Por: Edgardo Atilio Moreno
Federico Ibarguren, en su clásico
“Asi fue mayo”, sostiene que en toda revolución se dan tres fuerzas. Una, la de
aquellos que quieren mantener el status quo, es decir que se resiste al cambio.
La segunda, la de aquellos que no solo buscan el cambio, si no que lo quieren “a marcha forzada”, y hacen todo lo
posible para “encaramarse en su cresta”,
sea para satisfacer deseos de venganza o para ensayar planteos ideológicos, sin
tener en cuenta la realidad ambiente.
Sin embargo –dice Ibarguren- “para evitar que la sociedad sucumba, entre
la ceguera aferrada a un pasado muerto y la demagogia de los ideólogos
forjadores de utopías, se hace preciso que una tercera fuerza surja,
armonizando la tradición viva con la necesaria doctrina reformadora de lo
caduco y petrificado que ha perdido vigencia. Pero esa tercera fuerza solo
podrá tener estado político una vez eliminadas las dos tendencias extremas.”
Teniendo en cuenta esta especie de
“ley de las revoluciones”, nuestro autor encuentra que en Mayo de 1810, las dos
fuerzas que se enfrentaron y encendieron la chispa de la revolución fueron el
Cisnerismo y el Morenismo; mientras que la tercera fuerza de equilibrio fue el
Saavedrismo.
La primera fuerza –afirma Ibarguren-
realizó una hábil maniobra para abortar la revolución en ciernes. Esta maniobra
fue explicitada por el fiscal Villota, cuando en el Cabildo abierto del 22 de
Mayo, se pronunció por el mantenimiento del Virrey Cisneros hasta tanto “los pueblos todos del Virreinato concurran
con sus representantes a la capital” para que una vez reunidos en un congreso
recién entonces “resolver lo que
corresponda”.
Esta propuesta tenía por miras
neutralizar a quienes pedían la inmediata renuncia del Virrey, confrontándolos
con los representantes de las ciudades del interior, los cuales “tenían agravios pendientes con Buenos Aires”
ya que el puerto “había empobrecido a
las industria vernáculas por obra del régimen de franquicias fiscales iniciado
con el Bando de libre internación dado por el Virrey Ceballos en el año 1777.”
En efecto, dicha medida terminó con
la Aduana Seca de Córdoba, creada para impedir que los productos que los
ingleses y holandeses introducían por Buenos Aires arruinaran la industria
artesanal del norte; y para impedir, asi mismo, que los metales del Alto Perú,
el oro, la plata, etc, se drenara por el puerto.
La intentona, aunque inteligente, de
los Cisneristas no dio efecto, pues los autonomistas eludieron la trampa
invocando la teoría de la representación provisoria del interior dada la
urgencia, y conformaron el primer gobierno patrio en nombre del rey Fernando
VII, desconociendo la legitimidad del Concejo de Regencia peninsular,
conformado sin la consulta a los americanos y por indicación de los ingleses en
Cádiz.
“La
consigna aventurada el día 22 de Mayo y adoptada al fin el 25 fue –dice
Ibarguren- contra Napoleón, con o sin el
rey, pero sin el Consejo de Regencia…” y el fundamento jurídico de ella fue
que “América debía obediencia solamente
al monarca y a sus herederos legítimos, por lo que caducando cualquiera de
ellos, correspondía al pueblo velar por su propia seguridad, como descendiente
que era de los primeros conquistadores”.
Constituida la Primera Junta, pronto
uno de sus secretarios, el abogado Mariano Moreno, se convirtió en el hombre
fuerte de este organismo gubernativo; no obstante su nula participación en los
movimientos previos al 25 de mayo.
La razón de su inclusión en la Junta
–sospecha Ibarguren- se debió muy probablemente al hecho de que este se
desempeñaba como abogado de los comerciante ingleses en Buenos Aires, una
corporación que presidia Mr Mackinnon; y asi mismo a que Moreno tenía como
antecedente haber elaborado el documento conocido como la Representación de los
Hacendados, en el cual defendió la libertad de comercio y propuso la derogación
del proteccionismo comercial que impedía el libre ingreso de las mercaderías
extranjeras por el puerto de Buenos Aires. Con lo cual se podía presumir que se
trataba de un hombre favorable a los intereses económicos británicos en el Rio
de la Plata.
No bien instalada la Junta –continua
nuestro autor- “la guerra preparada por
el Cisnerismo iba a estallar enseguida, entre el interior del Virreinato y su
capital, con motivo del reconocimiento al Consejo de Regencia exigido por la
Audiencia”. Ante esto Mariano Moreno “preparose
para librar la batalla –en nombre de Fernando VII- en contra del Consejo de
Regencia, y solicitó a cualquier costo, mediante promesas y concesiones
leoninas, una alianza efectiva –económica y lo posible militar- con la Gran
Bretaña.”
De modo tal que el conflicto no se planteó
–como dice la historiografía oficial, ad usum scholarum- entre realistas y
patriotas, pues ambos bandos reconocían al rey, sino entre quienes adherían al
Consejo de Regencia y quienes se negaban a reconocer su legalidad. Y ante ese
conflicto, ocasionado por el cisnerismo, Moreno creyó indispensable contar con el
apoyo de Gran Bretaña. “De marcada
formación utilitaria, el que fuera personero de Mr. Mackinnon en 1809, sin fe
en la suficiencia criolla, creiase derrotado si no lograba de antemano el apoyo
político –o la media palabra al menos- de Lord Strangford, con quien comenzó a
cartearse a tales fines”; dice Ibarguren.
Sin embargo “desde la insurrección popular contra Napoleón en la península ibérica,
Inglaterra era aliada de España… en esas condiciones no podía ayudarnos, como
no nos ayudó, efectivamente. En los momentos difíciles no nos dio oficialmente
ni un barco, ni un arma, ni un subsidio, ni un hombre”, sentencia nuestro
autor.
El terror morenista
Si fue responsabilidad del cisnerismo
dar inicio a una guerra civil fratricida en lo que fue el Virreinato, pesa
sobre el morenismo el baldón de haber respondido con una política de terrorismo
al estilo de los jacobinos franceses.
En efecto, sostiene Ibarguren, que la
Audiencia al requerir de la Junta Provisoria el acatamiento al Consejo de
Regencia, el día 10 de junio de 1810, comenzó con las hostilidades, y a partir
de ahí “los acontecimientos pronto
adquirieron un ritmo tremendo y verdaderamente revolucionario; el cisnerismo
daría en Córdoba la cara contra la Junta. El 20 de junio su Cabildo prestó juramento
de fidelidad al Consejo de Regencia en Cádiz, instado por la Audiencia de la
capital. Lo propio acaeció en la ciudad de Montevideo y en la intendencia del
Paraguay.”
Frente a esto –prosigue nuestro
autor- “la reacción morenista no se hará
esperar”. Cisneros y los miembros de la Audiencia fueron inmediatamente expulsados
de Buenos Aires, con lo que “el
españolismo quedo decapitado y definida la lucha en la capital”.
Acto seguido, el 27 del mismo mes,
Moreno redactó de su puño y letra la implacable sentencia de muerte a los
cabecillas de la reacción regentista en Cordoba, Don Santiago de Liniers, Don
Juan Gutierrez de la Concha, el obispo Victorino Rodriguez, el coronel Allende
y el oficial real Joaquin Moreno; “en el
momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados”.
Por lo que, en cumplimiento de lo
dispuesto y una vez desbaratadas las fuerzas organizadas por los cisneristas
para marchar sobre Buenos Aires, Castelli procedió a ejecutar a los
sentenciados (excepto al obispo) al frente de un pelotón de 50 ingleses que se
habían quedado en el país luego de las invasiones.
En su Autobiografía, dirá Domingo
Matheu que la terrible pena se aplicó pues los reaccionarios se habían
propuesto “cortarles la cabeza”, a
los miembros de la Junta si los vencían. Asi mismo, el morenista Rodriguez
Peña, justificará lo hecho diciendo que actuaron asi “porque asi estábamos comprometidos a obrar todos… que fuimos crueles
¡vaya con el cargo! Mientras tanto ahí tiene uds una patria que no está ya en
el compromiso de serlo. ¿Hubo otros medios? Asi será, nosotros no los vimos, ni
creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójenos
la culpa al rostro y gocen los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean
ustedes los hombres libres”.
Federico Ibarguren, historiador
católico que no puede avalar el divorcio de la política y la moral, dice al
respecto: “El maquiavelismo y la inescrupulosidad
política, campean en cada uno de los párrafos del documento…” Y sostiene
sin duda alguna que este proceder, para enfrentar al cisnerismo, surge del
famoso Plan de Operaciones, redactado por Moreno. Afirma que: “la fiera garra del secretario de la Junta –jacobino
por espíritu de conservación y anglófilo por utilitarismo- aparece condensada
con toda claridad en los terribles párrafos de su Plan de Operaciones”.
En efecto, Moreno en dicho texto, no
solo exigía actuar con rigor y aplicar la pena de muerte a todos los que se
opusieran a la Junta, sino que además recomendaba respecto a Inglaterra, “proteger su comercio, aminorarle los
derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones;
debemos hacerles toda clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos
hagan… asimismo los bienes de Inglaterra y Portugal que giran en nuestras
provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las
provincias…”
Incluso en el Plan aconseja a la
Junta la entrega de la isla Martin García, para establecer un puerto franco; y
en último extremo, la cesión de la Banda Oriental a cambio de protección
efectiva por parte de Inglaterra.
Todas estas concesiones, ciertamente
tenían un antecedente en la propia España borbónica, que se había aliado a Inglaterra
para enfrentar la invasión de Bonaparte. Siguiendo ese ejemplo Moreno “proclamaba una fervorosa adhesión a don
Fernando VII, sin perjuicio de otorgar franquicias –en lo económico y
territorial- a Gran Bretaña, a fin de lograr su apoyo… y para ponerse a
cubierto de una posible restauración del cisnerismo”.
Por otro lado, los actos de
terrorismo no terminaron con el fusilamiento de Liniers y sus compañeros;
Moreno ordenó en Instrucciones reservadas, a Castelli que “en la primera victoria que logre dejara que los soldados hagan estragos
en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Instrucciones que
luego ratificara el 12 de septiembre de 1810: “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.E. propone contra
los enemigos…”.
Poco más tarde, después de la
victoria de Suipacha –continua nuestro autor- “el mariscal Nieto, el general Córdoba y el intendente Francisco de
Paula Sanz, eran fusilados en la plaza mayor de Potosí. Castelli cumplía así,
al pie de la letra, las ordenes de su temible jefe y amigo”.
La tercera fuerza
Sostiene Federico Ibarguren que el
extremismo del sector jacobino de la Junta porteña era visto con desagrado en
el interior del país; y sobretodo, en Buenos Aires, por Cornelio Saavedra. El
primer choque personal entre los referentes de estos dos sectores “produjose a raíz del decreto dado el 16 de octubre por el que se ordenaba la
expulsión y confinamiento de los miembros del Cabildo de la capital”. En
esa ocasión Moreno había pedido la decapitación de todos ellos, a lo que
Saavedra indignado se opuso diciéndole: “eche
Ud y trate de derramar sangre, pero esté Ud cierto que si esto se acuerda no se
hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto
desde ahora no prestar auxilio.” Con lo cual la propuesta de Moreno no se
aprobó.
No obstante esto el morenismo
contraatacó, y con el pretexto de un brindis imprudente que hizo en el cuartel
de patricios el capitán Atanasio Duarte, Moreno dicto el famoso decreto del 6
de diciembre de 1810, por el cual se le quitaba a Saavedra los honores de
escolta y demás prerrogativas debidas en virtud de su cargo.
Ante esto –dice Ibarguren- “…el cuerpo de Patricios, las milicias
criollas y el pueblo suburbano que las formaba, juzgaron indispensable proceder
en defensa propia a la separación del peligroso enemigo y de la facción de
exaltados anglófilos que le hacía coro.” Para ello “aprovecharon la presencia en la capital de los diputados del interior, descontentos
y recelosos de la política morenista…” y acordaron juntos su incorporación al
organismo colegiado. Al respecto, trae a colación nuestro autor las cartas del
Dean Funes a su hermano Ambrosio, en las que le contaba que “Moreno y los de su facción se van haciendo
aborrecidos… se oye en el publico pedir que los diputados de las provincias
entren al gobierno.” “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los
diputados tomen parte en el gobierno… Moreno se ha hecho muy aborrecido y
Saavedra está más querido del pueblo que nunca”.
Fue asi que el día 18 de diciembre se
aprobó –con la oposición de Moreno y Paso- la incorporación de los diputados de
las provincias a la Junta; e inmediatamente “Moreno, acusando el golpe, presentó su renuncia… y Saaavedra lo destinó
a Londres”.
En el barco ingles que lo trasladaba
a su destino, Moreno enfermó y murió el 4 de marzo de 1811; “su cadáver fue entregado al mar envuelto en
la bandera inglesa”.
Ibarguren concluye el relato de estos
hechos diciendo: “con la muerte del lumen
liberal porteño, la política revolucionaria iniciaba una nueva etapa
dialéctica, de síntesis o equilibrio compensatorio, a cargo de la tercera
fuerza que, respetuosa del pasado en muchos aspectos, ocupó de pronto el poder
con el nombre genérico de saavedrismo”.
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