Ante la insoportable vigencia de esa adulteración del verdadero revisionismo histórico, que con justicia llamamos pseudorevisionismo, no está de más recordar, de tanto en tanto, a los auténticos representantes de aquella notable corriente historiográfica.
Uno de ellos –como es sabido- fue don Alberto Ezcurra Medrano; historiador que marcó el rumbo y el perfil del verdadero revisionismo.
Mucho es lo que se podría decir de él. Por lo pronto, en una breve y acotada semblanza, digamos que fue uno de los precursores de esta escuela de pensamiento que se propuso rescatar nuestra identidad hispano-católica, refutando los mitos más difundidos de la historia oficial y sacando a la luz aquello que los historiadores liberales habían ocultado de nuestro pretérito patrio.
En efecto, Ezcurra Medrano inició su labor allá por 1929, en las páginas de los periódicos El Baluarte y La Nueva República, cuando tenía tan solo unos 20 años de edad. Posteriormente colaboró en numerosas publicaciones nacionalistas, como ser las revista Crisol y Nueva Política; pero sobretodo se destacó por sus extraordinarios artículos publicados en la revista del Instituto de Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, entre los años 1939 y 1961, es decir en lo que fue el primer periodo, y el mejor, de este notable instituto que nucleó a los más granado del revisionismo argentino.
De esa etapa son artículos memorables como “Rosas en los altares”, “La convención Mackau-Arana”, “Como se escribió la historia”, y “La vuelta de Obligado”; en todos ellos se encuentran bien claras las características que lo distinguen como historiador revisionista.
También en esta época escribió sus obras históricas de mayor envergadura, “Las otras tablas de sangre” (de 1934) y “Sarmiento masón” (de 1952), libros que se convirtieron en verdaderos clásicos de nuestra historiografía.
A modo de ejemplo de la valía de los trabajos que publicó en la revista del Instituto podemos tomar un artículo que vio la luz en enero de 1939, en el N° 1 de la mencionada publicación y que lleva por título “El centenario del asesinato del general Alejandro Heredia”.
Este ensayo es claramente demostrativos de la seriedad y sencillez con la que Ezcurra Medrano enfocaba y presentaba al público sus aportes. Sin alardes cientificistas o de erudición, ni pretensiones académicas; pero innegablemente científicos y con una clara comprensión del presente y del pasado del país.
Las notas que lo pintan por entero, las principales características que definen a don Alberto Ezcurra Medrano como historiador, están presente aquí.
A modo meramente enunciativo podemos enumera algunas: en primer lugar nuestro autor es un desmistificador de los dogmas supuestamente indiscutibles de la historia oficial; en segundo lugar, es un develador de aquellos hechos que han sido soslayados o tergiversados por los historiadores liberales; y en tercer lugar es un hermeneuta justiciero pero humilde pues no pretende imponer su interpretación como si fuera una verdad inconcusa al modo de los escribas de la historia oficial.
En efecto, atento a que la historia oficial no solo montó una leyenda negra respecto a épocas y personajes históricos, sino que en contrapartida edificó un panteón de héroes y mártires inmaculados; nuestro autor –al igual que todos los revisionistas- se vio en la obligación de mostrar a los supuestos héroes de la historia oficial, tal como en realidad fueron.
Y así, en el artículo que rápidamente revisamos nos encontramos con la figura de Marcos Avellaneda a quien el liberalismo nos presentó como un arquetipo de patriota, injusta y cruelmente asesinado. Frente a esto Ezcurra Medrano pone en el tapete documentos irrefutables que destruyen esa imagen sin macula alguna y que aportan indicios vehemente de su participación en la conjura para asesinar al gobernador legítimo de Tucumán, el noble y valiente caudillo federal Alejandro Heredia. He ahí entonces nuestro historiador en su papel de desmitificador y develador de la verdad oculta.
La tercera virtud encontrada en el artículo que analizamos, la del hermeneuta sencillo y humilde, se hace patente cuando, luego de presentar los hechos, invita al lector a sacar sus propias conclusiones sin exigir que las suyas se erijan un “veredicto inapelable de la historia”, tal como lo hacían los liberales con las suyas.
Finalmente demás está decir que estas características que aquí hemos enunciado de don Alberto Ezcurra Medrano tienen su hontanar, su origen y su explicación en una virtud de este autor, que es común a todos los verdaderos revisionistas, cual es la de profesar un cristiano e insobornable amor a la Patria, unido a un afán por conocer la verdad histórica más allá de toda ideología.
Edgardo Atilio Moreno
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