Por: Vicente Sierra
La Junta de Mayo contó, casi de
inmediato a su formación, con la oposición tozuda de los funcionarios
peninsulares, para los cuales, en el sentir popular, era lo mismo la España con
Fernando VII –al cual esos funcionarios, hechuras de Godoy, no veían con simpatía-
que con José Bonaparte, con tal de no perder sus puestos.
Esta injusta resistencia, unida al
desarrollo de los sucesos de España y a la incomprensión de la Corte de
Cádiz, determinan en la Junta de Buenos Aires un elemento de defensa que abre
camino a la idea de la independencia total. En nuestro concepto, el
pronunciamiento del 25 de Mayo no procura la independencia tanto como
tiende a obtener formas políticas de gobiernos distintas a las que han regido
hasta entonces. Es, ante y sobre todo, un movimiento contrario al
absolutismo, pero lo es sin plan y sin ideas concretas propias.
Si observamos comparativamente los
sucesos de España y los de Argentina, en aquellos años, advertimos una
similitud extraordinaria. Hasta el hecho de que la Junta de Buenos Aires
resolviera confiar las funciones públicas a nativos tiene su paralelo en las
Juntas Provinciales de España que adoptaban medidas similares, respondiendo
al carácter eminentemente localista de los movimientos.
Entre los testigos de los hechos de
Mayo, en Buenos Aires, debe contarse a Ignacio Núñez, amigo de Moreno, e
interesado en asignarle papeles de primera línea, y hombre, además, de ideas
liberales. Al referirse a aquellos acontecimientos dice: “Sin debilitar el
mérito que contrajeron los pocos hombres a quienes les tocó la suerte de
encabezar la revolución de Buenos Aires, puede asegurarse que esta grande obra
fue poco menos que improvisada y por consiguiente, que si ellos no tuvieron
tiempo, ni medios de explorar y combinar interiormente los elementos necesarios
para llevarla adelante, tampoco los tuvieron para prepararse relaciones con las
naciones extranjeras… Desde la primera hora en que el último representante del
rey de España depositó el cetro en mano de los nueve hombres escogidos por el
pueblo para sustituirle la autoridad virreinal, desde esa misma hora sintieron
estos nueve hombres el enorme peso que habían admitido sobre sus hombros, y los
peligros que correrían ellos si se reducían a conducirla tan desprovistos como
la habían principado”.
Manuel Moreno, en el libro sobre su
hermano, dice: “Sería una injusticia
creer que el Dr. Moreno tomó parte activa en la Revolución de su país, sin un
examen serio de las causas que la producían. Sus escritos, sus avisos, y sus
conversaciones habían excitado la vigilancia de los Patriotas; pero ilustrando
a sus conciudadanos, jamás intentó inquietar su espíritu o promover la
rebelión… Muchas horas hacía estaba nombrando Secretario de la nueva Junta, y
aún estaba totalmente ignorante de ello…”.
Manuel relata de cómo le llevó la
noticia a su hermano, la que lo sumió en hondas preocupaciones sobre “LA LEGITIMIDAD de los procedimientos
públicos que acababan de suceder…”, y agrega: “Cuando pasado esto, llegó un
individuo que había sido también nombrado para el nuevo gobierno, a consultar
si debía admitir la elección. Después de un examen escrupuloso de la
LEGITIMIDAD de los procedimientos del pueblo, se resolvió que era forzoso
recibir los oficios que se les habían conferido”.
Pero, como lo señala Núñez, el
virrey Cisneros empezó a disputar el puesto desde la noche en que sin
resistencia de su parte abandonara, poniéndose al frente de los funcionarios
españoles, cuya resistencia no se ocultaba, y fácil fue prever lo que podía
ocurrir con los del Paraguay, Montevideo y Perú, en posesión de recursos y
materiales de guerra, y de una influencia sobre los naturales poco menos que
absoluta. Se procedió contra ellos y se envió a D. Matías Irigoyen ante la
corte de Inglaterra. Todo esto, hasta el fusilamiento de Liniers y sus
compinches, puede parecer revolucionario, si no fuera que las Juntas de España
procedieron de igual manera. Comandante General de Extremadura era el Conde de
la Torre del Fresno; el movimiento popular estalla, Torre del Fresno muere en
manos de la multitud enardecida, se forma Junta y se envía embajador a
Inglaterra. En la capital asturiana, cuando la Audiencia da a conocer los
bandos de Murat, el pueblo se alza, y los oidores deben refugiarse en el
Palacio de la Audiencia. El pueblo quiere matarlos, lo que evita el prestigio
del Marqués de Santa Cruz de Marcenado. Se forma Junta y se organiza la guerra.
Para obtener ayuda se envía un embajador a Inglaterra. Paralelo fue el
levantamiento de Galicia. El Capitán General D. Antonio Filangieri trata en
mala hora de ahogar el movimiento. Barrido por el pueblo se forma Junta y se
envía una embajada a Inglaterra. Y así Andalucía y todas las regiones.
Sabido es que el Marqués de Casa
Irujo, embajador de España en la Corte de Brasil, atacó a la Junta de Buenos
Aires, acusándola de haberse formado para declarar la independencia, lo que
hizo en un “Manifiesto” que fue contestado por Mariano Moreno, desde las
columnas de “La Gaceta”, diciendo: “El Marqués tiene seguro
conocimientos de los principios y fines de la instalación de la Junta; e
instruyó esta de la pureza que se conducía, y le suministró datos irrefragables
de su fidelidad a nuestro legítimo monarca el señor D. Fernando VII, de la
sinceridad con que había jurado la defensa de sus augustos derechos,
convenciéndolo de mil modos, que la innovación del gobierno de Buenos Aires era
igual en todos sus resultados, a la que gloriosamente habían ejecutado las
provincias de España, no podía reprobarse nuestra Junta, mientras se
reconociesen las de aquellos, ni podíamos acceder a un paso retrógrado hacia el
humillante estado colonial, del que nos acaba de extraer a la faz del mundo”.
No ha faltado quien dijera que
estas frases de Moreno revelan la doble intención del pronunciamiento de 1810,
desde que se refiere al estado colonial del que se había salido, pero la verdad
es que Moreno no se refiere a la formación de la Junta, sino al decreto del 22
de Enero de 1809, por el cual, el supremo gobierno revolucionario de España,
reconocía a las colonias ultramarinas como parte integrante de la nación,
poniendo la Junta Central decidido empeño en hacer efectivo el derecho de
representación que se les había otorgado a los pueblos de América; como lo
revela la Real Orden de 6 de Octubre de 1809 que establecía las condiciones
para ser diputado de ellas.
Moreno acusó a Casa Irujo de “haber soplado el fuego de la
discordia y la guerra civil entre unos pueblos que reconocían los derechos de
su legítimo monarca Fernando VII”, diciéndole que antes debió
haberse puesto en comunicación con la Junta, tentando aquellos medios prudentes
“a que se presentaban acreedores de los
sucesos que arrancaban la proclama”. Y agregaba Moreno, poniendo el dedo en
la llaga: “El marqués de Casa Irujo y
esos mandones de alto rango, cuya reposición pretende por medios tan violentos,
no aman a nuestro monarca con la sinceridad que han afectado; ellos proclaman
diariamente al rey Fernando, pero en este respetable nombre no buscan sino un
vínculo que nos ligue a la Metrópoli en cuanto sea un centro de relaciones y
una fuente del poder que ejercen entre nosotros. Mientras una pequeña parte de
España sostenga su rango, conserve sus empleos y sirva de escudo a su
arbitrariedad y despotismo, no caerá en su boca el sagrado nombre del rey y
harán servir diestramente a sus miras personales la sencillez de unos vasallos
a quienes el cautiverio de su príncipe empeña a nuevos esfuerzos de su
fidelidad; pero dígase que la España está perdida enteramente; que la persona
el Rey tiene relaciones enteramente inconexas de las del territorio perdido;
que si el francés ha ocupado una parte de la monarquía española, debemos ser
españoles en la que ha quedado libre; entonces se les verá recibir con horror
esos principios que antes hicieron servir a sus personas, y se les verá
recibir, con escándalo, aquellas relaciones con la Península, confundiéndolas
groseramente con las que deben buscar en las personas del monarca. El ministro
de Estado, conde de Linares, preguntó en una sesión al marqués de Casa Irujo,
cuáles eran las intenciones del virrey Cisneros para el caso desgraciado de ser
sojuzgada la España; y confundido nuestro ministro con una pregunta, a que
cualquier niño habría satisfecho cumplidamente, contestó con la insulsa
fruslería de que nunca se realizaría aquel caso, y que si se verificaba, el
virrey era hombre prudente y de mucho juicio. Hemos observado en nuestros
jefes, que sufrían igual embarazo, siempre que se le hacía aquella pregunta, y
este sólo hecho descubre que no procedían de buena fe en orden a la suerte y
derecho de estas regiones”.
Sigue diciendo Moreno que si “quedara toda la España ocupada”, y entre paréntesis comenta: “Dios no lo permita”, la América seguirá
en la misma lealtad y vasallaje al señor Don Fernando VII, mirando a
los pueblos de España con los mismos ojos que miró a los españoles de la
Jamaica después que quedaran sujetos a la dominación inglesa. A continuación un
párrafo sustancial: “Esto es lo que exige
el orden natural de las cosas, y que puede asegurarse francamente por la
conformidad que guarda con todos los derechos; sin embargo, el marqués y
nuestros jefes aborrecen toda la dominación extranjera, tiembla que la América
llegase a constituirse a sí misma, y en la positiva exclusión que hacen de todo
otro partido, prueba su adhesión al único que no impugnan, que es seguir la
suerte de la Península, si queda enteramente sojuzgada a la dominación, que se
ha empeñado en su conquista. El marqués sabe que no hablamos sin datos
positivos, y, como calcula justamente la gran muralla que en la instalación de
la Junta se ha levantado contra este infame proyecto, rabia de desesperación, y
en los transportes de su cólera, prefiere una convulsión general de estos
pueblos que, o los reduzca a una debilidad que algún día los haga entrar por
sus ideas, o los sepulte en unos males que sean pena de la energía con que han
burlado su intrigas”.
La acusación que hace Moreno a Casa
Irujo y a los funcionarios peninsulares es grave, pero no caprichosa. Hay
pruebas abundantes y concordantes de que como él, pensaba la mayoría. El tipo
de funcionario conocido estaba dispuesto, evidentemente, a seguir la suerte de
la metrópoli, con “Pepe Botellas” o con el que fuera. A reglón
seguido lleva Moreno un rudo ataque al absolutismo, destacando que el pueblo
piensa libremente sobre sí mismo, “y sus derechos se consultan sin los
prestigios con QUE EL ABUSO DEL PODER lo envolvía”. Argumenta
que Inglaterra y Brasil no permitirán nunca que el procónsul de Napoleón reine
en América, aunque se apodere de toda España, por lo cual la Junta espera ser
apoyada por ellas en sus gestiones y agrega: “Las potencias que no tengan un
interés en nuestra ruina mirarán con asombro que los jefes de América reputen
un delito la resolución de no dejarse arrastrar ciegamente de la conquista de
España. Cuando convenía a sus miras manifestar al mundo la sincera adhesión de
las Américas a la causa del Rey Fernando, se proclamaba la justicia de los
principios que nos obligan a semejante conducta; (alusión al carácter que
se dio en América a la jura de Fernando VII) y aún era éte uno de los
principales baluartes que se oponían a Napoleón, y con que se les convenía
retraer, de la conquista de España; sin embargo, llega el caso de que se
ejecute aquella amenaza, y entonces varían de opinión, y no quieren ver en la
América sino una colonia sin derechos, que debe sujetarse sin examen a la
suerte de la metrópolis”. Y sigue Moreno:
“No, señor marqués, ni sus esfuerzos, ni sus proclamas, ni la
conspiración de los mandones separarán a la América de su deberes. Hemos
jurado a Don Fernando VII, y nadie sino él reinará sobre nosotros. Esta es
nuestra obligación, es nuestro interés, lo es de la Gran Bretaña y Brasil, y
resueltos a sostener con nuestra sangre esta resolución, decimos a la faz del
mundo entero (Y REVIENTE A QUIEN NO LE GUSTE) que somos leales vasallos del rey
Fernando, que no reconocemos otros derechos que los suyos, que aunque José reine
en toda la península, no reinará sobre nosotros y que la pérdida de España no
causará OTRA NOVEDAD QUE LA DISMINUCION DEL TERRITORIO DEL REY FERNANDO”.
“La desgracia de ser reputados los americanos poco menos que bestias,
por hombres que apenas son algo más que caballos, influyen siempre alguna
preocupación aún entre las personas de razón y buen juicio” Se refiere
Moreno a las noticias falsas sobre triunfos españoles que en su “Manifiesto”
difundiera Casa Irujo, y demuestra que sabe la verdad de lo que ocurre. Agrega
Moreno que esas desgracias no le complacen pero nada se aventaja con
ocultarlas, y dice: “El marqués habría
empleado con más fruto sus acreditados talentos si los hubiese fatigado para
inventar medios de salvar o aliviar la Patria”. Pero aún eM el caso de que las
noticias de triunfos españoles fueran ciertas “¿será eso bastante para que se
disuelva nuestra Junta y en caso contrario se arrojen los pueblos a los
horrores de la anarquía y de la guerra civil? ¿Es posible que las Juntas de
España han de seguir tranquilamente, y se ha de reputar un crimen la
continuación de la nuestra? La Junta de Valencia continúa en la plenitud de sus
funciones; ni reconoce al Consejo de Regencia, ni respetaba a la Junta Central
mucho tiempo antes de su disolución… y el marqués elogia su fidelidad…”
Posteriormente se inventó lo de la “máscara de Fernando”, que no puede ser considerada en serio. La
Revolución de Mayo sería un caso único en la historia, o sea, el de una
revolución que levanta como bandera aquello mismo que quiere destruir,
fomentando, por consiguiente, no su éxito, sino el de la contrarrevolución. La
capacidad de admitir sandeces tiene un límite también en historia. La sujeción
de Fernando VII no estaba en contra de la posibilidad de un régimen político
independiente de la metrópoli, y de carácter más liberal que el hasta entonces
observado, y Fernando VII había despertado ilusiones que hasta lo admitían como
cabeza de tal importante reforma política del imperio. En cuya disolución nadie
piensa antes del 25 de Mayo de 1810, aunque puedan pensarlo, y así ocurrió,
cuando la resistencia de los funcionarios, la incomprensión de los hombres de
Montevideo, la conducta de Liniers, la de la Real Audiencia de Buenos Aires, y
la del propio Cabildo porteño, conducen los acontecimientos por nuevos caminos,
puesto que también los enemigos también se presentan defendiendo los derechos
de Fernando VII.
La pérdida del libro de actas de la
Junta de Mayo, que debió correr por cuenta de alguno de los hombres de la
Asamblea General de 1813, que lo pidió y lo recibió, a los fines de juzgar su
actuación, enterándose, al leerlo, que no saldrían de sus páginas motivos de
crítica para Saavedra, pero tampoco aparecería el Moreno cuyo mito se había
empezado a forjar, deja sin posibilidad de aclaración muchas cosas de aquellos
días. El único documento auténticamente revolucionario sería el “Plan”,
atribuido por Enrique de Gandía a Moreno y considerado un frangollo por Ricardo
Levene. Pero lo curioso es que Gandía no cree que Moreno fuera
partidario de la independencia, lo que está en pugna con su afirmación de que
fue autor del “Plan”, mientras Levene cree que Moreno fue el alma del
propósito independizador, lo que está en pugna con su afirmación de que el
“Plan” no es de Moreno, y una de las razones en favor de esa tesis es que
no se acomoda a sus ideas en los seis meses que actuó en la Junta. Porque no es
la idea de la independencia la que agita a la Junta, sino las diferencias en la
manera de considerar el problema político en sus distintas posibilidades; y es
el propio Moreno quien se encarga de demostrarlo en sus artículos de “LA
GACETA”, titulados “Miras del congreso que acaba de convocarse y
constitución del estado”. Dice allí: “Hay muchos, que fijando sus miras
en la justa emancipación de la América a que conduce la inevitable pérdida de
España (adviértase que la emancipación surgía de la desesperación de España
absorbida por Napoleón y no un acto de voluntad americana), no aspiran a
otro bien que haber roto los vínculos de una dependencia colonial y creen
completa nuestra felicidad, desde que elevados nuestros países a la dignidad de
estados, salgan de la degradante condición de un fondo usufructuario a quien,
se pretende sacar toda sustancia sin interés alguno en su beneficio y fomento.
Es muy glorioso a los habitantes de América verse inscriptos en el rango de las
naciones y que no se describan sus posesiones como factorías de los españoles
europeos; PERO QUIZAS NO SE PRESENTA SITUACION MAS CRITICA PARA LOS PUEBLOS QUE
EL MOMENTO DE SU EMANCIPACION: TODAS LAS PASIONES CONSPIRAN ENFURECIDAS A
SOFOCAR EN SU CUNA UNA OBRA A QUE SOLO LAS VIRTUDES PUEDEN DAR CONCIENCIA; Y EN
UNA CARRERA ENTERAMENTE NUEVA CADA PASO ES UN PRESIPICIO PARA HOMBRES QUE EN
TRECIENTOS AÑOS NO HAN DISFRUTADO DE OTRO BIEN QUE LA QUIETA MOLICIE DE UNA
ESCLAVITUD, QUE AUNQUE PESADA HABIA EXTINGIDO HASTA EL DESEO DE ROMPER SUS
CADENAS. Resueltos a la magnánima empresa, que hemos empezado, nada debe
retraernos de su continuación, nuestra divisa debe ser la de un acérrimo
republicano que decía: MALO PERIDULOSAM LIBERTATEM QUAM SERVITIUM QUIETUM”. Ricardo
Levene hace la cita poniendo punto final a la frase, pero en el texto solo
figura un punto y coma, y se sigue leyendo: “pero no reposemos sobre la
seguridad de unos principios que son muy débiles sino se fomentan con energía;
consideremos que los pueblos, así como los hombres, desde que pierden la sombra
de un curador poderoso que los manejaba, recuperan ciertamente una alta
dignidad pero rodeada de peligros que aumentan la propia inexperiencia;
temblemos con la memoria de aquellos pueblos que por el mal uso de su naciente
libertad, no merecieron conservarla muchos instantes; y sin equivocar las
ocasiones de la nuestra con los medios legítimos de sostenerla, no busquemos la
felicidad general, sino por aquellos caminos que la naturaleza misma ha
prefijado y cuyo desvío ha causado siempre los males y ruina de las naciones
que los desconocieron”.
El sentido de estas palabras de
Moreno es clarísimo. La guerra civil contra los funcionarios había comenzado;
España parecía definitivamente perdida ¿no era oportuno avanzar un paso e ir a
la independencia política? No la rechaza Moreno, pero le pone “peros”: no
estamos preparados, dice. Si algo revela que la idea de emancipación no figuró
en el ideario de Mayo, es este escrito de Moreno, que confirma de cómo el
sentimiento de independencia fue consecuencia del desarrollo de los hechos,
de la misma manera que en España, a pesar de su carácter tradicionalista y
antiliberal, el levantamiento popular de 1808, derivó en las Cortes
afrancesadas de Cádiz. Todo el artículo de Moreno tiende a demostrar que no es
el momento de pensar en la independencia, por razones de orden interno e
internacional; así, dice, que el despotismo había sofocado a España su viejo
sentido de la libertad por lo “que en el NACIMIENTO DE LA REVOLUCION NO
OBRARON OTROS AGENTES QUE LA INMINENCIA DEL PELIGRO Y EL ODIO A UNA DOMINACION
EXTRANJERA”, refiriéndose al levantamiento en 1808, pero que apenas pasada
la confusión de los primeros momentos, “enseñaron a sus conciudadanos los
derechos que habían empezado a defender por instinto; y las Juntas provinciales
se afirmaron por la ratihabición de todos los pueblos de su respectiva
dependencia. Cada provincia se concentró así misma, y no aspirando a dar a la
soberanía mayores términos de los que el tiempo y la naturaleza habían dejado a
las relaciones interiores de los comprovincianos, resultaron, tantas
representaciones supremas e independientes, cuantas Juntas provinciales se
habían erigido. Ninguna de ellas solicitó dominar a otras… Es verdad que al
poco tiempo resultó la Junta central como representativa de todas, pero
prescindiendo de las grandes dudas que ofrece la legitimidad de su instalación,
ella fue obra del unánime consentimiento de las demás Juntas; alguna de ellas
continuó sin tacha de crimen es su primitiva independencia… Asustado el
despotismo con la libertad y justicia de los movimientos de España, empezó a
sembrar espesas sombras por medio de sus agentes; y la oculta oposición a los
imprescriptibles derechos de los pueblos había empezado a ejercer, empeño a los
hombres patriotas a trabajar en su demostración y defensa… por todos los
pueblos de España pulularon escritos llenos de ideas liberales, y en los que se
sostenían los derechos PRIMITIVOS de los pueblos, que por siglos enteros habían
sido olvidados y desconocidos”. “Un tributo forzado a la decadencia hizo decir
que los pueblos de América eran iguales a los de España; sin embargo, apenas
aquellos quisieron pruebas reales de la igualdad que se les ofrecía, apenas
quisieron ejecutar los principios por donde los pueblos de España se conducían,
el cadalso y todo género de persecuciones se empeñaron en sofocar la injusta
pretensión de los rebeldes, y los mismos magistrados que habían aplaudido los
derechos de los pueblos, cuando necesitaban de la aprobación de alguna Junta de
España para la continuación de sus empleos, proscriben y persiguen a los que
reclaman después en América esos mismos principios. ¿Qué magistrados hay en
América, que no hayan tocado las palmas en celebridad de las Juntas de Cataluña
o Sevilla? ¿Y quién de ellos no vierte imprecaciones contra la de Buenos Aires,
sin otro motivo que ser americanos los que la forman? Es decir, que Moreno
parte, exclusivamente, de los antecedentes españoles para considerar la
cuestión americana, y demuestra que lo que lo guía no es el afán de la
independencia, sino el establecimiento de un gobierno liberal contra el
absolutismo que había dominado hasta entonces. El Congreso que propone no debe
elegir quién rija al país, sino dotarlo de una constitución de donde se rija.
Las ideas que Moreno vierte siguen siendo españolas, algunas tomadas de
Jovellanos, y responden al espíritu que, en aquellos mismos momentos, predomina
en las Cortes de Cádiz. Sentemos, pues -dice- como base de las posteriores
preposiciones, que el congreso ha sido convocado para elegir una autoridad
suprema que supla la falta del señor don Fernando VII y para arreglar una
constitución que saque a los pueblos de la infidelidad en que gimen”. Pero
la devoción a Fernando tiene límites, o sea, si tratara de gobernar como su
antecesor, el pueblo, que ha recuperado la soberanía por ausencia del monarca,
puede prescindir de él, pues no ha realizado el de América PACTO SOCIAL alguno
con él. (Este concepto revela que Moreno no entendió a Rousseau, lo que ya fue
denunciado por Paul Groussac).
Si Fernando quiere seguir reinando
debe aceptar las reglas que el pueblo le fije. Y para apoyarse contra los que
no comprendan esa posición, Moreno pregunta: “¿a qué fin se hallan
convocadas en España unas Cortes que el rey no puede presidir? ¿No se ha
propuesto por único objeto de su convocatoria el arreglo del reino y la pronta
formación de una constitución nueva, que tanto necesita? Y si la irresistible
fuerza del conquistador hubiese dejado provincias que fuesen representadas en
aquel congreso, ¿podría el Rey oponerse a sus resoluciones? Semejante duda
sería un delito. El Rey a su regreso no podría resistir una constitución a que,
aún estando al frente de las Cortes, debió siempre conformarse; los pueblos,
origen único de los poderes de los reyes, pueden modificarlos con la misma
autoridad con que lo establecieron al principio… Nuestras provincias carecen de
constitución, y nuestro vasallaje no recibe ofensa alguna porque el Congreso
trate de elevar los pueblos que representa, a aquel estado político que el Rey
no podría negarle, si estuviese presente”.
Nos hemos extendido en las citas
por la necesidad de demostrar que lo que guía a Moreno es el triunfo
político de los derechos primitivos de los pueblos, no de la independencia.
El españolismo de los pueblos de América es indiscutible. Una sola fue la causa
de la guerra civil en España y en América. Ello explica por qué, en los puntos
más alejados se produjeron, a un mismo tiempo, sin influencias recíprocas,
hechos análogos. “La Gaceta de Buenos Aires”, al dar cuenta del
pronunciamiento de Caracas que tuvo lugar el 10 de Abril de 1810, dice: “Si
viéramos empezar aquella revolución proclamando principios de exagerada
libertad, teorías impracticables de igualdad como la revolución francesa,
desconfiaríamos de las rectas intenciones de los promovedores, y creeríamos el
movimiento afecto de un partido y no del convencimiento práctico de una mudanza
política”. Los pescadores de antecedentes vinculados a la Revolución
Francesa, para explicar los sucesos que preceden en América a la guerra por la
independencia, ocultan deliberadamente expresiones como la que acabamos de
reproducir, por no querer reconocer la verdad de que las doctrinas de igualdad
que predominan en el tradicionalismo americano tienen una antigua raigambre,
católica y española.
Al referirse a la revolución de
Caracas, La Gaceta de Buenos Aires, explica que los supuestos
revolucionarios hispanoamericanos solo imitaban a los patriotas peninsulares en
su lucha contra Napoleón, y agrega: “Pero al ver que solo tratan de mirar
por su seguridad y hacer lo que todos los pueblos de España han puesto en
práctica, esto es, formar un gobierno interino, durante la ausencia del
monarca, o en tanto no se establezca la monarquía sobre nuevas y legítimas
bases, nos parece ver en el movimiento de Caracas los primeros pasos del
establecimiento DEL IMPERIO QUE HA DE HEREDAR la gloria y la felicidad del que
está por perecer en el Continente de Europa a manos de un despotismo bárbaro”.
El sentimiento dominante fue el odio a Napoleón y el deseo de
conservar el Nuevo Mundo fuera de su férula. La guerra surgió entre los
partidarios de Consejo de Regencia y los que se declaraban por la formación de
Juntas locales. Todos defendían la integridad del Imperio y se reconocían
súbditos de Fernando VII; pero los que defendían el Consejo de Regencia
no eran liberales, ni absolutistas, que disfrutaban de nombramientos hechos por
Carlos IV y Fernando VII, y los otros, los liberales sostenían los derechos de
rey pero, subordinado a normas que evitaran que el Imperio continuara sin sus
viejas libertades municipales y provinciales.
La masa popular porteña expresó
esos sentimientos y es así como “La Gaceta” publicaba, en 1811, con el
título de “MARCHA PATRIOTICA”, una letrilla que dice así:
La América tiene
Ya echada su cuenta
Sobre si a la España
Debe estar sujeta
Esta lo pretende,
Aquella lo niega,
Porque dice que es
Tan libre como ella
Si somos hermanos,
Como se confiesa,
Vivamos unidos
MÁS SIN DEPENDENCIA
A nada conduce
La obediencia ciega
Que pretende España
Se le dé por fuerza.
¿Por qué, pues, 209
España Pretende grosera
Que el americano
Su parte le ceda?
EL QUIERE GUARDARLA
PARA AQUEL QUE SEASU DUEÑO,
y si no Quedarse con ella
PUES PARA ESTO SIEMPRE
JURA LA OBEDIENCIA
AL REY, NO A LA ESPAÑA,
COMO ELLA SE PIENSA
Y no debe olvidarse que esta Marcha
Patriótica fue incluida en la LIRA ARGENTINA, recopilación de
poesías patrióticas publicadas en 1810, que, en 1822, Rivadavia recomendó
hiciera la Sociedad Literaria.
La composición de la Junta de Mayo
facilita la idea de que, en su seno existieron rivalidades alrededor del
problema de la independencia, más, en realidad, lo que en ella divide son las
distintas maneras de encarar el problema político de organización del país. La
falta de planes había determinado que se invitara a los Cabildos de interior a
enviar representantes para integrar la Junta, método que, más tarde, se
consideró equivocado, con lo que se procuró que estos diputados lo fueran ante
un Congreso que se reuniría con carácter de constituyente. Mientras tanto, en
España, las tendencias liberales han triunfado ampliamente en las Cortes de
Cádiz, influyendo sobre las minorías ilustradas en Buenos Aires, en cuyo seno
comienzan a agitarse las ideas que, en Cádiz, expresan los cabecillas del
resurgimiento liberal. Moreno que se coloca en esa línea es derrocado por las
mismas fuerzas militares que el 25 de Mayo de 1810, sin tener mayor contacto
con él, lo habían elegido, y los diputados del interior entran a formar parte
de la Junta, despertando la indignación de los jóvenes liberales porteños que
ven en ellos elementos reaccionarios. Entra entonces a actuar la fuerza
económica de la ciudad capital y se llega, en 1812, hasta agitar dos
cuestiones: la de independencia y hasta la de la república, por hombres que,
poco más tarde, se contarán entre los líderes del monarquismo. En el orden
político, la lucha comienza a tener todos los caracteres de una guerra civil,
pues hasta en el militar, son americanos los que se enfrentan en Paraguay y en
el Norte. Cuando Belgrano, después de derrocar al americano Goyeneche, y al
americano Tristán, concede a éste el armisticio de Salta, lo hace porque sabe
que han peleado americanos en ambas líneas, y deplora que en las luchas entre
hermanos se pierdan vidas preciosas.
Participamos de la síntesis de
Enrique de Gandía que dice: “La guerra civil no fue desencadenada por los
liberales. Es importantísimo aclarar estos hechos. Los liberales eran los
tradicionalistas, los defensores del pasado y de una evolución de acuerdo con
los derechos y los deseos del pueblo. Ellos nunca soñaron con revoluciones ni
independencias ni guerras civiles, hasta que los absolutistas rompieron la
guerra con su intransigencia y el empeño de mantenerse en unos puestos que,
jurídicamente, ya no les correspondía desempeñar. Los revolucionarios
fueron, pues, los absolutistas, los hombres a quienes algunos historiadores
llaman realistas, cometiendo un grave error, pues realistas eran todos, sin
excepción, y otros denominaban ESPAÑOLES, cayendo en un error aún más grueso,
dado que muchísimo de ellos defendían el liberalismo, los derechos naturales
del hombre y la formación de las Juntas locales”.
…”El primer gobierno llamado argentino tuvo por fines políticos la
defensa de los derechos naturales del hombre que correspondían, por la prisión
de Fernando VII, a todos sus súbditos y el propósito firme de salvar a estos
mismos países de una denominación extranjera y reconocer al primer gobierno
legítimo que se estableciese en España”.
Esta interpretación se ajusta a
otra singularmente interesante. Al festejarse el aniversario del 25 de Mayo,
en 1835, se reunió en el Fuerte a una selecta cantidad de invitados, entre
ellos el cuerpo diplomático, y el gobernador de Buenos Aires, entonces Juan
Manuel de Rosas, dijo las siguientes palabras:
¡Qué grande señores y que plausible
debe ser para todo argentino este día, consagrado por la nación para festejar
el primer acto de soberanía popular, que ejercitó este gran pueblo en Mayo del
célebre año de mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso para los hijos de
Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una
dignidad sin ejemplo! NO PARA SUBLEVARNOS CONTRA LAS AUTORIDADES LEGITIMAMENTE
CONSTITUIDAS, sino para cumplir la falta de las que, acéfala la nación, había
caducado de hecho y de derecho. NO PARA REBELARNOS CONTRA NUESTRO SOBERANO,
sino para preservarle la posición de su autoridad, de que había sido despojado
por el acto de perfidia. NO PARA ROMPER LOS VINCULOS QUE NOS LIGABAN A LOS
ESPAÑOLES, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndolos
en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. NO PARA
INTRODUCIR LA ANARQUÍA sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al
abismo de males, en que se hallaba sumida la España. Estos, señores fueron
los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto celebrado en
esta ciudad el 22 de Mayo de mil ochocientos diez, cuya acta debería grabarse
en láminas de oro para honra y gloria eterna del pueblo porteño. Pero
¡Ah!... ¡Quién lo hubiera creído!... Un acto TAN HEROICO DE GENEROSIDAD Y
PATRIOTISMO, NO MENOS QUE DE LEALTAD Y FIDELIDAD A LA NACION ESPAÑOLA Y A SU
DESGRACIADO MONARCA; un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos
dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros
malignamente, como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber
agotado su admiración y gratitud para corresponderle dignamente.
Y he aquí, señores, otra
circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues
ofendidos en tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el
gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución hasta que
cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y
profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de
bendición, anegados en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por
quien debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en las manos de
la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el
único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e
independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.
“El cielo, señores oyó nuestras
súplicas. El cielo premió aquel constante amor del orden establecido, que había
excitado hasta entonces nuestro valor, avivando nuestra lealtad, y
fortaleciendo nuestra fidelidad PARA NO SEPARARNOS DE LA DEPENDENCIA DE LOS
REYES DE ESPAÑA, a pesar de la negra ingratitud con que estaba empeñada la
Corte de Madrid en asolar nuestro país. Sea, pues, nuestro regocijo tal cual lo
manifestáis en las felicitaciones que acabáis de dirigir al gobernador por tal
fausto día; pero sea renovado aquellos nobles sentimientos de orden, de lealtad
y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heroico en
sostén y defensa de la Causa Nacional de la Federación, que ha proclamado la
república…”.
¿Qué diferencia estos conceptos de
los expresados por Moreno? Sólo las palabras. El fondo es el mismo.
*Tomado del libro “Historia de las
ideas políticas en Argentina”, capitulo 5