viernes, 30 de diciembre de 2016

Desmitificando a los enemigos de San Martín (Ultima parte)

Por: Enrique Diaz Araujo

Bueno, en 1816 se reúne en Tucumán el Congreso  para la declaración de la independencia el 9 de Julio. Ese congreso se reúne a instancias de los dos generales: el del ejército del Norte, Manuel Belgrano, y el del ejército que se está formando en Mendoza, el de los Andes, José de San Martín. Y naturalmente los dos jefes son los que van a ir dando las indicaciones.

Se declara la independencia del rey de España, de Fernando VII, sucesores y metrópolis, y de toda otra dominación extranjera. Y se declara la independencia  -y esto es muy importante- de las Provincias Unidas de América del Sur. Ahí sí,  aparece el americanismo de San Martín: no es en las Provincias Unidas del Río de la Plata, como se llamaba el antiguo Virreinato del Río de la Plata, la futura Argentina (aunque también ya era llamada Argentina), sino la América del Sur. San Martín va a comandar la independencia de la América Meridional, y eso nos muestra que ya hay un plan allí, pero no es el plan Maitland, para nada. Es un plan que se va a ir esbozando con la experiencia: San Martín en el Sur, Bolívar en el centro, e Iturbide en el Norte: estos son los tres libertadores de América que van a coincidir en casi todo, estos tres héroes americanos. Y San Martín lo va a decir veinte veces: “Mi patria es América”.

Vino a Buenos Aires porque era su terruño, su patria pequeña, su patria chica, pero él podría haber ido a cualquier otra parte de América porque era americano, y lo que quería fundar, lo va a decir Bolívar que era el mejor de ellos como escritor, era la más grande nación del mundo: América; la América de Américo Vespucio. Que no es, como dicen ahora, la América de los norteamericanos; esos son “usanos”, no tienen nada que ver con nosotros, ni con Américo Vespucio, ni con nada; lo que pasa es que nosotros somos tributarios de cuanta estupidez anda dando vueltas por el mundo . Nosotros somos los americanos, no ellos, y San Martín era un americano en el sentido cabal,  de los hijos de Américo Vespucio.

También hace declarar algo que lo han ocultado con veinte toneladas de tierra, y es que santa Rosa de Lima sea la patrona de esta América. Eso lo va a reafirmar en Lima después, y va a hacerla proclamar ante santa Rosa; acá de santa Rosa, lo único que sabemos es que hay una tormenta, pero otra cosa no. San Martín sí sabía quién era santa Rosa, y con eso ya les estoy adelantando de que sí tuvo una política religiosa. No sé si iba a misa temprano, sí sé que el reglamento militar estableció el rezo del Rosario. No sé si él (ni me corresponde saberlo) lo hacía por razones de cálculo o porque realmente era un creyente. Sí sé que, por ejemplo, al reglamento del ejército de los Andes en el Plumerillo, le pone una cláusula donde dice que el que blasfeme del nombre de Dios o de su amada Madre, la primera vez se le aplicarán treinta azotes en público, y la segunda vez, se le atravesará la lengua con un fierro caliente, y la tercera, será ejecutado directamente. Esas eran las sanciones que preveía el reglamento militar para el Plumerillo. Y yo atribuyo a esto de atravesar la lengua con un fierro caliente (que no nos vendría nada de mal hoy), que los argentinos, que entre tantas miserias que tenemos, no seamos blasfemos, como los gallegos que son muy blasfemos, y los italianos que también son blasfemos: nosotros que somos herederos técnicamente de españoles e italianos no somos blasfemos, tal vez porque San Martín nos dijo: “Ojo que les atravieso la lengua con un fierro caliente”.

Cuando le pregunta Godoy Cruz qué sistema de gobierno había que adoptar en Tucumán le dice “Cualquiera”; no importaba mucho, pero “Cualquiera que no atente contra nuestra Santa Religión”, que eso es lo que importa. Porque nos van a ir diciendo “Bueno, ya se acuerdan que era masón allá en Londres,  acá también la logia Lautaro que la fundó allá en Buenos Aires, la refundó en Cuyo, la volvió a fundar en Chile”. Organismo masónico que defiende el santo nombre de la Virgen; Virgen a la que proclama generala del ejército de los Andes, le entrega el bastón de mando, a toda esta ceremonia famosa que hay que, por supuesto, recordarla.

Y entonces sí viene la campaña de Chile. Este plan tiene una proeza, que es la de cruzar la Cordillera con un ejército que se enfrentará a otro superior que estaba esperándolo allá. Entonces la astucia, no solamente el arrojo, el valor, al engañar al enemigo. Saben ustedes, los mendocinos, que hay varios pasos por la Cordillera, unos más altos, otros más bajos; frente a San Rafael, está uno que es muy bajo que se llama El Planchón, que como es tan bajo nunca lo usamos, en eso es lo único en que somos sanmartinianos los mendocinos, seguimos pasando por el lugar más alto, ¿por qué? Porque él tenía que engañar. Entonces viene y hace un parlamento con los indios (ahora se han escrito libros enteros sobre San Martín indigenófilo  por este parlamento que tuvo con los indios en San Carlos), donde él les dice que es como ellos y les pide que guarden un secreto: les pide permiso para pasar por estas tierras, para pasar por El Planchón. Dice el general Espejo, que entonces era un cadete, que San Martín le dijo esto: “Pérfidos, estos malditos van a salir inmediatamente a decirle a Marcó del Pont que yo voy a pasar por el Sur, por El Planchón”. Por El Planchón iba a mandar no más que un grupito, unos treinta. Él pasó por el lugar más alto de la cordillera de los Andes, por el paso de Los Patos, donde no ha vuelto a pasar nadie, porque los que andan haciendo estos homenajes más o menos (no sé cómo llamarlos), no  pasan por Los  Patos, porque es una locura, es de una altura de 5.500 m., donde uno se apuna, donde no hay leña, no hay agua, de un frío terrible, Diez mil mulas llevaban, llegaron cuatro mil, las otras al precipicio. Eso es una proeza extraordinaria, de valor, porque él comandó el grueso del ejército por el paso de Los Patos. La artillería fue por el Aconcagua, (Uspallata), pero mandó por diversos pasos que desembocaban en Coquimbo, en Copiapó, por Tunuyán, todo para desorientar al enemigo. De modo que cuando él bajó no estaban las tropas realistas esperándolo, y él pudo reorganizarse, avanzar junto con Las Heras, que también salió con la artillería y atacar en Chacabuco, pero necesitaba eso de poder bajar la cordillera tranquilo, y lo consiguió gracias a su astucia.

Venció en Chacabuco, y le costó mucho vencer en el Sur las resistencias realistas. Allí murió un pariente mío, un chico de trece años (entonces no habían chicos en la guerra), porque de cualquier edad que fueran les decía: “Usted entra a los trece al ejército”, “Todo bicho que camina va al cuartel”, y en Mendoza a todos les pareció bien. Porque cuando hay un héroe mandando, los gobernados siguen y de buena voluntad.

¿De dónde sacó el dinero? Pues expropió todo, confiscó todo, desde las joyas de las damas hasta las mulas, los caballos; todo, todo lo sacó de la gente de acá que no era rica, y todos contentos con eso, porque él les mostraba un fin bueno que era construir una Patria, o construir una nación sobre la Patria dada.

Venció en Chile, sobre todo en la batalla de Maipú, que es la más grande batalla que se libró en América, y que éstos malditos de hoy dicen que la libró borracho. Se han olvidado que había por lo menos tres testigos ahí, dos ingleses y un norteamericano que estaban al lado de él y dijeron que estaba, por supuesto, perfectamente lúcido dirigiendo la batalla. ¿Cómo se va a ganar una gran batalla como esa, ganarla, no librarla si uno está borracho? Todo eso, porque cuando estaba enfermo en Cauquenes le mandó a pedir a su amigo Guido que le mandara un cajón de vino mendocino, entonces así  “era un borrachín”. Tomaba alguna copita de vez en cuando, pero en general con su úlcera no podía, tenía que tomar agua de San Carlos de Apoquindo. Pero, ¿para qué? Dicen esa ignominia  de que era borracho, como dicen que era opiómano, porque en Mendoza su médico,  Zapata le había recetado una poción que tenía láudano  para los dolores terribles que le daban sus úlceras tan grandes, y poder así seguir. Sus amigos más íntimos, Pueyrredón y Guido,  le decían que no tomara tanto de eso, pero era imposible andar a caballo vomitando sangre.

Independiza Chile y entonces viene el plan de ir al Perú, y aparecen ahí de nuevo nuestros amigos anglófilos que se admiran nuevamente de cómo se cumple el plan inglés. Y aún más, afirman que quería ir a Lima para abrir el comercio de Lima a las empresas inglesas, porque todo de lo que se trata era de la mercadería inglesa, pues los sinvergüenzas que hoy nos gobiernan sólo ven esas cosas materiales y no creen en la independencia del país. Lamentablemente para ellos San Martín hace lo contrario en Lima: cierra las puertas del comercio al inglés, y les hace perder, dicen hoy los historiadores económicos, un millón de libras esterlinas a los ingleses con este cierre; perfectamente anti-británico el general.

Y antes de eso ha hecho una maniobra increíble, propia de su astucia, de su elevadísima inteligencia. Tiene que armar una escuadra para ir de Chile al Perú, ¿cómo lo va a hacer si no hay un buque, si no hay un peso? Le escribe a Pueyrredón que le organice un préstamo de quinientos mil pesos fuertes (plata), pero Pueyrredón le contesta que no tiene de donde sacarlo, a lo que San Martín retruca: “Sáqueselo al comercio inglés”. Le contesta Pueyrredón que sólo han puesto tres mil setecientos pesos de los quinientos mil. San Martín tenía espías, entre los comerciantes ingleses, un tal Twain, que le informaba que éstos tenían para poner más. Entonces San Martín le tira la renuncia a Pueyrredón, “¡Renuncio!, debe conseguir el dinero o yo renuncio”. Entonces al final le saca no los quinientos mil, sino a lo menos doscientos cincuenta mil pesos fuertes al comercio inglés de Buenos Aires, que era muy grande. Con eso paga él la compra que hace de buques en Inglaterra y los Estados Unidos; manda un comisionado para que compre dos buques en cada lado. Y con esos buques y los marinos que vienen y compran, apresan a los buques españoles de Lima, y pueden tranquilamente después salir desde Valparaíso, en el año ´20, a Lima, o a Perú al menos, a intentar dar presa al libertador. ¡Qué maniobra de una gran astucia! Les ha hecho pagar a los comerciantes ingleses los buques para cerrar el comercio inglés en Lima. Los ingleses, realmente, por algo no le han hecho nunca una estatua en Inglaterra, a pesar de lo que digan los calumniadores de aquí. Los ingleses sabes muy bien que no trabajó para ellos.

Llega a Lima sobre todo por el apoyo de las órdenes regulares, porque en España, todos estos desde Mitre en adelante, dicen que se apoyaba en el constitucionalismo liberal de España, en los liberales españoles. Lo primero que hace es derogar la constitución de 1812 en Perú; pero además, aprovecha que ha habido triduo neoliberal de 1821 a 1823, donde gobiernan los liberales en España, que están persiguiendo a la Iglesia para que los religiosos que están en América -y muchos de ellos son de origen español- se vuelvan contra el régimen central y monárquico de España. Entonces son ellos los principales que abren las puertas de Lima, lo que hoy está demostrado: los mercedarios, los dominicos, o los franciscanos, es decir los que estaban en Lima, son los que sublevaron la población y permitieron la entrada. Es decir, todo lo contrario a lo que se ha dicho, nada liberal. Es más, le escribe el arzobispo de Lima, monseñor Las Heras, y le dice que sus principios son contrarios a la revolución francesa. ¡Lindo masón!

Pero además este masonazo que presentan hoy, dicta al entrar en Lima un reglamento provisorio con el que se va a gobernar el Perú independiente. Con el artículo primero dice que la religión Católica Apostólica Romana es la religión única y exclusiva del Perú. Él ya había hecho dictar algo similar en Chile. Pero ahora le agrega una cosita, al final del artículo primero y fin, que es bastante interesante: que para ser funcionario en el Perú hay que profesar la religión católica. Nunca, ni en América ni en Europa se ha hecho un artículo constitucional semejante: el que no es católico no puede ser empleado público, ¿qué tipo de masón era éste? Y no les preguntó a los peruanos si lo querían o no, se los impuso y listo. También dice que aquel que trafique con los extranjeros y con los ingleses pierde la ciudadanía. Establece que la ciudadanía del Perú es una ciudadanía americana: en Perú son peruanos todos los americanos. Este artículo del estatuto provisorio es una maravilla, deberíamos copiarlo y establecerlo en la Argentina ahora, pero claro, “sería un poco preconciliar”.

Pero estaba peleando con cuatro mil soldados que en el campamento de guarda, donde él estaba, se le enfermaron de  fiebres tercianas, es decir la fiebre amarilla: la mitad quedó de baja entre muertos y desvalidos, ¿qué es lo que podía hacer? Liberó a los esclavos, ya lo había hecho en Mendoza, a quienes pasó todos al regimiento 11 de infantería. Decía que los criollos eran muy buenos a caballo, pero malos como infantes, pero no los negros. A ellos los puso a todos de infantes, quienes murieron en Chacabuco, en su mayoría. En Mendoza no hay negros debido a que San Martín los enroló, y en el Perú lo mismo, liberó a todos los negros de las estancias de los fundos peruanos, los pasó al ejército, pero éstos no eran buenos soldados, cuatro mil de los cuales apenas dos mil serían combatientes, y enfrente el virrey Pezuela primero y después el virrey La Serna, tenían veintiocho mil veteranos.

Y aquí es donde vienen todos los sinvergüenzas y dicen ¿por qué no atacó, por qué no libró una batalla grande? Que estas pequeñas batallas, que los juegos que hizo Arenales por la sierra, desembarco aquí, desembarco allá, juego de ajedrez, pero ¿por qué no libró una gran batalla como Maipú, con sus dos mil vehementes soldados, contra los veintiocho mil de los españoles? Hay que ser idiota, como son estos criticastros para proponer semejante cosa. Su explicación es que estaba dedicado al opio.

Hay un libro de un muchacho  de la F.U.A. (Federación Universitaria Argentina) que ha escrito “Los amores secretos de San Martín”.  Los secretos ¡nada!, porque se basa en una mentira de Ricardo Palma, de que él tuvo amoríos con Rosita Campusano, son cuatro líneas en el libro de los recuerdos de Palma, Tradiciones peruanas. Después Palma dijo que eran todas mentiras, pero de eso ya nadie quiere acordarse, y entonces éste con esas cuatro líneas hace un libro entero, diciendo que San Martín estaría ahí en Lima, nada más que dedicado a vivir con la Rosita, y a fumar, dice él, cigarros de opio. Quizás el muchachón éste le dé a los porros de marihuana, y entonces cree que San Martín podía hacerlo con el opio, pero con el opio no se puede, porque quema los labios; se fuma en una pipa larga, lejos de los labios. No estaba dedicado al opio, ni a Rosita Campusano: estaba simplemente maniobrando frente a un enemigo inmensamente superior, y maniobrando bien, pero los enemigos esos sí contaban con fuerzas secretas muy superiores a las de él, no solamente en número de tropas.

Se crearon tres logias masónicas contra él, y ahí viene el argumento final contra la masonería: no sólo había que ser católico para ser empleado, sino que la masonería en el Perú luchó contra él a través de tres grandes logias:

La Logia provincial de Buenos Aires, que dirigía Bernardino Rivadavia, “el peor hombre de América”, va a decir San Martín; Mitre va a decir “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, por eso que el menos indicado para hacer la historia de San Martín era Mitre, porque admiraba al hombre más enemigo de San Martín que fue Rivadavia. Esta logia que estaba en Buenos Aires infiltró al ejército de San Martín, y consiguió que, por ejemplo, uno de sus jefes, el general Las Heras, se adhiriera a ellos.

En frente estaba la Logia Republicana, de los republicanos peruanos, democráticos, liberales y demás. Como sabían que San Martín no era nada de eso, fueron sus enemigos. Estaban dirigidos por Sánchez Carrión; ellos hicieron asesinar a Monteagudo que era el ministro de gobierno de San Martín.

Y sobre todo estaba la Logia central de la Paz Americana que organizaba a los masones del ejército realista, mandado por el general Gerónimo Valdés. De esto tenemos un testimonio extraordinario que es el del coronel Tomás Iriarte, que perteneció a esta logia, que había venido de España con ellos, y esa sí se había formado en Cádiz por militares españoles, no americanos, sino nacidos en la península, que se pusieron al servicio de Inglaterra. En España se los llamó, después, los Ayacuchos, porque ellos son los que perdieron la batalla de Ayacucho, y por la cual se terminó la guerra de América. Pero eran liberales y pro ingleses; ellos querían que hubiera una guerra permanente en América. Se llamaba “de la paz” pero en sentido opuesto, porque ellos lo que querían era la guerra.

San Martín no quería la guerra con España, y ahí voy derecho contra la tesis de Mitre: no es un anti hispánico como nos lo presentó Mitre, y siguen diciendo todos los liberales y todos los enemigos, sino que buscó la paz con España, pero quería la independencia de América y entonces en Miraflores, primero, con el virrey Pezuela, y en Punchauca después con el virrey La Serna trata de establecer la paz mediante el reconocimiento de la independencia de América, y que venga un príncipe de la monarquía española como rey. El se declara monárquico. Entonces Mitre dice: “ahí quedó sin salida, porque rompió con el democratismo de él”, es decir el de Mitre.

En realidad, el estúpido de Fernando VII, por segunda vez (la primera es cuando habían acordaron en el año ´16  rendirle pleito, homenaje, reconocerlo como rey, y éste se negó a recibir al legado)  se negó a aceptar estas paces en el Perú, como se negó a aceptar las paces en el tratado de Córdoba, de Iturbide con O’Donoj, que ponían fin a la guerra a cambio de la independencia, y con un monarca que podía ser su hermano menor, Francisco de Paula, o algún otro de la casa real española.

Ese es precisamente el punto de debate que tuvo San Martín con Bolívar en Guayaquil. Uno de los dos puntos: el primero era que San Martín se negaba a comandar sus tropas (sólo tenía 4.000 hombres, 8.000 colombianos a lo sumo) por estar en evidente minoría y proponía que Bolívar las comandase junto con las suyas. Bolívar no quería eso, o no pudo entregar todo su ejército, o comandarlo todo hasta pasados dos años, y entonces San Martín se retiró. Pero también consta además, porque no es tan secreto lo de Guayaquil, que él pidió que el sistema de gobierno de América fuera el monárquico, y Bolívar quería gobernar él; quería gobernar bajo su sistema autocrático, sistema dictatorial.

Se va de Perú por eso, y pasa por Chile, llega a Mendoza y acá está un tiempo. Ahí vienen de nuevo los infundios, las injurias, la calumnia. Dice Mitre, que se queda acá muy tranquilamente en Los Barriales, en el departamento que hoy se denomina  San Martín, mientras que su mujer está muriéndose en Buenos Aires, y no va a verla, porque era un desamorado, porque le había sido infiel con la Rosita, porque ella también le había sido infiel con dos oficiales del ejército; era un muy mal matrimonio… ¡Todo mentira! Lo de Rosita el propio Palma admitió que era mentira; lo de ella, también. La señorita Grosso ha demostrado que esos oficiales cuando llegaron a Mendoza hacía ya unos meses que Remedios  había retornado a Buenos Aires. Pero todas esas infamias se siguen lanzando, a ver si así se embadurna la estatua. Pero ¿por qué no fue a verla, por cierto, no fue a tiempo allá a Buenos Aires?  Porque no podía, no porque no quería, porque no podía, porque le avisa Estanislao López, caudillo de Santa Fe, que si va a Buenos Aires lo van a juzgar y lo van a sentenciar a muerte. Y él le va a decir a Guido: “Acuérdese que en ese año, si yo iba a Buenos Aires, me iban a prender como a un facineroso, por eso no pude ir a darle el último adiós a mi esposa”. No pudo, no es que no quiso.

Y ¿por qué esa inquina de los unitarios con él? Los unitarios  (así se llamaban los del partido de Rivadavia) creían que lo que estaba armando aquí San Martín era nuevamente una fuerza militar para pelear contra ellos. San Martín los tenía sin cuidado a éstos: él había mandado a pedir un apoyo para crear un nuevo ejército del Norte, que fuera como una pinza allá en Perú. Mientras él mandaba a Alvarado,  desde Bolivia se iba a tratar de acercar al ejército realista. Para eso mandó a un coronel peruano, Gutiérrez de la Fuente, a quién Rivadavia  despachó. Entonces cuando él vuelve a Mendoza, con el gobernador militar de San Juan, Urdinenea, arman una pequeña unidad con quinientos hombres que vayan al Norte a hacer, por lo menos, acto de presencia para disuadir al ejército realista. Como está armando eso (no está tampoco plantando melones o zapallos acá en la chacra) le dice en cartas a Guido y a Rosas: “Me interferían la correspondencia, me abrían las cartas”.  Entonces creen que está armando un ejército contra ellos, por eso querían prenderlo como un facineroso. Al final, ¿qué es lo que hace? Planea  él también una táctica para poder ir a Buenos Aires. Redactó una carta, que sabía que también se la iban a abrir, donde decía que el gobierno de Rivadavia era lo mejor que había tenido la Argentina, y entonces pararon el ataque, lo recibieron en Buenos Aires y le dieron el pasaporte porque no lo querían en su tierra: lo querían echar. Hablan de ostracismo, palabra que inventó Mitre, pero no hay ostracismo: es exilio, es destierro, lo mandan afuera, y él aprovecha para colaborar con Bolívar. En Londres se encuentra con Iturbide, ambos echados de sus países, los dos libertadores.

Y ¿qué es lo que hacen? Contratan dos buques para Bolívar. Ahí se ve que hay un plan americano real, que no hay esas peleas que han inventado de San Martín con Bolívar (el hijo de Iturbide pasó a ser edecán de Bolívar). Hay un acuerdo entre ellos. Iturbide regresa a México, aunque San Martín le había dicho que no lo hiciera,  porque estaba en riesgo su vida. Efectivamente: lo fusilan. Aún en México todavía no se lo reconoce como su libertador, a Iturbide, porque han gobernado y siguen gobernando  en México los socialistas, en el nido de todos los cristianos. Iturbide era el más cristiano de los tres; los tres buscaron declarar a la Virgen como patrona de América, pero Iturbide más, porque iba con la Virgen de Guadalupe, la tri-garantía, ya que una de las tres bases de México era la religión católica; por eso lo fusilaron y por eso lo niegan hasta el día de hoy.

Ahí viene este exilio donde él pasa años. Primero quiere volver porque ha caído Rivadavia por la  guerra con Brasil, y Dorrego lo invita a venir. Cuando vuelve, viaja de incógnito. En el año ´28 se entera en Río de Janeiro que había una revolución decembrista encabezada por Juan Lavalle. Cuando el buque toca puerto en Montevideo se entera que lo han fusilado a Dorrego; entonces el buque después va al Pontón de Recalada en Buenos Aires y él no desembarca. ¿Por qué él no desembarca? Porque él no había venido para apoyar a los gobiernos militares, sino que llamado por Dorrego iba a encabezar la guerra contra Brasil. Es el último servicio que él le presta a América; cuando se vuelve le dice ¡Adiós! a América.

Queda la Argentina, a la que seguirá prestando este servicio, pero el proyecto americano desapareció. Al mismo tiempo Bolívar le dice al presidente del Perú, “Gobierne como peruano, porque América ya no existe más”. Y efectivamente San Martín va a defender a la Argentina, a la Confederación  Argentina, cuando los ataques, francés de 1838 y anglo-francés de 1845, apoyando al encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, Juan Manuel de Rosas –otro punto inaceptable para los enemigos-. No lo pueden admitir, porque Rosas es el conjunto de las cosas que ellos más odian: es el gobernante fuerte, vigoroso, católico, es el restaurador de las tradiciones argentinas. A éste San Martín, por la cláusula cuarta de su testamento, le dona el sable, es decir, lo proclama su heredero universal, y ese es el odio que muestran ellos (Sarmiento, Alberdi, Varela). Todos los que lo entrevistan y discuten con San Martín esto, dicen que estaba viejo, senil. ¡Estaba nada menos que en el centro de la contienda, en París! Tan viejo como Sarmiento cuando asumió la presidencia, es decir, estaba perfectamente en su lucidez y la mantuvo hasta el final de sus días.

Y ahí  como se había definido monárquico en el Perú,  antes de volverse desde Montevideo, le manda a decir a Lavalle que mientras   no haya aquí una dinastía que gobierne, esto no va a tener solución. En 1846 le escribe a un militar chileno, el general Pinto: “Ustedes han establecido un gobierno republicano en el que yo no creí; no creí que se pudiera ser republicano hablando con la lengua española. Pero su gobierno, el régimen de Portales, ha demostrado que puede establecer una república vigorosa”. Es el único caso en América, y efectivamente Chile, de 1830 a 1890, no tuvo revoluciones gracias a este sistema que San Martín elogió, como elogió el de Rosas. Todo eso no lo pueden tragar los liberales, porque es lo contrario de lo que ellos piensan de cómo debe gobernarse.

Para mejor, en 1848, se produce la revolución socialista en París.  San Martín se va con su familia a Boulogne-sur-Mer, para poder llegar al ocaso de su vida. Y allí transcurren sus últimos años, hasta que finalmente muere en 1850. Pero antes le escribe al mariscal Ramón Castilla del Perú, describiendo lo que ha pasado en Francia, diciendo que son estos malvados de los socialistas, anarquistas y comunistas, los culpables de todo lo que está pasando en Europa. Esas cartas al mariscal Castilla están prohibidas hoy en la Argentina, porque los que no quieren difundirlas son, con sus más o sus menos, todos pro comunistas, y ahí San Martín condena todos esas formas de gobierno.

El 17 de agosto de 1850 muere, de sus antiguas afecciones, porque se le habían complicado con un reuma; tenía muchas enfermedades, que  había sobrellevado con esa paciencia estoica que tenía. Y muere, y entonces hay dos actos que ya escapan al plano natural que yo les he tratado hasta aquí. Un argentino que lo visitaba a diario, Félix Frías, llega después, a poco de morir San Martín, y habla ahí con su hija Mercedes y con su yerno Mariano Balcarce. Al pasar donde lo están velando las monjas, mira el reloj de la pared que está en la habitación de San Martín, y lo ve  parado a las tres de la tarde, le saca el reloj al general (de bolsillo), y también se ha detenido a las tres de la tarde, le pregunta a la hija: “¿A qué hora murió?”. “A las tres de la tarde”. Esto, racionalmente no tiene explicación, y  lo que les voy a decir ahora menos. Le dijo a la hija antes de morir: “Esta es la tormenta que nos lleva al puerto antes de morir”. Es decir, él se había visto como un buque que iba hacia un puerto, y ese buque y el puerto, es lo que está en el estandarte de Pizarro. Es un lábaro pequeño, cuadradito, que había hecho bordar Carlos V, por su madre Juana la Loca, para entregarlo a Francisco Pizarro como símbolo de la autoridad de Pizarro en América del Sur, y se había perdido. Cuando San Martín sale de Cádiz, y se presenta al Concejo de Regencia le dice: “Voy a ir a Lima para encontrar mis intereses perdidos o abandonados”. Hoy los historiadores dicen: “¿no ve que era un mentiroso profesional? No fue a Lima, ni en Lima tenía nada perdido ni abandonado”. Cuando él fue a Lima por vía de aproximación indirecta, lo primero que hizo fue nombrar una comisión para que buscara el estandarte de Pizarro que estaba perdido o abandonado. Lo encontraron, se lo hizo donar, y cuando se retira del Perú, en su proclama de despedida a los peruanos les dice: “Diez años de lucha están de sobra pagados con el estandarte de Pizarro.” ¿Está loco este hombre?, ¿cómo todos sus esfuerzos, todo por ese pedacito de tela? Él lo explica: cuando vuelve del Perú, en Valparaíso, va a la tertulia de Mary Graham, que era la amante de lord Cochrane, y ella, enemiga  suya, cuenta –como repetía las mentiras de Cochrane, de que San Martín se había envilecido– que le dijo: “Usted se trajo muchas cosas del Perú, ¿no?”, “Lo único que me traje del Perú –lo dice Mary Graham- fue el estandarte de Pizarro”, sigue la dueña de casa, “ Y entonces se puso de pie, cuan alto era para aclarar, que ese estandarte es el símbolo de la autoridad moral en América, y se sentó”.

Antes de morir le dijo a Mariano Balcarce, su yerno, que él no quería ser enterrado con la bandera argentina, ni la peruana, ni la chilena, ni la de Ecuador, que quería ser enterrado con el estandarte de Pizarro al que  había tenido toda la vida en su pieza. Así es enterrado, y después ordenó a sus parientes que se lo devolvieran al gobierno del Perú. Ellos lo hicieron, mandaron el estandarte al Perú, llegó y está otra vez perdido o abandonado. Nadie sabe más dónde está, porque con San Martín se terminó la autoridad moral en América.


Este es el héroe del que les he hablado. Nada más.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Desmitificando a los enemigos de San Martín* (Primera parte)

Por Enrique Díaz Araujo

San Martín fue un político, militar, del siglo XIX, 1778-1850; nacido en Yapeyú, Corrientes ahora, antes Misiones Occidentales, fue de niño a España; en España fue militar hasta llegar a ser un jefe en el ejército español, y luchar contra Napoleón, donde ganó sus mayores condecoraciones, llegando a ostentar el grado de teniente coronel.

Pero, ¿por qué lo festejamos nosotros? Porque vino a  su tierra natal para realizar la campaña libertadora de América, ¿a liberarnos de quién?  De la Corona de Castilla, que estaba a cargo de José Bonaparte, puesto por Napoleón.

Gobernaba en su lugar el Consejo de Regencia. Pero, ¿quién lo había hecho nombrar? Nadie. La Junta Central (ubicada en Sevilla) lo hizo, pero no tenía poderes para eso. Entonces ¿qué hizo América? Empezó a formar juntas de gobierno autónomas en Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, para hacer enterar que gobierna la Península en nombre del rey un Consejo de Regencia al que no acatan; incluso Lima y México que no tenían motivos, lo desconocen. Éste, a su vez, ha convocado una asamblea en Cádiz, las cortes de Cádiz que han sancionado la constitución de 1812.

Entonces tenemos este primer cuadro: en 1812 está gobernando en Cádiz (ya en el resto de  España están entrando las tropas napoleónicas) el Consejo de Regencia y las Cortes, que han sancionado una constitución liberal, llamada doceañista. Este es el cuadro. Pero, ¿qué tiene que ver San Martín con esto? Y simplemente, que es un militar que está en el ejército español, defendiendo el último espacio que queda en la península que es el istmo de Cádiz; no está de turista; es un teniente coronel del regimiento de infantería. Y ¿por qué deja eso y viene a procurar la libertad con la campaña libertadora de América?

Un tema central en la vida de San Martín es este: “¿Por qué se va de Cádiz?”. Hoy hay varios libros que dicen que se retira porque fue un desertor. Estaba defendiendo el último espacio, y éste “se las toma”, los abandona. Ustedes saben que San Martín ha tenido un gran historiador. Todavía hoy, todas las explicaciones e interpretaciones se basan en la obra de Bartolomé Mitre.

Mitre  afirma que salió subrepticiamente de Cádiz, es decir, escondido, entre gallos y medianoche. No es cierto. Presentó ante el Consejo de Regencia su retiro del ejército español, y se lo concedieron, incluso con uso del grado y del uniforme, de manera que salió perfectamente a mediodía desde Cádiz. No fue un desertor, no fue un perjuro como dicen hoy varios libros. San Martín pudo llevar la guerra contra el gobierno español, porque antes había renunciado a ser funcionario de ese gobierno y ese gobierno había aceptado su renuncia. Pero esto ¿fue una situación individual de San Martín? Si ustedes miran hoy los libros (y hay muchos), se pueden encontrar con que siempre hablan de San Martín en forma aislada, como si todo esto fuera cosa de él: no,  partió con nada menos que treinta y siete oficiales americanos como él, que habían nacido en América y habían decidido salir del mismo modo que él. Todos, o más bien, casi todos pidiendo permiso. Otros no, pero todos salieron.

Porque  en 1811 (septiembre), cuando salieron todos ellos, el Consejo de Regencia movió a guerra a diversas partes de América que no lo reconocían. Así que ellos están en una situación especial: son americanos, son parte del ejército español, pero el ejército español estaba haciendo la guerra a los americanos, motivo más que obvio y suficiente para que ellos no siguieran en el ejército español.

Sin embargo, a partir de lo de Mitre se construyó, en estos últimos años (30 años) que  San Martín habría salido de Cádiz, porque se ha hecho miembro de un club, de una logia secreta que se llamaría Logia Lautaro. Eso dicen ahora: que se hizo miembro de la Logia Lautaro, y agregan inmediatamente que era masónica. Ahora bien, ¿Qué es la masonería? Una sociedad secreta, iniciática, es decir, que tiene un rito de iniciación, donde se tiende a establecer un tipo de juramento que obliga a adherir a la doctrina (la masónica), que es permanente, y cuyos fines son de tipo más bien cultural y políticos; es decir, básicamente iban contra la monarquía en su tiempo, y aún hoy contra la Iglesia Católica. Por eso la Iglesia Católica la tenía condenada, perfectamente condenada por diversas bulas y encíclicas.

Pero resulta que la Lautaro no era masónica, no era iniciática; sí exigía un juramento: guardar secreto, pero nada más; por eso dije muy bien, sociedad secreta, lo que no significa por modo alguno que fuera masónica. Sin embargo van a ver ustedes un debate inmenso: unos que dicen que es masónica y otros que dicen que no. Yo les podría recomendar, si están en tema de investigación, tres artículos, dos ingleses y uno norteamericano, hechos por masones en revistas masónicas que afirman que ni la logia, ni San Martín eran masones.

Pero lo más importante es que uno de los integrantes de la logia, un dominico llamado fray Servando Teresa de Mier, que andaba por Europa, llega a Cádiz y ve que la situación no está muy linda para los americanos (él era mexicano), entonces se encuentra con otro religioso, el padre Ramón Eduardo de Anchoris, y le dice:

– Mirá  estoy en esta situación apurada, ¿qué es lo que hago?

– Y bueno, veníte con nosotros que tenemos una organización de autodefensa que es la que se llama Logia de los caballeros racionales, o Logia Lautaro.

–  Sí, bueno, pero  sabés que el Papa tiene prohibido estar en este tipo de organizaciones masónicas.

– ¡No, pero si no es masónica!– le dice Anchoris –porque si así fuera  yo tampoco estaría.

–Bueno, voy a entrar y vamos a ver si es cierto lo que decís.

Se asocia y cuando le toca hablar durante una de las reuniones semanales, el dominico Mier habla contra la masonería, y el único que protesta por lo bajo es Carlos María de Alvear. Éste era americano, también correntino como San Martín, un hombre rico que prestaba su casa para la reunión. Todos los demás están de acuerdo con lo que dice Mier, y esto él pone en sus memorias dos veces. Es el único testimonio desde adentro, por la cual sabemos que la Logia Lautaro no es masónica, porque Mier lo dijo allí, y los otros no dijeron nada, estuvieron de acuerdo tácitamente. Y él lo dijo porque en México (cuando él escribe años después) decían ya que la logia Lautaro era masónica.

-¡NO, no, si yo nunca estuve en una logia masónica!,  porque era medio liberal el cura este, pero no tanto para violar las resoluciones del papa.  ¡Cómo me voy a hacer de una logia masónica siendo sacerdote!

Entonces tenemos que la Logia esa,  que dicen que es la que los impulsa, no es masónica, no es la masonería por la que lo mandaron a América. La Logia le servía para defenderse, porque eran atacados por ser americanos estos oficiales (casi todos, aunque había algunos que no lo eran).

Entonces, para defenderse en un primer momento se asociaron. Pero no era la única Logia que había en Cádiz: había 17 organizaciones secretas, masónicas, antimasónicas, no masónicas, había de todos los gustos, y estaba ésta, la de los americanos o sociedad secreta llamada Lautaro.

Bien, pero siguiendo a Mitre, San Martín salió porque un oficial inglés Lord Macduff  (conde de Fife)  le arregló la salida con otro funcionario  que se llamaba Sir Charles Stuart. Son los ingleses los que lo hacen salir de Cádiz; entonces los que siguen a Mitre inmediatamente dicen que era un hombre al servicio de los ingleses. ¿Qué se puede responder a esto? El ejército del Sur de España era anglo-español, porque los ingleses habían ido en auxilio de los españoles del Sur que resistían a Napoleón, estaban luchando, y lucharon hasta el final en España. Los dirigía el duque de Wellesley, futuro Lord Wellington que era el jefe superior de San Martín. Macduff era otro oficial como San Martin, otro teniente coronel (inglés). Ambos eran compañeros, colegas en el ejército; nada de extraño tenía, por tanto, que San Martín le pidiera a Macduff que le registrara la salida. ¿Por qué le tenía que registrar la salida un inglés? Porque Cádiz es un istmo; las tropas francesas estaban a las puertas (sitio del Mariscal Victor); por los costados estaba la escuadra inglesa del almirante J. F. Cunningham, y no había forma de salir pacíficamente; no había ningún buque ni botes, ni modo de salir que no fuera con los franceses o con los ingleses. Él estaba en el sector aliado a los ingleses, es decir, que tenía que salir en un buque de guerra inglés, y eso es lo que le pidió a Macduff.

Y en un bergantín de guerra partió a Lisboa. En Lisboa, que también estaba bajo el mando luso-inglés, Charles Stuart le sella el pasaporte, no hace otra cosa, y ahí sí, ya toma un buque americano desde Lisboa a Londres. Nada de esto tiene de extraño, porque es lo que hicieron todos los que salieron, todos los americanos; no tenían otro modo, así que es estúpido decir que salió porque los ingleses lo llevaron. No se podía venir directamente; la única vía, por supuesto que era vía acuática, era salir desde Londres, pero él estaba en Cádiz, por tanto, tenía que llegar a Londres primero. Es el camino lógico y natural de quien quisiera venir a América, estando en Cádiz, entonces.

Todo lo que hizo no tiene nada de extraño o de oculto, ni de masónico o de servicio a los ingleses. Pero también dicen que cuando llegó a Londres, a Grafton Street 37, a la casa de Miranda, tuvo lugar la Gran Reunión Americana, siendo allí donde se asocia a la masonería inglesa y recibe instrucciones de los ingleses. Es decir, viene directamente como un agente militar inglés.

Pues bien, Grafton Street  37 no era la casa de Francisco de Miranda (un venezolano que había vivido allí y hacía un año que se había ido), era la casa de los diputados de Venezuela, que estaban tramitando que Inglaterra reconociera estas juntas autónomas de América, cosa que nunca hizo Inglaterra, y enseguida veremos por qué.

Nunca hubo una Gran Reunión Americana. Este es un punto central, es una mentira galopante que digan que la Lautaro era una logia masónica, que pertenecía a otra logia masónica más grande que se llamaba la Gran Reunión Americana, fundada por Miranda. Ni siquiera está demostrado que Miranda fuera masón: era un gran sinvergüenza que estaba al servicio de Inglaterra (cobraba de la corona inglesa por pasar informes, noticias, planes y demás) sí, pero nada más. Lo que sí es seguro, es que no existió esta Gran Reunión, de modo que San Martín nunca se pudo encontrar con una entidad  que no existía.

¿Se va viendo cómo es la avanzada ahora, en la historia argentina? Hay que ir debatiendo punto por punto, si uno quiere saber la verdad de lo que ha pasado en este país. Y, en definitiva, si uno quiere saber si San Martín es un prócer, un héroe, un arquetipo al que debemos seguir, o si es un simple traidor al que debemos detestar. Esto es lo que hay que averiguar, eso y nada menos.

Hoy nos dicen que hay que humanizarlo a San Martín, hay que sacarle el bronce a la estatua, porque está ya tan frío; hacerlo más humano, con todos los vicios nuestros; hoy entonces metámosle todos nuestros vicios así lo entendemos mejor, y de paso, decir que era un cobarde como solemos ser nosotros. Esto tiene un origen cierto: tiene que ver con 14 de junio de 1982 cuando nos rendimos en Malvinas. La Argentina es un país derrotado. A raíz de nuestra derrota nos la están cobrando como se cobran los vencedores las derrotas, y  entonces no sólo nos vencieron ahí, sino que los demás nos están convenciendo que somos unos idiotas, que no tenemos identidad nacional, que esto es una diversidad de culturas, que acá no hubo nunca un sentido espiritual, religioso, ni nada, que no tenemos ego. Entonces, ¿por qué todos estos ataques a San Martín? Porque San Martín es el héroe nacional por excelencia; pues entonces hay que demostrar que no es héroe, que era un traidor, que era un masón, que trabajaba para los ingleses, que era opiómano, que era borrachín, que andaba con mujeres de un lado para otro, y así mil doscientas cosas para que esta estatua, en lugar de ser una estatua de bronce que está en la plaza, termine siendo una estatua de lodo. Ese es el sentido de todo esto, de la derrota de 1982. Todos estos que han escrito trabajan por esa derrota, y hacen que nosotros creamos esas mentiras, esas injurias, porque eso es lo que son: todas calumnias. Y entonces, para llegar a San Martín, tenemos que hacer este camino: destruir las mentiras. Si es así,  no hablemos acá de ningún arquetipo, ¿Cómo vamos a rendirle tributo a ese sujeto?

Entonces ya llevamos sabiendo:

-Que no desertó, porque está el expediente del retiro del ejército español como el de sus otros compañeros.

-Que la logia Lautaro no era una organización masónica, sino una organización secreta de los americanos que vivían en Cádiz.

-Que no salió por servicio de los ingleses, sino porque era la única manera de salir de Cádiz.

-Que en Londres no se hizo miembro de una masonería mayor al servicio de los ingleses.

Todo esto lo tenemos aclarado contra los sujetos que están escribiendo contra San Martín todos los días en folletos, artículos, enlodándolo; pues bien, contra ellos, ya sabemos todas estas verdades.

Hagamos un alto en la historia, y volvamos al tema: es decir, el arquetipo. Los paradigmas que necesitan las naciones son dos: los héroes y los santos. Dice bien nuestro gran poeta, Leopoldo Marechal, que: “las naciones se construyen como una cruz, con la horizontal de los héroes abajo, y la vertical de los santos levitando hacia el cielo”. Si un país tiene esas dos barras que se cruzan, es un país, si no, no. Si no tiene héroes y no tiene santos, es nada más que una muchedumbre, una masa anómala, sin lugar en la historia, sin relevancia ninguna.

Por eso a nosotros que nos están cobrando la derrota nos dicen que no hay ni héroes, ni santos. ¿Por qué? En función de nuestra derrota, no podemos tener héroes, los demás sí. Pero nosotros sabemos que sí. Hay hoy en Argentina, en esta Argentina vencida, que es un lodazal  de inmoralidad  pública y gubernamental, un país misionero, que tiene cuatro órdenes religiosas (que yo sepa), más o menos, que están misionando en el mundo, es decir, está haciendo una vida de santidad. Los héroes son aquellos que “dan su vida por su patria”.

Son dos cosas distintas y no debemos confundirlas: una pertenece al plano humano temporal, la otra al plano sobrenatural, que se conjugan para ser la cruz del país, pero nunca debemos confundirlas, porque si no caemos en la estupidez de Ricardo Rojas  que tiene un libro que se llama “El santo de la espada”, el santo héroe. ¿Puede haber un santo héroe? Sí, por ej. San Luis Rey de Francia o San Fernando de Castilla, pero es rarísimo, y no tienen por qué estar luchando para fundar un país, y al mismo tiempo ser modelo de virtudes sobrenaturales; son dos actividades humanas, excepcionales, que se deben conjugar en un país, pero que son muy distintas.

San Martín es un héroe, no es un santo. Pero ¿qué pasa con eso del “santo de la espada”? Se cae en que era un santo masónico, un santo laico, un santo que no creía en Dios y en nada, y entonces tenemos un santo muy especial, un santón. Ante esto, hubo gente muy pía, muy devota que decía: “No, no, pero fíjese que iba a misa temprano, que cuando se casó comulgó”. ¡Qué nos interesa eso! El juez no somos nosotros, es Dios. Como dice bien mi maestro Carlos Steffens Soler: “El ángel de la guarda de San Martín es quien se ocupa de eso”, si iba a misa temprano o no. Nosotros podemos averiguar la política religiosa de él, si fue una política favorable al cristianismo o no; ahora, si él personalmente tenía una práctica de piedad o no, nos es indiferente porque no nos incumbe a nosotros juzgarlo, no somos Dios creador para hacerlo. Hay gente que se toma en serio lo de “San” Martín: en el Perú un cura enemigo de San Martín, realista, decía: “¿Por qué eso de SAN?”, bueno, le respondía  al Padre Zapata, que así se llamaba: “Yo le saco el San, y usted sáquese el ZA-, yo quedo Martín y usted Pata”. Eran sus apellidos, no tenían nada que ver con un tipo de santidad. Yo no estoy pretendiendo en modo ninguno canonizar  a San Martín: estoy tratando de reedificar la estatua que nos han tirado abajo.

El héroe sí, tiene que tener, determinadas virtudes, es arquetipo: tiene que tener fortaleza, tiene que tener arrojo, y tiene que tener astucia también; y eso no se pide de un santo, que sea astuto, y sin embargo un héroe, para fundar una nación tiene que tener astucia, porque se va a ver enfrentado a los otros poderes de la tierra que van a tratar de que no pueda cumplir su labor. Y entonces tiene que hacerlo en parte por ataque y en parte por engaño a sus enemigos. Y vamos a ver que en San Martín se cumplen las dos cosas, porque él era capaz de encabezar una carga de caballería con el sable al frente de sus tropas, como en San Lorenzo, pero también era capaz de engañar, con la guerra de zapa, acá en Mendoza, a los realistas en Chile, y en toda la campaña del Perú en una guerra de movimientos falsos, de engaños para superar un enemigo que era muy superior en términos numéricos. En el Perú peleó con cuatro mil soldados, contra veintiocho mil realistas, ¿cómo iba ir de frente a puro ataque de caballería? Tenía que hacer maniobras para ir viéndolos, haciendo juegos de diversificación y engaño, eso es lo que él llamó “guerra de zapa”, astucia. Él no solamente fue un gran oficial de caballería, sino un gran oficial de inteligencia.

Entonces, para antes retornar a San Martín, tenemos que ver si hay héroes o seres humanos que hacen el esfuerzo extraordinario por su país, y no se trata de ninguna santidad, de religión natural como ésta que intenta Rojas. Nosotros tenemos que ver por ejemplo, que esto del héroe se inspira en Grecia: si reunía las condiciones del valor de Aquiles y de la habilidad o astucia de Ulises.

Terminamos este paréntesis y retornamos a San Martín.

“Maitland”, es un documento que presentó el doctor Terragno hace unos años, en el que descubrió en la Cámara de los Comunes que había allí un escrito de un militar escocés Thomas Maitland,  que anunciaba un plan inglés para marchar sobre el Perú, y decía que el mejor camino era desembarcar en Buenos Aires, cruzar La Pampa, llegar a Mendoza, organizarse bien allí, cruzar la cordillera, atacar Chile, y una vez vencido en Chile el español, entonces por vía marítima desde Chile se atacaba Perú y Quito. Claro, obviamente había un parecido con lo que hizo San Martín, entonces eso es lo que dijo Terragno: “Mire qué parecido es esto  con lo otro”; claro de ahí a decir que él cumplió órdenes siguiendo el plan, hay una buena distancia. ¿Por qué? Porque cuando Maitland escribió eso en 1800, Inglaterra estaba en guerra con España;  pero cuando San Martín actuó, Inglaterra estaba aliada a España;  así que de ninguna manera Inglaterra pensaba desembarcar en Buenos Aires, llegar a Mendoza, cruzar a Chile e ir al Perú; todo lo contrario, Inglaterra estaba peleando con España allá en Cádiz.

Pero el plan Maitland les ha caído de maravillas a todos los enemigos de San Martín. Entonces ahí está la prueba. ¿Prueba de qué? De nada: porque además Maitland lo escribió muchos años antes, y nunca nadie había dicho que hubiera admiración del uno por el otro, ni cosa por el estilo. Pero es una cosa ver que no se ajustó al plan Maitland: según todos éstos, San Martín vino a Buenos Aires, y de Buenos Aires a Mendoza. No, señores: nunca vino de Buenos Aires a Mendoza; desembarcó en Buenos Aires, allí creó el regimiento de Granaderos  a Caballo, combatió contra las tropas del Concejo de Regencia en San Lorenzo, y después fue mandado al Norte, a Tucumán para comandar el ejército del Norte. Así que nada de pasar por vía de Chile. El ejército del Norte estaba enfrentado con tropas del Perú, en este caso del Alto Perú (hoy Bolivia). Y estuvo allí unos meses dirigiendo este ejército y lo hizo bien, pero después cayó enfermo, y de ahí que para reponerse fuera  a Mendoza.

En esto hay tres puntos que tenemos  que aclarar: había una carta, supuesta carta que todos citan de abril de 1814 de San Martín a Nicolás Rodríguez Peña, donde le dice: “Yo estoy convencido de que la patria no hará camino por el Norte, hay que abandonar eso. Le digo mi secreto, hay que crear un pequeño ejército fuerte en Mendoza, y de ahí pasar a Chile, y de Chile al Perú”. En esto los liberales encuentran la prueba de que seguía el plan inglés ya en 1814; y si no sigue en Tucumán es porque se hace el enfermo para ser llevado a Córdoba y luego a Mendoza.

Pero en Tucumán hizo todo lo que venía hacer para luchar por el Norte, y si tuvo que dejar el mando del ejército del Norte fue por enfermedad real. Todos los testigos lo afirman, además de una junta de seis médicos para asistirlo porque se podía morir (vomitaba sangre constantemente). No era ningún invento, no era ningún pretexto, lo mandaban a las Sierras de Córdoba a ver si se salvaba o no, porque era un clima benigno, menos húmedo y caluroso que el de Tucumán. Solamente un testigo de esta época dice lo contrario. Éste fue el general Paz que en sus Memorias afirma la mentira de la enfermedad de San Martín (es lo que toma Mitre, porque las primeras piedras, contra San Martín las tira a este gran liberal). Mitre se toma de los dichos de Paz y evita todos los otros dichos, de todos los otros oficiales que dicen que estaba realmente enfermo, se toma del único que brindaba un pretexto.

Pero Paz era una persona resentida con San Martín, porque cuando se organiza el ejército de los Andes en  Mendoza, él quiere entrar y San Martín se lo niega, y después vuelve a pedir en Lima y San Martín vuelve a negárselo otra vez, vaya a saber por qué. Entonces él quedó para siempre resentido y por eso miente. En la correspondencia entre el Director Supremo Posadas y San Marín y las autoridades del ejército de Tucumán, aparece la  evidencia de que está absolutamente enfermo, y gravemente enfermo; y hoy hay veinte estudios sobre este tema, todos coincidentes en que sí, que San Martín padecía de una úlcera sangrante que le hacía vomitar sangre; otros dicen que era lícito creer que tenía una lesión pulmonar de la guerra en España. Lo cierto era que estaba ahí, al borde de la muerte porque se quedaba anémico después de tantas hemorragias. Y como él vivía de ese sueldo, no tenía otro ingreso, y después de estar descansando ahí unos meses en Saldán,  Córdoba, se le dio nuevo destino y el Director Supremo lo nombra en Cuyo.

Mendoza pasa a ser el lugar central, según los liberales. No, Mendoza era una ranchería, era el último lugar, era el lugar más tranquilo que le podían dar, porque no había ningún problema en Mendoza. ¿Y esto por qué? Porque en Chile estaba el gobierno de los autonomistas chilenos, en el Norte estaba Rondeau en su reemplazo, allá con el ejército del Norte. Entonces le dan casi a elegir entre La Rioja y Mendoza, un poquito menos caluroso; pero eso es todo, ahí no había ningún destino militar ni va a formar nada. ¿Saben cuánta tropa tenía San Martín cuando llegó en el año 1814 a Mendoza? Treinta soldados en el fuerte de San Carlos; que no eran soldados, eran milicianos llamados blandengues que estaban en el fuerte de San Carlos para defenderse contra los indios. Esa era la tropa con la que iba a cruzar Chile y de ahí  dirigirse al Perú. ¡No! Fue por razones estrictas de salud, para terminar de curarse, y así se lo dice el Director Supremo en el nombramiento que le hace.

Pero después sucede que el ejército del Norte es vencido en Sipe-Sipe, y el ejército de los chilenos es vencido en San Carlos. Entonces sí, a fines del ´14 comienzos del ´15 las cosas cambian totalmente, porque un lugar tranquilo como era Mendoza se convierte ahora en un lugar clave, ya que lo chilenos que habían combatido se asilan en Mendoza; y es posible que los realistas que están instalados en Chile crucen la cordillera, e invadan el antiguo territorio de las Provincias Unidas. Entonces sí, ya empieza a haber una correspondencia de San Martín con Álvarez Thomas, el Director Supremo, donde va enviando tropas a Mendoza para armar una defensa, una pequeña guarnición, y empieza a ver los boquetes de la cordillera por dónde mejor pasar. San Martín tiene una actitud defensiva, no está pensando en invadir Chile, sino en que desde Chile no nos invadan a nosotros, y durante todo el año 1815 la cosa es así. Pero él empieza a armar, y ahí se ve otra virtud del héroe, casi de cero una defensa de la nación. Una nación no necesita ser tan poderosa para defenderse si tiene a su frente hombres de bien, hombres valientes, héroes. Por ejemplo:

España, en tiempo de la reina Isabel I, la Católica, se encontraba en una situación difícil y apremiante. Ella heredó el trono de Castilla, y Castilla era una región donde habían estado los reinos de taifas. Cada uno de estos nobles ordenados por su cuenta, no obedecían al rey; las ciudades estaban llenas de bandidos y no se podía ir de una ciudad a otra porque los bandidos estaban en los bosques; la gente estaba alzada contra los judíos; los moros estaban cerca; el clero estaba corrompido, infiltrado de herejías; el ejército corrupto y los nobles también.  Ése es el gobierno que recibe Isabel, y en quince años ella (realmente Dios la tenga en la gloria), hace el Imperio Español, da vuelta a todos: limpia el clero, limpia el ejército, limpia los bosques, termina con los moros, ataca a los musulmanes en el África, facilita la empresa de Colón y mil cosas más. Es decir: un país se puede dar vuelta perfectamente, si hay un héroe a su frente. La reina era una heroína. San Martín también en Cuyo demuestra que se podían hacer de cero las cosas, si había esa voluntad de bien.

En Mendoza no se fabricaban ni clavos, pero él consigue un fraile franciscano, fray Luis Beltrán, y lo pone al frente de  su yunque, a hacer desde clavos a cañones, fusiles, bayonetas. En La Rioja se buscó el salitre. En Colonia Caroya otros nitratos para armar los explosivos; se consiguieron de Catamarca, San Juan y San Luis las telas con las cuales se elaboraron los uniformes, se los tiñeron, las botas, las mulas, los caballos, y sobre todo los cuatro mil hombres como mínimo que tenían que tener para poder hacer la empresa que va a ser el ejército de los Andes. Eso recién en 1816. En esos dos años San Martín, como dicen, “ha trabajado a lo macho”. A pesar de ser un hombre enfermo (porque la enfermedad ya no lo va a dejar nunca) va a organizar esto desde cero, con jóvenes oficiales que había traído de Buenos Aires, del Regimiento de Granaderos (jóvenes aristócratas,  criollos, estancieros). Consiguió de esos, unos quince, los trajo y esos fueron sus jóvenes oficiales. De ellos,  el más notable, fue Mariano Necochea. San Martín, estaba casado con Remedios de Escalada, y tuvo una niña, Mercedes, a pesar de que él hubiera querido tener un varón; no pudo y Mariano Necochea fue como su hijo varón.

Lo que no consiguió fueron jefes de importancia que lo secundaran, y eso fue un déficit para el ejército de los Andes siempre. Lo suplió como pudo con estos oficiales. Y la tropa ¿de dónde? La tropa la puso Cuyo. De los cuatro mil soldados, tres mil setecientos fueron cuyanos: de San Luis, de San Juan y de Mendoza.

Esa es la primera tanda, la que parte en el año ´16 y ´17. Pero luego cuando, después de Chacabuco y de Maipú, él tiene que reorganizar su ejército si quiere seguir, porque ha tenido muchísimas bajas, y manda a los principales regimientos a rearmarse en Cuyo. Hay otros tres mil cuyanos que pasan a integrarse al ejército. Es decir, que en total, se podría decir que Cuyo puso siete mil soldados. Y esta es una causa que los cuyanos tenemos que hacer valer. Yo la hice valer hasta donde pude, hasta que un gobernador de la provincia me trajo a uno de estos grandes sinvergüenzas, Ignacio García Hamilton a hablar contra San Martín en la casa de San Martín, en la biblioteca de San Martín. Entonces le dije al gobernador:


-¡Mire, que hable lo que quiera, pero no en la casa de San Martín;  es muy feo venir a la casa de alguien a hablar en contra del dueño de casa! ¡Además, nosotros pusimos, 7000 mil soldados! ¿Saben cuántos regresaron? Siete, que formaron en la plaza de Mayo en 1826 al mando del Coronel Bogado.  Por esos muertos, este  sinvergüenza y pro-montonero José Ignacio García Hamilton, no debe hablar. Habló naturalmente, además estos chicos que no sabían nada de historia fueron a tirarle huevos podridos -una venganza adecuada...

CONTINUA

*Desgrabación de una conferencia del Dr. Enrique Díaz Araujo sobre el gran Libertador, pronunciada en enero de 2013 en San Rafael, Mendoza, durante las Jornadas para Universitarios organizadas por el Instituto del Verbo Encarnado.

Tomada de: http://www.quenotelacuenten.org/2014/08/15/san-martin-mason-desmitificando-los-enemigos-de-san-martin/


sábado, 17 de diciembre de 2016

La guerra contra la Confederación Peruano–Boliviana (1837-1839)

Gral. Alejandro Heredia
Por Sebastián Miranda*

El 19 de mayo de 1837 el entonces encargado del manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana, comenzando el conflicto con dicha confederación. Se trató de una reacción originada como consecuencia de las agresiones que el Mariscal Santa Cruz, dictador de Perú y Bolivia, venía ejerciendo sobre nuestro país.

Las causas de la guerra

Terminada la guerra de independencia Bolivia se separó del Perú y se proclamó como república independiente en 1825. A este hecho siguió, en ambos Estados, un período de guerras civiles entre diferentes grupos que se disputaban el poder. Tras una larga lucha en 1836 el Mariscal Andrés de Santa Cruz, viejo guerrero del ejército de Bolívar y dictador de Bolivia, tomó el control del Perú decretando la unión entre ambas repúblicas. Nació así la Confederación Peruano-Boliviana que fue reconocida por la mayoría de los gobiernos de Europa y América. 

Andrés de Santa Cruz buscaba la formación de una confederación de repúblicas americanas y continuó su proceso de expansión hacia el sur, comenzando sus fuerzas a incursionar sobre el norte de Argentina y Chile lo que motivó las protestas de ambos gobiernos a pesar de lo cual continuaron las incursiones. A su vez estableció contactos con Fructuoso Rivera, presidente de la Banda Oriental y enemigo de Rosas. Su plan consistía en fomentar el desorden en las provincias del norte a la vez que Rivera lo hacía en las de la Mesopotamia, tras lo cual - bajo el pretexto de razones de orden y humanidad - colocarían estas provincias bajo su protección. Santa Cruz también dio amplio apoyo a los emigrados unitarios que desde el territorio boliviano realizaban ataques a los gobernadores federales de las provincias del norte lo que motivó nuevamente las protestas de la Confederación Argentina. 

Ya en 1834 Santa Cruz había prestado auxilios a una incursión del coronel unitario Javier López sobre el norte que culminó con su derrota de Chiflón. En 1835 se produjo otro ataque de López desde Bolivia pero fue nuevamente derrotado, en este caso en la batalla de Monte Grande. Ese mismo año Felipe Figueroa con fuerzas organizadas en Bolivia invadió la provincia de Catamarca. Al año siguiente Mariano Vásquez atacó con fuerzas bolivianas los poblados de Talina, Tupiza y La Puna. También dio apoyo a una expedición organizada en Perú al mando del general Freyre que se proponía derrocar al gobierno de Chile pero fue interceptada por una incursión de naves chilenas sobre el puerto de El Callao. Al reiterarse las agresiones, los gobiernos de Argentina y Chile comenzaron los contactos para el establecimiento de una alianza en contra de Santa Cruz. Esta nunca llegó a materializarse por escrito pero sí de palabra. El 11 de noviembre de 1836 Chile declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana. Argentina hizo lo propio el 19 de mayo del año siguiente.

Las fuerzas opuestas

La Confederación Argentina

He tomado el año de 1838 como base para describir el estado de las fuerzas opuestas ya que fue el momento álgido de la campaña, pero se debe tener en cuenta que la composición de las mismas fue variando con el paso del tiempo.

Rosas nombró como comandante del ejército nacional en el norte al general Alejandro Heredia, caudillo de Tucumán y una de las figuras de mayor influencia en la zona tras la muerte de Facundo Quiroga. Las fuerzas a cargo de Heredia eran muy limitadas por lo que debió comenzar a organizarlas por su propia cuenta. Ante la carencia de medios solicitó auxilios a Buenos Aires. Rosas envió importantes cantidades de pertrechos entre los que se contaban: 500 tercerolas y carabinas, 900 fusiles, 700 sables, 3.500 piedras de fusil y unos 54.500 cartuchos. A su vez las provincias del norte y el litoral aportaron más armas y soldados con lo que se logró poner en pie una fuerza de unos 3.500 hombres que para 1838 quedó organizada en tres divisiones.

La primera a cargo del gobernador de Salta, General Pablo Alemán. Estaba compuesta de la siguiente manera: 2 regimientos y dos escuadrones de caballería, los primeros eran el “Coraceros de la Confederación Argentina” y “Lanceros de Salta” y los segundos el “Dragones de Jujuy” y el “Restaurador de Aguilar” y 5 regimientos de infantería, el 1 y 2 de milicias de Jujuy y el 6, 9 y 10 de milicias de Salta. En total unos 1.000 hombres.

La segunda división era mandada por el General Manuel Virto y la formaban: 2 regimientos y 4 escuadrones de caballería los primeros eran el “Restauradores” y el 3 de milicias y los segundos eran el “Coraceros de la Guardia”, el de granaderos, el de guías y el de lanceros. A estas unidades se sumaban dos batallones de infantería, el “Libertad” y el de “Cazadores”. En total unos 1.500 hombres.

La tercera división la formaban 1.000 hombres con 2 piezas de artillería, agrupados en las siguientes unidades: 4 regimientos y 2 escuadrones de caballería, los “Coraceros de la Muerte”, “De Rifles”, “Coraceros Argentinos”, 11 de milicias, 4 de milicias y “Granaderos de Santa Bárbara”. A ellos se sumaban dos batallones de infantería, el “Defensores” y el "Voltígeros”. La división estaba a cargo del General Gregorio Paz.

El armamento lo componían fusiles de chispa de 16mm con bayoneta con un alcance eficaz de 200 metros y máximo de entre 400 y 500 metros. Se sumaban las carabinas con un alcance algo menor al de los fusiles, sables, pistolas y lanzas. La artillería fue muy poco usada debido a que se operaba en un terreno que en general era montañoso por lo que no convenía el cargar con pesadas piezas, a lo sumo se llevaban culebrinas o morteros. En esta época de nuestra historia la caballería se organizaba en regimientos compuestos de cuatro escuadrones cada uno, aunque en la guerra contra la Confederación formada por Perú y Bolivia tenían solamente dos.

La infantería argentina solía organizarse en regimientos compuestos a su vez por dos o más batallones divididos en compañías. El número de hombres variaba según la disponibilidad de efectivos. A su vez solía dividirse a la infantería en las unidades de línea (combatían en orden cerrado) y en las de ligera que combatían en orden disperso, lo que se llama comúnmente a manera de “guerrillas”.

La Confederación Peruano-Boliviana

En ese caso lamentablemente es menor la información de la que se dispone. El grueso del ejército de la Confederación, unos 5.000 hombres, se encontraba en el propio territorio del Perú presto a enfrentar el ataque de las fuerzas chilenas que desembarcarían allí. A esta fuerza se la conoció como “fuerza norte”. Sobre la frontera con nuestro país Santa Cruz ubicó a unos 2.000 - 4.000 hombres (las cifras son muy variables) al mando del General Felipe Braun con el objetivo de mantener a raya a las fuerzas argentinas hasta que el grueso del ejército derrotara a las unidades chilenas.

Para 1838 las fuerzas de Santa Cruz se componían de 4 batallones de infantería, los 2, 5, 6 y 8 con 300, 380, 700 y 600 hombres respectivamente; 4 escuadrones de caballería 2 de ellos de cazadores, 1 de coraceros y 1 de guías y una brigada de artillería con 4 piezas al mando del comandante García. El armamento de estas unidades era muy similar al de las argentinas.

En lo que se refiere al entrenamiento hay que destacar que era mejor el de las unidades ubicadas en Bolivia que el de las nacionales. Santa Cruz se había preocupado desde el principio de su gestión de fortalecer al ejército para utilizarlo como principal argumento de su proyecto de expansión. Santa Cruz contó con una gran ventaja a nivel militar con respecto a nuestro país durante la guerra, mientras él pudo concentrar todas sus fuerzas contra Chile y Argentina, las fuerzas de la Confederación Argentina no pudieron hacer lo mismo. Esto se debió a que a la vez que se producía la guerra con Bolivia y Perú la Argentina debió enfrentarse al bloqueo y los ataques de Francia, a la campaña de las fuerzas unitarias en el litoral y a la revolución de los hacendados del sur de Buenos Aires por lo que no se pudo emplear el ejército nacional en su totalidad en el norte.

Situación inicial

Para 1837 Alejandro Heredia se encontraba en Tucumán preparando el grueso del ejército para comenzar las operaciones sobre la frontera. Heredia había encargado al general Pablo Alemán la cobertura de la frontera mientras él completaba el entrenamiento de las fuerzas argentinas. Alemán apenas desplegó unos 380 hombres dispersos en diversas localidades de la frontera que quedó en un estado de suma vulnerabilidad. Por otra parte la preparación del ejército se demoró demasiado por lo que la iniciativa de la guerra quedó inicialmente en manos de los bolivianos.

El general Felipe Braun había recibido órdenes de Santa Cruz de mantenerse a la defensiva hasta que él pudiera derrotar a las fuerzas chilenas, pero al ver la inactividad de las fuerzas argentinas decidió atacar la frontera argentina. Braun intentaría hacer retroceder a las fuerzas argentinas hacia el sur con el objetivo de asegurar la frontera.

La posición de Braun se vio favorecida por la demora en el inicio de la invasión chilena al Perú. Dicha demora se debió al alzamiento de las tropas del coronel Vidaurre, en Quillota, y el asesinato de Diego Portales, ministro chileno.

La invasión de Braun al norte argentino

Aprovechando la inactividad de las fuerzas argentinas el general Felipe Braun concentró sus fuerzas en Tupiza y a fines de agosto de 1837 avanzó hacia el sur para invadir el norte argentino entrando por Jujuy. El 28 de agosto de 1837 una columna compuesta por unos 100 hombres ingresó por La Quiaca al poblado de Cochinoca reduciendo a las autoridades de La Puna y al destacamento de la zona. La segunda de las columnas, ubicada al oeste de la primera, tomó los poblados de Santa Victoria e Iruya tras rendir a las fuerzas de dudosa lealtad al mando del coronel Manuel Sevilla. De esta manera quedó el camino abierto hacia Jujuy. Ambas columnas se reunieron en la quebrada de Humahuaca el 11 de septiembre.

Alejandro Heredia recién había tenido noticia de estos movimientos el día 9 de septiembre por lo que tardó en reaccionar. Envió a su hermano Felipe con la vanguardia del ejército compuesta por un escuadrón del regimiento “Restauradores a Caballo”, otro del “Cristinos de la Guardia”, un escuadrón de milicia y una compañía de tiradores como refuerzo, en total 400 hombres. El 12 de septiembre la vanguardia nacional llegó a unos 500 metros al sur del poblado de Humahuaca y fue recibida por los disparos de una avanzada boliviana a la que dispersó rápidamente, comenzando de esta manera el combate de Humahuaca. Por las características del terreno, montañoso, las fuerzas de Heredia no pudieron flanquear a los bolivianos por lo que las atacaron frontalmente. Tras varias cargas retrocedieron siendo perseguidos por los soldados argentinos. La persecución se detuvo por el descubrimiento de una considerable fuerza enemiga ubicada más al norte. Se trataba de una columna dirigida por el teniente coronel Campero y que había sido mandada por Braun para permitir la retirada de sus fuerzas ya que en ese momento creyó erróneamente que las fuerzas argentinas eran el ejército completo y no como en realidad ocurría simplemente la reducida fuerza de vanguardia.

Felipe Heredia continuó el avance al día siguiente y el 13 de septiembre se encontró nuevamente con las fuerzas de Braun que se habían atrincherado en las alturas de Santa Bárbara. Para atacar la posición Heredia dividió a sus tropas en dos columnas, la derecha quedó formada por un escuadrón del “Cristinos de la Guardia”, otro del de milicias y la compañía de tiradores. La columna de la izquierda se formó con un escuadrón del “Restauradores”. Sorpresivamente el teniente coronel Benito Macías, comandante del “Restauradores”, ordenó a su escuadrón cargar sin recibir orden previa de Heredia. Viendo esta situación Felipe Heredia ordenó al escuadrón del “Cristinos de la Guardia” cargar inmediatamente. Este escuadrón fracasó en su carga, pero las fuerzas argentinas se reorganizaron y volvieron a cargar logrando hacer retroceder a los bolivianos que se retiraron hacia el norte. Ante la proximidad de nuevas fuerzas enemigas Heredia no continuó la persecución.

El 11 de diciembre un destacamento de soldados argentinos al mando del capitán Aramayo sorprendió a una fuera boliviana al mando del comandante Calqui en Tres Cruces tomando varios prisioneros, armas y ganado. Las acciones a menor escala continuaron y el 2 de febrero de 1838 un destacamento nacional al mando del capitán Gutiérrez tomó prisioneros a 10 soldados bolivianos en la zona de Rincón de las Casillas, al sur de Negra Muerta. El destacamento argentino se encaminó a Negra Muerta para esperar la llegada de una columna enviada por Braun y emboscarla. Allí mediante un brillante ardid Gutiérrez logró que en medio de la obscuridad dos destacamentos bolivianos se confundieran y, creyendo que se trataba del enemigo, abrieron fuego uno sobre el otro, prolongándose el enfrentamiento hasta que se dieron cuenta del error cometido. A pesar de las victorias obtenidas, Alejandro Heredia no pudo emplear a las fuerzas argentinas en una invasión a Bolivia debido a una serie de sublevaciones producidas en las provincias del norte.

Derrota chilena y retirada argentina

Mientras se desarrollaban estos enfrentamientos en el norte argentino Chile lanzó una expedición sobre la costa del Perú a las órdenes del Almirante Blanco Encalada.

Los chilenos desembarcaron y establecieron un gobierno provisional en Arequipa tras lo cual avanzaron al norte por terreno desértico, las enfermedades, la sed y las epidemias mermaron mucho a los 4.000 hombres de esta expedición. Santa Cruz lo sabía y con el grueso del ejército de la Confederación Peruano-Boliviana marchó para enfrentar a Blanco Encalada. El almirante chileno viéndose en una completa inferioridad de condiciones se rindió firmando la paz de Paucarpata por la cual Chile quedó momentáneamente fuera de la guerra. Heredia se enteró de este hecho en enero de 1838 y comprendió la gravedad de la situación ya que ahora se presentaba el peligro de que Santa Cruz decidiera avanzar con todo su ejército sobre el norte argentino. Aprovechando esto Braun volvió a avanzar sobre el norte argentino y a su vez Heredia retrocedió concentrado al ejército en Itaimari y Hornillos.

Las fuerzas argentinas a pesar de la peligrosa situación emprendieron algunas acciones menores contra los bolivianos. El coronel Paz logró tomar San Antonio de los Cobres, el coronel Mateo Ríos avanzó desde Orán hacia Iruya y el teniente coronel Baca hostilizó a los bolivianos, la acción combinada de estas fuerzas obligó a Braun a retroceder. La situación nuevamente se tornó favorable a las fuerzas argentinas ya que el gobierno chileno rechazó el acuerdo de Paucarpata y comenzó a preparan una nueva expedición sobre el Perú por lo que Santa Cruz no pudo mandar al grueso de sus tropas contra la Confederación Argentina. El general Heredia no se mostraba demasiado activo lo que motivó los reclamos de Chile. Heredia ofreció su renuncia pero fue rechazada por Rosas y le ordenó la preparación de una expedición para atacar a los bolivianos.

Campaña de Alejandro Heredia

Con sus fuerzas ya reorganizadas el general Alejandro Heredia se dispuso a tomar la ofensiva contra las tropas de Braun. A tal fin organizó al ejército del norte en tres divisiones. La primera de ellas quedó al mando del coronel Manuel Virto con unos 1.200-1.500 hombres y tenía como misión el avanzar hacia las montañas de Iruya para atacar al grueso del ejército boliviano por la retaguardia e impedir su retirada. La segunda división estaba compuesta por 1.000 hombres al mando del general Gregorio Paz y debía ocupar la frontera con Tarija y amenazar la ciudad de Chuquisaca.

La tercera división al mando Pablo Alemán permanecería a retaguardia de las otras divisiones para actuar como reserva. La vanguardia de la división del general Gregorio Paz inició la marcha el 27 de mayo de 1838 con el coronel Mateo Ríos al frente. A los dos días atacó a una avanzada boliviana que se había ubicado en el pueblo de Carapari. El comandante de la guarnición, Cuellas, se mostró dispuesto a rendirse pero explicó que debía convencer a sus oficiales que se encontraban acampados en Zapatera. Estos no accedieron a rendirse por lo que Paz decidió atacarlos. A tal efecto dividió a sus fuerzas en dos columnas. La primera de ellas al mando del coronel Mateo Ríos avanzó por el camino de Itau, la segunda al mando de Paz lo hizo por el camino de Saladillo.

La vanguardia boliviana fue atacada por una compañía de tiradores y 15 hombres del regimiento “Coraceros Argentinos” por lo que comenzó a retirarse, fue entonces cuando el teniente coronel Bárcena avanzó con una compañía de tiradores y la mitad del escuadrón “Granaderos de Santa Bárbara” para cortarles el paso. Mientras se producía la persecución, que se prolongó unos 20 km., un escuadrón al mando del comandante Cuellas desertó y se unió a las fuerzas nacionales. La columna del general Paz siguió avanzando y el 8 de junio de 1838 derrotó a una avanzada boliviana en San Diego. En esta acción participaron la segunda compañía de granaderos, 15 tiradores del regimiento “Coraceros Argentinos” y una compañía del batallón “Defensores”.

Cerca de la localidad de El Pajonal el general Gregorio Paz destacó al teniente coronel Ubiens con 200 hombres para que se ubicara a retaguardia del enemigo y cortara su retirada pero los bolivianos dando cuenta de la maniobra se retiraron y lograron eludir el cerco. La división continuó el avance llegando a las proximidades de Tarija pero al aproximarse nota la presencia de una fuerza enemiga de considerable tamaño por lo que Paz decidió retroceder el 24 de junio. Durante la retirada las fuerzas nacionales fueron derrotadas en Cuesta de Cayambuyo y continuamente hostilizadas por los bolivianos sufriendo fuertes pérdidas. A la vez que se desarrollaban estas acciones la columna del coronel Virto también participaba en las operaciones. Esta columna había partido el 5 de junio de 1838 de San Andrés con rumbo a Abra de Zenta. En el camino se reunieron con las tropas enviadas desde Jujuy al mando del coronel Iriarte.

El 11 de junio la división se encontraba cerca de la población de Iruya donde las tropas de Braun se habían atrincherado fuertemente. Al frente de la vanguardia marchaba el coronel Rivas para tomar las alturas ocupadas por el enemigo. La compañía de “Voltígeros” del capitán Lorenzo Alvarez atacó la población con gran determinación pero fracasó. Virto mandó en repetidas oportunidades sus fuerzas contra el dispositivo boliviano pero no logró doblegarlo. Como último intento mandó la reserva pero aún así no pudo seguir avanzando por lo que debió retroceder.

El 22 de agosto de 1838 el general Heredia ordenó la retirada de las fuerzas nacionales tras haber fracasado las columnas en cumplir con los objetivos asignados.

El 12 de noviembre de 1838 estalló en el noroeste argentino la rebelión dando comienzo a lo que se llamó la “Coalición del Norte”. Ese día el general Alejandro Heredia fue asesinado por una partida de rebeldes por lo que las acciones se vieron nuevamente detenidas.

El fin de la guerra

El 20 de enero de 1839 las fuerzas chilenas desembarcadas en el Perú al mando del general Manuel Bulnes se enfrentaron al ejército del general Andrés de Santa Cruz en Yungay, tras cinco horas de duros combates las fuerzas de la Confederación Peruano-Boliviana fueron completamente derrotadas. Tras la batalla la confederación se disolvió. El general Velasco fue elegido como nuevo presidente de Bolivia. Las nuevas autoridades mostraron buena voluntad con respecto al problema originado años antes con nuestro país por la disputa en torno a la posesión de la provincia de Tarija. El gobierno argentino podría haber aprovechado la situación de encontrarse como vencedor para ocupar la disputada provincia, pero no lo hizo. Juan Manuel de Rosas consideró que lo correcto era que la cuestión debía ser decidida por los habitantes de la zona. Se realizó una consulta y Tarija se incorporó a Bolivia.

El 26 de abril de 1839 el gobierno argentino dio oficialmente por terminada la guerra.

Como balance de la misma se puede decir que si bien la Argentina no logró victorias decisivas durante su desarrollo sí se logró algo que fue fundamental para la Nación. Se pudieron desbaratar los planes de Santa Cruz de anexar a la Confederación Peruano-Boliviana las provincias del noroeste por lo que se logró mantener la integridad territorial y la soberanía de la Argentina, esto es más destacable si tenemos en cuenta que por esos días la Confederación Argentina debió enfrentarse también con otra agresión desde el exterior, el bloqueo de Francia. Este fue apoyado por numerosos movimientos internos encabezados por los unitarios que no mostraron el menor escrúpulo –salvo gloriosas excepciones como el caso de Martiniano Chilavert- a la hora de intentar derrocar a Rosas, aunque fuera con armas y dinero francés y que ello implicara la disgregación de la integridad territorial de nuestra Patria.

Sirva este trabajo a manera de sencillo y humilde homenaje a los valientes que dieron la vida en esta contienda por preservar la soberanía Argentina en esos momentos decisivos para la nación.


Bibliografía
-BASILE, Clemente: Una Guerra Poco Conocida, Buenos Aires, Círculo Militar, 1943. Biblioteca del Oficial.
-CHÁVEZ, Fermín: Rosas su Iconografía, Buenos Aires, Oriente, 1970.
-COLEGIO MILITAR DE LA NACIÓN: Atlas Histórico-Militar Argentino, Buenos Aires, Colegio Militar de la Nación, 1970.
-SALDÍAS, Adolfo: Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1951, T II.
-SECRETARÍA GENERAL DEL EJÉRCITO: Semblanza Histórica del Ejército Argentino, Buenos Aires, Ejército Argentino.
-SIERRA, Vicente: Historia de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Científica Argentina, 1969, T VIII.


*Licenciado en Historia