martes, 27 de octubre de 2015

LA LIBERTAD DE COMERCIO Y EL IMPERIALISMO INGLES*

Por José María Rosa

Desde Utrecht en adelante, España comenzó poco a poco la entrega económica de América. Los "asientos de negros" primero; la abolición de los galeones después; el libre comercio con puertos españoles de 1778 (que significó en realidad la libre introducción de productos franceses, bastando que éstos fueran consignados por comerciantes españoles para lograr entrada franca en América); el comercio con neutrales de 1797; y finalmente la apertura del puerto de Buenos  Aires al comercio inglés en 1809, fueron las etapas de esta caída.

Hay que tener presente, para comprender en toda su trascendencia lo que significó este último acto, las condiciones técnicas y económicas de la industria inglesa en ese año 1809.

Hasta mediados del siglo XVIII, los productos americanos podían competir con los fabricados en Inglaterra, ya que entre ambos no existía mayor diferencia de coste ni de calidad. Pero en la segunda mitad del XVIII se produce en Inglaterra una formidable transformación en su técnica de elaborar: lo que en la historia europea se llama "revolución industrial". Adviene la máquina, que Jorge Watt y Arkwright emplean en los hilados y tejidos; y la zona carbonífera de Inglaterra se puebla de nuevas ciudades industriales: La gran fábrica reemplaza al modesto taller, y el gran capitalismo substituye, en el manejo de las industrias y del comercio, al pequeño capitalismo y a las viejas corporaciones. Comienza, a partir de la segunda mitad del XVIII, la era de la hegemonía industrial, y como consecuencia mercantil y política británica.

La máquina, permitiendo producir más y a menor precio, ha causado todo eso. Inglaterra, de país preponderantemente agropecuario que era en el siglo XVII, llegó a ser la máxima potencia industrial en el XIX. La máquina produce tanto que supera al consumo; el problema de la superproducción (y sus consecuencias: cierre de fábricas, paros forzosos, quiebras, etc.), se presenta por primera vez en la historia, a lo menos con tan graves caracteres. Se hace necesario, imprescindible, encontrar mercados de consumo; y toda la política inglesa girará alrededor de esta cuestión, para ella absolutamente vital.

Pero en vez de encontrar nuevos mercados, una fatalidad histórica hacía que Inglaterra fuera perdiendo los antiguos. En 1783, se encuentra obligada a reconocer la independencia de los Estados Unidos, nación que inicia su vida independiente, encerrándose dentro de una tarifa aduanera protectora de sus industrias incipientes. Y con Napoleón, en 1805, por obra del "bloqueo continental", se le cierran, a su vez, los puertos de Europa.

Así para Inglaterra, se hizo a partir de 1805 cuestión primordial la conquista política o económica de la América latina. Era entonces el único lugar del mundo donde podía colocarse la producción inglesa. En 1806 y 1807 fracasó en sus intentos de conquista política, pero quedó la posibilidad de la conquista económica.

Esta se hizo factible en 1808, debido al cambio radical de la situación española; desde el 2 de mayo, España se encontraba en guerra contra Napoleón, y por lo tanto, de enemiga que era de los ingleses, se transformó en su aliada. En 1808 obtiene, como premio a su ayuda a Portugal, la libertad de comercio en Brasil.

Inglaterra no ha de arriesgar gratuitamente las tropas de Wellington y la escuadra británica, para defender la Andalucía insurreccionada contra Napoleón. Exige y obtiene Canning que se otorguen amplias facilidades al comercio inglés para volcarse en América latina. En una palabra, exige y obtiene la dependencia económica de América latina a cambio de cooperar en la independencia política de la metrópoli. El 14 de enero de 1809, se firmó el tratado anglo-español (Apodaca-Canning) con la cláusula adicional de "otorgar facilidades al comercio inglés en América". Año y medio antes -el 14 de octubre de 1807- idéntica cláusula había sido colocada en el tratado anglo-portugués.

Estas facilidades no eran otras que la franquicia de libre introducción de mercaderías inglesas, disfrazada desde luego como libertad de comercio.


*En: “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica”, quinta edición, cap. 1.

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