Es este nuestro modestísimo grano de arena y nuestro homenaje a la monumental tarea historiográfica que emprendieron los maestros del revisionismo fundacional en pos de develar la verdad histórica y de poner la historia al servicio de los intereses de la Nación.
domingo, 18 de noviembre de 2012
LA VUELTA DE OBLIGADO*
Por Alberto Ezcurra Medrano
En 1845, la Confederación Argentina se hallaba en conflicto con Francia e Inglaterra, debido a la pretensión de estas potencias de que no continuase la guerra que sostenía con el gobierno de Rivera en la Banda Oriental. Esta guerra había sido declarada por Rivera con el apoyo de Francia, y no preocupó a las mencionadas potencias mientras se desarrolló en territorio argentino. Comenzaron a juzgarla perjudicial para la “Humanidad” cuando, a raíz de la victoria de Arroyo Grande, Oribe puso sitio a Montevideo. Estaba en juego, por otra parte, el supuesto derecho de esas grandes potencias a la libre navegación de nuestros ríos. Y por sobre todo, la pretensión de Francia e Inglaterra de establecer su influencia y dictar su voluntad en el Río de la Plata.
El primer episodio de este conflicto tuvo lugar el 2 de agosto. Lo constituyó el incalificable atropello del secuestro de la escuadra argentina que al mando de Brown bloqueaba Montevideo. El hecho se produjo sin previa declaración de guerra, pendientes todavía las negociaciones con los ministros mediadores, Ouseley y Deffaudis, y pudo ser justamente calificado como acto de piratería. Al robo siguió el reparto de los buques, que fueron arbolados con la bandera oriental y puestos al mando del aventurero internacional José Garibaldi. De inmediato los aliados se dispusieron a imponer por la fuerza la libre navegación de los ríos argentinos, y entre el 7 y el 11 de agosto se vió a algunos de sus barcos haciendo trabajos de sondeo en la boca del Paraná Guazú.
Ante el giro que tomaban los acontecimientos, Rosas adoptó diversas medidas. El 13 de agosto dirige una nota al Comandante en Jefe del Departamento del Norte, General Lucio Mansilla. Este general tenía en su haber una brillante foja de servicios, pues había peleado en las invasiones inglesas, Chacabuco, Maipú, Camacuá e Ituzaingó, comandando además como jefe la división argentina que venció en Ombú al famoso general brasileño Bentos Manuel. En su nota, Rosas le hace ver la necesidad de “construir cuanto antes, en la costa firme del Paraná, una batería en el punto más aparente” y acoderar los buques todo combinado para una resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga “no pueda pasar más adelante”; le indica la conveniencia de que el lugar destinado para la defensa fuera en la provincia de Buenos Aires o Santa Fé, las cuales reunían más abundancia de recursos que Entre Ríos; pone a su disposición los buques de guerra y demás elementos que están al mando del Coronel Francisco Erézcano con 4 oficiales y 100 marineros. Todo esto es interesante, porque revela hasta qué punto Rosas –que no participó directamente en la Vuelta de Obligado-, fue el inspirador y el alma de la resistencia contra el invasor extranjero.
Felizmente, el temor que tenía Rosas de una agresión por el Paraná, no se realizó con la prontitud que era de esperar. Los aliados temían lanzar su escuadra por un río que les era desconocido. Y Rosas contribuyó a fomentar este temor. Hizo difundir la falsa noticia de que en cuatro puntos del Paraná se habían echado a pique buques cargados con piedras para obstruir el canal. La noticia llegó a conocimiento de los jefes aliados, quienes el 23 de agosto hicieron detener a un ballenero argentino, exigiendo a su patrón que informara el lugar donde habían sido echados a pique los buques, lo que por supuesto ignoraba. La marcha lenta y llena de precauciones con que más tarde los invasores navegaban el Paraná, demuestra que el ardid de Rosas había producido su efecto.
Lo cierto es que las actividades bélicas de los aliados tomaron otro rumbo. El 31 de agosto los anglo-franceses y Garibaldi ocuparon, incendiaron y saquearon la Colonia. El 5 de septiembre se presentaron en Martín García. Rosas, aleccionado por la estéril aunque gloriosa defensa de 1838, la había hecho evacuar previamente, dejando sólo una guarnición simbólica compuesta de 10 soldados ancianos y un niño y el pabellón argentino izado al tope del mástil, como signo de soberanía. A Garibaldi cupo la heroica hazaña de semejante conquista, elogiada como tal por la prensa de Montevideo. El 20 de septiembre –recalco la fecha- el mismo Garibaldi saqueó Gualeguaychú, “escandalosamente”, según el propio secretario de Rivera. Conviene recordar más a menudo que para nosotros, los argentinos, el 20 de septiembre es el aniversario del saqueo a Gualeguaychú.
Mientras tales atropellos se perpetraban bajo la protección de las escuadras de Francia e Inglaterra, los llamados ministros mediadores de estas potencias, que en realidad fueron ministros interventores, declaraban, el día 17, el bloqueo de los puertos y costas de la Provincia de Buenos Aires. “La Gran Bretaña y la Francia –comenta acertadamente Saldías- a título de mediadores, tomaban contra la Confederación Argentina la misma medida que se habían negado a reconocer como emanada de esta última, a título de beligerante, ante la plaza de Montevideo”.
La verdadera guerra iba a comenzar. “El gobierno argentino –escribía “La Gaceta Mercantil”- se halla pues en el forzoso caso de repeler una guerra de abominable conquista anglo-francesa sobre las nacionalidades americanas”.
Demás está decir que salvo el pequeño grupo que, según frase de Lavalle antes de imitarlo, había “trastornado las leyes eternas de patriotismo, del honor y del buen sentido”, todos los argentinos, sin distinción de clases sociales, acompañaron a Rosas en esta cruzada por la soberanía. Como expresión máxima de ese sentimiento, Don Vicente López y Planes, que había cantado en “El Triunfo Argentino” la epopeya de las invasiones inglesas, y en el “Himno Nacional” la de la Independencia, compuso una “Oda Patriótica”, donde llamaba así a los argentinos a defender por tercera vez su libertad:
Se interpone ambicioso el extranjero,
Su ley pretende al argentino dar,
Y abusa de sus naves superiores
Para hollar nuestra patria y su bandera,
Y fuerzas sobre fuerzas aglomera
Que avisan la intención de conquistar
Morir antes, heroicos argentinos
Que de la libertad caiga este templo
Daremos a la América alto ejemplo
Que enseñe a defender la libertad!
Es interesante señalar que la opinión americana, manifestada a través de la prensa, comprendió ampliamente el sentido y la trascendencia de la lucha que se preparaba. Sería largo y pesado abundar en citas. Como ejemplo, bastará con dos. “El Grito del Amazonas”, del Brasil, decía: “Nos llamarán rosistas! somos americanos! Todo el Río de la Plata y sus tributarios, sólo por un milagro dejarán de ser surcados por los galo-británicos. Vosotros, argentinos, acabad con honor. No retrocedáis delante de los que amenazándoos hoy con bombardeos porque os suponen débiles, se olvidan de la humillación de Whitelocke y del tratado de Mackau”. Y “The New York Sun” expresaba: “Nos es grato ver al gobierno argentino firme en su determinación de defender la integridad de la Unión. La rebelión del Uruguay fue puesta en pie por Francia con la esperanza de obtener los dominios del Príncipe de Joinville, hermano político del emperador del Brasil. La sumisión a la vil alianza de Guizot, sería la señal de una repartición de la República Argentina entre las potencias aliadas; pero nuestra confianza en el General Rosas y en su administración no nos deja qué temer al respecto”.
Mientras estas reacciones se producían en la opinión nacional y extranjera, el General Mansilla se dedicaba activamente a dar cumplimiento a las órdenes de Rosas. Había elegido para ello el lugar conocido por Vuelta de Obligado, en el partido de San Pedro. Allí el río se enangosta y forma una curva muy pronunciada. Su anchura es de unos 600 metros y su profundidad, en el canal principal, de 15. La barranca es muy adecuada para la instalación de baterías.
Después de algunas vacilaciones, que le hicieron abandonar transitoriamente ese lugar para trasladarse al paraje denominado “Las Hermanas”, situado seis leguas más arriba, Mansilla resolvió definitivamente por la Vuelta de Obligado, donde lo encontramos instalado el 17 de septiembre.
Veamos como se organizó la defensa de esa posición, de acuerdo a los datos suministrados por el propio Mansilla en su informe del 20 de diciembre. Sobre la costa se instalaron cuatro baterías. La de la derecha, denominada “Restaurador Rosas”, estaba al mando del ayudante mayor de marina Alvaro de Alzogaray y constaba de seis cañones, dos de a 24 y cuatro de a 16. La Segunda, ciento diez varas más arriba, era la “General Brown”, a las órdenes del teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante, y constaba de cinco cañones, uno de a 24, dos de a 18, uno de a 16 y uno de a 12. A cincuenta varas le seguía la tercera, “General Mansilla”, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios y compuesta de tres cañones, dos de a 12 y uno de a 8, en línea rasante con el río. La cuarta, “Manuelita”, a cuyo frente estaba el teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne, distaba 160 varas de la anterior y tenía siete cureñas de mar, de a 100 y de a 8, rudimentariamente empotradas en troncos de tala. Estas baterías estaban servidas por 160 artilleros y 60 de reemplazo.
La batería “Restaurador Rosas” estaba guarnecida en su flanco derecho por 500 milicianos de infantería, de los cuerpos de Patricios de Buenos Aires, al mando del Coronel Rodríguez, y por cuatro cañones de a 4 al mando del teniente José Serezo. El flanco izquierdo era defendido por 100 milicianos al mando del teniente Juan Gainza.
Las baterías “General Brown” y “General Mansilla” eran resguardadas por 200 milicianos del Norte, bajo las órdenes del teniente coronel Laureano Anzoátegui y por el capitán de marina Santiago Maurice.
Apostadas en un monte, a 100 pasos de distancia, servían de reserva 600 hombres de infantería y dos escuadrones de caballería al mando del ayudante Julián del Río y del teniente Facundo Quiroga, hijo del caudillo riojano, y ambas bajo las órdenes del teniente coronel José María Cortina.
A estas fuerzas hay que añadir los vecinos de San Pedro a las órdenes de Benito Urraca; de Baradero, a las de Juan Magallanes; y de San Antonio de Areco, a las de Tiburcio Lima, que en número total de 300 se unieron a último momento en patriótico y meritorio esfuerzo.
Y completa esta enumeración la escolta del General Mansilla, compuesta de 70 hombres al mando del teniente Cruz Cañete.
En el flanco izquierdo de la batería General Mansilla, en un mogote aislado, estaban apoyadas las anclas que sostenían una línea de 24 buques desmantelados, de los que hacían la navegación del Paraná y probablemente algunos de guerra, con tres cadenas corridas por la proa, centro y popa. El extremo opuesto de esas cadenas estaba sostenido por el bergantín “Republicano”, con seis piezas de a diez sobre estribor, y al mando del capitán de marina Tomás Craig. Por si el enemigo intentaba cortarlas, los místicos “Restaurador” y “Lagos”, con una pieza de a 6 cada uno, montaban guardia junto al “Republicano”. Tenían las mencionadas cadenas una doble finalidad: dificultar el paso del enemigo y demostrarle simbólicamente que la navegación del río no era libre y que sólo la lograría a la fuerza.
En una ensenada de la margen izquierda, 14 embarcaciones a remo con 200 infantes estaban listas para acudir a cualquier parte de la cadena o de la margen opuesta. Por último, se tenían preparadas dos líneas de a 5 chalanas unidas entre sí, con materias incendiarias a su bordo, para largarlas oportunamente a la deriva.
De todo lo dicho se deduce el acierto de Mansilla en disponer la defensa. Los principales jefes enemigos fueron los primeros en reconocerlo. Hubo fallas, sin duda. La artillería era escasa, las municiones más aún. Las había en Buenos Aires. Hubo demora en pedirlas y en enviarlas. El Teniente Coronel Ramírez Juárez, en el capítulo “Comprobaciones tardías” de su interesante libro “Conflictos diplomáticos y militares en el Río de la Plata”, ha señalado muy bien este aspecto negativo de la Vuelta de Obligado. Pero todo ello fué explicable dada la falta de experiencia en este género de guerra, y no aminora en nada la gloria del combate, sino que en cierto modo la aumenta, ya que en su transcurso el elemento humano supo sobreponerse a las deficiencias y dificultades materiales.
Dejemos a Mansilla instalado en sus baterías y volvamos al campo enemigo.
Rosas no se equivocó al esperar el principal ataque por el lado del Paraná. Existió en Montevideo una fuerte empresa comercial inglesa, cuyo jefe era Samuel Lafone. Esa empresa había adquirido el producto de la renta de aduana de Montevideo, dando una asignación usuraria a los orientales, y se beneficiaba, además, con el producto de los saqueos de Rivera. En ella tenían acciones algunos miembros del gobierno riverista, como el ministro Vázquez, y logró interesar también a los ministros mediadores –o interventores- de Inglaterra y Francia, Ouseley y Deffaudis. Había conseguido de la “generosidad” del gobierno de Rivera el privilegio de la navegación del Río Uruguay. Pero le interesaba obtener lo mismo en el Paraná, para comerciar con el Paraguay y con la Provincia de Corrientes, sublevada contra Rosas. Para ello preparaba un “convoy” de barcos mercantes, que sería protegido por la escuadra anglo-francesa.
El 1º de noviembre, el “British Packet” nos entera de que se habla formalmente de una expedición al Río Paraná. El 6 se concentran los barcos frente al Carmelo. Luego se internan en el Delta remontando en son de exploración el imponente Paraná Guazú. El 10 pasan por Baradero. Se detienen frente a la boca del Ibicuy, en sitio adecuado al entrenamiento de la infantería. El 17, la expedición sigue viaje en busca de la amenaza de la que se tienen noticias imprecisas. El 18 al atardecer fondea a una legua de la Vuelta de Obligado, a la vista de las posiciones de Mansilla. “Las márgenes –expresan en un mensaje- están cubiertas de gente vestidas de colorado, y frente a la obstrucción cruzan una goleta de guerra, cinco lanchas armadas y dos místicos”.
La escuadra invasora estaba compuesta de los siguientes buques:
Ingleses:
1) Vapor fragata “Gorgon”, buque insignia del Capitán Hotham, con seis cañones de 64 y 4 de 32.
2) Vapor fragata “Firebrand”, con igual armamento.
3) Corbeta “Camus”, con 18 cañones de 32.
4) Bergantín “Philomel”, con 10 cañones de 32.
5) Bergantín “Dolphin”, con 3 cañones de 32.
6) Bergantín “Fanny”, con un cañón de 24.
Franceses:
1) Cajor Fragata “Fulton”, con 2 cañones de 80.
2) Corbeta “Expeditive”, con 16 cañones de 8.
3) Bergantín “San Martín”, robado a la Argentina cuando el secuestro de la escuadra y constituído en buque insignia del Capitán Trehouart, con 2 cañones de 26 y 16 de 16.
4) Bergantín “Pandour”, con 10 Paixhans de 30 libras.
5) Bergantín goleta “Procede”, con 3 cañones de 24.
En total, 11 buques de guerra con 101 cañones, la mayoría de grueso calibre y los Paixhans con balas explosivas, que enfrentaban a las 35 pequeñas piezas de la defensa argentina.
Acompañaban a esta escuadra los buques carboneros que las abastecían. En el Paraná Guazú, poco antes del Ibicuy, un convoy de 20 barcos mercantes, cargados con mercaderías extranjeras y destinados a las ciudades ribereñas del interior aguardaba el resultado del combate.
La primera escaramuza se produce el 18, a las cinco de la tarde, cuando Mansilla envía en reconocimiento tres lanchones, que se ven obligados a retirarse ante los disparos del “Dolphin”. Por primera vez había tronado en el Paraná el cañón de los invasores. Mansilla se dispone al combate y proclama a sus soldados. “Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más títulos que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente. Vamos a resistirles con el ardiente entusiasmo de la libertad. ¡Suena ya el cañón! ¡Tremola en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”.
El 19, estamos en vísperas del combate. Mansilla envía al General Corvalán el siguiente parte, cuyo original conservo en mi colección de documentos históricos:
“Sírvase V.E elevar al supremo conocimiento del Excmo. Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia, Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, que hasta ahora que son las siete de la mañana, el enemigo no ha hecho el menor movimiento, permaneciendo fondeado a tiro de cañón, sin hacérsele fuego por éstas baterías porque con sólo al recoger el ancla se pondrán a mejor tiro, para aprovechar con acierto las balas que se les tiren. La relación adjunta le impondrá a su S.E de los buques anglofranceses que componen la fuerza invasora.
“Anoche ha desertado en un botecito un marinero del Bergantín de guerra nacional “Republicano”, e incorporándose al enemigo.
“Dios guarde a Vd. Muchos años –Lucio Mansilla”.
Curioso episodio el de este marinero, que en vísperas del combate se pasa al enemigo, dando espaldas a la gloria. ¿Sería acaso alguno de esos argentinos adictos a cierta línea histórica, que no pasa, precisamente, por la Vuelta de Obligado? Preferimos no creerlo. Según Mackinnon, había algunos extranjeros, y aún ingleses, en las fuerzas de Rosas. Y Ramírez Juárez atribuye el conocimiento que los aliados parecieron tener de las posiciones de Mansilla, sin haber efectuado ningún reconocimiento previo, a algunas deserciones producidas en esos elementos.
El 20 es el glorioso día. Amanece con niebla, pero ésta se disipa a las 8 y comienza a soplar una brisa del sur, favorable al ataque. A las 8 y 20 la vanguardia enemiga avanza lentamente sobre las baterías. A las 9 rompe el fuego. De inmediato, la banda de los Patricios de Buenos Aires hace oír los acordes del Himno Nacional, cuya última estrofa es saludada con un ¡Viva la Patria! y coronada con los primeros cañonazos de la defensa argentina.
Comienzan a avanzar, en primer término, el “Philomel”, la “Procede”, la “Fanny”. Pero no lo hace impunemente. Sufren serias averías mientras intentan tomar posiciones. Una vez anclados todos los buques, el combate se hace general y se mantiene vigoroso por espacio de dos horas.
Recio es el fuego de las baterías. El “San Martín” donde flamea la insignia del Capitán Trehouart, es el más castigado. Con 28 bajas, inclusive sus dos oficiales, y más de 120 impactos, se ve obligado a retirarse, y Trehouart debe arbolar su insignia en la “Expeditive”. El “Fulton”, que había acudido a socorrerlo, sufrió igualmente un serio castigo, recibiendo más de 100 impactos, y siendo desmontado uno de sus poderosos cañones de 80. También el “Dolphin” y el “Pandour” quedan momentáneamente fuera de combate, debiendo regresar aguas abajo para hacer urgentes reparaciones.
No obstante, el fuego mortífero de los aliados, y en especial las granadas paixhans, consiguen hacer mella en las baterías. Además, al cabo de dos horas de intensa lucha, comienzan a escasear las municiones. A mediodía se habían agotado las del bergantín “Republicano”. El comandante Craig ante la imposibilidad de defenderlo, resuelve volarlo para evitar que caiga en manos de enemigo, y pasa con su gente a engrosar la batería de Thorne.
Libres ya de este obstáculo y después de varias tentativas fracasadas, los aliados consiguen cortar las cadenas. Realiza esta operación el Capitán Hope, en una lancha protegida por el “Fulton”, que es el primero en cruzar el paso. Forzado éste, los potentes cañones de la escuadra consiguen arrojar su metralla sobre el flanco de las baterías, haciendo estragos en ellas. Las trincheras se llenan de muertos y heridos, imposibles de reemplazar por la escasez de personal. No por ello cesa el fuego de los valientes defensores, que se multiplican a fin de suplir a los que caen. Lo trágico es la falta de municiones. Callan la segunda y la tercera batería. Las otras dos sólo se dejan oír de vez en cuando, a largos intervalos. A las 4, Alsogaray dispara la última metralla de la suya. Sólo queda la de Thorne, sobre la que se concentra el fuego del enemigo. A las 4 y 50 cuenta sus municiones. Sólo le quedan 8 tiros. Personalmente dirige sus últimos disparos, sin errar ninguno, que no en vano es el mejor artillero de la Confederación. Al hacer el último, a las 5 de la tarde, una granada enemiga, que explota cerca de él, lo derriba en tierra, fracturándole un brazo y privándole del oído para siempre. Por eso pasó a la historia como el sordo de Obligado.
El combate puede considerarse decidido. Sólo resta a los aliados consolidar la destrucción mediante un desembarco. Lo hacen primero los ingleses bajo la protección de los cañones de la escuadra. Mansilla, en formidable carga a la bayoneta, desafiando a la metralla enemiga, consigue arrollarlos hasta las mismas embarcaciones. Pero cae herido por un rebote de granada. Lo reemplaza el Coronel Crespo, quien ordena al Jefe de Patricios de Buenos Aires, Coronel Rodríguez, continuar con la resistencia. Entretanto han desembarcado también los franceses, reforzando el ataque. Rodríguez intenta una nueva carga, pero es detenido por el terrible fuego de la “Expeditive”, la “Procide” y el “Philomel”, que han conseguido situarse a sólo 150 metros. Son tan grandes las bajas, que se ve obligado a replegarse a la altura de las barrancas, donde ofrece una tenaz resistencia, disputando palmo a palmo el terreno a los invasores hasta las 8 de la noche. Sólo entonces se retira, salvando la artillería volante y acampando a dos leguas de distancia, sobre el camino a San Nicolás.
Tal fué el combate de la Vuelta de Obligado. Once horas había durado la lucha. Según parte británico los aliados tuvieron 28 muertos y 85 heridos. De acuerdo al parte argentino, firmado por Crespo en reemplazo de Mansilla, los defensores muertos ascienden a 150 y los heridos a 101. Es probable que, en realidad, las bajas hayan sido mayores por ambas partes. La diferencia en contra de los argentinos es lógica, dadas las características del combate y la superior cantidad y calidad del armamento extranjero.
Cabe hacer notar que los propios aliados reconocieron el valor de la defensa argentina. El parte de Capitán Hotham, si bien tergiversa en varios puntos la verdad –haciendo figurar, por ejemplo, 10 buques de guerra argentinos que no existieron- lo que motivó un reto a duelo del General Mansilla, reconoce, por otra parte, que “el enemigo se defendió valerosamente” y que “los hombres que caían eran inmediatamente reemplazados”.
Resulta difícil hacer sin incurrir en injustas omisiones, el elogio individual de los héroes de Obligado, porque lo fueron todos los que allí combatieron. Hecha esta aclaración previa, no podemos dejar de mencionar algunos de entre ellos, que se distinguieron particularmente.
En primer término el general en jefe, Lucio Mansilla, cuyo elogio hace el propio Hotham, al reconocer que “una gran habilidad militar se había desplegado, tanto al escoger el terreno como en el plan de defensa adoptado”; que –según el “British Packet”- “durante todo el combate estuvo tomando mate con la mayor sangre fría”; y que concluyó la jornada herido por las metralla enemiga.
Mención especial merecen los coroneles Juan Bautista Thorne y Ramón Rodoríguez. Dejemos su elogio, en el que incurre en un error que luego aclararemos, al almirante Sullivan:
“En la batalla de Obligado –dice- un oficial que mandaba la batería principal causó la admiración de los oficiales ingleses que nos hallábamos cerca de él, por la manera que animaba a sus hombres y los mantenía en sus puestos, al pie de los cañones, durante un fuerte fuego cruzado, bajo el cual esta batería estaba más especialmente expuesta. Por más de 6 horas se paseó por el parapeto de la batería exponiendo su cuerpo entero, sin otra interrupción que cuando él mismo ponía de tiempo en tiempo la puntería de un cañón."
“Por prisioneros heridos de un regimiento supimos después que era el Coronel Rodríguez, del Regimiento de Patricios de Buenos Aires. Cuando los marineros y soldados ingleses desembarcaron a la tarde y tomaron esa batería, él, con los restos de su regimiento solamente, y sin otro concurso de las fuerzas defensoras, mantuvo su posición a retaguardia, a pesar del fuerte fuego cruzado de todos los buques que se hallaban detrás de la batería, y fue el último en retirarse."
“La bandera de esa batería, que había defendido tan noblemente, fué tomada por uno de los hombres de mi mando, y me fue dada por el oficial inglés de mayor rango, Capitán Aotham. Al ser arriada, la bandera cayó sobre algunos de los cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre”.
Sullivan incurre aquí en una confesión. El jefe de la batería, que se paseaba expuesto al fuego enemigo, no fue Rodríguez, sino Thorne. Sí, fue en cambio el Coronel Rodríguez quien resistió heroicamente a las fuerzas de desembarco. El elogio, por lo tanto, corresponde a ambos. La bandera a la que se refiere Sullivan, la devolvió caballerescamente al Consulado Argentino en Londres, en 1883. Hoy se encuentra, sin leyenda alguna, en el Museo Histórico Nacional. Fue la única bandera de combate capturada en Obligado, y como ya lo hacía notar el “British Packet” el 20 de diciembre de 1845, no es propiamente la bandera oficial argentina, sino una insignia de regimiento, con bonetes e inscripciones. Las banderas que se exhibieron en los Inválidos de París como trofeos de Obligado, no eran banderas de guerra, sino de los barcos mercantes que sostenían la cadena, o de las carpas de los soldados.
Continuando con la mención de los héroes de Obligado, recordemos a la heroína nicoleña Petrona Simonino, que con un grupo de abnegadas mujeres, algunas de las cuales murieron bajo fuego enemigo, prestó ayuda a los heridos e infundió ánimo a los defensores, consiguiendo salvar el parque sanitario en momentos de ser flanqueada la batería “Manuelita”.
Y no olvidemos a los que dieron su vida por la patria en tan memorable ocasión. En la imposibilidad de mencionarlos a todos –se calcula su número en 250- recordemos al menos el nombre de los oficiales: Teniente de Marina José Romero, subtenientes Marcos Rodríguez y Faustino Medrano, y alféceres Martínez y Sánchez.
El combate de Obligado, a pesar de constituir técnicamente, el episodio en sí, una victoria aliada, no lo fue en definitiva, ni por consecuencias prácticas, ni por su trascendencia moral.
El ejército argentino, aunque diezmado, no se había disuelto. Pronto se rehizo. Las fuerzas aliadas que desembarcaron en Obligado fueron arrolladas en los meses de diciembre y enero por las del Coronel Thorne, que comandaba la línea de observación sobre la costa. El 2 de febrero intentaron un nuevo desembarco, y otra vez Thorne los obligó a reembarcarse. De nada servía haber forzado el paso. El objetivo aliado era dominar el río para comerciar con Paraguay y Corrientes. Pero no se domina el río cuando la costa sigue en poder del enemigo. Desde sus barcos, los anglo-franceses se veían seguidos y observados por los jinetes criollos –poncho y gorro colorado- que “surcaban en todo sentido la llanura, atendiendo a tropas inmensas de caballos y vacas destinadas a su uso y consumo, mientras los marinos famélicos eran presa del escorbuto, a pesar de la huerta de legumbres que habían instalado en una islita”. Veían, por otra parte, levantarse de nuevo sobre la costa las baterías abatidas para siempre. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata “Firebrand”, y añadía: “Si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy y probablemente harán daño a los de guerra. Nos hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas”. Y el teniente Marelly, confesaba: “Nos preocupan mucho las baterías que Rosas levanta contra nosotros en San Lorenzo”.
Pronto se vió que tales temores no eran infundados. Los barcos que surcan el río comienzan a ser objeto de continuas agresiones. El 9 de enero el convoy es hostilizado en Acevedo. El 16 en San Lorenzo y el Quebracho, con grandes averías y 50 hombres fuera de combate. El 10 de febrero, el “Alecto” y el “Firebrand” son atacados en el Tonelero. El 2 de abril el “Philomel” es perseguido en el Quebracho. El 6, en el mismo lugar, el “Alecto” quedó bastante descalabrado. El 19 Mansilla se toma un pequeño desquite recapturando con la bandera inglesa el pailebot “Federal”, uno de los barcos que sostenían la cadena en la Vuelta de Obligado y que había sido tomado, armado y rebautizado por los ingleses con el nombre de ese combate. El 21, Thorne acribilla a balazos al “Lizzard”, causándole 4 muertos y otros tantos heridos. El 11 de mayo la escena se repite con el “Harpy”, quedando herido su comandante. Y como coronamiento, el 4 de junio, cuando el convoy regresa a Montevideo cargado de mercaderías de Paraguay y Corrientes, sufre un verdadero desastre en el Quebracho, viéndose obligado a incendiar varios barcos y a emprender una vergonzosa fuga. Desde entonces, el envío del convoy no se repitió y los buques aliados dejaron de surcar las aguas del Paraná. ¿Dónde había quedado el dominio del río, objetivo principal de la Vuelta de Obligado?
Si desde el punto de vista práctico este combate fué una victoria a lo Pirro, desde el punto de vista moral constituyó un triunfo argentino.
Lo fué por la desmoralización que produjo el enemigo. Comprendieron que se trataba de una guerra y no de un paseo. Lo dejan entrever en su correspondencia. “Nadie se declara en nuestro favor…Dejarlos que se degüellen unos a otros, limitándonos al bloqueo a menos que vengan otros a completar el trabajo…Nos hemos metido mucho…Hemos hecho demasiado, o demasiado poco”. En vista de ello, los interventores solicitan refuerzos. Piden 10.000 soldados franceses, igual cantidad de ingleses y el envío de una nueva escuadra. Pero los gobiernos de Inglaterra y Francia no contaban con semejante guerra. Habían creído empresa fácil dominar a los argentinos, a los “gauchos cobardes” que decía Thiers en el parlamento francés. La realidad les demostraba otra cosa. La Argentina no era Argelia o Túnez, ni Rosas un reyezuelo africano. Era un país que sabía hacer honor a su noble estirpe y defender la independencia que había conquistado. Hubo que abrir con él negociaciones de paz. El duelo a cañonazos iniciado en Obligado terminó pocos años después con las salvas con que Inglaterra y Francia desagraviaron al pabellón nacional.
A los argentinos, en cambio, la Vuelta de Obligado les retempló el espíritu. Les dió, como otrora la resistencia a las invasiones inglesas, la conciencia de su propio valer. Fue la réplica viril al infame atropello del robo de la escuadra y su recuerdo subsistió, y subsistirá, como saludable lección a las veleidades de la intromisión extraña. Fue, y sigue siendo para nosotros, aunque todavía no se lo haya declarado oficialmente, el Día de la Soberanía.
La energía de Rosas y el heroísmo de los combatientes despertó la admiración de todo el mundo. Especialmente la prensa de Estados Unidos, Chile y Brasil abundó en comentarios altamente elogiosos. Periódicos de Río de Janeiro se expresaban en los siguientes términos: “Triunfe la Confederación Argentina o acabe con honor. Rosas, a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman, será en la posteridad respetado como el único americano del sur que ha resistido intrépido las violencias y agresiones de las dos naciones más poderosas del viejo mundo. Un día, los americanos del Norte y el Sur repetirán con entusiasmo a sus hijos estas palabras enérgicas y famosas dirigidas por el general argentino a los piratas de las Galias y de la Britania: No cederé mientras tuviese un soldado…Sean cuales fuesen las faltas de ese hombre extraordinario, nadie ve en él sino al ilustre defensor de la causa americana, al principal representante de los intereses americanos. Sea que triunfe o que sucumba en esa verdadera lucha de gigante en que se halla empeñado, Rosas será en le presente época el grande hombre de la América”.
A su vez, “The Journal of Commerce” de Nueva York, decía: “No somos panegiristas del gobernador Rosas, pero deseamos que nuestros compatriotas conozcan su verdadero carácter, como lo describen los comodoros Ridgley, Morris y Turner y todo los ciudadanos de los Estados Unidos que haya visitado Buenos Aires. Verdaderamente él es un gran hombre; y en sus manos ese país es la segunda república de América”.
Mientras así se hablaba en el exterior, la única nota disonante –triste es decirlo- la dio la prensa de los argentinos emigrados en Montevideo y Chile. La sangre noblemente derramada en Obligado fue innoblemente insultada por ella, mientras incitaba a los extranjeros a continuar la lucha, bajo el pretexto de que no había de combatir el pueblo a los hombres “a quienes consideraba como libertadores”. Con tal motivo, Pinto, ex presidente de Chile, escribía al plenipotenciario argentino: “Seguimos con el más profundo interés las aventuras de la guerra contra Buenos Aires, porque esperamos que tarde o temprano se aplicarán a todos los Estados de América los mismos principios que ha invocado la intervención para crearse gobiernos esclavos que pongan al país a merced de la Inglaterra y de la Francia. Así s que todos los chilenos nos avergonzamos de que haya en Chile dos periódicos que defiendan la legalidad de la traición a su país, y Ud. sabe quiénes son sus redactores”.
Afortunadamente, no todos los enemigos de Rosas cayeron tan hondo. Don Manuel Erguía protestaba contra esas actitudes en los siguientes términos: “Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia. Aun más, pueden dar una puñalada de atrás, arrebatar una escuadra, quemar buques mercantes, entrar en los ríos a cañonazos, destruir nuestro cabotaje…todo esto y mucho más que aún falta, es permitido a los civilizadores…el francés maquinista que cae atravesado por una bala es digno de compasión, y ve caer 400 cabezas argentinas y no muestra el menor sentimiento por su propia sangre. La prensa de Montevideo es completamente franco-inglesa”. El coronel Martiniano Chilavert reacciona aún con mayor energía. “Me impuse –dice- de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores y del modo inicuo como se había tomado la escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante sólo un buen deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y gloria para ella”. Chilavert cumplió su palabra. No pudo luchar en esta guerra, porque después de Quebracho quedó virtualmente concluída. Pero en Caseros defendió a su patria contra otra intervención extranjera. Urquiza le hizo pagar con la vida el terrible delito de haber luchado hasta el fin contra el invasor brasileño.
El propio Alberdi, que con todos sus errores vió más claro que otros, escribió por aquel tiempo: “Hoy más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país situado frente a la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a exclamar con orgullo: soy argentino. Rosas no es un simple tirano, a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre, como el actual gobernador de Buenos Aires”. Y nada menos que Sarmiento, se vió obligado a reconocer que a Rosas “debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses el mundo civilizado, y puéstola más en contacto con Europa”.
Si aún algunos entre los enemigos de Rosas supieron comprender la trascendencia de la Vuelta de Obligado, cabe suponer la impresión que habrá producido en el espíritu del más grande los argentinos, el Gral. San Martín, que supo prever a Rosas y comprenderlo desde su advenimiento y que ya le había ofrecido sus servicios durante el bloqueo francés del año 38. En carta a Rosas de marzo de 1846, le dice: “Ya sabía la acción de Obligado, los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca…Esta contienda, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Su confianza en el triunfo argentino es absoluta, como se lo manifiesta al General Guido: “Me asiste la confianza segura de que a pesar de la desproporción de fuerzas y recursos, el General Rosas triunfará de todos los obstáculos”. Y firmada la paz del 49, le vuelve a escribir a Rosas: “Ud. me hará la justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo de mi achacosa vejez”.
Lo que es menos conocido es que a causa de Obligado, San Martín estuvo a punto de mandar su sable a Rosas. Lo manifestó expresamente cuando dijo: “Sobre todo tiene para mí el General Rosas que ha sabido defender con toda energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia”.
Esta intención quedó concretada en la famosa cláusula 3º de su testamento, donde lega su sable a Rosas “como una prueba la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injusticias pretensiosas de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Ningún argentino recibió nunca mejor premio.
*Publicado en el número XVIII de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Año 1958.
No hay comentarios:
Publicar un comentario