Por: Jordan Bruno Genta
Caseros es el primer triunfo decisivo de la política liberal
en la Historia Argentina; no sólo extiende su influencia a todas las
manifestaciones de la vida nacional, sino que logra imponer una gran
falsificación de nuestra conciencia histórica para encubrir con la leyenda del
tirano Rosas, la conducta desleal y oportunista de los emigrados, convictos y
confesos de haber alentado la intervención extranjera y de haber negociado la
desmembración del territorio; lo cual unido al oro que han recibido de los
agentes imperialistas en pago de su inapreciable colaboración, configura la imagen
siniestra de los "reos de lesa Patria", con la que ellos pretenden
confundir a Rosas ante la posteridad. Y esta falsificación de nuestra Historia
nos engaña acerca de lo que somos y tenemos que ser; nos extravía
irremediablemente el juicio sobre las cosas que debemos respetar y las que
debemos temer. La Patria es la Historia de la Patria.
¿Qué sentido del patriotismo y de sus deberes pueden tener
los jóvenes argentinos que frecuentan el magisterio de los doctrinarios de la
traición?
Leed y volved a leer esta respuesta de Alberdi a la pregunta
sobre el deber argentino, con motivo del Bloqueo francés del Río de la Plata,
publicada en "El Nacional" de Montevideo, el 28 de noviembre de 1838:
"¿Estará el
deshonor, entonces, en ligarse al extranjero para batir al hermano? Sofisma
miserable. Todo extranjero es hombre y todo hombre es nuestro hermano".
O esta apología de la traición de la Patria que Sarmiento
hace en "Facundo", el más celebrado y difundido de sus libros;
lectura obligatoria en nuestras escuelas públicas:
"… los que
cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de
Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas
en las orillas del Plata, fueron los jóvenes: en una palabra, fuimos nosotros". (III Parte, cap. 2).
Y la verdad es que estos doctrinarios de la traición, los jóvenes
esclarecidos de la brillante generación de Mayo, son mentores oficiales de la
juventud argentina que los reverencia como a personalidades próceres y maestros
de conducta civil, mientras Rosas continúa siendo "un reo de lesa Patria"
y un monstruo moral.
Es necesario que el defensor de la soberanía nacional, sea execrado
por los siglos de los siglos, a fin de que Urquiza, López, Mitre, Sarmiento y
Alberdi, aparezcan revestidos con las acrisoladas virtudes del patriotismo y de
1a. fidelidad. Se trata de un fallo inapelable, de una sentencia definitiva, de
un dogma secular que debe ser acatado en nuestras interpretaciones y
valoraciones históricas. Nadie puede intentar la más leve modificación de este
prejuicio, consagrado por los más celosos partidiarios de la variabilidad de
todas las cosas. No hay como los declamadores democráticos de la Evolución
Universal, para decretar inmutabilidades en el seno mismo de. lo que cambia
indefectiblemente.
Dudar de la divinidad de Cristo es signo inequívoco de una
mentalidad evolucionada y progresista; pero poner en duda la monstruosidad de
Rosas es una aberración mental y un crimen inexcusable. Tal es el criterio de
liberales y masones.
Los medios que se emplean para asegurar y mantener esta gran
falsificación de nuestra Historia, superan en viieza y en cobardía a los que se
usaron para combatir a Rosas en el poder. El ensañamiento contra Rosas muerto
es todavía mayor que el mostrado hacia Rosas vivo. No se retrocede ante ninguna
valla; si es necesario so oculta o se tergiversa la misma evidencia. No se
respeta ni se considera en absoluto el juicio más autorizado, si ese juicio
reconoce el patriotismo, la prudencia y la honestidad de Rosas; ni siquiera si es.
San Martín quien lo dice.
Los mismos que estiman insuficiente la medida humana para
exaltar a nuestro Gran Capitán y levantan altares laicos (grotesco intento de
entronizar la idolatría del héroe por odio a Dios), no le escatiman agravios
toda vez que declara su adhesión o le testimonia su gratitud argentina a Rosas.
El penegírico se cambia en vituperio: San Martín es un viejo obcecado y
reblandecido, un necio que habla con suficiencia de lo que no sabe o un padre
agradecido por los favores dispensados a sus hijos.
Sarmiento en su biografía del General San Martín que figura
en la galería de hombres célebres de Chile - Santiago, 1854, no vacila en
mentir con su impavidez habitual, además de atribuir a la debilidad senil de
San Martín su adhesión a la causa de Rosas:
"Nada de
particular presentan los últimos años de San Martín, sino es el ofrecimiento
hecho al dictador de Buenos Aires de sus servicios en defensa de la
independencia americana que creía amenazada por las potencias europeas en el
Río de la Plata. El poder absoluto del General Rosas sobre los pueblos
argentinos no era parte a distraerle de la antigua y gloriosa preocupación de
la independencia, idea única, absoluta y constante de toda su vida. A ella
había consagrado sus días felices, a ella sacrificaba toda otra consideración.
la libertad misma. Pocos meses antes de morir, escribió a un amigo algunas
palabras exagerando las dificultades de, una invasión francesa en el Río de la
Plata, con el conocido intento de apartar de la Asamblea Nacional de Francia,
el pensamiento de hacer justicia a sus reclamaciones por medio de la guerra. A
la hora de su muerte, acordóse que tenía una espada histórica, o creyendo o
deseando legársela a su patria, se la dedicó al general llosas, como defensor
de la independencia americana... No murmuremos de esto error de rótulo en la
misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta apreciación de los
hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de treinta y seis años del
teatro de los acontecimientos, y las debilidades del juicio en el período
septuagenario"
(tomo III, página 296).
En otra página de su vastísima obra, comentando su visita a
Grand Bourg, en el verano de 1845, emplea el mismo argumento para excusar a San
Martín:
"…San Martín es el
ariete desmontado ya, que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de
una pieza, anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas
al defensor de la independencia amenazada, y su ánimo noble se exalta y
ofusca...
"…San Martín era
un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu
adquiridas en la veje z… " (tomo V, pág. 114).
El subrayado nos pertenece, y abarca casi todo el texto porque
queremos destacar los recursos innobles de que se vale Sarmiento para
desautorizar la actitud de San Martín hacia Rosas y, al mismo tiempo, para
reducir la. agresión imperialista a un fantasma, engendrado por el delirio
obsesivo de un pobre viejo. Y también porque es un testimonio de la falta de
escrúpulos de que hace gala Sarmiento, toda vez que estima oportuno mentir para
lograr un determinado efecto. Si escribe una biografía de San Martín para hacer
el elogio del héroe de la independencia, no conviene en absoluto que el legado
de su sable aparezca como una decisión lúcida y serena; nada más fácil para el
llamado Maestro de América, que es un consumado maestro en estas habilidades: "A la hora de la muerte, acordóse que
tenía una espada histórica, o creyendo y deseando legársela a su patria, se la
dedicó al general Rosas… No murmuremos de este error de rótulo en la misiva que
en su abono tiene su disculpa, en la inexacta apreciación de los hechos y de
los hombres que puede traer una ausencia de treinta y seis años (suponemos
que esta cifra es un error tipográfico)
del teatro de los acontecimientos y de las debilidades de juicio en el período
septuagenario".
Hemos repetido esta parte del texto para mostrar que
solamente un impostor de oficio puede incurrir en esta burda falsificación y en
esta inexcusable irreverencia. Si Sarmiento ignora en 1854 que San Martín había
redactado su testamento seis años antes de morir, en estado de plena lucidez y
dominio de sí, no puede ignorar,, que está inventando las circunstancias de la
muerte del héroe para que, el legado a Rosas, aparezca como el acto
irresponsable de un anciano moribundo que no sabe lo que hace.
El presidente de la Comisión Argentina de Montevideo, Dr.
Valentín Alsina, le escribe a su amigo D. Félix Frías con motivo de la muerte
de San Martín que acaba de conocerse en el Río de la Plata. El rencor que ha
tenido que disimular en la obligada nota necrológica, lo desahoga en la discreta
intimidad de la carta que está fechada en Montevideo, el 9 de noviembre de
1850:
" …Como militar
fué intachable, un héroe; pero en lo demás era muy mal mirado por los enemigos
de Rosas. Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi
agrestes y serviles contra el extranjero.... Nos ha "dañado mucho
fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre;
y todavía lega a un Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e
indigna y. . . pero mejor es no hablar
de esto... "
La verdad es que todavía "aturde, humilla e indigna" a los abogados de la Democracia.
Dicen venerar al héroe nacional, pero descalifican sus juicios en cuanto se
oponen a sus intereses creados. Prefieren las mentiras de Sarmiento a las
verdades ele San Martín, porque son discípulos aprovechados de la escuela
histórica que D. Salvador María del Carril inaugura en nuestra Patria, con sus
recomendaciones a Lavalle después de la ejecución de Dorrego, en diciembre de,
1828:
"…si para llegar
siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los
pasaportes de la verdad. se embrolla: y si es necesario mentir a la posteridad,
se miente y se engaña a los vivos y a los muertos.. . "
Los empresarios de la falsificación metódica y sistemática de
nuestra Historia, con aparato documental y crítica científica o sin estas
formalidades aparentes, se sienten plenamente justificados por esta doctrina de
la mentira patriótica, gemela de la que auspicia la mentira piadosa a fin de
que el hombre muera como una vaca y no como un hombre.
Claro está que esta doctrina suele revestirse con las
denominaciones propias de las filosofías a la moda: y por esto es que en los
días que corren, se llaman lo mismo existencialismo que pragmatismo.
La mentira patriótica es la "verdad existencial" o
la "verdad pragmática"; algo así como una ficción consoladora,
confortable y estimulante para la vida de las naciones y que debe administrarse
de acuerdo con las necesidades de cada momento y al hilo de la existencia
histórica.
Los pueblos, se dice, tienen necesidad de "mitos" o
de "mística" para vivir. La confrontación existencial de la última,
guerra ha confirmado que el mito de la Democracia y de la Libertad continúa
siendo la razón vital de la humanidad, frente, a los caducos nacionalismos
autoritarios. Esto significa para los vigías de la dialéctica existencial que
el mito saludable, la mística vivificante de las naciones, es todavía la
Democracia made in U.S.A. o made in U. R. S. S.
Y el resurgimiento democrático de post-guerra, en nuestra Patria,
exige mantener la leyenda de la Tiranía, más un obligado complemento que es.
*Tomado del libro San Martin, doctrinario de la política de
Rosas. Ediciones del Restaurador. Bs As. 1950.