lunes, 29 de abril de 2013

TRIGO Y CIZAÑA EN NUESTRA HISTORIA*

Por FEDERICO IBARGUREN

No es cierto que la religión sea el opio del pueblo, como pensaba facciosamente Carlos Marx. Nada de eso. Aparte de chabacano, el recordado slogan del comunismo ateo no responde a verdad histórica alguna.

“La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, nos enseña el egregio pensador ingles Hilaire Belloc, agregando a este respecto que: “la religión es el principal elemento determinante que actúa en la formación de toda civilización”. Profunda verdad existencial – la ante dicha – que también rige por supuesto, para nosotros los argentinos de hoy, pues aunque a primera vista no se note un rastro en el acontecer histórico de la patria, el catolicismo fundador subyace sin embargo en el subconsciente de la misma y se perpetua, interesando a fondo los modo de ser, hábitos y costumbres (y a veces hasta no pocos prejuicios) de millones de ciudadanos nacidos y criados en esta tierra civilizada por la imperial España de hace cuatro siglos.

Cuando sistemas de ideas o creencias dogmáticas (religiosos, filosóficos o políticos) repetidos a través del tiempo, se convierten en habituales en una sociedad, modelando el pensamiento de las gentes que forman cualquier pueblo organizado hasta convertirlo en normas de vida (a saber: en régimen de convivencia pacíficamente obedecido), entonces –y solo entonces– podremos afirmar con certeza que existe una tradición: la cual –resulte ella continuista o anti continuista (1)– rechaza de suyo toda moda pasajera, toda composición de lugar frívola.

Las tradiciones en la historia siempre son impuestas, al comienzo, por minorías dirigentes –religiosas, filosóficas o políticas mediante el sistema durable de la enseñanza pública. Eso mismo aconteció entre nosotros con el catolicismo español en los primeros tiempos fundacionales; y se repetirá el procedimiento mas tarde, aunque bajo otro signo en hispanoamérica, durante los siglos XVIII y XIX: producida la decadencia de España y el auge protestante, laicista, que engendró la masonería liberal en toda Europa.

En lo que respecta a nuestra Argentina –que no nació precisamente en 1810– se han ido sucediendo, desde hace por lo menos trecientos años, corrientes culturales diversas; las cuales a través de la enseñanza, fueron asentándose en TRADICIONES contradictorias entre si. A saber:  a) La HISPANO-CATOLICA fundadora, que es la mas importante (siglo XVI y XVII), correspondiente al llamado Siglo de Oro español; b) La RACIONALISTA afrancesada, que se concretó en “despotismo ilustrado” en el siglo XVIII y que niega rotundamente la primera tradición considerándola “oscurantista” (Moreno y Rivadavia en su momento); c) La LIBERAL-CAPITALISTA clásica, propagada entre nosotros por la generación criolla de 1837 –en cierto modo continuadora de la anterior, que se perpetua en el siglo XX (por intermedio, sobre todo, de Alberdi y de Sarmiento) a través de los hombres del 80, quedando consolidada en la ciudadanía hasta hoy por la Ley de educación laica de 1884 que aun persiste y cuyo espíritu se extendió, también, a la enseñanza secundaria y universitaria. ¡Helas!

Al negar nuestra tradición primigenia (HISPANO-CATOLICA), estas dos corrientes últimas en la Argentina, se convierten en verdaderas contradicciones que conducen en definitiva al nihilismo actual.

Y bien: la identidad histórica de la patria esta constituida así, objetivamente por aquella vieja TRADICION MADRE y las dos CONTRADICCIONES nombradas, que luchan con la cultura antigua católica. La fundacional (“democracia frailuna”, la llamaba Menéndez y Pelayo) es de contenido jerárquico–popular y su filosofo mas difundido de la época fue el egregio jesuita granadino Francisco Suárez. Las restantes, de esencia moderna, laica, responde a las corrientes racionalistas anglofrancesas (Hobbes, Descartes, Rousseau) que desembocaban en la dogmática democracia liberal que conocemos y sus reacciones negadoras posteriores de este tiempo ateo, con Marx, Engels, Freud, y  Marcuse como profetas contemporáneos.

De la vieja tradición católico populista suareciana  deriva nuestro mentado Federalismo rioplatense  y sus diversas versiones históricas luego de la caída de Rosas. En la posterior tradición racionalista-liberal foránea, se apoyan, en cambio, los primeros unitarios- con Rivadavia, Monteagudo, etc- y sus epígonos políticos criollos de esta centuria (seguidores de Alberdi y de Sarmiento, númenes -ambos déspotas ilustrados lugareños- de las grandes figuras laicistas de 1880); los cuales epígonos promovieron a todo vapor el capitalismo anglosajón en el país, y lo siguen promoviendo hasta ahora, aunque bajo cuerda. Hoy, contra ellos, los iconoclastas de izquierda parecen estar ganando por desgracia la batalla decisiva, infiltrados –como lo están– en la Iglesia Católica, en el Estado Nacional y/o Gobiernos provinciales argentinos. ¡Cuidado!.

Aquí puede repetirse aquello que cuenta la tan conocida parábola cristiana del trigo y la cizaña (Mateo XIII – 24): “mas cuando dormían sus hombres vino el enemigo y sobresembró cizaña en el trigo. Y desapareció. Y cuando vino el brote y la hoja, apareció la cizaña en medio del trigo…”. Pues sucede que el bien –como la belleza y la virtud, el sol y su sombra– nunca se dan totalmente separado del Mal en la vida humana. Ambos, por el contrario, están entremezclados, condenados por Dios a crecer siempre juntos, guerreando entre si hasta el fin de los tiempos. Es lo que ocurre a la vista entre nosotros, (Hic et nunc) en 1973.

(1) Toda tradición es de suyo continuista, pero se interrumpe o se suspende con la violencia engendrada por las IDEOLOGIAS que la atacan; las cuales, a su vez, enseñadas a las nuevas generaciones vuélvensen en cierto modo tradicionales andando el tiempo. Ejemplos típicos –entre muchos otros- de tales tradiciones anti-continuistas hoy vigentes, serian: los separatismos vasco o catalán en España, y el racionalismo marxista leninista en Rusia. En Hispanoamérica: el decimonónico individualismo liberal –de tesitura británica o francesa- y su contrapartida política mas reciente (factible tradición prospectiva, si no es rectificada a tiempo); o sea un socialismo tercermundista dialéctico –cuyo lema guerrillero es “Dios ha muerto”-; enseñado en nuestras aulas universitarias y, ahora, hasta en no pocos de los seminarios católicos argentinos, en provecho exclusivo –vaya la novedad- de la izquierda atea mundial.

*Publicado en revista Cabildo, año I, numero 5, septiembre de 1973

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