Si se nos pidiera resumir los principales
logros, o los aspectos sobresalientes de la obra de gobierno de don Juan Manuel
de Rosas; en apretada síntesis podríamos decir que este hizo cuatro cosas fundamentales:
En
primer lugar, logró la unidad nacional, conformando así a la Confederación
Argentina. En segundo lugar, protegió nuestra economía, obteniendo con ello la
prosperidad económica. En tercer lugar, defendió la soberanía nacional frente a
las agresiones extranjeras, con lo que ganó para el país el respeto y el reconocimiento
internacional; y en cuarto lugar (pero no menos importante) procuró la
evangelización del pueblo argentino, instaurando en estas tierras un orden social
cristiano.
En
lo que atañe a la unidad nacional, la Argentina, cuando asume Rosas su primer
gobierno, estaba muy lejos de conseguirla, por el contrario, se encontraba
completamente desunida y en guerra civil, por culpa de los unitarios.
En
efecto, el centralismo porteño y los unitarios habían llevado al país al borde
de la disolución. Las provincias se levantaron contra el régimen directorial y
produjeron la caída de este, lo que dio origen a la crisis del año XX;
Rivadavia llevo adelante una reforma eclesiástica anticatólica y luego trató de
imponer una constitución unitaria en el 26, todo esto ocasionó el levantamiento
de los caudillos federales, entre ellos de Facundo Quiroga, quien enarboló el
pabellón Religión o muerte, en prueba de que las diferencias entre unitarios y
federales no solo eran políticas y económicas. Por entonces, y también por
culpa de Rivadavia, se perdió la Banda Oriental, a pesar de haberse vencido a
los brasileños en Ituzaingo. Y finalmente, en diciembre del 28 los unitarios
desataron una revolución sangrienta fusilando al legitimo gobernador de Buenos
Aires, Manuel Dorrego. Ese era el panorama del país: un verdadero caos, con las
provincias completamente desunidas y guerreando entre sí.
En
esa situación, que presagiaba la balcanización de la argentina, dividida en una
docena de republiquetas independientes; Rosas salvo la unidad nacional mediante
el Pacto Federal que se firmó en 1831.
Con ese
acuerdo, que unió a las cuatro provincias que no habían sido tomadas por los
unitarios (Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y Corrientes) se pudo derrotar a
la Liga Unitaria que había formado el general Paz, con las provincias bajo su
poder. Una vez conseguida esa victoria, surgió entonces la Confederación
Argentina, con la incorporación paulatina del resto de las provincias.
El segundo
aspecto que debemos destacar del gobierno de don Juan Manuel de Rosas es su
protección de la economía argentina. Las
provincias del antiguo virreinato del Rio de la Plata, desde antes de mayo de
1810 (con el acuerdo Apodaca – Canning, entre España e Inglaterra) habían
quedado subordinadas a los intereses económicos británicos mediante el sistema
de libre comercio. Esta práctica había arruinado las economías provinciales ya que
nuestras industrias artesanales no podían competir con los productos ingleses
que se fabricaban en gran cantidad y a bajo costo, gracias a la revolución
industrial. Los únicos beneficiados con
esto eran los comerciantes porteños y los ganaderos; lo cual provocaba una gran
irritación en las provincias. Entonces Rosas, que justamente era bonaerense y
ganadero, dictó, en 1835, en su segundo gobierno, la Ley de Aduana.
Con esta ley
quedo prohibida la introducción al país de las mercaderías que se fabricaban
aquí, y se gravó fuertemente aquellas que se podían fabricar si se daban las
condiciones adecuadas. De modo pues que
con esta política proteccionista se pudo desarrollar nuestra industria, lo que
trajo una gran prosperidad económica en todo el país.
Por otro lado,
Rosas protegió también nuestra economía rescatando el banco de la nación que se
encontraba en manos de los ingleses.
En efecto este
banco, que se había creado con capitales nacionales (obtenidos con el préstamo a
la Baring Brothers que solicitó Rivadavia) estaba manejado por capitalistas
ingleses que tenían la mayor parte de las acciones y que podían crear moneda y
manejar el crédito a su antojo. Y por supuesto lo hacían en contra de los
intereses argentinos, así, por ejemplo, durante la guerra con el Brasil este
banco le facilitó dinero a los brasileños para luchar contra los argentinos mientras
al gobierno de Buenos Aires le negaba el crédito que necesitaba. Lo mismo hizo
más adelante dándole dinero a los unitarios para derrocar a Rosas. Es decir, se
trataba una entidad que era un instrumento del imperialismo, por lo que Rosas hizo
lo que había que hacer, en 1836 se apoderó de él y lo puso al servicio de los
intereses nacionales.
El tercer
aspecto destacable del gobierno de Rosas fue su defensa de la soberanía
nacional frente a las agresiones externas de las grandes potencias. En primer lugar,
frente a Francia, de 1838 a 1840, y luego frente a Francia e Inglaterra, de
1845 a 1850.
Francia agredió
a la Confederación Argentina con un pretexto pueril, exigiendo la derogación de
una legislación de milicias, aunque sin declarar formalmente la guerra. Tomó
Montevideo y sacó a Manuel Oribe, que era su gobernador legal, para poner en su
lugar a Fructuoso Rivera, un hombre sinuoso, aliado a unitarios y franceses.
Luego bloqueó el puerto de Buenos Aires y financió, con cuantioso dinero,
ejércitos a los que denomino “Libertadores”, para derrocar a Rosas y poner un
gobierno favorable a sus intereses.
Pero todas
estas maniobras fracasaron. Primero porque, si bien el bloqueo impidió que
ingresen recursos para poder pagar sueldos a los soldados, maestros, etc, sin embargo,
las industrias que se desarrollaron gracias a la Ley de Aduana, permitieron
abastecer al pueblo de lo necesario. Segundo porque la mayoría de los argentinos
apoyaron al Restaurador y le dieron la espalda a los ejércitos unitarios
títeres de los franceses.
Para la
siguiente agresión, la anglofrancesa, Rosas se preparó mejor aún. Les prometió
a los acreedores ingleses de la deuda que había contraído Rivadavia, que les
pagaría, en la medida de lo posible y siempre y cuando el puerto de Buenos
Aires no se encontrara bloqueado. De modo que cuando llego la escuadra invasora
los “bonoleros”, (así les llama Rosas a los poseedores de los bonos de la
deuda) presionaron al gobierno inglés por el cese del conflicto.
Por otro lado,
la expedición le costó cara a los agresores, no solo en dinero sino también en
vidas, ya que a lo largo del rio Paraná, en Vuelta de Obligado, en Tonelero, en
San Lorenzo, etc, se les ofreció una feroz resistencia. De modo que los
extranjeros solamente pudieron navegar el río sin poder pisar suelo argentino. Además,
no pudieron levantar como la vez anterior ejércitos auxiliares de cipayos, pues Rosas había creado una
policía que controló todos los movimientos de los unitarios y les infundio el
terror, un terror que -aunque la historia oficial diga lo contrario- fue mucho menos sangriento que el desatado por sus enemigos, y se basó mas que nada en una acción psicológica, llevada a cabo con medios extraordinarios como los cánticos de
los serenos que prometían la muerte a los traidores.
De modo pues
que Rosas salió triunfante de esta guerra y en el tratado de paz que se firmó
pudo incluso exigir que los agresores imperialistas saludaran nuestra enseña
patria con veintiún cañonazos, a modo de desagravio.
Todos estos pormenores
fueron seguidos desde Francia por el máximo héroe de la patria, el Gral. San
Martin, con mucha atención y satisfacción. Y raíz de ello le escribió a su
amigo Guido diciéndole que ahora las naciones poderosas del mundo han aprendido
que los argentinos no somos empanadas que se comen con solo abrir la boca.
Por último, respecto
a su obra como gobernante cristiano, antes que nada, conviene aclarar que Rosas
no fue un santo, aunque ciertamente el sacerdote que lo asistió en sus últimos
años en Inglaterra dijo que era un hombre muy religioso, caritativo y generoso.
Dicho esto, no
hay dudas que se comportó como un verdadero gobernante católico, defendió la
religión, promovió la evangelización del pueblo, y veló permanentemente por la
moral cristiana. Todo ello surge de sus declaraciones, de sus decretos y de
muchos de sus actos concretos. La Confederación bajo su mando fue un estado
católico. Cuando asumió al poder por segunda vez, en su proclama lo dijo
claramente: “nuestra causa es la de la religión…” Sus decretos castigaban
severamente la blasfemia y el sacrilegio, mandaban que los maestros y
directores de las escuelas sean católicos y que enseñaran el catecismo; prohibía
tener abierto los negocios los días domingos y fiestas de guardar, etc,. En una
carta a Facundo Quiroga le dijo: “la consideración
a los templos del Señor conviene acreditarla. Antes de ser federales éramos católicos”,
consecuentemente, contribuyó, hasta con su propio bolsillo, para que se
construyan y se reparen templos. Todo esto obviamente concitó el apoyo casi unánime
del clero católico.
Por eso,
ciertos historiadores lo acusaron de usar a la Iglesia a su favor, lo que no es
cierto pues Rosas era sinceramente católico e hizo lo que estaba convencido que
un gobernante católico tenía que hacer. No busco maquiavélicamente tener a la
Iglesia de su lado, sino simplemente ser coherente con su fe en el ejercicio
del cargo en el que la Divina Providencia lo puso. De modo que bien merecido
tiene por ello el título de Príncipe Católico.
BIBLIOGRAFIA
Altamirano, Alejandro. Rosas príncipe católico. Revista Verbo
N° 297
Caponetto, Antonio. Notas sobre Juan Manuel de Rosas
Garda Ortiz, Ignacio. Rosas, síntesis cronológica. Revista Verbo
N° 297
Galvez, Manuel. Vida de don Juan Manuel de Rosas
Ibarguren, Carlos. Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama,
su tiempo.
Rosa, José Maria. Historia Argentina.