Por: Pablo Yurman
El 6 de julio de 1816, los
congresales reunidos en Tucumán escucharon, en sesión secreta, al general
Manuel Belgrano, a quien se le había solicitado que expresara su parecer sobre
la forma de Estado a adoptar luego de la declaración formal de la
independencia. Es bastante conocida su opción por una monarquía constitucional
que, presidida por un descendiente legítimo de los antiguos emperadores incas,
tuviera por sede la mítica ciudad del Cuzco, en territorio del Perú.
La idea de Belgrano, que contó
con la adhesión de figuras emblemáticas como Güemes y San Martín, y fue
adoptada por no pocos congresales en los debates que siguieron, merece una
reflexión a dos siglos de aquellos sucesos, sobre todo teniendo presente que formaba
parte de un plan claramente dirigido a continentalizar la revolución iniciada
pocos años antes pero que, anclada en una visión casi exclusivamente portuaria,
daba señales de claro estancamiento.
INDEPENDENCIA CONTINENTAL
En efecto, en primer lugar cabe
destacar que circunscribir la declaración de la independencia del 9 de julio a
lo que hoy conocemos como Argentina supone reducirla injustamente, carece de
respaldo histórico serio y no da suficiente cuenta de lo que ocurría en esos
días. En ese sentido vale señalar que el Congreso declaró la independencia de
las Provincias Unidas de Sudamérica, no del “Río de la Plata” como era la
expresión corriente desde 1810. A los pocos días declaró a Santa Rosa de Lima
patrona de la independencia de la América del Sur y modificó al nombre del
encargado del poder ejecutivo que sería Director Supremo de las Provincias
Unidas del Sur. A ello se suma un dato para nada menor. En caso de prosperar el
plan sugerido por Belgrano, la futura capital sería la ciudad del Cuzco, en
territorio del entonces Virreinato del Perú, esto es, fuera de los límites del
ex Virreinato del Río de la Plata, lo que en los hechos hablaba a las claras de
trasladar el centro del poder político de la ciudad puerto de Buenos Aires,
cuyo protagonismo se había acrecentado vertiginosamente pero sólo en los
últimos años, al interior profundo de la América española, más poblado, con
mayores riquezas naturales y hasta dotado de universidades erigidas siglos
antes por los españoles (piénsese que la primera universidad en Buenos Aires
surgirá en 1822 sobre las bases del Colegio de San Carlos, de los padres
jesuitas).
Asimismo, la sugerencia de
Belgrano se vinculaba de manera concreta con el proyecto que en pocos meses
iniciaría el general San Martín desde Cuyo, cruzando los Andes para liberar los
actuales territorios de Chile, Perú y Ecuador, empresa que el Libertador no
cumplió al frente del Ejército Argentino (aunque podría haberlo hecho) sino del
Ejército de los Andes, enarbolando su propia bandera, que no era la argentina.
Es significativo que una de las instrucciones dadas por el Congreso le exigía
expresamente el envío de diputados al Congreso por parte de los países
liberados, “a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de
toda la América unida en identidad de causa, intereses y objeto, constituya una
sola nación”.
MONARQUÍA INCAICA
Pero, ¿porqué una monarquía
incaica? El proyecto de Belgrano ganó, como se señaló, muchas adhesiones. Pero
fue duramente criticado fundamentalmente desde la prensa porteña y,
posteriormente, fulminado por Mitre en su obra “Historia de Belgrano y de la
independencia argentina”, en la que afirma, entre otras cosas, que “Si bien a
este plan no puede negarse grandiosidad y buena intención es imposible
concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, ni aun para su tiempo”.
Uno de los congresales por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, dirá luego que tuvo
que reprimir su sentimiento de rechazo al escuchar la idea belgraniana de un
rey inca, refiriendo posteriormente su espanto ante la posibilidad de ser
gobernados “por un miembro de la casta de los chocolates”. También Bernardino
Rivadavia expresó su desorientación por semejante propuesta.
Ahora bien, ¿era sólo racismo lo
que generaba rechazo entre algunos políticos de entonces o había razones más de
fondo para oponerse al proyecto? Por un lado, resulta menester afirmar que la
idea de un gobierno monárquico no era, en sí misma, trasnochada por entonces,
puesto que la inmensa mayoría de los pueblos del mundo vivían bajo sistemas
monárquicos, y además era asociada a un requerimiento fundamental de la hora:
el orden, elemento del que las provincias carecían desde años a esta parte.
Tampoco parece que fueran pruritos republicanos los que alentaban a algunos a
oponerse al plan monárquico toda vez que como bien apunta Alberto Lapolla,
Anchorena y algunos otros “aceptarán luego de buen grado la propuesta de coronar
al príncipe de Lucca o a algún miembro de la familia real española.”
Sin pretender aquí profundizar en
este aspecto, acaso Belgrano apostara a vencer una clara resistencia a la
Revolución de Mayo que él mismo había notado frente a los ejércitos que le tocó
comandar: los pueblos indios engrosaban en buena medida los ejércitos realistas
al grito de “Viva el Rey” y habían sido hasta entonces más bien refractarios a
la revolución al estilo jacobino personificada por Castelli y Monteagudo, entre
otros.
Por otra parte, pese a que no
estaba muy bien definido quién podría ser el monarca, según algunos
historiadores Belgrano habría deslizado el nombre de Juan Bautista Tupac Amaru,
hermano menor del famoso Condorcanqui y supuesto descendiente legítimo directo
del último emperador inca, es cierto que la propuesta del prócer generó
entusiasmo en muchos. Pero no puede verse en esto un indigenismo impostado sino
genuina vocación por una unidad que aún parecía distante. Aunque resulta
menester apuntar algunos claroscuros: en rigor de verdad, si la fórmula incaica
pretendía un retorno al Incario (el imperio inca), habría que ver más
exhaustivamente si tal propuesta seducía a los pueblos que, como los que
habitaban en el norte de la actual Argentina, estaban sometidos a vasallaje
respecto del poder central del Cuzco.
Otro aspecto no menor consiste en
preguntarnos qué tipo de restauración y con qué alcance buscaba Belgrano: el
imperio incaico como estructura social, habrá contado con todas las ventajas y
adelantos que se quieran, pero era
básicamente una teocracia autoritaria, estructurada en castas y que admitía la
práctica del sacrificio humano, rasgos que aparecen en principio incompatibles
por completo con la idea de derechos individuales o de estado de derecho.
DESINTEGRACIÓN DE LA AMÉRICA
ESPAÑOLA
Como sabemos, el plan monárquico
con sede en Cuzco no prosperó y la gesta emancipadora tendiente a concretar los
Estados Unidos de Sudamérica, conservando de ese modo la unidad de los
territorios españoles librados a su suerte con el colapso del imperio, habría
de naufragar en un proceso de balcanización en diez estados, que incluso pudo
ser más profundo aún. El poder quedó, como diría el pensador uruguayo Methol
Ferré, para las “polis oligárquicas portuarias” en detrimento del interior
profundo cada vez más empobrecido por la adopción, como política económica
incuestionable, del libre cambio.
La contra-cara la tenemos en el
Brasil, que adoptaría la monarquía (sistema que conservó hasta 1889) y que es
definido por Luis Moniz Bandeira como “la América lusitana que, a diferencia de
la española, no se desintegró”