miércoles, 4 de octubre de 2017

EL PLAN DE OPERACIONES*

Por Federico Ibarguren

Considero agotada la polémica historiográfica en torno a la autenticidad del Plan de Operaciones –habida cuenta de comprobadas interpolaciones que el copista dejó en el texto, como simples gazapos, sin enervar la contextura filosófica del Plan reproducido-  luego de la aparición del libro  Epifanía de la libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo. Ed. Bs As 1953. Libro este dado a luz por el académico de la historia y distinguido investigador, Dr. Enrique Ruiz Guiñazu, quien publica in extenso el interesantísimo documento concebido por Mariano Moreno, en el apéndice final de aquella obra suya, muy poco comentada por nuestros críticos y profesionales del tema. Ahora bien, reconociendo el valor informativo de esta obra, desde mi punto de vista personal discrepo, sin embargo, con ciertos enfoques subjetivos del autor sobre la emancipación argentina.

El “Plan” de referencia publicóse por primera vez en Buenos Aires –íntegramente- con prólogo del Dr. Norberto Piñeiro, en un trabajo titulado Escritos de Mariano Moreno (año 1896). Allí aparecía la transcripción de una copia hallada en el Archivo de Indias de Sevilla, la que había sido parcialmente utilizada por el historiador español Torrente en una obra suya dada a luz en 1829. La discusión acerca de la autenticidad de dicha copia (el original es de puño y letra de Moreno, según la nota final que contiene el papel hallado en el Archivo de Indias), fue iniciada con brillo literario y ardoroso pasionismo por Paul Groussac, quien impugnó de falso y apócrifo el “Plan” en dos largos artículos (contradictorios en cuanto a sus fundamentos) aparecidos en la revista La Biblioteca que él dirigía: el primero en 1896 y el segundo dos años más tarde. Entre ambos alegatos tendientes a absolver de toda responsabilidad al Secretario de la Junta, debe intercalarse la sólida y mesurada réplica del Dr. Piñero (1897), cuyos prolijos argumentos y pruebas que exhibió, -sin desconocer ciertos lapsus atribuidos al copista-, desvirtuaban la tesis inicial de Groussac, espectacular y de mejor estilo literario-; el cual había afirmado en 1896, aludiendo a las terribles clausulas concebidas por el “numen” de Mayo y utilizadas por Torrente, que las mismas “bastan para deshonrar la causa americana en la persona de su ilustre caudillo” (sic).

Luego de la violenta escaramuza Piñero-Groussac, la mayor parte de nuestros historiógrafos que trataron el tema o aludieron a la acción política del primer gobierno patrio, dieron su aprobación (explícita o implícita) a la validez intrínseca del discutido documento, atribuido a Mariano Moreno. Entre los mismos, pertenecientes a aquella generación del siglo pasado, destacanse Ernesto Quesada, José Maria Ramos Mejia y Juan Agustín Garcia.

Ahora bien, los estudiosos argentinos de la historia pertenecientes al siglo XX (excepción hecha de Ricardo Levene y Vicente D. Sierra, ambos invocando parecidas razones formales), dan por sentada tácitamente la opinión sostenida desde el comienzo de la polémica trabada en 1896, por el Dr. Piñero (vgr., Emilio P. Corbiere, Emilio A. Coni, J. Cobos  Darac, Carlos Roberts, Alberto Ezcurra Medrano, José María Rosa, Mario Cesar Grass, etc.).

Entre los más apasionados y recientes defensores de esta tesis (o sea a favor de la autenticidad de fondo del documento impugnado) figura don Enrique de Gandia en el opúsculo Las ideas políticas de Mariano Moreno. Autenticidad del Plan que le es atribuido. Bs As 1946.

El Dr. Enrique Ruiz Guiñazu, por último, en la obra Epifanía de la libertad –ya citada al comienzo- abona su punto de vista publicando extractos de una copiosa documentación inédita, extraída en gran parte de los archivos del Museo de Petropolis (Brasil), entre cuyos papeles –hasta hace poco desconocidos- se destaca la correspondencia secreta cursada por la princesa Carlota de Borbón a su hermano el rey Fernando VII, en la cual correspondencia (de los años 1814/15) se hacen concretas referencias a aquel famoso “Plan” del gobierno de Buenos Aires: “doctrina de un doctor Moreno –dice doña Carlota Joaquina, con cabal conocimiento de causa- que hicieron para el método del gobierno revolucionario, que puntualmente está siguiendo” (sic). A lo cual le responde Fernando, acusando recibo de la copia del “Plan”, en esquela escrita de su puño y letra: “…también he visto el plan de la revolución de América que me has remitido, el cual demuestra bien la perfidia y maldad de esos perversos insurgentes, gracias a tus desvelos y cuidados que en cuanto cabe han podido contener ese torrente”.

Pues bien –cabe preguntarse en consecuencia-, de no existir realmente un plan terrorista autentico, salido del intelecto de Moreno, ¿Cómo explicar su concreta referencia en el epistolario privado, íntimo, de quienes –se ha dicho- habrían sido los falsificadores o cómplices del apócrifo papelote revolucionario fechado en 1810? ¡Increíble!. Nadie se engaña a sí mismo por cierto. Aquella inédita correspondencia entre los hermanos Borbones de España, publicada en Buenos Aires por el Dr. Ruiz Guiñazu, lo prueba sin lugar a dudas. Debemos entonces, creo yo –respetando los principios de la sana lógica-, descartar de plano la hipótesis “Groussaquiana” (compartida luego por Levene y Vicente Sierra) de que el engendro  del 30 de Agosto fue elaborado a designio por espías españoles y/o agentes portugueses anticriollos, al solo efecto de desprestigiar la política rioplatense de la flamante Junta de Mayo.

Tal es, al menos, mi sincera opinión de fondo (como estudioso de la historia argentina) sobre este particular debate en torno a las concepciones de gobierno del Dr. Mariano Moreno, demostradas por lo demás en hechos, y a través de reveladores papeles públicos (como las Instrucciones a Castelli del 12 de Septiembre) que son indubitables y de los que hablaremos enseguida. En cuanto a ciertos editoriales de “La Gazeta” atribuidos al “numen” de Mayo –con los cuales se ha pretendido desvirtuar su filosofía política terrorista-, es de advertir que dichos escritos del periódico evidentemente propagandísticos, no llevan firma del autor responsable.

A propósito de tan discutido asunto, el Dr. Carlos Ibarguren en su obra póstuma La Historia que he vivido, Bs. As. 1955, expresa esta convincente opinión al margen del análisis pormenorizado de nuestra critica historiográfica profesional: “Mucho se ha discutido acerca de la autenticidad del Plan del 30 de Agosto de 1810, atribuido al “numen” de la Revolución –dice- tachado de apócrifo por Groussac y el doctor Levene, y considerado autentico por Norberto Piñero y Enrique Ruiz Guiñazu; pero sea o no fraguado ese Plan, es indudable que los procedimiento que el mismo recomienda y muchos conceptos que expresa, resultan semejantes a los indicados en las instrucciones dadas a Castelli el 12 de Septiembre de aquel mismo año (cuya pieza original, por otra parte, aun conservamos intacta los herederos del Dr. Carlos Ibarguren). Tales instrucciones –que desencadenaron una sangrienta tragedia- parecen agitadas por un soplo de furor (continua el historiador citado) que contrasta con la mansedumbre conciliatoria de las expedidas por Belgrano a Arenales, que trato en páginas anteriores, y muestran las dos visiones distintas que tenían aquellos próceres sobre el modo de ejecutar la revolución e implantar el “nuevo sistema”. Las inspiradas por Moreno aplican como medio eficaz para triunfar: el terror, el exterminio, el engaño y el halago al interés personal. “En la primera victoria que logre –indican ellas- dexara que los soldados hagan extragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Castelli debía obrar por sorpresa como agente terrible y siniestro: “tendrá particular cuidado en guardar profundo silencio en sus resoluciones, de suerte que sus medidas sean siempre un arcano que no se descubra sino por los efectos, pues este es el medio más seguro de que un general se haga respetable a sus tropas y temible a sus enemigos”. Se condena a muerte en masa, sin incoar proceso alguno, a todos los jefes políticos, militares y eclesiásticos que dirigían la resistencia contra la política de Buenos Aires: “el presidente Nieto, Córdoba, el gobernador Sanz, el obispo de la Paz, Goyeneche y todo hombre que haya sido director principal de la expedición, deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos”. Se recomienda proceder con la mayor perfidia contra los enemigos, engañándolos en cuanto pueda, “alimentándolos de esperanzas, pero sin creer jamás sus promesas y sin fiar sino en su fuerza… tendrá particular cuidado en aceptar toda negociación, pero sin detener por esto su marcha, antes bien, entonces, deberá apresurarla lisonjeando a los contrarios en las palabras”. El interés personal era el que debía tomarse en cuenta para atraer a los hombres al nuevo orden de cosas y elegirlos para los empleos, debiendo proponerse a los que “sientan un interés personal en la conservación del nuevo sistema”… Toda la administración pública de los pueblos se pondrá en manos patricias  y seguras, uniendo de este modo el interés individual al bien general del Estado”. En la lista de los que debían ser traídos presos a Buenos Aires, con el pretexto de “necesitar la Junta sus luces y concejos” (sic), figura el doctor Matías Terrazas, deán de Charcas, que había sido el protector, como padre de Moreno, en cuya casa vivió cuando estudiaba en la Universidad de Chuquisaca. Este importantísimo documento –finaliza Carlos Ibarguren, comentando aquellas instrucciones dadas por Moreno a Castelli, el 12 de Septiembre de 1810, en nombre del gobierno porteño- está suscripto por todos los miembros de la Junta, con la disidencia del doctor Alberti, sacerdote, cuya letra temblorosa acusa el horror que lo dominaba: “Firmo –dice- los anteriores artículos con exclusión de las penas de sangre”. Castelli cumplió inexorablemente lo que le fuera mandado…”.

Considero inútil y redundante seguir insistiendo aquí en el tema polémico arriba sintetizado. Por ahora al menos (y tal es mi convencida opinión), creo que con lo dicho basta. Huelga cualquier otro comentario al respecto.

*Tomado de Federico Ibarguren. Las etapas de Mayo y el verdadero Moreno. Ed. Theoria. Bs. As. 1963


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