martes, 20 de mayo de 2014

La Generación Argentina de 1837

Por: Federico Ibarguren

Segunda generación unitaria, se le ha llamado con bastante propiedad a la de los proscriptos de 1837, que se exiliaron del país por propia voluntad en tiempo de Rosas.

Esa generación comprende a los hombres nacidos entre 1806 y 1810, es decir, en el lapso de dos acontecimientos capitales de la historia argentina: las Invasiones inglesas y la Revolución de mayo.

La generación de 1837 fue educada en los principios rivadavianos del iluminismo, y ello prueba la influencia de  Rivadavia en cuanto a la formación mental de la juventud de aquel tiempo, que crecía y se ilustraba en Buenos Aires. Rivadavia, en efecto, había fundado el colegio de Ciencias Morales, donde se impartía la instrucción a los muchachos pudientes de entonces, enseñándoles los principios de la filosofía utilitaria de Bentham y las doctrinas económicas de Adam Smith. En esa corriente liberal y anti tradicionalista de ideas se formaron los representantes más conspicuos – mal llamados románticos – de la segunda promoción unitaria – porteña o provinciana – entre los que se destacan: Esteban Echeverria, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Jacinto Rodríguez Peña, Félix Frías, Juan Thompson, Carlos Tejedor, Miguel Cané (p), Marcos Sastre, Miguel Estévez Segui, Andrés Lamas, Santiago Viola y Juan Bautista Cuño. Con su repertorio intelectual deformado desde el principio, estos muchachos ambiciosos encontraronse, sin arraigo en lo propiamente histórico, con la anarquía política desatada por la revolución de 1810, llegando a la adolescencia en momentos en que unitarios y federales hacían utópica la unidad del país despedazado por la guerra interna.

En plena lucha fratricida hasta bien entrada la década del 30’ del siglo pasado, Argentina vivió conmovida por los golpes de Estado, anarquia, cambios de gobierno, asesinatos políticos, miserias económicas de pueblos invadidos y saqueados. Por eso, los europeizados jóvenes “mayos” – con Alberdi y Echeverria por mentores – adoptaron, al margen de los dos partidos criollos, una postura teórica que pretendía ser intelectualmente equidistante: ni unitarios ni federales,  o sea una especie de eclecticismo pacifista imposible de sostener en 1837.

Desde la revolución de Lavalle que derrocó al gobernador Dorrego, siendo fusilado por aquel jefe militar en Navarro, agudizariase la violencia reciproca de las facciones en el país, generando un estado de caos permanente, que se fue generalizando hasta hacerse crónico, antes de subir Rosas al poder.

Es entonces, en 1830, cuando llegan de Francia las recetas revolucionarias del movimiento romántico – que reaccionó contra el iluminismo jacobino finisecular – y los muchachos criollos de apenas 20 años de edad fueron conmovidos a fondo por las novedades doctrinales que venían del viejo mundo. Afrancesados por educación en las aulas porteñas, ellos quedaron imantados bien pronto con la literatura germano-gala del romanticismo recién nacido, que hizo estragos en sus frágiles almas inmaduras, en disidencia con la cruenta realidad nacional.

Uno de los representantes de aquella generación del 37’ es don Vicente Fidel Lopez – el primer historiador argentino importante – quien con bello estilo literario nos relata lo siguiente en su conocida autobiografía: “nadie hoy es capaz de hacerse una idea del sacudimiento moral que este suceso produjo en la juventud argentina que cursaba en las aulas universitarias.  No se cómo se produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se había oído mencionar hasta entonces”  las obras de Cousin, Michellet, Villiemain, George Sand, Balzac, Saint Beuve, Víctor Hugo; Dumas, Mme. Stael y Chateaubriand “…andaban en nuestras manos produciendo una novelería fantástica de ideas y de predicas sobre escuelas y autores románticos,  clásicos ecléticos, santsimonianos…"

El maestro de esa urbana elite de fraque, europeizante, desubicada, utópica – la cual provocaría en 1938, aliada al extranjero, la lucha de clases en el país, sin darse cuenta cabal de sus graves consecuencias sociológicas – era el medico Don Diego Alcorta, participante activo – como opositor a Rosas – en las jornadas parlamentarias del crítico año 1832. “Nosotros – recuerda retrospectivamente Lopez – les seguíamos con un ardor de partidarios decididos, aplaudiendo desde la barra, tomando parte de la bulla: por dos veces nos hicimos echar afuera.”

De esa ingenua, pueril devoción romántica por las teorías en boga y los libros foráneos surgirá en 1837 el Salón Literario, por inspiración personal del montevideano comerciante Marcos Sastre. A cuya provechosa iniciativa, por lo demás, adhirieron de inmediato Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Juan Thompson, Esteban  Echeverría y  “cuarenta o cincuenta socios más” (sic). Del referido circulo selecto de “intelectuales” – o comité ideológico en embrión – nacerá el primer plantel constitutivo de nuestra hoy celebre asociación de Mayo: “especie de carbonarismo – como la define Horacio J. Noboa Sumarraga en las sociedades porteñas y su acción revolucionaria,  Buenos Aires, editorial Colombo, año 1939 – que se ramificó por las principales ciudades del interior del país

Hispanofobia: Tal fue el pensamiento motor de la generación de los “mayos” – sus más conspicuos integrantes así se autodenominaban con pedantesca vanidad propagandística - ¿Acaso creyendo – acertado mesianismo -  que serían los profetas de una nueva sociedad sistematizada; los apóstoles de la legalidad plutocrática en el insconstituido e inmenso territorio argentino independiente, a la sazón y en luchas civiles de 1810? Lo creyeron con toda el alma, y el destino – que otros aprovecharían – terminó canonizando esas audaces visiones “racionalistas”

La democracia sin pueblo ni herencias, el fanatismo científico, parecían ser su meta institucional ahora, en remplazo del ya viejo e ingenuo planteo de la segunda década –girondino y/o borbonizante – idolatría laica pasada de moda, cuyos sumos sacerdotes fueron: Monteagudo, Rivadavia, Agüero, Juan Cruz Varela, Del Carril, Valentín Gómez y demás epígonos menores de ese centralista partido porteño. Porque, al fin y al cabo, el irreconciliable odio abstracto a Juan Manuel de Rosas – razón de ser de la asociación de mayo a poco de estallar el conflicto armado entre la Confederación Argentina y Francia – no acusó in illio tempore otra raíz filosófica profunda que la que antecede, a saber: Hispanofobia pura…

Atiborrada de autores extranjeros, franceses sobre todo, creyendo que la “Civilización” estaba en el progreso material de que adolecía España y la “Barbarie” en el catolicismo de nuestros antepasados y en la Iglesia  de Roma, la segunda promoción unitaria de 1837 vivía fuera de la realidad argentina, fanatizada con indigeridas lecturas de literatos de moda, como Lamennais, Lerminier, Lacordaire, Cousin, Michelet, Villemain, Saint Simon, George Sand, Balzac, Saint Beuve, Víctor Hugo, Dumas, madame Stael yChateubrian, entre otros. Eran, así, fácil presa de los acontecimientos, y terminaron aliándose con el almirante Leblanc, descontando su victoria cuando el bloqueo de Buenos Aires contra Rosas, a quien, por lo demás, abominaban íntimamente por “retrogrado”  y oscurantista”. Sin embargo, en el primer momento lo alabaron por las dudas, como se desprende de esta página elogiosa de Alberdi “Para el Resturados de las Leyes”, inserta en un interesante trabajo juvenil titulado “Fragmento preliminar al estudio del derecho”, que publicó el talentoso tucumano en 1837: “nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos (sic) una fuerte intuición de estas verdades, a la vista de su profundo instinto antipático contra las teorías exóticas. Desnudo de las preocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es advertido desde luego por su razón espontanea, de no se que de impotente, de incapaz, de inconducente,  existía en los medios de gobierno practicados precedentemente en nuestro país; que estos medios importados y desnudos de toda originalidad nacional, no podían tener aplicación en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían notablemente de aquellas a que debían su origen exótico, que por tanto un “sistema propia” nos era indispensable”.

Alberdi, como se ve, antes de exiliarse ponderó a Rosas (“persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos”) sin darse cuenta de lo incompatible que resultaba el elogio al dictador tradicionalista porteño, con la doctrina rivadaviana del iluminismo, aprendida por aquel en el Colegio de Ciencias Morales; la cual doctrina, pese a la influencia de Lerminier  -según ya lo señaló el profesor Coriolano Alberini-, hacía del neorromántico criollo un iluminista en los fines, siendo solamente historicista postizo en los medios.

El historiador Jose Maria Rosa, en su libro “Nos los representantes del pueblo”, Buenos Aires, ediciones Theoria, año 1955, al referirse a Juan María Gutiérrez –íntimo amigo de Alberdi y representante conspicuo de la generación del 37-, escribe este acertado juicio de valor sobre el personaje, que yo comparto: “había crecido y se había educado en los tiempos rivadavianos, donde la cantinela <Europa>, <Progreso>, <Civilización>, se repetía hasta el cansancio, como base imprescindible para administrar las <Ciencias Morales> a los jóvenes criollos. Aprendió con Bentham que lo bueno era lo útil, con Condillac que el hombre era un ser de sensaciones, y con Benjamin Constat  que las constituciones son una panacea que curan los males y logran la felicidad de los pueblos. De esa educación le quedo como resabio una mezcla de antiespañolismo, ateísmo y fe absoluta en el progreso indefinido; conjunto que él llamaba <Civilización> y lo oponía a la <Barbarie>. Después estudió matemáticas hasta recibir el título de agrimensor. Conoció a través de ellas un mundo ideal en que todo era perfecto, como la republica soñada por el señor Rivadavia. No tenía definida vocación por los números, y después de conseguir un cargo técnico en el Departamento Topográfico se matriculó en la Facultad de Derecho, la carrera de todos. Tampoco le gustaba la jurisprudencia, pero no se sentía con fuerzas para prescindir del título de doctor. Distrajo su aburrimiento en las clases de Casagemas o de Diego Alcorta componiendo <Cantos épicos> de corte clásico; hasta llego a pergeñar una tragedia en cinco actos, felizmente inconclusa, en versos endecasílabos, a la manera del Dr. Juan Cruz Varela.”
“Gutiérrez –prosigue Jose Maria Rosa- fue el primero de los discípulos de Echeverria, y hasta superó al maestro como árbitro de la <paquetería> de nuevo cuño: tenia mejor gusto que el precursor y no ofrecía las resistencias de este. Llegó a ser el rey de los <leones> románticos, sus corbatas a lo loco, su capa negra, el género escoces de los pantalones; se atrevió a todo; menos al monóculo. En literatura dejo los largos poemas clásicos, para publicar delicadas <Odas al desamor>, a <una Rosa>, a <un Jazmin>, a <la Aurora>, en la Gazeta y en el Diario de la Tarde. También tomó de Echeverria al aire ausente e incomprendido y rehuyó como este las peñas de café: en cambio frecuentaba los saraos con música de valses, o las animadas conversaciones con señoras y niñas en las calles de tiendas. Gutiérrez arrastró hasta Echeverria a su amigo Juan Thomson, el hijo de Mariquita Sánchez. Mariquita le abriría su salón famoso y su amistad constante. Poco después el tucumano Juan Bautista Alberdi se plegaba al grupo. Y no tardaron las calles del centro en llenarse de pálidos <leones> a géneros escoceses que paseaban con  expresión de sufrimiento sus melenas románticas, largas corbatas negras y el corte de sus capas confeccionadas por Dudignac; se saludaban a grandes sombrerazos cada vez que se topaban y unían a su conversación las frases dificultosamente aprendidas en los libros de Laserre. Los viejos tertulianos de Catalanes o de Marcos los vieron pasar con tristeza, signo indudable de los malos tiempos <de hoy> de tan poca dignidad y hombría. Gutiérrez, que traducía el francés en El museo Americano de Bacle y escribía El Recopilador con Thomson y Echeverria, cuido que las lecturas extranjeras no perjudicaran la pureza de su castellano. Esmerado en escribir, como en hablar y vestirse, sorteó con habilidad los galicismos y puede considerársele, sin disputa, el mejor purista de su generación. No es un elogio por que no mataba puntos altos. Fue más allá de la literatura y, guiado por Alberdi, leyó en lo de Santiago Viola, o en la trastienda de Marcos Sastre, los últimos libros franceses de filosofía y de política. Conoció, sin emocionarse, el historicismo de segunda mano de Lerminier y el santsimonismo, un tanto menguante, de Leroux  y  La reveu enciclopedique. Echeverria, atiborrado sin método durante su larga estadía en Paris, lo acompaño en estas excursiones, donde la presuntuosa suficiencia de Alberdi servía de piloto. La política y el socialismo no eran el fuerte de ambos poetas. Pero si los estudios <serios> no dejaron mayores huellas en Gutiérrez, en cambio Echeverria, tenaz y resuelto, se empeñó en formar sus convicciones filosóficas con ingredientes tomados del santsimonismo, el neocatolicismo de Lamennais, en nacionalismo liberal de Mazzini y algo de romanticismo alemán de Hegel y Herder colado a través de Lerminier: de ese conjunto discorde brotaría, años después, El Dogma Socialista”.

Tomado de "Nuestra tradición histórica", Cap XIX, pags 397 a 403



2 comentarios:

  1. Yo tenia 16 años en plena guerra de Malvinas y tuve la oportunidad de conocerlo a don Federico Ibarguren en una maravillosa charla que dio...ahi me compre "Nuestra Tradicion Historica" de editorial Dictio....hasta me lo autografio. El año anterior habia conocido a don Pepe Rosa y a Don Julio Irazusta...que trio ¿no?

    este es mi modesto blog:

    Yo tenia 16 años en plena guerra de Malvinas y tuve la oportunidad de conocerlo a don Federico Ibarguren en una maravillosa charla que dio...ahi me compre "Nuestra Tradicion Historica" de editorial Dictio....hasta me lo autografio. El año anterior habia conocido a don Pepe Rosa y a Don Julio Irazusta...que trio ¿no?

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    1. Gracias por comentar estimado amigo, realmente un lujo conocer a esos tres grandes del revisionismo historico, creo que ya no quedan maestros de la talla de aquellos -aunque por ahi rondan algunos de sus discípulos que como vos abrevaron de esas fuentes tan nutritivas-, ojala los rosistas actuales podamos seguir manteniendo vivo ese legado.
      Aqui va la direccion de tu Blog para provecho de todos: http://revisionistasdesanmartin.blogspot.com.ar/

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