Me llega ahora la penosa noticia de que el canal televisivo
de La Nación (al que prefiero no calificar para ahorrar epítetos) lo
convocó amistosamente a cierto programa con ocasión del reciente aniversario
del 25 de mayo (cfr.https://youtu.be/24yJe3qfvoY). Y que durante el mismo, el
señor Lons repitió impunemente no pocas de las trilladísimas falsías que le
fueron fundadamente señaladas.
En conciencia, y ante la confusión sino estropicio que causa
el señor Lons, me veo en la obligación de hacer circular estas páginas. Son
largas para el lector corriente. Escasas para quien quiera ahondar en el tema.
Por eso mismo recuerdo que son un fragmento de libro mío citado ut supra
(ps.285-321). El cual, a su vez, es continuación de otro anterior (Independencia
y Nacionalismo, Buenos Aires, Katejon, 2016). Actualmente me encuentro
escribiendo un nuevo volumen sobre el delicado punto. Nadie está obligado a
interesarse en estas cuestiones. Pero insisto, en conciencia, no puedo dejar
sin responder algunas de las muchas equivocaciones que sostiene mediática y
compulsivamente el señor Patricio Lons.
……………………………………………………………………………………………………………
Ya hemos dicho y repetido hasta el cansancio que nadie en su
sano juicio niega la influencia británica en el Río de la Plata, en particular,
y en los llamados sucesos independentistas, en general. Nadie niega la
existencia de agentes británicos nativos, así como el doble, triple o múltiple
juego inglés para sacar provecho de nuestra situación. Juego que Inglaterra fue
tétrica maestra en jugar, empezando porque contaba para ello con la anuencia formal
de la Corona Borbónica. La anglofilia y/o la obsecuencia servil a Gran Bretaña,
no fue un fenómeno que se dio solamente en la América Española. Digamos que se
inició en la Corte corrompida de fines del siglo XVIII; que tuvo aquí sus
tristes epígonos, y que, obviamente, la masonería hizo de hilo conductor en
todas estas situaciones. Puede ser una novedad cuanto decimos, para ciertos
espíritus incautos. Pero quienes hemos sido criados historiográficamente bajo
la guía del revisionismo clásico, no tenemos el punto como una novedad. Y para
ser sinceros, nos fastidia el aire de superioridad de ciertos personajes
mediáticos, que creen hacernos el gran favor de despabilarnos al respecto.
Pero esto no significa que debamos incurrir en la obsesión de
ver a Inglaterra detrás de absolutamente todo lo acaecido; ni en el simplismo
de verla siempre propiciando nuestra independencia de España, cuando en largos
períodos (incluyendo el que va desde 1810 a 1816) a Londres le causó provecho
exactamente lo contrario; o que perdamos la seriedad analítica, tildando al por
mayor y al bulto de agente o de socio británico a todo aquel o a todo aquello
que se nos ocurra. Como les pasa a los escrupulosos con el pecado, así les
sucede a los maníacos obsesivos de la injerencia británica: la ven siempre,
hasta en la sopa; y cuando no la ven la inventan. A veces cayendo sin más en el
ridículo.
Se ha dicho, por ejemplo, que “la flota de San
Martín[estaba], absolutamente compuesta por marinos y espías ingleses”(1). Si
nos estamos refiriendo a la de Thomas Cochrane, que desembarcó, por caso, en
Pisco hacia 1820, la verdad es que disponía aproximadamente de once naves de
guerra y quince transportes, portando un total aproximado de cuatro mil
efectivos, de origen chileno, argentino y peruano, navegando la formación
completa bajo bandera chilena, y llevando las naves insignias denominaciones
americanas. Miembro destacado de la alta oficialidad era Manuel Blanco
Encalada, que había pertenecido a la Real Armada Española.
Espías ingleses en esa tripulación no conocemos ninguno. Sí
en cambio estaba embarcado el muy criollo Alvarez Condarco, encargado oficial
del espionaje sanmartiniano, quien tenía distribuidos de antemano a sus hombres
en el Perú, con indicaciones claras para actuar, asentadas en el punto cuarto
del pliego que el Ministro de la Marina de Chile, Zenteno, le entregó a
Cochrane el 9 de enero de 1819.
Más que del espionaje a favor de su país –que poseía cuanta
información necesitaba al respecto- dos cosas parecen haberle preocupado al
malísimo gringo. La una, según se lo cuenta epistolarmente al precitado
Ministro de Marina chileno, la depuración de la calidad moral de los alistados:
“Desde que nos hemos visto libres de presidiarios, parece que reina el buen
humor y la alegría entre los marinos chilenos, quienes, vestidos como están
ahora de uniforme, parecen otra clase de seres”(2). La otra, satisfacer su afán
personal de codicia y de rapiña, cosa que ejecutó a través del Comandante
Foster, al llegar a la villa de Huara(3). Aunque la tropelía no quedó sin
sanción; y aunque es por demás conocida la enemistad que forjaron San Martín y
Cochrane (4), debemos decir por honestidad intelectual, que no nos parece
edificante en absoluto la presencia de este personaje en las proximidades de
las fuerzas navales conjuntas chileno-argentinas.
Esta exageración de don Patricio Lons que estamos comentando,
y que, en la práctica, lleva a una tergiversación del pasado, cuando bien
sabemos que su intención es la contraria(5), parece ser el fruto de, por lo
menos, dos criterios discutibles. El primero, como quedó dicho, la explicación
cuasi monocáusica de todo lo acaecido por la acción deletérea o explícita de
Inglaterra. Deudor en esto de uno de sus mentores: Julio González, en la
cosmovisión histórica, de Lons, excepto Juan Domingo Perón (risum teneatis),
virtualmente todo el arco de personajes mayores o menores de nuestra historia
está constituido por agentes británicos. Con lo cual, quieras que no, amén de
perpetrarse un reduccionismo gnoseológico, típicamente historicista, se acaba
siendo funcional a la consigna terrorista de quien pretende combatirse: “¡Rule,
Britannia!”. Inglaterra es, en este enfoque interpretativo, una especie de
Divina Providencia Invertida, a cuyo influjo nada ni nadie puede sustraerse.
Una deidad tronitonante que a todos subyuga por igual. Gran Bretaña es el axis
mundi nimbada de todos los superpoderes.
El segundo criterio objetable es la creencia –autoconfesada-
de que “a los próceres los conozco en camiseta y tomando mate en la cocina”(6).
Aún suponiendo, con abuso de los tropos literarios o de los ritmos de Cronos,
que tal cosa fuera posible, nunca podría ser la misma una acción recomendable.
Ante todo, por aquello que enseñaba Don Quijote: la mucha familiaridad engendra
menosprecio. Más incluso por un reparo conexo: porque es justamente este
confianzudismo propio del Ayuda de Cámara, el que torna imposible la
comprensión respetuosa del “Gran Hombre”, conduciendo entonces ,al que en tal
posición escribe o narra, a ese error funesto que Hegel –en las Lecciones
sobre Filosofía de la Historia Universal- llamó el Tersitismo Histórico
(verdadera enfermedad del mediocre contrahecho, dice el germano), y sobre el
cual nos hemos explayado en varias ocasiones. No es cuestión menor esta del
Tersitismo. Ha hecho y hace demasiados estragos en las filas de la
historiografía progresista y revolucionaria, como para abrirle la puerta de
ingreso a otras corrientes supuestamente contrarias.
Acaso un tercer criterio completa el cuadro de los amables
reproches a Lons, y es su españolismo exacerbado, de índole acentuadamente
carnalista o genetista; en virtud del cual, todo suceso o personaje de su
patria argentina vinculado al proceso independentista, queda apriorísticamente
condenado. En la nota que unas líneas arriba le comentáramos: “Qué pasó
realmente en Tucumán en 1816” –y sólo por espigar un ejemplo de su fecunda e
interesante producción- sostiene, por ejemplo, que, en aquel famoso Congreso de
Tucumán, “no hay constancia” de “cuál iba a ser la Religión y la lengua” de
estas tierras una vez declarada la Independencia. Sí hay constancias; y son
múltiples, documentadas, registradas y de larga data. Sólo habría que ir –si no
se quiere recorrer las fuentes- al escrito de Hugo Storni, Presencia católica
en el Congreso[de Tucumán], en la obra colectiva dirigida por Guillermo
Furlong, El Congreso de Tucumán, Buenos Aires, Theoria,1966. Pero
sorprende la desaprensión y hasta cierta displicencia con que se da por sentado
lo contrario. Es como si los repositorios documentales, ya antañones y bien
poblados, cedieran su importancia ante la cocina casera y la sudadera,
convertidos ahora en los elementos decisorios de la neo etapa heurística del
arte de reconstrucción del pasado.
Siempre en la misma nota que estamos usando de ejemplo de su
criteriología sesgada, Patricio Lons afirma que “nuestros próceres de la independencia,
pocos meses después de declararse independientes de España, el 9 de julio de
1816, se manifestaron dispuestos a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya
que este estaba por invadir la Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las
Provincias Unidas del Plata”.
Suponemos que se refiere a la invasión luso-brasileña,
sucedida en efecto, con posterioridad al Congreso de Tucumán. Pero quienes durante
aquella invasión pergeñaron conductas o proyectos entreguistas, tienen nombres
y apellidos; y –salvo alguna excepción- no son precisamente “nuestros próceres
de la independencia” (aún aceptando la carga irónica de la expresión), sino,
precisamente, los que hasta entonces habían estado lejos de los campos de
batalla y de los proyectos del Congreso de Tucumán.
No vemos qué rigor criteriológico hay al convertir en un
<sinécdoque> que contenga a todo sospechoso de entreguismo, a la fórmula
genérica y difusa “nuestros próceres de la independencia”. Hay también vasta
bibliografía específica sobre estos “próceres muy regaladores con lo que no era
suyo”, a los que alude Lons, sin necesidad de meter a todos en la misma bolsa
con tanta liviandad. No vendría nada mal recordar los trabajos de Washington
Reyes Abadie, Raúl Scalabrini Ortíz o el mismo João Pandiá Calogeras.
Del mismo talante liviano y displicente –propio de quien
comparte mate y camiseta pero no ciencia- son las afirmaciones de que “ninguno
propuso reunificarnos con el Virreynato del Perú”, de que “jamás se construyó
una política de unidad con Chile, salvo la politica de acercamiento entre los
presidentes Ibáñez del Campo y Perón”, o la defensa del General salteño José
Moldes, a quien, según Lons, “se lo secuestró y Belgrano lo envió preso a
Chile, donde fue detenido por San Martín”.
Sobre la segregación, abandono o pérdida respecto del
Virreynato del Alto Perú, no hay que buscar culpables en los
“independentistas”, sino más bien en personajes ubicados en las antípodas, como
Rivadavia, con sus activos secuaces logiados, que pusieron todo tipo de trabas
al ideal reunificador expresamente manifestado por San Martín, entre otros. No
vendría mal una repasadita a Enrique Guerrero Balfagón, El Plan de San Martín
para expedicionar al Alto Perú, Buenos Aires, 1960. Otrosí una repasadita a
Edgardo Pierotti, Rivadavia, un capítulo de nuestra vera historia,
Buenos Aires, Martín Fierro, 1951. O a Luis Roberto Altamira, San Martín:
sus relaciones con Bernardino Rivadavia, Buenos Aires, Pellegrini, 1950. Ni
vendría nada mal tampoco, recordar que el artífice de estos fracasos de
reunificaciones virreynales y adalid del entreguismo a Inglaterra, fue el mismo
que viajó a España con el propósito de pedirle a Fernando VII que perdonara
nuestro desliz y se hiciera cargo otra vez de la situación. De la misma
situación que nos había llevado al doloroso pero inevitable camino de la
autonomía.
La presentación de José Moldes como una especie de víctima de
Belgrano y de San Martín, sin detenerse a considerar los zigzagueos, las
demasías, las contradicciones, las defecciones, deserciones y dobleces del
susodicho Moldes es, redondamente, otro de los juicios destemplados y
displicentes que nos presenta Lons, con evidente afán provocador. Los trazos
biográficos que pueden reconstruirse de este personaje –a través, vg. de
autores como Frías, Holmberg, Fernández Olguín o Luis Urioste- nos dan, por lo
menos, una figura controvertida -con aspectos encomiables, por cierto- pero no
precisamente una especie de perseguido por el “bando independentista”, al que
sirvió en forma activa, destacada y reiterada. Que San Martín y Belgrano lo
hayan puesto preso –lo cual es cierto- no prueba su inocencia, ni tampoco la
infalibilidad penitenciaria de ambos próceres. Pero llama la atención que para
un argentino, alguien castigado con la cárcel por San Martín y Belgrano, en
plenas turbulencias bélicas y políticas, sea tenido en principio como una
víctima. Exponerlo de este modo, amparado en el hecho evidente de que casi
nadie sintió hablar de José Moldes, ni de su particular psicología, ni de sus
moralmente dudosos ires y venires, es simplemente querer llevarse por delante a
la inteligencia del interlocutor. Además, en la lógica con que Lons suele
encarara los personajes, el precitado Moldes debería ser llamado hijo de
contrabandista, dueño como era su padre, natural de Pontevedra, uno de los
hombres más ricos y poderosos del mercado sudamericano.
Tema aparte la relación Perón- Ibañez del Campo, sellada
entre estos dos oscuros personajes en julio de 1953, mediante el “Tratado de
Unión Económica Argentino-Chileno”. Sólo digamos que, como la visita de Ibañez
a nuestro país tuvo lugar deliberadamente en el marco de las pomposas
celebraciones del 9 de Julio, Día de la Independencia, en que se oficializó
solemnemente la firma del susodicho “Tratado de Unión...”; y como a la vez, la
visita de Perón a Chile tuvo lugar en el mes de los festejos trasandinos de su
propia independencia, lo menos que podría tener un anti independentista como
Lons, es alguna prevención sobre el símbolo elegido para sellar la presunta
unión de ambas naciones. Pero Perón, ya se sabe, es en esta extraña vertiente
españolista de la historia, el oráculo intangible. Aunque se haya probado hasta
la náusea su servilismo a Inglaterra, a Estados Unidos y a Israel. Su condición
–sucesiva y simultáneamente- liberal, masónica, marxista, proterrorista y
religiosamente cismática cuanto heretizante. Y agreguemos: aún cuando se
pudiera probar que, sucesiva y simultáneamente, cuando quiso, en algún furtivo
cuarto de hora, pudo ser todo lo contrario. Tiene un nombre muy feo servir a
dos señores. No sólo un nombre, también una condena celestial.
Pero volvamos a la tesis de la omnipotencia y omnipresencia
británica como monocausalidad hermenéutica de todo lo acontecido. Posee la
misma otros tópicos repetidos que, siempre a modo de ejemplos, vamos a
enunciar.
Se sostiene, por ejemplo, que la Revolución de Mayo fue “la
tercera invasión inglesa”; que “en la Primera Junta, casi todos eran agentes
británicos y contrabandistas [...].Juan Larrea, por ejemplo, tenía pedido de
captura por contrabando. Por eso les puso plata a los chisperos, para acelerar
el movimiento revolucionario y no ir preso. Domingo Matheu hacía negocio con
los ingleses, sobre todo mediante el contrabando. Miguel de Azcuénaga era
español [sic] (7). Juan José Castelli y Manuel Belgrano eran hijos de
comerciantes italianos. El único criollo era Cornelio Saavedra, nacido en
Potosí, Alto Perú, actual Bolivia, que entonces formaba parte de los Provincias
Unidas Del Río de la Plata”(8). Se sostiene asimismo que “sectores comerciales
comprometidos con el contrabando inglés y en algunos casos con la esclavitud,
eran quienes venían preparando la secesión”(9)Y que “independizarnos de verdad
hubiese sido dejando como fruto un estado organizado con un sistema aceptado y
factible y un proyecto de nación”(10).
Para que no falten las traspolaciones presentistas y
ucrónicas –tan del gusto de los Felipe Pigna- se agrega que “los chisperos
Domingo French y Antonio Beruti tuvieron que cerrar Buenos Aires, en una
especie de cuarentena, para que no se fuera mucha gente que se sentía española
y no apoyaba la revolución[...]El cierre lo organizaron los chisperos,
dirigidos por dos matones, French y Beruti. La cuarentena fue organizada por
los revolucionarios. Pero además contó con el bloqueo naval de parte de los
ingleses. Entre esas acciones, un capitán inglés, Charles Montagu Fabian,
arengaba desde el Fuerte de Buenos Aires a la multitud, que lo miraba con
desconfianza. La Revolución de Mayo fue una maniobra británica, con tres buques
ingleses apuntando sus cañones al fuerte porteño. El mensaje era <o echan al
virrey o los cañoneamos de vuelta>. Tanto Hipólito Yrigoyen como Juan
Domingo Perón tenía claro que el 25 de Mayo se dio de esta manera”(11).
Pero no ahorremos tinta para describir este pintorresquismo
ideológico, que con tal de malquistarnos con los hechos de Mayo de 1810, está
dispuesto a encontrar en ellos un antecedente de la horrorosa cuarentena que
estamos atravesando en el otoño-invierno de 2020. Según Patricio Lons, “el 25
de mayo bajamos nuestro pabellón, que en aquel momento era el español y se
subió el pabellón inglés en el puerto de Buenos Aires”(12). Aquellos juntistas
del Cabildo de Buenos Aires fueron poco menos que seres abisales. Para muestra
se nos dan algunos botones: “Fray Alberti tenía intereses propios y decía
defender los intereses del clero, pero en realidad defendía sus propios
intereses[...]. Muere impenitente. Tres veces los médicos le dijeron que se iba
a morir; que pidiera los sacramentos. Tres veces rechazó a los sacerdotes[...].
Matheu era un catalán representante de sus propios intereses[...]. Buena parte
de los miembros de la Primera Junta terminaron mal. Castelli, que se burlaba
mucho de la Hispanidad –tal vez porque era de origen italiano- se muere de
cáncer de lengua, el 12 de octubre de 1812, el día de la raza. Una cosa
rarísima”(13).
La verdad es que, ya no <la cosa, sino <las cosas rarísimas>,
son las que se han ido afirmando en el decurso de estas líneas. Precisemos un
poco, sin pretensiones de exhaustividad. Repetimos: sin pretensiones de
exhaustividad, como quien pasa un primer paño sobre un mueble con varias
pátinas de polvo acumuladas.
- Si Juan José Castelli está chamuscándose en el averno por
sus no pocas fechorías terrenas, es algo que nos tiene sin cuidado ni sabemos.
¿Cruzar lanzas por él? Ninguna. Pero decir que se burlaba de la Hispanidad
porque era de origen italiano resulta sin más ridículo; y como sátira
anacrónica cuanto ramplona. Castelli era de origen porteño, de madre también
criolla, María Josefa Villarino y González; y su padre era un médico veneciano.
De la misma Venecia que había sido reyno español. De la misma Venecia de la que
habría nacido Cristóbal Colón, protagonista principal de la empresa española
que marcó un antes y un después en la Historia Universal (14). Castelli no
creció al calor de la pasta sciuta y de la tarantella en un conventillo de la
Boca, en la tercera década del siglo XX, para albergar una rivalidad
itálico-galaica de sainete. Lo que pudo albergar de antihispanismo en su
corazón, lo recibió lamentablemente en los ambientes culturales del Virreynato
inficcionados de iluminismo y de empirismo en los cuales fue educado, junto con
lo más rancio del patriciado de fines del siglo XVIII y principios del XIX:
Real Colegio de San Carlos, Colegio de Montserrat, Universidad de Charcas. Al
fin; si murió de cáncer de lengua, y se quiere sugerir con esto una especie de
castigo divino por haber hablado mal de la Hispanidad, deberíamos buscar pronto
una explicación teopatológica, para santos como Ezequiel Moreno Díaz, que
terminó sus días por un fiero tumor de garganta, o preclaros varones como
Leonardo Castellani, afectado de un cáncer en la región latero posterior de la
lengua. Distopías por distopías, valga aclarar, de rondón, que en 1812, cuando
murió Castelli, todavía no se había declarado a la fecha como “Día de la Raza”.
No se ponen de acuerdo los historiadores sobre si el ingreso
de Alberti en aquel famoso organismo se debe a su aproximación con el sector
alzaguista-saavedrista; o si porque cubría las expectativas de la feligresía
común, por ser un hombre de ganado prestigio entre la misma (16). Sus
antecedentes como teniente cura, como vicario después y como párroco, son
impecables. Y tuvo destinos sacerdotales en sedes por demás expuestas a la evaluación
de los creyentes y de los superiores. Tal la parroquia San Nicolás de Bari.
Sospechoso de marranía tampoco fue hallado hasta ahora por los hematólogos del
revisionismo; y agente inglés menos; ya que “su campaña antibritánica le
acarreó persecuciones de los invasores que, por último, ordenaron su detención”(17).
El contrabando de negros no habría sido su fuerte; puesto que en el testamento
declara expresamente que debe ser considerado libre “el viejo negro Antonio”,
otrora esclavo, y que habría estado a su lado para asistirlo.
Se opuso al injustísimo fusilamiento de Liniers; dejó expresa
constancia en las “Instrucciones Reservadas” del 12 de diciembre de 1810, de
que estaba en contra de “las penas de sangre” contra los realistas o simples
españoles, y favoreció en tanto vocal de la Junta ciertas iniciativas del
conservadurismo saavedrista, como la incorporación de los hombres del interior
al gobierno juntista. El liberalismo historiográfico le escamoteó la
responsabilidad de haber dirigido “La Gaceta de Buenos Aires”, para ensalzar a
Moreno, quien sí era agente inglés y jacobino terrorista. Con lo que
–insistimos- ¡bien por los invocados intereses de Alberti!
Lons lo da por muerto de modo impenitente, negándose tres
veces, sucesivamente, a recibir a los sacerdotes que iban a administrarles los
sacramentos. Documento probatorio, papel, archivo, repositorio, carta, libro
que demuestre tan temeraria afirmación, no presenta ninguno. De dónde sale
tamaño dato,nos resulta un misterio. Las fuentes que hemos consultado: Gervasio
Antonio de Posadas, Godofredo Kaspar, Juan Manuel Berutti, Vicente Cutolo,
Ignacio Nuñez, Gontrán Ellauri Obligado, Ricardo Levene, Pedro Caraffa, Sarah
Makintach Calaza y Carlos María Gelly y Obes, no contienen referencia alguna a
la supuesta impenitencia final, a pesar de que se ocupan expresamente de trazar
la semblanza del cura incluyendo su deceso. Están contestes, en cambio, los
precitados autores, en sostener que murió de un síncope cardíaco, después de
varios disgustos políticos, siendo el más álgido, una acalorada discusión con
el Dean Funes. Fue una muerte repentina, el 31 de enero de 1811. Seguida de
cristiana sepultura “en la iglesia de su curato, después de hacérsele las
exequias en la catedral <con la mayor esplendidez y magnificencia
posible>, y la asistencia de la Junta, la Audiencia, el Cabildo y los
Tribunales”(18). Juan Guillermo Durán, que ha estudiado el punto con
detallismo, agrega una cantidad contundente de datos que ponen en evidencia una
muerte súbita, pero sin la más mínima señal de desavenencia entre él y la
Iglesia. Al contrario: recibiendo los sacramentos, en comunión con su Fe, y con
el pedido especial de ser sepultado en San Nicolás de Bari. Lo dejó asentado un
testigo directo de los hechos, el Alcalde de Hermandad, Mauricio Pizarro.
Demasiado “olor a sacristía”, diría Pepe Rosa, para quien habría renegado tres
veces consecutivas de su Fe. (19).
A todo esto, volvemos al principio. Nadie fundará el Círculo
de admiradores incondicionales del padre Alberti, ni pedirá mausoleos
apoteósicos erigidos en su memoria y homenaje. Pero si nos hemos detenido en
ciertos detalles de su vida y de su muerte, es –amén de por justicia a la
verdad - para que se vea cuán mala consejera es la ligereza, la displicencia y
la modalidad despectiva a la hora de querer deslegitimar un hecho del pasado,
que (a priori, sin matices ni grados de análisis),se tiene por intrínsecamente
ilegítimo. Cuán mala consejera es la sustitución del método por la petulancia
cognoscitiva; de la ciencia por el apriorismo ideológico; de la humildad
investigativa por el chisporroteo de bengalas verbales usadas como argumentos.
-Juan Larrea es otro sobre cuya tumba no iremos a colocar
flores ni a doblar campanas. De hacerlo, no sabemos cuantos acudirían, aún
pagando lloronas profesionales. Tras una vida de múltiples trapisondas
comerciales, de zigzagueos políticos, de lucros y de enriquecimientos
sospechosos, de cárceles y de destierros, terminó fundido y quebrado,
suicidándose el 20 de junio de 1847. Que, por cierto, no era aún “el día de la
bandera”, ya que la efeméride se oficializó recién en 1938.
Pero las cosas son como son; y la verdad es que Larrea, en
vísperas del 25 de mayo, no tenía “un pedido de captura por contrabando”, ni
necesitaba de ningún “movimiento revolucionario para no ir preso”. Ocupaba el
cargo de Síndico del Real Consulado, moviéndose con toda libertad, gozaba de un
módico prestigio épico por su desempeño en las Invasiones Inglesas, al frente
del Batallón Voluntarios de Cataluña (de donde era oriundo), y sus negocios de
almacenero y armador estaban florecientes. Ni siquiera participó del Cabildo
Abierto del 22 de mayo, donde podía haber urgido esa Revolución que
supuestamente tanto necesitaba. Y todo indica que integró la Primera Junta
porque sabido es que las iniciativas políticas necesitan financiamiento
económico. Y el próspero catalán cooperó con creces a la nueva causa
revolucionaria, poniendo abundante efectivo de su propio bolsillo. Tanto que se
lo considera el financista de la Marina de Guerra, con la que los “patriotas”
enfrentaron a los “realistas”. Tómese nota del hecho a la hora de repartir
“fidelismos” y “traiciones” alrededor de 1810.
Pero he aquí la paradoja. No sólo no necesitaba Larrea de la
Revolución para no ir preso, sino que los hechos revolucionarios lo condujeron
a la prisión. Destituido de su cargo, tras los sucesos del 5 y 6 de abril de
1811, fue tomado preso en Luján. Acto seguido se lo confinó en la provincia de
San Juan. Tras reacomodarse como mejor pudo, otro giro revolucionario, el de
abril de 1815, lo llevó nuevamente al cautiverio. Fue engrillado y procesado
como “incurso en <los delitos de facción, excesos en la administración
pública e infidencia a la causa>. Condenado por la Comisión Civil de
Justicia que instruyó el proceso de residencia, del 9 de octubre de 1815, sus
bienes fueron confiscados y obligado a sufrir la expatriación”(20). Perseguido
por Rosas –por razón de sus antecedentes económicos irregulares más que por sus
opciones políticas filounitarias- acabó, como dijimos, por mano propia,
degollándose con una navaja de afeitar.
Hay decenas de motivos para cultivar la antipatía hacia Juan
Larrea; y si nuestras inclinaciones son favorables a la línea
hispanista-tradicionalista, mucho más. Pero la afirmación de que “les puso
plata a los Chisperos para acelerar el movimiento revolucionario y no ir
preso”, no parece constatable, sino una manifestación más de ese
sensacionalismo periodístico que sustituye a la ciencia histórica. Entre otras
cosas, porque su libertad individual no estaba en juego entonces, como sí la
estuvo y la perdió, a causa, precisamente de la Revolución.
Hombre de negocios, acostumbrado a ganar y a redoblar la
apuesta , el catalán sabía que los “Chisperos” o “Manolos” no tenían el poder
real de decisión en aquellos días turbulentos. La “Legión Infernal” que decían
constituir, tuvo su momento de gravitación, ya convertida en algo así como el
“Batallón América”, con posterioridad al 25 de mayo. Su presencia en aquel día,
sin embargo, que nadie niega, estuvo más asociada al activismo que a las
grandes determinaciones político-militares para decidir la suerte de los hechos
históricos. Después de 1810, sí, lo admitimos, los nombres de los principales
jefes chisperos cobran mayor relevancia y protagonismo orgánico(21). Pero si un
comerciante inescrupuloso como Larrea quería salvarse porque tenía un “pedido
de captura”, le era más seguro (amén de sobornar a sus presuntos captores),
“invertir” en Saavedra que en unos activistas que repartían cintas blancas con
la cara de Fernando VII. Sin embargo fue, en todo momento, enemigo de Saavedra.
-Es sólo un penoso golpe bajo de raigambre presentista o
actualista –insistimos: típico de los que practican ese historicismo que
condenada San Pío X- presentar a Domingo French y Antonio Berutti como dos
matones que habrían establecido una cuarentena en Buenos Aires, para que no se
fuera nadie de la ciudad disidente con la Revolución. Y que la tal cuarentena
“contó con el bloqueo naval de parte de los ingleses”. Específicamente con el
apoyo de “un capitán inglés, Charles Montagu Fabian[quien] arengaba desde el
Fuerte de Buenos Aires a la multitud, que lo miraba con desconfianza. La
Revolución de Mayo fue una maniobra británica, con tres buques ingleses apuntando
sus cañones al fuerte porteño. El mensaje era <o echan al virrey o los
cañoneamos de vuelta>”.
Da grima constatar la impunidad con que puede urdirse una
fábula, llevándose por delante a los poco avisados.
De French y Berutti se pueden decir muchas cosas; buenas y
malas, según perspectivas hermenéuticas o circunstancias vividas por los
personajes. Del primero, por ejemplo, no nos gusta nada su morenismo, su activa
participación en el asesinato de Liniers, o su oposición a Gûemes. Nos
entusiasma en cambio su participación heroica en las invasiones inglesas, y su
apoyo a Dorrego contra la política entreguista de Alvear, lo que le valió el
destierro durante dos largos años, junto con quien después sería fusilado en
los campos de Navarro, por orden del partido unitario. Berutti se doctoró en
Derecho en Salamanca y alcanzó el grado de Teniente Coronel en el Regimiento de
Guardias de Corps del Rey. Tras no pocos vaivenes que lo llevaron a dar su
adhesión al unitarismo, hay un momento de su vida en el que fue nombrado
Segundo Jefe del Estado Mayor del Gral. San Martín, a cuya vera combatió en los
campos de Chacabuco. Abreviando, pues; de ambos personajes se podrán predicar
diferentes cosas. Pero perfil o conducta de matones no les cabe a ninguno de
los dos. Cuarentena porteña en 1810 no organizaron; sencillamente porque no
hubo ninguna cuarentena. ¿Y qué sucede cuando se le quita la honra a alguien
que ya no puede defenderse? Sencillamente se comete un ultraje; acto en el
cual,no la víctima sino el victimario es quien más padece.
La ciudad de Buenos Aires no fue puesta en ninguna cuarentena
en 1810. Ni de índole sanitaria ni con el propósito de que no se fueran los
españoles, huyendo de la Revolución. Hubo sí un bloqueo naval; pero
precisamente ejecutado por la escuadrilla española sita en Montevideo, con
varios capitanes de fragata que creyeron oportuna la medida de fuerza y/o el
amague de la misma. Esos capitanes españoles, Primo de Rivera, Soria, Salazar,
pidieron apoyo expreso a los ingleses para consumar su “cuarentena”; más
concretamente pidieron el apoyo bélico extranjero a Elliot (sucesor de Fabian
en el mando de la corbeta “Porcupine”) y a Staples,quien reunió a los
principales comerciantes británicos instalados en Buenos Aires (Mackinnon,
Graves, Waithman, Butlin y Harrison), para avisarles que tomaran sus
precauciones ante la inminencia del bloqueo español.
Una carta del precitado Comandante español José María de
Salazar, del 3 de junio de 1810, dirigida al marqués de Casa Yrujo, deja al
desnudo los arreglos de los “cuarenteneadores”, que no eran precisamente “Los
Chisperos”. “No encuentro otro remedio a este gran mal [los hechos de Mayo], y
a cortar los progresos de la independencia de este país, sino el que el señor
Almirante Inglés tome la mano en el asunto y se venga sobre esta
ciudad[Montevideo] y la de Buenos Aires, y amenace destruir todo el comercio
marítimo con un estrecho bloqueo, y añada aunque no lo verifique, que
desembarcará tropas si no se depone en el mando al señor Virrey, ofreciéndole
un perdón general”.
Como se ve, no era el Capitán Fabián el que gritaba:¡repongan
al Virrey o los bombardeamos!”. Era el servil anglófilo español –Salazar- quien
quería proponerle eso al marino inglés; y éste –ya lo diremos a continuación-
arregló el problema directamente con la Primera Junta. En términos diplomáticos
y cortesanos, sin griterios desde el fuerte, sin amenazas de bombardeos y sin
hipotéticas banderas españolas arriadas, hecho que jamás existió en mayo de
1810. Ni tenía porqué existir dada la cordialísima entente urdida entre las
coronas española y británica. Eso sí; llama la atención que, en esta
interpretación de los hechos que nos proponen los anti independentistas, los
agentes londinenses, contrabanditas y negreros sean los “hombres de Mayo”, pero
no los capitanes borbónicos que pactaron el bloqueo con la piratería inglesa, y
se valieron del mismo para contrabandear, hasta que la Primera Junta le puso un
coto al embrollo, como mejor pudo.
La alianza española inglesa para bloquear Buenos Aires tenía
perfecta lógica e irreprochable coherencia, toda vez que España e Inglaterra
eran aliadas políticas. Por lo tanto, el apoyo de los capitanes ingleses con
sus respectivos buques, estuvo muy lejos de tomar la forma de una imaginaria
intimidación a los “revolucionarios” :”¡echen al Virrey o los cañoneamos de
vuelta!”. Fue exactamente al revés, como veremos. La amenza consistía en que
los ingleses se mostraban pública y ostensiblemente aliados de los españoles. Y
si alguna fórmula amenazante podía haber tomado esa acción conjunta, la misma
era la siguiente: ¡Prueben que cada uno de los miembros del nuevo gobierno es
un pequeño virrey al servicio incondicional de Fernando VII, o los cañoneamos
de nuevo! Y la triste realidad es que, cuando la Primera Junta recibió al
Capitán Fabián y a los suyos, y les pudo probar el fidelismo extremo al monarca
español, recién entonces se aplacaron los ánimos.
No es un detalle menor que, amparado en ese bloqueo conjunto,
el Capitán inglés Elliot, se valió del contrabandista Mackinlay para piratear a
su antojo. Y la Primera Junta (supuestamente integrada por contrabandistas,
marranos y agentes de Londres) expulsó a Mackinlay el 10 de octubre de 1810. La
misma Primera Junta que, sabiendo que a bordo de la fragata inglesa “Jane”
–cuyo consignatario era un español- había contrabando, desbarató la maniobra
fraudulenta por la fuerza de las armas, en los primeros días de julio.
Similares conflictos para impedir el contrabando, los tuvo la Junta con el
Comandante Ramsay, capitán del lugre inglés de guerra “Milestoe”,que era el
apoyo logístico para que contrabandearan impunemente la goleta “Julliet” o la
“Venus”.
No fue fácil llegar a un trabajoso acuerdo con la piratería
británica (insistimos, formal y públicamente aliada de la Corona Española y
exigiendo en todo momento pruebas y garantías de la fidelidad juntista a la
misma); pero ese acuerdo no se ocultó, y sendas notas publicadas en La Gaceta,
durante ese mes de julio, dieron prolija cuenta de lo sucedido. Inglaterra
custodiaba los derechos de Fernando VII en ostensible alianza político-militar
con los españoles. No le convenía en ese momento propiciar ninguna emancipación
o secesionismo; ni lo necesitaba. Le convenía mantener el statu quo para
seguir negociando y contrabandeando; y le convenía a los españoles comisionados
de los capitanes gringos o del Comité de Comerciantes Ingleses, “verdadera
logia de contrabandistas”, como los llama Vicente Sierra(22).
-Que tuvieron que cerrar Buenos Aires, en una especie de
proto-cuarentena peronista como la que estamos padeciendo en el año 2020, para
“que no se fuera mucha gente que se sentía española y no apoyaba la
revolución”, es otra de las aseveraciones temerarias y provocativas que está
reclamando el apoyo documental pertinente. Porque en realidad sucedió lo contrario.
Una parte de la demencia revolucionaria consistió en expulsar a los españoles,
suscitando una emigración que, si bien –en nuestro territorio- no tuvo
dimensiones desmesuradas ni mucho menos, sirvió para causar, por un lado, un
legítimo malestar; y por otro, una corriente emigratoria pro española y
anti-revolucionaria que, entre sus epicentros, tuvo a la isla de Cuba, último
bastión español en América(23).
Los estudios demográficos sobre este tiempo histórico arrojan
datos significativos. “En 1810 se efectuaron dos relevamientos: el primero en
abril, bajo el mandato del virrey Cisneros, y el segundo en agosto, por orden
de la Junta Provisional Gubernativa e inspirado por el Dr. Mariano Moreno. De este
último empadronamiento se conservaron catorce cuarteles sobre un total de
veinte[...].Se puede decir que el Censo de 1810 permitió conocer el origen de
13.584 personas (es decir del 57,33% de la población libre). De estas, el
63,81% provenían del territorio argentino, el 16,9% eran españoles europeos, el
11,18% de otros dominios españoles, el 4,93% de estados extranjeros, el 3,07%
de otros territorios del Virreinato del Río de la Plata y el 0,11% de naciones
africanas. Entre los 10.575 <españoles americanos> 8.645 eran del
territorio argentino —5.078 de la Ciudad de Buenos Aires—. Por su parte, de los
416 que correspondían al resto del Virreinato, 273 eran paraguayos —de los
cuales 258 eran varones— y 80 de Montevideo. <Otras procedencias> sumaban
1.514 (cifra que incluye a 1.402 personas que no especificaban su procedencia).
Los <españoles europeos> eran 2.290, es decir, el 18% del total de
españoles y el 17% de personas libres residentes en la Ciudad con procedencia
definida. Entre los españoles de España, los oriundos de Galicia representan
casi el 30%, seguidos por los de Andalucía (15,41%), los de las Provincias
Vascas (10,65%) y los de Cataluña (9,82%). Cabe destacar que casi el 95% de
<españoles de España> eran varones y que el 5% de mujeres restante
habitaba en los cuarteles céntricos de la Ciudad. De las personas que provenían
de <estados extranjeros no españoles>, el 41,43% eran de Brasil y
Portugal, el 17,3% del Reino Unido, el 12% italianos y el 2,2% de origen
africano, principalmente de Guinea. El 14,79% no especificaba procedencia. De
los 7.610 esclavos con que contaba el padrón de 1810 (el 24,36% de la población
total censada), el 49,58% eran varones, el 41,42% mujeres y el 8,5% no
especificaban sexo. La edad media era de 20,78 años (21,08 para los varones y
20,45 para las mujeres). Al mismo tiempo, la mitad de la población esclava se
encontraba en edad de trabajo”(25).
Hemos prolongado las frías cifras, y remitido al trabajo de
investigación científica que las contiene, precisamente porque todos estos
guarismos son los que prueban lo que decíamos antes. No hubo cuarentena alguna
en Buenos Aires que impidiera salir a los españoles o ingresar a otros; ni
tampoco existieron restricciones inmigratorias sino todo lo contrario, como lo
ha demostrado otro especialista en el tema26. La política de expulsión española
tras los sucesivos alzamientos independentistas, tomó características diversas
según las zonas americanas en los que estallaban27. En México,por ejemplo, en
virtud de los Tratados de Córdoba, de 1821, el tránsito fue reglado, pacífico y
respetuoso de la propiedad privada. En la Gran Colombia, en cambio, tomó
fisonomías más violentas. Entre nosotros, los lunáticos jacobinos de Mayo, que
para nuestra desdicha terminaron imponiéndose, antes querían expulsar españoles
que retenerlos acuarentenados. Los españoles, a su vez, afincados en esta
vastísima tierra, reaccionaron de dos maneras diferentes. Quedándose sin
mayores sobresaltos, cosa que sucedió principalmente en las provincias del
interior; o emigrando por propia decisión o por fuerza de las aciagas
circunstancias. Lo que muestran los dígitos precedentes y otros más que
podríamos esgrimir en el mismo sentido, es que la población de estos lares no
resultó significativamente desespañolizada. La fábula oportunista de la
cuarentena confinatoria de españoles, armada nada menos que por Los Chisperos y
los Capitanes Ingleses, no resiste una seria confrontación con las
investigaciones solventes que se han hecho al respecto.
-Echemos un párrafo sobre la presencia de la flota británica
en los días de mayo de 1810, y la insólita versión de que “el 25 de mayo
bajamos nuestro pabellón, que en aquel momento era el español y se subió el
pabellón inglés en el puerto de Buenos Aires”. Seremos meramente enunciativos,
porque este tema (excepto el agregado sensacionalista de la bandera) ya fue
abordado por la escuela revisionista en diversidad de ocasiones, y no queremos
descubrir la pólvora (28).
En el Puerto de Buenos Aires, el Capitán inglés Fabián, a
cargo del navío de guerra “Mutine”, empavesó su nave y las que la rodeaban, de
igual procedencia, con la bandera propia de su nacionalidad, según costumbre
inveterada. Que buques ingleses llevaran sus propios estandartes y gallardetes
izados al tope o colocados en mástiles laterales, constituía la misma novedad o
sobresalto que la luna saliera por las noches o el agua de la lluvia cayera del
cielo. Hay diferentes clases de banderas que puede izar un buque, según las
circunstancias. Si al llegar o permanecer en un puerto extranjero, conserva la
del propio origen o procedencia, se tendrá como “bandera de distintivo”, de uso
obligatorio; y sólo trocándola por la que señale comienzo de las hostilidades,
o “bandera de guerra o de muerte”, se podía hablar de agravio o amenaza
intencional. Había incluso una bandera prevista para anunciar cuarentenas,
llamada “bandera de plática”(29). Ninguna enseña inconveniente se izó en
aquella ocasión, ni agravio alguno se consumó contra la roja y gualda.
El 26 de mayo, a las once de la mañana (según las crónicas
prolijas de algunos contemporáneos), Fabián bajó a tierra acompañado por los
tenientes Perkins y Ramsay, llevando a Fred Dowing por intérprete. El propósito
era asistir a la ceremonia de juramento del nuevo gobierno, cerciorarse de que
el mismo no significara una ruptura con su aliada España, y asegurarse la
continuidad de los beneficios comerciales que venían teniendo, precisamente por
la condición de aliados o de cómplices que vinculaban entonces a los jefes de
las coronas de España y a Inglaterra.
El 29 de mayo, el susodicho Fabián, envió un Informe oficial
al Almirante de Courcy, Jefe de la Escuadra Inglesa del Atlántico, surta en Río
de Janeiro. En ese Informe, entre otras cosas, dice que se dirigió “a
presentarle los saludos a Su Excelencia [el presidente de la Junta, Cornelio de
Saavedra, expresamente mencionado],a cumplimentarlo por su establecimiento en
nombre de su amado soberano Fernando VII, y a congratularlo sobre el
mantenimiento de la tranquilidad pública durante tan ardua empresa”. Agrega
muchos otros detalles el Informe, pero en síntesis lo que hace es celebrar el
pronto y mutuo entendimiento entre el nuevo gobierno e Inglaterra. Pronto y
mutuo entendimiento diplomáticamente comprensible, y que –guste o disguste, se
juzgue plausible o aborrecible- no significó ninguna alteración en la entente
cordial. La Junta se desvivió en pruebas de fidelidad a Fernando VII; los
ingleses hicieron otro tanto. La situación de libertad comercial de los
súbditos británicos conservaba el statu quo, y todo el mundo contento; excepto
el Comandante del apostadero naval de Montevideo, José María Salazar, que en su
correspondencia con Gabriel de Císcar, decidió iniciar la leyenda negra contra
la Primera Junta (30).
Hombre más contento que el Capitán Fabián no había en esos
días de Mayo. Ni amenazó a nadie, ni arrió pabellón español alguno, ni intimidó
con cañonear a la ciudad, ni arengó desde el fuerte a la población
hispanocriolla. Bajó de su buque, cumplió con las formalidades del caso, se
aseguró el cumplimiento de la parte de los hechos que le convenían a su
gobierno y a su puesto, y siguió su camino.
Sucedió en cambio otro hecho que vale la pena relatar
sucintamente. En el mes de julio, la Primera Junta ordenó impedir el
contrabando flagrantemente ejecutado por la fragata inglesa “Jane”. Como se
dispusiera la misma medida con la goleta “Julliet”, el día 7 de julio, se
acercó a ella el buque inglés “Milestoe”, enarbolando el pabellón británico de
guerra, no sólo sin previo aviso de la intimidación, sino en un claro gesto
prepotente. El mensaje era claro: o nos dejan contrabandear o nuestros buques
de guerra apoyaran por la fuerza a las naves a las que les están impidiendo que
lo hagan.
El izamiento de aquella bandera bélica sí que provocó
comentarios y disensiones. La Junta llamó a comparecer al Comandante Ramsay
–comandante de la “Milestoe”- y llegaron a un común acuerdo formal de hacer
todo lo posible para abolir el contrabando a la brevedad y llamarse a sosiego.
Fue un gesto recíprocamente medido; pues ni el gobierno local estaba en
condiciones de exigirle el acto de reparación que hubiera sido justo, ni el
marino inglés estaba tampoco en fuerza como para iniciar por su cuenta y cargo
una guerra con el propósito de liberar a un barquito contrabandista del canal
de las balizas, adonde había sido conducido temporariamente, a efecto de
decomisarle el cargamento pirateado. Tampoco aquí hubo bandera española
sustituida por la británica, ni pedido a los Juntistas de que se independizaran
de España, ni cuarentena en mancomunión con Los Chisperos para que no se
escaparan los españoles. Todo fue más prosaico, más protocolar, más elemental y
básico.
Pero regístrese el hecho de que la Primera Junta,
supuestamente constituida por contrabandistas y agentes ingleses, tuvo que
confrontar con ellos, jugando en esa partida las cartas correspondientes al
lado correcto, honesto y legítimo. Regístrese asimismo que fue Belgrano, ya
vocal de la Junta, el que escribió distintas notas en el “Correo de Comercio”,
alertando sobre la voracidad inglesa. Otrosí su carta a Mariano Moreno, de
octubre de 1810, diciéndoles, con sobradas razones, “esté Usted siempre sobre
sus estribos con todos ellos[los ingleses]; quieren puntito en el Río de la
Plata y no hay que ceder un palmo de grado”. De Saavedra es, por otro lado,
aquella conocida epístola a Viamonte, en la que se queja de los que “fueron
afectísimos a la dominación inglesa [porque] querían se perpetuaran las cadenas
de Buenos Aires en ella”. Y de la Junta en pleno es el Manifiesto Oficial del
20 de septiembre de 1810, en el que se menciona la necesidad de defender la
economía vernácula del apetito extranjero, que “no viene a nuestro país a
trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse”.
Convengamos que, por ser un gobierno de marranos, esclavistas, negreros,
contrabandistas y agentes británicos, se portaron bastante bien. Mucho mejor,
éso seguro, que Fernando VII y su corte de sinvergûenzas.
Lo diremos por última vez, y quien llegue hasta el final de
este libro podrá corroborarlo. Nos contamos entre aquellos que quieren repetir
con Anzoátegui y Goyeneche, que lo nuestro no es hispanofilia sino
hispanofiliación. Es amor de hijos a quien nos dio el ser en la historia,
en el espíritu y en la Fe. Por lo tanto, nos tiene sin cuidado mantener o
acrecentar el cuento del 25 de Mayo como “día de la patria” o del “nacimiento
de la nación” o las múltiples sandeces del mismo tenor. Las repudiamos
expresamente. Y hemos llegado al respecto a un punto de hartazgo. Si es cierto
aquello que se le atribuye a Charles Saint-Beuve, según el cual: “festejar el aniversario de la Revolución
Francesa es como conmemorar el día en que uno contrajo sífilis”; bien podríamos
decir, parafraseándolo, que festejar el 25 de Mayo es como conmemorar el día en
que uno se entera de que tiene metástasis. Ni más ni menos. Porque el cáncer ya
existía en Europa y particularmente en España; mas terminó ramificándose y
arraigándose aquí.
Pero de este trágico cuan veraz reconocimiento, no se sigue
que estemos dispuestos a permitir que la fecha (en tanto emblema de un curso de
acción más que como día en sí) sea demonizada, desnaturalizada, impregnada de
amarillismo y de sensacionalismo periodísticos. Que no podamos admitir con
honestidad la existencia de un criollismo fidelista, monárquico, católico, leal
a las tradiciones heredadas. Que no podamos honrar la sangre derramada por esos
hijos de este suelo, para defender el valiosísimo legado español, cuando ya ni
en la misma España se lo veneraba. No se sigue, en suma, que tengamos que
aceptar sin más las ofensas y los agravios vertidos a granel; y que con tan
negra acometida se pretenda, por un lado, infundirnos el insano complejo de
culpa y de inferioridad por ser argentinos. Y por otro, el no menos insano
complejo de creer que a todos los hombres de la Independencia no fueron sino
una banda de descastados.
Los argentinos que se han lanzado a promover y a alimentar
esta especie, deberían, por lo menos, examinar sus conciencias en dos planos.
El uno, el de la virtud de la estudiosidad. Esto es, preguntarse si han
estudiado en forma virtuosa tan delicado tema, o si se lanzan a hablar
sobre él movidos por apriorismos, pasiones, resentimientos o prejuicios
domésticos. El segundo plano es el de la virtud de la lealtad, para discernir
si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están
descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea. O si, como
tememos, un legitimismo anacrónico, un carnalismo genético y un inmanentismo
historicista, los esté convirtiendo en revolucionarios, mientras creen defender
la Tradición.
NOTAS
1 Patricio Lons, Qué pasó
realmente en Tucumán en 1816, cfr. Comunidad Hispanista, 3-7-2016.
http://patriciolons.com/que-paso-realmente-en-tucuman-de-1816/ 3
2 Sobre a composición de la
escuadra de Cochrane, puede verse:Gustavo Jordán Astaburuaga, Las primeras
dotaciones de la escuadra, Revista de Marina, n. 975, Santiago de
Chile, marzo-abril 2020
3 Cfr. Eros Nicola Siri, Cochrane,el
Lord aventurero, Buenos Aires, Distar, 1979, p. 27 y ss.
4 Cfr. Francisco Hipólito Uzal, Lord
Cochrane, el difamador de San Martín más allá de la muerte, en su Los
enemigos de San Martín, Buenos Aires, Corregidor, 1975, p. 107 y ss.
5 Nos gustaría aclarar que:a)no
tenemos nada de carácter privado contra el señor Lons, a quien hasta
ahora[julio de 2020], al menos, no hemos conocido personalmente ni frecuentado
o tratado, a pesar de que nos movemos en ciertos ambientes comunes;b) que estas
pinceladas críticas y refutatorias aquí expuestas, no abarcan la totalidad de
su obra, de género prevalentemente divulgador; esfuerzo que demandaría una
dedicación desproporcionada; c) y por último, que no dejamos de valorar, de
celebrar y de compartir su espíritu hispanista y tradicionalista; aunque el
mismo no guarda congruencia con la expresa confesión de sus predilecciones
ideológicas peronistas. Mas esto último –la incongruencia del peronismo- exigiría
un abordaje antes referido a la psicoterapia que a la historiografía.
6 Cfr. Reportaje a Patricio Lons.
Un historiador ofrece una visión diferente del 25 de mayo, En Noticias
Argentinas, versión digital, 25-5-2020; https://www.noticiasargentinas.com.ar/25-mayo/un-historiador-ofrece-una-vision-diferente-del-25-mayo-n852788
7 Al margen de que Patricio Lons
considera que hacia 1810 éramos todos españoles, desconociendo las diferencias
de oriundez , de naciones y de denominaciones gentilicias que establecía la
misma España, lo cierto es que en el párrafo ut supra y en los posteriores,
está diferenciando a los que eran criollos, de los que eran españoles, y los
que eran de origen italiano. Y curiosamente sostiene que Miguel de Azcuénaga
“era español”. En el contexto, queda claro que no lo dice lato sensu sino
stricto sensu. Y no es así. Miguel de Azcuénaga nació en Buenos Aires, el 4 de
junio de 1754. Así consta en la Fe de Bautismo, fechada el 6 de junio de 1754,
dos días después de su natalicio, y firmada por “el Ille.Sr. Dr.Cayetano de
Marsellano y Agramont[...] dignísimo obispo de esta diócesis[Buenos Aires],en
esta sta.[sic]iglesia [la Catedral] “.Cfr. Juan Ramón Gutiérrez Gallardo, Azcuénaga.Síntesis
biográfica de la vida pública y privada del vocal primero de la Junta
Revolucionaria de 1810, brigadier general don Miguel de Azcuénaga. Buenos
Aires, 1934.
8 Patricio Lons, Un historiador
ofrece una visión diferente del 25 de mayo. Reportaje hecho por Lucio Di
Matteo, 25-5-2020.
https://www.noticiasargentinas.com.ar/25-mayo/un-historiador-ofrece-una-vision-diferente-del-25-mayo-n85278
9 Patricio Lons, A qué
vinieron los revolucionarios, en “Comunidad Hispanista” 1-11-2018;
http://comunidadhispanista.com/a-que-vinieron-los-revolucionarios/
10 Ibidem.
11 Patricio Lons, Un
historiador ofrece...etc.ob.cit.
12 Patricio Lons, Primer
Reportaje a Patricio Lons, Buenos Aires, enero de 2015. Cfr. vg. https://www.youtube.com/watch?v=lFd_54sHxgk&list=PLRu8YOJ8sNowNSozpwpf7awgvpmcByT4X
13 Ibidem.
14 En la entrevista que estamos comentando, el entrevistador hace una alusión al origen genovés de Colón, y el señor Lons responde dos cosas: a)que se están haciendo estudios de ADN para determinar la nacionalidad de Colón; b) que no hay que ver esta cuestión ”con la mentalidad moderna[según la cual] vos naciste en un país y sos de tal país”. Es cierto que hacia principios del siglo XXI un equipo de científicos del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada comenzó a estudiar los supuestos restos de Cristóbal Colón, además de los de su hijo Hernando y de su hermano Diego, mediante un exhaustivo análisis antropológico, odontológico, mineralógico, fotográfico y genético (cfr.vg.:José Antonio Lorente Acosta, Identificación genética de los restos de la familia de Colón, Medicina balear, vol. XXII, n. extra 1, 2007, p. 43-65). Pero el objetivo central de estos estudios fue determinar si el Almirante está enterrado en Sevilla o en la República Dominicana. Porque es en extremo difícil deducir de un ADN individual la región de procedencia de ese individuo. El ADN puede llevarnos a los ancestros genéticos o étnicos de un sujeto; mas de allí no se sigue que tales ancestros hayan estado en tal o cual región cuando engendraron y dieron a luz a alguien. Sencillamente porque existe el fenómeno de la migración. La ontogénesis obtenida por el ADN no remite forzosamente a la filogénesis u oriundez geográfica. Pero lo curioso es que si, para evaluar a Colón, hay que desterrar la <lógica moderna>, según la cual, nacer en un país significa ser de tal país, no vemos porqué se lo llama de origen italiano a Castelli. Si el padre era genovés, según la lógica no moderna que se nos pide aplicar, no hay razón para suponer que era italiano, en el sentido moderno de la palabra. Ya que, como quedó dicho, Venecia estaba asociada históricamente a los Reynos de España. Nuestro planteo, entiéndase, no apunta a adjudicarle a Colón tal o cual nacionalidad, sino a desterrar de la comprensión de los hechos de principios del siglo XIX, la absurda chicana competitiva de “tanos” versus “gallegos”, propia de ciertos hechos sociológicos de principios del siglo XX. Aquella dicotomía le pudo servir a Vacarezza para sus folletines, o al género tanguero para sus estereotipos, pero no puede servir para mirar despectivamente a Castelli o a Belgrano porque eran de origen itálico. El origen itálico de aquella época no entraba en absoluto en colisión con la Hispanidad. Fusíleselo a Castelli si se quiere, pero no se incurra en la pirotecnia verbal de acusarlo de antihispanista por ser ¡de origen italiano! En cuanto a Belgrano, es un caso análogo. Su padre, Domenico Belgrano Peri, era oriundo de Oneglia, en Liguria. Región que había pertenecido a la República de Génova, y por tanto también ella antiguo territorio español. Era un comerciante autorizado por el rey de España para trasladarse a América y había llegado a Buenos Aires hacia 1753. Cfr. Mariana y Alejandro Rossi Belgrano Manuel Belgrano y sus Raíces Italianas, Buenos Aires, Asociación Belgraniana de la Ciudad de Buenos Aires, 2018.
15 Esta extraña acusación
(insistimos: como si tener intereses propios per se, fuera un vicio) se dirige
también contra la figura de Domingo Matheu, con el plus de que se lo señala
como alguien que hacía negocios con los ingleses, específicamente, que
contrabandeaba con ellos. Al igual que en los casos ya enunciados, nunca hay
una referencia a las pruebas documentales probatorias. Como Vicente Fidel López
le dijera a su escribiente: “no importa; ya aparecerán” . Empecemos por decir
que Matheu, al igual que Larrea, eran oriundos de Cataluña, con lo cual se
confirma aquello de “palos porque bogas y palos porque no bogas”. Traducido lo
cual, quiere decir, que no importa dónde se haya nacido: si se perteneció a la
Primera Junta de Mayo se tiene pecado original doble. Amasó una fortuna como
cargador y piloto en Cadiz y en La Habana, y después como dueño de un almacén
de ramos generales. Pruebas de que contrabandeaba con los ingleses, insistimos,
no podemos ofrecer ni descartar. Pero era explícitamente separatista, respecto
de España. Y se opuso a Liniers, cuyo asesinato rubricó. Co-elaboró un plan
político, titulado “Forma de Gobierno que debemos adoptar”, en el cual se
manifiesta a favor de la democracia. Si vamos a atacarlo, nos parecen más
adecuados estos motivos. O sea, específiquemos los <intereses> que
defendió. Pero no tengamos al respecto una visión sesgada. Porque entre esos
intereses también hay que incluir la activa participación en la Reconquista y
en la Defensa de Buenos Aires, y sus personales donativos para mantener el
armamento de los ejércitos patriotas. Los cuales, insistimos, no se enfrentaban
precisamente con los realistas de Isabel y de Fernando.
16 José María Rosa se inclina por
“el prestigio en las sacristías”; frase que, aunque lanzada con alguna
liviandad, no deja de ser ilustrativa. Cfr. su Historia Argentina,
Buenos Aires, Oriente, 1973, vol. 2, p. 199. Cayetano Bruno, en su Historia
de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Don Bosco, 1971, vol. VII, p.
269, se inclina por considerarlo alzaguista.
17 Raúl Rivanera Carlés, Nuestros
próceres, Buenos Aires, Liding, 1979, p. 40.
18 Cayetano Bruno, Historia...etc.,ob.cit.,p.
402.
19 Cfr. Juan Guillermo Durán, Presbítero
Manuel Maximiliano Alberti (1763-1811). Párroco de San Nicolás de Bari y vocal
de la Primera Junta. En el bicentenario de su muerte, en Revista
Teología, Buenos Aires, UCA, tomo XLVII,n. 105,2011, p. 193-210. “Consciente
del serio quebranto de su salud hizo testamento alógrafo y recibió los
sacramentos en previsión de un posible y rápido desenlace. Cosa que
efectivamente ocurrió tres días después, en la noche del 31 de enero al 1° de
febrero de 1811. Según declaración del Alcalde de Hermandad, Mauricio Pizarro
[...], el testamento que se encontró junto al cadáver era <sencillo sin
autorización de escribano […], encontrándose dentro de un pliego de papel
común, escrita solo una foja por ambos lados suscripta al parecer por el
referido finado>. En este documento expresa la voluntad de ser sepultado en
el cementerio parroquial de San Nicolás de Bari, <sin pompa, ni aparato que
desdigan de mi carácter y circunstancias>. Otro patriota de aquella hora,
Juan Manuel Berutti, también recuerda con emoción la desaparición de Alberti y
da cuenta de la solemnidad de sus exequias. En sus “Memorias”, escribe: <El
2 de febrero de 1811, por la mañana, se enterró en la parroquia de San Nicolás
de esta capital, al señor doctor don Manuel Alberti, Cura Rector de ella, y
vocal de la excelentísima Junta, el que falleció el día anterior, a cuyas
exequias y funerales asistió el excelentísimo señor presidente y vocales de la
Junta, Real Audiencia, excelentísimo Cabildo y demás Tribunales, los que se
hicieron con la mayor espléndida y magnificencia posibles y que correspondía a
un sujeto de su representación y rango […] El 4 de febrero de 1811 se hicieron
en la Santa Iglesia Catedral las honras del gran vocal Alberti a la que asistió
la excelentísima Junta y demás tribunales […] El 13 de marzo de 1811, en la
Santa Iglesia Catedral, se hicieron unas magníficas honras con oración fúnebre
por el alma del finado doctor Alberti, vocal eclesiástico de la excelentísima
Junta, a la que asistió ésta, Real Audiencia y ambos Cabildos, eclesiástico y
secular, y demás Tribunales y corporaciones civiles como los prelados de las
religiones; cuyos funerales los costeó el excelentísimo Cabildo de esta
capital> “.
20 Vicente Cutolo, Nuevo
Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires, Elche, 1975, vol. IV, p.
91.
21 Valga aclarar que “Los
Chisperos” de aquende, surgieron a emulación de los que aparecieron en España
para luchar contra Napoleón Bonaparte. “La conjura de Napoleón Bonaparte contra
España se topó el 2 de mayo de 1808 en Madrid con la coraza de manolas y
manolos, chisperos que encendieron la llama de la independencia y la modernidad
que irradió toda la nación”. Cfr. Antonio Astorga, Manolas y manolos, los
chisperos de la independencia, ABC, Madrid, 27 de abril de 2008. Cfr.
asimismo: José Cepeda Gómez, La guerrilla española durante la Guerra de la
Independencia, Revista General de Marina, n.255, Madrid, Ministerio de
Defensa, 2008, p.243-257. Ahora, lógico; los Chisperos españoles son héroes,
los criollos son matones. Maravillas de la guerra semántica...
22 Los pormenores de la lucha de
la Primera Junta contra el contrabando inglés, en connivencia con ciertos
agentes españoles, puede seguirse en Vicente Sierra, Historia de la
Argentina, Buenos Aires, Garriga, 1962, vol. V., p. 133 y ss.
23 La política de expulsión española,
tras los alzamientos independentistas, tomó características diversas según las
zonas americanas. En México, por ejemplo, en virtud de los Tratados de Córdoba,
de 1821, el tránsito fue reglado, pacífico y respetuoso de la propiedad
privada. En la Gran Colombia, en cambio, tomó características más violentas.
24 Vanina Edit Módolo, Análisis
histórico demográfico de la inmigración en la Argentina del Centenario al
Bicentenario, Papeles de Población, vol.22 no.89, Toluca jul./sep. 2016.
Cfr. asimismo: Ana López Sala, Inmigrantes y Estados: la respuesta política
ante la cuestión migratoria, Barcelona, Anthropos, 2005.
25 Luis E.Wainer, La Ciudad de
Buenos Aires en los Censos de 1778 y 1810. En Población de Buenos Aires,
Dirección General de Estadística y Censos, Buenos Aires, vol. 7, núm. 11,
abril, 2010, pp. 75-85
26 Rubén Zorrilla, Cambio
social y población en el pensamiento de Mayo. 1810-1830,Buenos Aires,
Universidad de Belgrano, 1978. Hay un estudio nuestro sobre esta obra; cfr.
Antonio Caponnetto, Cambio social y población en el pensamiento de Mayo,
Sociológica, n.2-3, Buenos Aires, Instituto de Ciencias Sociales, 1979.
27 Con algunas reservas remitimos
a César Cervera, La masiva expulsión de españoles de América. La infame
historia que escondió la independencia , Madrid, ABC, 25-11-2017. No
estamos totalmente de acuerdo con el espíritu que anima a este escrito. Pero lo
mencionamos para que se advierta la falacia de sostener que, tras los hechos
independentistas, no se les permitió salir a los españoles contrarios a la
Revolución. Cuando sucedió lo contrario, y muchas veces con ribetes de grave
injusticia.
28 Los muchachos del blog
carlista C.L.A.M.O.R, el pasado 25 de mayo de 2020, han transcripto –sin
comentarios, calculando que se comenta solo, y que la pieza es una primicia
absoluta- un artículo de La Gaceta de Buenos Aires, aparecido el 7 de
junio de 1810, en su número uno. En el mismo se da cuenta de “la asistencia”,
en la ceremonia de Juramento de la Primera Junta, “de los oficiales de la
marina inglesa y principales individuos de su comercio”, mientras “desde el
puerto “los buques de guerra de esa bandera hacían salvas y celebraban una
función que sus jefes estaban admirando”. Ni una palabra sobre lo que estamos
diciendo y diremos: que esos buques ingleses estaban allí en virtud de los
tratados de amistad y de libre comercio firmados entre Inglaterra y la Corona
Española; y que la razón de las salvas y los vítores era, precisamente, porque
ya se habían cerciorado de las dos cosas que les importaba: que el nuevo
gobierno respondía a Fernando VII y que los súbditos britanos podrían seguir
comerciando libremente. Si esa presencia naval se considera la tercera invasión
inglesa, la misma deberá ser tenida como responsabilidad de la Corona
Borbónica. Y por cierto que, la flotilla, no apareció mágicamente el 25 de
mayo, amparada entre los paraguas y aprovechando la sordina popular que
reclamaba saber qué estaba pasando.
29 Cfr. Alejandro Bacardí, Diccionario
del Derecho Marítimo de España, Barcelona, Establecimiento Tipográfico de
Narciso Ramírez,1861. Y María Isabel Martínez Jiménez, Abanderamiento y
nacionalidad del buque, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000.
30 Cfr. Vicente Sierra, Historia
de la Argentina, Buenos Aires, Garriga, 1962, vol. V., p. 16-18. Ricardo
Piccirilli estudió las exageraciones de Salazar; y se cuenta con la
correspondencia del marino para calibrar el entrelazamiento de sus
resentimientos y rencores personales con la vida política. Cfr. Cartas de D.
José María Salazar dirigidas a D. Gabriel de Císcar, acerca de la insurrección
de la ciudad de Buenos Aires. Montevideo, 2 de junio a 26 de julio 1810,
1810-1900 / D. José María Salazar, Madrid, Biblioteca Nacional de
España,s/m/f. Véase asimismo: Marco, Miguel Ángel de, José María de Salazar
y la marina contrarrevolucionaria en el Plata, Rosario, Argentina, 1996.