lunes, 5 de febrero de 2024

El Chacho Peñaloza y nuestra deuda con el liberalismo*

 

Por: Lucas N. Gomez Balmaceda

Después de la ominosa derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros en 1852 se inicia el proceso que la historiografía llama construcción del Estado-Nación. Tal como señala Jordán Bruno Genta, esta batalla “representa para nuestra Patria el fin de una política nacional fundada en el real señorío sobre todo lo propio, y el comienzo de una política de soberanía ficticia y de efectiva servidumbre a la usura internacional hasta el día de hoy”(1).

            Este injerto que es la tradición liberal fue llevado adelante por una generación que se había exiliado en el extranjero durante el gobierno de Rosas. Diaz Araujo la describe de esta manera: “En su faz doctrinaria, esta generación literaria, había exaltado los valores esenciales de la libertad y el progreso. Era deísta o agnóstica en materia religiosa; utilitarista, al modo inglés Herbert Spencer o John Stuart Mill; en filosofía, culturalmente francófila y hispanófoba, en política adhería al liberalismo doctrinario francés de Benjamín Constant (de democracia restringida); si bien en el plano institucional prefería el constitucionalismo estadounidense, según la visión de Alexis de Tocqueville; en relaciones exteriores optaba por la vinculación con la Europa septentrional. Posición que, traducida a lo económico, implicaba el librecambio con división internacional del trabajo y especialización agropecuaria y librempresismo; y en el plano de la política partidaria interna, si bien teóricamente aceptada la existencia de los partidos, en la práctica eliminaba a los opositores, máxime si eran federales. (2)

Y fue esta última característica la que desencadenó las sucesivas guerras internas y externas. En los veinte años transcurridos desde Caseros hasta el final de la presidencia de Sarmiento, apenas si ha cesado la guerra civil en todo el territorio, a la que se ha agregado una guerra fronteriza –la del Paraguay– larga y sangrienta, aparte de la permanente del indio. Lejos está de ser un tiempo de organización, paz y progreso.

En efecto, la Argentina padecía una fractura histórica. El Liberalismo que termina de enquistarse en el poder significa un quiebre con respecto a las etapas anteriores de la historia argentina, tanto del período hispánico como del período independentista, que no fueron antagónicos entre sí.

La política liberal se inspiraba en firmes convicciones. Sarmiento escribe “los americanos se distinguen por su amor a la ociosidad y por su incapacidad industrial con ellos la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal”. Y en una carta a Mitre, fechada en 1861, recomendaba que “no se economizara sangre de gauchos”, pues era “lo único que tenían de humano”.

          Otro adalid del liberalismo, Alberdi, proclamaba con énfasis la superioridad de cualquier “francés o inglés” sobre cualquier hombre de nuestros campos.  Ernesto Palacio señala la paradoja que justamente a los franceses e ingleses que visitaban el territorio quedaban embelesados con las condiciones de “laboriosidad, inteligencia y honorabilidad”según lo atestiguan los escritos de Allan Campbell, Woodbine Parish, Charles Darwin y Martín de Moussy. (3)

Para los vencedores de Caseros, la civilización consistía esencialmente en las formas constitucionales y el comercio libre. Era natural que ese repudio de lo nuestro, de lo tradicional, de lo nacional, que caracterizó a la generación organizadora, se reflejara en su obra. Bien señala Palacio, “nos organizarían, sin duda; pero con la forma, las modalidades y la mentalidad de una colonia del extranjero”. (4)

La figura del Chacho se yergue como el último bastión de defensa armada de la tradición argentina fundacional. Y es contra él que el gobierno liberal de Mitre desata toda su furia en una guerra intestina sin cuartel.

Angel Vicente Peñaloza, “el Chacho”, es el último caudillo federal que se inscribe en una larga lista de caudillos y jefes militares que defendieron los intereses de la patria. Si bien no se encontraba a la altura de un Rosas o un Quiroga por su lucidez y preparación, el Chacho era poseedor de una bondad natural que se hace patente en toda su vida y que lo llevó muchas veces a la ingenuidad, haciendo que confíe en la palabra de sus enemigos acérrimos.

El jóven Angel Vicente formó parte de la guardia de honor de Facundo Quiroga, los testimonios lo pintan como alto y musculoso, de una fuerza hercúlea y con una mirada muy suave y bondadosa cuando cedía a las solicitudes del buen trato y la amistad. Desde este puesto, entabló con el Tigre de los Llanos un entrañable vínculo de fidelidad que puede compararse al del noble vasallo medieval con su señor.

Por ello no es de extrañar que al ser asesinado Quiroga en Barranca Yaco prestara oídos a sus enemigos unitarios que hacían circular la versión según la cual Rosas era quién había mandado su muerte. Sobre esto, que fue repetido hasta el cansancio por la historia oficial, nunca se presentó prueba alguna que lo demostrara, mas por el contrario, los hechos manifiestan el dolor y conmoción que generó en el Restaurador la muerte de su compañero riojano.

Pero eso escapaba a la comprensión del Chacho. Siempre que hubiera un hálito de duda sobre la posibilidad de que Rosas fuera culpable, no podía sino entablar una enemistad contra el gobernador porteño. En palabras de Calderón Bouchet, “Peñaloza estaba convencido de que Rosas había maquinado la muerte de Facundo y no se lo perdonó jamás. Era la reacción lógica de la lealtad a su comitatus caballeresco y en la ruda simplicidad de su apasionado afecto, esto estaba por encima de todas las ideologías”. (5)

Por su parte, los unitarios liberales pusieron todas sus energías en que el caudillo riojano siguiera alimentando su rencor hacia Rosas. Ellos veían la oportunidad de hacerse con el ejército de valientes montoneros que había quedado en manos del Chacho después de Barranca Yaco. Sin embargo, tras una seguidilla de derrotas, el riojano terminó exiliado en Chile. Allí convivió con los exiliados argentinos que se dedicaron a minar su propia patria desde el extranjero. Sarmiento entre ellos, quien además de aborrecer la presencia del Chacho en los círculos chilenos, trató de convencer enérgicamente al país trasandino de quedarse con las provincias de Cuyo y la Patagonia.

Sin embargo, el Chacho regresa a su tierra. Sufrió el exilio lejos de sus Llanos, de su tropilla y de su gente. Consiguió el indulto de Rosas por mediación de su amigo Benavídez. Pero él aún cree en la culpa del porteño. Por ello se alía con Urquiza en su levantamiento traidor. Otro error que pagaría muy caro años más tarde.

Después de Caseros, se convierte en patriarca de la Rioja y  padrecito de los pobres, tal como lo proclamó el pueblo riojano según el testimonio del diario El Imparcial, de cuño liberal.(6) José María Rosa, lo describe en esa etapa de la siguiente manera: Era un hombre sencillo y de pocas letras que se movía por los impulsos del corazón. Los habitantes de Los Llanos, cualquiera fuera su clase social, le tenían ley; sabía dirimir las diferencias y manejaba el arte de saber dar a cada uno lo suyo. Nadie golpeaba en vano su puerta en busca de consejo o ayuda sin conseguir lo uno o lo otro. Arreglaba las desavenencias conyugales y encarrilar a los muchachos difíciles… El gobernador de la lejana capital tenía que contar con su apoyo para estabilizar su gobierno, y los mandantes de las vecinas Córdoba, San Luis y San Juan recurren al estanciero de Guaja para que no asilara en los impenetrables Llanos a los conspiradores. Que el Chacho a veces cumplía y a veces negaba, porque él era el único dueño de sus acciones. (7)

En la batalla de Pavón el presunto federal Justo José de Urquiza, en quien Peñaloza había depositado su confianza y nueva fidelidad, se retiró cobardemente cuando el fragor de la batalla le era favorable. Pavón fue una victoria pactada, masonería de por medio, que garantizó la hegemonía de Buenos Aires y con ello, la imposición a contrapelo del régimen liberal antes mencionado.

Urquiza se retiró a su palacio en Entre Ríos a disfrutar de los deleites de la vida, desentendiendose de la política y de sus hombres. Ninguna de las acciones del traidor de Caseros sorprende a quien se acerque al estudio de la historia argentina.

Entre 1862 y 1863 el Régimen Liberal, presidido por Mitre, lanza una guerra sin cuartel al Chacho. Este tenía 62 años, y era un hombre de paz, de orden, de trabajo. Sin embargo, ante la retirada de Urquiza se vió como único caudillo federal sobre el que reposaba la defensa de la tradición auténticamente argentina. Antes de comenzar a la guerra escribe a sus enemigos “¿Por qué pelear entre hermanos…?” (8)

La persecución fue encomendada a Domingo Faustino Sarmiento, quien había sido su compañero de exilio en Chile y el mando de las expediciones lo tuvieron generales uruguayos. En efecto, los generales argentinos enlistados en las filas unitarias conservaban la decencia que les impedía realizar lo que se había planeado. La tropa, por su parte, estaba constituída por pocos argentinos, la mayoría eran soldados mercenarios extranjeros y criminales obligados a pagar su condena sirviendo al recientemente creado ejército nacional.

Al Chacho se lo persiguió como un bandido, a pesar de ser oficialmente un general de la Confederación. Pero para los liberales él era un fantasma, como dice la copla, jugaba a estar en todas partes y en ninguna. Los impenetrables Llanos riojanos lo ocultaban y ninguno de sus paisanos jamás lo traicionó.

A pesar de su avanzada edad, el Chacho combatió con la valentía que lo caracterizó de mozo. Se enfrentó con su ejército de montoneros, armados con tacuaras y tercerolas, a un ejército regular, dotado de la última tecnología armamentística y cuyos hombres percibían un salario por guerrear. Aún así sembró terror entre los oficiales unitarios. Combatió en su Rioja natal, pero también en San Luis, San Juan, Catamarca y Córdoba.

Una anécdota de estos tiempos pinta de cuerpo completo la arquetipicidad del Chacho y la nobleza del pueblo argentino que aún conservaba la tradición. En cierta ocasión, partió una columna del ejército desde San Luis al mando del general Loyola. Al llegar a la Rioja, el oficial unitario tuvo que retirarse porque su ejército comenzó a confraternizar con la causa del Chacho y el grueso de sus hombres desertó para unirse a las bravas montoneras.

Ante tal impotencia, se desató el terror. Los montoneros apresados eran fusilados sin juicio previo después de ser torturados en el cepo colombiano. Ninguno habló, todos se mantuvieron fieles al Chacho. Desde San Juan, estas acciones eran aplaudidas por Sarmiento, defendiendo ante las autoridades nacionales a los oficiales que llevaban a cabo la búsqueda del bandido riojano.

Tras el combate de las Banderitas el 29 de mayo de 1862, el Chacho está exhausto. Sabe que las pobres provincias de la Rioja, San Juan y San Luis que les son fieles no pueden contra el poder del ejército nacional. Es allí que el riojano comete nuevamente el error de pactar con el liberalismo. Se llega a un acuerdo de tregua. A la hora de intercambiar prisioneros de guerra el entrega a los suyos, en excelente estado, sin que les falte ni un botón de su uniforme. Pero cuando el Chacho pregunta dónde están sus hombres, se hace un silencio sepulcral. Los han fusilado a todos, ni uno solo sobrevivió.

Este acto de crueldad y la tristeza del Chacho no impiden la tregua que él considera tan necesaria y urgente. Pero la paz es efímera y el Régimen no mantiene su palabra.

Unos meses después se retoma la persecución. Sarmiento y Mitre no pueden soportar la presencia misma del Chacho, mientras él viva habría esperanza en el pueblo federal.

El terror se reanuda pero esta vez la crueldad es mayor. Como los soldados montoneros no hablan en el cepo, el ejército fue por sus hogares. Incendió sus casas, ultrajó a sus mujeres, asesinó a sus hijos. Madres, esposas e hijas fueron llevadas a casas de perdición, como se llamaba en ese entonces a los prostíbulos. Narra José María Rosa que el periodista Ramón Gil Navarro del diario cordobés El Progreso encontraría en 1868 “casas de perdición con pobres víctimas arrancadas de su hogar doméstico por derecho de conquista” (9) . Pero La Rioja se mantiene fiel aún en el sufrimiento. Otra copla popular canta el dolor del riojano “¿a donde estará mi mama, mi chango donde andaran? Me los han pasao a digüello por ser federal”.

Su epopeya lleva al Chacho a tomar la ciudad de Córdoba. Pero sabe que él solo no puede vencer. Desde su primer alzamiento le escribe a Urquiza -en quien aún depositaba su confianza- para que se ponga al mando del levantamiento federal. Pero la naturaleza de Urquiza es la de un traidor. Lo único que recibe el Chacho es su silencio. El entrerriano está disfrutando de su palacio en el Litoral. Superan la decena las misivas que envía el riojano, sin tener respuesta. Incluso llega a escribir con desesperación que sí Urquiza no se pone al frente de la revolución “tomaré el partido de abandonar la situación retirandome con todo mi ejército fuera de nuestro querido suelo argentino a mendigar el pan en suelo extranjero antes que poner la garganta en el cuello del enemigo”(10)

La Muerte lo sorprende al Chacho con su acostumbrada bonhomía. Estando escondido en Olta una partida del ejército nacional lo encuentra. Un amigo intercede por él. El Chacho accede a pactar su rendición, se encuentran en su casa su mujer y un puñado de compañeros. Sin embargo, al tenerlo enfrente y desarmado, el mayor Irrazábal le da una puñalada fatal. Es el final del caudillo.

Irrazabal no se contenta con esta atrocidad de asesinar a sangre fría a un hombre desarmado y en frente de su mujer. Decide decapitar el cuerpo y exhibirlo en la plaza de Olta, para escarmiento de todos los que alguna vez le fueron fieles. Pero la crueldad no termina allí, y la saña se extiende a su mujer, Victoria Romero. Ella es apresada y obligada a barrer por el resto de sus días la misma plaza que exhibe el cuerpo de su marido.

La figura del Chacho se yergue como un arquetipo cabal de la patria.

Una de las tantas lecciones que podemos aprender del estudio de su vida es el peligro de confiar en el liberalismo. Nuevo o viejo, con aires de conservadurismo o progresismo. El liberalismo siempre fue y será enemigo de la Patria y de la Fe. El liberalismo es pecado, como profesaba Sardá y Salvany. Confió el Chacho en los liberales en la conjura contra Rosas, confió en el traidor Urquiza, confió en la paz de las Banderitas y murió con un acto de confianza en un general unitario que no conoció el honor.

Hacemos nuestras las piadosas palabras de Ernesto Palacio: “No negaré que muchas veces he sentido bullir mi sangre ante la injusticia, el error o la traición… Pertenezco, en efecto, a una raza calumniada. Cuando hace cuatrocientos años vivía en el territorio que es hoy nuestra patria apenas un puñado de blancos españoles -menos de un centenar-, ya había gente de mi sangre. Fundaron ciudades, gobernaron provincias y villas, poseyeron encomiendas y fundos, guerrearon con indios, en cuyas manos varios perecieron. Sus descendientes lucharon por la independencia y la libertad, asistieron a congresos y asambleas, participaron activamente en las vicisitudes nacionales. Soy, por consiguiente, un viejo argentino; es decir, una víctima de la oligarquía que proclamó la superioridad del extranjero sobre el criollo y del hijo del inmigrante sobre los descendientes de los conquistadores.”(11)

Por todo ello tenemos una deuda pendiente con el liberalismo. Y es una deuda de enemistad y sangre.


Publicado en la Revista digital El Alcázar, N° 23, año VII, Enero de 2024

Notas:

1) Jordán Bruno Genta, Seguridad y desarrollo, Ed. Cultura Argentina SA. Buenos Aires, 1970, pp. 23
2) Enrique Díaz Araujo. Aquello que se llamó la Argentina. Cuadernos de Historia no oficial.  Mendoza, Ed. El Testigo, 2002.
3) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina (1515-1983), Abeledo Perrot, 15ª edición, Bs.As., 1988.
4) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina (1515-1983), Abeledo Perrot, 15ª edición, Bs.As., 1988.
5) Calderón Bouchet, R. Civilización o Barbarie. Un discutible dilema histórico argentino. En Annales de la Fundación Elías de Tejada, pp. 253-254. 1999.
6) José María Rosa. Historia Argentina, tomo VII. Ed Oriente. Bs As, 1974. p. 23
7) ibidem. p. 18.
8) ibidem. p. 18
9) ibidem. p. 25
10) ibidem. p. 43
11) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, Tomo I, pág. 17. Ed. Revisión. Bs As. 1980.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Sebastián Sánchez: “Una dimensión no abordada de la guerra de Malvinas es la presencia de sacerdotes en las islas”

 


Por Claudia Peiró

En este año del 40 aniversario de la Guerra de Malvinas, la Cancillería argentina, siguiendo las modas del momento, decidió resignificar -según el término también en boga- ese acontecimiento histórico desde la perspectiva de género y -no podía ser de otro modo- se habló de invisibilización de la mujer en Malvinas, por la presencia, en el teatro de operaciones y en actividades auxiliares de 16 mujeres.

Existe en cambio otra invisibilización que no mereció comentario oficial y es la de los 22 sacerdotes que asistieron a los soldados en el terreno y durante todo el conflicto. Como explica Sebastián Sánchez, autor de El Altar y la Guerra. Los capellanes de la gesta de Malvinas (Grupo Argentinidad, 2022), no se cercena sólo la memoria de esos capellanes sino toda la dimensión espiritual de la guerra. El silencio sobre el lugar de la fe y de la religión en Malvinas es un aspecto más de la desmalvinización que comenzó el mismo día que terminó la guerra.

Sánchez no se limita a reconstruir la historia de cada uno de los capellanes militares y sacerdotes voluntarios en Malvinas, sino que recorre también la doctrina de la Iglesia ante la guerra, el origen del oficio de capellán y, sobre todo, el lugar que ocupó la fe católica a lo largo de toda nuestra historia.

La posguerra y la desmalvinización también son materia de esta investigación que apeló a archivos y a algunos testimonios de los propios protagonistas.

Sánchez es doctor en Historia por la Universidad de El Salvador y es profesor de grado y posgrado en la Universidad del Comahue. Es autor de Tres ensayos de historia indiana (2003), El escándalo de la niñez. Los ataques a la infancia según cuatro pensadores católicos (2006), Diccionario de autores católicos de habla hispana (2013), entre otros.

En esta entrevista explica el porqué de las dificultades que tuvo para encontrar información sobre los capellanes de Malvinas -uno solo de ellos vive aún-, el rol que desempeñaron en las islas y cómo la desmalvinización también incidió en el olvido de la necesidad de esta dimensión espiritual en la atención a los veteranos de guerra. Un extracto de la charla abre esta nota y la entrevista completa puede verse al final.

— Hay una dimensión poco conocida de la Guerra de Malvinas que es la presencia de muchos sacerdotes en las Islas durante la Guerra, el tema que usted aborda en el libro. ¿Por qué cree que hasta ahora nadie habló de eso? ¿Qué importancia tuvo esa presencia en el conflicto?

— Historiográficamente se han planteado muchas cosas desde una perspectiva cercenada, mutilada. La dimensión que se aborda a partir de la presencia de los capellanes, de la presencia de la Iglesia en Malvinas, señala justamente una de esas cuestiones mutiladas, no abordadas, que es la de la espiritualidad en la Guerra. Se ha hablado poco de eso siendo que, como en todas las guerras pero en la nuestra en particular, es de extrema importancia. Los capellanes representaron a la Iglesia. Puede decirse que la Iglesia la implantaron ellos, aunque ya estaba en Malvinas. Pero en esa liturgia de guerra que llevaron adelante puede decirse que la Iglesia fue implantada a partir de esos 22 hombres. Omitirlos, borrarlos de la historia oficial, ha sido no solo cercenar el papel que cumplieron y que cumplió la Iglesia, sino mutilar esa dimensión de la Guerra de Malvinas. Si uno le pregunta a cualquiera de nuestros veteranos, la vida espiritual estuvo omnipresente durante la gesta. Lo que me interesó con el libro es retratar a estos hombres -solo uno de ellos vive aún, el padre Vicente Martínez Torrens-, y evocar lo que fue la espiritualidad en Malvinas.

— En la película “1982 La Gesta”, basada en los testimonios de los protagonistas, varios de ellos mencionan ese aspecto y uno dice: “En Malvinas no hubo ateos”.

— Sí, en las trincheras no hay ateos. Sin dudas es así por la proximidad de la muerte. La propia y la del otro. Por el dolor. Pero yo en el libro hago una introducción respecto de las capellanías y de la espiritualidad en la guerra en nuestra historia. No dudo de que en las trincheras no hay ateos pero tampoco dudo de la espiritualidad raigal argentina que se manifestó como no podía ser de otro modo. La vida espiritual, esa liturgia particular de guerra, formaba parte, estaba concatenada, con lo que siempre había pasado en nuestra historia. No fue una cosa caprichosa ni solamente explicable a partir del miedo a morir. Sin dudas también, pero la gesta de Malvinas representó una continuidad en nuestra historia también en ese aspecto.

— Es que justamente se trata de negar o al menos minimizar el papel de la fe en el nacimiento de la Argentina. San Martín, Belgrano, ponían sus batallas, sus campañas, bajo la advocación de la Virgen, de Dios, constantemente. Es lo que hoy se trata de minimizar y de borrar las huellas de esa espiritualidad en el presente.

— Así es. Hay figuras arquetípicas en nuestra historia, como Manuel Belgrano. Incluso nuestra historia en el período indiano, porque eso de que Argentina nació a partir de la Revolución de Mayo es casi un infundio, muy instalado. Pero por ejemplo un gran prócer del siglo XVII que fue Hernando Arias de Saavedra, nacido en Asunción pero argentino hasta la médula…

— Hernandarias.

— Hernandarias. La vida espiritual, la vida religiosa, está presente desde la fundación, casi diría desde el bautismo de la Argentina, allá por 1520, cuando se celebró la primera misa en el actual Puerto San Julián. Y Malvinas no es una disrupción, no es un capricho, sino que está concatenado con lo sucedido en nuestra historia. Con nuestra espiritualidad raigal. En 1982 todavía eso estaba presente y los capellanes, que fueron pocos, para 10.000 hombres 22 eran poquitos, así y todo representaron esa espiritualidad, esa religión ínsita en la cultura argentina.

— ¿Cómo se decidió quién iba, quién no iba? ¿Eran todos capellanes que ya estaban trabajando con las Fuerzas Armadas?

— No todos. Algunos de ellos sí, sobre todo en el ámbito de la Marina. Oficiales, capellanes militares. Fueron poquitos los de la Marina. Muy poquitos. Pienso ahora en el padre Ángel Mafezzini, el primer sacerdote que pisó Malvinas el 2 de abril. El segundo fue el padre Martínez Torrens.

— O sea que había un sacerdote en el Operativo Rosario.

— Así es. Ya hubo uno. Sí, sí, sí. Que se dio un golpe ese día con un cable y se lo ve en las fotos con la cabeza vendada. Fue él quien asistió a Pedro Giachino, nuestro primer caído, y rezó el responso por él. Mafezzini, (Carlos) Wagenfuhrer, fueron hombres de la Armada que tenían rango militar.

— ¿Todos los capellanes tienen rango militar?

— No. No todos. Hay distintas categorías en la capellanía. Pero el rasgo interesante en Malvinas fue que partieron hacia allí capellanes o sacerdotes que habían tenido una vinculación muy efímera con las Fuerzas Armadas. El padre Martínez Torrens, que vive, tiene 83 años, tuvo una participación muy acotada durante el Cordobazo. Asistía a los soldados paracaidistas. Le habían pedido que los cuidara entonces saltaba con ellos. Tres de esos soldados cayeron en el Cordobazo. Después no tuvo más contacto con el Ejército hasta 1982, cuando decidió partir voluntario. Muchos fueron voluntarios. La mayor parte de esos capellanes eran hombres grandes que bordeaban los 60 años. Y además un panorama variopinto, había un distinguido dominico entre ellos, el padre Renaudiere de Paulis. Un hombre de filosofía, un especulativo, no un hombre de vida práctica. Estuvo 60 días aproximadamente en Malvinas y dejó un singular diario de guerra, pletórico de comentarios políticos, filosóficos, teológicos.

— ¿Está publicado?

— Se lo puede conseguir en internet. En una página de la Orden de los Predicadores, de los Dominicos. Pero no está editado en papel.

— ¿Le resultó difícil encontrar información para reconstruir la historia de estos 22 sacerdotes?

— Muy difícil.

— ¿Por qué?

— Creo que los capellanes representaban, y representan, un problema. Yo no creo que haya sido fortuita la mutilación de esa parte de la historia. Hasta podría decir que era políticamente incorrecto plantear las capellanías. Porque se estableció un tanto aviesamente la continuidad entre los capellanes que asistieron en la guerra contra la subversión y los capellanes de Malvinas. Dos o tres de ellos habían estado acompañando a las tropas en el Operativo Independencia, por ejemplo. Pero de alguna manera se compró el argumento ideológico de la Iglesia militar. Esos neologismos ideológicos que tienen ya unos años en boga. De manera que encontrar información sobre los capellanes ha sido difícil. 40 años pasaron y no hubo hasta el momento libros, publicaciones extensas, estudios, que den cuenta de lo que hicieron.

— Tampoco homenajes.

— Tampoco. Y eso entraña una cosa aún más grave. No tanto el olvido de los capellanes, que ya de por sí es grave, sino la falta de auxilio espiritual para los veteranos de Malvinas que en 40 años no han tenido, por ejemplo, una pastoral específica para ellos. No es solo un cercenamiento historiográfico sino una realidad patente que en cuatro décadas no ha acontecido.

— ¿En otros países existe una pastoral o una forma de asistencia a veteranos?

— Sí, sí, sí, es algo habitual. Existe el obispado castrense, pero éste atiende a los militares de profesión, en actividad, y a sus familias. No a ese universo que fueron los soldados conscriptos…

— Civiles además.

— Civiles que luego volvieron a la vida civil y a sus familias. No puede soslayarse que ya se cuentan por cientos los veteranos que se han quitado la vida. Superan la cantidad de caídos en las islas. No digo que una cosa esté vinculada a la otra porque esas decisiones siempre obedecen a múltiples causas, pero la asistencia espiritual sin duda fue una falta importante.

— Es habitual que las sociedades interroguen a la historia desde las inquietudes del presente, pero eso a veces genera deformaciones. Por ejemplo, en este 40 aniversario el tema para la Cancillería fue la invisibilidad de la mujer en la Guerra de Malvinas. Algo falso, porque las mujeres que estuvieron en el teatro de operaciones recibieron el mismo trato que los hombres. Son veteranas de guerra, reciben pensión, etc. Son 16 en total, la mayoría no estuvo en las islas sino en los barcos, como enfermeras o asistentes.

— Sí, instrumentistas quirúrgicas.

— Pero eso obliga a revisar toda la guerra con perspectiva de género, que no sé muy bien qué significaría.

— No, no, yo tampoco.

— En cambio me sorprendió descubrir que sí existe una invisibilización, la de los capellanes, que sí estuvieron efectivamente en las islas.

— Así es. No todos estuvieron los 74 días. El padre Maffezini, el del 2 de abril, se fue el 11 de junio porque había fallecido su papá y la superioridad le ordenó irse. Él no se quería ir. Pero sí, invisibilizaciones, como se dice ahora, omisiones, mutilaciones, hay muchas. Llevamos 40 años de tergiversaciones en este armazón, en esta urdimbre ideológica que se denomina desmalvinización. Sobre la perspectiva de género en el tema Malvinas hay una cosa muy interesante. Varias de estas mujeres estuvieron en el Almirante Irízar. Y cuando terminó la batalla de Puerto Argentino quisieron bajar para hacer lo que hacían en el Irízar, que era que, después de estar en la enfermería cuidando de sus heridos, iban a la capilla del buque a rezar por los que aún estaban combatiendo. Entonces, si quieren perspectiva de género, respeten verdaderamente a esas mujeres, valerosísimas, valiosas argentinas, respétenlas auténticamente y digan lo que hicieron. No las usufructúen más ideológicamente.

— Una de las deformaciones que produce esta perspectiva de género, no por culpa de estas mujeres porque no creo que ellas tengan ese espíritu para nada, es decir que el heroísmo es un concepto machista. O sea que rescatar el heroísmo de los combatientes en Malvinas sería un acto de machismo.

— Sí. En esta cultura panfletaria actual, se ve, se escucha o se lee cada cosa… Sí, bueno, como toda cuestión ideológica, de desvinculación con lo real, estas son categorías, son entes de razón ideológicos, que carecen de sentido. Lo que pasó en Malvinas no tuvo nada que ver con el machismo. Tuvo que ver en muchos casos, gracias a Dios, con el heroísmo. Además tuvo que ver con virtudes superiores que se manifestaron cotidianamente en Malvinas. Un veterano decía “el heroísmo de todos los minutos”. El dar un pedazo de pan en esa situación al camarada. Jugarse la vida y hasta entregarla. No hay más alto signo de la caridad que ese. Lo que pasó en Malvinas no tuvo nada que ver con esta deformación ideológica con la que hoy se la pretende ver. Pasaron cosas sustantivas y trascendentes en Malvinas y no selas puede seguir desconociendo.

— En el fondo, implica desvalorizar a la mujer porque se insinúa que ella no es capaz de heroísmo.

— Sin dudas. Pienso por ejemplo en las mujeres del Irizar y sí fueron mujeres heroicas.

— ¿Qué hacían exactamente los sacerdotes en las Islas?

— En las dos grandes islas del archipiélago hubo unidades militares. En la Gran Malvina, tanto en Bahía Fox como en Puerto Howard, hubo unidades militares y cada una tuvo su sacerdote. Pienso ahora en el padre (Nicolás) Solonyzny, un salesiano, extraordinario sacerdote, recordado por todos los hombres que estuvieron con él, con una característica muy particular porque en Puerto Yapeyú, Howard, no se vivió prácticamente la guerra terrestre sino los bombardeos, la aviación. Pero lo que sí se vivió fue un gran desamparo y hambruna. Agravada después del hundimiento del “Isla de los Estados” que les llevaba comida. En ese marco, la presencia del sacerdote fue fundamentalísima. Pienso en el padre Santiago Mora, italiano, que estuvo en Pradera del Ganso, y que acompañó y era confesor y asesor o guía espiritual del teniente Roberto Estévez. Ahora, básicamente, la tarea de los sacerdotes era el altar, la misa.

— La misa diaria.

— La misa diaria. Hubo sacerdotes que celebraron más de ocho misas diarias, porque eran muy pocos. El padre Martínez Torrens, que estaba en Puerto Argentino, recorrió mucho las islas y era básicamente la misa, la vida sacramental, las confesiones, la compañía y la atención espiritual de estos hombres. En general, las absoluciones se hacían en forma colectiva. Muchos se quedaron en Puerto Argentino, salvo los que estuvieron en Pradera del Ganso, particularmente el padre Mora y el padre Sesa que estuvieron en medio de los combates. Los que estaban en Puerto Argentino recibieron la prohibición de participar en los últimos combates alrededor de Puerto Argentino, en Longdon, Harriet, Tumbledown. Cosa que no pasó con los capellanes ingleses que combatieron o estuvieron junto a los combatientes casi en la primera línea. Yo señalo en el libro que el gobierno militar de Malvinas en muchos sentidos replicaba el liberalismo ínsito del gobierno, un liberalismo que conlleva cierto laicismo y cierta desestimación... ¿El sacerdote para qué? El sacerdote era fundamental y lo era tanto antes como durante el combate. Su tarea fue muy importante.

— ¿Hubo alguna baja o herido entre ellos?

— No. Milagrosamente, porque, por ejemplo, durante una misa que estaba celebrando el padre Martínez Torrens, un avión, un Harrier, se venía derecho a ellos y en el momento de la consagración él les dice a soldados “rodilla en tierra”. Y ellos interpretaron que era por la consagración, pero era por el avión. El Harrier arrojó las bombas y no hubo heridos. Fue milagroso. Hubo varias anécdotas de esas. Celebraciones de misas de campaña bajo ataque se dieron en varias oportunidades.

— Escuché al coronel Esteban Vilgré La Madrid decir que él, que creo era catequista, había hecho muchas conversiones en Malvinas.

— Hubo conversiones, sí. Conversiones que podríamos llamar de guerra ante el temor a la muerte y la necesidad de salir del vacío de la increencia. Y hubo también conversiones de otras religiones. Recuerdo una muy en particular que estaba vinculada a la devoción de la Virgen. Yo también quiero, le dice un soldado al capellán, yo también quiero una madre. Sí, hubo conversiones.

— ¿Qué pasó con esos soldados que vivieron en ese espíritu de comunión, de cercanía a Dios?

— En algunos arraigó la fe y fue sostén. En otros, quizás no tanto. A veces pasamos, no digo ligeramente, pero sí rápidamente por el expediente de la desmalvinización, que tiene muchísimos aspectos. La desmoralización de nuestros veteranos y el infundir ese ánimo derrotista en la cultura argentina pretendió y pretende generar desesperanza. “La Argentina no tiene destino, somos esto, perdimos… ¿te das cuenta? todo fue una fantochada de un borracho…” Jauretche hablaba de las zonceras de la auto denigración. Bueno, en Malvinas eso encontró su máxima expresión. Y ha influido obviamente en el ánimo de los argentinos, y ni qué hablar de los veteranos. No obstante eso, considero que en muchos de ellos arraigó la fe en forma fundamental.

— ¿Qué pasó con esos sacerdotes en la posguerra? ¿Mantuvieron contacto con sus soldados?

— La mayor parte sí. Algunos volvieron a sus tareas, a su ministerio de siempre en una parroquia. Por ejemplo el padre Gozzi, recién al fallecer la gente de su parroquia se enteró de que había estado en Malvinas. Otros sacerdotes, como el padre Fernández, coordinador de los capellanes del Ejército, o Martínez Torrens, o monseñor Puyelli de la Fuerza Aérea, fueron fundamentales en la tarea de la malvinización. O el padre Solonyzny que se reencontraba todo el tiempo con los veteranos del Regimiento de Infantería 5 que había estado en Yapeyú. En muchos de ellos pervivió y hasta fue, junto con la fe, la razón de su existir. Lo veo muy particularmente en el único que yo conocí, Martínez Torrens, a quien tuve la alegría de poder llevarle el libro hace unos días, y sigue siendo ese humilde, sencillo sacerdote. Está en General Roca, en Río Negro, siempre incentivado por la predicación entre los jóvenes y por la cuestión Malvinas. Para él es siempre un tema trascendente.

— ¿Volvió a Malvinas?

— ¿Sabe que no lo sé? Muchos veteranos se resisten a volver. Hoy leía que un veterano, un oficial del Regimiento 5 que estuvo en Howard, fue a Malvinas y le hicieron pagar la tasa como si hubiera ido, no sé, a Bélgica...

— El gobierno de acá le hizo pagar.

— Este gobierno le hizo pagar como si hubiera ido al exterior. La desmalvinización también es decir “Malvinas, Malvinas”, la cuestión de género y todo, pero después Malvinas es el extranjero.

— ¿Éste es su primer libro sobre Malvinas?

— Sí. Pero hay una figura muy interesante que surgió en esta búsqueda, que es la del soldado Carlos Mosto. Pude contactar a la hermana, Elsa Mosto, que vive en Gualeguaychú. Mosto fue una figura entrañable. Entrañable. Un soldado mayor que el resto, estudiante de medicina. Las cartas de Carlos Mosto a su mamá son impresionantes. Él le pide que rece por él, por sus compañeros y también por los ingleses que están enfrente. Mosto murió en Moody Brook, que era el ex cuartel de los marines, y es una figura a la que me gustaría dedicar aunque sea un opúsculo.

— ¿Qué repercusiones ha tenido hasta ahora su trabajo?

— El libro tiene que andar su camino. Contiene cierta incorrección política y eso puede hacer variar su suerte. Veremos.

— La incorrección política suele ser el sentido común de la mayoría.

— Suele ser. Sí. Sin dudas. Así que no lo sé: veremos. Yo ya terminé mi tarea, que era escribirlo, y veremos qué le pasa al libro.

— Que haga su camino, como dijo usted.

— Así es.

 

Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2022/11/20/sebastian-sanchez-una-dimension-no-abordada-de-la-guerra-de-malvinas-es-la-presencia-de-sacerdotes-en-las-islas/

 


martes, 21 de noviembre de 2023

La vuelta de Obligado: La gran batalla por la soberanía económica

 


Por Marcelo Gullo

La historia oficial de la Argentina fabricada, después de Caseros, por los escribas de la ignominia y el rencor, trató siempre de ocultarle a los argentinos el significado profundo de la guerra que, en 1845, sostuvo la Confederación Argentina, conducida por Juan Manuel de Rosas, contra las dos principales potencias del mundo, Inglaterra y Francia. La Guerra del Paraná, de la cual la batalla de la Vuelta de Obligado constituyó uno de los episodios más gloriosos, fue verdaderamente una guerra por la defensa de nuestra soberanía económica. Inglaterra y Francia, invadieron las tierras del Plata, para impedir que la Confederación Argentina se convirtiera en el devenir histórico -siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos que aplicaba un férreo proteccionismo económico- en una potencia industrial. Ese, y no otro, fue el objetivo esencial de la invasión anglo-francesa. Se impone, entonces, develar aquello que la historia oficial siempre ha ocultado.

El primer gobierno de Rosas fue una época de salarios altos donde la economía creció más que la disponibilidad de mano de obra pero, no rompió con el esquema de libre comercio heredado de la época colonial borbónica y de los primeros gobiernos autónomos que se sucedieron a partir de 1810. Rosas, en su primer gobierno, no supo, no quiso, o no pudo, manifestarse en contradel libre comercio. Sin embargo, esta posición pro-librecambista, cambiaría radicalmente cuando fuera nuevamente elegido, por una amplia mayoría popular, para ejercer un segundo mandato. Fue entonces que el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, se decidió por la instauración definitiva del proteccionismo económico. El 18 de diciembre de 1835, después de 25 años de aplicación radical del libre comercio, se sanciona la Ley de Aduanas. La conversión de Rosas al proteccionismo se define “sin cortapisas”. En el mensaje del 31 de diciembre del año 1835, refiriéndose a la nueva ley, sostiene: “Largo tiempo hacía que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la falta de protección, y que la clase media de nuestra población, que por cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía de gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él, medios de descanso en la ancianidad y de fomento de sus hijos. El gobierno ha tomado este asunto en consideración, y notando que la agricultura e industria extranjera impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello reporten ventajas en la forma y calidad…ha publicado la ley de Aduanas.” . Las provincias del interior, Córdoba, Catamarca, Cuyo, Tucumán y Salta, que habían sufrido los efectos desbastadores de la política librecambista instaurada desde 1778 y, reforzada desde 1810, recibieron alborozadas la nueva Ley de Aduanas.

Importa precisar que, cuando Rosas se decidió, durante su segundo gobierno, a emprender un proceso de Insubordinación Fundante, tendientea completar laindependencia política, declarada en 1816, con la independencia económica, es decir a liberar a la Argentina del dominio informal inglés, el gobierno de Gran Bretaña estaba en las manos de uno de los políticos más brillantes de su historia: Henry John Temple, tercer Vizconde de Palmerston, quien fuera autor intelectual de la Guerra del Opio, luego de la cual China no sólo se vio obligada a permitir la importación y el consumo de opio sino que, perdió el control de sus aduanas, debiendo aceptar el libre comercio, así como que quedara en las manos de Inglaterra, la potestad de fijar el régimen arancelario del Imperio chino. Este hecho no puede ser, livianamente, pasado por alto cuando se analiza objetivamente este periodo de la Historia Argentina.

En 1838, el primer ministro británico, Lord Palmerston, al constatar la insistencia de Rosas en el proteccionismo, “…comunicó al Ministro británico que no hiciera uso del derecho de protesta formalmente, pero que deseaba que el Ministro aleccionara al Gobierno de Buenos Aires sobre las virtudes del libre comercio y la locura de los altos impuestos aduaneros, y que le señalara los perniciosos efectos sobre el comercio del país que con tanta seguridad se seguirían de aquellos.” Rosas por supuesto desoyó los “desinteresados” consejos económicos del Ministro británico. En noviembre de 1845, una flota anglo francesa compuesta por 22 barcos de guerra, equipados con la tecnología militar más avanzada de laépoca, penetró en el Ríode la Plata. Cerca de la localidad bonaerense de San Pedro el 20 de noviembre de 1845 transcurrió la primera batalla contra la poderosa flota invasora. El objetivo anglo francés era claro: imponer el libre comercio. La guerra que se desató entonces, de la cual la Confederación Argentina resultó victoriosa, fue calificada por el General José de San Martín de “Segunda Guerra de Independencia.” En conmemoración de esa epopeya, fue plasmado el 20 de noviembre como el Día de la Soberanía Nacional.

 

 Artículo publicado en: Viento Sur. Revista de la Universidad de Lanús. Año 3/ Número 5. Abril de 2013, p 112.

Tomado de; https://marcelogullo.com/la-vuelta-de-obligado-la-gran-batalla-por-la-soberania-economica/


jueves, 9 de noviembre de 2023

Justo José de Urquiza, el hombre al servicio del Brasil

 


Por: Pablo Yurman

Se conoce como “Pronunciamiento de Urquiza” el documento firmado por el entonces gobernador de la Provincia de Entre Ríos, publicado el 1º de mayo de 1851, mediante el cual dicha provincia que había sido signataria del Pacto Federal que veinte años antes constituyó la Confederación Argentina, aceptaba la renuncia presentada por Juan Manuel de Rosas al manejo de las relaciones exteriores de las provincias, reasumiendo su plena soberanía para entenderse con el resto de las naciones.

Para comprender el paso dado por el caudillo entrerriano como primera pieza de un rompecabezas que culminaría con el derrocamiento de Rosas debe mirarse el cuadro de situación general. Uruguay estaba dividido por su guerra civil: Montevideo se había convertido en la base de operaciones de ingleses y franceses contra la Confederación Argentina, con el apoyo explícito de los emigrados unitarios. En tanto que el resto del territorio oriental reconocía a Manuel Oribe como legítimo presidente constitucional, quien además de la adhesión de la mayoría del pueblo oriental, era apoyado por Rosas y los federales.

En ese contexto, el puerto de Montevideo, en donde los unitarios exiliados habían conspirado contra la Confederación con el apoyo explícito de ingleses y franceses interesados desde hacía años en forzar la apertura de los ríos interiores a sus buques mercantes, a partir de la firma de los tratados de paz celebrados con esas potencias, comenzaba a languidecer ante un futuro poco promisorio una vez que las naves de guerra europeas dejasen el estuario del Plata. Debe tenerse en cuenta que Inglaterra y Francia habían reconocido finalmente la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y pusieron por escrito su compromiso de retirar sus fuerzas del Río de la Plata.

El escenario de los acontecimientos de una trama que involucraba a las provincias en el juego de potencias extranjeras

A partir de 1850 cobran notoriedad dos piezas más en el rompecabezas: el Brasil y Justo José de Urquiza.

El gobernador de Entre Ríos, que lo había sido durante los últimos diez años, período durante el cual nunca exteriorizó demasiados pruritos por el dictado de una constitución escrita, y que jamás abjuró de su condición de federal leal a Rosas y a la Confederación, era también el estanciero más importante de la Mesopotamia y como tal, uno de sus principales clientes era la capital de la República Oriental del Uruguay, a la que suministraba mercaderías a pesar de los bloqueos. El historiador Vicente Sierra nos explica: “El gobierno de Buenos Aires sabía perfectamente que en las maniobras especulativas del comercio entrerriano el más interesado era Urquiza. Contaba para ello con una organización comercial representada en Buenos Aires por el catalán Esteban Rams y Rubert, encargado de vender lo importado y comprar oro, y con otro representante en Montevideo, Antonio Cuyás y Sampere, encargado de adquirir mercaderías extranjeras y vender el oro adquirido en Buenos Aires, además de la carne que Urquiza enviaba desde su provincia.” (Historia de la Argentina, tomo IX, 1972).

El detalle de los negocios no siempre transparentes de Urquiza -piénsese que se pudo constatar que cueros y carnes provenientes de sus estancias llegaron a alimentar y pertrechar tropas francesas e inglesas mientras la Confederación se hallaba en guerra con esos países- se conocieron, precisamente por las memorias de uno de sus agentes comerciales, Antonio Cuyás y Sampere, a quien además le tocó representar al entrerriano en algo más que negocios especulativos, como se verá. Este detalle permite considerar a las fuentes como objetivamente válidas.

El texto del "Pronunciamiento de Urquiza"

A este panorama, se suma la vieja inquina que el Imperio del Brasil guardaba hacia la Confederación: la humillación del triunfo de Ituzaingó (1827) seguía vigente, al igual que sus apetencias por llevar la frontera sur hasta el Plata, a lo que se agregaba que para un país esclavista como el Brasil de mediados del siglo XIX, la huida masiva de esclavos hacia la Argentina, lugar en el que con solo pisar su suelo conseguían la anhelada libertad, había dejado de ser un tema menor.

Alguien podría poner en entredicho que la caída de Rosas al frente de la Confederación Argentina fuese, hacia 1851, una prioridad en la política exterior del Imperio del Brasil, toda vez que más allá de los elementos señalados precedentemente, la guerra contra Rosas llevada a cabo por las dos principales potencias económico-militares de la época, Inglaterra y Francia, había concluido en un rotundo fracaso para éstas. ¿Por qué motivo habría de cambiar nuestro vecino del Norte su aparente neutralidad ante dicha contienda?

La principal razón fue puesta sobre el papel por el propio canciller brasileño, Paulino José Soares de Souza, quien al redactar la Memoria del Ministerio por él presidido correspondiente a 1851, apuntó: “Desembarazado el general Rosas de la intervención [la intervención anglo-francesa en nuestros ríos], afirmado su poder en el Estado Oriental, fácil le sería comprimir el movimiento entonces en estado de embrión, de las provincias argentinas que después le derribaron; reincorporar el Paraguay a la Confederación, y venir sobre nosotros con fuerzas y recursos mayores, y que nunca tuvo, y envolvernos en una lucha en que habíamos de derramar mucha sangre” (Vicente Quesada, citado por Sierra).

 

Pareciera quedar en claro que para la cancillería de Brasil, el tema de fondo sería, ni más ni menos, la definición del país que habría de tener la preponderancia sobre el resto del continente. No en vano, se enviaría subrepticiamente, meses antes del “pronunciamiento” de Urquiza a un diplomático de enorme valía, Duarte Da Ponte Ribeiro, en un periplo que lo llevaría por Paraguay, Chile, Perú y Bolivia, destinos en los que intentaría garantizar una neutralidad de cada uno de dichos estados ante una eventual guerra argentino-brasileña que, a semejanza de la de 1827, decidiese el futuro de Sudamérica.

Pero para la diplomacia imperial no había que aparecer como hostilizando abiertamente a la Argentina, y para ello era preciso conseguir al hombre indicado.

Nos dice Fernando Sabsay que “el 24 de enero de 1851 Cuyás [representante comercial de Urquiza en Montevideo] se apersonó al jefe de la legación brasileña en Montevideo para proponerle en nombre de Urquiza una alianza tendiente a expulsar a Oribe del Estado Oriental” (Rosas, el federalismo argentino, 1999). El receptor de dicha oferta extendería la propuesta de Urquiza a un levantamiento generalizado contra Oribe en la Banda Oriental y contra Rosas del otro lado del río. Pero la condición preliminar impuesta sería que Urquiza debería “pronunciarse” públicamente contra Rosas, disimulando como quisiera su actitud.

Para el mes de marzo de 1851 las tratativas estaban ya bastante enderezadas a la formación de un ejército “grande” que definiera la situación en el Plata.

Tras el “pronunciamiento” público contra Rosas, que fue recibido con una mezcla de desazón e incredulidad por las propias tropas entrerrianas y correntinas, Urquiza no defraudó a sus mandantes tras bambalinas y firmó a nombre de Entre Ríos dos tratados internacionales durante el resto de aquel fatídico 1851, cuyos compromisos “nacionalizó” tras hacerse cargo del manejo de las relaciones exteriores de todas las demás provincias en febrero de 1852.

El primero de ellos fue suscripto el 29 de mayo, entre el gobierno de la ciudad de Montevideo, la Provincia de Entre Ríos y el Imperio del Brasil y su objetivo explícito fue despejar a las fuerzas del general Manuel Oribe del territorio oriental. De todas formas, contaba con una cláusula secreta según la cual si a raíz de la lucha contra Oribe, Rosas declarara la guerra a alguno de los firmantes del pacto, esa alianza se transformaría automáticamente en una alianza contra el “tirano” del Plata.

Logrado el primer objetivo, esto es, unificar al Uruguay con el color del Partido Colorado, se firmó el segundo pacto, en noviembre de aquél año, suscripto ahora por Entre Ríos, Corrientes, la República Oriental del Uruguay y el Brasil, con el objetivo de declarar la guerra, no contra la Argentina, sino contra Rosas.

El ejército argentino que acaso debía dirigirse a Río de Janeiro para definir la hegemonía sudamericana, apuntó en cambio hacia los campos de Caseros y puso fin al gobierno de Rosas, disimulándose lo que fue en realidad una guerra internacional por un enfrentamiento civil “entre argentinos”; uno de cuyos bandos contaba, curiosamente, con importante apoyo extranjero.

Luego de Caseros, Urquiza ingenuamente pensó que podría congeniar su origen federal y provinciano y presidir el país desde Buenos Aires. No habrá de lograrlo toda vez que vueltos los viejos unitarios de sus respectivos lugares de exilio, no tardaron en deshacerse del instrumento al que interiormente siempre despreciaron, y al que sólo utilizaron para ejecutar el trabajo sucio.

El hacendado entrerriano aceptará recluirse en su provincia, en la que nunca será molestado por las autoridades nacionales. Será usufructuario, hasta su asesinato en 1870, de los atributos externos y el folklore del viejo partido federal, pero ya totalmente vaciado de contenido y cómplice por omisión de los nuevos dueños del poder a partir de la llegada de Mitre a la presidencia.


jueves, 26 de octubre de 2023

La radiografía de un fabulador


Por el Dr. Gonzalo V. Montoro Gil 

I – INTRODUCCIÓN. 

Domingo F. Sarmiento es un personaje de nuestra historia que, a rigor de los elementos que aquí se aportarán, podemos decir que resulta prácticamente desconocido para la mayoría de la gente.

Se ha intentado formar una imagen de Sarmiento como la de una persona afable, bonachona de carácter sencillo, de rigurosa moral, educador, emprendedor, visionario, etc. Todo lo cual resulta ser falso, juzgado a la luz de sus propias palabras y actitudes por él descriptas.

Justamente el criterio para conocer y evaluar la personalidad de algún personaje histórico, en forma correcta, con sus vicios y virtudes, debe ser el siguiente:

1) Basarse en hechos documentados;

2) Esos documentos emanar del propio sujeto objeto del estudio ;

3) Demostrar comparativamente, con dichos textos, las propias contradicciones de fondo ( o no), y el fondo moral, línea de conducta, de la persona a investigar;

4) La etopeya de quien se estudia. Es decir, que los acontecimientos históricos no son por sí mismos nada, si no se consideran en su relación con el sujeto histórico que los produjo, con la persona, con el alma que los verificó.

Es decir, cuando se estudia a un hombre, se deben estudiar no sólo sus actos, sino también su carácter personal, el de sus acciones y el de sus costumbres.

Así, la historia interpretada, deberá consistir necesariamente en la etopeya de la argentinidad en la descripción de los rasgos espirituales, que constituyen las estructuras permanentes del alma Nacional.

El error en el estudio de la Historia y de la Política en general, consiste en anteponer una idea política ó social preconcebida a la realidad.

Es anteponer un esquema abstracto como molde, y tratar de insertarlo en la realidad viva de nuestra esencia, es decir, de lo que ya somos. Así piensan y actúan quienes pretenden “crear• una “Nación” a su gusto, lo cual dicho sea de paso, ya está creada y tiene una vida propia que nos trasciende: anterior, posterior y superior, a quienes contemporáneamente y circunstancialmente forman.

Pretender “crear” una Nación, repito, en base a un “Librito Mágico” ó a razonamientos de laboratorios, e insertarlos en el cuerpo vivo de la sociedad, se adapte a ello o no, es lo que comúnmente se denomina “ideologías”.

El profesor Genta decía que “…las ideologías son esquemas mentales elaborados en base a abstracciones que parcializan la realidad , o ,de generalizaciones abusivas de la experiencia… ”(1)

Así, el populismo, el clasismo, y el socialismo, como el culto idolátrico al número como verdad absoluta, son distintas clases de ideologías. Esta última, una ideología reciente en nuestro país, pero con una antigüedad un poco mayor en el mundo, desde la subversiva revolución francesa, es un culto ciego al número por contraposición a la realidad, que es una categoría permanente de la razón.

El profesor suizo Gonzague Reynod nos habla sobre el famoso y nunca entendido correctamente “contrato social”, un “estatuto del egoísmo personal”, y nos dice que “…la voluntad constante de todos es la Voluntad General. Cuando una Ley es propuesta a los electores, lo que se desea saber no es precisamente si aprueban o rechazan la proposición, sino si está de acuerdo con la Voluntad General. Cuando la opinión opuesta a la mía prevalece, ello significa tan sólo que yo estaba equivocado, y que lo que supuse, la Voluntad General, no existía. Si mi opinión particular hubiere, en cambio, prevalecido (contra la mayoría) yo hubiese hecho otra cosa de lo que hubiese querido hacer (sic)…” (2). Así como se ve hoy en día que “sólo el 30% de los electores desea votar”, (La Nación 24 de setiembre de 1983).

La población rechaza, pues, el sistema, aunque se verá “obligada” a su “derecho democrático” de ejercer el voto (!), so pena de severas sanciones administrativas, penales, y civiles. Lo irracional manda. Ya decía Veuillot que “…pensar de manera distinta a aquellos que se dicen “tolerantes” ( partidócratas) es algo que el “partido de la tolerancia” (partidos políticos) no puede tolerar (sic)….” (3). Muy democrático!.…

Un aspecto particular de la vida de Sarmiento que trataremos primeramente, es su llamada política educativa, luego analizaremos su faz política propiamente dicha.

II – POLÍTICA EDUCATIVA

Con respecto a su “política educativa”, densos volúmenes han sido escritos para glorificar en Sarmiento su alma de educador. Lo que constituye una falacia más de nuestra historiografía oficial, porque como luego se verá, Sarmiento no fundó escuela alguna. Él mismo reconoce su fracaso como pedagogo, y su propia impotencia, torpeza, e ineptitud intelectual.

Al cumplir 45 años, en 1856, Sarmiento contaba solamente con unos pocos meses de maestro elemental en Santa Rosa de Chile, donde fue exonerado; algunos meses en San Juan, en el Colegio de su tía, la rectora fundadora Doña Tránsito de Oro, de donde escapó de la furia de la población, salvando milagrosamente su pellejo; y, finalmente, estuvo casi 2 años de Director de la Escuela de Preceptores de Chile, en donde coronó su labor con un rotundo fracaso como maestro, expulsando al 93 % del alumnado. Durante el resto de su vida, jamás dio clase ni dirigió escuela alguna particular….” (4).

En 1856 fue nombrado Director de Escuelas de Buenos Aires, cargo en el que permaneció tres años y no fundó escuela alguna, ni nombró maestro alguno como consta en el Registro Provincial y como el mismo Sarmiento lo reconoce (5). El 9 de agosto de 1858 el presidente de la Comisión de Educación de la Municipalidad, Senador Nacional Don Gabriel Flores informa que “…las escuelas públicas, bajo la dirección del Departamento de Escuelas, desde que el actual jefe lo preside, marchan a su completo fracaso …” (6). El mismo Sarmiento dice que fundó dos escuelas, la actual José Manuel Estrada, y otra edificada en una finca confiscada a Rosas en Moreno y Perú, pero posteriormente reconoce que “…fue íntegramente suscripta por los vecinos…” (7).

Entre 1866 y 1868, siendo Embajador en EE.UU., propone formar “…una colonia norteamericana en San Juan … con los emigrados de California se está formando en el Chaco una colonia norteamericana que puede ser el origen de un territorio, y un Estado Yankee con idioma y todo…” (8). Patético. Se ve claramente la catadura moral, su ideologismo y su poca envergadura intelectual que lo hace soñar y desvariar, delirando con una Argentina-colonia desarraigada.

Éste es el “pro – hombre” que desde hace tantos años quieren hacernos entrar como un chaleco de fuerza, como un adalid de la cultura, cuando, por ejemplo, como él mismo dice, despidiéndose de la Jefatura del Departamento de Escuelas en 1881: “… no se ha construido una sola escuela en más de 20 años” (9). Si Sarmiento lo dice …

En 1881, Roca lo nombra Superintendente General de Escuelas, cargo en el que duró pocos meses, por inepto y por pelearse con todo el mundo: Estrada, Goyena, Dardo Rocha.- De Guido y Spano dijo “…¡¡¿Cómo voy a gobernar al Consejo de Educación con un burro como Guido y Spano ?!!…” (10).

El mismo Sarmiento reconoció derrotado en 1878 “… que la educación estaba más difundida en 1800 que ahora. La educación se ha detenido y atrasado. El nivel es deplorable….” (11). En 1878 en el Senado sentenció soberbiamente “…la educación Universitaria no interesa a la Nación, ni interesa a la comunidad… Nuestro pueblo es uno de los pueblos más exquisitamente ignorantes que yo conozco…” (12). La Nación y los estudiantes agradecen las palabras de Sarmiento celebrando el “día del maestro” el día de su muerte…. ¡Y así andamos…!

En realidad, todo lo que se atribuye a Sarmiento en el campo educacional y pedagógico es obra de Nicolás Avellaneda, que se manejaba con absoluta independencia con respecto a la persona de Sarmiento. El propio Avellaneda dice que “… la firma de los decretos por Sarmiento, daba prestigio a mis actos, sin embargo su acción se redujo a ésta acción moral…” (13).

Así pues, poco le debe el país a Sarmiento, ni siquiera en su faz educadora, la cual se puede afirmar que en los hechos, tal como se documenta, no existió. Lo que sí nadie tan mal educado. El diario “La Nación” escribía por aquella época “…Sarmiento es el hombre más grosero y peor educado de la sociedad…”. La prédica vana, vacía, insolvente, anárquica.

Su vanidad y egolatría eran patológicas. Sarmiento mentía, mentía siempre: en 1882 ocupó el cargo de Secretario General de la masonería y cuando antes, en 1880 habíase presentado como candidato a Presidente de la República, él negó públicamente su condición de Masón, pero en la logia exclamó: “… ¡Yo sólo he cumplido con la consigna masónica de no revelar mi carácter de tal…” (14).

Sarmiento utilizaba la mentira, la intriga y la violencia como método y sistema (Paunero uno de los procónsules de Mitre, le decía a éste que Sarmiento era un “déspota Jacobino”).- Él lo reconoce en carta a su amigo Manuel Rafael García, el 28 de octubre de 1868; siendo nada más y nada menos que Presidente de los argentinos: “…¡Si miento lo hago como don de familia, con la naturalidad y la sencillez de la verdad !…” (15).

¡He aquí al “prócer” (sic), el “Gran sanjuanino” (sic) , “el ¡educador!” (sic). Símbolo y guía para todos los argentinos que siguen viviendo en el fraude sobre su historia, porque siguen alimentándose del error y de la mentira, base de toda ideología; error y mentira prescripta que ha sido elevada a dogma indiscutible e indestructible, sin más testimonio que la avale, que las palabras grandilocuentes y los deseos fundados en intereses particulares y/o foráneos.

III.- POLÍTICA PROPIAMENTE DICHA

Con respecto a su “política propiamente dicha” comienza, por así decirlo, como periodista en Chile luego de haberse fugado milagrosamente con vida de su país, habiéndose escondido debajo de la cama, salvándolo el Gral. Benavidez.

Desde aquél país, indujo al mismo “…con singular tesón, a seguir con aquel paso (el de ocupar el estrecho de Magallanes) ” escrito en el Diario “La Crónica” del 5 de agosto de 1849 (16). Así lo repite en el mismo diario el 15 de noviembre de 1849; nótese que habla como si fuese chileno: “…en recompensa de nuestros esfuerzos nos prometemos ser nombrados diputados, cuando menos alguna legislatura por la Provincia de Magallanes, cuyos principios y población hemos favorecido tanto…” (17).

Sarmiento, haciendo uso de su traición, su trampolín al poder, descubre que casi toda la Patagonia pertenece a Chile; así el 11 de enero de 1843 ya declaraba en el Heraldo Argentino que “…los argentinos residentes en Chile desde hoy debemos vivir sólo para Chile, y en ésta nueva afección deben ahogarse las antiguas afecciones nacionales..” (18).

El 25 de Mayo de 1900 siendo Ministro de Chile en la Argentina (¿?) (sic) declara en forma solemne y altisonante “..soy declarado por unanimidad bueno y leal chileno, ¡ay del que persista en llamarme extranjero…” (19). Cuando el gobierno argentino sale en defensa de nuestra soberanía patagónica, Sarmiento escribe el 11 de marzo de 1849 en el periódico “La Crónica” que “…los derechos de Chile el gobierno de Buenos Aires debe por decoro cuidar de no atropellar…, para Buenos Aires es una posesión inútil, … ¿qué hará Buenos Aires con el Estrecho de Magallanes ? ¡mejor que ocupe el Sur hasta el Colorado y el Negro y deje el estrecho al quien lo posee con provecho! …Magallanes pertenece a Chile por el principio de Conveniencia propia sin daños de terceros…” (20).

Este agravio a la Nación de un ser que reniega de su país, es decir, un descastado, llega al asombro de sugerir que toda la Patagonia le correspondería a Chile, porque a renglón seguido dice que “…quedaría por saber aún si el título de erección del Virreinato de Bs. As. expresa que las tierras al sur del Mendoza entraron en su demarcación; que, a no serlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre Magallanes y las Provincias de Cuyo…” (21).

Del mismo modo, pero más contundente aún, dice en “La Crónica” del 4 de agosto de 1849 “…no se me ocurre en mi simplicidad de espíritu cómo se atreve Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos al estrecho de Magallanes… sus reclamos están desnudos de todo fundamento…” (22).

Esto hace muchos años se llamaba “traición” pero parece que actualmente parece que actuar así es un pasaporte seguro, en nuestro país, para llegar a ser un ¡héroe nacional! El diario “La Nación” que era un diario Mitrista se expresó contra Sarmiento en innumerables ocasiones, pero basta un ejemplo: lo escrito el 4 de octubre de 1868, fustigando a Sarmiento diciéndole “… Ud. ha sostenido en Chile contra su patria los pretendidos derechos de un país extranjeros para despojarlo de su territorio…no creo que haya ningún hombre que intente justificar al Sr. Sarmiento, pues todo pueblo del mundo ha condenado terriblemente a quien atenta contra la integridad de su propio país…” (23). Y así ha sido: despreciado por el pueblo argentino y exaltado por los funcionarios de turno y docentes enciclopedistas que no hacen más que repetir a lo largo de los años la historia según el “Billiken”.

¿Qué piensa Sarmiento de organizar una marina?

Entre muchas sinrazones nos quedamos con una que expresa mejor su cortedad moral y política, al escribir desde el Diario “El Nacional” el 7 de mayo de 1879 “….las costas del sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una Marina. ¡Líbrenos de ello y guardémonos nosotros de intentarlo!…. El día que Buenos Aires vendió su escuadra hizo un acto de inteligencia que le honra. No debemos ser Nación marítima….” (24).

Pero, se ha rendido un homenaje a quien ha abominado de la marina durante toda su vida, como así también de las FF.AA. en general, y lo que ella representan: la custodia y defensa de nuestra soberanía territorial y marítima. Así, en setiembre de 1972 el entonces Director de la Escuela Naval, Capitán de Navío Roberto Ulloa, rindiendo homenaje a Sarmiento diciendo (sin saber nosotros si sabía lo que estaba diciendo) que ”…la demostración más que un deber de gratitud (¿?) implica, además, un compromiso de vigencia real. Aquí estamos para ratificar públicamente nuestra fe en los valores que defendió Sarmiento (sic), de los que la Escuela Naval Militar se siente custodio (resic), y así lo ha demostrado en su labor fecunda…” (25). Grotesco. Es como decir, que le agradecemos al verdugo habernos degollado.

Gracias a Dios -como dice el historiador Patricio José Maguirre, miembro de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, egresado de la Escuela de Defensa Nacional, etc.- ningún egresado de la Escuela Naval entregó la Patagonia a Chile, ni las Malvinas a Inglaterra, ni renegó de su patria por un salario (Sarmiento cobró 5 sueldos conjuntamente, del presupuesto nacional), es decir, una persona a la que Mitre, presidente de la Nación, lo designa representante diplomático en 1864 en EE UU, ante su total ineptitud como Gobernador de San Juan en 1864 mismo, diciendo que Sarmiento era sencillamente “inaguantable” (26).

También Félix Frías, sostuvo agrias disputas con él, y Pedro Goyena dijo de Sarmiento en 1883 “…Sarmiento, un asalariado de Chile, sostuvo que las tierras australes de la Argentina pertenecían al que arrojaba la moneda en su rostro de escritor venal…” (27).

¿Qué opinaba Sarmiento de las Malvinas? Oigamos de sus propios labios la respuesta “patriótica”, en el diario “El Progreso” el 28 de noviembre de 1842: “…La Inglaterra se estaciona en las Malvinas para ventilar el derecho que ella tenga. Seamos francos: Esta invasión (¡por lo menos lo reconoce!) es útil a la civilización y al progreso (de Inglaterra y Chile, suponemos)” (28).

El mismo Sarmiento dijo posteriormente “…¡Lástima grande que los habitantes de Buenos Aires no conocieron en aquel momento las instituciones inglesas, pues en aquel momento (se refiere a las invasiones inglesas) perdimos 50 años de civilización” (29).

¿Qué pensarán de esto los miles de combatientes que pelearon en 1982 contra la invasión inglesa a las Malvinas? ¿Qué pensarán los familiares de quienes allí murieron? ¿Qué pensarán en especial, los marinos de este alarde de entrega y traición? No importa. Recordar que el 11 de septiembre es el “Día del Maestro” es hoy en día, el parecer, cívico homenaje… Así se viene educando a los argentinos, con una historia oficial aguachenta, insulsa, armada y recreada para consumo masivo. ¿Este es el Hombre que defendió -según el capitán Ulloa- nuestros valores? ¡Qué orfandad de conocimientos políticos y que peligro que ello encierra!

Ya los grandes pensadores clásicos como Maeztu, Menéndez y Pelayo, Azorín, Balmes, Maurras, La Tour du Pin, Fichte, etc. decían y dicen, con razón, que ninguna nación será grande si no es consciente de sí misma, de su pasado con sus grandezas y miserias. Es decir, no sabremos nunca lo que somos y queremos ser, si no sabemos lo que hemos sido.

Quizás viene a colación y es aplicable al caso que nos toca, lo dicho por Saavedra, cuando en 1806 -primera invasión Británica- Castelli, Vieytes, Beruti, buscaron el apoyo del General Beresford para obtener la independencia bajo la tutela británica, ante ello, Saavedra exclamó con irónico sarcasmo “…¡qué bellos sentimientos de Independencia…!” (30).

Sarmiento también participó en la idea, en 1843, de Florencio Varela, otro “prócer”, de segregar las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, para constituir con Uruguay una Nación aparte. En sus visiones proféticas de lo mediocre y rastrero, llegó a soñar en formar un ¡estado yankee en el Chaco! En carta a María Mann, el 23 de enero de 1866 le dice “…imagínese lo que sería una colonia Norteamericana en San Juan produciendo plata y educando al pueblo…” y en carta del 1 d abril de 1868 le escribe diciendo que “con los emigrados de California se está formando en el Chaco una colonia norteamericana. Puede ser el origen de un territorio, y un día, de un Estado Yankee (con idioma y todo)…” (31). Estas expresiones denotan la falta de equilibrio y delirios extravagantes que tenían el carácter y personalidad de Sarmiento.

Nótese el contrataste con respecto a Juan Manuel de Rosas, cuando éste en el momento de la derrota de la Confederación Peruano-Boliviana, al mando del General Santa Cruz, rechaza las pretensiones de varios federales de “aprovechar” la anarquía de esa zona para apoderarse de Tarija, por la fuerza, en lugar de buscar dicha situación por medio d acuerdos y tratados: en carta a don Angel Pacheco el 17 de noviembre de 1841 y Manuel Oribe el 12 de enero de 1842 en la cual en esta última, trasciende de los meros hechos para transcribir párrafos escritos en la carta a Pacheco donde dice: “…y con respecto a Tarija, no es digno de la República Argentina incorporarla nuevamente por la fuerza, ni reclamar nuestros derechos en circunstancias que Bolivia se haya envuelta y afligida en terrible anarquía. Que esto debe ser obra de la paz, por negociaciones pacíficas y dignas y honorables, en que por un tratado quede restituida, lo que no nos será difícil conseguir así que Bolivia se encuentre en perfecta tranquilidad, presidida por un gobierno justo y verdadero amigo, con el que conseguiremos también otro de límites y comercio… que la guerra fue contra Santa Cruz, no contra Bolivia…” (32).

Esta es una de las cartas del “degollador” y “bárbaro” Rosas que nos muestra y enseña nuestra historiografía pero que demuestran el criterio y justeza de principios que sustentaban su accionar político prudente y recto, no aprovechando una situación fáctica para hacerse de Tarija, por la razón, que hoy parecerá prosaica, de que no correspondía.

Su clarividencia y genio diplomático, su tacto sociológico, a la par de un Napoleón o Clausewitz, queda reflejado en la calidad moral e intelectual de los hombres que lo rodeaban, entre ellos Felipe Arana, Tomás Guido, Eduardo Lahitte, Lorenzo Torres, Baldomero García, Tomás Anchorena, González Peña, Campana; precisamente el 26 de maro de 1842, el primero de los nombrados le escribe al segundo una carta en la que expresa “…no se me oculta que bien conocen los soberanos europeos cuánto vale en el Nuevo Mundo la subdivisión de los Estados y las influencias comerciales que ejercen (¡si no que se lo pregunten a Sarmiento, Mariano Acha, De Vedia, del Carril, Varela, Paz, Fructuoso Rivera, etc.!) pero no por esto ni podemos ni debemos dejar de hacer los últimos esfuerzos para afianzar nuestra independencia y garantizar las libertades públicas…, etc” (33).

El contraste es demasiado claro y contundente: Por un lado esta última luminosa comprensión del momento actual y el sentido de equilibrio del Gral. Rosas que no aprovecha una coyuntura favorable para, por la fuerza, lograr algo que el entendía no era ni el modo ni el medio correcto aprovechándose de la debilidad del vecino; y por otro: el esquizofrénico y alucinado Sarmiento que imponía su autoridad a degüello, como surgen de sus propias palabras, cuando por ejemplo, en su “Proyecto de Reorganización Argentino” de 1845, al propiciar la presencia del general Paz, dice que “…a los que no reconozcan a él debiera mandarlos ahorcar, fusilar, degollar. Este es el medio de imponer en los ánimos mayor idea de autoridad…” (34). En carta a Aristóbulo del Valle en 1880 decíale; ” aquí en este país, no puede haber más política que la del garrote y la macana…” (35). Este es el “liberal” Sarmiento ¿Será este el ideal sarmientino que quiere imponerse e inculcarse como un chaleco de fuerza sobre el cuerpo real de la Nación? ¿Querrán nuestros “educadores” educarnos como prescribía Sarmiento que debía educarse, es decir : ¿a garrotazos!?

Al imponerse, desde la derrota argentina a manos de Brasil y sus aliados llamados por la traición del Gral. Urquiza en 1852, el ejemplo “democrático” de Sarmiento y sus ideas Pseudopolíticas ¿quieren decirnos que debemos emplear el terror, la mentira elevada a sistema, para desmembrar la Nación, como deseaba imperiosamente Sarmiento? Este interrogante, irónico, surge porque en 1857, en las elecciones ganadas por la banda de Sarmiento, éste prescribe el 17 de Junio a Domingo de Oro, el método “Liberal” utilizado: “…para ganarlas, nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente, han dado este resultado. Los gauchos que se resistieron a votar por nuestros candidatos fueron puestos en el cepo y quemados sus ranchos, perdiendo sus escasos bienes y hasta su mujer. Establecimos depósitos de armas, cantones de gente armada, encarcelamos a los complicados en una supuesta conspiración, y bandas de soldados armados recorrían las calles acuchillando y persiguiendo a los opositores. Tal fue el terror que sembramos el día 29, que triunfamos sin oposición. Esta es la palanca con que siempre se gobernará a los porteños, que son unos necios, fatuos y tontos…” (36).

¡Digno hijo de la Revolución Francesa!. Sarmiento puede reclamar, con todo derecho, la filiación como hijo legítimo de la Comuna de París. No existe mucha diferencia entre el frío y sanguinario Maximilian Robespierre y su aventajado y descastado alumno americano.

Este es el hombre que nos han inculcado y nos inculcan como el más grande “civilizador” contar la “barbarie”. El error no sólo es grave sino que se vuelve criminal cuando es adrede. Nos han inventado una historia de consumo. Lo peligroso es lo dicho al principiar este ensayo: Si no sabemos lo que fuimos no sabremos lo que somos y hacia donde queremos ir. Es como un principio matemático: Errado el principio fundacional o esencial, todo el razonamiento posterior por más logicidad que aparente, que tenga, conducirá a un error. Hoy a eso lo llamamos “ideología”.

Urquiza le escribía a Mitre en 1852 diciéndole ofuscado que “…Sarmiento era un loco, intrigante, pretencioso y anarquista…” (37). El 4 y 6 de octubre del mismo año el diario La Nación lo describe con pocas pero certeras palabras “…es un abogado de un gobierno extranjero contra su propio país…”.

¿Qué decir de Sarmiento y su amor por la entrega física y espiritual de la Argentina? La respuesta la tendremos de los propios labios del Gral. San Martín en carta a Gregorio Gómez “…¡No aprobaré jamás que un hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a su patria!…”, y en carta a J.M. de Rosas define el 10 de mayo de 1839 “…pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido (argentina, dixit) se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española, una tal felonía in el sepulcro la puede hacer desaparecer…” (38).

Sarmiento se sabe aludido y molesto e irritado, durante años despotricó contra San Martín. En 1846, 4 de septiembre, le escribe a su amigo Antonio Aberastain y entre otros denuestos antiargentinos, le dice: “…San Martín es ahora un ariete descontrolado, ve en Rosas al defensor de la independencia amenazada. Aquella inteligencia declina y todas sus ideas se confunden…” (39).

Al entregar, de hecho y de palabra, la Nación a hombres e intereses ajenos, de parte de Sarmiento, denota “per se”, la pérdida y el desquicio de todo decoro intelectual y moral que fuera patrimonio y honra de nuestros compatriotas, que jamás se habrían permitido hablar mal de nuestra Nación; hecho avergonzante, pero comprensible en el desequilibrio psíquico de Sarmiento por sus frustraciones juveniles en lo atinente a su tan promocionada “docencia”, la cual como se vio no existió.

La egolatría de Sarmiento se manifiesta en el juicio que él tenía de sí mismo. Con humildad reconoce en 1843 que “Jamás he reconocido otra autoridad que la mía. Soy el juez de la importancia de un libro, sus ideas; y de esta falsa posición (¡por lo menos lo reconoce!) ha nacido la independencia de mi criterio…” (40) confesando, también que “…los Sarmiento tienen una reputación de embusteros heredada de padres a hijos, la cual nadie niega (¡!)” (41).

Sarmiento se enorgullece de ser embustero, e hijo de embusteros y mentirosos. Se considera a sí mismo una deidad y la mentira es para él un arte que maneja día a día y la perfecciona. En carta a Rafael García, el 28 de Octubre de 1868 reconoce que “SI MIENTO LO HAGO COMO DON DE FAMILIA, CON LA NATURALIDAD Y SENCILLEZ DE LA VERDAD (¡!)” (42). Poco se puede agregar a esta confesión de Sarmiento, lo que sí no puede negársele es su gran capacidad de hipocresía y cinismo, dado que debe existir pocas personas que se jactan de sus propios defectos.

La historia “plastificada” comienza en Caseros; lo reconoce el propio Sarmiento “ …La batalla, para el público, puede leerse en el boletín Nº 26: Novela (¿?) muy interesante que tuvimos el honor de componer Mitre y yo… ” (43). Posteriormente continúa con la mistificación de los personajes históricos. “El “Facundo” fue fruto de la inspiración del momento …sin auxilio de documentos…con el propósito de acciones inmediatas…más adelante echaré al fuego de buena gana cuantas páginas precipitadas he dejado escapar en el combate…” (44). En el diario “Crónica del día 26 de diciembre de 1853, se felicita a sí mismo de sus calumnias reconociendo que en su “Facundo” “…los muchos errores que contiene son una de las causas de su popularidad….”.

Esa insistencia de Sarmiento en vanagloriarse de sus mentiras, errores adrede, falsedades, dan una acabada idea de agrado de paranoia y de afán de poder enfermizo que precede sus actos; tal como el mismo Sarmiento lo reconoció, pues cuando se refiere a “Recuerdos de Provincia” dice ”…éste es un cuento que se refiere a un loco y no significa nada(¿?)” (45). A aquel primer libro (Facundo) se refiere Alberdi diciendo que “…además de estar lleno de máximas inmorales y maquiavélicas, es un libro pernicioso, como calumnia y satiriza a la Argentina y su sociedad…” (46).

Demos un ejemplo más de la autoglorificación de Sarmiento y su protagonismo en la falsificación de nuestra historia: al escribirle a Avellaneda el 16 de diciembre de 1865, le dice sin empacho alguno, “…los unitarios los han suprimido (se refiere a los tratados firmados entre unitarios y federales) con aquella habilidad con que sabemos rehacer (¡!) la historia…”. Exacto. Prueba concluyente sobre la mentira como sistema, en la cual se “construye” nuestra “historia oficial” (sic).

Sarmiento, a lo largo de toda su vida, vitupera y calumnia sin ton ni son, sin desmayos. En sus juicios se nota, no solo una desinformación, sino una falta de cultura que hace ver su poca inteligencia, su corta visión, aunque, por supuesto, no su astucia. Así, por ejemplo dice que “…EEUU es el único país culto en toda la tierra. España es inculta y bárbara. En 300 años no ha producido un solo hombre que piense, un solo escritor de nota, ningún filósofo, ningún sabio. Es la nación más pobre que se conoce…” (47). Menéndez Pelayo, es uno de ésos “incultos” a los que refiere Sarmiento diciendo que “…hace alarde de la más crasa ignorancia…”.

¿Qué piensa Sarmiento de los gauchos, de los humildes, de los huérfanos? Los gauchos son “una Chusma de haraganes” dirá en el diario “El Nacional” del 3 de febrero de 1857. El 20 de setiembre de 1861 le recomendaba a Mitre “…no trate de economizar sangre de gaucho. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla (¿él no lo era?) incivil, bárbara, es lo único que tienen de seres humanos” (48). “.. el estado no tiene alma. No tiene caridad. Si los pobres se han de morir, ¡que se mueran!(¡que nobles sentimientos!) el mendigo es como la hormiga: Recoge los desperdicios, los huérfanos son los últimos seres de la Sociedad. No se les debe dar más que comer…” (49).

Para Sarmiento, los argentinos, los que pelearon contra los españoles por la independencia, contra los franceses, contra los ingleses, contra los brasileños, sólo tienen de seres humanos, su sangre. Sarmiento dice que el Estado no tiene alma: La realidad es que un Estado representa lo que son quienes lo representan, por lo tanto, un Estado será abusivo, absolutista, ¡sin alma!, si quienes lo presiden son seres abusivos, absolutistas, sin alma, por ejemplo del propio Sarmiento que fue presidente…

Sigamos los argentinos en el error, sigamos en la mentira de la historia “inventada” (palabras de Sarmiento). Sigamos creyendo en el “ideal sarmientino”, sigamos levantando templos y monumentos en su nombre, sigamos renegando de nosotros mismos y educando a nuestras generaciones en al impiedad y nada quedará de nosotros, sino tan solo seres sin conciencia, sin pasado, sin memoria, pasto de quienes quieren diluir nuestras fuerzas, y que sí saben lo que quieren y como lograrlo, debilitando el espíritu nacional, con una gigantesca y organizada y pausada acción que poco a poco nos va disolviendo en las contradicciones con la realidad que ella acarrea. Así una vez, debilitados en nuestras defensas, mansamente seremos, ya definitivamente, juguete de quienes como ya sabemos, no tienen más patria que el billete… finalmente como diría George Bernanós, quizá seremos fusilados por curas bolcheviques…

Una prueba más sobre el desprecio por su patria y sus hijos, que sentía Sarmiento, se evidencia cuando en 1871, siendo presidente de un “estado sin alma”, el pueblo padece la famosa “fiebre amarilla” que segó la vida de miles de personas. Sarmiento huyó despavorido. Pasó por Mercedes y luego a Chivilcoy. Entonces la ciudad quedó acéfala por cuatro meses. Tan grave fue la situación que se crearon dos diarios dedicados a dar noticias de la epidemia: “El Boletín de la Epidemia” y “Marcha de la Epidemia”. De aquí extrajo el académico historiador Dr. José Luis Molinari algunas referencias acerca de ese “paladín y prócer” que se llama Sarmiento: “…Aún no se ha podido descubrir en ninguna de las listas de suscripción popular los nombres del presidente Sarmiento y sus Ministros. Al que haga el descubrimiento se le dará una buena gratificación…cuando el presidente de la República, obedeciendo a un instinto de conservación excesivamente pronunciado (eso y decir que era un cobarde, es lo mismo) emigró a Mercedes… No cabe nulidad mayor que la que reúne el hombre que tan contra el sentido común y las instituciones de esta Nación, nos preside; Diógenes, con toda su calma se hubiera visto apurado para encontrar otro ser menos digno del honroso y elevado puesto que el Sr. Sarmiento ocupa…pero que un pueblo, tras la más pésima de las administraciones, deje continuar cínicamente en el poder al hombre que lo abandona en el medio de la desolación y el espanto, sin valor para afrontar el peligro, es cosa que la imaginación se resiste a creer. El pueblo ha luchado solo y tiene derecho para decirle a quien le dio las espaldas: ¡huye de aquí, cobarde y no me hagas solidario de una afrenta que es absolutamente tuya!…” (50).

Es lapidario. Aquí surge el perfil nítido de Sarmiento, y el concepto que de él se tenía. Y surge una pregunta: ¿Puede ser posible que la desintegración nacional que sufre día a día nuestra Argentina tenga como origen la falsificación de la historia? ¿y con qué fines? Sabemos que toda nación tiene hombres arquetípicos, los cuales se muestran como ejemplo de generación en generación, a fin de actuar o imitarlos, así como toda persona tiene como ideal de vida determinados próceres e intenta imitarlos y ajustar sus vidas y sus conductas a la de esos hombres elevados a ejemplos y guías.

Son necesarios los arquetipos, como normas de conducta, como normas a las cuales ajustar conductas. Si una Nación toma como guía a hombres supuestamente virtuosos pero que en realidad no lo son, las consecuencias con el correr del tiempo serán funestas: caeremos en el error, provocado premeditadamente, día a día se perderá la identidad y creyendo ser lo que nunca fuimos, se cumplirá el sueño de Mitre de “…enterrar históricamente a nuestros prohombres…” (51), lo que en verdad implica enterrar la Nación real, histórica. Así “enterraron” a San Martín el cual según Sarmiento “…castigado por la opinión, expulsado para siempre de América, olvidado por 20 años, es una digna y útil lección…” (52). He aquí, lectores, Sarmiento y su verdadero rostro, sin máscara, sus intenciones y su desprecio por el Libertador.

Sarmiento era un anarquista en todo el sentido de la palabra: Brutal, disolvente, ególatra, subvertidor del orden; y queda patentizado en el panegírico que hizo de Garibaldi al decir que “…Garibaldi es una gloria Argentina (¿?), una gloria de América (¿¿??) ” (53).

En realidad, como dice Héctor Daliadiras “…Garibaldi saqueó el litoral, arrió la bandera argentina en 1842 en la Isla Martín García e izó la bandera inglesa. Menos mal que Brown lo derrotó en la gloriosa batalla de Costa Brava…” (54). Pero no importa, para Sarmiento era “una gloria argentina”. Brown le decía a su mujer con respecto a la lucha de 1942 “…la conducta de estos hombres (se refiere a Garibaldi y sus salvajes acompañantes) ha sido más bien de piratas que de guerreros pertenecientes a un pueblo civilizado, saqueando o destruyendo cuanta criatura o cosa caía por desgracia en su poder…” (55).

Sarmiento tenía la costumbre de expresarse sobre otros personajes de nuestra historia. El “educador” decía de Urquiza que era “…un decrépito, idiota…” (56), Artigas es “…un tártaro terrorista, asesino, cruel, bandido, monstruo, ignorante, sucio y sangriento, salvaje animal de rapiña, degollador, saqueador y violador, desbaratador de toda civilización…” (57). De Güemes sentenció con desparpajo “…destruyó todo derecho para hacer valer el suyo propio…” (58). Del heroico defensor oriental contra la intromisión lusitana, don Manuel Oribe dijo que “…era un bárbaro sangriento. Nunca vi un monstruo como él…” (59). Del ilustre Carlos Guido y Spano simplemente dijo “…es un burro…” (60). De José Manuel Estrada, Emilio Lamarca, Pedro Goyena, dijo que eran “…unos charlatanes infatuados, sarnosos, pulgosos, etc…” (61). A su hora le hizo llegar su cólera a Mitre con estas “alabanzas” el 26 de junio de 1869: “…La verdad es que Mitre en su vida ha abierto un libro. Es un presuntuoso y por su pretensión de dañar, desvaría. Es un charlatán. Es de quien quiera alquilarlo. Se ha presentado 3 veces ebrio en el Senado. Es un pigmeo, un vendido…” (62), cosa que si se conoce a Mitre y sus famosas carnicerías en el Sur y su dudosa historia sobre Belgrano, no deja de ser cierto lo que dice Sarmiento, aunque como hemos visto él no ha sido diferente a Mitre.

Urquiza en 1861 escribió al General Rudecindo Alvarez confesándole que “…el círculo pérfido de Buenos Aires me traiciona. Están decididos…a someter a las demás provincias al capricho, a la ambición, y a la voluntad del mismo círculo (Sarmiento-Mitre). El Plan es manifiesto. Se proponen hacer del liberalismo el ariete para destruir, para dividir las provincias y para construir el despotismo absurdo de ese círculo a que deben sacrificarse…” (63). Finalmente el pronóstico se cumplió y la Nación comenzó a disgregarse…

Corrían los años en que los procónsules de Mitre como Ignacio Rivas, Venancio Flores, Wenceslao Paunero, Arredondo, etc., asolaban el país pasando a degüello a cientos de criollos. Eran los tiempos de Pavón…

Los cuerpos degollados eran exhibidos en postes a lo largo de los caminos como señal de advertencia. Entre los masacrados figuraban: El General Jerónimo Costa, cuyo delito fue defender la Isla Martín García contra el enemigo francés; Santa Coloma; el Coronel Martiniano Chilavert, uno de los principales defensores, junto a Brown y Mansilla, de la heroica defensa de la Vuelta de Obligado en 1845. También brutalmente asesinado fue Vicente Peñaloza de quien José Hernández describe como “…un patriarca, héroe y general del ejército Nacional a las órdenes de Urquiza y Derqui, prestigioso y valiente soldado y militar…” (64). Lanceado Peñaloza, expuesta su cabeza “civilizadamente” por 8 días, Sarmiento grita alborozado y le escribe a Mitre el 18 de Noviembre de 1863 diciéndole que “aplaude la medida, precisamente por su forma (¡!)” José Hernández escribe “…la cabeza del General Peñaloza, el hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fue llevada al bárbaro Sarmiento como prueba del buen desempeño del asesino. El unitarismo tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El partido que invoca la ilustración y el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas. Matan por índole perversa. Maldito sea el partido envenenado con crímenes que hace de la República Argentina el teatro de sus sangrientos horrores…” (65). Alberdi exclamó “…la vida real del Chacho no tiene un solo hecho de barbarie igual al asesinato del que fue víctima…” (66).

Ante semejantes actitudes “civilizadas” que la “barbarie” no comprendía, Samiento tuvo que “huir” del país y Mitre lo envía como una especie de embajador a los EEUU en 1864. El diario inglés de Buenos Aires “Standard” escribía el 18 de julio de 1864: “…su política injusta ha hecho tal daño al país que Mitre le hace el favor a él y a San Juan removiéndolo…” (67). Ya llegado a Nueva York, Sarmiento le escribió a la hija de Vélez Sarsfield “…estoy escribiendo un libro sobre el “Chacho”. El Chacho concluyó en mis manos…” (68). Así reconoce Sarmiento lo que las generaciones posteriores se niegan a reconocer: su mistificación de la historia, porque como él lo confiesa sus “obras” no son más que “cuentos”, a lo más, “lindos”. Y también reconoce su propia intervención en la muerte del Chacho, además vanagloriándose de ello.

Luego del asesinato de Urquiza por las logias, que lo habían en su momento elevado, Sarmiento exclamó en Rosario el 18 de noviembre de 1873 “…¡no quedará vivo soldado alguno de los batallones de los gauchos correntinos!…” (69).

Trascartón de sus genocidas advertencias, Alejo Peyret, residente en Entre Ríos, escribió “…Sarmiento, partidario de la intolerancia, es un Robespierre: Civiliza a cañonazos y bayonetazos…” (70). Sarmiento establece un método seguro de exterminio en masa: Matar a todos. Arredondo, sanguinario lugarteniente de Mitre le recordaba que dicha forma de proceder era instigada por Sarmiento, diciéndole en 1874 “…asesinatos al por mayor son los que Ud. me aconsejaba en una carta cuando me decía que corte las cabezas y las deje en el camino…” (71). Aquí lo vemos a Sarmiento de cuerpo entero: “civilizando”, sí, pero a cañonazos, y por qué no a bayonetazos (¿sería por lo silencioso…?). Pero, eso sí, a lo grande, “al por mayor” cortando cabezas y “adornando” al camino con ellas.

Pero a pesar de todo, sufridos oyentes y lectores, no olvidéis que la historia nos “enseña” (¿?) las “bondades” y la obra “civilizadora” de Sarmiento. Aceptadlo como dogma so pena de excomunión, de crimen de Estado; no vaya a ser que en los colegios secundarios y primarios se sepa la verdad de los hechos (a través de documentos nunca leídos al alumnado) y nos privemos de festejar “El Día del Maestro” (¿?) en honor del Primer “educador” (¿?) argentino y “gran civilizador demócrata” (¿?). Crimen de Lesa Patria y además Ud. podría ser tildado de “ignorante”, cuando no de “Bárbaro”….

Para finalizar transcribiré uno de los tantos perfiles que el diario “La Prensa”, no precisamente un diario rosista, escribió el 14 de julio de 1876 sobre Sarmiento. Elijo éste porque condensa en pocos renglones toda la catadura moral, de quien carecía de todo escrúpulo, principios, con su ilimitada ansia de poder, por el poder mismo: “Ni Rosas firmó nunca órdenes como ésta. No se explica uno que semejante fiera ande suelto por las calles libremente…” (72).

Creo que poco más se puede agregar de este “extracto de Sarmiento” que hemos descripto. He de aclarar que quien desea conocer más sobre el tema tiene la biblioteca Pública Nacional, el Archivo Mitre, el Archivo Histórico Nacional, etc. esto no es más que un incentivo para profundizar por uno mismo más sobre el tema.

Queda de Sarmiento su imagen real, sin la máscara oficiosa y falsa, que nos revela su ordinariez y chabacanería, su pequeñez moral, su egolatría y autosuficiencia genocida; su agresivo instinto disolvente y disgregador.

Pero como corolario, a modo de epitafio oigamos, si se quiere, las palabras del Diario La Prensa del 23 de mayo de 1880: “… donde quiera que ha puesto la mano ha dejado los rastros de su caracter procaz, irascible y sanguinario. mandaba a clavar en picas a sus enemigos. el ha ordenado a sus subalternos el deguello de su prisioneros. dictaba centenares de sentencias de muerte. el recuerdo de esa sombria serie de matanzas ordenadas por el, que han hundido para siempre su nombre en un charco de humeante sangre humana, nos llena de repugnancia y horror…¡Sarmiento! ¡fiera malvada, fiera de dos pies, verdugo de sus semejantes!…” (73).

¡Qué distinto a lo que se enseña ¿no?.! Pero como dice Alberdi “…La mentira puede ocultarlo todo, puede tergiversarlo todo, menos las fechas, los actos históricos y los nombres de quienes los suscriben. He aquí la historia que Mitre no hará porque no es agradable ni da votos para la presidencia (rigurosa actualidad ¿no?) Pero la verdad (categoría permanente de la razón) aunque amarga, a veces, es lo único que aprovecha a los pueblos…” (74).

Hasta aquí hemos llegado a una apretada síntesis, acerca de Sarmiento, sus obras y sus motivaciones. Quedan muchos aspectos interesantes de su vida, a donde remito para ahondar más, pero con lo descripto queda suficientemente demostrado, vía documental, aún del propio Sarmiento, el carácter mesocrático, más aún, caquistocrático, de este hombre vulgar (en todo sentido del a palabra) elevado a genio por necesidades políticas mezquinas.

Detengámonos aquí, porque he aquí el drama, la tragedia que se nos presenta: No es lo peor el hecho de que Sarmiento haya sido un débil de carácter y cobarde (como, por ejemplo, al huir de la Capital, durante su presidencia, cuando la fiebre amarilla azotaba Buenos Aires).

No es lo peor el hecho que haya sido un vulgar pero peligroso mentiroso según su propia confesión, ni su sed de sangre y su “tierna” criminalidad genocida (como lo atestiguan, entre otros, Hernández, Alberdi, Rawson, Goyena, los distintos diarios de la época, y la propia jactancia del sanjuanino) al cual se le puede bien aplicar la conocida frase de Netchaieff en su “catecismo Revolucionario”, cuando decía “…¡contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira…!” (75).

No es lo peor el hecho que se considere chileno, renegare de su patria y quisiese entregar toda la Patagonia, Chaco, San Juan, mesopotamia, etc. a poderes extraños (al fin y al cabo no fue ni el primero ni será el último).

No es lo peor la circunstancia de que no fundara nunca una Escuela, y que donde estuvo, fue echado prácticamente a patadas, por su ineptitud.

Lo realmente grave para la comunidad Nacional, no es solo el error, sino que se eleve al error, o mejor dicho, a quien lo comete, a la categoría de virtuoso, guía de conducta para nuestros semejantes; que se eleve a dichos personajes al altar del heroísmo nacional, que se los mezcle en un mismo plano con quienes en verdad lo fueron, que se los señale como modelos de conducta, ejemplos a seguir, arquetipos a quien imitar. Porque así se transmite de generación en generación un error que se multiplica geométricamente haciendo estragos en la inteligencia de los nacionales, perdiendo con el correr del tiempo la noción y el conocimiento de lo que fuimos, por tanto de lo que somos, al querer ser otro (que es como querer dejar de ser, diluyéndose nuestra identidad).

Así nos debilitamos interiormente y vaciamos nuestra existencia de las realidades de nuestro pasado que impiden, por no conocer quienes hemos sido, el proyectarnos hacia adelante en el tiempo, sabiendo lo que queremos y habremos de ser. Con respecto a esto el Dr. Alberto Otalagano dijo en 1974 “…La historia es a las Naciones lo que la memoria es a los hombres: El conocimiento o la noción del origen, de una identidad a través del tiempo y del espacio, que se integra con el conocedor, en cuanto a tal, conformando su ser existencial. El presente es hijo del pasado, como el futuro lo es del presente. Conocer realmente el pasado es conocer la génesis de la problemática del presente para encontrar la solución. La historia es la forja de la conciencia Nacional (o sea el conocimiento de lo que se es por lo que se ha sido y en función de lo que se deberá ser). Definición por antonomasia del “ser argentino” y especificación de su destino… El hombre en tanto historia, integra una comunidad de destino en lo universal, o sea profesa una religión común, tiene un pasado común y un presente común a todos los que habitan con él en su mismo territorio: conciencia de tener una comunidad y de haberla tenido, o sea, conciencia histórica. Conciencia de una tradición común, presente común y de un futuro común…” (76).

Y quiénes hemos sido, lo han señalado con sus vidas nuestros hombres consustanciados con lo suyo (Saavedra; Rosas, Brown, Chilavert, Manuel Moreno, Belgrano, Oribe, Genta, Irazusta, Scalabrini Ortiz, Savio, Mosconi, San Martín, Güemes, Dorrego, Lavalleja, Giachino y quienes cayeron en Las Malvinas, etc.) defendiendo lo bueno y tratando de corregir lo equivocado, aún con sus propios errores, pero siempre con la vista tendida más allá, puestos los ojos y sus vidas en el bien común de nuestra patria histórica; tratando, como decía De Maeztu, no tanto “en ir mejorando a los hombres, sino restableciendo las condiciones sociales que los induzcan a mejorarse…” (77).

Condiciones sociales, y por tanto, morales (y legales, entendiendo a la ley no como una expresión de voluntad abstracta y general o particular, sino -como dice Santo. Tomás- como una ordenación racional enderezada al bien común).

Esa comunidad de destino histórico que lleva en sí impreso nuestro carácter, queda demostrado en la descripción que hace Manuel García Morente del “Caballero cristiano” como símbolo y expresión arquetípica de la esencia de la Hispanidad “…los españoles dan preferencia a las relaciones reales sobre las formales. Las reales son las que se fundan en lo que cada persona es, siente, piensa y valora y vale. Las formales se basan en abstracciones puras (“ser humano”, “ciudadano”) simple forma, concepto despojado de realidad personal. Por eso, el español, no se inclina ante la autoridad conceptual, abstracta, por ej., no se somete a la mera idea jurídica de la soberanía basada, dado el caso, en el voto. La ley debe ir acompañada de fuerzas reales: prestigio, jerarquía natural, carácter, clase intelectual, y moral. La hostilidad profunda del caballero español a todo formalismo falso se compadece mal con la democracia parlamentaria, que atribuye mando y soberanía no a los que más vales, pueden y saben, sino a los “elegidos” por el sufragio, que poco o nada saben acerca de lo que eligen. La competencia, la capacidad, el esfuerzo y la valía personal son sustituidos por la habilidad, por una designación hija del soborno y las promesas materiales o espirituales, por un nombramiento que se “encomienda” -locura insigne- a la mas caprichosa, irresponsable, adulable, cambiante, irracional, impersonal. A tal y tan absurda consecuencia tenía que llegar una doctrina que empieza por escamotear la realidad de cada hombre para substituirla por la abstracción irreal de los “ciudadanos”, todos iguales entre sí (naturalmente hablando, no desde la óptica sobrenatural y religiosa). Más para que dos hombres sean iguales entre sí, claro está que hay que empezar por despojarlos de todo lo que cada uno de ellos ES EN REALIDAD y reducirlos así a la mera función abstracta de los conceptos…” (78). De la ideología abstracta de la igualdad natural, al marxismo no hay más que un paso.

Es imperativo que hay que desenmascarar los fines perversos de los ideólogos, desterrando y enseñando las causas que lo originan. Se debe entender que el hombre no es una abstracción, un número (un voto), una cifra, una entelequia, sujetos sin relaciones con lo social; ni tampoco la consecuencia que de ello se desprende, es decir, una máquina que produce, un “homo económicus” hacia el cual nos quieren llevar.

Sepamos que en el plano histórico, el hombre es una persona (unidad definida, diferenciada) integrante de una comunidad familiar (padre, hijo, hermanos, etc.) profesional (obrero, comerciante, médico, etc.) político (miembro de un barrio, municipio, pueblo, país) religioso y a ese título debemos respetarlo (por más que le duela a Sarmiento y sus apóstoles) y más aún, defenderlo. “…porque la persona representa una concepción de vida basada en el predominio de la realidad sobre la abstracción o ficción ideológica (no importa el signo que lleve), del ser individual sobre la definición racional, de la persona sobre la especie, y de lo privado sobre lo público…” (79).

Goethe definió “…no se puede amar lo que no se conoce…”. Y el conocimiento es un hecho de la razón, que apoyada en la moral y en la inteligencia, nos conduce a la verdad de los hechos. Así el conocimiento no depende de nuestra voluntad o sentimientos o de elucubraciones más o menos filosóficas, pero que no se apoyan en el conocimiento de la verdad (la cual, recordemos es una categoría permanente de la razón). No llevar los hechos históricos reales, a conocimiento de nuestra Nación y sus hombres, a conocimiento de nuestros jóvenes, es preparar una generación de descreídos, nihilistas, resentidos, descastados, es TRAICION RAIGAL: Crimen, el peor crimen que a una Nación se le puede cometer, todo por meros intereses coyunturales, circunstanciales, de partidos; porque, como dijo San Martín, “…tal felonía, ni el sepulcro la podrá hacer desaparecer…” (80).

 

Indice Bibliográfico

(1) GENTA, Jordano Bruno. “El Nacionalismo Argentino”. Ed. Cultura Arg. Bs. As. 1975
(2) GONZAGUE DE REYNOD, “La Europa Trágica”
(3) VEUILLOT, Luis. “Los odeurs de París” Ed. Crés. Pág. 32.-
(4 ) DALIADIRAS, Héctor : “Algo más sobre Sarmiento”, ed. Nuevo Orden, Bs.As.1965
Pág. 39-40.-
(5) GALVEZ, Manuel : “Vida de D. F. Sarmiento” Bs. As. 1957, Ed. Tor; Pág.223 .SARMIENTO, “Obras Completas”, Ed. Luz del Día. Bs. As. 1948 – 56. T. XXIV pág 34.-
(6 ) SARMIENTO Ob. Cit., T XLIV ; Pág. 142.-
(7) GALVEZ, M. Ob. Cit. Pág. 224; 293; 455; SARMIENTO, D. Ob. Cit. T. XLIV ; pág 124/ 9 y 130.-
(8) GALVEZ, M. Ob. Cit.Pág. 285; 338.-
(9) SARMIENTO, D. Ob. Cit. T. XLIV Pág. 309; 323.-
(10) GALVEZ, M. Ob. Cit. Pág. 381; 403; 406.-
(11) SARMIENTO, D. Ob. Cit. T. XX Pág. 288/ 90 ; T. XXXVII Pág. 223; 227.-
(12) SARMIENTO, D. Ob. Cit. T. XX Pág. 274; 275; 285; 286.-
(13) GALVEZ, M. Pág. 135 Ob. Cit.-
(14) ANTONIO ZUÑIGA, “La Logia de Lautaro y la Independencia”, Bs. As. 1922; Pág. 338.- REVISTA MASÓNICA AMERICANA, T. I. ;pág.9 (Se adjunta discurso Masónico de Derqui del año
1860. Su tapa).-
(15) GALVEZ,M.- Ob. Cit. Pág. 455 y 456.-
(16) SARMIENTO,D. Obras Completas T. XXXV; pag.30 a 33; Ed. Luz del Día, Bs. As. 1948-56
(17) SARMIENTO, D. Pag 283
(18) SARMIENTO, D. T. VI pag. 105.-
(19) SARMIENTO, D. T. XXXV; pag.358.-
(20) SARMIENTO, D. T. XXXV; pag 13.-
(21) SARMIENTO, D. T. XXXV; pág. 21.-
(22) SARMIENTO, D. T . XXXV, pág. 50
(23) GALVEZ, M. Ob. cit. Pag 293/4. Diario ‘La Nación’, Biblioteca Mitre.-
(24) SARMIENTO, D. T. XLI pag. 165; T. XVI, pág 376.-
(25) Diario ‘La Nación’, 12/9/1972.-
(26) PATRICIO JOSE MAGUIRRE, “Informaciones sobre la Masonería” 4ta. de. N.3,1981.
(27)GALVEZ, M.Ob.Cit. Pág. 418.-
(28)SARMIENTO, D. Ob.Cit. T.XXXV Pág. 75
(29)SARMIENTO D. “Conflicto y armonía de las razas de América” 1883/5.-
(30)RAMALLO, JORGE M. “Los grupos políticos en la Revolución de Mayo” De. Macchi, Bs.As. 1983.
(31) GALVEZ, M. Ob.Cit. pág. 285
(32)ARCHIVO DE LA NACION, documentos del Gral.Pacheco. Correspondencia del año 1841, T.IX.
(33) ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Archivo del Gral.T.Guido.Legajo 10.
(34)GALVEZ, M. Ob.Cit. pág. 272, 328,453
(35)GALVEZ, M. Ob.Cit. Pág. 357.
(36) GALVEZ, M. Ob. cit.
(37)GALVEZ, M. Ob.Cit. Pág. 177.
(38)CHAVEZ, Fermín “Correspondencia e/S.Martín y Rosas”. De. Theoría, 1975
(39)SARMIENTO, D.F. Ob.Com. T.V. pág. 118, 119, 130. SALDIAS, “Hist.Conf.Arg. T.VI Pág.153
(40)SARMIENTO,D.F. “Recuerdos de Provincia”. T.III. Pág. 168.
(41)SARMIENTO, D.F. “Idem”. T.III Pág. 154.
(42)GALVEZ, M.Ob.Cit.Pág. 455 y 456.
(43)SARMIENTO,D.F. “Campaña del Ejército Grande”
(44)SARMIENTO, D.F.Ob.Com. T:VII, pág. 16
(45)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. T. II pág. 371, T.III pág. 25
(46)ALBERDI,J.B. “Escritos póstumos”. T.X. año 1887.
(47)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. T. XXXVIII. Pág. 405 y sgtes.
(48)SARMIENTO,D.F. T.XXXVI. Pág. 349, T. XL pág. 153
(49)SARMIENTO,D.F. Ob.Cit.T.XVIII Pág. 303,305.
(50)MAGUIRE,P.J. “Informaciones sobre la masonería”. Ed.I.R.A. Bs.As. Año 1981. Nro. 3; “Boletín de la Academia Nac. de la Historia”, 1ra. sección, 1964. Pág. 382, 384, Bs.As.
(51)LOPEZ, Vicente Fidel, “Manual de la Historia Argentina”, año 1920, Bs.As.
(52)SARMIENTO, D.F.,Ob.Cit. T.XXXVIII, pág. 160.
(53)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. T.XLV Pág. 337
(54)DIADIADIRAS. H. “Algo más sobre Sarmiento”. Ed.Nuevo Orden, 1965, Bs.As.
(55)CAILLET-BOIS, “Los marinos durante la Dictadura” De. Pág. 118-123.
(56)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. T.XVII Pág. 104, 124.
(57)SARMIENTO,D.F. Idem. T.XVII, XV, XXXVII, XXXVIII
(58)SARMIENTO,D.F. Idem. T.VII, Pág. 93
(59)SARMIENTO,D.F. Idem. T.XXV Pág. 334.
(60)GALVEZ, M. Ob.Cit. Pág. 217, 405,406.
(61)Idem 44.
(62)SARMIENTO, D.F. Ob.Com. T.L. Pág. 178, 182.
(63)VICTORICA, Julio “Urquiza y Mitre”. Bs.As. 1960.
(64)HERNANDEZ, José. “Vida del Chaco”. Paraná, año 1863. Biblioteca Nac.Nro.31608.
(65)Idem
(66)ALBERDI,Juan B. “Pequeños y grandes hombres del Plata”. 1987.Bs.As.
(67)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. Pág. 384
(68)SARMIENTO,D.F. Ob.Com. T.XXIX Pág.48
(69)GALVEZ,M. Ob.Cit. Pág.355
(70)PEYRET,A. “Intervención en Entre Ríos”.Bs.As.1873.
(71)GALVEZ,M.Ob.Cit.Pág.371
(72)GALVEZ,M. “Ob.Cit.Pág.286
(73)LA PRENSA, “diario”: 1/8/75;14/7/76;23/3/80
(74)ALBERDI,J.B. “Escritos Económicos” 1895; “Pequeños y Grandes Hombres del Plata”.1887, Bs.As.
(75)MAEZTU, Ramiro “Defensa de la Hispanidad”Bs.As.Ed.Poblet,1952,Pág.89
(76)OTTALAGANO, Alberto “Conferencia de la U.O.C.R.A.”Ed.1974.
(77)DE MAEZTU, Ramiro de, Ob.Cit. Pág.105
(78)GARCIA MORENTE, Manuel “Conferencia en Bs.As.el ½ de Junio de 1938”, en “Idea de la Hispanidad”. Ed.Espasa Calpe, 1961.Pág.86
(79)GARCIA MORENTE, Manuel:Ob.Cit.Pág.91
(80)CHAVEZ, Fermín “Correspondencia entre San Martín y Rosas”. Ed.Tehoría.1975.

Tomado de: www.revisionistas.com.ar