domingo, 25 de marzo de 2012

LAS FALACIAS DE ALBERTO BENEGAS LYNCH (h) SOBRE ROSAS

 El economista liberal Alberto Benegas Lynch (h) escribió un articulo titulado “Juan Manuel de Rosas: perfil de un tirano”; que se publicó el 9 de febrero del 2012, en el blog del Centro Para la Prosperidad Global ersonname> “The Independent Institute”, y en otros sitios de Internet como “libertadyprogresonline.org”.


La nota, de entrada nomás, se despacha con los típicos insultos a la figura del ilustre Caudillo. Con la misma mesura y honestidad de los unitarios del siglo XIX, Lynch considera a Rosas un tirano y un imitador de Caligula. A partir de semejante introito uno se da cuenta que nada serio y objetivo podrá encontrar en ese texto; no obstante ello, y desafiando lo aconsejable para estos casos, nos adentramos en su lectura.

¿Y que es lo que encontramos a continuación? Una trascripción de los argumentos en contra de Rosas que escribió el historiador Isidoro Ruiz Moreno en el diario La Nación del 8 de noviembre de 1999, y que fueron oportuna y prolijamente refutados por el Instituto Juan Manuel de Rosas, en su Revista Nº 57 de octubre/diciembre de 1999.

En aquella nota Ruiz Moreno decía que Rosas “se declaró enemigo de la gesta independentista de 1810 tal como él mismo lo especificó posteriormente en un discurso el 25 de mayo de 1837”.

Pues bien, si uno lee aquel famoso discurso del Restaurador, no tiene la menor duda de que este historiador liberal hace una pésima interpretación del mismo. A decir verdad hay que tener mala fe para encontrar allí una oposición a la gesta independentista; por el contrario, esta clarísimo que Rosas apoyó y reivindicó el Mayo que se desenvolvió fiel a nuestra tradición histórica, y que solo repudió al Mayo masónico y jacobino de los liberales.

Así mismo afirma que “cuando se produjeron las invasiones inglesas, Rosas se retiró a su estancia”. Esto de ser cierto no seria para nada condenable, atento a que por entonces don Juan Manuel era casi un niño; sin embargo es bien sabido, y esta perfectamente documentado, que no obstante su edad combatió en aquellas gloriosas jornadas, y lo hizo con bravura (ver: carta de Liniers a los padres de Rosas y lo dicho por Saldias).

Por otro lado, también le reclama a Rosas que “inició una guerra no declarada con Bolivia que descuidó de tal manera que se perdió Tarija”.  Otra extravagancia. ¿De donde tanta preocupación de un liberal por la perdida de territorios cuando sus principales ideólogos no se cansaron de predicar que el mal que aqueja a la argentina es la extensión, y en virtud de ello perdimos el Alto Peru, Paraguay, la Banda Oriental, las Misiones Orientales, el Estrecho de Magallanes, etc.?

Lo de la guerra con Bolivia se debió a que el dictador boliviano apoyaba a los unitarios de Salta y Tucumán, y pretendía además incorporar estas provincias a sus dominios. Por cierto que hay también ciertas razones de “pesos”, que extraña que los liberales las soslayen siendo que son tan afectos a las cuestiones crematísticas y desprecian como de un anacrónico nacionalismo todas aquellas que tengan que ver con la Unidad Nacional, la Soberanía y el Honor Nacional; nos referimos aquí a los perjuicios económicos que sufría nuestro país por culpa del gobierno de Santa Cruz, que gravaba con un impuesto del 40% las mercaderías destinadas a ultramar introducidas a Bolivia desde las provincias argentinas. (Ver por ejemplo carta de Heredia a Rosas del 21/01/1837).

Mas adelante, Ruiz Moreno nos recuerda que Rosas “en 1838 propuso ceder las Malvinas a los acreedores ingleses”. Viejo lugar común de la historia oficial explicado mil veces.

En realidad existen solo dos borradores confidenciales (que estrictamente hablando no tienen mucho valor como documentos pues no cumplen con los requisitos que exige la critica externa e interna) en los que se habla de indemnización y transacción respecto a las islas. Se trataría en todo caso de un proyecto de propuesta que no llegó a concretarse y que tenía como finalidad hacer reconocer a los ingleses que no eran propietarios de las Islas, pues eventualmente estarían dispuestos a comprarlas. Pensar de otra forma es creer que quien constantemente defendió nuestra soberanía en otras ocasiones, en esto actuaría en forma diferente. Solo el odio a Rosas puede mover a eso.

Luego Ruiz Moreno toca el tema del bloqueo francés, y aquí nos muestra todo su patriotismo. Al igual que sus antepasados ideológicos se pone de lado de Francia, y dice que Rosas lo estimuló “para desviar la atención de los problemas internos”. La verdad de los hechos es que Francia buscaba hace tiempo una excusa para intervenir (Manuel Moreno desde Londres ya lo advertía en 1833); por eso los agresores presentaron una nota inaceptable reclamando la libertad de unos franchutes delincuentes comunes, la destitución de quienes los arrestaron, la baja de dos milicianos franceses, y el trato de nación mas favorecida. Una insignificancia, al parecer, para el académico de marras; quien además nos informa que en “el tratado Makau-Arana se aceptaron los reclamos franceses”; aunque parece que los franceses y los unitarios no se enteraron de ello, ya que hasta el mismísimo Florencio Varela dijo: “Bochornoso es comparar el ultimátum de la Francia del 23 de septiembre de 1838 con lo que se ha conseguido”… “En una palabra, lo único que se ha conseguido es el reconocimiento de un principio que no hay que registrar en un tratado, porque el que perjudica a otro le debe indemnización”. Ironías aparte, no hay dudas que un historiador tiene que ser muy miope como para no ver todo lo que la Confederación Argentina obtuvo en ese Tratado. Claro que el animus injuriandi lo puede todo.

Así pues, Ruiz Moreno prosigue con su retahíla de falacias y a continuación  recurre al ya polvoriento reproche según el cual Rosas firma el Pacto Federal por el que se comprometió a convocar a un Congreso Constituyente, lo cual nunca cumplió”. Bueno, habría que notificarle a este hombre que el Pacto Federal no habla para nada de un Congreso Constituyente, solo de una Comisión Representativa, e invita a las provincias a reunirse cuando esten en “plena libertad y tranquilidad”.

Por fin termina sus dichos con la cantinela de que Rosas  “gobernó al país bajo un régimen de terror, en un sistema unitario centralizado y que nunca visitó el interior del país, salvo una vez a Santa Fe”. ¿Que documentación aporta?, ninguna, solo sus propias palabras. Y ya sabemos que lo que gratuitamente se afirma, gratuitamente se niega.

A todo esto Benegas Lynch, para rematar su libelo, nos deja una truculenta serie de citas injuriantes al Restaurador proferidas por personajes como Mitre, Echeverria, Sarmiento y Levene; como si tuvieran algún valor probatorio los dichos sin fundamento de sus mas acérrimos enemigos; los cuales además fueron los responsables de la falsificación de nuestra historia. Hacer eso es querer probar una mentira citando a la propia mentira.

Inclusive mete en esa misma bolsa putrefacta al general San Martin citando una supuesta carta a Gregorio Gomez del 21 de septiembre de 1839 en la que este desaprueba cierta actitud persecutoria de Rosas respecto de algunas personas de las cuales el Libertador tenia buen concepto; carta que tal como ha sido probado por el historiador Eros Nicola Siri es apócrifa, y que además aunque no lo fuera, esta totalmente descontextualizada.

Si se quiere saber realmente lo que pensaba San Martín de Rosas, hay numerosos documentos al alcance.  En ellos se puede constatar que el Libertador aprobaba “con placer” el gobierno “firme” de Rosas (carta a Tomas Guido del 6 de abril de 1830), y consideraban que no había otra forma de “cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra, que el establecimiento de un gobierno fuerte, o más claro, absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer” (carta a Guido del 17 de diciembre de 1835).

En esas cartas que la historia oficial trató de ocultar esta clarísimo no solo que el Libertador apoyaba la obra de Rosas sino que condenaba a los unitarios que se unían a las potencias extranjeras. En efecto en una carta del 10 de junio de 1839 decía: “lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria… una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”. En otra, del 2 de noviembre de 1848, se alegraba por los triunfos del Restaurador diciéndole: “a pesar de la distancia que me separa de nuestra Patria, usted me hará justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo pa mi achacosa vejez”.

Están también –obviamente- las cartas en las que San Martín apoya la forma en que Rosas defendió nuestra soberanía. En ellas además se puede ver la confianza que tenia en el Restaurador. En una decía por ejemplo: “yo estoy tranquilo en cuanto a las exigencias injustas que puedan tener estos gabinetes, por que todas ellas se estrellaran contra la firmeza de nuestro don Juan Manuel” (carta a Guido del 27 de diciembre de 1847).

Y tenemos sobretodo el Testamento del Libertador; en el cual dispone que: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido, el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”. Este acto jurídico de gran trascendencia aventa cualquier duda al respecto y constituye el mayor halago y tributo que argentino alguno pueda haber recibido.

Y una cosa más. San Martín al final de su vida le dirá a Rosas lo siguiente: “...como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor, restablecidos en nuestra querida patria: y todos esos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. Sinceramente… Que goce Ud. de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino. Son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota que besa sus manos” (6 de mayo de 1850).

Que sigan pues los liberales con sus injurias, falacias, y ocultamientos. Nosotros en tanto seguiremos cumpliendo los deseos postreros del general don José de San Martín: colmando a don Juan Manuel del “justo reconocimiento” que se merece.


                                                                     Dr. Edgardo Atilio Moreno 

miércoles, 21 de marzo de 2012

EL SEÑOR DE LAS PAMPAS

“Yo siempre fui un patriota de la tierra y un patriota del cielo”. Marechal.

El 14 de marzo de 1877 y lejos de la Patria que tanto amó entregaba su alma al Creador nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes y defensor de la Religión, Don Juan Manuel de Rosas.

Por eso el motivo de esta conmemoración, ante un nuevo aniversario de su muerte, encuentra su síntesis en las palabras que pronunciara el P. Alberto Ezcurra, cuando la justa repatriación: “… te pedimos Señor, te pedimos que no olvidemos nunca las cosas grandes de nuestro pasado. Porque una Nación sólo puede construir su futuro, si como un árbol tiene hundidas profundamente las raíces en la verdad del pasado”. Y nuestro pasado, a decir verdad, es de una gloria absoluta. La Argentina no fue concebida por la democracia liberal; fue la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo la que le dio en sus comienzos el ser y en la historia su grandeza. Grandeza que encontramos en el gobierno de este gaucho y patriota.

Rosas tenía una profunda concepción católica de la política. Sabía que el orden social debía fundamentarse con sólidos cimientos religiosos, morales y jurídicos. Recibió un país anarquizado y logró restaurar, gracias a esa sabiduría práctica que poseía -propia del ejercicio de la prudencia- la autoridad y la unión; son sus palabras: “… Ninguno ignora que una facción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad y poniéndose en guerra abierta con la Religión, la Justicia, la Humanidad, el Orden Público, la Honestidad y la Buena Fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad, ha desvirtuado las leyes, generalizado los crímenes, disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y la perfidia. El remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y su aplicación debe ser pronta y expédita… Persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Resolvámonos a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión a nuestra tierra… El Todopoderoso, que en su Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación, dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.

¡Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios! 
 He aquí el santo y seña por excelencia, porque la confrontación entre unitarios y federales no se trataba de una rencilla igual a las que hoy estamos hartos de ver en la politiquería local. Era, esencialmente, una cuestión teológica; por eso es que se tornó irreconciliable. La Federación significaba el celo ardiente por la fe en Dios y por la Patria. El liberalismo, engendrado en las satánicas sectas masónicas, era el componente ideológico que alimentaba al Unitarismo. Por eso éstos, nos dirá el Caudillo, atacan a la Santa Religión Católica que es la que “engendra virtudes cristianas y cívicas que constituyen la base de la felicidad de los Estados”. El “Mueran los salvajes unitarios” es pasible de comparación con el “matar al error, amar al que yerra” agustiniano. Así se lo explicará a Felipe Heredia: “No es que se desee la muerte (física) de determinadas personas, sino que mueran civilmente, o que sea exterminado para siempre el feroz bando unitario”. “Viva la Santa Federación”. ¿Por qué habría de ser Santa? Porque la causa que se defendía era “la causa encomendada por el Todopoderoso”.

Repitámoslo para que no queden dudas y consignemos tres breves ejemplos para confirmar lo expuesto insistiendo que, en el fondo, se trataba de una cuestión teológica. El bien y el mal se daban batalla en una época en donde el sentido religioso es el que impera. Por esto es que, entonces, a los unitarios se los consideraba como a herejes; de allí es que toma sentido la divisa levantada por Juan Facundo Quiroga “¡Religión o muerte!”; el canto que se oía en las provincias: “Cristiano soy, líbreme Dios de ser porteño”; y la carta que el Restaurador le enviara al Tigre de los Llanos donde le expresa que “Antes de ser federales éramos cristianos”. ¿Qué quiso significar con ello? Sencillamente que la condición de católico sustenta a la de patriota.

El justo y merecido reconocimiento. 
 Traigamos a nuestra memoria, para ir concluyendo, tres fragmentos de misivas del Padre de la Patria que nos sirven como testimonio irrefutable.
En la primera de éstas le expresará a su amigo Guido su alegría por el rumbo que llevaba la Nación conducida por Don Juan Manuel: “… Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria: desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro, despóticos…; no hay otro arbitrio para salvar un Estado que tiene (como el Perú) muchos Doctores… que un gobierno absoluto” (26-X-1836).
En el segundo testimonio el Grl. San Martín hace al Restaurador su apreciación sobre la Confederación Argentina: “He tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta a todos los nuevos estados Americanos un modelo que seguir y más cuando éste esté apoyado en la justicia” (2-XI-1848).

Don Juan Manuel, el Señor de las Pampas, condujo a su pueblo al bienestar, es decir, logró el anhelado Bien Común, fruto de su abnegada vocación de servicio. Por ello el Libertador le expresará que: “… como argentino me llena de verdadero orgullo, el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. Sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina” (6-V-1850).

Colofón.
La Argentina estaba siendo sometida y ante el peligro de verla perecer Juan Manuel encarnó la reacción criolla. Restableció a la Nación reafirmándola en los principios que le dieron el ser y la devolvió al imperio de la virtud, del bienestar y de la grandeza. Hoy nuestra Patria está siendo amenazada de muerte. Reaccionemos como Don Juan Manuel, como verdaderos patriotas. Sabemos que los tiempos son malos; “coraje doble” entonces. El Caudillo Restaurador nos alienta con su ejemplo. Hagamos nuestro, pues, su Ideal que no fue otro más que el Reinado de Cristo en la Argentina; y por el cual luchó y consagró su vida.

DANIEL OMAR GONZÁLEZ CÉSPEDES

miércoles, 14 de marzo de 2012

MARZO: GLADIOS, ROSAS Y RESURRECCIÓN

Marzo es un mes natural y marcial según su raíz etimológica, descendiente del dios guerrero Marte, con su leyenda mortífera referida a los fatales Idus para el desprevenido Imperator Julio César, no obstante su valor, pericia militar y prudencia cívica. Tal vez sea cierta la leyenda según la cual varios adagios premonitorios le avisaron que la traición no podía ser detenida por su “muy leal Décima Legión” y que su obra iba a quedar trunca. Tal vez…

Lo cierto es que fueron designios del Señor Dios de los Ejércitos con águilas y gladios cesarianos los que prepararon la cuna de Cristo en el mundo mediterráneo de la Roma eterna, que al decir de Ortega y Gasset, “era el proyecto de organización universal”.

Pero hay mucho más en los presentes Idus de este Año de Gracia de 2009, por lo que estas semanas se llenan de plena fertilidad. En su transcurrir, con el fin de mes, nos llega la Semana de Pasión. Y de ahí, horas hasta el Viernes de la Pasión de Cristo Jesús, sin el cual no hay Victoria sobre la muerte en la Pascua. Ella es un llamado matutino que nos ha de levantar siempre, siempre. Aparece entonces ante nosotros la pregunta eterna: ¿“Ubi est mors victoria tua’’?

Desde el atalaya de estos pensamientos miremos en la lejanía astronómica a uno de los gigantes de la Patria Grande, cuyo tránsito hacia Dios se produjo el 14 de marzo de 1877. Nos referimos a Don Juan Manuel de Rosas, ante cuya memoria se inclinan los albos, cuanto oribistas, pendones orientales, haciendo propio lo que de su tierra expresara León Degrelle, poeta y cruzado heroico: “el Pasado del país nuestro es el fondo de nuestra conciencia y nuestra sensibilidad…”, agregando el Jefe de la Legión Walona: “no somos más que una unidad con los demás hombres de nuestra Patria…”

He aquí el por qué de estos párrafos dedicados al Restaurador, que configura al Héroe por excelencia. Así lo describe el mártir Jordán Bruno Genta: “…es el escogido para una difícil obediencia, para una suprema fidelidad. Su fuerza eleva a los pueblos hasta merecer la grandeza de su misión y los hace capaces de conquistar la libertad de la soberanía y el derecho a un nombre propio en la Historia Universal”.

Enfoquemos ahora su estampa de protagonista. Rosas “era el hombre más de a caballo de toda la Provincia”. Le sobraba personalidad. Su prestigio afirmado en su trato con la gente fue tomando estatura política desde 1820, y cuando su primer gobierno. Éste se acentuó con la “Campaña del Desierto”, en la que sembró simiente de trabajo y civilización como Julio César en las Galias, y en la que mostró la disciplina rígida impuesta a sus “Colorados del Monte”, cuerpo militarizado similar a la Décima Legión preferida por el Caudillo Romano de la antigüedad.

El advenimiento al gobierno del “Gaucho de los Cerrillos” ya se había abierto cuando acaeció el infame asesinato de Manuel Dorrego (1828), víctima de las maquinaciones inglesas en los días en que era seccionada la Provincia Oriental, tierra a la que contribuyera a liberar con su ayuda al General Lavalleja. Pocos años después, en febrero de 1835, la Patria “se sacudía espantada” ante el crimen cometido con el séquito y la persona del “Tigre de los Llanos”, General Juan Facundo Quiroga, que tenía la gloria imperecedera de haber resistido las concesiones mineras a Inglaterra y enfrentado las masónicas leyes rivadavianas a lanza y sable, llevando al frente la bandera de la tradición en la cual lucía la divisa “Religión o Muerte”.

La sangre de su mejor amigo derramada en Barranca Yaco hirió a Don Juan Manuel de tal manera, que hasta en las líneas de algún manuscrito de esas horas se observan rasgos especiales. Para enfrentar el caos y castigar a los criminales acepta la gobernación con la Suma de Poder Público. Era el 7 de marzo de 1835.

Desde ese momento y hasta 1852 fue el Restaurador de las Leyes, el César de la Patria Grande. Orientó su gestión de gobierno con una política nacionalista y americana. En lo económico terminó con el liberalismo aduanero, disponiendo normas de protección.

Su decreto del año 1835 fue “más proteccionista que la política establecida por Artigas”, golpeando fuertemente a las importaciones con recargos especiales, con lo que benefició a las tejedurías y a los agricultores criollos. Cabe señalar en cuanto al mercado interior la exoneración del pago a los productos pecuarios uruguayos y a los que “por tierra” llegaran desde Chile.

La disolución del Banco Nacional, instrumento del comercio inglés y de la oligarquía unitaria, merece ser destacado con unos párrafos del decreto rubricado por el Restaurador. Leamos: “Esta institución ha contaminado a la provincia…
(se ha convertido en) árbitro de los destinos del país… y de la suerte de los particulares… dio rienda suelta a todos los desórdenes que se pueden cometer con una influencia tan poderosa…”

Cuando el expansionismo inmoral de Francia e Inglaterra envolvió las orillas del Plata, Rosas fue brazo poderoso en la defensa del “Sistema Americano”. Era la Patria Grande de la edad heroica que los historiadores plumíferos de las logias declararon baldía.

Hoy, don Juan Manuel de Rosas regresa, y su figura cobra dimensión y presencia cuando vemos degradarse las soberanías nacionales sometidas a los poderes mundialistas como la OTAN, el Banco Mundial, el G8, el FMI y las Cortes Penales Internacionales, establecidas con sentido siniestro por la tiránica sinarquía globalizadora.

Por ello, hoy más que nunca, le decimos al Ilustre Restaurador: ¡PRESENTE!


                                                                        Luis Alfredo Andregnette Capurro


Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com/2009/03/in-memoriam-don-juan-manuel.html


jueves, 8 de marzo de 2012

BICENTENARIO Y TRADICIONALISMO *

Conocer y festejar los acontecimientos fundamentales de la historia patria es un honroso deber de justicia con nuestros antepasados y una grave responsabilidad respecto de las nuevas generaciones. Por eso es importante saber qué es lo que celebramos en esta jornada cívica.
Hay quienes han enseñado que los hechos del Año X fueron una copia de la Revolución Francesa – laicista y regicida -, una rebelión contra la Tradición religiosa y cultural heredada de España o un acto cómplice con las pretensiones colonialistas de Gran Bretaña. Lo cual complica el explicar un acontecimiento como este a hermanos españoles, con quienes compartimos los mismos ideales.
Sin embargo, la buena voluntad de ambas partes puede ayudar a un diálogo fecundo, partiendo aquellos principios que nos unen: la fidelidad a la Religión Católica y a la Tradición de las Españas.
Como punto de partida dejemos centrado que existieron cuatro tendencias en torno a la Revolución de Mayo: dos impulsoras de la misma y dos contrarias. De las impulsoras, una fue de tendencia tradicionalista (Saavedra) y otra liberal (Mariano Moreno). De las contrarias, una fue igualmente tradicionalista (Abascal, Liniers, Elío) y otra liberal (Consejo de Regencia y Cortes de Cádiz). 
Las razones por las que adherimos a la Revolución de Mayo en su tendencia tradicionalista encabezada por Don Cornelio Saavedra (Presidente de la llamada Primera Junta) es el objeto principal de estas líneas. Pero los principios religiosos y políticos de los que partimos nos hacen mirar con comprensión, simpatía y respeto la reacción contraria de Liniers, así como nos llevan a rechazar el “Mayo de Mariano Moreno” como el “Anti Mayo” del Consejo de Regencia y de las Cortes de Cádiz. 

Como cualquier hecho histórico, la Revolución de Mayo obedeció a múltiples factores que no es posible reseñar en estos momentos. Es cierto que minorías iluministas y agentes ingleses quisieron aprovechar para oscuros propósitos la instalación de la Primera Junta, como lo hacían simultáneamente con los heroicos defensores de la Independencia española que combatían a Napoleón. Pero fue precisamente el Presidente de dicha Junta (principal protagonista de la gesta), quien se encargó de dejar bien sentado los alcances de la Revolución. Don Cornelio Saavedra, que de él estamos hablando, había dicho al Virrey Cisneros que “no queremos seguir la suerte de España ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos”.
En efecto, como consecuencia de la Conferencia de Bayona en 1808, Carlos IV y Fernando VII habían entregado España y los reinos americanos al despotismo de José Bonaparte, facilitando además la invasión napoleónica. Sin embargo, tanto en la Península como en el Nuevo Mundo, los pueblos – suponiendo que Fernando había actuado bajo presión – formaron Juntas a su nombre – “Por Dios, por la Patria y el Rey” como se decía - para resistir a los franceses. La Junta Central de Sevilla se atribuyó por aquel entonces el gobierno de América, aunque no tenía títulos legítimos para pretender nuestra obediencia, ya que las Indias eran autónomas y sólo al Rey debían fidelidad (como había dispuesto en 1519 el Emperador Carlos V). En realidad, dicha autonomía ya venía siendo atropellada por los Borbones desde su llegada a la Corona en 1713, y los americanos temían que las autoridades peninsulares y quienes a ellas respondían – como el Virrey Cisneros en Buenos Aires o el Gobernador Elío en Montevideo - siguieran cercenando nuestros fueros o negociando la libertad americana frente a Napoleón, los ingleses o los portugueses.
Por eso, cuando en mayo de 1810 se supo en el Río de la Plata que aquel organismo – la Junta Central - había desaparecido, y que toda España – excepto la Isla de León – estaba ocupada por los ejércitos del Gran Corso, los vecinos principales de Buenos Aires presionaron para deponer al Virrey y lograr el autogobierno. Así formamos el Primer Gobierno Patrio, sin romper los vínculos con Fernando VII (uno de los que votaron por la destitución del Virrey, el célebre Padre Chorroarín emitió su voto diciendo que lo hacía “Por Dios, por la Patria y por el Rey”), en la esperanza de que vuelto al Trono respetara nuestra libertad, aunque preparándonos también para la Independencia si España se perdía definitivamente en manos de Napoleón o si Fernando regresaba como monarca absoluto y centralista.
El primer gobierno patrio fue pues, un acto de fidelidad heroica a un Rey que no merecía ya nuestro vasallaje, a la vez que una medida prudente para preparar la posible independencia.
Autonomía respecto de la España peninsular, defensa frente a Napoleón y fidelidad a los valores de la Tradición, esos fueron los móviles de la Revolución de Mayo en protagonistas como Don Cornelio Saavedra o el Padre Chorroarín y en la interpretación posterior de otros patriotas que tuvieron relevancia tanto en aquellos hechos como en la Declaración de la Independencia. Me refiero a próceres de pensamiento tradicional y católico como Don Tomás Manuel de Anchorena o el Padre Castañeda .
Quienes quisieron desviar la Revolución de Mayo de ese camino, como Moreno o Castelli – instaurando un terrorismo jacobino, propiciando o tolerando el libertinaje y la impiedad religiosa, negando los derechos de las provincias, cediendo a las pretensiones británicas – fueron apartados sin contemplaciones. Es lo que se desprende del epistolario de Don Cornelio Saavedra. En carta a Chiclana del 15 de enero de 1811, decía el Presidente de la Primera Junta: “El sistema robesperriano que se quería adoptar (…), la imitación de revolución francesa que intentaba tener por modelo gracias a Dios que han desaparecido (…). Los pueblos deben comprender ya que la Ley y la Justicia son únicamente las reglas que dominan: que las pasiones, los odios y particulares intereses eran (…) diametralmente opuestas al ejercicio de las virtudes”. Por su parte, en carta a Viamonte del 17 de junio de 1811 sostenía: “¿Consiste la felicidad general en adoptar la más grosera e impolítica democracia?”- es decir, no una sana aplicación del “principio democrático”, sino una democracia relativista y demagógica – “¿Consiste en que los hombres hagan impunemente lo que su capricho o ambición les sugiere? ¿Consiste en atropellar a todo europeo, apoderarse de sus bienes, matarlo, acabarlo y exterminarlo? ¿Consiste en llevar adelante el sistema de terror que principió a asomar? “– como sucedió con el fusilamiento de Liniers o las tropelías cometidas por los hombres de Castelli en el Alto Perú- “¿Consiste en la libertad de religión?”, es decir en el indiferentismo y el secularismo. “ Si en eso consiste la felicidad general, desde luego confieso que ni la actual Junta provisoria, ni su presidente tratan de ella; y lo que más añado que tampoco tratarán mientras les dure el mando”.

La Revolución de Mayo desembocó finalmente – luego de seis difíciles años – en la Declaración de la Independencia.
Fueron la religión, el orden, la justicia, la tradición, las libertades concretas, los valores que presidieron a los más esclarecidos de nuestros patriotas. No el laicismo, el igualitarismo, el espíritu revolucionario o las “libertades de perdición”, como llamarían los Papas del siglo XIX a los falsos derechos surgidos de las revoluciones liberales – y que encandilaban a la facción “ilustrada” del bando patriota-. Con justa razón afirmaba en 1819 el Padre Castañeda – uno de los líderes de nuestra Independencia –: “no nos emancipemos con deshonor como rebeldes, forajidos y ladrones, sino con el honor correspondiente a los que hemos sido hijos y vasallos de la corona. Motivos hay muy justos para separarnos, sobran las razones para la emancipación: la ley natural, el derecho de gentes, la política, y la circunstancias todas nos favorecen (…) La piadosa América cuando determina emanciparse no es sino para renovar su juventud como la del águila, (…) para ser el emporio de la virtud, el templo de la justicia, el centro de la religión y el ´non plus ultra´ de la hidalguía, de la nobleza, de la generosidad y de todas las virtudes cívicas”.
Es nuestro deber como cristianos y como argentinos no dejar que nos falsifiquen la historia, que nos roben la memoria colectiva, que nos oculten el ejemplo de nuestros arquetipos. Los Padres de la Patria independiente nos han marcado el camino. Forjar una Nación justa, una Nación libre, una Nación cristiana., fieles a los principios de la Hispanidad Tenemos fueros limpios. Seamos fieles a esa herencia

Fernando Romero Moreno
Abogado (UNR) Profesor Superior Universitario en Abogacía (UCA) Miembro del Equipo Coordinador de la Licenciatura en Organización y Gestión Educativa (Escuela de Educación de la Universidad Austral – Sede Rosario) Profesor en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Austral – Sede Rosario Director de Estudios del Colegio Los Arroyos (APDES – Rosario) Secretario del Centro de Estudios Universitarios del Rosario (CEUR) 

* Artículo publicado en la Revista “Ahora Información” (Comunión Tradicionalista Carlista), Nº 105, Julio- Agosto de 2010, con el título “Bicentenario de Mayo: explicación desde el otro lado del Océano”

domingo, 4 de marzo de 2012

LA PATRIA DESGARRADA


La República Oriental en las últimas décadas del siglo XX, fue escenario de la aparición de planteos críticos en contra de la “historia oficial” aceptada como dogma de fe en cuanto a que la Independencia de esta Banda  fue “reconocida por la Convención Preliminar de Paz el 27 de agosto de 1828”. Ésta sería según la línea dominante en la historiografía uruguaya: la coronación de un camino de “predestinación” de los Orientales “y no un hecho fortuito de la diplomacia y menos todavía una fórmula artificiosa”.
                              
La cosmovisión balcanizadora afirmada a finales del siglo XIX mostrando un Artigas separatista se sumaba al planteo que veía en Juan Manuel de Rosas un enemigo de los Orientales y al Presidente General Manuel Oribe un sicario del mal apodado “Tirano” de Palermo de San Benito. Esta fue la visión totalizadora que se impartió en los centros de enseñanza. Desde hace unos años respondieron a esa “historia ad usum delphinis” con una visión  revisionista de la Patria Grande el hoy fallecido Carlos Real de Azúa y Guillermo Vázquez Franco, entre otros historiadores con los que formaron un haz junto a las plumas de la Banda Occidental.
                    
Con alborozo, cuando se están cumpliendo 185  años de las Leyes de San Fernando de la Florida, escuchamos al Canciller Oriental Don Luis Almagro señalar que el verdadero sentido las leyes del 25 de agosto de 1825 “era pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata”. A ello agregó, con justeza histórica, (nobleza obliga reconocerlo) “que se trataba de un acto de identidad local en el marco de un proyecto regional amplio y generoso”. Ciñéndose a la verdad, expresó con contundencia: “La historia escrita hará primar la idea de independencia como factor diferenciador, pues la Banda Oriental debió seguir el rumbo que le imponían los tratados internacionales. Era el destino elegido por otros y no el forjado en los campos de batalla”.
      
El muy buen discurso que, como se ha señalado, no registra antecedentes en un acto oficial, fue objeto de observaciones poco convincentes. Tal el artículo que envió a la revista “Búsqueda” el  ex Presidente uruguayo Dr. Julio M. Sanguinetti, publicado el 9 de septiembre, y en el que expresa refiriéndose a las Instrucciones de 1813: “nuestro proyecto era el de confederación (alianza de soberanos) y no un Estado federal (soberanía única con autonomías relativas)”. Tal afirmación se ve desmentida por Francisco Bauzá cuando en el tomo III de su obra “Historia de la Dominación…, etc.” estampa que Artigas “estatuía la Confederación de la B. Oriental como paso preliminar al establecimiento de un gobierno común…” Poco más adelante el Dr. Sanguinetti escribe, en referencia a Inglaterra, que ésta “sólo procuraba la  paz para comerciar”. Las afirmaciones expuestas por el articulista, sumadas a otras que no podemos transcribir por su extensión, exigen que buscando la verdad histórica entremos en la liza. Veamos.
                       
Nuestra Independencia nació desconociendo un proceso que fue de fidelidad al tronco y los ancestros, manteniéndonos dentro de la Ecumene del Plata, expresión geopolítica cuya ruptura fue crimen de Lesa Patria. Descuartizamiento que Inglaterra propugnó forjando la siniestra red de la que resultó la Convención Preliminar de agosto de 1828, rubricada en Río de Janeiro. Allí estaba, en las sombras, John  Ponsomby, el maquiavélico “mediador” que amputó nuestro territorio negándole ser uno en la argentinidad. Vocación nacida con el alumbramiento de estas regiones en tiempos de los Reinos de Indias con el César Carlos I de las Españas  y NO de Coloniaje materialista como se ha afirmado con sentido equívoco. Unidad a la que jamás había imaginado renunciar.
                      
Un ejemplo notorio lo encontramos con  Artigas, quien marcó claramente su disposición en la reunión de Tres Cruces, el 5 de abril de 1813, en momentos de designar los diputados que lo representarían en Buenos Aires. Muy clara fue su expresión en un párrafo destacado de su discurso: “ni por asomo la separación nacional”, sentimiento que reiteraría varias veces en 1815. Una de ellas a Nicolás Herrera, ministro de Carlos María de Alvear, y poco después, a Blas Pico y José Rivarola, enviados del  Director Supremo Álvarez Thomas cuando otra vez dijo NO a la  Independencia de la Provincia Oriental propuesta por los delegados de la jerarquía Directorial.
                              
Con empecinamiento notable (permítaseme la expresión) mantuvo el planteo en los treinta años de su ostracismo paraguayo. A este respecto —como muy bien señala Vázquez Franco— cuando en una especie de reportaje se le preguntó por qué no volvía a su Patria independiente, el anciano Caudillo contestó: “Yo ya no tengo Patria”. Rechazaba de esta manera con fuerza, a la Convención anglófila  y pese a que los dados estaban echados (corría 1845 año de las agresiones del imperialismo franco británico) para el otrora Protector, la Patria era Una, Grande y Libre, la misma que años antes fuera el Reino del Río de la Plata.  Con esa afirmación desconocía la amputación mediatizadora. Tan notable era su repudio al engendro inglés, así como su visión estratégica, que no aceptó el ofrecimiento de Carlos Antonio López para comandar el ejército paraguayo en la guerra contra Don Juan Manuel de Rosas que preparaba Asunción, haciendo torpe juego a los Braganza. Con sangre pagarían  los paraguayos años  después desconocer la unidad de las tierras y de los hombres siempre presentes en la raza, como lo probó “el crimen de la Triple Alianza” de Britania, Mauá, Rotschild y sus sicarios Venancio Flores, Bartolomé Mitre y Pedro II.
                        
Pero continuemos el relato lineal luego que de la escena política desapareciera Artigas en 1820. Así, el intento de 1823 contra el usurpador brasileño. Sublevación que fracasó ante la negativa de apoyo expresada por el Bernardino Rivadavia justo en el instante en que el Cabildo de Montevideo, con fecha 29 de octubre, había declarado por enésima vez, su decisión irrevocable de Unidad Platense. En los dos años siguientes se preparó la reivindicación de la filiación oriental. Juan Antonio Lavalleja fue el jefe en la “Quijotesca empresa” (Busaniche dixit) contando con el apoyo de Tomás Manuel de Anchorena y de Juan Manuel de Rosas, quien relatará en 1868: “Recuerdo al fijarme en los sucesos de la Banda Oriental la parte que tuve en la empresa de los Treinta y Tres… procedí en un todo de acuerdo con el Ilustre General Don Juan Antonio Lavalleja y fui yo quien facilitó gran parte del dinero para la empresa…” En este sentido se expresa el citado historiador Busaniche: “Rosas, como hombre no sospechado por los brasileños había estado en Santa Fe y Entre Ríos interesando a Estanislao López y a León Solá. Llevando cartas de Lavalleja a los hermanos Oribe cruzó la campaña Oriental con el pretexto de adquirir campos en la zona del Bequeló, pero en realidad para establecer las bases de la insurrección...” Ella dio comienzo el 19 de abril de 1825 con el desembarco en la Playa de la Agraciada acompañando el manifiesto que decía: “Argentinos orientales: Las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran Nación Argentina de que sois parte tiene gran interés en que seáis libres”.
                    
Dos meses después la Cruzada matrera establecía su gobierno en San Fernando de la Florida y llamaba a los Cabildos de la Provincia para que enviaran delegados “con poderes con el fin de decidir la reincorporación”. Ésta se proclamó el 25 de agosto con la ley que expresa claramente: “La Sala de Representantes… declara que su voto general constante y solemne es y debe ser por la unidad con las demás Provincias Argentinas a las que  siempre perteneció por los lazos más sagrados que el mundo conoce…” Y luego volvió a resonar la tradición en la voz del Brigadier General Juan Antonio Lavalleja dirigiéndose a las ciudades con Cabildo: “¡Pueblos! Ya están cumplidos vuestros más ardientes anhelos; ya estamos incorporados a la Nación Argentina…” La Guerra con el Imperio de Pedro I se presentó  como preocupante situación para el interés británico que creyó posible una victoria de las Provincias Unidas del Plata. Por eso hizo su aparición en Buenos Aires el altanero y donjuanesco John Ponsomby, Barón de Imokilly, como “mediador”  pero en realidad para segregar la estratégica Provincia Oriental. El plan había sido esbozado por Canning, quien le manifestara al enviado inglés el 28 de mayo de 1826: “Arroje cualquiera el más rápido vistazo sobre el mapa y verá que el comercio de todo el antiguo Virreinato de Buenos Aires y todas las tierras vecinas hasta la cordillera dependen para salir al mar de la libre navegación del Plata y que cualquiera que se adueñe de la Banda Oriental y Montevideo puede abrir o cerrar a los otros el Río de la Plata” (L. A. de Herrera: “La Misión Ponsomby”, Eudeba, 1974).
                     
Cortar el nudo gordiano era, según Canning: “Que la ciudad y territorio de Montevideo se hicieran independientes de cualquier país en una situación semejante a las de la ciudades hanseáticas de Europa” (Herrera: “La Misión…”, etc.). Toda la diplomacia del inglés, con sus dobles agentes “el bribón” (San Martín dixit) Manuel José García y el psicofante Pedro Trápani (socio comercial de Ponsomby), se volcó a preparar la segregación Oriental. No teníamos otro destino que el señalado a Bremen y Hamburgo para el Báltico o el de Gibraltar para el Mediterráneo. A  los problemas de la Patria se agregaron las maniobras financieras de los comerciantes ingleses y los metecos criollos manejando las libras del usurario préstamo que Rivadavia contrajera con el Baring Brothers Bank. Todo desembocó en la insolvencia, la inflación y el curso forzoso.
                   
Algo similar sucedía en el Brasil enfeudado a  los préstamos de la Banca Rotschild. En medio de los enjuagues delictivos, Rivadavia —sedicente Jefe del Ejecutivo— le decía a Ponsomby lo que éste informaba a Canning en Octubre de 1826: “Está convencido que la Paz es necesaria y que tal vez sea mejor que la Banda Oriental sea separada…” La coacción era el arma que el Foreing Office utilizaba cada vez con mayor fuerza. Y llegó a la impúdica amenaza. El Vizconde de Itaboyana, embajador del Imperio en Londres, hacía conocer sin eufemismos su reunión con Canning: “Me intimidó que si el Brasil no hacía la Paz con Buenos Aires, es decir que si no cede la Banda Oriental, Inglaterra se declararía a favor de Buenos Aires y contra Brasil…” Mientras, en estas latitudes, Ponsomby, en un alarde de cínica franqueza, le espetaba a Roxas y Patrón, Secretario de Relaciones de las Provincias Unidas: “Europa no consentirá nunca que sólo dos Estados, el Brasil y Argentina sean dueños de las costas orientales de América del Sur” (Herrera, op. cit.).
                         
Mientras así se continuaba la “negociación “el gabinete de Buenos Aires intentó una nueva acción. Así le dice a sus delegados Guido y Balcarce en nota RESERVADA el 26 de julio de 1828: “…el gobierno cree que las últimas ocurrencias con motivo de los tumultos de las tropas extranjeras, los avances de la expedición del norte que hace su movimiento sobre Río Pardo que amenazará a Porto Alegre y que aumentando nuestra fuerza naval a órdenes del  Almirante Brown lo ponen en la necesidad de separarse de toda idea cuya tendencia sea la absoluta independencia de la Banda Oriental y formación de un Estado Nuevo…” A lo que los generales Guido y Balcarce contestan torpedeando las consideraciones llegadas con la firma del General José Rondeau. Así decían: “Finalmente la base de independencia absoluta libra a la República Argentina de una guerra doméstica con la Provincia Oriental y la libra con honor y provecho de ambas, pues ahora no es la Provincia de Montevideo la que lo exige, ni la República Argentina la que difiere su solicitud, sino LA DE UN PODER TERCERO QUE TIENE POSESIÓN Y DERECHOS PROBABLES QUE HACER VALER, FUERZA QUE APOYARLOS Y TÍTULOS EN SU MISMO DESPRENDIMIENTO, CON QUE ALGÚN DÍA ENAJENARÍA TAL VEZ LA AFECCIÓN DE LOS ORIENTALES EN PERJUICIO DE LA ARGENTINA COLOCÁNDOLA EN MAL PUNTO DE VISTA CON ELLOS MISMOS POR LA LIBERALIDAD CON QUE CARACTERIZARÍAN LA RESISTENCIA INESPERADA DE LA ARGENTINA A FORMAR DE LA ORIENTAL UN ESTADO INDEPENDIENTE” (Ernesto Quesada: “Archivo de la Familia Guido”) (resaltados nuestros).
                        
Es indignante el entreguismo de los comisionados. Finalmente se cumple el objetivo inglés con la firma de la Convención Preliminar de Paz, el 27 de agosto de 1828. Nada importaba la sangre derramada en Rincón, Sarandí, Juncal, Camacuá, Ituzaingó y en la conquista de las Misiones Orientales, episodio que había jaqueado al Imperio haciendo temblar a Pedro I. El General Fructuoso Rivera, que encabezó victoriosamente esa fulgurante campaña, mostró su indignación y así escribía a su amigo Gregorio Espinosa: “¡Qué gloria se han robado a la República Argentina!… Algún día saldrán los pueblos del letargo en que los tiene sumidos la embriaguez de una paz, la más ominosa y que jamás se podrá hacer otra cosa igual por mucho que se trabaje en imitarla…”, agregando: “Se corre precipitadamente a la Corte del Janeiro a ofrecer una paz humillante para el vencedor…”
                    
Fenecía la tercera década del siglo XIX. Ayacucho ya era historia y el heroico Brigadier Pedro Antonio de  Olañeta caía asesinado en el Alto Perú cuando continuaba la lucha para impedir que el Imperio de Isabel y Fernando, los Católicos Reyes del Yugo y las Flechas, cayese en manos de los mercaderes del Támesis.
                 
Era el formidable Sacro Imperio Romano Hispánico que, extendiéndose desde California hasta la Antártida, resistiendo durante trescientos años los ataques del enemigo, se hundía para convertirse en veinte republiquetas balcanizadas orbitando en el Imperio Británico. En el derrumbe, asimismo, nuestro Río de la Plata con Montevideo y la Banda Oriental serían convertidos por más de un siglo, en factoría informal de la City londinense, “Ad maiorem Gloriam Britania”.

                  
Luis Alfredo Andregnette Capurro
                                     

Tomado de:  http://elblogdecabildo.blogspot.com/2010/10/rioplatenses.html