domingo, 21 de abril de 2024

LAS IDEAS POLITICAS DE LOS HOMBRES DE MAYO*

 

Por: Vicente Sierra

La Junta de Mayo contó, casi de inmediato a su formación, con la oposición tozuda de los funcionarios peninsulares, para los cuales, en el sentir popular, era lo mismo la España con Fernando VII –al cual esos funcionarios, hechuras de Godoy, no veían con simpatía- que con José Bonaparte, con tal de no perder sus puestos.

Esta injusta resistencia, unida al desarrollo de los sucesos de España y a la incomprensión de la Corte de Cádiz, determinan en la Junta de Buenos Aires un elemento de defensa que abre camino a la idea de la independencia total. En nuestro concepto, el pronunciamiento del 25 de Mayo no procura la independencia tanto como tiende a obtener formas políticas de gobiernos distintas a las que han regido hasta entonces. Es, ante y sobre todo, un movimiento contrario al absolutismo, pero lo es sin plan y sin ideas concretas propias.

Si observamos comparativamente los sucesos de España y los de Argentina, en aquellos años, advertimos una similitud extraordinaria. Hasta el hecho de que la Junta de Buenos Aires resolviera confiar las funciones públicas a nativos tiene su paralelo en las Juntas Provinciales de España que adoptaban medidas similares, respondiendo al carácter eminentemente localista de los movimientos.

Entre los testigos de los hechos de Mayo, en Buenos Aires, debe contarse a Ignacio Núñez, amigo de Moreno, e interesado en asignarle papeles de primera línea, y hombre, además, de ideas liberales. Al referirse a aquellos acontecimientos dice: “Sin debilitar el mérito que contrajeron los pocos hombres a quienes les tocó la suerte de encabezar la revolución de Buenos Aires, puede asegurarse que esta grande obra fue poco menos que improvisada y por consiguiente, que si ellos no tuvieron tiempo, ni medios de explorar y combinar interiormente los elementos necesarios para llevarla adelante, tampoco los tuvieron para prepararse relaciones con las naciones extranjeras… Desde la primera hora en que el último representante del rey de España depositó el cetro en mano de los nueve hombres escogidos por el pueblo para sustituirle la autoridad virreinal, desde esa misma hora sintieron estos nueve hombres el enorme peso que habían admitido sobre sus hombros, y los peligros que correrían ellos si se reducían a conducirla tan desprovistos como la habían principado”.

Manuel Moreno, en el libro sobre su hermano, dice: “Sería una injusticia creer que el Dr. Moreno tomó parte activa en la Revolución de su país, sin un examen serio de las causas que la producían. Sus escritos, sus avisos, y sus conversaciones habían excitado la vigilancia de los Patriotas; pero ilustrando a sus conciudadanos, jamás intentó inquietar su espíritu o promover la rebelión… Muchas horas hacía estaba nombrando Secretario de la nueva Junta, y aún estaba totalmente ignorante de ello…”.

Manuel relata de cómo le llevó la noticia a su hermano, la que lo sumió en hondas preocupaciones sobre “LA LEGITIMIDAD de los procedimientos públicos que acababan de suceder…”, y agrega: “Cuando pasado esto, llegó un individuo que había sido también nombrado para el nuevo gobierno, a consultar si debía admitir la elección. Después de un examen escrupuloso de la LEGITIMIDAD de los procedimientos del pueblo, se resolvió que era forzoso recibir los oficios que se les habían conferido”.

Pero, como lo señala Núñez, el virrey Cisneros empezó a disputar el puesto desde la noche en que sin resistencia de su parte abandonara, poniéndose al frente de los funcionarios españoles, cuya resistencia no se ocultaba, y fácil fue prever lo que podía ocurrir con los del Paraguay, Montevideo y Perú, en posesión de recursos y materiales de guerra, y de una influencia sobre los naturales poco menos que absoluta. Se procedió contra ellos y se envió a D. Matías Irigoyen ante la corte de Inglaterra. Todo esto, hasta el fusilamiento de Liniers y sus compinches, puede parecer revolucionario, si no fuera que las Juntas de España procedieron de igual manera. Comandante General de Extremadura era el Conde de la Torre del Fresno; el movimiento popular estalla, Torre del Fresno muere en manos de la multitud enardecida, se forma Junta y se envía embajador a Inglaterra. En la capital asturiana, cuando la Audiencia da a conocer los bandos de Murat, el pueblo se alza, y los oidores deben refugiarse en el Palacio de la Audiencia. El pueblo quiere matarlos, lo que evita el prestigio del Marqués de Santa Cruz de Marcenado. Se forma Junta y se organiza la guerra. Para obtener ayuda se envía un embajador a Inglaterra. Paralelo fue el levantamiento de Galicia. El Capitán General D. Antonio Filangieri trata en mala hora de ahogar el movimiento. Barrido por el pueblo se forma Junta y se envía una embajada a Inglaterra. Y así Andalucía y todas las regiones.

Sabido es que el Marqués de Casa Irujo, embajador de España en la Corte de Brasil, atacó a la Junta de Buenos Aires, acusándola de haberse formado para declarar la independencia, lo que hizo en un “Manifiesto” que fue contestado por Mariano Moreno, desde las columnas de “La Gaceta”, diciendo: “El Marqués tiene seguro conocimientos de los principios y fines de la instalación de la Junta; e instruyó esta de la pureza que se conducía, y le suministró datos irrefragables de su fidelidad a nuestro legítimo monarca el señor D. Fernando VII, de la sinceridad con que había jurado la defensa de sus augustos derechos, convenciéndolo de mil modos, que la innovación del gobierno de Buenos Aires era igual en todos sus resultados, a la que gloriosamente habían ejecutado las provincias de España, no podía reprobarse nuestra Junta, mientras se reconociesen las de aquellos, ni podíamos acceder a un paso retrógrado hacia el humillante estado colonial, del que nos acaba de extraer a la faz del mundo”.

No ha faltado quien dijera que estas frases de Moreno revelan la doble intención del pronunciamiento de 1810, desde que se refiere al estado colonial del que se había salido, pero la verdad es que Moreno no se refiere a la formación de la Junta, sino al decreto del 22 de Enero de 1809, por el cual, el supremo gobierno revolucionario de España, reconocía a las colonias ultramarinas como parte integrante de la nación, poniendo la Junta Central decidido empeño en hacer efectivo el derecho de representación que se les había otorgado a los pueblos de América; como lo revela la Real Orden de 6 de Octubre de 1809 que establecía las condiciones para ser diputado de ellas.

Moreno acusó a Casa Irujo de “haber soplado el fuego de la discordia y la guerra civil entre unos pueblos que reconocían los derechos de su legítimo monarca Fernando VII”, diciéndole que antes debió haberse puesto en comunicación con la Junta, tentando aquellos medios prudentes “a que se presentaban acreedores de los sucesos que arrancaban la proclama”. Y agregaba Moreno, poniendo el dedo en la llaga: “El marqués de Casa Irujo y esos mandones de alto rango, cuya reposición pretende por medios tan violentos, no aman a nuestro monarca con la sinceridad que han afectado; ellos proclaman diariamente al rey Fernando, pero en este respetable nombre no buscan sino un vínculo que nos ligue a la Metrópoli en cuanto sea un centro de relaciones y una fuente del poder que ejercen entre nosotros. Mientras una pequeña parte de España sostenga su rango, conserve sus empleos y sirva de escudo a su arbitrariedad y despotismo, no caerá en su boca el sagrado nombre del rey y harán servir diestramente a sus miras personales la sencillez de unos vasallos a quienes el cautiverio de su príncipe empeña a nuevos esfuerzos de su fidelidad; pero dígase que la España está perdida enteramente; que la persona el Rey tiene relaciones enteramente inconexas de las del territorio perdido; que si el francés ha ocupado una parte de la monarquía española, debemos ser españoles en la que ha quedado libre; entonces se les verá recibir con horror esos principios que antes hicieron servir a sus personas, y se les verá recibir, con escándalo, aquellas relaciones con la Península, confundiéndolas groseramente con las que deben buscar en las personas del monarca. El ministro de Estado, conde de Linares, preguntó en una sesión al marqués de Casa Irujo, cuáles eran las intenciones del virrey Cisneros para el caso desgraciado de ser sojuzgada la España; y confundido nuestro ministro con una pregunta, a que cualquier niño habría satisfecho cumplidamente, contestó con la insulsa fruslería de que nunca se realizaría aquel caso, y que si se verificaba, el virrey era hombre prudente y de mucho juicio. Hemos observado en nuestros jefes, que sufrían igual embarazo, siempre que se le hacía aquella pregunta, y este sólo hecho descubre que no procedían de buena fe en orden a la suerte y derecho de estas regiones”.

Sigue diciendo Moreno que si “quedara toda la España ocupada”, y entre paréntesis comenta: “Dios no lo permita”, la América seguirá en la misma lealtad y vasallaje al señor Don Fernando VII, mirando a los pueblos de España con los mismos ojos que miró a los españoles de la Jamaica después que quedaran sujetos a la dominación inglesa. A continuación un párrafo sustancial: “Esto es lo que exige el orden natural de las cosas, y que puede asegurarse francamente por la conformidad que guarda con todos los derechos; sin embargo, el marqués y nuestros jefes aborrecen toda la dominación extranjera, tiembla que la América llegase a constituirse a sí misma, y en la positiva exclusión que hacen de todo otro partido, prueba su adhesión al único que no impugnan, que es seguir la suerte de la Península, si queda enteramente sojuzgada a la dominación, que se ha empeñado en su conquista. El marqués sabe que no hablamos sin datos positivos, y, como calcula justamente la gran muralla que en la instalación de la Junta se ha levantado contra este infame proyecto, rabia de desesperación, y en los transportes de su cólera, prefiere una convulsión general de estos pueblos que, o los reduzca a una debilidad que algún día los haga entrar por sus ideas, o los sepulte en unos males que sean pena de la energía con que han burlado su intrigas”.

La acusación que hace Moreno a Casa Irujo y a los funcionarios peninsulares es grave, pero no caprichosa. Hay pruebas abundantes y concordantes de que como él, pensaba la mayoría. El tipo de funcionario conocido estaba dispuesto, evidentemente, a seguir la suerte de la metrópoli, con “Pepe Botellas” o con el que fuera. A reglón seguido lleva Moreno un rudo ataque al absolutismo, destacando que el pueblo piensa libremente sobre sí mismo, “y sus derechos se consultan sin los prestigios con QUE EL ABUSO DEL PODER lo envolvía”. Argumenta que Inglaterra y Brasil no permitirán nunca que el procónsul de Napoleón reine en América, aunque se apodere de toda España, por lo cual la Junta espera ser apoyada por ellas en sus gestiones y agrega: “Las potencias que no tengan un interés en nuestra ruina mirarán con asombro que los jefes de América reputen un delito la resolución de no dejarse arrastrar ciegamente de la conquista de España. Cuando convenía a sus miras manifestar al mundo la sincera adhesión de las Américas a la causa del Rey Fernando, se proclamaba la justicia de los principios que nos obligan a semejante conducta; (alusión al carácter que se dio en América a la jura de Fernando VII) y aún era éte uno de los principales baluartes que se oponían a Napoleón, y con que se les convenía retraer, de la conquista de España; sin embargo, llega el caso de que se ejecute aquella amenaza, y entonces varían de opinión, y no quieren ver en la América sino una colonia sin derechos, que debe sujetarse sin examen a la suerte de la metrópolis”. Y sigue Moreno:

No, señor marqués, ni sus esfuerzos, ni sus proclamas, ni la conspiración de los mandones separarán a la América de su deberes. Hemos jurado a Don Fernando VII, y nadie sino él reinará sobre nosotros. Esta es nuestra obligación, es nuestro interés, lo es de la Gran Bretaña y Brasil, y resueltos a sostener con nuestra sangre esta resolución, decimos a la faz del mundo entero (Y REVIENTE A QUIEN NO LE GUSTE) que somos leales vasallos del rey Fernando, que no reconocemos otros derechos que los suyos, que aunque José reine en toda la península, no reinará sobre nosotros y que la pérdida de España no causará OTRA NOVEDAD QUE LA DISMINUCION DEL TERRITORIO DEL REY FERNANDO”.

La desgracia de ser reputados los americanos poco menos que bestias, por hombres que apenas son algo más que caballos, influyen siempre alguna preocupación aún entre las personas de razón y buen juicio” Se refiere Moreno a las noticias falsas sobre triunfos españoles que en su “Manifiesto” difundiera Casa Irujo, y demuestra que sabe la verdad de lo que ocurre. Agrega Moreno que esas desgracias no le complacen pero nada se aventaja con ocultarlas, y dice: “El marqués habría empleado con más fruto sus acreditados talentos si los hubiese fatigado para inventar medios de salvar o aliviar la Patria”. Pero aún eM el caso de que las noticias de triunfos españoles fueran ciertas “¿será eso bastante para que se disuelva nuestra Junta y en caso contrario se arrojen los pueblos a los horrores de la anarquía y de la guerra civil? ¿Es posible que las Juntas de España han de seguir tranquilamente, y se ha de reputar un crimen la continuación de la nuestra? La Junta de Valencia continúa en la plenitud de sus funciones; ni reconoce al Consejo de Regencia, ni respetaba a la Junta Central mucho tiempo antes de su disolución… y el marqués elogia su fidelidad…

Posteriormente se inventó lo de la “máscara de Fernando”, que no puede ser considerada en serio. La Revolución de Mayo sería un caso único en la historia, o sea, el de una revolución que levanta como bandera aquello mismo que quiere destruir, fomentando, por consiguiente, no su éxito, sino el de la contrarrevolución. La capacidad de admitir sandeces tiene un límite también en historia. La sujeción de Fernando VII no estaba en contra de la posibilidad de un régimen político independiente de la metrópoli, y de carácter más liberal que el hasta entonces observado, y Fernando VII había despertado ilusiones que hasta lo admitían como cabeza de tal importante reforma política del imperio. En cuya disolución nadie piensa antes del 25 de Mayo de 1810, aunque puedan pensarlo, y así ocurrió, cuando la resistencia de los funcionarios, la incomprensión de los hombres de Montevideo, la conducta de Liniers, la de la Real Audiencia de Buenos Aires, y la del propio Cabildo porteño, conducen los acontecimientos por nuevos caminos, puesto que también los enemigos también se presentan defendiendo los derechos de Fernando VII.

La pérdida del libro de actas de la Junta de Mayo, que debió correr por cuenta de alguno de los hombres de la Asamblea General de 1813, que lo pidió y lo recibió, a los fines de juzgar su actuación, enterándose, al leerlo, que no saldrían de sus páginas motivos de crítica para Saavedra, pero tampoco aparecería el Moreno cuyo mito se había empezado a forjar, deja sin posibilidad de aclaración muchas cosas de aquellos días. El único documento auténticamente revolucionario sería el “Plan”, atribuido por Enrique de Gandía a Moreno y considerado un frangollo por Ricardo Levene. Pero lo curioso es que Gandía no cree que Moreno fuera partidario de la independencia, lo que está en pugna con su afirmación de que fue autor del “Plan”, mientras Levene cree que Moreno fue el alma del propósito independizador, lo que está en pugna con su afirmación de que el “Plan” no es de Moreno, y una de las razones en favor de esa tesis es que no se acomoda a sus ideas en los seis meses que actuó en la Junta. Porque no es la idea de la independencia la que agita a la Junta, sino las diferencias en la manera de considerar el problema político en sus distintas posibilidades; y es el propio Moreno quien se encarga de demostrarlo en sus artículos de “LA GACETA”, titulados “Miras del congreso que acaba de convocarse y constitución del estado”. Dice allí: “Hay muchos, que fijando sus miras en la justa emancipación de la América a que conduce la inevitable pérdida de España (adviértase que la emancipación surgía de la desesperación de España absorbida por Napoleón y no un acto de voluntad americana), no aspiran a otro bien que haber roto los vínculos de una dependencia colonial y creen completa nuestra felicidad, desde que elevados nuestros países a la dignidad de estados, salgan de la degradante condición de un fondo usufructuario a quien, se pretende sacar toda sustancia sin interés alguno en su beneficio y fomento. Es muy glorioso a los habitantes de América verse inscriptos en el rango de las naciones y que no se describan sus posesiones como factorías de los españoles europeos; PERO QUIZAS NO SE PRESENTA SITUACION MAS CRITICA PARA LOS PUEBLOS QUE EL MOMENTO DE SU EMANCIPACION: TODAS LAS PASIONES CONSPIRAN ENFURECIDAS A SOFOCAR EN SU CUNA UNA OBRA A QUE SOLO LAS VIRTUDES PUEDEN DAR CONCIENCIA; Y EN UNA CARRERA ENTERAMENTE NUEVA CADA PASO ES UN PRESIPICIO PARA HOMBRES QUE EN TRECIENTOS AÑOS NO HAN DISFRUTADO DE OTRO BIEN QUE LA QUIETA MOLICIE DE UNA ESCLAVITUD, QUE AUNQUE PESADA HABIA EXTINGIDO HASTA EL DESEO DE ROMPER SUS CADENAS. Resueltos a la magnánima empresa, que hemos empezado, nada debe retraernos de su continuación, nuestra divisa debe ser la de un acérrimo republicano que decía: MALO PERIDULOSAM LIBERTATEM QUAM SERVITIUM QUIETUM”. Ricardo Levene hace la cita poniendo punto final a la frase, pero en el texto solo figura un punto y coma, y se sigue leyendo: “pero no reposemos sobre la seguridad de unos principios que son muy débiles sino se fomentan con energía; consideremos que los pueblos, así como los hombres, desde que pierden la sombra de un curador poderoso que los manejaba, recuperan ciertamente una alta dignidad pero rodeada de peligros que aumentan la propia inexperiencia; temblemos con la memoria de aquellos pueblos que por el mal uso de su naciente libertad, no merecieron conservarla muchos instantes; y sin equivocar las ocasiones de la nuestra con los medios legítimos de sostenerla, no busquemos la felicidad general, sino por aquellos caminos que la naturaleza misma ha prefijado y cuyo desvío ha causado siempre los males y ruina de las naciones que los desconocieron”.

El sentido de estas palabras de Moreno es clarísimo. La guerra civil contra los funcionarios había comenzado; España parecía definitivamente perdida ¿no era oportuno avanzar un paso e ir a la independencia política? No la rechaza Moreno, pero le pone “peros”: no estamos preparados, dice. Si algo revela que la idea de emancipación no figuró en el ideario de Mayo, es este escrito de Moreno, que confirma de cómo el sentimiento de independencia fue consecuencia del desarrollo de los hechos, de la misma manera que en España, a pesar de su carácter tradicionalista y antiliberal, el levantamiento popular de 1808, derivó en las Cortes afrancesadas de Cádiz. Todo el artículo de Moreno tiende a demostrar que no es el momento de pensar en la independencia, por razones de orden interno e internacional; así, dice, que el despotismo había sofocado a España su viejo sentido de la libertad por lo “que en el NACIMIENTO DE LA REVOLUCION NO OBRARON OTROS AGENTES QUE LA INMINENCIA DEL PELIGRO Y EL ODIO A UNA DOMINACION EXTRANJERA”, refiriéndose al levantamiento en 1808, pero que apenas pasada la confusión de los primeros momentos, “enseñaron a sus conciudadanos los derechos que habían empezado a defender por instinto; y las Juntas provinciales se afirmaron por la ratihabición de todos los pueblos de su respectiva dependencia. Cada provincia se concentró así misma, y no aspirando a dar a la soberanía mayores términos de los que el tiempo y la naturaleza habían dejado a las relaciones interiores de los comprovincianos, resultaron, tantas representaciones supremas e independientes, cuantas Juntas provinciales se habían erigido. Ninguna de ellas solicitó dominar a otras… Es verdad que al poco tiempo resultó la Junta central como representativa de todas, pero prescindiendo de las grandes dudas que ofrece la legitimidad de su instalación, ella fue obra del unánime consentimiento de las demás Juntas; alguna de ellas continuó sin tacha de crimen es su primitiva independencia… Asustado el despotismo con la libertad y justicia de los movimientos de España, empezó a sembrar espesas sombras por medio de sus agentes; y la oculta oposición a los imprescriptibles derechos de los pueblos había empezado a ejercer, empeño a los hombres patriotas a trabajar en su demostración y defensa… por todos los pueblos de España pulularon escritos llenos de ideas liberales, y en los que se sostenían los derechos PRIMITIVOS de los pueblos, que por siglos enteros habían sido olvidados y desconocidos”. “Un tributo forzado a la decadencia hizo decir que los pueblos de América eran iguales a los de España; sin embargo, apenas aquellos quisieron pruebas reales de la igualdad que se les ofrecía, apenas quisieron ejecutar los principios por donde los pueblos de España se conducían, el cadalso y todo género de persecuciones se empeñaron en sofocar la injusta pretensión de los rebeldes, y los mismos magistrados que habían aplaudido los derechos de los pueblos, cuando necesitaban de la aprobación de alguna Junta de España para la continuación de sus empleos, proscriben y persiguen a los que reclaman después en América esos mismos principios. ¿Qué magistrados hay en América, que no hayan tocado las palmas en celebridad de las Juntas de Cataluña o Sevilla? ¿Y quién de ellos no vierte imprecaciones contra la de Buenos Aires, sin otro motivo que ser americanos los que la forman? Es decir, que Moreno parte, exclusivamente, de los antecedentes españoles para considerar la cuestión americana, y demuestra que lo que lo guía no es el afán de la independencia, sino el establecimiento de un gobierno liberal contra el absolutismo que había dominado hasta entonces. El Congreso que propone no debe elegir quién rija al país, sino dotarlo de una constitución de donde se rija. Las ideas que Moreno vierte siguen siendo españolas, algunas tomadas de Jovellanos, y responden al espíritu que, en aquellos mismos momentos, predomina en las Cortes de Cádiz. Sentemos, pues -dice- como base de las posteriores preposiciones, que el congreso ha sido convocado para elegir una autoridad suprema que supla la falta del señor don Fernando VII y para arreglar una constitución que saque a los pueblos de la infidelidad en que gimen”. Pero la devoción a Fernando tiene límites, o sea, si tratara de gobernar como su antecesor, el pueblo, que ha recuperado la soberanía por ausencia del monarca, puede prescindir de él, pues no ha realizado el de América PACTO SOCIAL alguno con él. (Este concepto revela que Moreno no entendió a Rousseau, lo que ya fue denunciado por Paul Groussac).

Si Fernando quiere seguir reinando debe aceptar las reglas que el pueblo le fije. Y para apoyarse contra los que no comprendan esa posición, Moreno pregunta: “¿a qué fin se hallan convocadas en España unas Cortes que el rey no puede presidir? ¿No se ha propuesto por único objeto de su convocatoria el arreglo del reino y la pronta formación de una constitución nueva, que tanto necesita? Y si la irresistible fuerza del conquistador hubiese dejado provincias que fuesen representadas en aquel congreso, ¿podría el Rey oponerse a sus resoluciones? Semejante duda sería un delito. El Rey a su regreso no podría resistir una constitución a que, aún estando al frente de las Cortes, debió siempre conformarse; los pueblos, origen único de los poderes de los reyes, pueden modificarlos con la misma autoridad con que lo establecieron al principio… Nuestras provincias carecen de constitución, y nuestro vasallaje no recibe ofensa alguna porque el Congreso trate de elevar los pueblos que representa, a aquel estado político que el Rey no podría negarle, si estuviese presente”.

Nos hemos extendido en las citas por la necesidad de demostrar que lo que guía a Moreno es el triunfo político de los derechos primitivos de los pueblos, no de la independencia. El españolismo de los pueblos de América es indiscutible. Una sola fue la causa de la guerra civil en España y en América. Ello explica por qué, en los puntos más alejados se produjeron, a un mismo tiempo, sin influencias recíprocas, hechos análogos. “La Gaceta de Buenos Aires”, al dar cuenta del pronunciamiento de Caracas que tuvo lugar el 10 de Abril de 1810, dice: “Si viéramos empezar aquella revolución proclamando principios de exagerada libertad, teorías impracticables de igualdad como la revolución francesa, desconfiaríamos de las rectas intenciones de los promovedores, y creeríamos el movimiento afecto de un partido y no del convencimiento práctico de una mudanza política”. Los pescadores de antecedentes vinculados a la Revolución Francesa, para explicar los sucesos que preceden en América a la guerra por la independencia, ocultan deliberadamente expresiones como la que acabamos de reproducir, por no querer reconocer la verdad de que las doctrinas de igualdad que predominan en el tradicionalismo americano tienen una antigua raigambre, católica y española.

Al referirse a la revolución de Caracas, La Gaceta de Buenos Aires, explica que los supuestos revolucionarios hispanoamericanos solo imitaban a los patriotas peninsulares en su lucha contra Napoleón, y agrega: “Pero al ver que solo tratan de mirar por su seguridad y hacer lo que todos los pueblos de España han puesto en práctica, esto es, formar un gobierno interino, durante la ausencia del monarca, o en tanto no se establezca la monarquía sobre nuevas y legítimas bases, nos parece ver en el movimiento de Caracas los primeros pasos del establecimiento DEL IMPERIO QUE HA DE HEREDAR la gloria y la felicidad del que está por perecer en el Continente de Europa a manos de un despotismo bárbaro”.

El sentimiento dominante fue el odio a Napoleón y el deseo de conservar el Nuevo Mundo fuera de su férula. La guerra surgió entre los partidarios de Consejo de Regencia y los que se declaraban por la formación de Juntas locales. Todos defendían la integridad del Imperio y se reconocían súbditos de Fernando VII; pero los que defendían el Consejo de Regencia no eran liberales, ni absolutistas, que disfrutaban de nombramientos hechos por Carlos IV y Fernando VII, y los otros, los liberales sostenían los derechos de rey pero, subordinado a normas que evitaran que el Imperio continuara sin sus viejas libertades municipales y provinciales.

La masa popular porteña expresó esos sentimientos y es así como “La Gaceta” publicaba, en 1811, con el título de “MARCHA PATRIOTICA”, una letrilla que dice así:

La América tiene

Ya echada su cuenta

Sobre si a la España

Debe estar sujeta

Esta lo pretende,

Aquella lo niega,

Porque dice que es

Tan libre como ella

Si somos hermanos,

Como se confiesa,

Vivamos unidos

MÁS SIN DEPENDENCIA

A nada conduce

La obediencia ciega

Que pretende España

Se le dé por fuerza.

¿Por qué, pues, 209

 

España Pretende grosera

Que el americano

Su parte le ceda?

EL QUIERE GUARDARLA

PARA AQUEL QUE SEASU DUEÑO,

y si no Quedarse con ella

PUES PARA ESTO SIEMPRE

JURA LA OBEDIENCIA

AL REY, NO A LA ESPAÑA,

COMO ELLA SE PIENSA

Y no debe olvidarse que esta Marcha Patriótica fue incluida en la LIRA ARGENTINA, recopilación de poesías patrióticas publicadas en 1810, que, en 1822, Rivadavia recomendó hiciera la Sociedad Literaria.

La composición de la Junta de Mayo facilita la idea de que, en su seno existieron rivalidades alrededor del problema de la independencia, más, en realidad, lo que en ella divide son las distintas maneras de encarar el problema político de organización del país. La falta de planes había determinado que se invitara a los Cabildos de interior a enviar representantes para integrar la Junta, método que, más tarde, se consideró equivocado, con lo que se procuró que estos diputados lo fueran ante un Congreso que se reuniría con carácter de constituyente. Mientras tanto, en España, las tendencias liberales han triunfado ampliamente en las Cortes de Cádiz, influyendo sobre las minorías ilustradas en Buenos Aires, en cuyo seno comienzan a agitarse las ideas que, en Cádiz, expresan los cabecillas del resurgimiento liberal. Moreno que se coloca en esa línea es derrocado por las mismas fuerzas militares que el 25 de Mayo de 1810, sin tener mayor contacto con él, lo habían elegido, y los diputados del interior entran a formar parte de la Junta, despertando la indignación de los jóvenes liberales porteños que ven en ellos elementos reaccionarios. Entra entonces a actuar la fuerza económica de la ciudad capital y se llega, en 1812, hasta agitar dos cuestiones: la de independencia y hasta la de la república, por hombres que, poco más tarde, se contarán entre los líderes del monarquismo. En el orden político, la lucha comienza a tener todos los caracteres de una guerra civil, pues hasta en el militar, son americanos los que se enfrentan en Paraguay y en el Norte. Cuando Belgrano, después de derrocar al americano Goyeneche, y al americano Tristán, concede a éste el armisticio de Salta, lo hace porque sabe que han peleado americanos en ambas líneas, y deplora que en las luchas entre hermanos se pierdan vidas preciosas.

Participamos de la síntesis de Enrique de Gandía que dice: “La guerra civil no fue desencadenada por los liberales. Es importantísimo aclarar estos hechos. Los liberales eran los tradicionalistas, los defensores del pasado y de una evolución de acuerdo con los derechos y los deseos del pueblo. Ellos nunca soñaron con revoluciones ni independencias ni guerras civiles, hasta que los absolutistas rompieron la guerra con su intransigencia y el empeño de mantenerse en unos puestos que, jurídicamente, ya no les correspondía desempeñar. Los revolucionarios fueron, pues, los absolutistas, los hombres a quienes algunos historiadores llaman realistas, cometiendo un grave error, pues realistas eran todos, sin excepción, y otros denominaban ESPAÑOLES, cayendo en un error aún más grueso, dado que muchísimo de ellos defendían el liberalismo, los derechos naturales del hombre y la formación de las Juntas locales”.

…”El primer gobierno llamado argentino tuvo por fines políticos la defensa de los derechos naturales del hombre que correspondían, por la prisión de Fernando VII, a todos sus súbditos y el propósito firme de salvar a estos mismos países de una denominación extranjera y reconocer al primer gobierno legítimo que se estableciese en España”.

Esta interpretación se ajusta a otra singularmente interesante. Al festejarse el aniversario del 25 de Mayo, en 1835, se reunió en el Fuerte a una selecta cantidad de invitados, entre ellos el cuerpo diplomático, y el gobernador de Buenos Aires, entonces Juan Manuel de Rosas, dijo las siguientes palabras:

¡Qué grande señores y que plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejercitó este gran pueblo en Mayo del célebre año de mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! NO PARA SUBLEVARNOS CONTRA LAS AUTORIDADES LEGITIMAMENTE CONSTITUIDAS, sino para cumplir la falta de las que, acéfala la nación, había caducado de hecho y de derecho. NO PARA REBELARNOS CONTRA NUESTRO SOBERANO, sino para preservarle la posición de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. NO PARA ROMPER LOS VINCULOS QUE NOS LIGABAN A LOS ESPAÑOLES, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndolos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. NO PARA INTRODUCIR LA ANARQUÍA sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida la España. Estos, señores fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto celebrado en esta ciudad el 22 de Mayo de mil ochocientos diez, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra y gloria eterna del pueblo porteño. Pero ¡Ah!... ¡Quién lo hubiera creído!... Un acto TAN HEROICO DE GENEROSIDAD Y PATRIOTISMO, NO MENOS QUE DE LEALTAD Y FIDELIDAD A LA NACION ESPAÑOLA Y A SU DESGRACIADO MONARCA; un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros malignamente, como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderle dignamente.

Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues ofendidos en tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución hasta que cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por quien debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en las manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.

“El cielo, señores oyó nuestras súplicas. El cielo premió aquel constante amor del orden establecido, que había excitado hasta entonces nuestro valor, avivando nuestra lealtad, y fortaleciendo nuestra fidelidad PARA NO SEPARARNOS DE LA DEPENDENCIA DE LOS REYES DE ESPAÑA, a pesar de la negra ingratitud con que estaba empeñada la Corte de Madrid en asolar nuestro país. Sea, pues, nuestro regocijo tal cual lo manifestáis en las felicitaciones que acabáis de dirigir al gobernador por tal fausto día; pero sea renovado aquellos nobles sentimientos de orden, de lealtad y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heroico en sostén y defensa de la Causa Nacional de la Federación, que ha proclamado la república…”.

¿Qué diferencia estos conceptos de los expresados por Moreno? Sólo las palabras. El fondo es el mismo.

 

*Tomado del libro “Historia de las ideas políticas en Argentina”, capitulo 5

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