lunes, 8 de junio de 2020

EL GOBIERNO DE LA JUNTA GRANDE

Joaquin Campana
Por: Edgardo Atilio Moreno*

Para fines de 1810, el poderoso Secretario de la Primera Junta de gobierno, Mariano Moreno, se había tornado cada vez más impopular. Los únicos respaldos con los que contaba eran el regimiento la Estrella, comandado por su amigo Domingo French, y el pequeño “Club” que reunía a los jóvenes jacobinos, admiradores de la Revolución Francesa, que actuaron en Mayo.

Su intento por desplazar a Cornelio Saavedra, aprovechando el episodio ocurrido en el cuartel de los Patricios, en donde un sargento ebrio ofreció un brindis por el futuro monarca de América, aludiendo a Saavedra, había fracasado.

El decreto de supresión de honores, que dictó a raíz de ello “no solamente agredía a Saavedra, cuyo prestigio se mantenía en el pueblo y los militares, sino que insultaba al pueblo considerándolo desprovisto de luces y lo llamaba vulgo, y descartaba a las señoras de las prerrogativas de sus maridos. Ponerse en contra a los militares, al pueblo y a las señoras de Buenos Aires no lo podía resistir Moreno ni nadie.” (1)

Para el colmo de sus males habían llegado ya a Buenos Aires los diputados de las ciudades del interior, convocados por el Reglamento del 25 de mayo para formar un Congreso General; los cuales, conforme lo disponía la Circular del 27 de mayo, debían incorporarse a la Junta a medida que llegaban, hasta tanto se celebre ese Congreso.

Moreno se opuso a esto, pues los provincianos llegaban dispuestos a poner coto al centralismo porteño y al extremismo revolucionario. La cuestión entonces se sometió a votación. Viéndose superado por la opinión favorable a la incorporación de los diputados del interior, tuvo que ceder, quedando constituida así la Junta Grande.

Amargado por perder su poder, el fogoso secretario  presentó su renuncia y le pidió a Saavedra que lo mandasen como representante a Londres. Lo que fue aceptado.

El día 24 de enero de 1811 partió hacia su destino a bordo una nave inglesa. Nunca llegó. Enfermó durante el viaje y el capitán del buque le suministró un purgante que le provocó -según cuenta su hermano Manuel- una terrible convulsión y la muerte. Envuelto en una bandera inglesa su cuerpo fue arrojado al mar. Algunos dirán después que había sido envenenado, no obstante, como afirma el eminente historiador José María Rosa, “la terrible convulsión que siguió al purgante, los dolores y la muerte son el cuadro son el cuadro de una peritonitis. La leyenda de un envenenamiento no tiene asidero”. (2)

Si bien su muerte no significó la desaparición inmediata del morenismo, la Junta Grande trató de dejar de lado la política extremista, liberal y probritánica del difunto líder. “Las nuevas autoridades se atenían al criterio prudente inicial de la Junta de Mayo: la conservación de los derechos de Fernando VII. En consonancia derogaron el decreto promovido por Moreno, destinado a excluir a los españoles peninsulares del acceso a los empleos públicos”. (3) Así mismo –como dice Federico Ibarguren- “El Contrato Social, edición traducida con prólogo de Mariano Moreno, fue retirado de la circulación publica por el Cabildo ( 5 de febrero de 1811) considerándosele pernicioso a las conciencias y perturbador de la paz pública; se impusieron fuertes restricciones proteccionistas a la introducción de mercaderías tierra adentro por extranjeros (10 de febrero de 1811); mantuvose la censura de prensa sobre temas religiosos (20 de agosto de 1811) y fue organizada la primera expedición armada a Montevideo”. (4)

Estas medidas si bien marcaban el predominio saavedrista en el nuevo gobierno, fortalecido con los diputados del interior encabezados por el dean Gregorio Funes, de todos modos no significaban que el mismo tuviera asegurada su estabilidad. La situación era bastante complicada. En efecto, por entonces llegó a Montevideo Francisco Xavier de Elio, designado Virrey por el Concejo de Regencia y dispuesto a imponer su autoridad a toda costa.  Contaba para ello con el apoyo y la colaboración de Inglaterra que trataba de desalentar cualquier intento independentista en América que distrajera a España de su lucha contra Napoleón. Al respecto afirma José María Rosa que Elio “llegaba con el apoyo del gabinete de Wellesley, pues las exterioridades republicanas y jacobinas de la revolución habían empezado a chocar al gobierno de Londres”. (5)

Una vez instalado el pretenso virrey, lo primero que hizo fue mandar una nota a Buenos Aires exigiendo su reconocimiento, cosa que la Junta Grande se negó hacer, desconociendo -tal como se venían haciendo hasta entonces- toda autoridad  al ilegitimo e ilegal Concejo de Regencia que lo había designado. La respuesta de Elio fue la declaración formal de guerra y el bloqueo a Buenos Aires.

Ante esta nueva escalada del conflicto la Junta recurrió a Lord Strangford, buscando su mediación para que los regentistas levanten el bloqueo. Se daba por sentado que Inglaterra no veía con buenos ojos una medida que perjudicaba su comercio; lo cual no era tan así pues estos podían seguir desembarcando mercaderías en lugares alejados del puerto. De todas formas se le encomendó a Manuel de Sarratea viajar a Rio de Janeiro con ese fin.

La declaración de guerra si bien complicaba el panorama, por otro lado tuvo un efecto positivo. Sirvió como detonante para que muchos se decidieran a luchar del lado de la Junta; entre ellos dos destacados oficiales de las tropas de Elio, José Gervasio Artigas y José Rondeau, que lo abandonaron y se pusieron al servicio de la Junta. Enterados de esto los criollos orientales, el 28 de febrero en los campos de Asencio, se plegaron unánimemente a la revolución. Se daba inicio así  a la insurrección patriota de la campaña oriental, y la idea de la independencia comenzaba a rumiarse en la mente de muchos patriotas.

La revolución del 5 y 6 de Abril

Ante el temor de una invasión de Elio, el día 20 de marzo, la Junta emitió un decreto ordenando la internación en Córdoba de los españoles solteros que vivían en Buenos Aires. La medida cayó mal a la “parte principal” del vecindario, pues la mayoría de los afectados eran dueños o dependientes de las tiendas céntricas. Por lo que el Cabildo, que justamente representaba a los comerciantes y propietarios que tradicionalmente gobernaron la ciudad  y que eran poco afectos a las medidas drásticas y a los cambios revolucionarios; se opuso abiertamente a ella y buscó su anulación.

Tomas Grigera
A los miembros del Cabildo, que ya se encontraban molestos por el predominio de los provincianos en la Junta, el decreto les vino como anillo al dedo para atacar al gobierno. Para ello se aliaron –paradójicamente- con los antiguos morenistas que se congregaban  en la denominada Sociedad Patriótica bajo la dirección del masón Julián Álvarez. Ambos grupos, respaldados por el regimiento de la Estrella,  presionaron a la Junta para que dejara sin efecto la medida. La Junta no tuvo otra opción que ceder. Lo que parecía indicar que tenía sus días contados.

Las críticas a Saavedra y al Dean Funes recrudecieron. Se los acusaba de carlotinos, es decir de ser partidarios de reconocer como soberana a la princesa Carlota (la hermana de Fernando VII, casada con el príncipe Juan de Portugal), lo cual era falso. El infundio se basaba en el hecho de que en 1809 Saavedra había sido convencido por Manuel Belgrano de apoyar las pretensiones de la Carlota, tesitura en la que también estaba Funes. Sin embargo eso había quedado ya muy atrás. Hacía tiempo que todos ellos habían abandonado esa idea.

Lo del carlotismo era en realidad una excusa que esgrimían los miembros del Cabildo y de la Sociedad Patriótica para justificar su intención de desplazar a los hombres del interior y volver al centralismo vigente durante el periodo de la Primera Junta.

Sin embargo sus planes fueron abortados por una asonada popular acaudillada por el alcalde de quintas, Tomas Grigera y el Dr. Joaquin Campana, la que se llamó luego la “grigerada”, en alusión a su líder, o la revolución de los orilleros, por ser sus protagonistas vecinos de las orillas de la ciudad.

Los orilleros –según Vicente López- eran pequeños propietarios que tenían caballo, hogar, y medios de subsistencia a las orillas, en los barrios embrionarios de la ciudad, que poseían un amor exagerado a su tierra, a su libertad, y eran poco simpáticos a las clases dirigentes que habitaban en el centro urbano. (6)

Estos hombres, en la noche del 5 de abril marcharon ordenada y silenciosamente desde las afueras hasta la plaza de la Victoria para exigir la disolución de la Junta y la entrega del gobierno a Saavedra. El petitorio, que se hizo ante el Cabildo, también fue respaldado por los jefes militares de la ciudad, Martin Rodríguez, Ramón Balcarce y otros, con excepción del morenista French.

A pesar del éxito del movimiento, el Jefe de los Patricios se desentendió del mismo, negando tener participación alguna en los hechos y rechazando terminantemente el pedido de los orilleros. Su actitud posibilitó que la Junta se mantuviera en el gobierno y que además se lograra la exclusión de su seno de los morenistas Vieytes, Rodriguez Peña, Azcuenaga y Larrea, los que fueron reemplazados por Campana y otros afines al movimiento del 5 de abril.

Ya con Campana gravitando en la Junta se tomaron algunas medidas para prevenir nuevos ataques: se creó un Tribunal de Seguridad Publica, se disolvió el regimiento la Estrella, y se ordenó el confinamiento de French y de Beruti.

La mediación inglesa

Con su nueva conformación la Junta también endureció su postura frente a los ingleses. Campana, que había luchado contra estos durante las invasiones inglesas no les tenía ninguna confianza ni simpatía.

Cuando volvió Manuel de Sarratea de su misión en Rio de Janeiro con la propuesta de paz pergeñada por Inglaterra para que España pudiera concentrarse en la lucha contra Napoleón, esta fue rotundamente rechazada dado que el Concejo de Regencia insistía en que los americanos debían obedecerles. El documento redactado por Campana en respuesta, de fecha 18 de mayo, decía claramente que “ni la Península tiene derecho al gobierno de América, ni esta de aquella”. Tesis absolutamente correcta pues los Reinos de Indias pertenecían a la Corona de Castilla y a sus sucesores, y no al estado español ni a la nación española; y por ende nadie salvo el Rey podía mandar en América.

La respuesta fastidió a los ingleses y Sarratea fue llamado a concurrir de nuevo a la embajada en Rio de Janeiro. Una vez allí lord Strangford le ordenó que vuelva a Buenos Aires y que procure modificar el criterio de la Junta o bien su composición. (7)

El inglés insistía pues el objetivo principal de su país era derrotar a Napoleón, y a ese objetivo político supeditaban todo, incluso el mantenimiento del libre comercio con América, que por otro lado ya había quedado prácticamente asegurado con la firma del tratado Apodaca – Canning, de 1809. De ahí entonces su afán por lograr un arreglo entre los americanos y el Concejo de Regencia.

Por otro lado, en ese momento la situación de los regentistas en la Banda Oriental era comprometida. Las tropas orientales que fervorosas seguían a Artigas estaban imponiéndose en toda la campaña. Esto llevó a Elio a tomar la funesta decisión de pedirles ayuda a los portugueses, enemigos históricos de los pueblos hispanoamericanos, autorizándolos a ingresar a la Banda Oriental, a sabiendas que estos buscaban adueñarse de ella. El obcecado virrey prefería poner en riesgo la integridad de estos territorios en lugar de buscar un acuerdo razonable con los americanos. Se consumaba así una nueva y flagrante violación al Pacto de Vasallaje  que regía las relaciones entre la Corona y los Reinos de India; y por el cual aquella estaba obligada a conservar la intangibilidad de estos.

El 18 de mayo de 1811 el ejército patriota, al mando de Artigas, infringió a las tropas de Elio una inapelable derrota en Las Piedras; poniendo a partir de allí sitió a la ciudad de Montevideo. El optimismo por la victoria duro poco. Elio, como represalia ordenó a su escuadra bombardear Buenos Aires y unos días después, el 24 de julio, respondiendo a sus pedidos de auxilio, los portugueses cruzaron la frontera invadiendo la Banda Oriental. La semilla de la secesión de ese territorio del virreinato rioplatense se había plantado.

La caída de la Junta

La situación se agravó aún más al llegar desde el norte las noticias de la terrible derrota de Huaqui. El Ejercito del Norte, que había llegado imparable hasta el rio Desaguadero –al que no cruzó solo por la incomprensible orden dada por Mariano Moreno- se hallaba ahora en un total descalabro y en retirada. (8)

La razón de ello –como dice José Maria Rosa- fue “el relajamiento de la disciplina y la mojiganga antirreligiosa” que tornó impopular a la causa de Mayo en todo el norte. En efecto –continua Rosa- “la actitud antirreligiosa de Monteagudo y los jóvenes oficiales que lo seguían, contra la cual poco hizo Castelli, había dado un vuelco completo a la situación hasta entonces favorable. Día a día los altoperuanos desertaban… A eso vino a agregarse un indigenismo retorico, que no ganó a los indios y sirvió para poner la clase vecinal criolla contra la Revolución”. (9)

Enterada la Junta de lo ocurrido, inmediatamente destituyó a Castelli y a Balcarce del mando del ejército y designó en su reemplazo a Viamonte. No obstante ello, la angustia que generaba la situación en el norte, a lo que se le sumó un nuevo bombardeo de Buenos Aires por parte de Elio, hizo que Saavedra tomara la decisión de ir a ponerse personalmente al frente de los restos del ejército. Su ausencia fue aprovechada nuevamente por el Cabildo y los jóvenes de la Sociedad Patriótica, para continuar con sus ataques a los provincianos y orilleros de la Junta Grande.

Justo en ese momento regresó a Buenos Aires Sarratea con las instrucciones de Lord Strangford para convencer a la Junta de avenirse a un arreglo con Elio. Campana quiso negarse nuevamente pero, ante las presiones del Cabildo y el nuevo contexto, no tuvo otra opción que aceptar iniciar las conversaciones y firmar un acuerdo “preliminar” por el cual se aceptaba abandonar el sitio de Montevideo y enviar diputados a las Cortes de Cádiz. El acuerdo causó indignación en el ejército patriota que sitiaba Montevideo.  Artigas se comprometió a seguir la lucha aun con sus propias fuerzas. Esto impidió su ratificación pero no evitó que Campana y la Junta quedaran en jaque.

A mediados de septiembre los enemigos del gobierno generaron una serie de disturbios protestando porque Campana pretendía que la elección de los diputados de Buenos Aires que debían integrar la Junta Grande se hiciese convocando a todos los vecinos y no solamente a los “principales” como lo pretendía el Cabildo. La Junta en agonía cedió y depuso a Campana. No obstante las protestas continuaron, exigiendo ahora la formación de un nuevo gobierno.

El 23 de septiembre, los conjurados finalmente lograron su objetivo. La propia Junta tuvo que emitir un decreto que -con la excusa de “reducir el gobierno en pocas manos”- disponía la creación de un Triunvirato, integrado por Chiclana, Passo y Sarratea. Con ellos –designado como Secretario- surgía a la vida pública un personaje que en el futuro daría que hablar: Bernardino Rivadavia.

                                                                                                        

Notas:

1.- Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda. Bs As 1967. Pag. 257
2. Rosa, José María. Ob cit. Pag. 262.
3.- Irazusta, Julio Breve historia de la Argentina. Ed. Huemul. Pag 60
4.- Ibarguren, Federico. Las etapas de Mayo y el verdadero Moreno. Ed. Theoria. Bs As. 1963. Pag 111.
5.- Rosa, José Maria. Ob. cit. Pag. 267
6.- Cfr. Rosa, José María. Ob cit. Pag 286
7.- Cfr. Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 279.
8.- En su articulo "Miras del Congreso" del 6 de noviembre de 1810, Moreno sostiene que "es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado".
9.- Rosa, Jose Maria. Ob cit. Pag. 296.

*Abogado y Profesor de historia

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