sábado, 24 de diciembre de 2011

CASEROS Y PAYSANDÚ

Alguien ha dicho con verdad que todo lo que Dios ha permitido que entre en la historia no puede borrarse. Tal es lo que sucede con la unidad de destino de los hombres, y las regiones de la Cuenca del Plata. Ella es indestructible porque hunde sus raíces en la Comunidad forjada en los siglos XVI y XVII, adviniendo con personalidad de Reino en 1776.

La lucha contra los ingleses y más tarde enfrentando a los liberales de las Cortes de Cádiz que pretendían desconocer los Fueros de los Reinos Indianos marcó, en Mayo de 1810, el inicio de un largo período en el que se combatió por la Patria Grande contra la balcanización y la rapacidad de los Braganzas. Fue la etapa de las intervenciones europeas y de hitos y holocaustos como el de Caseros en febrero de 1852 y de las humeantes ruinas de la heroica Paysandú cuando despuntaba el sangriento enero de 1865. En ambos episodios el Imperio del Brasil dio un importante paso adelante en la consecución de los planes expansionistas concebidos por sus hábiles diplomáticos.

Con Caseros, Río de Janeiro conquistó el primer plano en el continente sudamericano, rompiendo el equilibrio político. Allí cayó la sabia y prudente política rosista, por lo que la mayoría de los países sudamericanos fueron victimados por Itamaraty. Bastaba solamente considerar papel mojado los Tratados de 1777. Con ello mantenían una línea constante de la diplomacia lusitana, que no había respetado ni el acuerdo de Tordesillas, firmado en 1494, ni el de Permuta, rubricado en 1750, ni los que selló veintisiete años después y que son conocidos como “de San Ildefonso”. En todos ellos se buscaba dejar de lado la “línea recta e incontrovertible” de Tordesilllas por la geodesia de difícil determinación y que “dejaba brechas para ulteriores invasiones”.

Ya en el siglo XIX se burló de la Convención Preliminar de Paz de 1828 suscripta por presión del maquiavélico Mr. Ponsomby donde se seccionó la Patria fundamentada en las realidades geopolíticas del viejo Virreinato. Hasta donde les convino fueron al cesto de los incumplimientos los Tratados de 1851 con los que prostituyeron a diversos “próceres” para provocar la caída de Rosas.

Al mismo lugar de “llanto y rechinar de dientes” marcharon los Protocolos de 1864 y 1865 con los que instrumentaba a la Argentina y a la República Oriental para una guerra a la que se fue sin Ejército, sin armas y sin dinero, y que sólo interesaba a Pedro II. El camino había sido pacientemente preparado para aniquilar al Paraguay y “luego cortarle sendos costillares”. Los condenados eran los mismos López a los que el Carioca había atizado en 1842 contra la Confederación Argentina de Rosas.

Rumbo equivocado de una política que cuando quiso ser rectificada terminó en el horror del Aquidabán Ñu. Nada podía oponerse a los objetivos del Emperador masón y sus gabinetes Luzias o Sacaremas. Todo le significó en pocos años la incorporación de más de ochocientos mil kilómetros a lo heredado de Portugal.

Permanezcamos entonces en el camino trazado. La caída de don Juan Manuel de Rosas y de Manuel Oribe le costó al Estado Oriental un disfrazado regreso a la época de la Cisplatina (1817-1824), amén de tener que aceptar la burla a los Tratados de 1777 y el retorcido desconocimiento de la doctrina romana del “Utis Possidetis”.

Con ello, la diplomacia fluminense, “legalizó” la usurpación de una enorme porción del territorio Oriental, asumiendo además soberanía sobre los cursos de aguas fronterizos y levantando fortalezas en el interior. Pero una situación imprevista provocó un cambio. En 1860, hombres de extracción oribista se hicieron cargo del gobierno uruguayo, lo que fue visto por Río de Janeiro como peligro potencial.

La repetición de la antigua alianza del viejo Partido Federal con los Blancos orientales podía ser una traba en la marcha del Imperio hacia Paraguay y Bolivia. Mitre, presuroso, se prestó al juego de don Pedro y “pavonizó” al Estado Oriental enviando a Venancio Flores, su cuchillero de Cañada de Gómez El protocolo del 22 de agosto de1864, firmado por José Saraiva y Rufino de Elizalde, es la prueba de la histórica ignominia.

La invasión del Uruguay por el Imperio fue consumada con la colaboración diplomática y el apoyo logístico del cainita gobierno de Mitre. Varios miles de soldados brasileños y la flota de Tamandaré constituyeron una fuerza incontrastable. Paysandú resistió hasta el martirio pese a no tener elementos de guerra proporcionados. Las ruinas Sanduceras simbolizaron la derrota de la Patria Grande. Las intervenciones brasileñas en el Plata siempre significaron las grandes desgracias nacionales, constituyendo esta vez la de 1865 y a plazos escalonados una derrota para sus actores.

En el Brasil ella se produjo cuando en 1889 un esotérico accionar de logias provocó la caída del Braganza y proclamó la República. Sin embargo, la nueva conducción, alejándose del “desorden producido por el cambio de la secular forma de gobierno”, mantuvo sabiamente a los aristócratas formados por la diplomacia Imperial. El designado para conducir a Itamaraty fue José Maria Da Silva Paranhos, Barón de Río Branco, tramoyista y deus ex machina de una política que alguien definió como “la de besar la mano que se proponía cortar”.

A comienzos del siglo XX y con el respaldo de una poderosa marina se enfrentó con el gobierno de Buenos Aires, cuya Cancillería era ocupada por Estanislao Zeballos. Río Branco buscó entonces el apoyo del gobierno de Montevideo, concediendo al Estado Uruguayo las aguas e islas de la Laguna Merim que se encontrasen al oeste de la línea media y las del Yaguarón hasta el “talweg” en la parte navegable y hasta la línea media río arriba.

La generosidad mostrada por quien era magnánimo con lo ajeno, mientras mantenía en su patrimonio noventa mil kilómetros cuadrados usurpados en 1851, no puede ser calificada sino como una de las simulaciones más inicuas de la diplomacia sudamericana.

A nadie importó el triste pretérito, y menos la burla tartufesca de1909, para que en San Felipe y Santiago de Montevideo se dispusiera levantar un gran monumento al “personaje”. Ayer pasamos frente a los grupos alegóricos con el bajorrelieve del Barón. Volvimos a sentir el dolor del escarnio.
Luis Alfredo Andregnette Capurro


Tomado del Blog de Cabildo
En la ilustracion: el general Leandro Gomez, heroe de Paysandu

miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL FEDERALISMO DE JUAN FELIPE IBARRA

Por: Hector Francisco Peralta Puy* 

La fuerte personalidad del caudillo Juan Felipe Ibarra se formó en las orillas del río Salado, en aquella inhóspita y salvaje Matará, tierra de grandes figuras santiagueñas, de grandes luchas en contra de los malones, y de asentamiento de los indomables Mataráes. En estos lugares creció Juan Felipe, forjando su espíritu de guerrero de la Independencia y de gobernante federal por más de 30 años en Santiago del Estero. Allí nació el 1 de Mayo de 1787 en el hogar del Sargento Mayor de la Frontera del Salado, Don Felipe Matías Ibarra y de Doña María Andrea Antonia de Paz y Figueroa (proveniente de ilustre linaje, ya que era hija Don Francisco Solano de Paz y Figueroa).   
            Fue educado temporalmente en las aulas del prestigioso Colegio de Monserrat, en la ciudad de Córdoba, pero su destino era otro, aquél en el cual los hombres de bien utilizan las armas para defender los intereses de un pueblo sufrido como el santiagueño, en este caso, con la ayuda de las armas fundidas con los colores del federalismo y bendecidas por su implacable fe cristiana.
La intervención del caudillo federal en los asuntos políticos con el tucumano Aráoz a partir de 1820 demuestra que sin su experiencia militar y fuerte liderazgo entre sus huestes gauchas, la autonomía provincial no habría sido posible; ya que era necesario contar con la fuerza de los cañones para defender el proyecto autonomista, además de obtener el apoyo del vecindario para las acciones a realizar. Todo ello queda en evidencia en las actas correspondientes y en la elección de Ibarra como el primer gobernador autonomista, quien “Durante sus treinta años, su programa de gobierno se realiza en una lucha personal constante con gobiernos limítrofes, y con el indio.”
Es que es así, tantos años batallando contra las depredaciones unitarias interprovinciales y contra los complots de santiagueños empeñados en terminar con su gobierno, terminaron por tildar a su administración como “despótica” o a él como un simple “tirano” (según palabras de sus enemigos).
El episodio protagonizado por el matrimonio Libarona en el Bracho durante 1840, es recordado solamente por el sufrimiento de esta pareja. Pero, hay que tomar en cuenta que para que el gobernador tomara este tipo de decisiones, sus enemigos tuvieron que asesinar cobardemente a su hermano Francisco durante la sublevación.
Asociando las acciones con aquellas consecuencias, me tomaré el atrevimiento de rever algunas líneas de Canal Feijóo, quien con su frialdad analítica dice que “La vida colonial no dejó en estas regiones un cuerpo claro de leyes políticas, ni había creado una verdadera tradición de vida administrativa. Los primeros “gobiernos propios” se encontraron sin principios o normas con que regir los actos de la existencia pública. Y como ya no podía contarse con la providencialidad de las reales órdenes o los dictados eclesiásticos para el gobierno social, todo quedaba librado a la buena o mala inspiración personal de los ciudadanos llevados al mando. Así lo proclaman los papeles de la época, en que es visible el tanteo, la falla o el impacto de tiro sorpresivo, de la improvisación…”.
Y es que en la época de las luchas por la organización nacional, se imponían aquellas resoluciones, aunque algunas fueran tomadas por el recelo de la venganza y de los pareceres ideológicos (lo que no era ajeno para absolutamente ninguna persona de aquél siglo XIX), que al fin de cuentas no hacían otra cosa que manchar con sangre el suelo patrio; un gran ejemplo de ello fue el asesinato de Dorrego.
El episodio del Bracho, fue una de las tantas escenas de violencia exaltadas por los unitarios, que al fin de cuentas no hacían otra cosa que asombrarse de la crueldad federal cuando en realidad ellos mismos realizaban las mismas prácticas o quizás peores aún, como si fuese necesario colocar en el tapete las célebres frases de Sarmiento sobre su famoso “abono” federal destinado a la tierra.
Por esas cuestiones tan comunes dentro de esos años tumultuosos, Ibarra gobernó su provincia con una dureza que él creía correcta, debido a las tantas devastaciones que sufría por parte de algunos ciudadanos santiagueños y también de otras provincias. Sin embargo, siempre estuvo dispuesto a colaborar en la organización constitucional de la Nación, tal como lo prueban las cartas dirigidas a  Don Juan Manuel de Rosas y sus numerosos envíos de diputados provinciales a los congresos constituyentes.
Sus treinta años en el ejecutivo trajeron numerosos pareceres sobre lo que se cree correcto e incorrecto, pero no se puede dudar de su raigambre santiagueña, federal y católica, que se manifiesta en un documento que refleja todo el esfuerzo de una época para poder solucionar algunos de los problemas de Santiago del Estero: “El Gobernador y Capitán General de la Provincia. Teniendo en consideración los graves perjuicios que resultan a la industria de la provincia a causa de la libre introducción de algunos artículos de comercio que, por su mérito aparente y moral, son vulgarmente preferidos a los de igual clase elaborados en el país. Ha acordado y decreta: Art. 1º.- Queda prohibida la introducción de toda clase de tejidos que se elaboren en la provincia como son ponchos, frazadas y alfombras. 2º.- Del mismo modo, obras hechas de ferretería, como frenos, estribos, espuelas, cencerros, chapas de toda clase, alcayata, pasadores, argollas”.
Esta resolución, y otros decretos que se ejecutaron durante su gobierno y que persiguen el mismo objetivo, demuestran los ideales federales de Ibarra y la solidaridad con su  pueblo, estableciendo impuestos hacia aquellos productos que desestabilizaban los esfuerzos de los santiagueños. Pero que mejor recordatorio para la memoria del saladino que la pluma del Académico Alen Lascano, cuando respecto a su moral, expresaba que Ibarra “fue escrupuloso en el manejo de los dineros públicos o ajenos. Alguna vez, los excesos políticos le hicieron confiscar fondos enemigos, los destinaba al ejército y a pagar soldados…”, cuestión que era una práctica común hacia el trato del enemigo como una forma de solventar los gastos de la guerra.
A pesar de los tildes de tirano y despótico, impuestos por sus opositores por los treinta años de servicio y por el trato a sus enemigos (lo que siempre es discutible desde la percepción emanada por el razonamiento y del cual provienen tales opiniones), Ibarra fue un guerrero por la causa de Mayo, un incansable defensor de la autonomía provincial, un gobernador que en numerosas ocasiones expresó su anhelo por la organización constitucional del país; fue un defensor del federalismo y de la Religión Católica, ejercitó obras para su provincia con el peso de la miseria económica desarrollada desde las luchas por la independencia, y si bien en ocasiones fue vengativo con sus enemigos, en otras también fue magnánimo.
El Dr. Orestes Di Lullo comentaba que “Ibarra, caviloso, taciturno, severo, es el guardián permanente del derecho de su pueblo. Atisba con celo las fronteras ya contra el hermano invasor, o el indio de los malones; ya contra las provincias o contra la nación cuando pretenden violar la jurisdicción de su mando, ya contra el compatriota o el extranjero, ya contra el poder civil, el militar o el eclesiástico desmandado de sus fueros”.
Es sabido que cuando se produce su deceso el 15 de Julio de 1851, la provincia le adeudaba muchos años de sueldo como gobernador, cuestión que habla por sí misma sobre la austeridad y la solidaridad del Brigadier General Juan Felipe Ibarra.

* Profesor en Historia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Mitrismo (1860-1870)

Este es el capitulo que se deriva de la batalla de Pavon.

Aunque sus panegiristas no lo admitan, es, todavía, tiempo de guerra.

De guerra al federalismo subsistente o marginal, y de guerra al Paraguay lopizta.

A simple titulo de enumeración no taxativa, memoremos los combates de Cañada de Gómez, Molino de López, Rio Colorado, El Gigante, Casa Viejas, Sitio de San Luís, Las Salinas de Moreno, las Mulitas, Lomas Blancas, las Playas de Córdoba, Rinconada del Pocito, San Ignacio, Pozo de Vargas, Arroyo Garay, don Cristóbal, Santa Rosa, Ñanembe, y don Gonzalo, 1873, o Alcaracito en 1876.

Guerra de las tropas nacionales contra Ángel Vicente Peñaloza, alias el Chacho, contra Felipe Varela en el antemural andino y contra Ricardo López Jordan, en Entre Rios.

Y la Gran Guerra de la cuenca del Plata, que va de Paysandú, en el Uruguay, en los principios de 1865, hasta el Aquidaban Niguí, el 1 de marzo de 1870. Guerra terrible más exterminante de todas las anteriores, como que solo en Curupayti, el 22-9-1866, murieron 9.000 argentinos junto a 8.000 brasileros.

Por ese constante batallar uno de los mas conspicuos personajes de la presidencia Mitre fue el general Wenceslao Paunero, jefe de las fuerzas nacionales.

Guerrear, que no fue casual o involuntariamente nacido de acontecimientos inesperados.
No.

Con Pavon se instala el proyecto de la generación organizadora, antes romántica, del exilio. En su faz doctrinaria, esta generación literaria, había exaltado los valores esenciales de la libertad y el progreso. Era deísta o agnóstica en materia religiosa; utilitarista, al modo ingles Herbert Spencer o John Stuart Mill; en filosofía, culturalmente francófila y hispanofoba, en política adhería al liberalismo doctrinario francés de Benjamín Constant (de democracia restringida); si bien en el plano institucional prefería el constitucionalismo estadounidense, según la visión de Alexis de Tocqueville; en relaciones exteriores optaba por la vinculación con la Europa septentrional. Posicion que, traducida a lo económico, implicaba el librecambio con división internacional del trabajo y especialización agropecuaria y librempresismo; y en el plano de la política partidaria interna, si bien teóricamente aceptada la existencia de los partidos, en la practica eliminaba a los opositores (máxime si eran federales).

Y fue esta última característica la que desencadenó las sucesivas guerras. Es decir: la notoria fractura histórica que establecía con las dos épocas precedentes, por el rechazo al humanismo, y por la mediatización de la Independencia, provocarían de seguro enfrentamientos con los seguidores de la visión tradicional, que aun eran mayoría en el interior argentino.

Algunas expresiones escritas de los principales actores de esa época, permitirán evaluar lo antedicho. En ese sentido, leamos:

“Hay que poner al país de un solo color (Bartolomé Mitre después de Pavon).

 “No deje cicatrizar la herida de Pavon. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southamptom o a la horca)” (Domingo Faustino sarmiento a Mitre, 20-9-1861).

“Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco mas. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse, para ayudarlos a bien morir” (Bartolomé Mitre a Marcos Paz, 10-01-1862).

“El coronel Sandez llevó ordenes por escrito del infrascripto de pasar por las armas a todos los que se encontrasen con armas en la mano, y lo ha ejecutado en los jefes y oficiales” (Domingo Faustino Sarmiento a Bartolomé Mitre, 15-3-1862).

“He aplaudido la medida (el asesinato de Peñaloza), precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a ese inveterado pícaro, y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses” (Domingo DFaustino Sarmiento a Bartolomé Mitre, 18-11-1863).

“Los rebeldes, amotinados, merodeadores, y demás que se tomen con las armas en las manos, están a merced del gobierno y pueden ser pasados por las armas, deportados o lo que se quiera con ellos, y según la conveniencia y necesidad del caso, pues no gozan de garantía alguna” (Domingo Faustino Sarmiento a Miguel Gelabert, gobernador de Corrientes, 12-9-1873).

“El candidato es el Partido Liberal… eliminando candidaturas del calibre de la de Urquiza, es como yo entiendo que puede y debe hacerse una elección libre” (Bartolomé Mitre, “carta de Tuyu Cue”, 28-11-1867.).

Esto, obviamente se escribía más de una década después de haberse aprobado el artículo 18 de C.N., que prohibía la pena de muerte por causas políticas…

En consecuencia, no es aventurado concluir que se buscó por cualquier medio la supresión física de los miembros del partido federal, considerados en bloque símbolo del caudillismo “bárbaros” y obstáculos para la “civilización” que los liberales querían implantar.

Hasta la memoria de los adversarios quiso eliminarse. Un ejemplo. El federal Olegario Víctor Andrade escribió un poema en homenaje al degollado caudillo Ángel Vicente Peñaloza, que titulo “el Virato riojano”, en que clamaba:

“¿Qué importa que se melle en las gargantas
el cuchillo del déspota porteño (…)
¿Que importa si esa sangre que gotea
 en principio de vida se convierte,
y el humo funeral de la pelea
lleva sobre sus alas una idea
que triunfa de la saña de la muerte (…)
¡Mártir del pueblo! Apóstol del derecho
Tu sangre es lluvia de fecundo riego”.

Pues, muerto Andrade los versos se trucaron, y aparecieron como dedicados al general Juan Lavalle (hasta que el critico literario Eleuterio Tiscornia encontró los originales, y estableció la verdad.

Persecución que se hizo extensiva a los simples militares del partido vencido. Ese fue el caso dispuesto por el ministro Martín de Gainza con los jordanistas apresados en Ñaembé en 1872, enviados desarmados a los fortines del sur de Buenos Aires como consta en la “Memoria” que el ministro de Guerra elevó al Congreso. El referido Gainza era, el afamado “don Ganza”, del libro escrito en ese año por José Hernández, exiliado jordanista, con la cabeza puesta a precio (mil pesos fuertes, en el proyecto de ley enviado por el presidente Sarmiento al Congreso el 28-5-1873, copiado de la ley de Lynch del “fart west”). En el “Martín Fierro” se describe la suerte de estos paisanos:

“El anda siempre juyendo/ …/ como si fuera maldito; / por que el ser gaucho…¡barajo!/ el ser gaucho es un delito” (I,1329-24).

“ El nada gana en la paz/ y es el primero en la guerra,/ no le perdonan si yerra,/ que no saben perdonar,/ por que el gaucho en esta tierra/ solo sirve pa botar,/ para él son los calabozos,/ para él las duras prisiones,/ en su boca no hay razones,/ las razones de los pobres./ Si uno aguanta, es gaucho bruto;/ si no aguanta, es gaucho malo,/ ¡déle azote, déle palo!,/ por que es lo que el necesita!/ de todo el que nació gaucho/ esta es la suerte maldita” (1,13674).

“Tiene el gaucho que aguantar/ hasta que lo trague el oyo/ hasta que venga algun criollo/ en esta tierra a mandar” (I,2091-4)

“Hoy tenemos que sufrir males que no tienen nombre”, afirma Hernández, contando sus desgracias (que “por ser ciertas las conté”); cuando desde su óptica, el gobierno era “una maquina de daños” (V,2096), que lo persiguió duramente esa década: “ por culpa suya he pasado/ diez años de sufrimiento”.

Dejaba por tanto Hernadez –y con él todos los gauchos del federalismo rural- rodar la bola/ que algún día se ha de parar” (I,2089-90). Y él, al menos, entendió que se había parado con la llegada de Adolfo Alsina al gobierno.

Enrique Diaz Araujo
(del libro “Aquello que se llamó La Argentina”)