Por: Andrea Grecco de Alvarez
De todos los conflictos externos
que debió enfrentar la Confederación Argentina en la época de Rosas,
probablemente los peores hayan sido el bloqueo francés del puerto de Buenos
Aires de 1838-40 y el bloqueo anglo-francés de 1845-49.
Los móviles
La penetración imperialista era
parte de la política implementada por su parte, y por motivos diferentes tanto
en Inglaterra como en Francia. En
Inglaterra, la antinomia entre whigs y torys había sufrido algunas
transformaciones que tendrán influencia en los sucesos del Plata. Los whigs
sustentaban su política en las clases financieras e industriales. Los torys
habían estado tradicionalmente vinculados a los intereses de los terratenientes, sin embargo desde 1832, y
habiendo comenzado a emplear la denominación de “conservadores”, empezaron a
oponer a la política whig “un entusiasmo patriótico, imperial, basado en la
posición de Inglaterra como nación rectora del mundo”1. También los whigs se
habían transformado, preferían llamarse “liberales” y si bien seguían
apoyándose como los viejos whigs en los comerciantes e industriales, “ponían el
acento en lo nacional más que en la defensa de su clase. Su imperialismo era la
preeminencia de toda Inglaterra, no de una clase social inglesa”2. Sin embargo,
sí había una diferencia entre el imperialismo de liberales y conservadores. El
de los primeros, era un imperialismo que fincaba su importancia “en el poderío
económico, asentado sobre una necesaria, pero prudente, influencia política”3.
El de los segundos, era una concepción de imperialismo “más territorial […] al
dominio económico o financiero lo tenía por una etapa para la posesión física
de los países poco desarrollados […] que la preponderancia de la marina inglesa
ponía a su alcance”4.
Esta diferencia de concepción imperialista
tuvo sus efectos cuando a partir del 30 de agosto de 1841 el primer ministro
William Lamb, vizconde de Melbourne (whig), fue reemplazado en el gabinete de
la reina Victoria I por el baron Robert Peel (conservador), quien permaneció en
su cargo hasta el 29 de junio de 1846. Con Melbourne, Henry John Temple,
vizconde de Palmerston, había ocupado la Cancillería que ahora en el Gabinete
de Peel, ocuparía el conde de Aberdeen, George Hamilton-Gordon.
Fue esta dupla formada por Peel y
Aberdeen la que impondría un nuevo rumbo a la Política Británica. Un claro
ejemplo de los nuevos procedimientos fue la primera guerra del opio contra China,
que iniciada por Palmerston con el bloqueo del puerto de Cantón, fue llevada al
extremo por Peel y Aberdeen en 1841-1842. El reclamo era la “defensa de la
libertad” de vender opio en China, al decir de José María Rosa. Inglaterra
procedió por medio de un Bloqueo naval, ocupación de distintos puntos en la
costa, el envío de una escuadra con 15 buques de guerra, 4 vapores y algunos transportes
con 6000 infantes de marina, penetración por el río Kiang, ocupación de Shangai
y amenaza de ataque a la ciudad de Nanking. El emperador terminó cediendo por
el Tratado de Nanking del 29 de agosto de 1842, China permitió la libre venta
de opio, indemnizó con seis millones de dólares de plata a los comerciantes
ingleses (vendedores de opio) cuya mercadería había sido quemada por orden del
emperador, pagó los gastos de guerra (12 millones), cedió la isla de HongKong a
perpetuidad (aunque en 1984 se pactó que se devolvería en 1997) y factorías en
Shangai, Cantón, Xiamen, Foochow, Ningbo donde podían almacenar los productos
para realizar las ventas 5. Por su
parte, Francia desde la primera de las llamadas revoluciones liberales (1830)
estaba bajo el reinado de Luis Felipe de Orleáns. Una monarquía constitucional,
cuyo rey era un aristócrata liberal revolucionario, y en la que el poder recayó
en manos de la gran burguesía de negocios. Los hombres que habían hecho la
revolución querían acción, movimiento adentro y afuera. Luis Felipe, que conocía
Europa, se dio cuenta del peligro que podía entrañar por una temeraria política
exterior, provocar la reunión de los aliados y reavivar el Tratado de Chaumont
(Austria, Rusia, Prusia y Reino Unido en la sexta coalición). Tomó el partido
de la moderación. Así sería acusado de ser esclavo de los tratados de 1815 6.
Los tratados de Viena habían reducido las fronteras de Francia a las de 1790,
había perdido el terreno ganado por los ejércitos revolucionarios entre 1790 y
1792, se habían visto obligada a pagar 700 millones de francos en concepto de
indemnizaciones y manutención de los
ejércitos aliados de ocupación de 150.000 soldados.
Probablemente para compensar esa
política conservadora y pacífica contraria a las esperanzas de los
revolucionarios es que se intentara una política exterior agresiva pero lejos
del centro de poder europeo, en África o en América. Fue en esa época cuando,
aprovechando de Inglaterra estaba ocupada con los conflictos en los Países
Bajos, inició Francia la colonización de
Argelia (hasta 1962). Sin embargo, poco le reportó a Luis Felipe esta
conquista. “¡Qué pobre e irrisoria compensación parecía entonces Argelia al
lado de las conquistas perdidas de la República y el Imperio!”7
Así oprimida, “ansiosa por vengar la derrota
de Waterloo, impotente para volverse contra quienes se la habían infligido,
aquejada de un belicismo resumido, había resuelto desahogarse con los nacientes
Estados de Hispanoamérica”8. Así, inició en México “la guerra de los pasteles”.
Bajo la excusa de supuestas injusticias para con unos ciudadanos franceses
establecidos en México, y en medio de una gran crisis nacional en ese país. Los
franceses adoptaron una posición especialmente exigente, acumulando quejas y
demandando, con prepotencia, solución a situaciones en muchos casos
dramatizadas. El canciller francés Louis Mathie Molé ordenó a su ministro en
México, Antoine Louis Deffaudis, presentar un ultimátum para el pago de una indemnización
global de 600 mil pesos; por supuesto, esa cantidad era impensable para las
arcas mexicanas y además el Gobierno se resistía a reconocer tal abuso porque
no se sentía responsable de los
disturbios políticos. En febrero de 1838 cuando la amenaza se vio convertida en
realidad, pues una escuadrilla francesa a las órdenes del comandante Bazoche
arribó a Veracruz, apostando a conseguir con la fuerza de los cañones lo que no
había logrado el poder de la palabra. Luego de dos meses, el rey Luis Felipe,
decidió enviar más fuerzas navales para responder a los agravios contra sus súbditos. Deffaudis dirigió un
ultimátum al Gobierno mexicano, con lenguaje duro y altivo, ensalzando la
benevolencia de Francia y echando en cara a los mexicanos el desdén con que trataban
sus reclamaciones. El Gobierno del presidente Anastasio Bustamante declaró que
no entraría en negociaciones formales mientras la escuadrilla francesa
estuviera en Veracruz. El 16 de abril, el comandante de la escuadra francesa
declaró el bloqueo de todos los puertos de la República. Posteriormente,
bombardeó el Fuerte de San Juan de Ulúa. Dado que las circunstancias bélicas
afectaban también otros intereses, concretamente los de los comerciantes
ingleses, estos decidieron mostrar la fuerza de su flota —que ancló en Veracruz
a fines de 1838 con 11 barcos dotados de 370 cañones—, con la intención de
forzar a los franceses a negociar la paz. Así, con la mediación inglesa el 9 de
marzo de 1939, se firmó un tratado de paz por el cual los franceses devolvían
el castillo de San Juan de Ulúa; México prometía anular los préstamos forzosos
y pagar 600 mil pesos de indemnización; ambos países se concedían el trato de
nación más favorecida y entraban en negociaciones para firmar un tratado de
comercio.
Igualmente, Francia formuló
reclamaciones en Ecuador y Chile, las que según la cancillería chilena implicaban
“establecer un nuevo e inaudito derecho internacional en estas regiones”. “Y
cuando vio a Rosas en 1838 rodeado de dificultades internas y externas creyó
posible cosechar fáciles laureles imponiendo a la Argentina, por las buenas o
por las malas, una capitulación”9 al
estilo de las que habían logrado en el norte de África.
El bloqueo decretado por el
almirante Leblanc afectaba a Rosas en la base de su poder, como máximo
representante de los terratenientes exportadores de frutos del país. “Pero el
caudillo –observa Irazusta– ya se había elevado a la comprensión de los
intereses nacionales, superiores a los de una sola clase”10. Rosas se resistió
y salió airoso de la prueba con lo que consolidó la confederación empírica que
estaba organizando y con ella afianzó la unidad del país.
Inglaterra, con sus afanes
imperialistas de nuevo tipo que ya hemos descripto, y siempre atenta a que el
Río de la Plata no quedara bajo la jurisdicción de un solo Estado
hispanoamericano, vacilaba en intervenir ante la firmeza de Rosas y el exceso
de cuestiones que tenía entre manos.
Extendía su penetración en India y China, trataba de evitar la absorción de
Texas y Oregón por los Estados Unidos. Pero, explica Irazusta, que cuando
Francia se negó a hacerle el juego en América del Norte, pero aceptó hacerlo en
América del Sur y vio llegar a Londres al vizconde de Abrantes y a Florencio Varela,
por los gabinetes de Río de Janeiro y Montevideo, que pedían su intervención
civilizadora ya no dudó más:
Decidióse a emprenderla con aquel gaucho ingenuo que se tomaba en serio
lo de una independencia argentina cuya consolidación ella se había esmerado
tanto en estorbar. Con la ayuda de Francia se propuso arrancarle a Rosas la
libre navegación de los ríos interiores de la Confederación, el reconocimiento
de la independencia paraguaya, la separación de Corrientes y si era posible
Entre Ríos, como etapa inicial de una penetración que podía extenderse hasta
donde luego lo permitieran las circunstancias11.
El método de acción directa había
dado excelentes resultados a la política británica en China, esto mismo es lo
que intentará en el Río de la Plata. Por su parte Francia, como ya hemos dicho,
encontraba obligatorio hacer algo grande en América, ya que no podía moverse en
Europa, y esto era vital para reflotar la imagen alicaída de la monarquía
burguesa nacida de la Revolución del ’30.
Lo que no tuvieron en cuenta las
potencias interventoras es que la Confederación había alcanzado con Rosas un
grado de solidez que la hacía apta para afrontar la resistencia.
La repercusión de los acontecimientos
Hemos trabajado con los
periódicos de la región cuyana y hemos visto el eco que estos conflictos
tuvieron en estas tierras. En Mendoza la Ilustración Argentina en su n. 3 de
agosto de 1849 escribía:
Las hostilidades que en 1838 promoviera la Francia fueron injustas por
parte de aquella Potencia –Los Agentes Franceses exigieron que el Gobierno
Argentino derogase una ley de la República en 1821, administración de D. Martín
Rodríguez, cuyo principios calificaron de “absurdos y contrarios al derecho de
gentes”12. El General Rosas rechazó esta pretensión ofensiva a la Independencia
y soberanía de la Nación y sostuvo “que la república Argentina puede darse sin
intervención de Francia, las reglas de conducta que los individuos de esta
sociedad deben tener unos para con otros y para con toda ella y las que
determinan la posición social de los Extranjeros que se establecen en su territorio”13.
Los Agentes Franceses recurrieron entonces a las armas y la Confederación
dignamente presidida por el General Rosas, concurrió a defender sobre el campo
de batalla los derechos de Nación Independiente y libre, que ya había sostenido
con ventaja en el de la discusión y del derecho14.
Más adelante refiriéndose al
Bloqueo Anglo-Francés expone:
Últimamente la intervención Anglo Francesa bajo especiosos pretextos,
pretendió destruir en el Plata la Independencia de las Repúblicas Americanas.
Negó a estas el ejercicio del derecho de bloqueo, quiso arrebatarles por la
fuerza la navegación de sus ríos interiores y sujetarlas a la prepotencia Europea.
–El Ilustre General Rosas fiel a las inspiraciones del Pueblo que preside y a
las exigencias del honor nacional, resistió aquellas injustas agresiones del
Poder Extranjero, y entre el aplauso de los hombres libres y de las Naciones,
salvó la Independencia Americana y la Soberanía de su Patria 15.
En San Juan, El Honor Cuyano, se
publicaba mientras el país se encontraba inmerso en el Conflicto Anglo-francés.
Desde su primer número del 12 de febrero de 1846 se ocupa del Conflicto a
través de artículos o por la publicación de correspondencia o documentos
públicos relativos “sobre un asunto en que estando formalmente empeñado el
honor de todo americano y principalmente de los argentinos, debe ser para todos
de su mayor interés”16.
Nadie en América quiere la influencia europea: ningún bien queremos por
grande que sea siempre que se nos ofrezca con condiciones tan viles y tan
infames; ningún beneficio que venga por manos alevosas nos será provechoso. No
queremos nada que venga de esa Europa tal cual se nos está representando: no
queremos su comercio, no queremos sus artes, no queremos sus leyes, detestamos
su civilización y sus progresos porque vienen sirviendo de taco a sus cañones,
y porque la civilización es obra de la persuasión y del convencimiento. Las
Leyes para ser estables las ha de sancionar el pueblo en el pleno goce de su
libertad, y los franceses e ingleses no son pueblo en América, son invasores,
conquistadores, son unos piratas sin fe y sin humanidad 17.
Dos preguntas retóricas inician
un nuevo párrafo. “¿Con qué derecho quieren hacernos tantos bienes? ¿Para qué
nos buscan si somos bárbaros?”. Lo que da el pie para argumentar acerca de que
es preferible la barbarie a la esclavitud. La Argentina y América, afirma,
harán con sus ríos lo que quieran porque tienen sobre ellos el dominio que le
ha dado la naturaleza y el Creador. Son de América, están en su territorio y
por lo tanto bajo el dominio de la voluntad de sus habitantes por lo tanto “nada tiene que hacer la Europa en la
propiedad ajena”18.
En el n. 14 se transcriben las
cláusulas secretas del Tratado de Verona de 1822 en que la Santa Alianza
formada por Austria, Francia, Prusia y Rusia se comprometían a impedir que en cualquier
país se imponga un sistema de gobierno representativo, fiel a la máxima de la
soberanía popular, incompatible con los principios monárquicos y de derecho
divino. En el comentario del documento, sostiene que encontramos en este
documento un motivo más de la injerencia europea en el Río de la Plata. Más
adelante, al pasar revista a los periódicos europeos señala que los periódicos
ingleses “gritan traición y pretenden que interviniendo en el Plata, la Francia
y la Inglaterra no han hecho sino ceder a las instigaciones urgentes del
Gabinete de Río de Janeiro”19.
El n. 15 se inicia dando por
sentado que habrá paz, que las naciones interventoras han vuelto sobre sus
pasos, que se obtendrá justicia y reparación de los agravios. En la revista de
periódicos americanos da a conocer un hecho lesivo de la soberanía e independencia
del Perú protagonizado por el Encargado de Negocios de S.M.B. en Lima,
Guillermo Pitt Adams. Se trata de una reunión en la Bolsa Extranjera presidida
por el citado Encargado de Negocios bajo el título de Tribunal de Investigación.
El Gobierno de Perú ha respondido con un decreto en el cual afirma los derechos
y deberes de los representantes de las Naciones Extranjeras y niega
rotundamente que tengan atribución alguna para instalar y/o presidir
tribunales. Se publican algunas cartas sobre el tema y el citado decreto.
En el n. 17 de El Honor Cuyano,
aparecen un par de cartas del General San Martín acerca del bloqueo
anglo-francés. La primera es una respuesta a un comerciante inglés. La segunda
va dirigida al General Juan Manuel de Rosas. Jorge Federico Dickson, prominente
comerciante inglés, conocedor de la inteligencia del Libertador, le dirige una
carta requiriendo su opinión sobre la intervención. San Martín, sin pérdida de
tiempo le responde el 20 de diciembre de 1845
con un brillante análisis:
Nápoles, diciembre 20 de 1845.
Mi querido Señor! He sido informado de sus deseos por tener mi opinión
sobre la presente intervención de la Inglaterra y la Francia en la República
Argentina y tengo por consiguiente, no solo mucho placer en dársela a Ud. sino
que lo haré con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad,
sintiendo únicamente que el mal estado de mi salud, no me permite entrar en
tantos detalles como exige este negocio importante.
No considero necesario investigar la justicia o injusticia de la dicha
intervención, o los resultados dañosos que tendrá para los súbditos de ambas
naciones por la paralización absoluta de sus relaciones comerciales, como
también por la alarma y desconfianza que la intervención de dos naciones
europeas en sus contiendas domésticas, debe naturalmente haber despertado en
los estados nacientes de Sud América. Me limitaré a investigar si las naciones
que se interponen, conseguirán realizar, por las medidas coercitivas que hasta
hoy se han adoptado el objeto que se han propuesto: la pacificación de ambas
márgenes del Plata. Y yo debo manifestar a Ud. mi firme convicción de que no lo
conseguirán; mas al contrario, su línea de conducta hasta el presente día, sólo
tendrá el efecto de prolongar hasta el
infinito los males que proponen poner fin, y ninguna previsión humana podrá
fijar el término de la pacificación que anhelan. Me explicaré más extensivamente.
La firmeza del carácter del Jefe que está actualmente a la cabeza de la
República Argentina es conocida de todos, como igualmente el ascendiente que
posee en las vastas llanuras de Buenos Aires y en las otras provincias y, aunque no dudo de que en la
capital podrá tener un número de enemigos personales de él, estoy persuadido de
que, ya sea por orgullo nacional, o por temor, o por la prevención heredada de
los españoles contra el extranjero, cierto es que todos se unirán y tomarán una parte activa en la lucha. Además, es
necesario recordar (como la experiencia ya ha demostrado) que la medida de
bloqueo ya declarada no tiene el mismo efecto sobre los Estados de América (y menos
que en ningún otro sobre el argentino) como lo tendría en Europa. Esta medida
afectará únicamente a un corto número de propietarios, pero a la masa del
pueblo, ignorante de las necesidades de los europeos, la continuación del
bloqueo será materia de indiferencia.
Si los dos poderes determinasen llevar más adelante sus hostilidades,
es decir, declarar la guerra, no tengo duda que con más o menos pérdidas de
hombres y dinero podrían obtener la posesión
de Buenos Aires (aunque el tomar una ciudad resuelta a defenderse, es
una de las más difíciles operaciones de la guerra;) pero aún después de haber
conseguido esto, estoy convencido que no podrán conservarse por ningún tiempo
en la Capital. Se sabe bien, que el alimento principal, o casi podría
decir único del pueblo, es la carne;
como igualmente que con la mayor facilidad, se puede retirar todo el ganado, en
muy pocos días, muchas leguas al interior, como también los caballos y todos
los medios de transporte. En una
palabra, que se puede formar un vasto desierto, impracticable al tránsito de un
ejército Europeo, que se expondría a tanto mayor peligro cuanto más crecido
fuese su número.
En cuanto a seguir la guerra con el auxilio de los mismos nativos,
estoy segurísimo que corto ciertamente
será el número que se una a los extranjeros.
Finalmente con una fuerza de siete u ocho mil hombres de la caballería
del país y veinticinco o treinta piezas de artillería volante, que el General
Rosas mantendrá con la mayor facilidad, podrá perfectamente, no solo sostener
un sitio riguroso de Buenos Aires, sino también impedir que ningún Ejército
europeo de veinte mil hombres penetre más de treinta leguas de la capital sin
exponerse a ruina total, por falta de recursos necesarios. Tal es mi opinión, y
la experiencia probará que es bien fundada, a no ser, (como se debe esperar)
que el ministerio inglés cambie sus políticas.
Me aprovecho de esta oportunidad para asegurar a Ud. que quedo etc.
[Firmado] –José de San Martín
(Del Morning Chronicle febrero 12 de 1846)20.
Esta carta de San Martín fue
publicada en Europa el 12 de febrero de 1846 en el Morning Chronicle de Londres
y causó gran revuelo. Luego se publicó en Paris en el La Presse, cuyo director Emilio
Giradín admiraba el genio y la actuación de Rosas que se enfrentaba a las dos
potencias. El General San Martín resalta las consecuencias deplorables de la
intervención para las potencias agresoras, la prevención que suscitarán en el
resto de los Estados Americanos y la imposibilidad de triunfo anglo-francés.
Con su característico realismo para juzgar a las personas y las cosas, se explaya
en la idiosincrasia de su población y las características geopolíticas de la
Argentina que le aseguran el triunfo. Asimismo, remarca la firmeza del Gral.
Rosas como conductor de esta situación y su popularidad, que aseguran el
concurso de los ciudadanos. Finalmente, insinúa que lo más conveniente para las
naciones interventoras sería rever sus políticas en la región. Estos conceptos son
los que resalta el redactor en su introducción a las cartas:
El General San Martín, ajeno de pasiones de partido, retirado del
teatro de la lucha y vinculado más que otro alguno a las glorias de su Nación,
puede fallar con certeza en la presente materia. Conocedor del carácter
intrépido y valeroso de sus compatriotas, como que los ha conducido tantas
veces a los campos del honor, y no menos conocedor de las localidades y los
recursos del país para poder conjeturar hasta qué punto podría subsistir un
ejército extranjero en él 21.
Se publican también las cartas de
San Martín a Rosas y de este al Gral. San Martín. El redactor remarca además,
el hecho de que los Parlamentos de las naciones agresoras como la prensa de
ambas naciones acosan a sus Ministros por el reclamo repetido de humanidad y
justicia.
El n. 18 da un relato
pormenorizado de la misión Hood para lograr el arreglo pacífico con Inglaterra
y Francia. En el siguiente continúa con el relato de la misión pacificadora y
los términos en que se está tratando la paz.
Señala más adelante, que se dice que América
debe imitar el ejemplo de Inglaterra, de Francia, de Estados Unidos que han
logrado un estado de desarrollo y de progreso. Debemos imitarlos, asevera,
dispensando una protección benéfica y útil a nuestra naciente industria. Y entonces
expone:
Esto es lo que los Estados Unidos, la Francia, la Inglaterra, Alemania
y todos los pueblos del mundo hacen; y nosotros siguiendo su ejemplo y haciendo
uso de nuestros derechos soberanos queremos también hacer: criar nuestra
industria y riqueza preservándolas de un aniquilamiento y muerte cierta y
prematura, cual sería consiguiente a esa libre navegación y comercio como lo
predican los injustos enemigos de la República 22.
Algunas
reflexiones ante el Conflicto Internacional
Tomás de Anchorena era el Ministro de
Relaciones Exteriores cuando se suscita el primer conflicto con Francia.
Irazusta sostiene que Anchorena observa que los problemas que se presentan con
Francia como un plan para encontrar pretextos. De ese modo, Francia se asegura
entrar en conflicto con la finalidad de demostrar su superioridad naval y así
subyugar a los países pequeños, como antes lo habían hecho en Europa. Que al no
conseguir ese dominio, “buscan la camorra para terminarla en un convenio, que
les dé por las malas lo que antes fingían buscar por las buenas”23. Que la
pretensión de excluir a los franceses del servicio militar es inadmisible pues
los franceses domiciliados en la Confederación deben ajustarse a las Leyes de
esta. Que si se admitiese ese derecho,
“sucederá que cada cónsul extranjero será un reyezuelo en nuestro país, y
nuestro gobierno su corchete o criado”24.
Pero lo más importante que Anchorena aconseja
a su primo Rosas es que:
cualquiera sea el medio de terminación que se estime conveniente, la
república ha de quedar plenamente libre para admitir o suspender conforme crea
convenir a sus intereses el convenio con Francia, admitir o no sus buques en
nuestros puertos y la introducción de sus frutos y anufacturas; admitir o no a
los franceses, que quieran venir a ella; permitirles o no establecerse dentro
de su territorio; y dictar las condiciones con que quiera admitirlos, y
permitirles su establecimiento, quedando Francia por la recíproca libertad de
hacer otro tanto 25.
O sea que la Confederación no quede en modo
alguno, obligada a dispensar un tratamiento u otro. En una palabra, que se
mantenga soberana, habida cuenta de que –como explica Irazusta– la
soberanía no es una mera palabra, el sonido de una voz sino “la
designación verbal de relaciones vitales, para cuyo amparo los Estados rigen a
las comunidades humanas”26.
Con la soberanía no sólo se
defienden intereses materiales, sino muy especialmente intereses morales, el
honor, y esto es la llave de bóveda de una comunidad que quiere vivir no de cualquier
manera sino como una nación independiente.
En esta línea se ubica el consejo de Anchorena
a Rosas y en esta también el comentario de la Ilustración Argentina cuando
refiere que “la Confederación […] concurrió a defender sobre el campo de
batalla los derechos de Nación Independiente y libre, que ya había sostenido
con ventaja en el de la discusión y del derecho”27.
Esta custodia de los intereses
morales que comporta la salvaguardia de la soberanía hace que, aún en el caso
del fracaso en la defensa por las armas (tal como ocurrió en la Batalla de la Vuelta
de Obligado en la posterior intervención Anglo-Francesa), la nación conserva en
el hecho más de lo que se ha perdido en derecho, ya que el adversario que ha
obtenido una costosa ventaja de principio, mirará dos veces antes de
aprovecharla concretamente, mucho más que si la obtiene con una simple
intimación. Es lo que ocurrió en dicha intervención y por esto es que, a pesar
de la victoria parcial de los coaligados en el campo de Batalla, finalmente se
rindieron al respeto de la soberanía
argentina.
Esta es la razón por la que la
defensa de la soberanía comporta grandes beneficios a la Nación aun cuando no
pueda lograrse el éxito. Por ello, Anchorena decía a Rosas que la Argentina defendiendo
todos sus derechos “hasta con el último aliento de la vida de todos y cada uno
de los argentinos, jamás podrá perder tanto como perdería cediendo en lo más
mínimo de nuestros principios”28.
Julio Irazusta en disenso con las
opiniones de otros historiadores considera que existió una inteligencia
verdaderamente argentina que acompañó a Rosas, que formaban un equipo y que elaboró
una doctrina política. Esta fue expresada en la Legislatura de Buenos Aires, en
las notas oficiales y en los periódicos oficiosos. Dicha doctrina expone acerca
de la amenaza imperialista y la fuerza que dispone el país para rechazarla
exitosamente. Incluso, observa el autor, que todos los rasgos que el
pensamiento histórico más avanzado atribuyó en sus tiempos y en los nuestros a
la expansión anglo francesa en el mundo entero, fueron señalados por los
argentinos más esclarecidos29. En este mismo sentido, señala Caponnetto que
Rosas eligió como colaboradores “a quienes creyó capacitados para sus cargos y
los hizo prestar patrióticos servicios, durante largos años, sin apartarse de
sus metas ni de su tradicional jerarquía de valores. Integraron juntos un equipo
de trabajo político, cuyo rumbo lo fijaba el Gobernador”30.
Sobre la amenaza imperialista
advirtieron: las habilidades de la diplomacia para desarmar la vigilancia de
los territorios a conquistar, el arte de dividir para reinar, los móviles
económicos ocultos detrás de las razones que se explicitan. En los periódicos
cuyanos advertimos estos puntos de la doctrina política toda vez que señalan
con insistencia la generación de conflictos diplomáticos que producen
distracciones de lo verdaderamente importante; el papel que les cupo a los
unitarios como agentes del poder extranjero para generar divisiones y luchas
internas; los verdaderos intereses económicos y de dominio material de nuestras
fuentes de riqueza disfrazados tras los argumentos del progreso y la
civilización.
“Si clarividentes para examinar
el peligro, nuestros grandes espíritus no lo fueron menos para mostrar el modo
de enfrentarlo”31, dice también Irazusta.
Así fue que cuando, al fin, Rosas logró vencer
a los enemigos externos e internos consiguió detener el proceso de disgregación
nacional, “en rigor, las fronteras del país que conocemos quedaron definidas en
buena medida por la acción de Rosas”32. Los unitarios privilegiaron sus ideas a
la cuestión territorial. Los federales dieron prioridad a la unidad
territorial, que tiene el valor de lo permanente33. La Gran Argentina era
posible, si esto no fue así, se debió en gran medida a la acción perseverante
de los partidarios de la pequeña Argentina que para lograr sus fines,
obviamente siempre encontraron aliados extranjeros a cuyos intereses convenía
este cambio de destino para la Argentina.
Fuentes Primarias
Ilustración Argentina (1849)
Mendoza, 1 de agosto, n. 3, p. 88, col. 2.
El Honor Cuyano (1846) San Juan,
12 de febrero 1846, p. 8, col. 2.
El Honor Cuyano (1846) San Juan,
7 de marzo, n. 3, p. 4, col. 2.
El Honor Cuyano (1846) San Juan,
5 de setiembre, n. 14, p. 5, col. 1.
El Honor Cuyano (1846) San Juan,
30 de octubre, n. 17, p. 5, col. 2, p. 6, col. 1 y 2.
Bibliografía Consultada
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Francia, Buenos Aires: Dictio.
CAPONNETTO, A. (2013), Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos
Aires: Katejón.
DÍAZ ARAUJO, E. (2010) Argentinos
en Chile (1844-1854). La Plata: Universidad Católica de la Plata.
IRAZUSTA, J. (1968) “Alberdi en
1838 – Un trascendental cambio de opción práctica” en: Ensayos históricos, Buenos Aires: EUDEBA.
IRAZUSTA, J. (1979) Tomás de
Anchorena o la emancipación a la luz de la circunstancia histórica. En: De la epopeya
emancipadora a la pequeña Argentina, Buenos Aires, Dictio.
MASSOT, V. (2005) La
excepcionalidad argentina; Auge y ocaso de una Nación, Buenos Aires: Emecé.
ROSA, J. M. (1965) Historia
Argentina, Buenos Aires: Granda.
TERNAVASIO, M. (2009) Historia de
la Argentina 1806-1852, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Notas:
1 ROSA, J. M. (1965) Historia Argentina, Buenos
Aires: Granda, t. V, p. 15.
2 Ibidem.
3 Ibidem, p. 16.
4 Ibidem.
5 Ibidem, p. 17.
6 BAINVILLE, J. (1981) Historia
de Francia, Buenos Aires: Dictio, p. 341
7 Ibidem.
8 IRAZUSTA, J. (1979) Tomás de
Anchorena o la emancipación a la luz de la circunstancia histórica. En: De la epopeya
emancipadora a la pequeña Argentina, Buenos Aires: Dictio, p. 327.
9 Ibidem.
10 Ibidem.
11 Ibidem, p. 330.
12 El artículo aclara en nota al
pie que esta expresión está tomada del ultimátum del Cónsul Roger al Gobierno Argentino
datado a bordo de la fragata Minerva a 13 de setiembre de 1838.
13 El redactor también aclara en
nota al pie: Contestación del Gobierno Argentino al Cónsul Francés fecha 18 de
octubre de 1838.
14 Ilustración Argentina (1849)
Mendoza, 1 de agosto, n. 3, p. 88, col. 2.
15 Ibidem, p. 89, col 1.
16 El Honor Cuyano (1846) San
Juan, 12 de febrero 1846, p. 8, col. 2.
17 El Honor Cuyano (1846) San
Juan, 7 de marzo, n. 3, p. 4, col. 2.
18 Ibidem, p. 5, col. 1.
19 El Honor Cuyano (1846) San
Juan, 5 de setiembre, n. 14, p. 5, col. 1.
20 El Honor Cuyano (1846) San Juan, 30 de
octubre, n. 17, p. 5, col. 2, p. 6, col. 1 y 2.
21 Ibidem, p. 4, col. 1.
22 Ibidem, p. 4, col. 2.
23 IRAZUSTA, J. (1979) Op. Cit.,
p. 317. Por el contrario TERNAVASIO, M. (2009) Historia de la Argentina 1806-1852,
Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores; sostiene una posición más afin a la
historiografía tradicional liberal en el tema de las causas de la intervención
extranjera. La autora considera que el unanimismo rosista había logrado
extender el orden y la paz al conjunto de la Confederación. Los conflictos y
las mayores amenazas “luego de 1843 estuvieron ubicados fuera de las fronteras
de la república unanimista. Montevideo fue el centro de una disputa” que
involucró a los exiliados, al gobierno oriental y a las fuerzas extranjeras. El
sitio de la capital oriental mantenido por las tropas de Oribe –que duró nueve
años– “estuvo apoyado por la intervención de Rosas al intentar bloquearla con
su escuadra”. Para la autora esta fue la causa que “desató la reacción de
Francia e Inglaterra que, en esta ocasión, decidieron llevar a cabo un bloqueo
conjunto para defender los intereses de los países neutrales, perjudicados en
sus negocios con el puerto oriental”. Ante la negativa de Rosas de retirar su
escuadra, la flota anglo-francesa bloqueó el puerto de Buenos Aires. La estrategia
de resistencia volvió a dar sus “frutos a un régimen que no dejaba pasar
ninguna de estas ocasiones para convertir las aparentes derrotas en victorias.
Con el levantamiento del bloqueo, Rosas logró, entre otras cosas, que frente al
constante reclamo de la libre navegación de los ríos, las potencias admitieran
que la navegación del río Paraná era un problema interno a la Confederación”.
24 Cit. en IRAZUSTA, J. (1979), Ibidem.
25 Ibidem.
26 IRAZUSTA, J. (1968) “Alberdi
en 1838 – Un trascendental cambio de opción práctica” en: Ensayos históricos, Buenos
Aires: EUDEBA, p. 151.
27 Ilustración Argentina (1849) Mendoza, 1 de
agosto, n. 3, p. 88, col. 2.
28 IRAZUSTA, J. (1979), Op. cit., p. 318.
29 Ibidem, p. 331.
30 CAPONNETTO, A. (2013), Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos
Aires: Katejón, p. 74. El autor se explaya en las páginas 74 a 77 dando
respuesta a autores que juzgan revolucionario a Rosas por tener como ministros
a Vicente López y Planes, Tomás Guido, Manuel Moreno, Manuel de Sarratea,
Felipe Arana, listado al que podríamos agregar los nombres de Baldomero García
y Carlos María de Alvear. “Cierto e innegable es que la selección de los
ministros del Príncipe califica su tino y sus proposiciones. Pero no hay una
regla inamovible, según la cual, subordinados ideológicamente cuestionables al
servicio de una autoridad ejemplar, sigan siendo objetables; o, contrariamente,
sujetos probos no puedan echarse a perder trabajando para jerarcas
desquiciados. De ambos casos se nutre la historia universal y aún la argentina”
(p. 74). Uno de esos ejemplos puede ser el de los liberales argentinos
exiliados durante la época rosista quienes al servicio de una autoridad
ordenadora trabajaron para el Gobierno chileno bajo el sino de Portales en un
sentido bien distinto del que después emplearían en nuestro país. Cfr. DÍAZ
ARAUJO, E. (2010) Argentinos en Chile (1844-1854). La Plata: Universidad
Católica de la Plata.
31 Ibidem.
32 MASSOT, V. (2005) La
excepcionalidad argentina; Auge y ocaso de una Nación, Buenos Aires:
Emecé, p. 115.
33 Ibidem, p. 116.