sábado, 28 de junio de 2025

Doctora Andrea Greco: “El Imperio español fue el único que no hizo un genocidio en la Edad Moderna”

 


Por: Javier Navascués

Andrea Carina Greco de Álvarez: Doctora en Historia y Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos y abuela de once nietos. Desarrolla una labor docente a la par que como investigadora. Autora de varios libros de contenido académico sobre la historia y también de libros de historia para niños.

¿Cómo decidió involucrarse en esta Diplomatura sobre Hispanidad y qué importancia tiene?

Me involucré en la Diplomatura por invitación del Coronel Mayor Gabriel Camilli y del Dr. Alberto Mansilla. No lo dudé ni un segundo porque desde hace muchos años, en rigor desde el inicio de mi carrera docente, he procurado transmitir los enormes valores de la cultura hispánica y cómo esos valores forjaron un Nuevo Mundo cuando en Europa todo lo que había significado la Cristiandad se empezaba a desmoronar y resquebrajar.

Siempre he creído que es indispensable que los pueblos nacidos del tronco español seamos conscientes de formar un bloque cultural, que ha sido una de las obras más grandiosas de la humanidad y que estemos orgullosos de pertenecer a una cultura tan grande, tan generosa, tan pródiga en obras magníficas.

¿Por qué un ideal tan grande como la Hispanidad merecía al menos Diplomatura académica?

Porque los frutos culturales de la Hispanidad deben seguir siendo estudiados y profundizados. Creo que es más lo que desconocemos que lo que conocemos. Por ejemplo, un gran músico, compositor de la música de las misiones guaraní-jesuíticas, Doménico Zipoli, fue descubierto recién a mediados del siglo XX. Zipoli, junto al historiador Pedro Lozano, los misioneros Nussdorfer, Asperger y Lizardi y los arquitectos Primoli y Bianchi, realizaron la travesía de tres meses para trabajar en las ya célebres Reducciones Jesuíticas del Paraguay. En julio de 1717 llegó a Buenos Aires y en agosto se estableció en el Convento de los Jesuitas de Córdoba donde continuó sus estudios teológicos, y compuso música que luego se enviaba por medio de emisarios, a los 30 pueblos que formaban parte de las Reducciones.

En los breves ocho años y cinco meses de actividad en las Reducciones Jesuíticas, Zipoli compuso una enorme cantidad de música, que hasta hace poco tiempo era desconocida. Recién en 1959 el musicólogo norteamericano Robert Stevenson halló, en Sucre, Bolivia copias de su Misa en Fa y sobre todo en el año 1972, el arquitecto suizo Hans Roth descubrió más de 10.000 manuscritos en la Reducción de Chiquitos, Bolivia, hallazgo considerado como el de mayor trascendencia para la musicología de Hispanoamérica, en las últimas décadas. Entre estos manuscritos se encuentran numerosas Misas, Motetes, Himnos y piezas para órgano. En el otoño de 1725 Zipoli enfermó de tuberculosis, por lo que fue trasladado a la Estancia Santa Catalina, lugar de reposo de los padres jesuitas, a 50 kilómetros de Córdoba, donde falleció el 2 de enero de 1726 a la edad de 38 años. Recibió el orden sacerdotal y fue sepultado en el cementerio de Santa Catalina. Este es solamente un pequeñísimo ejemplo de la grandeza de ese mundo hispánico en el corazón de América del Sur.

¿Puede poner algún otro ejemplo en el que se irradie esta riqueza?

Ejemplos como ese hay muchos más. En el siglo XVII en Chuquisaca existían 4 compañías teatrales que tenían la obligación de producir 4 obras teatrales por año. O sea 16 obras en esa sola ciudad. Cantidad similar a la de Toledo o Madrid para la misma época. Se entiende la grandeza de esa cultura que en el corazón, en la entraña misma de América producía mucha más cultura de lo que hoy sucede en la mayoría de las ciudades. En medio de la selva de Junín la Biblioteca del Convento de Santa Rosa de Ocopa tenía en el siglo XVIII 25000 ejemplares. Hasta el día de hoy es una de las bibliotecas más importantes del Perú, en la que uno de los libros más antiguos está fechado en 1480. Las primeras imprentas llegaron a América para producir libros que permitieran difundir y expandir la cultura. Todo esto que es enorme, grandioso y por muchos, desconocido y por eso debe ser estudiado.

¿Cómo una buena formación en Hispanidad puede servir para refutar el indigenismo y la Leyenda Negra?

Lauro Ayestarán (uno de los especialistas en el músico Doménico Zipoli) nos recuerda lo que escribía Gustave Cohen en La grande clarté du Moyen-Age: “Las tinieblas de la Edad Media no son sino las de nuestra ignorancia”… “Creo que algo parecido acontece con las tinieblas culturales de la América del sur durante la dominación hispánica” (Ayestarán, Lauro, Doménico Zipoli y el barroco musical sudamericano). O sea que si vemos el pasado hispánico como un tiempo oscuro es por la oscuridad de nuestra ignorancia y no porque realmente lo haya sido.

Pocos años antes de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América el Dr. Antonio Caponnetto (uno de los catedráticos de esta Diplomatura) escribió un enjundioso estudio que tituló Hispanidad y Leyendas Negras; La Teología de la Liberación y la Historia de América ( cuando muy pocos hablaban de este tema). En aquel trabajo se ponían al descubierto los errores históricos de la Teología de la Liberación; las Leyendas negras, así en plural pues el autor se refiere allí a las leyendas lascasiana, liberal y marxista; y las diversas falacias indigenistas. Finalmente, el profesor Caponnetto desplegaba en el último capítulo: Hispanidad sin Leyendas Negras, una genial síntesis de los mayores logros de la Hispanidad. Es que para combatir las leyendas negras no hay otro camino que no sea el de la verdad. Este es un libro imprescindible que hay que leer o releer.

La mejor manera de acabar con la leyenda negra es conocer la verdad histórica. Hace un tiempo el periodista español Eulogio López hablando del libro Nada por lo que pedir perdón del argentino Marcelo Gullo, escribía que no existe la raza anglo-india, ni la raza franco-magrebí, ni la raza flamenco-indonesia, pero sí existe la raza hispana, mezcla de unos conquistadores que tenían sobre sí a una reina católica, Isabel I de Castilla, que les exigía tratar a los indios como hijos de Dios. Nada por lo que pedir perdón habla de la acusación de genocidio contra España. Contrariamente a la difundida y bien pagada leyenda, fue el imperio español el único que no hizo genocidio en la Edad Moderna. Pareciera que los hispanos no somos conscientes de esto, a pesar de tener ante nuestros propios ojos el color de la piel que lo atestigua. Porque el imperio español fue un crisol de razas y de culturas por eso la riqueza y la diversidad hispánica es tan enorme y vale la pena conocerla.

También vale la pena conocer los intereses que se mueven detrás de la leyenda negra. Don Ignacio Tejerina Carreras, un gran hispanista argentino, cordobés, decía que América es un continente que ha nacido de la polémica, porque todo el proceso que empezó hace más de 530 años ha tenido distintas interpretaciones y se ha llegado mucho más a discutirlo que a comprenderlo. Detrás de todas esas discusiones hubo intereses muy concretos y reales que se beneficiaban del desprestigio de España y la obra de la hispanidad. Más contemporáneamente, en el siglo XX hacia los años 80 se produjo una gran resistencia cuando se formaron en los países iberoamericanos y en la propia España las comisiones nacionales de homenaje y recuerdo al V Centenario del descubrimiento de América.

Por esa época algunos dirigentes políticos o movimientos sociales se pronunciaron en contra de la celebración y tomaron como bandera de lucha todos los cuestionamientos a la implantación española en nuestro continente, planteamientos elaborados a través de los siglos en lo que se dio a llamar la Leyenda Negra. Esa tenaz campaña ha servido a muchos fines diferentes, a veces opuestos y contradictorios. Sirvió secularmente a los enemigos y competidores europeos de España como Inglaterra, Francia y Holanda entre otros, y contra muchos americanos que apoyaron indiferenciadamente propuestas indigenistas muchas de ellas grandemente justificadas y otras llenas de un larvado sentimiento antagónico y un odio hacia España y hacia lo criollo. Por eso es que todos aquellos que reflexionamos sobre la temática de la conquista y la colonización, nos preguntamos ¿qué beneficios ha aportado a la unidad, cooperación, entendimiento, estabilidad y mejoramiento de o Iberoamérica la campaña contracelebratoria del 12 de octubre? Consideramos con pruebas más que suficientes que una campaña de ese tipo no solamente no ha aportado nada, sólo ha engendrado división, lucha y marginación. Pero además esa campaña no hunde el bisturí en la realidad de lo que somos, pues a través de la asunción de nuestros padres y de nuestro origen podremos gozar de los beneficios que nos otorga la hermandad y aclaro, no hermandad en la desgracia, sino hermandad de sangre, biológica, cultural, heredada que nos viene desde hace más de 5 siglos a través de la historia común.

¿Qué supone para usted ser la directora académica de la diplomatura junto con el Dr. Alberto Pascual Mansilla?

Por un lado, es un honor, un desafío y una gran alegría. Es un honor porque entre tantas personas posibles, entre tantos catedráticos me lo propusieran a mí es algo que me honra y que agradezco. Es un desafío porque supone poder transmitir todos estos valores y conocimientos de un modo profundo, efectivo y convincente. Y también una alegría porque hace muchos años, creo que por el año 2012 o 2013 yo convoqué a Alberto Mansilla a dar clases en un profesorado en Historia que yo dirigía en aquel momento en una pequeña ciudad de la provincia de Mendoza en la Argentina, San Rafael, ciudad en la que vivo. Con generosidad Alberto aceptó y me acompañó en la empresa aunque había que resolver los problemas de la distancia, del tiempo, de los pasajes y demás. No era aún tan sencillo, como lo es hoy, poder comunicarse de manera virtual, sin embargo, pudimos solucionarlo y llevarlo a cabo. Hoy que es mucho más sencillo para docentes y alumnos que nos interesa el tema poder reunirnos es realmente una alegría poder hacerlo.

¿Cómo fue el proceso de selección de los diferentes módulos?

Primero se seleccionaron los profesores y catedráticos coordinadores de cada módulo y luego a partir de las propuestas de los que se iban sumando al cuerpo docente se fueron convocando a otros catedráticos que podían hacer grandes aportes a la temática desde los diferentes campos que abarca. Desde lo histórico, lo político, lo cultural, lo geográfico, lo económico y lo tecnológico. Consideramos que por ello ha resultado una propuesta amplia que puede ser de provecho para personas con diferentes oficios, profesiones o intereses diversos. La idea de terminar la Diplomatura con una propuesta de acción comunitaria o de investigación socio-cultural significa que los módulos y los docentes irán colaborando en la tarea de darle a los cursantes los insumos necesarios para que, cada uno desde sus propios intereses, puedan elaborar proyectos de intervención que fomenten la integración, promuevan la cultura iberoamericana, difundan el orgullo y/o reconozcan y valoren la herencia común.

¿Estudian implementar nuevos módulos en el futuro?

Por supuesto, la herencia y las obras de la hispanidad son tan grandes que sería necesario dedicar un módulo a la música, otro a la arquitectura, la escultura y la pintura, a las danzas y costumbres tradicionales, a la literatura de cada uno de los países de Iberoamérica, y un enorme etcétera. Varios de estos temas podrán ir siendo abordados desde Conferencias complementarias o en las Jornadas de la Hispanidad. Pero claramente, no se descarta en el futuro, la posibilidad de incorporar nuevos módulos.

¿Qué nos puede decir del elenco de profesores seleccionado?

Los docentes (desde diversos lugares de la Hispanidad) son todos profesionales con importantes trayectorias en Universidades públicas y privadas de distintos países de España e Iberoamérica. Tenemos un elenco docente encabezado por doctores, ingenieros licenciados y profesores de gran prestigio con largas trayectorias docentes. Los nombres del Cnel.Mayor Gabriel Camilli, Rafael Breide Obeid, Antonio Caponnetto, Sergio Castaño, Sebastián Sánchez, Elena Calderón de Cuervo, Mariana Calderón de Puelles, Liliana Pinciroli de Caratti, José Luis Orella, Alberto Mansilla, Paulo La Roca, Enrique Ravello Barber, Sergio Tapia, Lorenzo Carrasco, Guillermo Rocafort, Luis Roldán, Facundo Casasola, Daniel Acuña, Mariano Villegas, Diana Ceballos, Héctor Giuliano y Román Fellippelli, nos remiten a los trabajos e investigaciones que cada uno de ellos ha desarrollado en temáticas vinculadas a la Hispanidad. Todos los profesores que integran el cuerpo docente de la carrera se inscriben en corrientes de pensamiento que valoran la tradición hispánica y su legado en América. Sus obras (libros, artículos, conferencias) abordan temas como la identidad hispanoamericana, la historia de la Iglesia en América, la filosofía política hispánica y la relación entre España y América.

¿Qué importancia tienen para la Hispanidad el pensamiento de Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu y Leopoldo Lugones?

El Padre Zacarías de Vizcarra (1879-1963) es un adalid de la Hispanidad. Fue un sacerdote vasco que vivió durante varios años en la Argentina. Fue él quien acuñó el término en 1926, en el artículo «La Hispanidad y su verbo» publicado en Buenos Aires cuando estaba al frente de la Basílica del Sagrado Corazón. Monseñor Vizcarra (ya que luego fue Obispo de Ereso) Hispanidad, continuaba el obispo, «significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por Europa, América, África y Oceanía» y «expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica». En un libro llamado Vocación de América, por ejemplo, tiene un capítulo dedicado a Santiago Apóstol, el Padre y Fundador de la Iglesia que se extendió por todo el Nuevo Mundo, por corresponder a su herencia espiritual las frondosas ramas del árbol plantado por el apóstol en la Península Ibérica.

Santiago es el Padre en la fe de la Iglesia ibérica por eso América es una parte integrante de la gran rama de la Iglesia Católica que es la Iglesia Jacobea (hija de la predicación de Santiago) extendida por todo el hemisferio occidental. Santiago predicó la fe en España y luego de su temprana muerte, continuó creciendo la semilla que él había plantado allí y él continuó asistiendo e inspirando a sus sucesores en cada época de la historia, adoptando para ello los medios que reclamaban las circunstancias. Los cronistas de América dan cuenta con pruebas patentes de la devoción que profesaban hacia el Apóstol Santiago los pobladores del nuevo mundo, tanto los blancos como los indígenas. Consta en esas historias la solemnidad, pompa y regocijos populares con los que se celebraba su fiesta en América. El P. Zacarías Vizcarra nos dice que hoy nos queda como prueba de la amplitud y arraigo de esta devoción la larga lista de poblaciones, ríos y montes que llevan su nombre. El sacerdote español menciona, en un rápido repaso, más de 150 lugares entre los que figuran los nombres de ciudades tan conocidas e importantes como Santiago de Chile, Santiago de Cuba, Santiago del Estero, Santiago de Caracas…

Ramiro de Maeztu (1874-1936) fue un destacado ensayista, novelista, poeta, crítico literario, teórico político español y diplomático español. Llegó a la Argentina como embajador de España en 1928 y aunque sólo permaneció aquí dos años, hasta 1930 fue en esa época en la que producto del encuentro con Zacarías de Vizcarra, que significó un punto de inflexión en su vida, y la convergencia con los discípulos de Leopoldo Lugones contribuyeron a la evolución de su pensamiento a lo largo de su vida. Inicialmente, había mostrado afinidad por el pensamiento de Nietzsche y el darwinismo social. Pero más tarde, se convirtió en un defensor de la tradición católica y de la Hispanidad, que promovía la valoración del legado cultural y espiritual de España en América Latina. Como miembro de la Generación del 98, participó de las reflexiones sobre la identidad de España tras la pérdida de sus últimos dominios de ultramar en 1898 (Cuba y Filipinas).

El argentino cordobés Leopoldo Lugones (1874-1938), fue una figura central de la literatura argentina, que también participó en los debates sobre la hispanidad, aunque su enfoque y evolución fueron particulares. Lugones experimentó una notable transformación ideológica a lo largo de su vida. Comenzó con ideas socialistas y evolucionó hacia posturas nacionalistas y conservadoras. Esta evolución lo llevó a valorar cada vez más la herencia hispánica en América. En su etapa final, Lugones defendió los valores tradicionales y la importancia del legado español en la cultura argentina.

Esa evolución tenía muchos puntos de contacto con la del propio Ramiro de Maeztu, lo que probablemente hizo que se influyeran mutuamente. Lugones llegó entonces a considerar que la herencia hispánica era un elemento fundamental de la identidad nacional. La Argentina de principios del siglo XX era un crisol de culturas, con una fuerte inmigración europea. En este contexto, la cuestión de la identidad nacional y la relación con España eran temas de debate. Lugones, como muchos intelectuales de la época, buscó definir la identidad argentina en relación con su pasado hispánico. De igual modo que los hombres de la generación del 98 buscaron respuestas al problema de la identidad también Lugones y todo su entorno intelectual buscaban las raíces de la identidad. En esa búsqueda ambos grupos confluyeron en la valoración de la Hispanidad. Por eso creemos que es un buen fundamento comenzar por aquella búsqueda y el subsiguiente hallazgo.

¿Qué supone para usted poder profundizar en estos autores?

Para mí, para el resto de los docentes como para los cursantes creo que el reencuentro con estos autores es el magnánimo ejercicio de recordar, o sea volver a pasar por el corazón esos textos y el pensamiento de los autores. Porque se trata de conceptos y conocimientos que son al mismo tiempo verdades entrañables, porque pertenecen a nuestra identidad, a lo que somos. Podemos acercarnos a ellas con una simple y sincera curiosidad intelectual pero difícilmente podamos permanecer en una actitud tan distante cuando todo lo que somos en el mundo, nuestro talante se encuentra impregnado de estas ideas y de este modo de ser.

¿Dónde pueden inscribirse y obtener información los interesados?

Para obtener información deben dirigirse a elevanargentina@gmail.com.

Es importante inscribirse para poder reservar la vacante. Desde la secretaría de ELEVAN responderán a todas las inquietudes y solucionaremos los inconvenientes planteados.

Por Javier Navascués

 

Tomado de: https://www.infocatolica.com/blog/caballeropilar.php/2503180447-andrea-greco-el-imperio-espan

 


domingo, 25 de mayo de 2025

Lord Strangford, Mariano Moreno y el rol de Gran Bretaña en la formación de la Junta de Mayo

 


Por: Pablo Yurman

 

A mediados de mayo de 1810 llegaba al puerto de Buenos Aires el buque inglés Misletoe, procedente de Europa. Traía noticias de la invasión francesa a España. Tal como muchos preveían, éstas daban cuenta de que había desaparecido toda autoridad metropolitana, lo que tenía incidencia fundamentalmente en los territorios ultramarinos del extenso pero ya decadente Imperio Español.

 

La imagen de la nave británica portadora de noticias que sonaban al “canto del cisne” de España sintetiza como pocas lo inédito de esa hora de la historia. Y también las múltiples confusiones a las que daría lugar la formación, el día 25, de la Primera Junta, expresión autónoma del gobierno del Virreinato, de carácter provisional y a la espera de la vuelta de Fernando VII (“prisionero” en un castillo en Francia) al trono.

Demás está señalar el interés británico por estas tierras. ¿Acaso no intentó Inglaterra dos invasiones al Río de la Plata en 1806 y 1807 que culminaron en rotundos fracasos militares? Hubo en carpeta una tercera (que se suponía la definitiva) al mando, nada menos, de Lord Arthur Wellesley. Pero la invasión francesa a España trastocó todos los planes y cambió las prioridades que ahora pasaban por lograr derrotar a Napoleón.

En dos ocasiones había intentado Inglaterra invadir el Río de La Plata. En el cuadro, la rendición de Beresford ante Liniers el 12 de agosto de 1806

Para no agregar más confusión conviene aclarar algunos puntos en el desarrollo de los acontecimientos de Mayo de 1810. La necesidad de formar una Junta que reemplazara al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue consecuencia directa de la desaparición de toda autoridad legítima en España. En otras palabras, Inglaterra no digitó ese movimiento en las piezas del tablero mundial. Lo que no obsta afirmar que, dado que las circunstancias llevarían a la formación de un gobierno autónomo en Buenos Aires como capital virreinal, la diplomacia británica procuró entonces promover a dicha Junta a personas de su confianza, o que al menos mirasen con buenos ojos su informal tutela del nuevo gobierno.

Enrique Ruiz Guiñazú, canciller argentino durante los primeros años de la década de 1940, en su biografía del embajador británico, Lord Strangford y la Revolución de Mayo (Buenos Aires, 1937), ofrece elementos de análisis sumamente interesantes. Con acceso a documentos exclusivos, muchos de los cuales estaban en poder de los descendientes del famoso diplomático inglés, incluida una copiosa correspondencia entre Strangford y el gobierno inglés, interesa destacar que de la lectura de la obra surge con claridad que la intención del autor fue la de remarcar su rol protagónico, si no en los sucesos de Mayo de 1810, al menos en la conformación de parte de la Junta y en la sugerencia a ésta de los primeros pasos institucionales a adoptar.

La biografía de Lord Strangford, por Enrique Ruiz Guiñazú

Aclaremos algo crucial para entender a los protagonistas. Lord Percy Strangford fue designado en 1806 embajador británico ante la corte de Portugal. Fue quien en 1808 ante la invasión francesa organizó el escape de la familia real lusitana y su instalación en Río de Janeiro, Brasil, sitio al que él mismo se trasladó y donde continuaría a cargo de la embajada de su país. Desde allí habría de seguir con particular interés los sucesos en el Río de la Plata. Labor ahora facilitada por la cercanía geográfica con Buenos Aires.

Ruiz Guiñazú destaca que en Inglaterra “la opinión librecambista marchaba a pasos de gigante”. En los hechos, el libre cambio impulsado por esa nación urgía la apertura de mercados donde colocar sus productos industriales. Cerrada la Europa dominada por Francia a tal posibilidad, perdidas años antes las colonias de Norteamérica, que además impulsaban un firme proteccionismo económico, sólo quedaba el vasto espacio hispanoamericano. Por tanto, quizás el mercado que no pudo conquistarse por las armas podría ahora ganarse por los hilos de la diplomacia.

Acá es donde aparece la figura de quién será Secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, que en 1809 había escrito su Representación de los Hacendados, obra en la que defendía la apertura del puerto de Buenos Aires al ingreso de productos industriales extranjeros. En la época, no hacía falta agregar la procedencia de tales mercaderías manufacturadas, puesto que en su inmensa mayoría eran inglesas.

Mariano Moreno no tuvo actuación destacada ni en la Reconquista (1806) ni en la Defensa (1807) de Buenos Aires. Tampoco participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. Su designación en la Junta lo tomó por sorpresa

Pero interesa saber que Lord Strangford era un entusiasta del libro escrito por Moreno. Según Ruiz Guiñazú “En carta fechada en Río de Janeiro el 6 de febrero de 1810 se hace alusión a la obra, manifestando: ‘Las observaciones que ese documento contiene, y que descansan en los principios más liberales de economía política, ha producido, según se dice, un gran efecto en el ánimo del virrey español… Pero no me parece que hayan logrado inducirlo a separarse abiertamente del rígido sistema colonial español, de acuerdo con el cual se le ha ordenado proceder’…”

En rigor, más que “hacendados” y labriegos, quienes financiaron la obra de Moreno y le dieron difusión eran en su mayoría comerciantes británicos establecidos en Buenos Aires, a quienes interesaba particularmente constituirse en importadores habilitados de manufacturas británicas. Nuestro autor nombra algunos: Mackinnon, Crockett, Barton, Dowling, Dyson, Allsop, Ponsonby Staples y otros “cuyos nombres se han perpetuado en la sociedad argentina”.

Cabe destacar que Moreno, siendo porteño, no tuvo actuación destacada ni en la Reconquista (1806) ni en la Defensa (1807) de su ciudad. Tampoco participó, no obstante su condición de vecino, del famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y fue tomado por sorpresa con su designación en la Junta de Gobierno.

El 28 de mayo, siendo ya Secretario, redactó el memorial que la Junta dirigiría a Strangford para lograr su reconocimiento por el gobierno inglés. Llamativo que fuera el mismo Moreno quien, meses después, se opusiera tenazmente a que se incorporaran al gobierno los representantes de los pueblos del Interior. Quizás no sea casualidad. Algunos de ellos venían con instrucciones de sus provincias para proponer un sistema económico proteccionista de las industrias locales, lo que significaba el cierre al menos parcial del puerto de Buenos Aires. Si eso acontecía, aquellos comerciantes deberían volver a la ilegal práctica del contrabando, lo que los alejaba socialmente de que sus apellidos “se perpetuaran en la sociedad argentina” según nuestro ex canciller.

La Representación de los Hacendados: el ensayo de Moreno que agradó a Lord Stanford

Agrega Ruiz Guiñazú que “con la Revolución, había cambiado el escenario y sus hombres; al rigorismo del Consulado se opondrían ahora las amplias vistas del Doctor Moreno, que habría de tener la fortuna de llevar a la práctica desde el gobierno, lo que aconsejara desde su bufete de abogado. Sus conocidas ideas, expresadas en la Representación de los Hacendados y Labradores darían la pauta para una nueva orientación.”

Curioso que las pautas para una nueva orientación económica generarían gran encono en los pueblos del interior, que no se beneficiaban ni con el contrabando ni con la apertura indiscriminada que inundaba de manufacturas inglesas que ahogaban las muchas artesanías y productos industriales locales.

Por ello es que el famoso enfrentamiento entre Moreno y el presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, no obedecerá ni por asomo a cuestiones de temperamento o de carácter. La burda simplificación según la cual Saavedra por su genio apocado y conservador, chocaba con el fogoso y entusiasta joven abogado porteño esconde el enfrentamiento de fondo. Aquél representaba, bien o mal, los intereses provincianos proteccionistas en materia económica, mientras que Moreno, según lo analizado, en plena sintonía con el hábil embajador británico en Río de Janeiro, era vocero de los comerciantes del puerto, no de labriegos y hacendados de la vastedad de la pampa.

El 26 de agosto de 1810 moría fusilado en Córdoba, por instigación de Moreno, el héroe de la Reconquista y la Defensa de Buenos Aries, don Santiago de Liniers. Es de suponer la satisfacción de Lord Strangford al enterarse de la noticia.


martes, 25 de febrero de 2025

NOTAS SOBRE JUAN MANUEL DE ROSAS

 


Presentación

En el mes de julio del pasado 2012, dábamos a conocer el volumen tercero de nuestra obra: Los críticos del revisionismo histórico, publicación conjunta de la Universidad Católica de La Plata y del Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, instituciones ambas por las que reiteramos nuestra gratitud.

Muchos años y muchas lecturas demandó aquel compendio, y un larguísimo recorrido por las escuelas historiográficas de sig-nos distintos, encontrados y rivales. Para estudiar al revisionismo y a sus críticos, lo dicho aquí y allá en torno de la figura del Restaurador, desfiló por nuestro escritorio del modo más exhaustivo que pudimos.

Si de tal afirmación no se sigue necesariamente elogio alguno para el fruto final de aquellos volúmenes, sí se ha de seguir en cambio una cierta habilitación para responder la pregunta que sigue: ¿hay algo nuevo que decir sobre Juan Manuel de Rosas?; o sin la connotación de la novedad, que no suele ser sinónimo de valía, ¿hay algo por decir que justifique dar a luz un nuevo libro, como el que aquí presentamos?

En principio parecería que no. No al menos desde el punto de vista informativo, documental, archivístico. Aunque repositorios hay que aguardan aún ser explorados con maestría, y aunque en pleno curso se encuentra un proyecto asombroso del Profesor Jorge Bodhziewicz, para que se conozcan ordenada y analítica-mente los impresos todos de la larga y gloriosa época de la Con-federación Argentina, en líneas generales podríamos decir, con un tecnicismo, que la heurística sustancial acerca de Juan Manuel de Rosas se halla cubierta.

Va de suyo que éste de la información no es un ámbito clauso, y que siempre habrá –como en el proverbial poema becqueriano– una mano inteligente que sepa arrancar notas afinadas a una arrumbada arpa. En tal sentido, insistimos, los papeles históricos de la patria pueden deparar más de un sorpresivo y útil hallazgo. Pero tambien es cierto que lo édito y publicado más se asemeja a una montaña de proporciones que a un modesto peñasco. Quien haya hecho el esfuerzo de escalarla, advertirá la dimensión de sus perfiles.

Algo distinta es la respuesta a la pregunta ya formulada, si nos apartamos del siempre legítimo y valioso territorio de la heurística, para instalarnos en las posesiones de la hermenéutica. Aquí, no solamente todo no está dicho sobre Rosas, sino que ur-ge volver a recordar verdades y razones, criterios rectos y perspectivas veraces; y si no sonara algo pretensioso, urge igualmente volver a refundar el revisionismo histórico argentino.

Porque la figura impar de Juan Manuel de Rosas no ha tenido toda la suerte historiográfica que su estatura merecía. Es verdad que liberales y marxistas –cada uno con sus subespecies entomológicas– han sido objeto de refutaciones, réplicas, desenmascaramientos y desmentidas por doquier. Y es verdad que a izquierdas y a derechas plumas siempre se le supo oponer algún pensador aquilatado que restituía el orden interpretativo. Queremos decir, para que no se nos confunda, un pensador con las bases intelectuales lo suficientemente sostenidas en la Filosofía Perenne.

Pero lo que hoy prevalece en la materia es el desorden y el caos, la amalgama turbia, la mezcolanza aviesa, el ideologismo tosco sumado a la militancia crapulosa. El rosismo, convertido en relato oficialista, y el relato oficialista devenido en conglomerado de náuseas, y éste a su vez propagando su hedor sin restricciones, por un poder que acumula malicias cuanto resta virtudes; el rosismo, decimos, es hoy una mueca indigna y falsa de lo que supo y quiso ser en sus orígenes. Se agrava el desbarajuste toda vez que por oponerse a este oficialismo asfixiante, pendolistas o políticos sin entrenamiento historiográfico alguno, y faltos de sólida cultura, dejan caer sus diatribas contra Rosas, sin advertir que están castigando, no al héroe en sí mismo, sino a la parodia en que lo han convertido los titulares del Régimen. Moralmente hablando, estamos obligados a formular condenaciones terminan-tes para los artífices de tanta falsedad acumulada.

No mejora el panorama la irrupción de ciertos intérpretes de la figura de Don Juan Manuel que, aunque en las antípodas intelectuales y morales de los bandos señalados, y por eso mismo dignos de ser considerados decentes, han decidido descalificar como traidores a todos aquellos personajes americanos que tomaron parte de la independencia de España. Casi siempre sin acepción de personas, ni de propósitos ni de circunstancias. Como si fuera lo mismo amar piadosamente a los padres y verse compelido a formar casa propia con idénticas raíces, que sacudir las sandalias en los umbrales del hogar solariego, movido por el odio y el desprecio. Como si idénticos fueran los casos de quienes llamaron independencia a abjurar de su matriz, y esos otros que 12defendieron con sangre limpia una autonomía que no les impedía cultivar el encepamiento hispano de tres siglos. Y como si después de doscientos años del doliente proceso de disolución del Imperio Hispano, cupiera mantener fresco un rencor, que acaso pudo alimentarse durante la contemporaneidad de los hechos, pero que a vistos y considerandos de lo acaecido en ambos continentes, más parece prudente mitigar que azuzar.

Entre varios fuegos entrecruzados, algún rescate precisa la figura ilustre del Caudillo de la Santa Federación. Y he aquí el sentido de las páginas que siguen: cooperar como podamos a esta necesaria acometida. Convertirnos en auxiliares de una tarea regeneradora pendiente, como quien alcanza el bruñidor, acerca el dorador o arrima los pinceles para que un antiguo y noble lienzo recupere su brillo.

Hemos dado en llamar “notas” a los capítulos que se suceden, porque la lengua castellana lo permite con propiedad. Hacer no-tas es señalar algo para que se conozca o se advierta; reparar y observar; apuntar brevemente ciertos tópicos a efectos de que no se olviden; y es además poner reparos a los escritos de terceros, reprender o censurar. Es sencillamente, incluso, escribir con responsabilidad. Otra cosa que notas no creemos que sean las páginas que aguardan.

Algunas de las mismas vieron la luz hace años en algunas re-vistas especializadas de restricta aunque calificada difusión. Les llegó la hora del remozamiento y de la ampliación y eso hicimos. Otras circularon en su momento de manera digital y estaban dispersas. Nos pareció oportuno reunirlas y pulirlas, y también eso hicimos. Las dos primeras, en cambio, que dan una impronta peculiar a este breve libro, aparecen aquí por primera vez.

Nos damos por satisfechos si, en su conjunto, pueden prestar ese servicio al que aludíamos. El de llevar algunas claridades a un ambiente cada vez más ennegrecido y opaco. Nos placería aún más –y la esperanza nos dicta este párrafo conclusivo– si motivados por el mismo espíritu que suscitó estas notas, una nueva generación, juvenilmente madura, se decidiera a refundar la escuela historiográfica revisionista. Para lo cual, entre otros dones, se necesitaría la clarividencia de Bernardo de Chartres, que se valió de la metáfora de los enanos subidos a los hombros de gigantes. Se necesitaría, en suma, ver más alto y más lejos y más diáfano, pero sin dejar de agradecer los hombros que nos han sostenido cuando todo era invisibilidad y negrura.

 

Antonio Caponnetto

Buenos Aires, enero del 2013

 


miércoles, 12 de febrero de 2025

3 de Febrero: La Batalla de Caseros y la traición a la Patria

 

Por: Felix Pavan

    ¿Rosas? para algunos, el gran defensor de la soberanía; para otros, el símbolo de un poder excesivo que debía terminar.
    El 3 de febrero los argentinos recordamos con dolor la Batalla de Caseros; un día oscuro y aciago en que la Patria fue entregada a los intereses del liberalismo, la masonería y las potencias extranjeras. Un día negro, en el que la Argentina fue forzada a abandonar su destino soberano, condenada a la desunión y a la dependencia, despojada de su identidad bajo el falso brillo del “progreso” impuesto por manos extranjeras.
    Fue la caída de Juan Manuel de Rosas, el gran defensor de la soberanía argentina y del federalismo, traicionado por aquellos que, en nombre de la “organización” y el “orden”, abrieron las puertas a la disolución nacional. Lo que se presentó como una nueva etapa para el país no fue más que el inicio de la entrega, la imposición de un modelo contrario a nuestras tradiciones y la sumisión a los intereses de los poderosos.
    Rosas, gobernante firme y católico, supo enfrentar las agresiones del imperialismo británico y francés, resistiendo el dominio extranjero y sosteniendo la Confederación Argentina sobre los principios de la religión, el orden y la justicia. Su política protegió a los pueblos, a la familia y a la tradición, enfrentando a los principios de la Revolución, sostenidos por el unitarismo.
    Caseros no fue una victoria del pueblo argentino, sino la consumación de una traición. Justo José de Urquiza, cegado por la ambición y seducido por los intereses del liberalismo, se alió con el Imperio del Brasil y con los enemigos históricos de la Patria, traicionando el sagrado juramento de defender la soberanía. Con su felonía, derrocó al Restaurador de las Leyes, y con él, al último bastión que resistía la injerencia extranjera y el dominio de las potencias imperiales.
    Lo que siguió fue el despojo. La Argentina, sin el orden providencial que Rosas había establecido, perdió su rumbo, entregada a la oligarquía porteña, a los mercaderes del poder y a los agentes de la disolución nacional. El modelo liberal impuesto no trajo libertad ni grandeza, sino el saqueo de las riquezas nacionales, la descomposición del orden social cristiano y la persecución de los valores tradicionales que habían sido el alma de la Confederación.
    Desde entonces, la Nación ha vagado entre falsas promesas y entregas sucesivas, alejándose de su misión providencial. Pero la historia no se ha cerrado, y la memoria de los pueblos no se borra. Aún es tiempo de volver a levantar las banderas de Dios, Patria y Federación, para restaurar la Argentina verdadera.
    Hoy, más de 170 años después, el recuerdo de Caseros nos llama a la reflexión y al compromiso con los principios que Rosas defendió: Dios, Patria y Federación. La Argentina necesita recuperar su identidad católica, su soberanía y su auténtico federalismo, volviendo a las raíces que hicieron grande a nuestra nación.
    Que Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Patria, interceda para que Argentina retome el camino de Dios, la verdad y la justicia.

miércoles, 1 de enero de 2025

El armisticio del 20 de octubre de 1811

 

Por: Edgardo Atilio Moreno

El tratado de paz que el Primer Triunvirato firmó con el virrey Elio es un hecho poco tenido en cuenta en nuestra historiografía, sin embargo su relevancia es de tal magnitud que el historiador José María Rosa, dice que con su firma “había concluido la Revolución empezada en Mayo de 1810”.[1]

En efecto, la Revolución de Mayo se había hecho con el propósito de dar a los americanos un gobierno propio; autónomo, fiel al monarca ausente, pero no sujeto al ilegitimo Consejo de Regencia que armaron los ingleses en Cádiz. Sin embargo, este tratado vino a reconocer la autoridad de dicho virrey, concediéndole por ende legitimidad al Consejo peninsular que lo había designado.

Antecedentes, el Convenio preliminar de la Junta Grande.

Este armisticio, firmado el 20 de octubre de 1811, no  es un hecho completamente insólito y disruptivo, sino que reconoce un antecedente directo e inmediato en el Convenio  Preliminar de similar tenor, que el gobierno anterior, de la Junta Grande, firmó tan solo un mes antes.

Cabe recordar que dicha Junta, que se había formado con la incorporación de los diputados de las provincias y contaba con el apoyo de los saavedristas, llegó al gobierno resuelta a poner coto al absorbente centralismo de Buenos Aires y a las practicas jacobinas del morenismo; pero manteniendo por supuesto el fidelismo a Fernando VII. Sin embargo, el bloqueo al puerto de Buenos Aires, ordenado por Elio, y el temor a una invasión de los partidarios del Consejo de la Regencia, llevó a la Junta Grande a dictar un decreto por el cual se expulsaba de la ciudad a todos los españoles solteros.

Esta drástica medida –como dice Ernesto Palacio- causó gran conmoción en la población de Buenos Aires; por lo que el Cabildo “se vio obligado a solicitar su revocación[2]. Incluso los morenistas, que en el pasado impulsaron medidas más crueles, maquiavélicamente, se sumaron a las protestas.

La marcha atrás dada por la Junta (que revocó el decreto) cayó mal a los saavedristas que, alarmados por el avance del morenismo, organizaron una poblada encabezada por el alcalde de barrio Tomas Grigera (conocida como la grigerada o la revolución de los orilleros), durante los días 5 y 6 de abril, la cual logró la incorporación del Dr Joaquin Campana a la Junta Grande; aunque su propósito de colocar a Saavedra en el gobierno se vio frustrado por que este no aceptó el mando.

No obstante ello, la crisis no se resolvió. El día 20 de julio llegó la noticia de la derrota de Huaqui, y el gobierno entró en pánico.

En agosto llegó de Rio de Janeiro Sarratea con la recomendación de Lord Strangford de arreglar con Elio, reconocer su jurisdicción en la Banda Oriental  y enviar diputados a las Cortes de Cádiz. Campana quiso oponerse a ello pero el Cabildo presionó a favor del acuerdo; y el 1 de septiembre se firmó un tratado preliminar de paz, en esos términos, el cual no fue ratificado pues los portugueses (que habían sido llamados en ayuda por Elio) continuaron con su avance en la Banda Oriental y Artigas continuo con el sitio a Montevideo.  

Toda esta situación desprestigió completamente a la Junta Grande y provocó su caída y la conformación del Primer Triunvirato, conformado por Chiclana, Paso y Sarratea; con Rivadavia como secretario.

El Primer Triunvirato

Ernesto Palacio dice que el primer Triunvirato no fue una reacción liberal contra la política conservadora de la Junta Grande, sino que fue simplemente la reacción del localismo porteño contra el predominio provinciano en la Junta, y que por ende continuo con la línea de “timidez y vacilaciones” de sus antecesores. Es decir, no tenía intención alguna de forzar una declaración de independencia.

Asi mismo, José María Rosa, afirma que este órgano triparto se creó simplemente para terminar con las contemplaciones con Artigas y arreglar de una buena vez con Elio.

De ahí entonces que una de sus primeras medidas fue la de seguir adelante con las tratativas iniciadas por la Junta Grande con los regencistas. Para ello se le ordenó a Rondeau levantar el sitio a Montevideo. Cumplido esto quedó expedito el camino para firmar el Armisticio, cosa que se hizo el día 20 de octubre de 1811.  

Lo novedoso (y que causó malestar) de este tratado no fueron las habituales declaraciones de reconocimiento y fidelidad a Fernando VII, las cuales eran de rigor en todos los documentos oficiales emanados desde la Revolución de Mayo, tanto en los de la Primera Junta como en los de la Junta Grande y del Triunvirato; sino el reconocimiento que se hacía a Elio y a las ilegitimas autoridades del Consejo de Regencia.

En efecto, en las clausulas 4 y 5 se establecía que Buenos Aires mandaría delegados a Cádiz para explicar las causas que han obligado a suspender el envió de sus diputados. Asi mismo por las clausulas 6 y 7, se disponía que “las tropas de Buenos Aires desocuparan la Banda Oriental del Rio de la Plata hasta el Uruguay, sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la del Excelentisimo señor Virrey”.

Por su parte Elio se comprometía a cesar con el bloqueo y a gestionar el retiro a sus fronteras de las tropas portuguesas que él mismo imprudentemente había convocado, alimentando las ansias expansionistas de estos.

José María Rosa explica que este tratado disgustó a casi todos especialmente “al gobierno de Rio de Janeiro porque Elio, después de haber llamado en su auxilio al ejercito de Souza, no había consultado con este los términos de su paz”, y por supuesto a Artigas, que acaudillaba a los orientales. Solo plació –continua Pepe Rosa- “a Strangford, a Elio y a la gente principal de Buenos Aires[3].

La reacción de Artigas ante el arreglo fue contundente. Acusó a Buenos Aires de abandonar a la Banda Oriental a su opresor antiguo y consideró que el tratado era una capitulación deshonrosa. En una clara desobediencia a lo acordado y dispuesto a continuar la lucha, dirigió una emigración masiva de orientales, que se dio a llamar “la redota”, hasta Concordia, Entre Ríos.

De todos modos, el acuerdo con los regencistas duro poco. Las tropas portuguesas no solo no se retiraron de la Banda Oriental, sino que además hostigaron a los hombres de Artigas en su éxodo. El Triunvirato se quejó de esto ante Vigodet (que había reemplazado a Elio) pero este hizo oídos sordos y reanudó las hostilidades atacando con sus barcos por el rio Paraná.

El gobierno ordenó entonces a Belgrano fortalecer la ribera del rio en Rosario. Allí instaló dos baterías y le propuso al Triunvirato la adopción de una escarapela celeste y blanca que sus soldados usarían en el uniforme. La propuesta fue aceptada, lo cual entusiasmo a Belgrano quien pensó que este gesto era un paso a una declaración de independencia; por lo que inmediatamente, el día 27 de febrero de 1812, enarboló por primera vez una bandera nacional con los mismos colores. El gobierno desaprobó lo hecho; le ordenó guardar la bandera y le mandó la roja y gualda. 

La iniciativa independentista de Belgrano disgustó al Triunvirato, especialmente a su secretario Rivadavia.  Por ello mismo, fueron reprimidas también las actividades de la Sociedad Patriotica en Buenos Aires. Dice José Maria Rosa al respecto: "El morenismo de la Sociedad Patriotica no era simpático a Rivadavia, pero no era motivo suficiente para clausurar la entidad. Otra cosa fue empezar los recitados sobre la independencia en febrero y que la Sociedad hiciese campaña para la pronta convocatoria de la Asamblea General a fin de conseguir un pronunciamiento igual al de Caracas (la independencia). Rivadavia entendió que uno y otro eran propósitos sediciosos... ordenó patrullar las calles y vigilar las reuniones de la Sociedad Patriotica... La Sociedad dejo de reunirse y Montegudo fue separado de la Gaceta..."

De lo rápidamente relatado hasta aquí podemos concluir que este Armisticio manifiesta la existencia –aun en 1811- de un núcleo o sector de la clase dirigente porteña que no tenia ningún apuro en declarar la independencia, y que estaba  dispuesto a aceptar en cierta medida el orden anterior a la Revolución –como dice Federico Ibarguren- reconciliándose con los antiguos beneficiarios de él. Tendencia que, ante las múltiples dificultades atravesadas (a lo que se le debe sumar la presión de Inglaterra), llegó al extremo indecoroso de ceder en los ideales autonomistas de Mayo, aceptando a unas autoridades que antes -con todo derecho- se impugnaban.

Por otro lado también es evidente que la  imprudencia, la soberbia y la belicosidad de los funcionarios regencistas, que malograron este acuerdo y que buscaron la guerra a toda costa, hizo que muchos patriotas comenzaran a pensar en la posibilidad de la independencia (entre ellos algunos como  Belgrano) que hasta poco antes se habían manifestado fieles partidarios del monarca ausente[4].

Por ello, no es casualidad que justamente por ese entonces, en la segunda mitad de 1811, recién se puedan encontrar los primeros documentos privados (cartas) en los que algunos patriotas mencionan la palabra o la idea de independencia; como lo afirma Enrique Diaz Araujo en su monumental obra Mayo revisado.

A todo esto, aún quedarían por delante cinco años más de penosa guerra civil para que finalmente este rincón sureño del ya extinto imperio hispano católico se declarara independiente.

 

                                                                                                    

Bibliografia:

Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. Ed Abeledo Perrot. Bs As 1999.

Rosa, José María. Historia Argentina. T.2. Ed. Juan Granda. Bs As 1967.

Diaz Araujo, Enrique. Mayo revisado, tomo 1. Editorial Ucalp. 2010.

Ibarguren, Federico. Así fue Mayo. Ed. Theoria. Bs As. 1998

 



[1] Rosa, José María. Historia Argentina, Ed. Juan Granda. Bs As 1967, tomo 2, pag. 339

[2] Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina, Ed Abeledo Perrot. Bs As 1999; pag 172.

[3] Rosa, Jose Maria. Ob. cit., pag. 341.

[4] En su campaña al Paraguay, Belgrano arengaba a sus hombres a luchar por el Rey;  y en marzo de 1811, en la batalla de Tacuary, rodeado por fuerzas superiores, e intimado a rendirse, contestó desafiante: “Las armas del Rey no se rinden, venga Vuestra Merced, a tomarlas”.


viernes, 27 de diciembre de 2024

Disputas sobre la independencia

 


Por: Agustín de Beitia

Cada año, el 9 de julio asistimos a la equívoca celebración oficial de nuestro proceso de independencia como un grito de libertad. Como si hubiésemos vivido hasta entonces bajo un yugo. El espíritu que anima esa clase de festejo es el mismo que subraya el carácter revolucionario del 25 de Mayo, entendido en clave liberal e ilustrada. Es la emancipación como alegre ruptura con España y, en sentido amplio, con la tradición. El mismo himno nacional canta a la "nueva y gloriosa nación" que se levanta a la faz de la tierra y que tiene "a su planta rendido un León", en alusión a la Madre Patria. El problema con este tipo de exaltación es que poco tiene que ver con lo que se decidió en aquellas fechas.

A quienes cubren de gloria inmarcesible aquel proceso, pero también a quienes desde España rebajan nuestra independencia a una mera traición que habría causado la ruptura del Imperio Hispano Católico, viene a corregir el doctor Antonio Caponnetto en su nuevo libro, Respuestas sobre la Independencia (Bella Vista Ediciones), una obra indispensable, que tiene la inusual pretensión de examinar el pasado a la luz de lo sobrenatural. Un ensayo que invita a abandonar simplismos y a adentrarse en las aguas profundas de la historia, la filosofía y la teología.

Enfrentado a los liberales, que creen que la patria nació hace 200 años, y sobre todo a los tradicionalistas españoles, que toman la fecha de la independencia como su fecha de defunción, Caponnetto avanza "entre estos dos fuegos" la tesis de que el proceso de autonomía sin desarraigo, que fue un programa y un curso de acción explicitado, fue doloroso pero legítimo, aunque se haya echado a perder por obra de los ideólogos del liberalismo y la masonería, bajo la tutela británica.

Las reflexiones aquí contenidas son el fruto de una larga meditación sobre el tema, a tal punto que no parece desproporcionado decir que es toda una vida intelectual la que fecunda este trabajo. El autor, que es doctor en Filosofía y profesor de Historia, presenta estas reflexiones como "una prolongación natural" de un volumen suyo anterior, Independencia y Nacionalismo (Katejon, 2016), publicado con ocasión del bicentenario de nuestra independencia. Y a ambos títulos, como una derivación de Los críticos del revisionismo histórico. Tanto es así que en este tercer volumen admite que quiso "levantar" todas las objeciones que la historiografía españolista plantea a esa escuela de la revisión histórica.

El libro tiene una forma dialogal, idea que le inspiró la muy buena entrevista que le realizara el periodista español Javier Navascués tras la aparición de Independencia y Nacionalismo. Una entrevista pensada para el mundo digital y que fue publicada en forma parcial en el sitio Adelante la Fe.
Las preguntas incisivas le hicieron ver a Caponnetto, según confiesa, que muchas objeciones y cuestiones disputadas quedaban aún sin respuesta. Pero también lo llevaron a pensar que el método socrático permitiría adentrarse mejor en el tema, ampliando el panorama conforme se avanzaba con las inquietudes.

TRES PARTES

Tres partes componen la obra. Una primera, donde se transcribe esa breve entrevista de Navascués y que aborda la cuestión de la independencia. Una segunda, más extensa, con las preguntas autoformuladas, y una tercera dedicada a la cuestión del católico y la patria, que como bien anticipa el autor se va asomando de a poco desde el mismo comienzo. De lo que esta tercera parte trata es de la "compatibilidad entre catolicismo y patriotismo", entre nacionalidad o atadura a la propia tierra y la cosmovisión espiritual del cristiano, entre nacionalismo y práctica de la fe.

Este último aspecto va asomando de a poco porque la cuestión de fondo con que lidia Caponnetto es de raíz teológica: no ya la impugnación del independentismo, sino del derecho a la existencia de las naciones hispanoamericanas, de la idea misma de patria, del concepto de nación. Una impugnación hecha en nombre del catolicismo y de sus fuentes más tradicionales. Esta objeción, de procedencia carlista, pretende según el autor alcanzar a todo aquel que ose, sino reivindicar el proceso autonomizante, al menos cohonestar sus causas.

Caponnetto deja clara su postura: no comparte la alegría de quienes celebran la independencia porque disfrutan la desmembración del Imperio Hispano Católico, ni comparte las acusaciones de traición que lanzan ciertos católicos españoles. Frente al error de unos y la injusticia interpretativa de los otros, recuerda que realistas eran todos, incluso los masones perseguidores de los católicos como Rivadavia. Y expone luego los ejemplos de fidelismo, de arraigo, de conservación del patrimonio cristiano y español heredado que demostraron "los mejores de los nuestros", que ocuparon puestos destacados en la lucha, entre los que menciona a San Martín, Saavedra, Sarratea y otros.

Ejemplos de celo católico como para castigar la blasfemia (San Martín), enarbolar divisas de "Religión o muerte" (Quiroga) o practicar actos públicos de piedad religiosa (Belgrano), que cuesta encontrar en el bando opuesto.

El meollo de la controversia, y en ella se entra rápido, es que hubo en estas costas un deseo de un gobierno propio, una emancipación efectiva y guerras que se libraron para sostenerla. Eso es lo que quiere dejar en evidencia la impugnación carlista, que dicha rápidamente podría resumirse en que "somos hijos de la Revolución". Una observación mortificante para quienes son católicos en estas tierras. Pero una mortificación que, a juzgar por los resultados, pareciera tener un fundamento.

Para levantar esa objeción, Caponnetto propone un hilo de razonamiento que sigue un mismo método: abrir la lente para abarcar un cuadro mayor, iluminando lo que antes quedaba en la sombra. Y el resultado no solo es esclarecedor, sino que hasta por momentos cambian las tornas.

DOBLE DERROTA

Lo primero que queda expuesto es que no es lo mismo la independencia que pretendían los ideólogos iluministas como Moreno, Castelli y Paso, que la autonomía gubernativa de quienes querían conservar no solo las formas monárquicas sino también la prosapia cultural hispana. Es decir, que no se debe confundir el anhelo de emancipación (iluminista) con el de una autodeterminación que era fruto del ius resistendi frente a una monarquía devenida en tiranía, invadida por una potencia extranjera.

Que los ideólogos del "descastamiento" hayan terminado por imponerse es otra cuestión, que el propio Caponnetto admite y deplora. Con la salvedad de que esas ideas representaban solo a un grupo, y no precisamente el más numeroso, pero que se vio favorecido por la ceguera y el iluminismo furioso de un Fernando VII que al volver del exilio se volcó a una violencia rencorosa que ahogó la unidad del imperio en la sangre de una inmensa guerra civil. El autor, de hecho, habla de una doble derrota en el proceso autonomista, política e historiográfica, razón por la cual hoy se nos imponen efemérides laicas y masonas. Pero para ver eso insiste en que hay que ir bastante más lejos que 1810-1816, hasta la derrota nacional de Caseros.

Aunque Caponnetto dice que nunca considerará "auspicioso" el inicio del camino independentista, porque no se engaña sobre sus fogoneros e instigadores, sí cree que la autonomía resultó "legítima" y "dolorosa". Legítima porque revistió las formas de una clásica resistencia contra una tiranía que ponía en riesgo la existencia misma de la sociedad política. Dolorosa, porque nunca es grato tener que llegar al límite de poner en práctica el ius resistendi.

Mucho más contundente es que, por el procedimiento de contemplar lo sucedido con una lente más abierta, el autor desvela que había partidarios del "descastamiento" en el mal llamado bando realista. Pone así sobre la mesa los intentos de ruptura del Imperio Hispano Católico procedentes de la propia península, que son -en sus palabras- muy anteriores a 1810 y más graves.

Por eso la acusación de perjurio la toma como indignante. Porque ve en ella la intención de convertir a la víctima en victimario. En este sentido, recuerda lo que venía sucediendo en España, y cómo en la sucesión dinástica entre Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, el iluminismo no había dejado ruindad sin cometer. Como sucedió en 1807, cuando la soberanía española quedó ultrajada por franceses e ingleses con la anuencia de la corona española, se inauguraron las persecuciones a la Iglesia y el Estado regalista reemplazó la noción de Cristiandad por el Equilibrio Europeo.

PARADOJAS

Para ilustrar su argumento, Caponnetto recorre las paradojas y contradicciones que se esconden en esta historia, desvela las tergiversaciones y ocultamientos que hicieron escarnio de unos y enalteceron a otros. Así expone la falacia de la presunta anglofilia de San Martín y la confronta con el muy real y documentado, pero también ocultado, ejercicio de la corona española de promocionar a los ingleses.

De ese breve estudio biográfico de San Martín y su época, extrae la evidencia de que el Imperio Español había prácticamente desaparecido para 1808, y no sólo el Imperio, sino la mera soberanía de la Metrópoli, tironeada por franceses e ingleses que se repartían el dominio como dos cuervos un cadavérico botín, algo que amenazaba con arrastrar a América.

Aclarada, por estas razones, su adhesión a la patria independiente, que considera una reacción ante Napoleón Bonaparte y sus aliados, explica por qué esta postura no es contradictoria con manifestarse fiel a España. Y para eso señala que, en la cosmovisión católica, la patria es un don de Dios y su primer bien es el patrimonio recibido en herencia. Un patrimonio que no es un gobierno ni un costumbrismo, sino un espíritu, un alma, que es eso que llamamos Hispanidad.

De allí que la pregunta por la patria, su origen y su nombre, va cobrando una creciente significación. El autor, que prefiere referirse al "drama independentista", dice que ese drama no puede entenderse sin categorías teológicas.

Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino.

No, viene a decirnos Caponnetto. La Argentina no nació del cañón de La Bastilla. Nació de la Cruz y de la Espada portadas por el Conquistador y el Misionero, según célebre metáfora de Vicente Sierra. Y para demostrar que su origen se sitúa en los albores del siglo XVI, recorre la bibliografía histórica y nos lleva de la mano por registros de cartógrafos, poetas y cronistas.

El último capítulo, titulado El católico y la patria, depara páginas muy provechosas. Frente a quienes sostienen que en la Tradición de la Iglesia el concepto de patria no resulta valorado, ofrece un esclarecedor itinerario por el pensamiento de los Padres de la Iglesia, en el que encadena una reflexión sobre si está o no en los planes de Dios la existencia de las patrias y las naciones, y la relación entre la patria terrena y la celestial.

Como hizo antes contra los simplismos hermenéuticos e inequidades, contra los maníacos obsesivos de la injerencia británica, contra el insano complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos, contra la tesis carnalista de Federico Rivanera Carlés, pero también contra "los Felipe Pigna y sus traspolaciones presentistas y ucrónicas" o las "naderías" de Loris Zanatta, Caponnetto sigue el mismo procedimiento de abrir la lente, señalar inconsistencias y preguntar a los críticos si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea.

Respuestas sobre la independencia es un precioso libro. De lectura ágil, pero meditación lenta. Polémico y controversial, como es Caponnetto, pero también honesto hasta el dolor, como es también este profesor al que dice gustarle "el sol dando de pleno en la cara".

Un libro que no duda en rescatar con brío la figura de Saavedra, pero reconocer que en un momento se hizo un flan. Un libro que llama a no caer tampoco en el simplismo de considerar que la Revolución fue católica porque en el Cabildo o la Casa de Tucumán merodearan sacerdotes y sotanas, cuando en muchos casos se trataba de un clero liberal y confundido. Un libro, en fin, con categorías disonantes para los oídos vulgares.

No extraña en absoluto que sea ignorado por el periodismo, que no es muy afecto a las sutilezas. Menos aun cuando esas sutilezas vienen a aguar la fiesta de los "descastados".

El mayor dolor que expresan estas páginas es ver cómo nos han inventado una patria en la cual ya no queda lo esencial de la "terra patrum", que es la Hispanidad. El esfuerzo por la hispanofiliación es claro en la prédica de Caponnetto y en esta obra en particular.

Un esfuerzo que quiere revertir muchos males que hoy padecemos y que son en parte, como dice el autor, la consecuencia directa de que prevaleciera aquella emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica. Admite, con acierto, que otros males son pura responsabilidad nuestra. Y de hecho el vaciamiento espiritual de ayer continúa hoy y no parece tener fin.

Pero el autor señala que el estado de descomposición de la actual España no permite tampoco abrigar muchas esperanzas de que nuestra suerte hubiera sido mucho mejor sin la independencia. Porque, en definitiva, es la civilización cristiana toda la que está amenazada de muerte. Y en esto no hay lado del Atlántico que se salve.

 

Tomado de: https://www.laprensa.com.ar/Disputas-sobre-la-independencia-503651.note.aspx


lunes, 2 de diciembre de 2024

Vuelta de Obligado: la incredulidad en los parlamentos de Inglaterra y Francia frente a la resistencia de Rosas

 


Por: Pablo Yurman

La guerra que sostuvo nuestro país, por espacio de cinco años, contra la armada anglo-francesa en la década de 1840, y que tuvo como fecha icónica el 20 de noviembre de 1845, día del Combate de la Vuelta de Obligado sobre el río Paraná, fue cubierta con marcado interés por la prensa internacional y, además, constituyó tema de permanente debate en los parlamentos tanto de Inglaterra como de Francia.

Para comprender los motivos por los que ambas potencias decidieron financiar una armada que superaba el centenar de buques, en su mayoría mercantes, escoltados por una veintena de naves de guerra, debe tenerse en cuenta el contexto internacional de mediados del siglo XIX.

Eran años en los que en varias partes del mundo se asistía a una expansión del colonialismo británico, y también francés, que por la vía diplomática o por el uso de la fuerza -recordemos que se trataba de las principales potencias militares y económicas de la época- obtenían en todos lados las más variadas concesiones de diversos pueblos sometidos. Por ejemplo, el primer ministro Lord Robert Peel logró la firma del Tratado de Nankín con China en 1842 por el cual se puso fin a la primera guerra del opio, y le permitió a Inglaterra apoderarse de la célebre isla de Hong Kong (cuyo control retuvo hasta su cesión en 1997) y la apertura económica de China a sus productos industriales. Era una época en la que la diplomacia británica no aceptaba de buen grado una negativa a sus demandas por parte de otros países.

Los franceses no se quedaban muy atrás. Y en tren de reivindicaciones territoriales sostenían un vasto imperio colonial en todos los continentes. Al tiempo que inventaban el término “Latinoamérica” (jamás usado en los siglos precedentes), no se privaron ni de bombardear el puerto mexicano de Veracruz (1838) ni de instalar a un emperador dócil a la sugerencia de establecer un tutelaje galo sobre México, como fue el caso del desdichado Maximiliano (1864-1867).

Era, por tanto, cuestión de esgrimir una buena excusa para iniciar formalmente hostilidades contra una nación que, como la Argentina, controlaba la comercialmente estratégica boca del estuario del río de la Plata, la que a su vez constituía el paso previo para la navegación por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que eran la llave de ingreso al interior del continente.

Máxime cuando había un punto débil para la Argentina de aquellos años que será astutamente aprovechado por las potencias invasoras: nuestra guerra civil entre unitarios y federales que había provocado el exilio de muchos de los primeros en Montevideo, desde donde prestarían su ayuda a los enemigos externos del país.

Francia usó como excusa el reclamo al gobierno presidido por Juan Manuel de Rosas de que a sus ciudadanos se les diera el mismo trato privilegiado que ya tenían los residentes británicos en nuestro país (concesión que venía de tiempos de Bernardino Rivadavia). Por su parte Inglaterra reclamaba que los ríos internos en territorio argentino fuesen de libre navegación internacional, es decir, que naves de bandera británica circularan por ellos sin necesidad de autorización del gobierno argentino.

Años antes habíamos mantenido un conflicto militar similar con Francia, entre 1838 y 1840, que se concluyó con la firma del Tratado Arana-Mackau. Al respecto señala Edmundo Heredia (en Un conflicto regional e internacional en el Plata. La vuelta de Obligado) que “la prepotencia francesa desnudó su imperialismo al mezclar sus pretensiones comerciales con su apoyo a los unitarios proscriptos, entrometiéndose así en una cuestión interna de los rioplatenses. Las concretas intervenciones de fuerzas navales francesas acompañadas de declaraciones y otras actitudes nada amistosas del gobierno de Francia, eran una demostración ostensible de su decisión de mantener siempre una presencia activa en el continente”.

La negativa argentina, expresada en un incesante intercambio de notas diplomáticas entre nuestro canciller, Felipe Arana, y los funcionarios europeos, se mantuvo incólume, lo que derivó en el inicio de hostilidades. La resistencia militar argentina en la Vuelta de Obligado fue saludada por los pueblos americanos que la reivindicaron al nivel de una segunda guerra por nuestra independencia. Resultó que nuevamente ingleses y franceses deberían lidiar con uno de los pocos pueblos del planeta dispuesto a hacerles frente.

Dice Vicente Sierra en su Historia de la Argentina que “ya en enero de 1846 en el Parlamento inglés se hizo escuchar la voz de la oposición liberal ante un desarrollo de los hechos del Plata que no se ajustaba a lo que la mayoría había supuesto.” (tomo IX, pág. 275). Y agrega respecto de las bases para una salida negociada a la crisis, propuesta formulada por Rosas a través del representante argentino en Londres, Manuel Moreno, que “Lord Aberdeen dijo ante la Cámara de los Lores, el 19 de febrero de 1846, que si bien se trataba de proposiciones inadmisibles, ‘podían muy prontamente conducir a un arreglo amistoso de toda la cuestión”.

El 23 de marzo de 1846 Lord Peel fue interpelado en el parlamento, sitio en el que tuvo que responder las preguntas del vocero de la oposición, Lord Aberdeen (tiempo después pasará de la oposición al gobierno). A las preguntas relacionadas con el estado de la cuestión del Plata, a saber: si existía un estado de guerra entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina, y fundamentalmente, sobre las perspectivas que razonablemente tendría el asunto, Peel respondió diciendo: ¿Estamos en guerra con Buenos Aires? No ha habido declaración de guerra. Hay un bloqueo de ciertos puertos del Río de la Plata pertenecientes a Buenos Aires; pero no entiendo que el establecimiento de un bloqueo importe necesariamente un estado de guerra. La segunda pregunta del noble Lord es si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná tenían la sanción previa del Gobierno. Dije ya que no había dado instrucciones ningunas al representante del gobierno o al comandante de las fuerzas navales además de las que fueron comunicadas a la Cámara, y aunque parezca singular hasta hoy no se ha recibido aún una explicación amplia o satisfactoria de los motivos que hubo para la expedición del Paraná…” (citado por Vicente Sierra en Historia de la Argentina).

Sostiene Heredia que “las razones por las cuales, entre otras alternativas, la flota conjunta decidió forzar el paso fluvial en lugar de atacar un puerto o llevar a cabo alguna otra medida de fuerza, o hasta declarar la guerra, son por ahora objeto de conjeturas. Resulta extraña la pretensión de colocar mercaderías contenidas en casi una centena de barcos, en un mercado incierto y de escasa población; es poco creíble que comerciantes y fuerzas armadas creyeran realizar un buen negocio, en términos estrictamente comerciales. La hipótesis que parece más plausible, que puede inferirse por los hechos ocurridos, es que la opción procuraba movilizar en contra de Rosas a las provincias situadas al Norte (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) y al Paraguay; es decir, producir un hecho detonante que provocara una reacción generalizada contra Rosas”.

En efecto, varios documentos y testimonios de la época dan cuenta del interés por parte del Brasil de sacar ventajas de la intervención europea en perjuicio de la Argentina, procurando su debilitamiento en combinación con el Paraguay. Llegó a manejarse la posibilidad de crear una artificial República de la Mesopotamia, es decir, el desmembramiento del territorio argentino.

Las tensiones parlamentarias en Francia estaban a la orden del día a raíz de los sucesos en Sudamérica. François Guizot era el ministro de relaciones exteriores francés y será poco tiempo después primer ministro coincidiendo con el reinado de Luis Felipe. Al comparecer a la Asamblea Nacional fue duramente interpelado por un viejo adversario, Adolfo Thiers, en línea similar a la de los parlamentarios ingleses.

Al respecto expresa Sierra que “Guizot no podía defenderse muy eficazmente, pues su política rioplatense distaba de ser coherente, revelaba contradicciones, de manera que se limitó a exponer que no se podía aún hablar de que la intervención hubiera fracasado. La verdad era, en cambio, que ni Guizot ni Aberdeen lograban explicarse cómo no habían triunfado.”

Constituye un lugar común en ciertos sectores de nuestra historiografía, guiados más por prejuicios que por rigor y exhaustividad histórica, considerar a la actitud argentina de resistir las demandas extranjeras como un capricho de Rosas. Además de omitir decir que ese conflicto culminó con una victoria diplomática de nuestro país, olvidan que al tiempo que fue una guerra internacional, también lo fue regional, en la que por una suma de intereses y circunstancias se jugaba nuestro destino: o salvaguardar nuestra integridad y dignidad, o atomizarnos en un mosaico de pequeños estados irrelevantes en el tablero internacional.