Por: Iris Speroni
El 11 de agosto EL MANIFIESTO
publicó “La Espada” de Sertorio, autor por quien siento
admiración y respeto. Sin embargo, mi visión sobre el proceso que nosotros los
americanos, denominamos “La Independencia” y que los españoles peninsulares
ven, con justa razón, como el desmoronamiento de un Imperio, necesariamente
discrepa.
Debo aclarar que mi opinión es la
mayoritaria, con matices, entre todos los historiadores profesionales y
aficionados argentinos. Aquellos que añoran el dominio español son pocos y no
muy bien vistos. En general, estamos muy orgullosos de nuestra gesta
emancipadora del tirano Borbón.
Discrepo en la importancia dada a
la injerencia inglesa en general y la influencia que pudo llegar a tener la
Leyenda Negra en particular. Se denomina así a la propaganda creada por
Inglaterra y Holanda, mayormente para uso interno, con poco asidero fáctico.
Resultaba poco creíble para quienes vivían en América a finales del siglo XVIII
y principios del siglo XIX, quienes sí tenían bien en claro cómo eran las
relaciones con indígenas, negros, mulatos, mestizos y zainos en esos tiempos.
Gente pragmática que jamás compraría fantasías insustanciales. Esta fábula,
como todo lo whig, fue retomada por el marxismo, el cual nunca
se caracterizó en ser apegado a los hechos. En Argentina, la Leyenda Negra
entró en circulación a partir de la segunda mitad del siglo XX de la mano de
intelectuales universitarios de izquierdas. La acompañan con una Segunda
Leyenda Negra sobre la Conquista de la Patagonia (Conquista del
Desierto).
La Guerra por la Independencia
fue una guerra civil. De español contra español. La divisoria de aguas era si
se renovaba la lealtad al monarca o no, luego de la vergonzosa abdicación ante
Napoleón. Los sustentos ideológicos principales fueron la teoría de la
reversión de la soberanía al pueblo del padre jesuita Francisco Suárez y los
iluministas franceses. Recomiendo la obra de José Carlos Chiaramonte, "Ciudades,
provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)",
Editorial Ariel, Buenos Aires, 1997.
¿Por qué nos quisimos
divorciar de los Borbones?
Voy a hablar únicamente por el
Virreinato del Río de la Plata. Mi conocimiento de Bolívar es mínimo por lo que
me limitaré a lo que me apasiona que es la historia de mi Patria. Nosotros,
quienes admiramos a los Generales Don José de San Martín, Martín Miguel de
Güemes y al Almirante Guillermo Brown miramos con cortesía y cierta
condescendencia al prócer de Colombia y Venezuela. Prosigo.
El final de la Casa de los
Austrias fue trágico para América. Las reformas que implementó Carlos III -
que, convengamos, fue el mejor de todos los Borbones - fueron devastadoras para
los españoles en América. Enumeraré los errores principales:
- Apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Fue
costoso para los reinos de Francia y España. Para Francia, significó la
bancarrota y finalmente la pérdida del trono. Para España, una sangría de
dinero que solventó América, reforma impositiva mediante.
- El decreto real que diferencia a los españoles
nacidos en América y en la Península. Durante los Austrias, los
súbditos nacidos en América tenían la misma jerarquía que los nacidos en
Europa. Era razonable. Los servidores reales desarrollaban una carrera
burocrática en diferentes ciudades del Imperio. Ejemplo: cuatro años en
Manila, cuatro en El Callao, cuatro en Cartagena de Indias y así. Eran
hombres casados cuyos niños nacían en el camino. Muchos, de adultos,
entraban al servicio del Rey como sus padres. La incomprensible decisión
de Carlos III dejaba fuera de la carrera profesional a decenas de miles
nacidos a donde el Rey había enviado a sus padres. En términos modernos
equivaldría a negarle a los hijos de un ejecutivo de una multinacional
nacido azarosamente en Singapur poder ingresar a una universidad de la Ivy
League y luego hacer carrera en Wall Street.
- La expulsión de los jesuitas. Creo que
ésta es la más fuerte de todas. Los jesuitas formaron a la mayoría de las
élites españolas en América. Pusieron el cuerpo en la colonización de
enormes áreas, los peores lugares a donde el resto no quería ir. Si el Rey
le dio la espalda a quien le fue tan fiel (según ojos americanos), ¿por
qué no lo haría con el resto de sus fieles súbditos? Más aún cuando, se
supuso, fue una decisión tomada por pedido del Borbón francés.
El Virreinato del Río de la
Plata
La historia nuestra es
particular, respecto a otros virreinatos. Para empezar, éramos pobres -
comparados con Manila, Nueva España o Perú -.
Parte del territorio del
Virreinato estaba bajo la administración de los jesuitas sin perjuicio de las
concesiones a muchas otras órdenes religiosas y a particulares. Especial
mención las Misiones Jesuíticas Guaraníticas, al Noreste de la hoy Argentina.
Eran una barrera de contención contra los intentos imperiales de Portugal. Al
punto que el Rey dio dispensa legal para armar y entrenar a los indios
guaraníes —cosa prohibida—, quienes derrotaron una voluminosa expedición
portuguesa (Guerra Guaranítica 1754-1756). Así mismo administraban amplias
extensiones en Córdoba y Salta, colegios secundarios y universidades en Córdoba
y en el Alto Perú.
La expulsión de los jesuitas fue
avisada con antelación al rey de Portugal quien preparó una invasión luego de
que la decisión real fuera efectiva. El Imperio de Brasil se apoderó de
kilómetros cuadrados que hoy integran el sur de ese país (actualmente Río
Grande del Sur), además de apresar miles de guaraníes como esclavos y matar
otros tantos. Dicho de otra forma: el rey abandonó a sus súbditos a manos de un
imperio extranjero. Porque antes, cuando los Austrias, los guaraníes eran súbditos
que merecían la protección real (remito al testamento de Isabel la Católica).
En 1806 una flota militar
británica toma Ciudad del Cabo al sur de África luego de una batalla
encarnizada en la cual miles de boers perecieron. Luego de
aprovisionarse zarpa para la desembocadura del Río de la Plata. El virrey
abandonó la ciudad con el fin de proteger el tesoro (no está mal). La tropa
real era escasa y no pudo defender la plaza la cual cayó rápidamente ante el
invasor. El comportamiento inglés fue nefasto. Pillaje en conventos, iglesias,
comercios y casas de familia, violaciones de mujeres, vejación de monjas de
clausura. Lo usual. Tras 47 días de violencia y abusos, tropas venidas del
interior junto a civiles armados retomaron la ciudad con un alto costo en
sangre. Lo llamamos La Reconquista. Las banderas apoderadas al 71º Regimiento
de Highlanders son exhibidas desde entonces hasta la actualidad en la Basílica
de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, de la orden
dominica, en Buenos Aires.
Existe una segunda invasión en
1807, El lapso entre ambas expediciones fue empleado por los porteños para
entrenar milicias civiles y pertrecharse. La rendición de los ingleses tras el
segundo desembarco fue inmediata.
Estos hechos aunados conforman en
la población la convicción de que al rey no le importa la protección de sus
súbditos, única obligación de un monarca absoluto.
La invasión de la Península
por el ejército napoleónico
¿Qué puede esperar un pueblo de
un rey que deja ingresar a su territorio a un ejército extranjero y de tal
forma poner el patrimonio y la vida de sus súbditos y la virtud de sus súbditas
a riesgo? ¿Qué clase de persona es? ¿Por qué alguien querría ser vasallo de un
monstruo traidor semejante?
El gobierno de Cádiz a partir de
1808 más la resistencia que duró seis años fueron financiados desde América, en
particular desde el Perú. Uno a uno los virreinatos decidieron autogobernarse
mientras el Rey estuviera en Valençay, con excepción de Perú que respondía a la
Junta de Cádiz.
Fernando VII, reinstaurado al
trono por potencias extranjeras, se negó a jurar la Constitución de 1812.
Ordenó fusilar a quienes se lo pedían, a pesar de haber cuidado el reino en su
nombre y resistido al invasor, cosa que él no hizo. Mandó ejércitos a América a
recuperar su territorio. Resistimos, cual aldea de Astérix, las Provincias
Unidas del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. También Asunción (la cual
se había emancipado en 1810). Hasta Montevideo había caído.
La Independencia de las
Provincias del Río de la Plata se declara en 1816. Fue luego de largas
negociaciones entre nuestra máxima autoridad Don Juan Martín de Pueyrredón y el
embajador del rey. Nuestra única exigencia para renovar la lealtad era que
Fernando VII aceptara la Constitución de Cádiz. Meses se demoró la Declaración
de la Independencia a la espera de estas tratativas. El rey no dio el brazo a
torcer. Nosotros nos divorciamos el 9 de julio de 1816 de la Corona Española y
diez días después de toda potencia extranjera.
Nos peleamos con el ejército
realista durante diez años. En la frontera norte, en el Río de la Plata
(Batalla de Montevideo). El Ejército de los Andes liberó Chile y Perú.
Guerreamos contra los portugueses (a quienes les ganamos en Ituzaingó y Carmen
de Patagones), rechazamos invasiones francesas e inglesas que bloquearon el Río
de la Plata intermitentemente durante dos décadas.
Estamos orgullosos de nuestra
herencia católica, de nuestro idioma y de nuestro acervo todo. Nuestra
constitución reza: “Artículo 2º.- El Gobierno federal sostiene el culto
católico apostólico romano”. Su preámbulo “....invocando la protección de Dios,
fuente de toda razón y justicia…”. Y no hace falta enumerar las contribuciones
argentinas a la lengua castellana en los últimos doscientos años.
Nos hemos peleado con los
ingleses todas las veces que fue necesario y lo volveremos hacer hasta
recuperar nuestras Islas Malvinas.
Creo que los historiadores
modernos españoles recargan las tintas sobre los ingleses porque es
autoexculpatorio. Es fácil echarle la culpa de todos los pesares a los ingleses
y hacer la vista gorda a los errores propios. “El imperio no se desmoronó por
los Borbones, sino porque Gran Bretaña es mala”. Muy fácil.
¿Quiso Inglaterra medrar con el
Imperio Español? Seguro que sí. ¿Aprovechó las luchas civiles americanas? Sí.
¿Trató que América fuera su mercado luego de perder Estados Unidos? Sí.
¿Contribuyó a la Revolución francesa? Probablemente. Eso no quiere decir que
hayan podido hacer mucho. No pusieron ni plata ni hombres ni dinero, excepto en
situaciones marginales (Cochrane en Chile y con plata chilena). Sí tuvimos
contribución por parte de oficiales napoleónicos en el exilio, pero eso es otra
historia. La Independencia fue financiada por nosotros, bañada con nuestra
sangre, por decisión nuestra. Porque creímos y creemos que cualquier suerte es
mejor que estar bajo un Borbón.
Nos habrá ido bien, mal o
regular, pero estamos orgullosos de nuestra costosa elección. Subo la apuesta:
Argentina volverá a crecer y ser una nación orgullosa bajo la faz de la tierra.
Seremos, una vez más, el refugio de todo cristiano, quienes serán perseguidos
en Europa cuando ésta caiga indefectiblemente en el paganismo si continúa el
actual derrotero.
Porque así, ahora como antes,
seremos un lugar de resistencia, integrado por hombres y mujeres bravos.
En cuanto a España, no soy yo
quien para decir qué está bien o mal. Pero a Fernando VII debieron decapitarlo
cuando volvió. La Casa de Borbón ha sido la promotora de la disolución general,
con la pérdida de Florida, Puerto Rico, Cuba y la disgregación actual de la
Península. Cuanto antes se desentiendan de esa gente, mejor.