Capítulo 2
Masonería
Grafton Street, número 28,
Bloomsbury, de la ciudad de Londres, “la casa de Miranda”, donde residía la
“Gran Reunión Americana”, matriz de la logia masónica gaditana.
Tal lo postulado. [244]
Ahora, veamos lo probado.
Grafton Street, n° 28, en el West
End, hacía un año que había dejado de ser “la Casa de Miranda”. Ahora era la
“casa de los diputados de la Junta de Caracas”, es decir, la vivienda de Andrés
Bello y Luis López Méndez. Caserón donde concurrirían varios de los americanos
exiliados de Cádiz (que se alojaban en el “Sabloniere’s Hotel”).
Además, y lo que vamos a asentar
es un punto fundamental: no es verdad que Bello y o López Méndez hubieran
pertenecido a la “Gran Reunión Americana”, por la muy buena razón de que tal
ente nunca existió en la realidad y sólo había sido un
invento lucrativo del espía británico Francisco de Miranda.[245] Lo cierto es que: Miranda, que no
conoció a Olavide ni tuvo representación alguna de una inexistente Junta de
americanos, no perteneció a la Masonería y no fundó la Logia Lautaro. [246]
En razón de lo cual, el
historiador español Paulino Castañeda ordena el tema de esta forma:
Hoy podemos afirmar con
argumentos bastantes, lo siguiente: a) Miranda no perteneció a la masonería. En
su archivo personal no han aparecido documentos relacionados con logias, ni
correspondencia con orientes (ni grandes ni pequeños), o signos de sabor
masónico, ni conoció a miembros importantes, como Pablo Olavide o Juan Pablo
Vizcardo; b) no fue maestro de San Martín; cuando éste llegó a Londres, Miranda
ya se había embarcado para Caracas (1811), no hay documentos de los cuales se
pueda deducir que fuera organizador de aquellas sociedades secretas de Cádiz y
Buenos Aires, y muchos menos de que las dotara de un cuño masónico. Ni siquiera
lo tuvo su famosa tertulia de Londres. [247]
Asimismo, otro dato esencial: ni
Bello ni, menos, López Méndez, eran masones, sino católicos romanos
ortodoxos [248]; por lo tanto, conocedores y cumplidores
de las normas pontificias de prohibición de ingresar a la Masonería [249].
Por otra parte, está
exhaustivamente averiguado que ni José de San Martín, ni la Logia de Lautaro o
Sociedad de los Caballeros Racionales eran entidades inciáticas.
Investigaciones recientes, de historiadores argentinos o de extranjeros
masones [250]no hacen sino confirmar esa ausencia de
relación entre la Logia de los Caballeros Racionales – con filiales en Cádiz y
Londres – y la Orden Masónica, no obstante ciertas apariencias externas en los
procedimientos y el sigilo [251]. Más adelante, el propio Rey Fernando VII
destacará ese carácter no-masónico. [252]
Un elemento adicional a computar
es que los Gobiernos peninsulares, contra los que se rebelaban los americanos
que emigraban de Cádiz, y que San Martín describe como “tiránicos”, eran la
Junta Central, las Cortes y la Regencia. Los dos primeros sobradamente
conocidos como liberales.
En cuanto al Consejo de Regencia,
en agosto de 1812, mandó a los intendentes “cerrar todos los conventos ya
disueltos, extinguidos o reformados”, haciendo inventario de sus bienes. [253] Es decir: tan anticlerical como los
otros dos.
Por supuesto que, en esta
materia, el principal, sino único, testimonio desde adentro de la Logia, continúa
siendo el de Fray Servando Teresa de Mier, O.P.
Este religioso mexicano llegó a
Cádiz, y al ver el clima de persecución a los americanos, quiso integrarse en
alguna sociedad de autodefensa. Consultó con otro sacerdote, el P. Ramón
Eduardo Anchoris, quien lo anotició de la existencia de la “Lautaro”, a la que
él pertenecía, invitándolo a asociarse a esta entidad de autoprotección
secreta. De Mier planteó entonces la cuestión de la masonería, prohibida por la
Iglesia. Anchoris le respondió que si bien la “Lautaro” era secreta y guardaba
ciertos ritos análogos a los de la Masonería, nada tenía que ver con la entidad
antirreligiosa, condenada por la Iglesia. De ese modo de Mierd ingresó en los
“Caballeros Racionales”; pero, como alguna duda al respecto lo inquietaba,
cuando en una reunión de la Logia le tocó hablar, él afirmó por tres veces
consecutivas que la Lautaro:
…no será Sociedad de Masones,
sino de Patriotismo y Beneficencia. También dijo que conoció al chileno José
Pinto que “aunque era Masón, no era Caballero Racional”.
Alvear, que presidía la reunión,
en tono de reproche le preguntó el porqué de su insistencia en el tema
masónico, de Mier le contestó que porque esa era la verdad, que la entidad no
era masónica. Aclaraba después de Mier que la censura de Alvear obedecía a la
razón de que él era el único miembro de la Logia que era masón. [254]
NOTAS:
[244] BM, t. I, pp. 134-135. La sociedad de
“Lautaro”, “vinculada con la sociedad matriz de Londres denominada “Gran
Reunión Americana”, fundada por el general Miranda (…). En esta asociación
estaba afiliado San Martín”. Para peor, Mitre lo hace ir a Miranda hacia Cádiz,
donde el venezolano nunca estuvo. Ese es el punto de partido de todos los
errores posteriores al respecto. Uno, bastante grande, es el que comete
Julio C. González, cuando afirma que: “San Martín se reunió en torno a Miranda
en Londres”: BM, t. I, p.345. Jamás se vieron entre sí, entre otros motivos,
porque Miranda no fue a Cádiz, y cuando San Martín llegó a Londres hacía ya un
año de la partida de Miranda a Venezuela: Canter, Juan, op. cit., p. 189.
[245] Era “una falsedad (…) puras
maquinaciones fanáticas de Miranda para presentarse a Pitt como un
plenipotenciario de los pueblos americanos (…) no es, ni ha sido, más que un
mito” en Batllori, Miguel, SJ, El abate Viscardo. Historia
y mito de los jesuitas en la independencia de Hispanoamérica, Nueva
edición, Madrid, MAPFRE, 1995, pp. 95-97. Cf. Batllori, Miguel, S.J., “The Role
of the Jesuit Exiles”, en: Humpreys, R.A. y Lynch, John (compiladores), The
origins of the Latin American Revolutions, 1806-1826, New York, 1965. Con
señalar un solo dato se advertirá el fraude de Miranda. Éste, en su carta a
Pitt, del 16 de Enero de 1798, donde le daba cuenta de la constitución de la
“junta de diputados de América”, incluía entre sus miembros a Pablo de Olavide,
quien había sido un liberal revolucionario en Francia. Pero, Olavide, ya en
1796, había publicado “El Evangelio en triunfo. Historia de un filósofo
desengañado”, donde renegaba de su pasado revolucionario. En 1798 estaba de
regreso en España, sin contacto alguno con los liberales. Luego, lo de Miranda
era “una maniobra propagandística, llevada a cabo, sin el previo consentimiento
de Olavide”: Deforneaux, Marcelin, “Pablo de Olavide, un afrancesado en el
siglo de las luces”, en: Estudios Americanos, Sevilla, Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, n° 100, enero 1960, p.43. Tampoco el Abate Viscardo
se había entrevistado con Miranda, y los otros sujetos mecionados: Del Pozo,
Salas, etc., lo más seguro es que no existieran. Cf. Robertson, William Spence,
quien dice que esa historia de la “Gran Reunión Americana” es: “actualmente
apenas algo más que una leyenda” en Rice of the Spanish-American
Republics as told is the lives of their liberators, New York, 1918, p.
53; Davis, Thomas B., Carlos de Alvear. Hombre de la Revolución,
Bs.As., Emecé, 1964, p. 253, nota 7. A todo evento, cabe anotar que la fantasmal
“Gran Reunión Americana”, según el propio Miranda fue disuelta en 1810: Canter,
Juan, op. cit., p. 189. Asimismo, todos los que mentan a la “Gran Reunión
Americana”, necesariamente conocen – por Mitre – las respuestas dada por Matías
Zapiola a estos temas. Preguntado: “¿Cómo se llamaba la logia a que usted
perteneció en España?”, contestó: “Sociedad de Lautaro se titulaba la reunión
de americanos a que fui incorporado en Cádiz”. Preguntado: “¿Si la logia estaba
en relación con la de Londres?”, manifiesta: “En Londres asistí a la sociedad
establecida en la casa de los diputados de Venezuela; allí fui ascendido al
quinto grado como lo fue el general San Martín; ésta estaba relacionada con la
de Cádiz y otras”. La última interrogación fue: “¿El título de Lautaro era
exclusivo de la de Buenos Aires o lo tenía antes otra logia en Europa?”. A lo
que Zapiola dijo: “En Cádiz se llamaba Sociedad de Lautaro; en Buenos Aires
Logia de Lautaro (…) San Martín fundó la logia de Mendoza (especie de
reorganización)”. Como es notorio, Zapiola jamás habló de “Gran Reunión
Americana”, ni de Londres. Mitre y sus ahijados tergiversaron el sentido de la
frase “está relacionada con la de Cádiz”, para adjudicarlo a la supuesta logia
mirandista. Es una mala interpretación. En primer lugar, porque según esas
mismas fuentes, Miranda, al irse de Londres en setiembre de 1811, habría
resuelto la sedicente logia “Gran Reunión Americana”. Un año después cuando
Zapiola comparece a la casa de los diputados de Venezuela, no podría estar
subsistente como para relacionarla con la de Cádiz. En segundo lugar porque la
correspondencia de Alvear a Mérida, enviada en un buque inglés interceptado por
un corsario puertorriqueño, demuestra acabadamente que tanto la logia de Cádiz
como la de Londres, eran filiales de la Lautaro, no de la “Gran Reunión
Americana”. Patricia Pasquali presenta así el tema: “Luego de la escala en la
capital portuguesa, San Martín llegó a Londres, donde fue ascendido al 5°
grado. Allí, por mandato de la Logia N° 3, que había quedado (en Cádiz) bajo la
presidencia de Anchoris, y junto con sus cofrades Alvear, Zapiola, Mier,
Villaurrutia y Chilavert, fundó otra filial de los Caballeros Racionales. Ésta,
distinguida con el n° 7”, etc.: PP-1, p.77- Cf. Villegas, Alfredo G., San
Martín en España, cit., apéndice n° 10, p.122. Número tres y número siete,
ambas de la Lautaro o Caballeros Racionales; también la N° 9, de Buenos Aires.
Luego, nada que ver con la hipotética y mitrista “Gran Reunión Americana”.
[246] Acevedo, Edberto Oscar, “San Martín, la
masonería y las logias”, en: Boletín de Ciencias Políticas y Sociales, Mza.,
Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, n° 23,
1978, p. 130. Cf. “San Martín y su ideario hacia 1810”, en: Ensayos,
enero-diciembre 1991, n° 41, pp. 89-105. Cf. Robertson, William Spence, “La
vida de Miranda”, Bs.As., Academia Nacional de Historia, II Congreso
Internacional de Historia de América, 1938, t. I. Con el único de los
patriotas sudamericanos con que estuvo en contacto Miranda fue con Bernardo
O’Higgins. A su vez, la solitaria alusión escrita cierta sobre la Lautaro la
colocó O’Higgins, referida a la suspensión del repaso de los Andes: Canter,
Juan “Las sociedades secretas y literarias”, en: ANH. Vol. V,
primera sección, p. 187, nota 74. Cfr. Oyarzún, Benjamín Oviedo, “La logia
lautariana”, en: Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago
de Chile, n° 66, t. LXII, pp. 105-126. Los estatutos de esa logia los publicó
Benjamín Vicuña Mackenna, en: Vida del capitán general de Chile don
Bernardo O’Higgins, Santiago de Chile, 1882, pp. 341-347. No hay en
ellos ninguna de las definiciones doctrinarias liberales, propias de las
sociedades iniciáticas.
[247] Castañeda Delgado, Paulino, “Las
convicciones religiosas de D. José de San Martín”, en: Navarro García, Luis
(editor), José de San Martín y su tiempo, Sevilla, Universidad de
Sevilla, Fundación El Monte, 1999. Cfr. Robertson, William Spence, La
vida de Miranda, Caracas, Ed. Anaconda, 1979.
[248] Luis López Méndez, encargado de la
residencia de Grafton Street 28, amigo de San Martín, y jefe de la logia de los
“Caballeros Racionales” en Londres, en carta a su esposa, del 28 de octubre de
1811, le exponía: “Quisiera al mismo tiempo que tú y todos nuestros hijos jamás
se aparten de la senda del Señor, ni aún se disgusten de andar por ellas, sino
con espíritu y buen ánimo caminen sin pasarse hasta llegar al término de
nuestra felicidad eterna. Así lo pido con muchas lágrimas al Señor,
interponiendo los ruegos de la Virgen María, del Señor San José, y de
todos los Ángeles, Apóstoles y demás santos. También le pido que se
conserve pura la religión en toda pureza, creyendo, confesando y practicando,
lo que la Santa Iglesia Católica, la única verdadera y esposa
de Jesucristo cree, confiesa y practica, sin admitir jamás entre
nosotros la profesión de ninguna secta de herejes (…) en fin, confío
en Dios, que nuestra Patria no tenga otra religión pública ni más
templos que los católicos”: Guillén, Julio, op. cit., pp. 130-131.
En consecuencia: “Un hombre de la clara conciencia religiosa y de la firmeza de
principios, como era Luis López Méndez, no hubiera jamás consentido figurar en
organización masónica alguna”: Fernández Larraín, Sergio, “Luis López Méndez y Andrés
Bello”, en: Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago
de Chile, n° 75, 21 semestre 1966, p.98. En cuanto al otro diputado venezolano,
cabe apuntar: “Nada se sabe de la suerte de Bello como integrante de la logia
n° 7 de Caballeros Racionales. Puede afirmarse sí, que el hecho de pertenecer a
esta asociación no afectó en nada sus sentimientos religiosos, pues las
finalidades de las logias fueron exclusivamente políticas y revolucionarias”:
Salvat Monguillot, Manuel, “Vida de Bello”, en: Ávila Martel, Alamiro y
otros, Vida y obra de Andrés Bello, Santiago de Chile,
Ediciones de la Universidad de Chile, 1973, p. 27. Cf. Jacksic, Iván, Andrés
Bello, la pasión por el orden, Santiago de Chile, 2001. Py Sunyer,
Carlos, Patriotas americanos en Londres (Miranda, Bello y otras figuras),
Caracas, Monte Ávila, 1978. “También hizo buenas migas San Martín con López
Méndez”: Terragno, Rodolfo, “Maitland & San Martín”, cit., p. 157.
[249] En tren piadoso, el P. Guillermo
Furlong introdujo un grave error en el debate, al sostener que a la época de
San Martín la Iglesia todavía no prohibía a sus fieles ingresar a la Masonería:
“Prólogo” a Trenti Rocamora, J. Luis, Las convicciones religiosas de los
próceres argentinos, 2a ed., Bs. As., J. A. C. K., 1948, pp. 13_14.
Eso no es así por manera alguna. Ya el 24 de abril de 1735, el Papa Clemente
XII, por la Bula “In Emminenti”, y el 18 de mayo de 1751, el Papa Benedicto
XIV, por la Bula “Próvidas Romanorum Pontificum”, habían prohibido a los
católicos la pertenencia a la Masonería. Y se siguió condenándola hasta la
Encíclica “Humanum Genus”, de SS León XIII, de 1884, la del 20 de abril de
1884, “De Secta Massonum”, y el penúltimo Código Canónico (canon 2335). En el
siglo XIX, Monseñor Dupanloup escribía: “Desde hace dos siglos, es decir, desde
que la masonería se desarrolló, no diré se fundó, en Europa, los Papas no han
cesado de estar alertas sobre ella. En el siglo XVIII, dos de ellos, Clemente
XII y el sabio Benedicto XIV; y en el siglo XIX, Pío VII, León XII, Gregorio
XVI, y, finalmente, Pío IX han pronunciado contra ella los anatemas más
solemnes y merecidos”: Estudio sobre la francmasonería, Bs. As., Iction, 1980,
p. 163. Por la misma época, en 1867, Monseñor de Ségur, señalaba que todo
francmasón se hallaba excomulgado, y transcribía los textos pertinentes. De la
Bula de 1738, reproducimos las frases con las que el Pontífice establece y
decreta que las asambleas de francmasones “las condenamos y proscribimos por la
presente Constitución, que debe surtir efecto perpetuamente. A cuyo fin en
virtud de santa obediencia prohibimos a todos los fieles cristianos (…) que
establezcan, propaguen o favorezcan la sociedad llamada de los Francmasones (…)
bajo pena de excomunión, en que se incurrirá por el hecho solo de contravenir
esta prohibición, sin necesidad de nueva declaración, y especialmente reservada
a Nos”. Texto reiterado por la Bula del Papa Benedicto XIV: Los
Francmasones, Bs.As., Cruz y Fierro, 1977, pp. 98-99. Cfr. Colinion,
Maurice, La Iglesia frente a la masonería, Bs. As., Huemul, 1963,
p. 133; Ploncard D’Assac, Jacques, Los Francmasones, México,
Tradición, 1980, pp. 17-18. Luego, de nada vale la excepción del Irlandés
O’Connell, invocada por el P. Furlong. Lamentablemente, como era previsible,
los liberales masones de la Argentina se tomarían de ese argumento del P.
Furlong, para decir que: “De las propias palabras del respetable autor transcripto,
resulta qua hasta 1880 la misma Iglesia no condenó de manera formal a la
masonería como institución anticatólica y contraria a sus dogmas”: VEDIA Y
Mitre, Mariano de, op. cit., t. 11, p. 372, Tan poco cierto era eso, como
consta en las Memorias de Fray Servando Teresa de Mier, que él consultó con el
sacerdote argentino Ramón Eduardo Anchoris, acerca del carácter masónico o no
de la Lautaro de Cádiz, precisamente por el temor a las prohibiciones
pontificias. Y recién cuando obtuvo la respuesta que esa sociedad secreta no
era iniciática, procedió a inscribirse en ella. Asunto que ampliaremos
enseguida. Sucede que en este punto, el bueno y recordado P. Guillermo Furlong
la pifió por partida doble, desde que, contra su opinión, la Masonería ya
estaba condenada bajo pena de excomunión, y, por otro lado, la Lautaro no era
iniciática. El propio Alcibiades Lappas acepta el hecho de la antigüedad de la
condena eclesiástica a la Masonería; ver: “La Masonería Argentina, etc.”, cit.,
p. 8. Y añade: “ la Masonería reiteradamente condenada por las autoridades del
Vaticano, desde el 24/4/1738 en que apareció la encíclica “In Eminenti
Apostolatus specula”, de Clemente XII […] el Vaticano ha seguido condenando a
la Masonería a través de las bulas de Benedicto XIV, del 18 de mayo de 1751,
titulada “ Providas Romanorum”; de Pío VII, del 13 de setiembre de 1821,
titulada “Ecclesiam a Jesu-Christo”; de León XII, del 13 de marzo de 1825, “Quo
Graviora”; de Pío VIII, del 31 de mayo de 1829, “Traditi Humanitati nostrae”;
de Gregorio XVI, del 15 de agosto de 1832, “Mirari vos”, que está dirigida
contra los errores del mundo moderno; de Pío IX, autor de varias, la más
importante de las cuales son “Qui Pluribus”, del 9 de noviembre de 1846,
“Syllabus”, del 8 de diciembre de 1864, “Multiplicer Inter” del 21 de setiembre
de 1865, “Ex epístola”, del 26 de octubre de 1865, “Apostolicae Sedis”, del 12
de octubre de 1869 y “Etsi multa” del 21 de noviembre de 1873; y finalmente,
León XIII, con su “Humanum Genus”, del 20 de abril de 1884 seguida de una
Instrucción Pública del Santo Oficio “De Secta Massonum”, del 7 de mayo de
1884, “Proeclara” del 20 de junio de 1894, “Annum Igressi” del 18 de mareo de
1902, sin contar la declaración hecha oficialmente el 19 de mareo de 1950, a
través de las columnas del Osservatore Romano, órgano periodístico
oficioso del Estado Vaticano, en el sentido de que las condenaciones de la
Masonería se mantienen en toda su integridad”: op. cit., p. 73. En el mismo
sentido que FURLONG, A.J. Pérez Amuchástegui, Ideología, etc.,
cit., pp. 88-89, y Massot, Vicente, op. cit., p. 57.
[250] Entre los argentinos se destacan:
Cuccorese, Horacio Juan, San Martin, Catolicismo y Masonería. Precisiones
históricas a la luz de documentos y testimonios analizados con espíritu crítico,
Bs. As., Instituto Nacional Sanmartiniano-Fundación Mater Dei, 1995, y Giorgio,
Dante Aníbal, “San Martin, la Masonería y el Imperio Británico”, en: TEH, n°
433, agosto 2003, PP- 55-79. Acerca de los extranjeros masones, seguimos la
síntesis efectuada por: Jacobella, Guillermo, “San Martín y los ideales
masónicos”, en TEH, n° 505, agosto 2009, p. 20, que dice: “El historiador
británico masón Seal-Coon publicó en 1978 y 1982 dos importantes estudios en la
prestigiosa publicación masónica inglesa “Ars Quatuor Coronatum” sobre “Simón
Bolívar” (AQC, vol. 90,1978, pp. 231-248) y las “Logias revolucionarias
hispanoamericanas” (AQC, vol.94,1982, pp. 83- 106) en los que destacaba que
esas logias constituidas originalmente en Europa por los que serían luego los
adalides de la independencia sudamericana, no eran de ninguna manera masónicas
[…] León Zeldis rechaza también, al igual que Seal-Coon, la afirma¬ción de
Alcihíades Lappas de que San Martín hubiera sido iniciado masón en la Logia
Integridad 11″ 7 de Cádiz, en 1808, porque “infortunately” no existen
constancias de esa logia (AQC, vol. ni, pp. 79-93)… George T. French,
historiador masón estadounidense se refiere igualmente a las logias de
‘‘Caballeros Racionales” como “pseudo masonic revolutionary lodge” (“General
San Martín, liberator and mason”, en: The Philaletes, junio 1990,
lid. Des Moines, IA, EE.UU, pp. 8 y 11). Un historiador revisionista
absolutamente equivocado sobre esta materia es José María Rosa: RJM,
t. II, pp. 364-368. Probablemente por haberse inspirado casi en exclusividad en
Mitre, sin consultar toda la historiografía posterior. En cambio, el
historiador liberal Juan Canter, observa con mesura que la “logia no perseguía
ningún fin dogmático (…) sólo tenía las fórmulas externas masónicas y el
ceremonial de iniciación”: “Las sociedades secretas y literarias”, cit. , HNA,
vol. V, primera sección, capítulo IX, p. 255. En contra de todo ese cúmulo
probatorio, Francisco José Quagliani, muy suelto de cuerpo, asevera que “hay
pruebas de que San Martín estuvo en contacto con la Gran Reunión Americana”:
op. cit., p. 57. Por cierto que ahorra exponer esas “pruebas”. En todo caso,
habrá sido un “contacto” espiritista o mediante ovnis. Asimismo, Quagliani
ofrece, en solitario, una alternativa a la polémica probatoria. Se pregunta:
“¿No perteneció o los ingleses lo borraron en su momento para eludir
responsabilidades?”: op. cit., p. 64. ¡Excelente gambito! Lo que faltaría es
que Quagliani explicara por qué razón las logias británicas borrarían de sus
listas el nombre del General, en un caso único en su historia. Que el Gran Maestre
Fabián Onsari, en 1951 (San Martín, la Logia Lautaro y la francmasonería,
Avellaneda, 1951; 2a ed., Bs. As., Supremo Consejo del Grado 23 y Gran Logia de
la Masonería Argentina, 1964), repitiera esas añagazas, vaya y pase, pero que
en el 2012 se sigan reiterando es algo más bien inaudito. Otra versión, muy
modesta, fue la del Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Libres y
Aceptados Masones, Eduardo Vaccaro. Dijo, sin ofrecer la menor prueba de la
existencia de esas hipotéticas logias, que San Martín perteneció a las logias
Integridad y Evry; que la Lautaro en Buenos Aires estuvo “bajo la orientación
del doctor Julián Álvarez” (si; el mismo “infame Julián Alvarez”, que le decía
Miguel Zañartu al General: AN, t. VI, pp. 213-214); que en Lima fundó la “Logia
Paz y Perfecta Unión”, entidad que, según Alcibíades Lappas, fue declarada
enemiga del Protector -ver: La Masonería Argentina, etc., cit., p.
66: “fundada por oficiales españoles que eran masones”-; y que en Londres
frecuentó las logias “San Andrés n° 52” y “San Juan Operativo n° 92”, entes más
o menos fantasmales: La Nación, Bs. As., 26 de enero y 3 de febrero
de 1998. Rodolfo Terragno, que lo cita, indica que algunos datos están “faltos
de prueba documental”: Maitland & San Martín, cit., pp. 179-181. Por decir
lo menos… Pero, si el lector quiere pasarla realmente bien, tiene que leer a:
Menniti, Adonay, San Martín Libertador de Argentina, Chile y Perú. “Reivindicación
Histórica”, t. II, Independencia del Perú, Mza., Menphis Investigadores,
2007, pp. 55- 108. Precedido por un hermoso capítulo acerca de la Evolución del
Pensamiento (pp. 25-54), desde la ameba al mono. Menniti nos informa que ha
sido oficinista auxiliar del Ejército, a satisfacción de los Suboficiales de la
Fuerza. Se trata de un señor que ha captado prolijamente los textos de la obra
de Bartolomé Mitre. Él es de los que creen que con Mitre basta y sobra. Piensa
que lo que sí requiere el clásico libro es de una buena glosa. Apostilla
masónica y anticlerical, ubicada en el séptimo grado de beatitud agnóstica,
toda vez que él es más masón que un tío bisabuelo nuestro. Lamentablemente, no
podemos reproducir acá las cincuenta páginas que Menniti dedica al tema. Por
eso, lo remitimos a su lectura directa, con el aviso de que lo disfrutará en
grande. En bien de Mitre, digamos que el comentario apunta más que a su gran
obra a la de: Avendaño, Rómulo, “La Sociedad Lautaro. Rectificaciones
históricas al Señor don José Manuel Estrada, en: Revista de Buenos Aires, 1869,
t. XIX, pp. 372-445. ¡Ojo! Tiene que ser la primera edición, que es más añeja
que otras; sino que busque La organización masónica en la independencia
americana, de Emilio Gouchón, o La logia Lautaro, de Rómulo
Gouchón (Bs. As., 1909), que son más viejas todavía (o, en: Zúñiga,
Antonio, La logia Lautaro y la independencia de América, Bs. As.,
Edición oficial de la Masonería Argentina del rito escocés Antiguo y aceptado,
y de propiedad de ella, 1922).
[251] Fundada en la carta de Carlos de Alvear
a Rafael de Mérida en Bogotá, la historiadora Patricia Pasquali ha creído
probar el masonismo de los “Caballeros Racionales”. En efecto, allí Alvear le
da cuenta a su corresponsal de la creación en Cádiz de la logia n° 3, y de su
refundación en Londres bajo el número 7; también de los grados que en ella le
correspondieron a él, a San Martín, a Zapiola, etc.: “Copia de D. Carlos Alvear
a Rafael Mérida, dándole noticias de algunas personas que pertenecen a la logia
n° 3 y Sociedad de Caballeros Racionales n° 7 de Cádiz de diversas regiones de
América y lo ocurrido en dicha ciudad después de la salida de Mérida”, Londres,
28 de Octubre de 1811, en: Torres Lanza, Pedro, Independencia de
América, fuentes para su estudio, catálogo de documentos conservados en el
Archivo General de Indias de Sevilla, Madrid, 1912, t. III, p. 111.
Pues todas esas formalidades externas no hacen sino confirmar el carácter
“pseudo-masónico” de la Lautaro, tal como lo han sostenido los historiadores
ingleses y estadounidenses masones, antes citados.
[252] Nota secreta de la Secretaría del Rey
Fernando VII al Gobernador de Cádiz, Villavicencio, del 22 de Agosto de 1816,
que establecía: “Muy Reservado. El Rey ha sabido por conducto seguro que existe
una sociedad muy oculta, cuyos ritos son análogos a los de la masonería, pero
que su único objeto es la independencia de América”: Eyzaguirre, Jaime, La
Logia Lautarina, Santiago de Chile, Ed. Francisco de Aguirre, 1973, p.8.
Definición coincidente con la
proporcionada por el Gral. Enrique Martínez a Andrés Lamas, el 4 de octubre de
1853, en la que afirmaba: “Esta sociedad tenía el solo objeto de promover la
independencia de todas las secciones de América española y unirse de un modo
fuerte para repeler la Europa en caso de ataque”: GIORGIO, Dante Aníbal, op.
cit., p. 65; cfr. MARTÍNEZ, Enrique, “Observaciones hechas a la obra póstuma
del señor Ignacio Núñez, titulada Noticias Históricas de la República”,
en: Revista Nacional, Bs. As., t. XXXV, pp. 124-125. Cf. Revista
Historia, Bs. As., n° 20, junio-setiembre 1960. Giorgio se ocupa
detalladamente de analizar referencias menores, tales como la de Nicolás de
Vedia, Nicolás de Laguna, Tomás de Iriarte, Mariano Balcarce, y otras
menudencias, que habrían llenado de contento a Enrique de Gandía. Esa nota del
Rey debería haber llegado a manos de ciertos monárquicos o derechistas
hispanos, quienes en su inquina contra los independentistas americanos, no
vacilan en suscribir la falsa versión de su masonismo. Es el caso de Eduardo
Aunós, Mauricio Carlavilla o Eduardo Comín Colomer, quienes repiten rumores
infundados distribuidos por el masón Miguel Morayta. Como muestra basta este
botón: “Después de su iniciación masónica (San Martín), desertó de la milicia,
recibiendo medios económicos del agente diplomático inglés sir Charles Stuart
para llegar a París. En la logia de Miranda renueva su sentimiento
revolucionario y embarca para Buenos Aires”: Comín Colomer, Eduardo, Lo
que España debe a la Masonería, Madrid, ed. Nacional, 1952, p. 49. Más
errores fácticos no se pueden cometer en un solo parágrafo. Como se trata de un
circuito que se retroalimenta -sin aportar nunca pruebas autónomas-, todo ese
artificio engañoso termina siendo receptado por el masón y marxista argentino
Emilio J. Corbiére, La masonería. Política y sociedades secretas en la
Argentina, Bs. As., Sudamericana. 1998, p. 201. Es un argumento que
impresiona superficialmente, hasta que se advierte el juego de citas
recíprocas, sin sustento propio. El aludido libro de Miguel Morayta es: Masonería
Española. Páginas de su historia, Ampliaciones y refutaciones de Mauricio
Carlavilla, Madrid, Nos, 1956. Algunos autores promasónicos no vacilan en
caer en ridículo, con tal de proponer su tesis. Un ejemplo, entre tantos, lo
constituye José Ignacio García Hamilton, quien atribuye la condición de masones
a Pueyrredón y a Belgrano: op. cit., pp. 106,134. Ni qué decir que repite lo de
la medalla de la logia belga, como si nadie hubiera escrito sobre eso: op.
cit., pp. 271,273. Idem: Norberto Galasso.
[253] MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino, Historia
de los Heterodoxos Españoles, ed. Bs. As., Perlado. 1945, t. IV, p. 145.