jueves, 5 de septiembre de 2024

Mayo, visto por Federico Ibarguren

 

Por: Edgardo Atilio Moreno

Federico Ibarguren, en su clásico “Asi fue mayo”, sostiene que en toda revolución se dan tres fuerzas. Una, la de aquellos que quieren mantener el status quo, es decir que se resiste al cambio. La segunda, la de aquellos que no solo buscan el cambio, si no que lo quieren “a marcha forzada”, y hacen todo lo posible para “encaramarse en su cresta”, sea para satisfacer deseos de venganza o para ensayar planteos ideológicos, sin tener en cuenta la realidad ambiente.

Sin embargo –dice Ibarguren- “para evitar que la sociedad sucumba, entre la ceguera aferrada a un pasado muerto y la demagogia de los ideólogos forjadores de utopías, se hace preciso que una tercera fuerza surja, armonizando la tradición viva con la necesaria doctrina reformadora de lo caduco y petrificado que ha perdido vigencia. Pero esa tercera fuerza solo podrá tener estado político una vez eliminadas las dos tendencias extremas.”

Teniendo en cuenta esta especie de “ley de las revoluciones”, nuestro autor encuentra que en Mayo de 1810, las dos fuerzas que se enfrentaron y encendieron la chispa de la revolución fueron el Cisnerismo y el Morenismo; mientras que la tercera fuerza de equilibrio fue el Saavedrismo.

La primera fuerza –afirma Ibarguren- realizó una hábil maniobra para abortar la revolución en ciernes. Esta maniobra fue explicitada por el fiscal Villota, cuando en el Cabildo abierto del 22 de Mayo, se pronunció por el mantenimiento del Virrey Cisneros hasta tanto “los pueblos todos del Virreinato concurran con sus representantes a la capital”  para que una vez reunidos en un congreso recién entonces “resolver lo que corresponda”.

Esta propuesta tenía por miras neutralizar a quienes pedían la inmediata renuncia del Virrey, confrontándolos con los representantes de las ciudades del interior, los cuales “tenían agravios pendientes con Buenos Aires” ya que el puerto “había empobrecido a las industria vernáculas por obra del régimen de franquicias fiscales iniciado con el Bando de libre internación dado por el Virrey Ceballos en el año 1777.”

En efecto, dicha medida terminó con la Aduana Seca de Córdoba, creada para impedir que los productos que los ingleses y holandeses introducían por Buenos Aires arruinaran la industria artesanal del norte; y para impedir, asi mismo, que los metales del Alto Perú, el oro, la plata, etc, se drenara por el puerto.

La intentona, aunque inteligente, de los Cisneristas no dio efecto, pues los autonomistas eludieron la trampa invocando la teoría de la representación provisoria del interior dada la urgencia, y conformaron el primer gobierno patrio en nombre del rey Fernando VII, desconociendo la legitimidad del Concejo de Regencia peninsular, conformado sin la consulta a los americanos y por indicación de los ingleses en Cádiz.

La consigna aventurada el día 22 de Mayo y adoptada al fin el 25 fue –dice Ibarguren- contra Napoleón, con o sin el rey, pero sin el Consejo de Regencia…” y el fundamento jurídico de ella fue que “América debía obediencia solamente al monarca y a sus herederos legítimos, por lo que caducando cualquiera de ellos, correspondía al pueblo velar por su propia seguridad, como descendiente que era de los primeros conquistadores”.

Constituida la Primera Junta, pronto uno de sus secretarios, el abogado Mariano Moreno, se convirtió en el hombre fuerte de este organismo gubernativo; no obstante su nula participación en los movimientos previos al 25 de mayo.

La razón de su inclusión en la Junta –sospecha Ibarguren- se debió muy probablemente al hecho de que este se desempeñaba como abogado de los comerciante ingleses en Buenos Aires, una corporación que presidia Mr Mackinnon; y asi mismo a que Moreno tenía como antecedente haber elaborado el documento conocido como la Representación de los Hacendados, en el cual defendió la libertad de comercio y propuso la derogación del proteccionismo comercial que impedía el libre ingreso de las mercaderías extranjeras por el puerto de Buenos Aires. Con lo cual se podía presumir que se trataba de un hombre favorable a los intereses económicos británicos en el Rio de la Plata.

No bien instalada la Junta –continua nuestro autor- “la guerra preparada por el Cisnerismo iba a estallar enseguida, entre el interior del Virreinato y su capital, con motivo del reconocimiento al Consejo de Regencia exigido por la Audiencia”. Ante esto Mariano Moreno “preparose para librar la batalla –en nombre de Fernando VII- en contra del Consejo de Regencia, y solicitó a cualquier costo, mediante promesas y concesiones leoninas, una alianza efectiva –económica y lo posible militar- con la Gran Bretaña.”

De modo tal que el conflicto no se planteó –como dice la historiografía oficial, ad usum scholarum- entre realistas y patriotas, pues ambos bandos reconocían al rey, sino entre quienes adherían al Consejo de Regencia y quienes se negaban a reconocer su legalidad. Y ante ese conflicto, ocasionado por el cisnerismo, Moreno creyó indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña. “De marcada formación utilitaria, el que fuera personero de Mr. Mackinnon en 1809, sin fe en la suficiencia criolla, creiase derrotado si no lograba de antemano el apoyo político –o la media palabra al menos- de Lord Strangford, con quien comenzó a cartearse a tales fines”; dice Ibarguren.

Sin embargo “desde la insurrección popular contra Napoleón en la península ibérica, Inglaterra era aliada de España… en esas condiciones no podía ayudarnos, como no nos ayudó, efectivamente. En los momentos difíciles no nos dio oficialmente ni un barco, ni un arma, ni un subsidio, ni un hombre”, sentencia nuestro autor.

El terror morenista

Si fue responsabilidad del cisnerismo dar inicio a una guerra civil fratricida en lo que fue el Virreinato, pesa sobre el morenismo el baldón de haber respondido con una política de terrorismo al estilo de los jacobinos franceses.

En efecto, sostiene Ibarguren, que la Audiencia al requerir de la Junta Provisoria el acatamiento al Consejo de Regencia, el día 10 de junio de 1810, comenzó con las hostilidades, y a partir de ahí “los acontecimientos pronto adquirieron un ritmo tremendo y verdaderamente revolucionario; el cisnerismo daría en Córdoba la cara contra la Junta. El 20 de junio su Cabildo prestó juramento de fidelidad al Consejo de Regencia en Cádiz, instado por la Audiencia de la capital. Lo propio acaeció en la ciudad de Montevideo y en la intendencia del Paraguay.”

Frente a esto –prosigue nuestro autor- “la reacción morenista no se hará esperar”. Cisneros y los miembros de la Audiencia fueron inmediatamente expulsados de Buenos Aires, con lo que “el españolismo quedo decapitado y definida la lucha en la capital”.

Acto seguido, el 27 del mismo mes, Moreno redactó de su puño y letra la implacable sentencia de muerte a los cabecillas de la reacción regentista en Cordoba, Don Santiago de Liniers, Don Juan Gutierrez de la Concha, el obispo Victorino Rodriguez, el coronel Allende y el oficial real Joaquin Moreno; “en el momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados”.

Por lo que, en cumplimiento de lo dispuesto y una vez desbaratadas las fuerzas organizadas por los cisneristas para marchar sobre Buenos Aires, Castelli procedió a ejecutar a los sentenciados (excepto al obispo) al frente de un pelotón de 50 ingleses que se habían quedado en el país luego de las invasiones.

En su Autobiografía, dirá Domingo Matheu que la terrible pena se aplicó pues los reaccionarios se habían propuesto “cortarles la cabeza”, a los miembros de la Junta si los vencían. Asi mismo, el morenista Rodriguez Peña, justificará lo hecho diciendo que actuaron asi “porque asi estábamos comprometidos a obrar todos… que fuimos crueles ¡vaya con el cargo! Mientras tanto ahí tiene uds una patria que no está ya en el compromiso de serlo. ¿Hubo otros medios? Asi será, nosotros no los vimos, ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójenos la culpa al rostro y gocen los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres”.

Federico Ibarguren, historiador católico que no puede avalar el divorcio de la política y la moral, dice al respecto: “El maquiavelismo y la inescrupulosidad política, campean en cada uno de los párrafos del documento…” Y sostiene sin duda alguna que este proceder, para enfrentar al cisnerismo, surge del famoso Plan de Operaciones, redactado por Moreno. Afirma que: “la fiera garra del secretario de la Junta –jacobino por espíritu de conservación y anglófilo por utilitarismo- aparece condensada con toda claridad en los terribles párrafos de su Plan de Operaciones”.

En efecto, Moreno en dicho texto, no solo exigía actuar con rigor y aplicar la pena de muerte a todos los que se opusieran a la Junta, sino que además recomendaba respecto a Inglaterra, “proteger su comercio, aminorarle los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones; debemos hacerles toda clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos hagan… asimismo los bienes de Inglaterra y Portugal que giran en nuestras provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las provincias…”

Incluso en el Plan aconseja a la Junta la entrega de la isla Martin García, para establecer un puerto franco; y en último extremo, la cesión de la Banda Oriental a cambio de protección efectiva por parte de Inglaterra.

Todas estas concesiones, ciertamente tenían un antecedente en la propia España borbónica, que se había aliado a Inglaterra para enfrentar la invasión de Bonaparte. Siguiendo ese ejemplo Moreno “proclamaba una fervorosa adhesión a don Fernando VII, sin perjuicio de otorgar franquicias –en lo económico y territorial- a Gran Bretaña, a fin de lograr su apoyo… y para ponerse a cubierto de una posible restauración del cisnerismo”.

Por otro lado, los actos de terrorismo no terminaron con el fusilamiento de Liniers y sus compañeros; Moreno ordenó en Instrucciones reservadas, a Castelli que “en la primera victoria que logre dejara que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Instrucciones que luego ratificara el 12 de septiembre de 1810: “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.E. propone contra los enemigos…”.

Poco más tarde, después de la victoria de Suipacha –continua nuestro autor- “el mariscal Nieto, el general Córdoba y el intendente Francisco de Paula Sanz, eran fusilados en la plaza mayor de Potosí. Castelli cumplía así, al pie de la letra, las ordenes de su temible jefe y amigo”.

La tercera fuerza

Sostiene Federico Ibarguren que el extremismo del sector jacobino de la Junta porteña era visto con desagrado en el interior del país; y sobretodo, en Buenos Aires, por Cornelio Saavedra. El primer choque personal entre los referentes de estos dos sectores “produjose a raíz del decreto dado  el 16 de octubre por el que se ordenaba la expulsión y confinamiento de los miembros del Cabildo de la capital”. En esa ocasión Moreno había pedido la decapitación de todos ellos, a lo que Saavedra indignado se opuso diciéndole: “eche Ud y trate de derramar sangre, pero esté Ud cierto que si esto se acuerda no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio.” Con lo cual la propuesta de Moreno no se aprobó.

No obstante esto el morenismo contraatacó, y con el pretexto de un brindis imprudente que hizo en el cuartel de patricios el capitán Atanasio Duarte, Moreno dicto el famoso decreto del 6 de diciembre de 1810, por el cual se le quitaba a Saavedra los honores de escolta y demás prerrogativas debidas en virtud de su cargo.

Ante esto –dice Ibarguren- “…el cuerpo de Patricios, las milicias criollas y el pueblo suburbano que las formaba, juzgaron indispensable proceder en defensa propia a la separación del peligroso enemigo y de la facción de exaltados anglófilos que le hacía coro.” Para ello “aprovecharon la presencia en la capital de los diputados del interior, descontentos y recelosos de la política morenista…” y acordaron juntos su incorporación al organismo colegiado. Al respecto, trae a colación nuestro autor las cartas del Dean Funes a su hermano Ambrosio, en las que le contaba que “Moreno y los de su facción se van haciendo aborrecidos… se oye en el publico pedir que los diputados de las provincias entren al gobierno.” “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los diputados tomen parte en el gobierno… Moreno se ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca”.

Fue asi que el día 18 de diciembre se aprobó –con la oposición de Moreno y Paso- la incorporación de los diputados de las provincias a la Junta; e inmediatamente “Moreno, acusando el golpe, presentó su renuncia… y Saaavedra lo destinó a Londres”.

En el barco ingles que lo trasladaba a su destino, Moreno enfermó y murió el 4 de marzo de 1811; “su cadáver fue entregado al mar envuelto en la bandera inglesa”.

Ibarguren concluye el relato de estos hechos diciendo: “con la muerte del lumen liberal porteño, la política revolucionaria iniciaba una nueva etapa dialéctica, de síntesis o equilibrio compensatorio, a cargo de la tercera fuerza que, respetuosa del pasado en muchos aspectos, ocupó de pronto el poder con el nombre genérico de saavedrismo”.


martes, 20 de agosto de 2024

Canto a la reconquista de Buenos Aires

 

Por: Prof. Jorge Martin Flores

Hace 218 años, en estas tierras del Plata, conducidos por el brazo férreo de un caballero cristiano; los argentinos demostramos a la primera potencia europea, que no eran invencibles, que podían saborear la derrota. Nuestro pueblo unido bajo una misma bandera, expulsó con bravura a la soberbia inglesa. Quedó boquiabierta la dueña de los mares. Los argentinos supimos reconquistar Buenos Aires. 

LA INVASIÓN INGLESA

"Santísima Trinidad una, indivisible esencia, desatad mi torpe labio y purificad mi lengua, para que al son de mi lira y sus mal templadas cuerdas el hecho más prodigioso referir y cantar pueda.[...] La muy noble y leal ciudad de Buenos Aires, ¡que pena! por un imprevisto acaso, o por una suerte adversa del arrogante britano se lloraba prisionera, sin que pudiera romper las fuertes duras cadenas que hacían toda la gloria de las lúgubres banderas.[…]”.
Así cantaba en 1807 el padre Pantaleón Rivarola en su Romancero heróico a la gesta decimonónica, actualmente olvidada y desaparecida del calendario, sin homenajes oficiales ni escolares festejos patrios: la Reconquista de Buenos Aires del 12 de agosto de 1806, victoria hispanoamericana contra el invasor inglés. 

¿PA´QUÉ VENIRSE DE TAN LEJOS?

Las causas fueron muchas pero de a poquito las explicaré, sin cansarlos con mis versos brevemente enumeraré. El conflicto comenzó en la Europa dominada por Napoleón, enemigo de Gran Bretaña, a quien la guerra declaró. La misma se encontraba en industrial revolución y vió cerrados sus puertos para su ambiciosa expansión: colocar sus productos y venderlos al mejor postor… encontrar nuevos mercados era su obligación.  Norteamérica independiente se negaba a negociar, con su antigua metrópoli las cosas quedaron mal. Sudamérica se convirtió en la opción elegida. Tal vez los comerciantes porteños las puertas les abrirían. 

El detonante tuvo lugar allí por 1805 y la ocasión era propicia para arrojarse de un brinco. Pero una alianza francoespañola los enfrentó en guerra abierta. Trafalgar fue el punto álgido con la victoria de Inglaterra. Y ahora dueña de los mares, se lanzó a la conquista de las provincias americanas de la Corona de Castilla. Fracturar el imperio católico siempre fue su ambición. Inspirados por mandinga, odiaban todo lo español. Y aprovecharon la ocasión para importar una herejía que se llama liberalismo, que niega la dependencia del hombre para con su Divino Creador y lo…propone el librecambio, la dependencia colonial, el culto al dinero y una falsa libertad. 

Sin saber que se topaban ante un pueblo con raíces, de acendrada tradición, de hidalguía y corazón; de autonomías municipales, de liderazgo y determinación; de libertad real y práctica, no ideológica ni de sillón; de mestizaje bien habido, sin racismo ni exclusión; custodios de un tesoro que no se compra monedas, su arraigado catolicismo, su lealtad al Señor y su Santísima Madre, la veneración a sus Patronos y a la Sagrada Religión. De fidelidad a la Iglesia, de amor a sus mandatos, de acatamiento a las órdenes del monarca castellano. De espíritu guerrero, de héroes y de santos; de hombres y mujeres que su vida entregaron. 

Y como decía Donoso Cortés, con preclara sabiduría, detrás de toda cuestión política anida la religión, por ello no podemos dejar de hacer mención a esta profunda y necesaria aclaración: la disputa era espiritual, se libraba una guerra santa, estaba en juego el alma, era una cruzada contra el mal. Lo que San Agustín dejó escrito y predicaba sin cesar: “Dos amores han fundado dos ciudades” es verdad: El amor a Dios hasta el desprecio del hombre, la ciudad de Dios se fundaba. Y el amor al hombre hasta el desprecio de Dios, la ciudad del hombre, por el el diablo copada. 

UN POCO DE HISTORIA

Fue en junio del año 1806 cuando barcos británicos al Río de la Plata arribaron. Sin pedir permiso, sin ser invitados y por la fuerza se adueñaron del antiguo Virreinato. Quedándose en Buenos Aires, la ciudad capital. Conquistando nuestras tierras para su ‘Graciosa Majestad’. Plantaron su bandera y prometieron el librecambio, se presentaron cuál libertadores aunque querían esclavizarnos. 

Ante la mirada atónita de Sobremonte, virrey, que marchó hacia Córdoba para una resistencia oponer. No podía caer prisionero era la imagen del rey, así lo decían las leyes que revestían su poder. Y junto con él se llevó las arcas que el virreinato había acumulado. Pero el pueblo que no entendía de protocolos, lo tildó de cobarde, de ladrón y falsario. Sin embargo una escuadrilla de ingleses pertrechados, le robaron el tesoro cuál piratas y corsarios. 40 toneladas de monedas de oro constituía el botín, que se paseó por Londres con descaro del más ruin. No quedó un solo peso en las tierras del plata que parecía ver perdidas sus más caras esperanzas. Y para mayor de las desgracias desgracia de estos sureños pagos, a los enemigos externos, los internos se sumaron: traidores acomodaticios con el invasor se codearon, les ofrecieron amistad, residencia, prestigio y hasta juraron ser fieles vasallos del rey Jorge, británico, rompiendo el juramento para con el monarca castellano. Algunos de estos traidores, fueron agentes rentados, sus nombres hay que conocerlos para no volver a imitarlos: Aniceto Padilla y Saturnino Rodriguez Peña, atrapados en los tentáculos del pulpo anglosajón, vendieron a su Patria, a su Rey y a su Dios.

“¿No hay alguno que valiente a nuestros ecos se mueva y de nuestro cautiverio rompa las duras cadenas?[…]”, Rivarola preguntaba. Y Dios de lo alto envió la respuesta ansiada. Pues la felonía no captó todos los corazones y es necesario sobre todo recordar a los valientes que no se dieron por vencidos y que arriesgaron su suerte y con bravura criolla e intrépido coraje desafiaron a la muerte. 

SE ESCRIBE LÍDER, SE PRONUNCIA SANTIAGO

“Nuestro gran Dios, cuya omnipotente diestra a los soberbios humilla y a los humildes eleva, entonces compadecido a nuestras súplicas tiernas, suscita un nuevo Vandoma, un de Villars, un Turena, que émulo del mismo Marte sea más que Marte en la guerra. Es don Santiago Liniers y Bremont: ocioso fuera de este ilustre caballero decir las brillantes prendas: su religión, su piedad, su devoción la más tierna al Santo Dios escondido en misteriosa apariencia, en los templos humillado lo declara y manifiesta. Este señor, pues, un día que el seis de Julio se cuenta del triste pasado año, admirado ve y observa que Jesús Sacramentado a un enfermo se le lleva encubierto y escondido. Temiendo la gente nueva le acompaña reverente, le adora, y en su presencia se enciende su devoción y se avivan sus potencias. Siente un fuego que le abrasa, siente un ardor que le quema, un celo que le devora, una llama que le incendia, un furor que le transporta por el Dios de cielo y tierra. Los espíritus vitales nuevo ardor dan a sus venas y allí mismo se resuelve a conquistar la tierra, para que el Dios de la gloria, Señor de toda grandeza sea adorado como antes, descubierto y sin la pena de verle expuesto al desprecio de gente tan insana y soberbia”.

Los héroes y heroínas desfilaron por doquier, siguiendo al noble ejemplo de Santiago de Liniers, poniéndose al mando de la brava reconquista, prometiendo a Nuestra Señora los trofeos de la misma. Así lo ha señalado en sus Poemas para la Reconquista, Don Antonio Caponnetto con claridad plecara: “Llegó antes de la misa, como era su costumbre, se arrodilló en la nave del lateral derecho, no ve expuesto el Santísimo y se golpea el pecho; tres veces por mi culpa, clamó con pesadumbre. Dos palabras pronuncia: decadencia y frialdad para explicar los frutos de la invasión corsaria, pero entonces eleva una larga plegaria a la Virgen que sabe Señora de bondad: “Señora del Rosario, yo nací en La Vendée, donde aldeanos y nobles, despreciando el confort partían a la guerra con Grignon de Monfort, el marqués de Bonchamps o el Teniente D’Elbée. La tierra de los muertos por el escapulario, caídos en defensa de la fiel Tradición, de bravos promesantes al Sacro Corazón o guerreros cantando a los pies del Sagrario. Tú ya sabes, Señora, que te amé de pequeño en Niort, cuando a los Monjes del Oratorio iba, y que puerto tras puerto al que mi nave arriba canto el Salve Regina en Loot a tu empeño. Navegué mares bravos contra los berberiscos, yo sé de la perfidia que ronda en sus cabezas, son ovejas infieles, sin pastor, sin apriscos. En el Royal Piemont me enseñaron galopes, no temo si el terreno es llano o cumbre alta, me foguearon los hidalgos en la Orden de Malta, serví a España, Señora, mis mejores estoques. Tú que lo sabes todo, María, pon tu mano en el sable que guía este humilde vandeano. Tomaré sus banderas, rendiré la insolencia, las tendrás a tus pies, Señora de clemencia. Permíteme entregarte como prenda y testigo los trofeos ganados al hereje enemigo. Y permite a este pueblo que en tu nombre se goza ofrecerte el triunfo en batalla gloriosa”.

EL EJÉRCITO INVISIBLE

Tales atropellos exigían una respuesta, y el pueblo entero se enlistó para la contienda. Unidos y con fe se transformaron en guerreros, mostrándoles a los gringos que no venían de paseo. Un Ejército Invisible en las sombras se formaba y bajo el amparo de la Virgen, sus Rosarios desgranaban. Planificando las estrategias de expulsar a los intrusos. Volando el mismo Fuerte si lo pedían las circunstancias. 
“[...] Los valientes voluntarios dejando sus conveniencias con valor inimitable se alistan para la empresa, sin escuchar los gemidos y lágrimas las más tiernas de sus amadas esposas, hijos, y otras caras prendas, llevando sólo en sus pechos el honor que los alienta por su Dios y por su Rey. ¡Oh! ¡acción gloriosa, oh grandeza!”

Púsose Don Santiago al mando de la Reconquista, cruzó hasta Montevideo, reuniendo armas y milicias. En una oscura noche se lanzaron hacia el río, mientras la sudestada distrajo las miradas de los gringos. Y milagrosamente lo atravesaron sin ser vistos y desembarcaron en Buenos Aires, sumándose efectivos. Exclamando el General con palabras sabias: “Si llegamos a vencer [...] a los enemigos de nuestra Patria” han de tratarlos con benevolencia, no actuar con venganza. Nos mueve la justicia y la nobleza de nuestra causa. No devolvamos mal por mal. No deshonremos nuestra hazaña. “Acordaos, soldados que los vínculos de la Nación española son reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo y vencido es nuestro hermano”. No los humilleis, mostrad generosidad. Este es el espíritu que debe animar la Reconquista: ¡La Virgen nos proteja! ¡Marchad con seguridad!.

LA GESTA DE LA RECONQUISTA

Figuras egregias en la contienda destacaron, mencionaré algunos nombres, aunque sea arbitrario, para que sirvan sus ejemplos y que siempre sean honrados: Don Martín de Álzaga vasco sin vuelta de hojas, alcalde de primer voto, coordina acciones gloriosas. Reparte los fusiles para el pueblo que rebosa de amor por el suelo usurpado contra el invasor que acosa. Se adueña de las calles que por su libertad claman, demuestra su hombría conduciendo las jornadas. 

Pueyrredón desde Luján con sus Húsares al galope, revestidos del manto Inmaculado de María, colocaron cintas blancas y azul celestes en sus gorros de combate, las cintas de la Virgen los pueblerinos las llamaban. Manifestando a los herejes aunque para nada les simpatiza: dónde está Jesucristo está su Santa Madre María. Y en Perdriel libraron buen combate, sin tregua y sin cuartel, sorprendiendo en la contienda hasta al enemigo más cruel. 
Evoco a Manuela Pedraza, la tucumanesa. Altiva heroína, criolla brava. Fiel a su promesa ofrecida en matrimonio, no abandonó ni un solo paso que recorría su esposo. Rezó por los muertos, socorrió a los lisiados. Cara a cara observó el infierno que la guerra había desatado. Mas su amor venció al miedo y su espíritu se había templado. Entre humaredas y pólvora, gritos y quebrantos. Ve cómo una bala enemiga atravesó el pecho de su amado. Su marido había caído. Porfirio murió en sus brazos. Lo velaron sus lágrimas, y resolvió vengarlo. Tomó el fusil humeante de sus frías manos, y salió en búsqueda del apuntador británico. Lo encontró en una azotea y lo abatió sin espanto. Avivó a las tropas a qué continuaran luchando. 

También hubo un niño con solamente 13 años, que cargaba municiones y acompañaba a los soldados, escoltaba a los artilleros y se arrastraba por el barro, venía de la llanura pampeana y tenía alma de gaucho. De familia acomodada, con su ejemplo demostraba que el dinero no compraba el honor ni la gloria. Juan Manuel Ortiz de Rozas, su nombre se volvió presagio, para el inglés que probaría su firmeza en Obligado. Defensor de la soberanía, de la identidad patriota, de la religión heredada, de la dignidad y la honra. 

Y un bravo jinete que de Salta había arribado, con su guardamontes al aire y su poncho colorado. Recibió la orden de Santiago de hacer rendir un barco. Hacia el Río de la Plata se dirigió como un rayo. Divisó a los maulas que estaban encallados y a lo gaucho ordenó ¡A la carga!  con sus pingos y sable en mano. Era la vez primera en la historia que una carga de caballería abordaba un barco enemigo para intimarles la derrota. Hazaña nunca antes vista, fuera de toda lógica, no leída en ningún manual de británica prosa. Fue Martín Miguel de Güemes con tan solo 21 años. Escribiendo con guapeza su sello de argentino. Los ingleses asustados y demasiado sorprendidos entregaron su bandera, vencidos, rendidos. 

Y un sin fin de anónimos ese día se abrazaron a la cruz y a la espada como en haz indisoluble. Grandes y chicos, jóvenes y ancianos; mujeres: esposas, madres de soldados. Un pueblo ofrecido en sacrificio amoroso, por Dios, el Rey, la Patria y con esperanza lucharon. 

Don Santiago al mando en cuerpo y alma dió el ejemplo, siendo sus vestidos rasgados por balazos de los cuatro vientos. Pero dicen los testigos que hasta el plomo lo respetaba y daba testimonio de su protección venida del cielo. Así fue que en el Fuerte se atoraron los britanos, reducidos por un pueblo que combatió abandonado, en los brazos de la Providencia sin temer el resultado, salió victorioso de este trago tan amargo. 

Flameó el 71 en señal de alto al fuego y partió el general rendido cabeza a gacha y desolado. Mas Liniers no quería para el enemigo más humillación. Le devolvió el sable a Beresford y con respeto lo abrazó. Cual caballero noble reconocíale su honor, aunque fuese destas tierras el tirano e invasor. Así se arriaron con vergüenza las banderas de Albión y volvió a flamear con firmeza el estandarte español. Y en ceremonia solemne, Liniers su promesa cumplió: a los pies de la Virgen del Rosario los estandartes depositó. Arrodillado, se cobijó en las manos de la Divina Madre de Dios. Renovando su propósito de ser el primer servidor. Y con fe acrisolada reafirmó su misión: de líder consumado, instrumento de Dios; para defender la Patria del enemigo anglosajón y ser modelo de fidelidad al Rey y su pabellón. 

LECCIÓN DE VIDA. LECCIÓN DE HISTORIA

El pueblo en armas, un 12 de agosto venció. Unidos bajo una misma fe y un sólido amor. Comprendiendo el sentido de su sagrada misión: custodiar la Patria como un don de Dios. Poniendo de manifiesto el espíritu guerrero de nuestra estirpe católica, hispana, indomable, criolla.  Aferrado a la esperanza contra toda esperanza, reconquistando la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Luchando con honor, cual heroica cruzada, bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario, Reina y Madre en las batallas. Dando inicio a la primera campaña de una guerra secular, contra el enemigo histórico de nuestra amada argentinidad: la Pérfida Albión, el Reino Unido de Gran Bretaña, la seductora serpiente enemiga de la Cristiandad.
Es hora de despertar, de salir de este letargo, de tomar conciencia que divididos vamos al tacho. Llegó la hora de iluminar la noche oscura del engaño y doblegar los intereses de traidores y foráneos. Mirar hacia lo alto y reconocer nuestros errores. Como hijos de un mismo Padre, reconciliarnos como hermanos. Y abrazarnos fielmente a nuestra tradición heredada, que en Cristo Señor de la historia, sus páginas se amparan. Resistiendo cada embate sin dejar la posición, guardando cada puesto con lealtad y con honor. Sirviendo al bien común haciendo lo que es debido. Cumpliendo cada función con denuedo y sacrificio. Que cada sitio sea un destello de virtud y de gracia, que cada uno cargue con su cruz y camine con perseverancia. Que cada metro cuadrado sea una sólida trinchera de esperanza que no claudica ante la fiereza descarada de la antipatria. Que hoy más que nunca, como en esos días gloriosos, seamos eco de esa plegaria recitada un 12 de agosto: 

“Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo 
que otra vez estamos faltos
de valor y de consejo.

Los que valen no despiertan 
los que mandan tienen miedo
y el hereje está llegando
y es preciso echarlo al cuerno. 

¡Que no quede desta peste
ni un resabio en este suelo
Santa Clara, Santa Clara
no te olvides de tu pueblo!”

 

Tomado de: https://www.laprensa.com.ar/Canto-a-la-reconquista-de-Buenos-Aires-548781.note.aspx

 


jueves, 20 de junio de 2024

Belgrano y la bandera argentina

 


Prof. Andrea Greco de Álvarez

      Hace 80 años un gran escritor argentino Eduardo Mallea en un libro llamado “Historia de una pasión Argentina” escribió acerca de las características del hombre argentino resumiendo nuestras mejores condiciones: la hombría, el sentido caballeresco del honor, la generosidad, el desprendimiento, la libertad creadora y la exaltación severa de la vida. Pero también nota el autor el enfrentamiento inevitable entre dos clases de Argentina contrapuestas e inconciliables: la visible y la invisible. Mallea definía así dos tipos humanos opuestos: el argentino visible es el falso, el inauténtico, el chanta, para decirlo en términos populares. Mientras que el otro, el argentino invisible es el del hombre que vive en esta tierra, “que la prueba, la hiere, la trabaja y la fertiliza”. Es ese hombre en el que hay hombría. “Hasta sus manos son raíces”. En estos hombres encuentra un sentido de la existencia al que llama “exaltación severa de la vida”. Exaltación que significa el acto de elevar. Este acto de elevarse, de elevarse por una idea, por una experiencia, por una fe, el poder exaltarse es lo que más distingue al hombre del resto de las especies vivas. Exaltarse es generalmente un acto espiritual, y “si a esto se agrega la circunstancia de la severidad -es decir: de ánimo que piensa sin trivialidad y obra consiguientemente- …es exaltación trascendente”. Esos argentinos invisibles que Mallea ha visto a lo largo y a lo ancho del país, debajo de la corrupción y la farolería mediática de la argentina visible, esos los auténticos son los que han continuado el espíritu de aquellos que “hicieron” este país.

         Porque la Argentina, aunque hoy quieran hacernos creer otra cosa, se formó en el tronco de la hispanidad que llegó aquí en 1500 con sus capitanes, sus misioneros, sus nobles, sus soldados y sus artesanos. Nació de la mano de aquellos hombres, como Saavedra o San Martín, que sostenidos por una fe y por altos ideales lucharon contra el liberalismo que Francia e Inglaterra imponían al mundo y que se entronizaba en la propia España. Nació cristiana y nació mariana, con aquellos que le dieron la independencia, con Belgrano que hizo que nuestra bandera tuviera los colores del manto de la Virgen Inmaculada, con aquellos que tuvieron a la Virgen como Señora de la Merced o como Señora del Carmen por patrona de los Ejércitos que nos dieron la libertad. Esos hombres como San Martín y Belgrano que no se avergonzaban de llevar el Escapulario, de rezar el rosario enfrente de sus tropas. O recomendar a sus soldados como lo hizo Belgrano en 1816 qué era lo verdaderamente  importante en esas horas difíciles, cuando escribió: “no olvidéis que el Patrono del ejército que componéis es la Santísima Trinidad y vuestra Generala Nuestra Señora de las Mercedes”. Esos fueron los que dieron origen a la Argentina. La Argentina nació con una cultura y una ética hispánica y católica, cristiana y mariana. Después vinieron los doctorcitos liberales y masones, los hombres de las logias y el puerto, de espaldas al país y de cara deslumbrada hacia las grandes naciones del mundo anglosajón.

         La verdadera Argentina, la auténtica, la invisible es la de aquellos hombres como Belgrano que vivieron “la exaltación severa de la vida” en medio “del infortunio, del mal o del bien circundante, del fracaso o del gozo, de la repentina contingencia, cualquiera fuera el desastre o el éxito”. Como demostró Belgrano cuando en el frente paraguayo fue intimado a rendirse ante lo cual respondió: “Las armas no se rinden en nuestras manos. Dígale a su jefe que si las quiere que venga a quitárnoslas cuando guste”. E inmediatamente ordenó atacar con ese pequeño puñado de valientes al son del tambor que tocaba un niño de 12 años, conocido como el tambor de Tacuarí. Dios premió la grandeza moral de ese hombre por eso le concedió la victoria.

         Exaltación severa de la vida, en el triunfo o en la derrota. Cuando años más tarde fuera amargamente derrotado en Vilcapugio y Ayohuma, el ejército volvía sediento, hambriento, desmoralizado. Un oficial buscaba al general Belgrano sin poder hallarlo en la caravana. El oficial lo buscaba a caballo, cuando lo encuentra su general venía a pie. El oficial creyendo que le habrían matado el caballo, le ofrece su cabalgadura. Pero Belgrano le dice: “No es propios que el general vaya a caballo cuando hay heridos que necesitan transporte”. Aquel ejército marchaba compacto y unido a pesar de la desgracia porque a su mando marchaba no sólo un militar sino un hombre cuya tremenda fuerza espiritual no era fuerza de hombres sino la fuerza de Dios.

      Jurar fidelidad a la bandera argentina significa comprometerse a defender a la Patria que nuestra bandera simboliza, defender su integridad, defender su soberanía territorial, cultural, política y económica. Significa asumir el compromiso de sostener esa bandera que nos distingue y sostener el honor y la dignidad de la Patria.

         En aquellos años difíciles en que la Patria nacía, con el esfuerzo de todos, Belgrano creaba el símbolo que debía distinguir a la Argentina. Y al enarbolarla por vez primera, el general Manuel Belgrano pidió a aquellos soldados que juraran defenderla con su vida. Así les dijo, entonces, Belgrano:

La Patria está en peligro inminente de sucumbir. No todo está perdido, en nuestras manos aún flamea la bandera de la Patria. ¡Jurad no abandonarla! ¡Jurad sostenerla hasta arrollar a nuestros enemigos! ¡Nuestra sangre derramaremos por esta bandera!”

         En nuestros tiempos la Patria también está en peligro, los peligros son distintos pero ciertamente necesita el mismo coraje y valentía que en aquellos tiempos para que podamos, con el esfuerzo de todos, ponerla nuevamente de pie. ¡Viva la Patria!

 


martes, 7 de mayo de 2024

MAYO EN LA CAPITAL*

 

Por: Federico Ibarguren

La gente, al oír pronunciar el término revolución, asocia la palabra a escenas necesariamente terroríficas y termina, desde luego, espantada. La modificación del “statu-quo” personal —aunque sea sin riesgo de vida— es algo cuya sola posibilidad hace temblar de miedo al burgués. Vivir al día, en la incertidumbre, jamás hará feliz a un buen padre de familia. ¡Está tan lejos él de quienes, por su situación social o económica, nada tienen que perder con un cambio de régimen! Porque el burgués en general es anti-heroico por definición.

Otros, con menor proporción de bienestar doméstico, más inquietudes idealistas o resentimientos, buscan la revolución a marchas forzadas para encaramarse en su cresta —a costa de los hasta ayer satisfechos— ejecutando, desde arriba, su terrible venganza o ensayando, intransigentes, toda clase de hipótesis redentoras sin tener en cuenta la realidad ambiente.

La incomprensión, el odio o el fanatismo de entrambos grupos, antagónicos, al romperse los diques de la cotidiana rutina por la convulsión revolucionaria, hacen imposible —en razón de su unilateralidad— la convivencia social requerida para restablecer, poco a poco, el equilibrio alterado por el sacudimiento.

Para evitar que la sociedad sucumba entre la ceguera aferrada a un pasado muerto y la demagogia de los ideólogos —forjadores de utopías, abortadores de sueños— se hace preciso que una tercera fuerza surja armonizando la tradición viva, la costumbre actual, con la necesaria doctrina reformadora de lo caduco y petrificado que ha perdido vigencia.

Pero esa tercera fuerza, sólo podrá tener estado político una vez eliminadas —en forma violenta o por desgastes incruentos— las dos tendencias extremas a que me vengo refiriendo. La batalla empeñada por los energúmenos de la novedad contra los defensores del viejo régimen, debe ser previa y pública. Y es necesario, además, que sus efectos conmuevan la fibra del pueblo todo, amenazado en su integridad por el separatismo, la guerra civil o la intervención extranjera.

La ley de las revoluciones históricas aparece, así, como la resultante de una lucha sin cuartel entre dos términos negativos de vida. Las reformas verdaderas, la reconciliación de los espíritus, el orden estable —constructivo e institucional de la comunidad—, vienen recién más tarde. En el arca frágil de todo auténtico engendramiento, las eternas semillas cuidadosamente guardadas, duermen, como por milagro —y durante bastante tiempo—, su lenta fecundidad de destino.

Los factores en juego

En 1810, aquellos dos factores que cruentamente encendieron en Buenos Aires la chispa de la Revolución de Mayo —vale decir: la lucha del viejo régimen y el nuevo sistema—, llevan, en nuestra historia, nombres propios en su comienzo: Cisnerismo y Morenismo. La tercera fuerza de equilibrio aparece enseguida, a poco de caer exhaustas y en desprestigio las tendencias nombradas; se llama Saavedrismo. Ella continúa con tal denominación, hasta las postrimerías del año 1811.

Pero vayamos por partes. Si resultó anacrónica la doctrina sentada por el Obispo Lúe en el Cabildo Abierto del día 22, quien —según nos refiere López 1— “con modales y palabras agresivos dijo que estaba asombrado de que hombres nacidos en una colonia se creyesen con derecho de tratar asuntos que eran privativos de los que habían nacido en España, por razón de la conquista y de las bulas con que los papas habían declarado que Las Indias eran propiedad exclusiva de los españoles”; no lo fue tanto la sostenida por el fiscal Villota: “hombre de altas prendas morales y jurisconsulto sumamente respetado de los jóvenes legistas que encabezaban a los patriotas”. Al pronunciarse por el mantenimiento de las autoridades constituidas, hasta tanto “los pueblos todos del Virreinato concurran con sus representantes a la capital”; para, en un Congreso, “resolver lo que corresponda a la mejor conservación de los derechos del soberano de la metrópoli”, el fiscal preparaba, con apariencias legales, un golpe de muerte a la Primera Junta electa el día 25.

Porque el interior, rancio y proteccionista, tenia viejos agravios pendientes contra Buenos Aires, que había empobrecido las industrias vernáculas por obra del régimen de franquicias fiscales iniciado con el Bando de Libre Internación dado por el Virrey Ceballos el año 1777. Antes de constituido el Virreinato —razones de orden político y militar privaron sobre las económicas—, existían al Sur de Lima dos conglomerados territoriales de características propias y régimen legal diferente: el de los pueblos rioplatenses del litoral, y el de las ciudades más antiguas y mediterráneas del Tucumán.

Ambas zonas gozaban de un régimen económico sui-generis, de acuerdo a su configuración geográfica y a la proximidad o alejamiento que los separaba de los centros poblados y más ricos del Perú. La barrera demarcatoria, la línea fronteriza que dividió aquellos mundos, rivales en potencia, cuyo origen reconocía corrientes colonizadoras distintas (llegada del Este la primera; salida del Norte la segunda), era la Aduana Seca de Córdoba, establecida en 1622 “para impedir que los productos introducidos por ingleses y holandeses en Buenos Aires —señala José María Rosa (h) en «Defensa y Pérdida de nuestra Independencia Económica»— compitieran con los industrializados en el Norte. Y que el oro y los metales preciosos no emigraran hacia el extranjero por la boca falsa del Río de la Plata”. “Hubo así dos zonas aduaneras en la América Hispana —agrega el mismo autor—: la monopolizada y la franca. Aquella con prohibición de comerciar, y ésta con libertad— no por virtual menos real — de cambiar sus productos con los extranjeros. Y aquella zona, —la monopolizada— fue rica; no diré riquísima, pero sí que llegó a gozar de un alto bienestar. En cambio la región del Río de la Plata vivió casi en la indigencia. Aquí, donde hubo libertad comercial, hubo pobreza; allí, donde se la restringió, prosperidad”.

La supremacía bonaerense durante la época colonial — escribe en este sentido Ricardo Zorraquín Becu 2— fue sin embargo demasiado breve para que el centralismo implantado con el virreinato y las intendencias echara raíces en las costumbres y se convirtiera en tradicional e indiscutido. Su elevación al rango de Capital no consiguió sofocar un antagonismo latente exacerbado con esta misma hegemonía; y la enemistad incubada durante la colonia estalló violentamente cuando Buenos Aires pretendió ejercitar fuera de las normas establecidas la superioridad que había conquistado a través de los siglos”.

La hábil maniobra Cisnerista de Villota —enfrentando a Buenos Aires con los pueblos del interior (que, como se ha visto, desde antiguo le eran hostiles), para destruir la revolución porteña en ciernes —fue lo que en definitiva azuzó al Morenismo a la lucha cruel. Ello provocó la estrepitosa caída del viejo régimen representado por Cisneros, e hizo imposible — con el apoyo de Inglaterra— toda reconciliación ulterior entre ambos bandos políticos.

Mr. Mackinnon y Moreno

Constituida la Primera Junta, las circunstancias la obligaron a aceptar, a más no poder, el principio de la convocatoria de un Congreso General del Virreinato integrado por representantes de tierra adentro, como lo propuso Villota tres días atrás.

El Cisnerismo, desalojado del Fuerte, preparaba solapadamente la insurrección general de las Intendencias contra la capital, cuya Aduana —desde su creación en 1778—, enriquecíase con la introducción de mercaderías de ultramar a costa de la miseria de sus hermanas, que debían soportar una ruinosa competencia.

Mariano Moreno, “excelente abogado del comercio inglés y patriota de última hora” —son palabras de Carlos Roberts 3—, acababa de ser nombrado Secretario del Gobierno Provisorio, cargo que aceptó sorprendido después de hondas vacilaciones, según nos cuenta su hermano Manuel. ¿Qué antecedentes ostentaba este joven de 31 años, graduado hacía poco en la Universidad de Chuquisaca donde fue a estudiar para sacerdote; relator de la Audiencia, más tarde, y defensor eficaz ante el Tribunal de minúsculos intereses de su clientela particular?

Hasta ayer nomás, había colaborado con el Virrey Cisneros en carácter de consultor privado; pues era menester dar cumplimiento —entre otras cosas— al tratado anglo-español del 14 de enero de 1809 que otorgaba a Inglaterra “facilidades” comerciales en América. Se le sabía, por otra parte, enemigo personal del caudillo Liniers —acaso por razones de política internacional—, y así lo demostró el primero de enero del año anterior al acompañar a Alzaga en el famoso motín de esa fecha, conjurado por Cornelio Saavedra. Y se le sabía también autor encubierto de la Representación de los Hacendados: alegato vehemente contra el sistema de comercio protegido, de España con sus colonias, que impedía la introducción a Buenos Aires de mercaderías extranjeras; en este caso, de procedencia británica.

A la sazón, actuaba de presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, el influyente Mr. Alex Mackinnon, quien, en tal carácter, tuvo oportunidad de relacionarse con el joven Moreno, contratando sus servicios profesionales. Acaso este acercamiento entre el  mercader anglosajón, agente del ministro Wellesley, y el talentoso criollo consultor del Virrey: “el primero de una larga lista de grandes abogados argentinos —señala Roberts4— que han representado profesionalmente, hasta el día de hoy, los importantes capitales e intereses comerciales ingleses”, tenga relación con la inesperada designación de este último para el importante cargo de Secretario del gobierno que reemplazaba a Cisneros. Levene, biógrafo y apologista del prócer, es quien en su obra «Ensayo sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno», parece insinuamos semejante posibilidad. Así en la página 87 —tomo II del referido libro— consigna la siguiente nota: “En cuanto al nombre de Moreno —aparte de su reputación como letrado y autor de la Representación de los hacendados —existen documentos que permiten afirmar que los ingleses tuvieron intervención en los sucesos del 25 de mayo5, circunstancia que acaso haya incidido favorablemente con respecto a la personalidad de Moreno”.

En este orden de ideas, pueden exhibirse, a no dudarlo, pruebas muy sugestivas. En efecto, el 15 de marzo del año 1810, Mr. Mackinnon escribía reservadamente al honorable Secretario de Estado del Departamento de Relaciones Exteriores de Su Majestad: “Aún los más confiados, en sus esperanzas y deseos para la seguridad de España, ahora desesperan, pero ninguna medida se ha tomado para prepararse para lo peor, la voz corriente es, independencia, bajo una estrecha alianza con Gran Bretaña. Bajo cual sistema será propuesta, todavía no ha sido contemplada”. Don Alejandro no sospechaba que el “sistema” de alianza se hallaba ya documentado en un memorandum de fecha 15 de noviembre de 1809, dirigido a Wellesley por Charles Stuart, importante funcionario de su ministerio. Ese documento (Expediente 72/90 del Departamento de Relaciones Exteriores), trata de los beneficios de todo orden que obtendría Gran Bretaña apoyando las tendencias emancipadoras del rico mundo hispanoamericano. Las condiciones de la ayuda quedan bien patentizadas en esta breve e inequívoca frase, con resonancias de ultimátum: “Acceso a sus puertos, la navegación de mares hasta ahora cerrados a los europeos y la libertad de comercio en sus ríos, son las ventajas reales a conseguir...

Mariano Moreno era, sin duda, en esos momentos, el hombre fuerte que imponía orientaciones políticas al primer gobierno patrio. Y bien, el 12 de agosto, Mr. Mackinnon informaba a la Superioridad sobre las últimas ocurrencias revolucionarias, con estas palabras reveladoras: “No bien la Junta fue instalada, ella declaró, que los súbditos británicos no solamente quedaban libres de permanecer todo el tiempo que desearan (al margen —señalo yo— de las Leyes de Indias); sino también se nos anunció que gozábamos de toda la protección de nuestras personas y propiedades y una libre participación en las leyes y privilegios cívicos que ahora poseían los nativos”.

La guerra preparada por el Cisnerismo iba a estallar en seguida entre el interior del Virreinato y su Capital, con motivo del reconocimiento al Consejo de Regencia exigido por la Audiencia. Y Moreno, mientras pedía armas y prometía ventajas, privilegios y cesiones territoriales a Inglaterra —por intermedio de Matías Irigoyen, José Agustín de Aguirre y Tomás Crompton; o directamente del embajador Strangford—, mostraba a la faz de un mundo claudicante y desorientado su terrible garra de piloto de tormentas.

El Secretario de la Junta

La personalidad de Moreno no reside en el repertorio de temas revolucionarios que manejaba —en este punto adoptó las ideas del “mirandismo”—, sino más en su recio temperamento de luchador extremista. Ideológicamente, carecía de originalidad creadora. Sus doctrinas de segunda mano, nada nuevo agregaban a las ya muy divulgadas en España por la escuela liberal, con Campomanes y Jovellanos a la cabeza, el P. Feijóo y Montenegro y otros de menor categoría intelectual. Fundadas en principios generales: “nunca bien asimilados y difundidos, repugnantes en el fondo a las masas, hacían las veces de un cuerpo extraño y sin cesar provocan la resistencia de las fuerzas nacionales —ha escrito Alejandro Korn6—; no atinaron a otra cosa que traducir al español las frases jacobinas y se perdieron en la claudicación extraviada de los afrancesados o en las anticipaciones retóricas de las cortes de Cádiz”.

En América, las nuevas ideas hubieron de penetrar por imperio de “viles ministros de la impiedad francesa” —como los define Menéndez y Pelayo—; o filtradas por herejes y contrabandistas, mas que en virtud de la teoría o la enseñanza doctrinaria de la cátedra. Y lo mismo sucedió en el terreno de las concepciones económicas.

Lo que ocurría en Cádiz en 1808 (por ejemplo) era exactamente lo mismo que sucedía en Buenos Aires en 1809... En España se defendía el comercio libre con los ingleses hasta en forma irónica y faltando en cierto modo el respeto a las autoridades —anota De Gandía en un trabajo sobre el prócer de Mayo 7—; Moreno, en su célebre «Representación de los hacendados» —añade—, defendió la libertad de comercio para el puerto de Buenos Aires con los mismos argumentos y a menudo las mismas palabras de economistas liberales españoles, que defendían idéntica libertad para los puertos de la Península”.

Moreno, discípulo del canónigo Terrazas —en cuya biblioteca había leído a los enciclopedistas  y filósofos de la Ilustración—, admiraba sinceramente el «Contrato Social» de Rousseau, que se encargó de difundir en la gran aldea con prólogo suyo, no sin antes haber expurgado de la obra toda referencia anticlerical o irreligiosa. Pero aparte de sus influencias librescas que, a mi juicio no lo definen, el joven Secretario demostró poseer —y lo acreditará desde el gobierno— un indomable temperamento (aunque sin descuido de las oportunidades) y un extraordinario temple para afrontar situaciones de responsabilidad o de riesgo. Desprejuiciado y audaz, nunca faltóle valor moral en los momentos difíciles de prueba. Fue, en esto, muy superior a Miranda, aventurero impenitente, a quien, más veleidoso que el pichón platense, los aires tropicales de la tierra natal llenáronle acaso el alma de románticas utopías incurables.

Moreno era, ante todo, un espíritu nervioso pero ejecutivo, no obstante su extraordinaria sensibilidad, que, al decir de su hermano Manuel 8: “fue el más sobresaliente de todos los elementos de su carácter, y que particularmente lo distinguió en todos los pasos de su vida”. En ocasiones violento y cruel; jamás fue impulsivo sin embargo. Faltóle la virtud de ingenuidad, característica en Belgrano, que hace buenos a los hombres. Por eso, quizás, obró implacablemente cada vez que se lo permitió el enemigo que tenía por delante. Maquiavelo criollo después del 25 de Mayo, representó ese papel más por obligación moral, por deber impuesto a sí mismo, que por espontáneas inclinaciones del espíritu.

A falta de auténtica popularidad, debió recurrir necesariamente a la maniobra, a la intriga política y a la pena capital como único recurso para imponerse.

En el fondo, eran bien fríos y prácticos sus amores al margen de la ley, con Gran Bretaña, a la que favorecía “pro domo sua” desde el gobierno. ¡Contradictorio carácter!

Los artículos de «La Gaceta» que dirigió, son retóricos cuando hablan de Inglaterra y evidentemente propagandísticos. Léase en cambio la espléndida página en que, sincerándose por un momento, nos relata Moreno el estado de su ánimo ante la caída de Buenos Aires —la “gloriosa” y “conquistadora” ciudad, como él la llamó— en manos del invasor inglés: “Yo he visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba, y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando, a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 hombres ingleses, que apoderados de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esa ciudad”.

Y este otro brulote amenazador, donde repudia la conducta del capitán Elliot, quien había bloqueado nuestro puerto a poco de instalada la Primera Junta: “...el extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas puede proporcionarse...miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelecamiento que le habían producido los chiches y abalorios”.

Pero ya era tarde. Moreno tenía en el gobierno sus días contados. Su política demasiado anglófila y terrorista, no podía ser, en efecto, popular. Como nunca, el pueblo de Buenos Aires, militarizado en las gloriosas jornadas de la Reconquista y la Defensa, por Saavedra y los suyos, respondía ahora al jefe con impresionante unanimidad. El Secretario, por contraste, estuvo ausente de la epopeya; fue mero espectador pasivo de los sucesos.

Esto lo inhabilitaba para ser caudillo. Además, el hombre no demostró fe en sus propias fuerzas ni en las de nuestro pueblo —para quien era un extraño—, creyendo que la salvación estaba en requerir ayuda de una gran potencia, en buscar apoyos garantizándolos comercialmente a cambio de influencias internacionales favorables a nuestra seguridad. Los fracasados planes de Francisco Miranda reverdecían, así, en las templadas tierras del Río de la Plata.

A lo antedicho venía a sumarse la inevitable pérdida de prestigio que acarreó a Moreno la sorda lucha de desgaste librada —en el Paraguay, Córdoba y el Alto Perú— contra el Cisnerismo, encarnado por figuras virreinales de la talla de Velazco, Liniers y Goyeneche. Pero tales acontecimientos merecen por su importancia en la marcha de la Revolución de Mayo, un capítulo aparte.


*Tomado del libro Así fue Mayo.

domingo, 21 de abril de 2024

LAS IDEAS POLITICAS DE LOS HOMBRES DE MAYO*

 

Por: Vicente Sierra

La Junta de Mayo contó, casi de inmediato a su formación, con la oposición tozuda de los funcionarios peninsulares, para los cuales, en el sentir popular, era lo mismo la España con Fernando VII –al cual esos funcionarios, hechuras de Godoy, no veían con simpatía- que con José Bonaparte, con tal de no perder sus puestos.

Esta injusta resistencia, unida al desarrollo de los sucesos de España y a la incomprensión de la Corte de Cádiz, determinan en la Junta de Buenos Aires un elemento de defensa que abre camino a la idea de la independencia total. En nuestro concepto, el pronunciamiento del 25 de Mayo no procura la independencia tanto como tiende a obtener formas políticas de gobiernos distintas a las que han regido hasta entonces. Es, ante y sobre todo, un movimiento contrario al absolutismo, pero lo es sin plan y sin ideas concretas propias.

Si observamos comparativamente los sucesos de España y los de Argentina, en aquellos años, advertimos una similitud extraordinaria. Hasta el hecho de que la Junta de Buenos Aires resolviera confiar las funciones públicas a nativos tiene su paralelo en las Juntas Provinciales de España que adoptaban medidas similares, respondiendo al carácter eminentemente localista de los movimientos.

Entre los testigos de los hechos de Mayo, en Buenos Aires, debe contarse a Ignacio Núñez, amigo de Moreno, e interesado en asignarle papeles de primera línea, y hombre, además, de ideas liberales. Al referirse a aquellos acontecimientos dice: “Sin debilitar el mérito que contrajeron los pocos hombres a quienes les tocó la suerte de encabezar la revolución de Buenos Aires, puede asegurarse que esta grande obra fue poco menos que improvisada y por consiguiente, que si ellos no tuvieron tiempo, ni medios de explorar y combinar interiormente los elementos necesarios para llevarla adelante, tampoco los tuvieron para prepararse relaciones con las naciones extranjeras… Desde la primera hora en que el último representante del rey de España depositó el cetro en mano de los nueve hombres escogidos por el pueblo para sustituirle la autoridad virreinal, desde esa misma hora sintieron estos nueve hombres el enorme peso que habían admitido sobre sus hombros, y los peligros que correrían ellos si se reducían a conducirla tan desprovistos como la habían principado”.

Manuel Moreno, en el libro sobre su hermano, dice: “Sería una injusticia creer que el Dr. Moreno tomó parte activa en la Revolución de su país, sin un examen serio de las causas que la producían. Sus escritos, sus avisos, y sus conversaciones habían excitado la vigilancia de los Patriotas; pero ilustrando a sus conciudadanos, jamás intentó inquietar su espíritu o promover la rebelión… Muchas horas hacía estaba nombrando Secretario de la nueva Junta, y aún estaba totalmente ignorante de ello…”.

Manuel relata de cómo le llevó la noticia a su hermano, la que lo sumió en hondas preocupaciones sobre “LA LEGITIMIDAD de los procedimientos públicos que acababan de suceder…”, y agrega: “Cuando pasado esto, llegó un individuo que había sido también nombrado para el nuevo gobierno, a consultar si debía admitir la elección. Después de un examen escrupuloso de la LEGITIMIDAD de los procedimientos del pueblo, se resolvió que era forzoso recibir los oficios que se les habían conferido”.

Pero, como lo señala Núñez, el virrey Cisneros empezó a disputar el puesto desde la noche en que sin resistencia de su parte abandonara, poniéndose al frente de los funcionarios españoles, cuya resistencia no se ocultaba, y fácil fue prever lo que podía ocurrir con los del Paraguay, Montevideo y Perú, en posesión de recursos y materiales de guerra, y de una influencia sobre los naturales poco menos que absoluta. Se procedió contra ellos y se envió a D. Matías Irigoyen ante la corte de Inglaterra. Todo esto, hasta el fusilamiento de Liniers y sus compinches, puede parecer revolucionario, si no fuera que las Juntas de España procedieron de igual manera. Comandante General de Extremadura era el Conde de la Torre del Fresno; el movimiento popular estalla, Torre del Fresno muere en manos de la multitud enardecida, se forma Junta y se envía embajador a Inglaterra. En la capital asturiana, cuando la Audiencia da a conocer los bandos de Murat, el pueblo se alza, y los oidores deben refugiarse en el Palacio de la Audiencia. El pueblo quiere matarlos, lo que evita el prestigio del Marqués de Santa Cruz de Marcenado. Se forma Junta y se organiza la guerra. Para obtener ayuda se envía un embajador a Inglaterra. Paralelo fue el levantamiento de Galicia. El Capitán General D. Antonio Filangieri trata en mala hora de ahogar el movimiento. Barrido por el pueblo se forma Junta y se envía una embajada a Inglaterra. Y así Andalucía y todas las regiones.

Sabido es que el Marqués de Casa Irujo, embajador de España en la Corte de Brasil, atacó a la Junta de Buenos Aires, acusándola de haberse formado para declarar la independencia, lo que hizo en un “Manifiesto” que fue contestado por Mariano Moreno, desde las columnas de “La Gaceta”, diciendo: “El Marqués tiene seguro conocimientos de los principios y fines de la instalación de la Junta; e instruyó esta de la pureza que se conducía, y le suministró datos irrefragables de su fidelidad a nuestro legítimo monarca el señor D. Fernando VII, de la sinceridad con que había jurado la defensa de sus augustos derechos, convenciéndolo de mil modos, que la innovación del gobierno de Buenos Aires era igual en todos sus resultados, a la que gloriosamente habían ejecutado las provincias de España, no podía reprobarse nuestra Junta, mientras se reconociesen las de aquellos, ni podíamos acceder a un paso retrógrado hacia el humillante estado colonial, del que nos acaba de extraer a la faz del mundo”.

No ha faltado quien dijera que estas frases de Moreno revelan la doble intención del pronunciamiento de 1810, desde que se refiere al estado colonial del que se había salido, pero la verdad es que Moreno no se refiere a la formación de la Junta, sino al decreto del 22 de Enero de 1809, por el cual, el supremo gobierno revolucionario de España, reconocía a las colonias ultramarinas como parte integrante de la nación, poniendo la Junta Central decidido empeño en hacer efectivo el derecho de representación que se les había otorgado a los pueblos de América; como lo revela la Real Orden de 6 de Octubre de 1809 que establecía las condiciones para ser diputado de ellas.

Moreno acusó a Casa Irujo de “haber soplado el fuego de la discordia y la guerra civil entre unos pueblos que reconocían los derechos de su legítimo monarca Fernando VII”, diciéndole que antes debió haberse puesto en comunicación con la Junta, tentando aquellos medios prudentes “a que se presentaban acreedores de los sucesos que arrancaban la proclama”. Y agregaba Moreno, poniendo el dedo en la llaga: “El marqués de Casa Irujo y esos mandones de alto rango, cuya reposición pretende por medios tan violentos, no aman a nuestro monarca con la sinceridad que han afectado; ellos proclaman diariamente al rey Fernando, pero en este respetable nombre no buscan sino un vínculo que nos ligue a la Metrópoli en cuanto sea un centro de relaciones y una fuente del poder que ejercen entre nosotros. Mientras una pequeña parte de España sostenga su rango, conserve sus empleos y sirva de escudo a su arbitrariedad y despotismo, no caerá en su boca el sagrado nombre del rey y harán servir diestramente a sus miras personales la sencillez de unos vasallos a quienes el cautiverio de su príncipe empeña a nuevos esfuerzos de su fidelidad; pero dígase que la España está perdida enteramente; que la persona el Rey tiene relaciones enteramente inconexas de las del territorio perdido; que si el francés ha ocupado una parte de la monarquía española, debemos ser españoles en la que ha quedado libre; entonces se les verá recibir con horror esos principios que antes hicieron servir a sus personas, y se les verá recibir, con escándalo, aquellas relaciones con la Península, confundiéndolas groseramente con las que deben buscar en las personas del monarca. El ministro de Estado, conde de Linares, preguntó en una sesión al marqués de Casa Irujo, cuáles eran las intenciones del virrey Cisneros para el caso desgraciado de ser sojuzgada la España; y confundido nuestro ministro con una pregunta, a que cualquier niño habría satisfecho cumplidamente, contestó con la insulsa fruslería de que nunca se realizaría aquel caso, y que si se verificaba, el virrey era hombre prudente y de mucho juicio. Hemos observado en nuestros jefes, que sufrían igual embarazo, siempre que se le hacía aquella pregunta, y este sólo hecho descubre que no procedían de buena fe en orden a la suerte y derecho de estas regiones”.

Sigue diciendo Moreno que si “quedara toda la España ocupada”, y entre paréntesis comenta: “Dios no lo permita”, la América seguirá en la misma lealtad y vasallaje al señor Don Fernando VII, mirando a los pueblos de España con los mismos ojos que miró a los españoles de la Jamaica después que quedaran sujetos a la dominación inglesa. A continuación un párrafo sustancial: “Esto es lo que exige el orden natural de las cosas, y que puede asegurarse francamente por la conformidad que guarda con todos los derechos; sin embargo, el marqués y nuestros jefes aborrecen toda la dominación extranjera, tiembla que la América llegase a constituirse a sí misma, y en la positiva exclusión que hacen de todo otro partido, prueba su adhesión al único que no impugnan, que es seguir la suerte de la Península, si queda enteramente sojuzgada a la dominación, que se ha empeñado en su conquista. El marqués sabe que no hablamos sin datos positivos, y, como calcula justamente la gran muralla que en la instalación de la Junta se ha levantado contra este infame proyecto, rabia de desesperación, y en los transportes de su cólera, prefiere una convulsión general de estos pueblos que, o los reduzca a una debilidad que algún día los haga entrar por sus ideas, o los sepulte en unos males que sean pena de la energía con que han burlado su intrigas”.

La acusación que hace Moreno a Casa Irujo y a los funcionarios peninsulares es grave, pero no caprichosa. Hay pruebas abundantes y concordantes de que como él, pensaba la mayoría. El tipo de funcionario conocido estaba dispuesto, evidentemente, a seguir la suerte de la metrópoli, con “Pepe Botellas” o con el que fuera. A reglón seguido lleva Moreno un rudo ataque al absolutismo, destacando que el pueblo piensa libremente sobre sí mismo, “y sus derechos se consultan sin los prestigios con QUE EL ABUSO DEL PODER lo envolvía”. Argumenta que Inglaterra y Brasil no permitirán nunca que el procónsul de Napoleón reine en América, aunque se apodere de toda España, por lo cual la Junta espera ser apoyada por ellas en sus gestiones y agrega: “Las potencias que no tengan un interés en nuestra ruina mirarán con asombro que los jefes de América reputen un delito la resolución de no dejarse arrastrar ciegamente de la conquista de España. Cuando convenía a sus miras manifestar al mundo la sincera adhesión de las Américas a la causa del Rey Fernando, se proclamaba la justicia de los principios que nos obligan a semejante conducta; (alusión al carácter que se dio en América a la jura de Fernando VII) y aún era éte uno de los principales baluartes que se oponían a Napoleón, y con que se les convenía retraer, de la conquista de España; sin embargo, llega el caso de que se ejecute aquella amenaza, y entonces varían de opinión, y no quieren ver en la América sino una colonia sin derechos, que debe sujetarse sin examen a la suerte de la metrópolis”. Y sigue Moreno:

No, señor marqués, ni sus esfuerzos, ni sus proclamas, ni la conspiración de los mandones separarán a la América de su deberes. Hemos jurado a Don Fernando VII, y nadie sino él reinará sobre nosotros. Esta es nuestra obligación, es nuestro interés, lo es de la Gran Bretaña y Brasil, y resueltos a sostener con nuestra sangre esta resolución, decimos a la faz del mundo entero (Y REVIENTE A QUIEN NO LE GUSTE) que somos leales vasallos del rey Fernando, que no reconocemos otros derechos que los suyos, que aunque José reine en toda la península, no reinará sobre nosotros y que la pérdida de España no causará OTRA NOVEDAD QUE LA DISMINUCION DEL TERRITORIO DEL REY FERNANDO”.

La desgracia de ser reputados los americanos poco menos que bestias, por hombres que apenas son algo más que caballos, influyen siempre alguna preocupación aún entre las personas de razón y buen juicio” Se refiere Moreno a las noticias falsas sobre triunfos españoles que en su “Manifiesto” difundiera Casa Irujo, y demuestra que sabe la verdad de lo que ocurre. Agrega Moreno que esas desgracias no le complacen pero nada se aventaja con ocultarlas, y dice: “El marqués habría empleado con más fruto sus acreditados talentos si los hubiese fatigado para inventar medios de salvar o aliviar la Patria”. Pero aún eM el caso de que las noticias de triunfos españoles fueran ciertas “¿será eso bastante para que se disuelva nuestra Junta y en caso contrario se arrojen los pueblos a los horrores de la anarquía y de la guerra civil? ¿Es posible que las Juntas de España han de seguir tranquilamente, y se ha de reputar un crimen la continuación de la nuestra? La Junta de Valencia continúa en la plenitud de sus funciones; ni reconoce al Consejo de Regencia, ni respetaba a la Junta Central mucho tiempo antes de su disolución… y el marqués elogia su fidelidad…

Posteriormente se inventó lo de la “máscara de Fernando”, que no puede ser considerada en serio. La Revolución de Mayo sería un caso único en la historia, o sea, el de una revolución que levanta como bandera aquello mismo que quiere destruir, fomentando, por consiguiente, no su éxito, sino el de la contrarrevolución. La capacidad de admitir sandeces tiene un límite también en historia. La sujeción de Fernando VII no estaba en contra de la posibilidad de un régimen político independiente de la metrópoli, y de carácter más liberal que el hasta entonces observado, y Fernando VII había despertado ilusiones que hasta lo admitían como cabeza de tal importante reforma política del imperio. En cuya disolución nadie piensa antes del 25 de Mayo de 1810, aunque puedan pensarlo, y así ocurrió, cuando la resistencia de los funcionarios, la incomprensión de los hombres de Montevideo, la conducta de Liniers, la de la Real Audiencia de Buenos Aires, y la del propio Cabildo porteño, conducen los acontecimientos por nuevos caminos, puesto que también los enemigos también se presentan defendiendo los derechos de Fernando VII.

La pérdida del libro de actas de la Junta de Mayo, que debió correr por cuenta de alguno de los hombres de la Asamblea General de 1813, que lo pidió y lo recibió, a los fines de juzgar su actuación, enterándose, al leerlo, que no saldrían de sus páginas motivos de crítica para Saavedra, pero tampoco aparecería el Moreno cuyo mito se había empezado a forjar, deja sin posibilidad de aclaración muchas cosas de aquellos días. El único documento auténticamente revolucionario sería el “Plan”, atribuido por Enrique de Gandía a Moreno y considerado un frangollo por Ricardo Levene. Pero lo curioso es que Gandía no cree que Moreno fuera partidario de la independencia, lo que está en pugna con su afirmación de que fue autor del “Plan”, mientras Levene cree que Moreno fue el alma del propósito independizador, lo que está en pugna con su afirmación de que el “Plan” no es de Moreno, y una de las razones en favor de esa tesis es que no se acomoda a sus ideas en los seis meses que actuó en la Junta. Porque no es la idea de la independencia la que agita a la Junta, sino las diferencias en la manera de considerar el problema político en sus distintas posibilidades; y es el propio Moreno quien se encarga de demostrarlo en sus artículos de “LA GACETA”, titulados “Miras del congreso que acaba de convocarse y constitución del estado”. Dice allí: “Hay muchos, que fijando sus miras en la justa emancipación de la América a que conduce la inevitable pérdida de España (adviértase que la emancipación surgía de la desesperación de España absorbida por Napoleón y no un acto de voluntad americana), no aspiran a otro bien que haber roto los vínculos de una dependencia colonial y creen completa nuestra felicidad, desde que elevados nuestros países a la dignidad de estados, salgan de la degradante condición de un fondo usufructuario a quien, se pretende sacar toda sustancia sin interés alguno en su beneficio y fomento. Es muy glorioso a los habitantes de América verse inscriptos en el rango de las naciones y que no se describan sus posesiones como factorías de los españoles europeos; PERO QUIZAS NO SE PRESENTA SITUACION MAS CRITICA PARA LOS PUEBLOS QUE EL MOMENTO DE SU EMANCIPACION: TODAS LAS PASIONES CONSPIRAN ENFURECIDAS A SOFOCAR EN SU CUNA UNA OBRA A QUE SOLO LAS VIRTUDES PUEDEN DAR CONCIENCIA; Y EN UNA CARRERA ENTERAMENTE NUEVA CADA PASO ES UN PRESIPICIO PARA HOMBRES QUE EN TRECIENTOS AÑOS NO HAN DISFRUTADO DE OTRO BIEN QUE LA QUIETA MOLICIE DE UNA ESCLAVITUD, QUE AUNQUE PESADA HABIA EXTINGIDO HASTA EL DESEO DE ROMPER SUS CADENAS. Resueltos a la magnánima empresa, que hemos empezado, nada debe retraernos de su continuación, nuestra divisa debe ser la de un acérrimo republicano que decía: MALO PERIDULOSAM LIBERTATEM QUAM SERVITIUM QUIETUM”. Ricardo Levene hace la cita poniendo punto final a la frase, pero en el texto solo figura un punto y coma, y se sigue leyendo: “pero no reposemos sobre la seguridad de unos principios que son muy débiles sino se fomentan con energía; consideremos que los pueblos, así como los hombres, desde que pierden la sombra de un curador poderoso que los manejaba, recuperan ciertamente una alta dignidad pero rodeada de peligros que aumentan la propia inexperiencia; temblemos con la memoria de aquellos pueblos que por el mal uso de su naciente libertad, no merecieron conservarla muchos instantes; y sin equivocar las ocasiones de la nuestra con los medios legítimos de sostenerla, no busquemos la felicidad general, sino por aquellos caminos que la naturaleza misma ha prefijado y cuyo desvío ha causado siempre los males y ruina de las naciones que los desconocieron”.

El sentido de estas palabras de Moreno es clarísimo. La guerra civil contra los funcionarios había comenzado; España parecía definitivamente perdida ¿no era oportuno avanzar un paso e ir a la independencia política? No la rechaza Moreno, pero le pone “peros”: no estamos preparados, dice. Si algo revela que la idea de emancipación no figuró en el ideario de Mayo, es este escrito de Moreno, que confirma de cómo el sentimiento de independencia fue consecuencia del desarrollo de los hechos, de la misma manera que en España, a pesar de su carácter tradicionalista y antiliberal, el levantamiento popular de 1808, derivó en las Cortes afrancesadas de Cádiz. Todo el artículo de Moreno tiende a demostrar que no es el momento de pensar en la independencia, por razones de orden interno e internacional; así, dice, que el despotismo había sofocado a España su viejo sentido de la libertad por lo “que en el NACIMIENTO DE LA REVOLUCION NO OBRARON OTROS AGENTES QUE LA INMINENCIA DEL PELIGRO Y EL ODIO A UNA DOMINACION EXTRANJERA”, refiriéndose al levantamiento en 1808, pero que apenas pasada la confusión de los primeros momentos, “enseñaron a sus conciudadanos los derechos que habían empezado a defender por instinto; y las Juntas provinciales se afirmaron por la ratihabición de todos los pueblos de su respectiva dependencia. Cada provincia se concentró así misma, y no aspirando a dar a la soberanía mayores términos de los que el tiempo y la naturaleza habían dejado a las relaciones interiores de los comprovincianos, resultaron, tantas representaciones supremas e independientes, cuantas Juntas provinciales se habían erigido. Ninguna de ellas solicitó dominar a otras… Es verdad que al poco tiempo resultó la Junta central como representativa de todas, pero prescindiendo de las grandes dudas que ofrece la legitimidad de su instalación, ella fue obra del unánime consentimiento de las demás Juntas; alguna de ellas continuó sin tacha de crimen es su primitiva independencia… Asustado el despotismo con la libertad y justicia de los movimientos de España, empezó a sembrar espesas sombras por medio de sus agentes; y la oculta oposición a los imprescriptibles derechos de los pueblos había empezado a ejercer, empeño a los hombres patriotas a trabajar en su demostración y defensa… por todos los pueblos de España pulularon escritos llenos de ideas liberales, y en los que se sostenían los derechos PRIMITIVOS de los pueblos, que por siglos enteros habían sido olvidados y desconocidos”. “Un tributo forzado a la decadencia hizo decir que los pueblos de América eran iguales a los de España; sin embargo, apenas aquellos quisieron pruebas reales de la igualdad que se les ofrecía, apenas quisieron ejecutar los principios por donde los pueblos de España se conducían, el cadalso y todo género de persecuciones se empeñaron en sofocar la injusta pretensión de los rebeldes, y los mismos magistrados que habían aplaudido los derechos de los pueblos, cuando necesitaban de la aprobación de alguna Junta de España para la continuación de sus empleos, proscriben y persiguen a los que reclaman después en América esos mismos principios. ¿Qué magistrados hay en América, que no hayan tocado las palmas en celebridad de las Juntas de Cataluña o Sevilla? ¿Y quién de ellos no vierte imprecaciones contra la de Buenos Aires, sin otro motivo que ser americanos los que la forman? Es decir, que Moreno parte, exclusivamente, de los antecedentes españoles para considerar la cuestión americana, y demuestra que lo que lo guía no es el afán de la independencia, sino el establecimiento de un gobierno liberal contra el absolutismo que había dominado hasta entonces. El Congreso que propone no debe elegir quién rija al país, sino dotarlo de una constitución de donde se rija. Las ideas que Moreno vierte siguen siendo españolas, algunas tomadas de Jovellanos, y responden al espíritu que, en aquellos mismos momentos, predomina en las Cortes de Cádiz. Sentemos, pues -dice- como base de las posteriores preposiciones, que el congreso ha sido convocado para elegir una autoridad suprema que supla la falta del señor don Fernando VII y para arreglar una constitución que saque a los pueblos de la infidelidad en que gimen”. Pero la devoción a Fernando tiene límites, o sea, si tratara de gobernar como su antecesor, el pueblo, que ha recuperado la soberanía por ausencia del monarca, puede prescindir de él, pues no ha realizado el de América PACTO SOCIAL alguno con él. (Este concepto revela que Moreno no entendió a Rousseau, lo que ya fue denunciado por Paul Groussac).

Si Fernando quiere seguir reinando debe aceptar las reglas que el pueblo le fije. Y para apoyarse contra los que no comprendan esa posición, Moreno pregunta: “¿a qué fin se hallan convocadas en España unas Cortes que el rey no puede presidir? ¿No se ha propuesto por único objeto de su convocatoria el arreglo del reino y la pronta formación de una constitución nueva, que tanto necesita? Y si la irresistible fuerza del conquistador hubiese dejado provincias que fuesen representadas en aquel congreso, ¿podría el Rey oponerse a sus resoluciones? Semejante duda sería un delito. El Rey a su regreso no podría resistir una constitución a que, aún estando al frente de las Cortes, debió siempre conformarse; los pueblos, origen único de los poderes de los reyes, pueden modificarlos con la misma autoridad con que lo establecieron al principio… Nuestras provincias carecen de constitución, y nuestro vasallaje no recibe ofensa alguna porque el Congreso trate de elevar los pueblos que representa, a aquel estado político que el Rey no podría negarle, si estuviese presente”.

Nos hemos extendido en las citas por la necesidad de demostrar que lo que guía a Moreno es el triunfo político de los derechos primitivos de los pueblos, no de la independencia. El españolismo de los pueblos de América es indiscutible. Una sola fue la causa de la guerra civil en España y en América. Ello explica por qué, en los puntos más alejados se produjeron, a un mismo tiempo, sin influencias recíprocas, hechos análogos. “La Gaceta de Buenos Aires”, al dar cuenta del pronunciamiento de Caracas que tuvo lugar el 10 de Abril de 1810, dice: “Si viéramos empezar aquella revolución proclamando principios de exagerada libertad, teorías impracticables de igualdad como la revolución francesa, desconfiaríamos de las rectas intenciones de los promovedores, y creeríamos el movimiento afecto de un partido y no del convencimiento práctico de una mudanza política”. Los pescadores de antecedentes vinculados a la Revolución Francesa, para explicar los sucesos que preceden en América a la guerra por la independencia, ocultan deliberadamente expresiones como la que acabamos de reproducir, por no querer reconocer la verdad de que las doctrinas de igualdad que predominan en el tradicionalismo americano tienen una antigua raigambre, católica y española.

Al referirse a la revolución de Caracas, La Gaceta de Buenos Aires, explica que los supuestos revolucionarios hispanoamericanos solo imitaban a los patriotas peninsulares en su lucha contra Napoleón, y agrega: “Pero al ver que solo tratan de mirar por su seguridad y hacer lo que todos los pueblos de España han puesto en práctica, esto es, formar un gobierno interino, durante la ausencia del monarca, o en tanto no se establezca la monarquía sobre nuevas y legítimas bases, nos parece ver en el movimiento de Caracas los primeros pasos del establecimiento DEL IMPERIO QUE HA DE HEREDAR la gloria y la felicidad del que está por perecer en el Continente de Europa a manos de un despotismo bárbaro”.

El sentimiento dominante fue el odio a Napoleón y el deseo de conservar el Nuevo Mundo fuera de su férula. La guerra surgió entre los partidarios de Consejo de Regencia y los que se declaraban por la formación de Juntas locales. Todos defendían la integridad del Imperio y se reconocían súbditos de Fernando VII; pero los que defendían el Consejo de Regencia no eran liberales, ni absolutistas, que disfrutaban de nombramientos hechos por Carlos IV y Fernando VII, y los otros, los liberales sostenían los derechos de rey pero, subordinado a normas que evitaran que el Imperio continuara sin sus viejas libertades municipales y provinciales.

La masa popular porteña expresó esos sentimientos y es así como “La Gaceta” publicaba, en 1811, con el título de “MARCHA PATRIOTICA”, una letrilla que dice así:

La América tiene

Ya echada su cuenta

Sobre si a la España

Debe estar sujeta

Esta lo pretende,

Aquella lo niega,

Porque dice que es

Tan libre como ella

Si somos hermanos,

Como se confiesa,

Vivamos unidos

MÁS SIN DEPENDENCIA

A nada conduce

La obediencia ciega

Que pretende España

Se le dé por fuerza.

¿Por qué, pues, 209

 

España Pretende grosera

Que el americano

Su parte le ceda?

EL QUIERE GUARDARLA

PARA AQUEL QUE SEASU DUEÑO,

y si no Quedarse con ella

PUES PARA ESTO SIEMPRE

JURA LA OBEDIENCIA

AL REY, NO A LA ESPAÑA,

COMO ELLA SE PIENSA

Y no debe olvidarse que esta Marcha Patriótica fue incluida en la LIRA ARGENTINA, recopilación de poesías patrióticas publicadas en 1810, que, en 1822, Rivadavia recomendó hiciera la Sociedad Literaria.

La composición de la Junta de Mayo facilita la idea de que, en su seno existieron rivalidades alrededor del problema de la independencia, más, en realidad, lo que en ella divide son las distintas maneras de encarar el problema político de organización del país. La falta de planes había determinado que se invitara a los Cabildos de interior a enviar representantes para integrar la Junta, método que, más tarde, se consideró equivocado, con lo que se procuró que estos diputados lo fueran ante un Congreso que se reuniría con carácter de constituyente. Mientras tanto, en España, las tendencias liberales han triunfado ampliamente en las Cortes de Cádiz, influyendo sobre las minorías ilustradas en Buenos Aires, en cuyo seno comienzan a agitarse las ideas que, en Cádiz, expresan los cabecillas del resurgimiento liberal. Moreno que se coloca en esa línea es derrocado por las mismas fuerzas militares que el 25 de Mayo de 1810, sin tener mayor contacto con él, lo habían elegido, y los diputados del interior entran a formar parte de la Junta, despertando la indignación de los jóvenes liberales porteños que ven en ellos elementos reaccionarios. Entra entonces a actuar la fuerza económica de la ciudad capital y se llega, en 1812, hasta agitar dos cuestiones: la de independencia y hasta la de la república, por hombres que, poco más tarde, se contarán entre los líderes del monarquismo. En el orden político, la lucha comienza a tener todos los caracteres de una guerra civil, pues hasta en el militar, son americanos los que se enfrentan en Paraguay y en el Norte. Cuando Belgrano, después de derrocar al americano Goyeneche, y al americano Tristán, concede a éste el armisticio de Salta, lo hace porque sabe que han peleado americanos en ambas líneas, y deplora que en las luchas entre hermanos se pierdan vidas preciosas.

Participamos de la síntesis de Enrique de Gandía que dice: “La guerra civil no fue desencadenada por los liberales. Es importantísimo aclarar estos hechos. Los liberales eran los tradicionalistas, los defensores del pasado y de una evolución de acuerdo con los derechos y los deseos del pueblo. Ellos nunca soñaron con revoluciones ni independencias ni guerras civiles, hasta que los absolutistas rompieron la guerra con su intransigencia y el empeño de mantenerse en unos puestos que, jurídicamente, ya no les correspondía desempeñar. Los revolucionarios fueron, pues, los absolutistas, los hombres a quienes algunos historiadores llaman realistas, cometiendo un grave error, pues realistas eran todos, sin excepción, y otros denominaban ESPAÑOLES, cayendo en un error aún más grueso, dado que muchísimo de ellos defendían el liberalismo, los derechos naturales del hombre y la formación de las Juntas locales”.

…”El primer gobierno llamado argentino tuvo por fines políticos la defensa de los derechos naturales del hombre que correspondían, por la prisión de Fernando VII, a todos sus súbditos y el propósito firme de salvar a estos mismos países de una denominación extranjera y reconocer al primer gobierno legítimo que se estableciese en España”.

Esta interpretación se ajusta a otra singularmente interesante. Al festejarse el aniversario del 25 de Mayo, en 1835, se reunió en el Fuerte a una selecta cantidad de invitados, entre ellos el cuerpo diplomático, y el gobernador de Buenos Aires, entonces Juan Manuel de Rosas, dijo las siguientes palabras:

¡Qué grande señores y que plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejercitó este gran pueblo en Mayo del célebre año de mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! NO PARA SUBLEVARNOS CONTRA LAS AUTORIDADES LEGITIMAMENTE CONSTITUIDAS, sino para cumplir la falta de las que, acéfala la nación, había caducado de hecho y de derecho. NO PARA REBELARNOS CONTRA NUESTRO SOBERANO, sino para preservarle la posición de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. NO PARA ROMPER LOS VINCULOS QUE NOS LIGABAN A LOS ESPAÑOLES, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndolos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. NO PARA INTRODUCIR LA ANARQUÍA sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida la España. Estos, señores fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto celebrado en esta ciudad el 22 de Mayo de mil ochocientos diez, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra y gloria eterna del pueblo porteño. Pero ¡Ah!... ¡Quién lo hubiera creído!... Un acto TAN HEROICO DE GENEROSIDAD Y PATRIOTISMO, NO MENOS QUE DE LEALTAD Y FIDELIDAD A LA NACION ESPAÑOLA Y A SU DESGRACIADO MONARCA; un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros malignamente, como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderle dignamente.

Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues ofendidos en tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución hasta que cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por quien debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en las manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.

“El cielo, señores oyó nuestras súplicas. El cielo premió aquel constante amor del orden establecido, que había excitado hasta entonces nuestro valor, avivando nuestra lealtad, y fortaleciendo nuestra fidelidad PARA NO SEPARARNOS DE LA DEPENDENCIA DE LOS REYES DE ESPAÑA, a pesar de la negra ingratitud con que estaba empeñada la Corte de Madrid en asolar nuestro país. Sea, pues, nuestro regocijo tal cual lo manifestáis en las felicitaciones que acabáis de dirigir al gobernador por tal fausto día; pero sea renovado aquellos nobles sentimientos de orden, de lealtad y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heroico en sostén y defensa de la Causa Nacional de la Federación, que ha proclamado la república…”.

¿Qué diferencia estos conceptos de los expresados por Moreno? Sólo las palabras. El fondo es el mismo.

 

*Tomado del libro “Historia de las ideas políticas en Argentina”, capitulo 5