalmente "lo que es".

Castellani pensó y amó a la Argentina con una profundidad inédita en esta tierra, pero Castañeda -tan amante de la Patria como el jesuita- dedicó afanosamente sus días a la vida pública o, para mejor decirlo, a testimoniar a Cristo en la vida política.

Fueron hombres sabios, de gran formación y no pocos honores académicos, y también desdeñosos de la falsa erudición, de la pomposidad estulta de los doctores, de la fatuidad del académico sonso. Por eso escribieron "en criollo", reconociéndose hijos de la tierra sin desestimar la verdad universalmente enseñada. Dominaron la ironía y la mordacidad, no con el desparpajo del comediante sino con el buen humor del sabio, y combatieron el error (cuidando siempre del que yerra) a través de la maestría en el verso, en la cuarteta audaz, la fábula sarcástica o el epigrama genial.

Castañeda fue un gran orador sagrado que pronunció bellísimos sermones patrios pero sobre todo cultivó el periodismo, al punto de corresponderle la paternidad fundacional de la prensa argentina luego de 1810. Ese honor, que le fue escamoteado para serle dado a los ilustrados iniciadores de la Gazeta, es sólo un ejemplo de las injusticias que su figura ha sufrido. Baste mencionar que fundó veinticuatro periódicos que lo tuvieron por editor y único redactor, de los cuales editó siete al unísono mientras sus ejemplares se vendían como pan caliente entre los sencillos de la ciudad. Los títulos de sus diarios fueron desopilantes y geniales: El Despertador Teofilantrópico Místico y Político; La verdad desnuda; La guardia rendida por el Centinela y la traición descubierta por el oficial de día. Y un par más, de colección: Vete portugués que aquí no es y Ven portugués que aquí es.

Por su parte Castellani escribió en docenas de periódicos y revistas, católicas y nacionalistas, laicas y republicanas, aunque no liberales. Fundó incluso una revista que hizo historia: Jauja, y se jubiló como periodista y no como sacerdote. No obstante, lo suyo fueron los libros pues, como Chesterton, escribía uno a la menor provocación. Es tarea difícil elegir unos pocos títulos de su vasta producción pero baste con señalar Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Cristo y los fariseos, Psicología humana, San Agustín y nosotros, Crítica literaria, Su Majestad Dulcinea, El libro de las oraciones y Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas.

DOS REACCIONARIOS

Puede decirse que ambos fueron reaccionarios. Castañeda ejerció su "santa ira", como dijo de él Capdevila, contra el liberalismo que -encarnado en Rivadavia y su Reforma- amenazaba a la joven Argentina. Por su parte Castellani reaccionó a la continuación de esa "tradición" liberal que, consolidada y ampliada con el socialismo, irrumpía en todos los ámbitos: la política, la familia, la educación e incluso la Iglesia. Y a los dos la "reacción" les costó persecución, destierros, odios y penurias, no pocas veces ejercidas por sus superiores.

Y por eso hay un elemento más que aúna a nuestros curas: el sistemático y malintencionado olvido al que han sido condenados. Es cierto que Castañeda tuvo unos pocos buenos biógrafos (Capdevila, Furlong, Scenna) y que Castellani también los tiene (Randle, por ejemplo o Juan Manuel de Prada, que lo editó e hizo conocer en España y - ¡ay!- también a muchos argentinos). Todo eso es verdad pero no lo es menos que ambos han sido negados, vilipendiados, borrados de la historia de la cultura argentina. Ellos, que tanto hicieron por columbrarla. Uno y otro, valientes y brillantes, mordaces y caritativos, originales y desenfadados, irreverentes con el error y plenamente ortodoxos, fueron ambos patriotas de una Argentina tantas veces ingrata con sus mejores hombres.

Castañeda murió en Paraná en 1832, mientras terminaba de construir su enésima escuela. Castellani partió en 1981, en su viejo departamento de Buenos Aires, en el que se había convertido en Ermitaño Urbano. Quizás, sólo Dios lo sabe, andarán hoy compartiendo morada, discutiendo risueños y recitando aquellos versos diamantinos del Cura Loco:


 Yo ya me jugué la vida
 Si soy débil, Dios es fuerte
 Ya no tengo más bandera
 Que ésta: Religión o Muerte.