Por FERNANDO ROMERO MORENO
Hace unos días salieron a la
venta los dos primeros tomos del libro La verdad los hará
libres, dirigida por la Facultad de Teología de la Universidad Católica
Argentina (UCA), a pedido de la Conferencia Episcopal de nuestro país (CEA).
Este trabajo de investigación es
el primero que se publica habiendo utilizado al mismo tiempo el Archivo de la
Conferencia Episcopal Argentina y el Archivo corriente de la Santa Sede,
incluida la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la
Iglesia y la Nunciatura en la Argentina. El tomo I se titula “La Iglesia
Católica y la espiral de violencia de la Argentina entre 1966 y 1983” [1].
Aquí se responsabiliza de modo
principal al Nacionalismo Católico y al “integrismo” por la violencia de los
años ´70, al haber inspirado supuestamente la metodología de la represión
ilegal, relativizando en cambio la gravedad que supusieron la teología
progresista y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) en
relación a la subversión castro-comunista, como la opción por las armas que
inculcaron en gran cantidad de jóvenes argentinos, llevándolos a la muerte.
Como explica Jorge Martínez en un
reciente artículo publicado en el diario La Prensa, los autores
ubican en la corriente “integrista” a “la Ciudad Católica de Jean Ousset y la
revista Verbo, a los padres Julio Meinvielle, Alberto Ezcurra y
Alfredo Sáenz, a los libros La Iglesia Clandestina de Carlos
Sacheri y Fuerzas Armadas: ética y represión de Marcial Castro
Castillo (pseudónimo de Edmundo Gelonch Villarino), al Seminario de Paraná, a
la revista Mikael, al Vicariato castrense, a los capellanes
militares y muy especialmente a los obispos Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín”
[2].
La realidad, por cierto, es muy
distinta, toda vez que el Nacionalismo Católico, además de haber hecho una
seria crítica teológica, filosófica, política, jurídica, cultural, económica y
financiera del terrorismo marxista, no dudó en señalar también bajo qué
condiciones morales era lícito combatirlo, teniendo en cuenta que había que
aplicar los principios universales del derecho natural y cristiano acerca de la
guerra justa a una “guerra revolucionaria” (muy diferente de la guerra clásica
o convencional).
En esta última el enemigo se
ubica al margen de las leyes internacionales sobre conflictos armados, no usa
uniforme, considera que el fin justifica los medios y se mimetiza con la
sociedad civil, formando parte de una compleja estructura clandestina (de tipo
celular, piramidal y tabicada). Como veremos, estudiar estas condiciones fue
tarea que realizaron los referentes más importantes del Nacionalismo Católico,
a diferencia de otras corrientes políticas que actuaron según criterios, al
menos de hecho, utilitaristas, superficiales o simplemente cómplices.
Va de suyo que este análisis
parte de la premisa de que la Argentina vivió una Guerra Civil de
naturaleza revolucionaria, sobre todo entre 1969 y 1979, guerra provocada
por organizaciones armadas marxistas-leninistas, fueran o no partidarias de
utilizar al Movimiento Nacional Justicialista como “puente” hacia la “Patria
Socialista”. Guerra que el Nacionalismo Católico estudió en sus orígenes, en su
naturaleza, en su “modus operandi”, en su financiamiento, en sus cómplices y en
sus consecuencias.
Recordemos, para contextualizar
lo que estamos afirmando, que las organizaciones terroristas que operaron en la
Argentina dependían directamente del Departamento América del Partido Comunista
Cubano, con el apoyo de la URSS en su primera etapa. Y que, respecto de
Montoneros, la Triple A y algunos sectores del autodenominado “Proceso de
Reorganización Nacional” existió una cierta convergencia en torno a la
logia masónica Propaganda Due, también responsable de esta guerra [3].
PRINCIPIO GENERAL
Veamos ante todo un principio
general, tomado precisamente del tradicionalista francés Jean Ousset, fundador
de la Ciudad Católica, iniciativa adaptada a nuestra realidad por los
referentes de la revista Verbo y por el Instituto de Promoción
Social Argentina (IPSA), fundado por Carlos A. Sacheri. Escribió Ousset en
su Para que Él reine: “Louis Veulliot [católico francés,
tradicionalista y monárquico] supo protestar contra los fusilamientos
precipitados [en tiempos de la Commune] y no temió reprochar a los burgueses
liberales su excesiva dureza en la revancha”. Y afirmaba: “La justicia
prohíbe las ejecuciones secretas... ¡Que el pueblo vea cómo se castiga al
criminal, que el mismo criminal se sienta castigado! Entonces puede ser tocado
por el arrepentimiento y rescatarle para la eternidad (…) Y que no se vaya más
allá de lo necesario. La conciencia pública pedirá cuenta de un solo tiro de
fusil que la justicia o el derecho a la legítima defensa no hayan ordenado
(...)‘La fraternidad o la muerte’ es y sigue siendo una máxima revolucionaria”
[4], no una enseñanza católica.
CARLOS SACHERI
No es extraño entonces que, en la
misma línea, Carlos A. Sacheri, anticomunista hecho y derecho, además de mártir
en la Guerra contra la subversión, repudiara la metodología criminal de
combatir al terrorismo, como la que empleaban algunas organizaciones del
denominado peronismo ortodoxo: “Yo recuerdo –decía Fernando de Estrada–
que, cuando mataron a Silvio Frondizi, estábamos en una reunión con Sacheri y
otras personas, algunas más bien de orientación liberal, que insinuaron aprobar
el procedimiento, y recuerdo que Carlos se opuso cortándolos inmediatamente.
Dijo que estaba mal. Que así no” [5].
Un repudio similar fue publicado
en la revista Cabildo en su número 14 de junio de 1974 ante el
asesinato del padre Carlos Mugica: “Todos los argentinos bien nacidos debemos
lamentarnos de ésta y de tantas otras inútiles muertes producidas por razones
ideológicas o por motivos dialécticos y que parecen haber introducido un nuevo
estilo en nuestras prácticas políticas, estilo que vendría a echar por tierra
la creencia de que vivimos en una Argentina civilizada” [6].
De modo similar se expidió esta
revista ante el asesinato del diputado Ortega Peña, de conocida militancia en
el peronismo de izquierda: “En el camino pues de la guerra que están
organizando para que la padezca todo el país, las facciones malavenidas del
peronismo, fue ametrallado el diputado Ortega Peña en el filo de la medianoche
del miércoles 31 y a cuadra y media de una seccional de policía capitalina.
Este nuevo crimen que provocó la muerte instantánea de su víctima, conmovió también
a la ciudad. Era la primera vez que caía –destinatario ahora de sus
propias reglas de juego– una figura principal de la guerrilla ideológica de
izquierda. (…) Este desenfreno criminal obedece” a leyes “cruelmente
sofisticadas” [7].
La aparición de bandas
paramilitares que respondían al terrorismo marxista con idéntica metodología,
había sido advertida y juzgada severamente por otro importante pensador y
mártir del Nacionalismo Católico, el Prof. Jordán B. Genta.
En tiempos de Lanusse, cuando ya
la guerrilla hacía notar su presencia con asesinatos, secuestros, robos, etc.,
estando en la provincia de Tucumán, alguien le preguntó: “—¿No piensa Usted,
profesor, que debemos organizarnos y armarnos, y atacar a los guerrilleros de
la misma manera en que ellos nos atacan, eliminándolos ocultamente para evitar
el reproche internacional y la represalia guerrillera de hoy y de mañana?”. La
respuesta de Genta fue clara y contundente: “No —dijo— esa manera de actuar
es inadmisible. En primer lugar y ante todo, el cristiano debe
estar dispuesto a morir, no a matar; dispuesto a morir por la fe, por la
patria, por la familia, por el prójimo. Debe estar dispuesto a derramar, como
Nuestro Señor Jesucristo, la propia sangre, y no la sangre ajena. En segundo
lugar, y si tiene que defenderse y combatir, el cristiano debe hacerlo
en la luz y a cara descubierta, y no desde la sombra y con el rostro
encapuchado. Además, los que tienen que desplegar la lucha armada son los
integrantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, quienes deben apresar
abiertamente a los guerrilleros, deben juzgarlos públicamente según las leyes
de la guerra, deben condenarlos públicamente y, si fuese posible, deben también
ejecutarlos públicamente. Actuar clandestinamente es de una ruindad,
una vileza y una cobardía impropias de un soldado, de un estadista y de
cualquier cristiano; es algo que no se puede hacer si se es discípulo de Cristo. Y
en tercer y último lugar, la guerra sucia a los guerrilleros se la van a perdonar
y los van a convertir en héroes, a ustedes no. Ustedes, en rigor, no serán
perdonados, y serán, en cambio, castigados como criminales” [8]. Una
respuesta profética.
La revista Cabildo no
se privó tampoco de repudiar la persona y las acciones de López Rega,
instigador principal de la “represión ilegal peronista” con la tapa de su
número 22 en la que, junto a la foto del “Rasputín” justicialista, se estampó
la frase “José López Rega: El Estado soy yo” [9], lo que le valió a Cabildo la
clausura por parte del gobierno “democrático, nacional y popular” de Isabel
Perón.
DOS ESTUDIOS
Mención aparte merecen dos
estudios específicos acerca de cómo aplicar las enseñanzas clásicas de la
Iglesia Católica sobre la guerra justa, a la guerra revolucionaria. Los franceses
que combatieron contra el comunismo en Argelia hicieron el estudio detallado de
esta modalidad y sus diferencias con la guerra convencional, originando la
“Doctrina de Guerra Revolucionaria” (DGR) a través de referentes como Lacheroy,
Trinquier, Aussaresses, Chateau-Jobert y Bigeard. Sus análisis fueron
importantes para entender con qué clase de enemigo se estaba combatiendo,
pero no siempre ni en todos los casos sus consejos fueron acordes con
la moral cristiana.
Ese estudio, en consecuencia,
debieron hacerlo en la Argentina el padre Alberto Ezcurra Uriburu, a pedido de
Mons. Tortolo y el Prof. Edmundo Gelonch Villarino, discípulo de Genta, ante
las consultas de militares decididos a dar guerra sin cuartel a la subversión
marxista pero preocupados por ciertas prácticas que estimaban contrarias a la
ley natural y divina.
El padre Ezcurra escribió entre
fines de 1974 y principios de 1975 un opúsculo titulado De Bello
Gerendo. Muchos años después, en el año 2007, fue publicado como libro bajo
el título Moral cristiana y guerra antisubversiva- Enseñanzas de un
capellán castrense [10]. El opúsculo está dividido en tres capítulos y
un Apéndice: I. Principios generales (Legítima defensa, pena de muerte y guerra
justa); II. La Guerra revolucionaria; III. Aspectos morales (Licitud de la
Guerra revolucionaria, Respecto de los medios, Insuficiencia de la legislación
represiva y Advertencias a los hombres de Iglesia).
El enfoque general respecto de la
metodología contrarrevolucionaria puede advertirse en la siguiente cita que
Ezcurra tomó de San Ambrosio: “Aún entre enemigos existen derechos y
convenciones que deben ser respetados”, y los asuntos más complejos a los
que da respuesta (siguiendo a importantes exponentes del derecho natural como
del derecho internacional público) son la aplicación o no de las leyes
internacionales de derecho positivo a quienes no se sujetan a ellas, la licitud
de dar muerte en combate a los guerrilleros, la licitud o no de hacerlo en caso
de rendición, la licitud o no de eliminar físicamente a los jefes y
responsables (teóricos o militares) de la guerrilla, la licitud o no de las
represalias, entre muchas otras. Y deja bien claro que nunca puede ser
lícita la ejecución de los rendidos, salvo casos excepcionales y jamás sin
juicio sumarísimo.
Como comentaba el Dr. Héctor H.
Hernández, biógrafo de Sacheri, al analizar este opúsculo: “Ni se le pudo
ocurrir al P. Ezcurra entonces que las Fuerzas Armadas adoptaran (...), como lo
hicieron (cuando lo hicieron, lo digo así porque la leyenda oficial miente
mucho), el procedimiento criminal de los ‘desaparecidos’ ni ninguna cosa
semejante” [11]. Muy por el contrario, nos consta que el mismo Ezcurra
debió interceder, aunque sin éxito, ante la desaparición de un conocido suyo,
que fue secuestrado por error y asesinado.
GELONCH VILLARINO
En cuanto al libro de Gelonch
Villarino (que apareció bajo el pseudónimo de Marcial Castro Castillo), fue
escrito antes del 24 de marzo de 1976 y circuló (sin ser publicado) entre
miembros de las Fuerzas Armadas, en especial de la Fuerza Aérea Argentina,
cuyos oficiales de filiación nacionalista y católica se encargaron de difundir.
Recién en 1979 salió a la venta, con algunos pasajes nuevos fruto de consultas
de militares en actividad por problemas de conciencia.
Este libro fue elogiado con
ocasión de su publicación por las revistas Mikael [12] del
Seminario de Paraná y también por la Revista Cabildo [13]. El
libro, fundamentado principalmente en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino,
Francisco de Vitoria y el Magisterio de la Iglesia, se explaya en
consideraciones muy atinadas sobre los requisitos de la guerra justa, su
aplicación a la guerra revolucionaria y temas específicos como la pena de
muerte, los bienes del enemigo, la verdad y la mentira, el trato de los inocentes
(niños, mujeres, ancianos, etc.) o la tortura como método de interrogación.
Respecto de esto último, Gelonch
Villarino la descarta como inmoral respecto de inocentes y sospechosos,
y sólo probablemente lícita en relación a los culpables en casos muy excepcionales
(no de modo habitual), cuando esté gravísimamente afectado el bien común y no
quede otro medio, según el juicio prudencial “ad casum” de la autoridad
competente. Con todo, no deja de recordar, a contrario sensu de su opinión
(dicha con enorme precaución), que los papas Nicolás I como Pío XII y
moralistas ortodoxos, la consideraron en todos los casos como intrínsecamente
mala.
Como puede advertirse, un juicio
moral que nada tiene que ver con el uso de la tortura tal como se generalizó a
partir de la ruptura de Perón con los Montoneros (1973), la acción criminal de
López Rega y sus esbirros (1973-1975), el gobierno de María Estela Martínez de
Perón (1974-1976) y, luego del 24 de marzo de 1976, el Proceso de
Reorganización Nacional (1976-1983). Una de las tantas coincidencias entre el
estudio de Ezcurra y el de Gelonch Villarino es el de la insuficiencia de la
legislación positiva vigente entonces y la necesidad de adaptarla al tipo de
guerra que se estaba librando. Lamentablemente poco y nada se hizo al respecto.
También la revista Verbo se
ocupó de enseñar los fines y los medios moralmente lícitos de combatir a la
subversión, como sucedió con la publicación en tres entregas, a lo largo del
año 1975, de un artículo titulado “Moral, derecho y guerra revolucionaria”,
centrado principalmente en los fines de la pena respecto a los delitos del
terrorismo marxista, pero desde las características peculiares de la Guerra
Revolucionaria. La argumentación era similar a la que luego esgrimiera Gelonch
Villarino, con algunas diferencias de matiz [14]. Y las condiciones como los
matices indicados, nada tuvieron que ver con la metodología criminal adoptada o
al menos tolerada sucesivamente por los gobiernos de Juan D. Perón, María
Estela Martínez de Perón y el último gobierno cívico- militar.
Notas
[1] Galli, Carlos; Durán, Juan;
Liberti, Luis; Tavelli, Federico, La verdad los hará libres.
La Iglesia Católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, Tomo
I, Editorial Planeta, 2023.
[2] Martínez, Jorge, La Iglesia y
el drama de los 70 (I), La Prensa, 26/03/2023.
[3] Manfroni, Carlos, Montoneros:
Soldados de Massera. La verdad sobre la contraofensiva montonera y la logia que
diseñó los 70, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2012; Manfroni,
Carlos, Propaganda Due. Historia documentada de la logia masónica que
operó en la Argentina sobre políticos, empresarios, guerrilleros y militares,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2016.
[4] Ousset, Jean, Para
que Él reine, 3a edición, Dómine Editorial, Buenos Aires, 2011, págs. 417 y
419.
[5] Hernández, Héctor H., Sacheri.
Predicar y morir por la Argentina, Vórtice Editorial, Buenos Aires, 2007,
pág. 339.
[6] Carlos Mugica, Revista
Cabildo, N.º 14, Junio de 1974, pág. 24.
[7] Crónica de Guerra, Revista
Cabildo, N.º 16, Agosto de 1974, págs. 5-6.
[8] Juárez Avila, Pablo, Genta;
una lección profética, Revista Cabildo, mayo 2004, 3ª época, n° 36.
[9] Revista Cabildo,
Nº 22, Febrero de 1975.
[10] Ezcurra, Alberto I., Moral
cristiana y Guerra antisubversiva. Enseñanzas de un capellán castrense,
Editorial Santiago Apóstol, CABA, 2007.
[11] Hernández, Héctor H., op.
cit., pág. 353.
[12] Mikael, Revista
del Seminario de Paraná, Año 8, N.º 24, Tercer cuatrimestre de 1984, págs.
171-172.
[13] Revista Cabildo,
2a Época, N.º 39, 1981.
[14] Revista Verbo,
N.º 159, Diciembre de 1975.
SEGUNDA PARTE
El nacionalismo católico y la guerra al terrorismo
marxista (II)
En la parte I de este artículo
intentamos refutar la acusación de que fueron el Nacionalismo Católico y el
“integrismo” los principales responsables de la violencia en los años ‘70. Es
así que, partiendo de unas consideraciones certeras de Jean Ousset, fundador de
La Ciudad Católica, expusimos ideas favorables a la Guerra
contrarrevolucionaria pero contrarias a la represión ilegal de referentes
importantes del Nacionalismo Católico como Carlos A. Sacheri, Jordán B. Genta,
el P. Alberto Ezcurra, Edmundo Gelonch Villarino, así como también las
revistas Cabildo y Verbo. En esta segunda parte
completamos el elenco de pensadores del Nacionalismo Católico que criticaron la
metodología criminal de combatir al terrorismo marxista.
Acerca del golpe de Estado de
1976, hubo nacionalistas que se opusieron mientras que otros lo
incentivaron, al igual que la mayoría de la dirigencia política,
empresarial, mediática, intelectual, etc. de la Argentina. Entre los
primeros se encontraba Francisco “Pancho” Bosch, quien había sido interventor
en la Facultad de Derecho de la UBA bajo la dirección de Alberto Ottalagano,
siendo ministro de Educación Oscar Ivanissevich.
Lo primero que hizo como
interventor fue exigir que desaparecieran de esa Facultad las bandas
parapoliciales. Luego, junto a otros juristas nacionalistas, propuso
reestablecer la Cámara Federal en lo Penal que había actuado con seriedad y
eficacia entre 1971 y 1973. Francisco M. Bosch le había expresado al ministro
de Justicia Ernesto Corvalán Nanclares que “el asesinato como
resolución de un tema político, no sólo es la peor de todas sino que envilece
al que la practica” [15]. El ministro le dijo que después de la
disolución del “Camarón”, del asesinato del Juez Quiroga y del exilio de sus
otros miembros, no había ningún magistrado dispuesto a firmar una sentencia
contra los terroristas, dado el riesgo que implicaba. Pasados unos días,
“Pancho” Bosch entregó una lista con 200 personas que sí aceptarían ese
riesgo pero su propuesta fue rechazada.
ANTICIPO
Producido el golpe de estado del
24 de marzo de 1976, el ex-interventor de la Facultad de Derecho de la UBA
publicó un libro titulado Indexación o soberanía (recomendado
por la revista Cabildo), en el cual criticaba la represión ilegal y
anticipaba lo que sucedería a las Fuerzas Armadas por tomar esa pésima
decisión. “El heroísmo segregado de un orden civilizado no es más que crueldad
y en última instancia, crueldad envilecedora de los mismos que a diario
arriesgan su vida con las mejores intenciones subjetivas (…) Éxito material
logrado sin duda por las Fuerzas Armadas, pero que paradójicamente no
podrá ser capitalizado por éstas porque indefectiblemente se les pasará factura
en la que documentarán los hechos ilícitos que acompañaron el aniquilamiento de
la subversión. Ello importará la catastrófica retirada de las Fuerzas
Armadas (que no podrán soportar el ‘estado de conciencia’ que los órganos de
opinión, hoy llamados a discreto silencio, implementarán en su momento) de la
palestra política” [16]. Como dijo con ocasión de su muerte Luis María
Bandieri, “bajo Videla [Francisco M. Bosch] y asumiendo un riesgo
personal que no dejaron sus oyentes militares de recalcarle, a veces con
registro de amenaza, criticó la infeliz decisión de combatir el terrorismo por
vías subrepticias y no a la luz de la ley. La reversión histórica que se impone
en nuestros días, según la cual los únicos terroristas son hoy los que
combatieron a los terroristas de ayer, le ha dado póstuma y lamentablemente la
razón” [17].
También se opuso a la represión
ilegal, antes del golpe militar, otro conocido militante nacionalista, Enrique
Graci Susini, por entonces jefe de la Policía de San Juan (1973-1976). Y un
reconocido jurista y pensador del Nacionalismo Católico como lo es el Dr.
Bernardino Montejano enseñó conceptos parecidos en una conferencia
dictada en Mendoza en 1979 en la que afirmó: “Antes que la victoria sin
honra, preferimos la derrota” [18], frase inspirada en los versos de
Rafael Sánchez Maza: “A la victoria que no sea clara, caballeresca y
generosa, preferimos la derrota”.
Similar actitud tuvieron
destacados militares nacionalistas. Comencemos por la postura del entonces
Mayor Mohamed Alí Seineldín. Por de pronto estuvo en contra del golpe
del 24 de marzo de 1976, a diferencia de otros referentes del Nacionalismo
Católico. Pero ante el hecho consumado, se propuso “moralizar la
fuerza”, como lo explica minuciosamente su biógrafo el Prof. Sebastián
Miranda. El 23 de febrero de 1976 había sido enviado en comisión para entrenar
a la Policía Federal Argentina (PFA) en técnicas militares
contrarrevolucionarias y anti-subversivas. Cuando el 31 de marzo del mismo año
el General de Brigada Cesáreo Ángel Cardozo (asesinado vilmente poco después
por el terrorismo marxista) fue nombrado jefe de la PFA, uno de sus objetivos
fue terminar con la “guerra sucia” y encarar la represión de
manera integral, es decir, desde lo moral, lo doctrinal, lo militar y lo
psicológico. Para eso eligió a Seineldín quien escribió entonces un Manual
de temas ético espiritual-moral, cuyo punto 12 decía que “La lucha contra
la subversión requiere la adhesión de una concepción cristiana del hombre y de
la sociedad”.
LIBERALES Y MASONES
Sebastián Miranda explica
que “la fundamentación filosófica, religiosa y política era
esencialmente católica, antimarxista y antiliberal, lo que le valió la
oposición” de “importantes sectores dentro de las propias FF.AA que respondían
a la ideología liberal y a la masonería” (basta recordar que militares
del “Proceso” como Massera, Suárez Mason, Corti y Barttfeld eran masones de la
logia P2 y otros tenían estrechos vínculos con los fundadores de la globalista
Comisión Trilateral, como era el caso de José Alfredo Martínez de Hoz, amigo de
David Rockefeller). El libro de Seineldín era una síntesis de las enseñanzas de
Chateau Jobert (militar francés católico y nacionalista), Jordán B. Genta y
Carlos A. Sacheri.
En la misma época Seineldín
escribió un Manual Práctico para el personal subalterno, en
cuyas páginas pueden leerse textos como el siguiente: “Concretada una
detención, no deberá adoptar más medidas de seguridad que las necesarias para
evitar la fuga. No deberá mortificar al detenido sin necesidad, ni
usará con él un lenguaje que pueda irritarle o humillarle, porque una conducta
semejante provocará a no dudar la resistencia del detenido y creará antipatías
o sentimientos hostiles. Un policía debe caracterizarse por sus buenos
sentimientos. Cualquier actitud agresiva que adopte contra un detenido revelará
una prepotencia cobarde y deshonrará a quien, olvidando elementales deberes de
cultura y temperancia, se coloque en una situación desfavorable entre la
opinión de los demás” [19].
Así comenta esta visión de la
guerra antisubversiva un militar que estuvo en relación con Seineldín en
aquellos años y también después: “Éramos capitanes por entonces y estábamos
entrando en la Escuela Superior de Guerra. Convivimos durante tres años. El
coronel Mohamed Alí Seineldín nos llevó a un grupo con él, en la Policía
Federal. El general Cardozo le pidió que fuéramos a la policía porque había
excesos, falta de honestidad. Nos llevó a varios de nosotros a hacer un
curso de formación contrarrevolucionaria. Después se diseñó un cursillo de 7
días, con aislamiento, con alto contenido técnico y formativo especializado
para actuar en cuestiones contra la subversión. Eso se sistematiza en la
Policía Federal” con “varios cursos. De allí surgió una escuela especial que
primero se llamó Centro de Instrucción Contrarrevolucionaria y luego CAEP (algo
así como Centro de Actividades Especiales Policiales). Ahí se fue formando una
corriente con un alto contenido ideológico antimarxista, pero también con
fundamentación política (…). Después empezamos a ver cómo el Proceso se
corrompía, y sobre todo, lo de la represión ilegal”. La reacción fue “procurar
que la gente no se contaminara o se contaminara lo menos posible. Tratar de
resistir. Éramos prácticamente el único grupo que trataba de moralizar
la guerra con un éxito relativo, porque terminamos convirtiéndonos en elementos
molestos. En donde se pudo, se hizo algo, y eso dio oportunidad a que, dado
el ambiente en que se desarrollaron los hechos, se produjeran muchas
adhesiones. Un ejemplo: ‘los muertos no aparecían porque si no, no iban a venir
los préstamos’, según decían...y otras cosas raras. Nosotros creíamos que las
cosas no iban a ser así, y fue cuando comenzamos a sentir la hostilidad de la
cúpula militar hacia el sector nacionalista” [20].
GENERALES
En el Ejército los generales
nacionalistas Juan Antonio Buasso y Rodolfo Clodomiro Mujica, contrarios a la
represión ilegal, se ofrecieron para integrar tribunales militares que
juzgaran a los detenidos y, de ser necesario, dictar sentencia condenatoria,
haciendo que se aplicara públicamente la pena de muerte a los terroristas.
Videla lo recuerda en el libro-reportaje que le hiciera Ceferino Reato [21]. La
propuesta fue rechazada y ambos militares pasaron a retiro. Otros nacionalistas
vinculados a las Fuerzas Armadas intentaron influir de manera privada (por
considerar que era peligroso hacer denuncias públicas que podrían ser
utilizadas por la izquierda que ya dirigía una campaña anti-argentina desde el
exterior), recordando todos estos criterios morales a las autoridades
correspondientes.
En relación a la escasa mención
que el Nacionalismo Católico hizo de crímenes concretos cometidos en el marco
de la represión ilegal, hay que entender que era una cuestión
prudencial. Por un lado, se trataba de la corriente política que con mayor
profundidad se había ocupado del fenómeno del terrorismo castro-comunista en la
Argentina, algunas de cuyas características (como la aparición y el peligro de
un “nacionalismo marxista”) ya habían sido denunciada con muchos años de anticipación
por el padre Julio Meinvielle y, más cerca de los ’70 por Jordán B. Genta.
Además, fue obra de Carlos A. Sacheri haber estudiado la infiltración marxista
dentro de la estructura temporal de la Iglesia Católica en la Argentina, fruto
de lo cual fue la publicación de su libro La Iglesia clandestina.
Por el otro había un obstáculo no menor: con la hipocresía que los caracteriza
y con la excusa de los DD.HH, el progresismo mundial había organizado
una campaña global contra nuestra patria mediante la presión de la
Administración Carter en EE.UU, organismos como la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH), instituciones como Amnesty International, el Consejo
Mundial de Iglesias, la socialdemocracia, ciertos sectores del Estado Vaticano,
el Comité Noruego del Premio Nobel, los teólogos de la liberación, etc. Al no
tratarse de instituciones imparciales sino otros tantos engranajes de la
progresía global, era lógico que el Nacionalismo Católico no quisiera
hacer críticas públicas permanentes que podían ser utilizadas no para defender
la verdadera dignidad humana y los derechos naturales de la persona, sino para
desprestigiar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, alentando a su vez a
quienes seguían con la lucha armada y los que, con más perspicacia, habían optado
ya por la Revolución Cultural, siguiendo a Gramsci y a la Escuela de Frankfurt.
El Nacionalismo Católico hizo lo
que se podía y se debía hacer en ese momento, mal que les pese a los que no
tienen enemigos a la izquierda, sobre todo mediante la ayuda, el consejo y el
asesoramiento realizados de manera privada. Hoy es difícil juzgar esas acciones
(“podrían haber hecho más”, “no fue suficiente”, etc.), porque desconocemos
todas las circunstancias conforme a las cuales decidieron actuar del modo en el
que lo hicieron. De todas maneras recordemos, por poner sólo un ejemplo, que
mientras en el juzgado en el que era secretario Ricardo S. Curutchet (hijo del
director de Cabildo y nacionalista como su padre) se
tramitaban hábeas corpus presentados por familiares de detenidos/desaparecidos,
el ahora “campeón de los DD.HH” (con película y todo) Dr. Julio C. Strassera
(que había jurado por los “Estatutos” del Proceso) pidió infinidad de
veces su rechazo, sin haber realizado investigación alguna, en contra del criterio
que tenía el Juzgado donde trabajaba Curutchet. Ironías de la historia.
MONSEÑOR TORTOLO
En cuanto a la persona de Mons.
Adolfo Tortolo, por entonces Arzobispo de Paraná y Vicario castrense, muy
querido y apreciado en los ambientes del Nacionalismo Católico, llevaba un
fichero con todas las denuncias que le llegaban acerca de personas
desaparecidas, a fin de interceder por ellas ante las autoridades militares.
Nos consta que en una ocasión consultó por el paradero de una mujer
desaparecida y por ser quien era Mons. Tortolo, los militares que la habían
secuestrado, la dejaron en libertad. Algunos meses después esa misma
mujer fue partícipe de un operativo terrorista, en el cual murió. Los
militares en cuestión le dijeron entonces a Mons. Tortolo: “A usted lo
respetamos mucho, pero por favor no interceda más por nadie”. Eso, en
cierto modo, “ató las manos” del Vicario Castrense, para quien fue más
complicado, a partir de ese momento, ayudar a los familiares de los
desaparecidos. Descontamos su recta intención y buena fe. Acerca de lo que hizo
y lo que dejó de hacer, no podemos hacer un juicio de valor concluyente, pues
únicamente él –y tal vez sus colaboradores más cercanos– podían justipreciar el
mayor o menor condicionamiento que las circunstancias le habían impuesto. Sólo
Dios, ante cuyo Tribunal ya compareció hace 37 años, sabe qué hizo bien, qué
hizo mal y qué podría haber hecho mejor.
Al finalizar este breve recorrido
sobre la acción del Nacionalismo Católico frente a la subversión marxista y la
represión ilegal, no podemos olvidar la noble gestión que hiciera el padre
Leonardo Castellani en favor del escritor (políticamente de izquierda) Haroldo
Conti, en la reunión que tuvieron Videla y Villarreal con algunos referentes
del mundo de la cultura como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Esteban Ratti y
el propio Castellani. La historia es conocida y no la vamos a repetir en
detalle aquí. Pero lo cierto es que Castellani entregó una carta a
Videla pidiendo por Conti y tiempo después pudo verlo y administrarle el
sacramento de la Unción de los Enfermos [22].
Todo lo dicho parece indicar que
bajo ningún aspecto puede culparse al Nacionalismo Católico de la metodología
criminal que de hecho se adoptó en el marco de la guerra antisubversiva, sea
con anterioridad o con posterioridad al 24 de Marzo de 1976. La mayor o
menor culpabilidad corresponde a las máximas autoridades políticas y militares
que rigieron los destinos de la Argentina en aquellos años, ninguna de las
cuales perteneció a esta corriente política. Los delitos que eventualmente
puedan haber cometido algunos nacionalistas individualmente, sea por propia
iniciativa o por obediencia debida, es responsabilidad suya y no del
Nacionalismo Católico.
Hubiera sido mejor que la
Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA) estudiara si no
hubo más culpabilidad en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo
(MSTM), en las organizaciones terroristas del peronismo (de izquierda u
ortodoxas), en la logia masónica P2, en varios de los partidos políticos que
actuaron entre 1973-1976 y/o en los que tomaron decisiones de fondo durante el
Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), cuya filiación política fue,
según los casos, liberal, radical, desarrollista, filo-peronista, demócrata
progresista o socialista, más no nacionalista y católica. Los pocos referentes
de esta corriente que colaboraron con el Proceso y no sin beneficio de
inventario, lo hicieron en puestos subalternos y de nula influencia respecto de
la Guerra contra la subversión marxista.
Notas
[15] Miranda, Sebastián, Mohamed
Alí Seineldín, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.
[16] Bosch, Francisco M., Indexación
o Soberanía, Buenos Aires, Ediciones Leonardo Buschi, 1981, pág.10. El
autor había expresado conceptos similares en la publicación El Derecho (UCA)
en 1977.
[17] Bandieri, Luis María,
“Francisco Miguel Bosch en el recuerdo”, en La Nueva (edición
digital), Bahía Blanca, 01/06/2006.
[18] Montejano, Bernardino,
“Antes que la victoria sin honra, preferimos la derrota”, Ciclo de Conferencias
organizada por la Corte Suprema de Justicia de Mendoza, 1979.
[19] Miranda, Sebastián, Mohamed
Alí Seineldín, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.
[20] Simeoni, Héctor - Allegri,
Eduardo, Línea de fuego. Historia oculta de una frustración,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991, págs. 41-42.
[21] Reato, Ceferino, Disposición
final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 2012, pág.40.
[22] Beraza, Luis Fernando, Nacionalistas.
La trayectoria política de un grupo polémico (1927-1983), Cántaro Ensayos,
Bs. As., 2005, págs. 350-352 y 376.
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