El decreto del gobierno de la Sra. Cristina Kirchner, por el cual se creó el
denominado Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, fue motivo de
una sosa polémica en torno a los objetivos supuestamente revisionistas que
tendría dicho organismo estatal.
Como era de esperar, desde los ámbitos académicos
dominados por los cultores de la llamada Historia Social, se reaccionó en
contra de la medida. Y aunque sus expresiones en general tuvieron el tono
soberbio que los caracteriza, su vehemencia
fue bastante controlada. Seguramente por el temor a que una excesiva diatriba
los coloque en el incomodo lugar de opositores al gobierno.
Según estos
historiadores, el Estado, al impulsar la formación de un instituto integrado
por escritores mediocres o meros divulgadores sin formación académica,
menosprecia y descalifica el trabajo de los investigadores y científicos
acreditados.
En ese sentido, Luís Alberto Romero refiriéndose a los
miembros del Instituto de marras, afirmó que “ninguno de ellos es reconocido, o simplemente
conocido, en el ámbito de los historiadores profesionales. De los 33 académicos
designados, hay algunos conocidos en el terreno del periodismo, la docencia o
la función pública. Dos de entre ellos, Pacho O'Donnell y Felipe Pigna, son
escritores famosos. En mi opinión, entre ellos hay muchos narradores de mitos y
epopeyas, pero ningún historiador. Nada comparable con los fundadores del
revisionismo”.
Llama la atención la última frase
de Romero, quien además reconoce que en el revisionismo “militaron historiadores y pensadores de
fuste”, y cita entre ellos a Julio
Irazusta, Ernesto Palacio y José Maria Rosa; este desliz –viniendo de quien
viene- es un justo reconocimiento al revisionismo fundacional. Aunque a renglón
seguido les señala el defecto de adherir “a
la idea de la conspiración”, es decir a la creencia de que “los vencedores han mantenido oculta una
historia verdadera”. Como si no fuera esto estrictamente cierto; y como si
no fuera esta la razón por la cual recién ahora un mínimo y fugaz comentario
laudatorio se desliza sobre ellos; al tiempo que se descalifica arteramente su
enfoque hermenéutico.
En fin, volviendo a las objeciones
que plantean estos profesionales de la historia; la otra cuestión que los tiene
preocupados es la posibilidad de
que el gobierno trate de imponer una historia oficial que no es la de ellos. En
ese sentido Beatriz Sarlo denunció que estamos ante “una operación montada desde la Casa Rosada con el objeto de instaurar un pensamiento
único del pasado”.
En realidad resulta inaudito que los liberales se
rasguen las vestiduras por este asunto, ya que fueron ellos quienes impusieron
la versión dogmática de nuestro pretérito que pergeñó Mitre y compañía; y a la
cual los actuales académicos profesionales le siguen rindiendo tributo
adornándola con aportes que en nada la modifican.
De todos modos, en vano se están preocupando. Sus
puestos están asegurados y nada sustancial del relato oficial de nuestra
historia se verá afectado.
En efecto, el peligroso “revisionismo” del Instituto
Manuel Dorrego no lo es tal, es una mera impostura.
Quienes integran dicho organismo solo son un rejuntado
de liberales, indigenistas, guevaristas, y neomarxistas, unidos todos por su común
militancia Kirchnerista. Por lo que nada que salga de ahí tendrá relación
alguna con el verdadero revisionismo.
Cualquier aficionado a la historia sabe que el
Revisionismo histórico es una corriente historiográfica que se propone develar
la verdad de nuestro pasado, interpretando los hechos a la luz de los intereses
nacionales; y que obviamente en ese afán los revisionistas –mas allá de sus
matices- confrontaron, y confrontan, con la historia oficial que impusieron los
vencedores de Caseros a los efectos de justificar su traición y de legitimar un
modelo de país subordinado a los intereses foráneos.
Pues bien, desde el Dorrego nada que se le parezca sucederá.
En efecto, su mismo presidente, el ex alfonsinista y
ex menemista Pacho O´Donnell, se encargó de declarar en el diario La Nación que la historia
oficial no será cuestionada. Sin preocuparse en ningún momento por el principio
de no contradicción afirmó: “yo soy un
revisionista que nunca ha hecho antimitrismo”. Y para que a los
descendientes de Mitre -propietarios de dicho diario-, no les queden dudas
calificó a este nefasto personaje como “maravilloso”.
En el mismo sentido que O´Donnell se pronunció Faustino
Schiavoni, otro integrante de este Instituto supuestamente revisionista, quien
dijo que “No se trata de demonizar a Sarmiento,
por ejemplo, porque hay que contextualizar las cosas en su tiempo”. Por
otro lado, en un arresto de sinceridad opinó que más que de revisionismo él
prefiere hablar de una historia “nacional
y popular”.
Bueno, por ahí nos vamos entendiendo mejor. Se va
aclarando para que ha sido fundado este Instituto.
No hay dudas que esta iniciativa, lejos de impugnar a
la historia liberal y a la historia social, lo que buscará es conciliar con
ellas en un sincretismo acorde con el relato kirchnerista.
De modo entonces que la mayoría de los argentinos seguirán
sin conocer la verdad integra sobre nuestro pasado, y sobretodo victimas de
hermenéuticas falaces que en nada aportan a la comprensión de nuestro origen, a
la formación de una conciencia nacional, y al discernimiento del destino común.
Es decir presos de una historia que no sirve para nada que no sea funcional a
los intereses antinacionales.
Edgardo Atilio Moreno
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