En este último grupo podemos colocar, con
diferentes matices, a Moreno, Castelli, Monteagudo –sobre todo en la primera
etapa de su vida pública-, y Rivadavia. Los tres primeros más influenciados por
el jacobinismo francés y las ideas de Rousseau, el último encandilado por las
corrientes liberales británicas, sobre todo las posturas sostenidas por Jeremy
Bentham.
Con respecto a Moreno, Enrique Díaz
Araujo, en el Tomo III de su Mayo
revisado, se encarga de derribar por tierra el mito de la Historia liberal
“paragüera”, según el cual dicho personaje fue el numen de una “revolución”
hecha en nombre de la “Soberanía Popular” (así, escrita con mayúsculas),
encarnando el espíritu republicano y democrático. La auténtica revolución fue
un hecho político que dio respuesta a la crisis del Imperio Español, y estuvo
protagonizada por el Regimiento de Patricios. No hubo nada que tenga que ver
con la “soberanía popular” (supuestamente expresada en el Cabildo Abierto del
22 de mayo, según la historia “clásica”). Moreno fue un “arribista”, llegado a
último momento a la Junta
creada el 25, que terminó –junto a la camarilla de intelectuales
“ilustrados”- controlando la labor del nuevo gobierno. La postura de Moreno no
fue ni independentista ni republicana. Su objetivo fue seguir una línea
“reformista”, manteniendo la
Fidelidad al “Rey cautivo”. El reformismo morenista se
proponía continuar con la ruptura iniciada por los ministros ilustrados de los
últimos Borbones. Díaz Araujo es clarísimo al respecto: “en lo cultural admiraba a los Iluministas franceses y en lo económico
prefería los negocios con los británicos, en lo político se mantenía leal a la Corona española (…), más
que un ‘revolucionario’, si tomamos esa voz en una acepción estrictamente
ideológica, convendría contarlo entre los ‘reformistas’ ilustrados”. Unos
renglones antes, el autor aclaraba que se trataba de “un ‘reformista’, a la manera de
la Ilustración
española”.[1]
Castelli, fue comisionado por la Junta manejada por “el numen de Mayo”, para imponer en el
interior, a sangre y fuego, la obediencia al nuevo orden, recurriendo para ello “a métodos repudiados por la moral ortodoxa: engañando, traicionando,
intrigando”[2];
y sembrando el espíritu de “revolución social”, apostrofando a los indios
altoperuanos en las ruinas del Templo del Sol de Tiahuanaco “sobre los abusos y crueldades del despotismo y los beneficios de la
libertad”[3]; al tiempo que un grupo de la soldadesca
se burlaba de la fe religiosa sencilla de otro grupo de indios y mestizos “arrancando la cruz (ante la que éstos se
encontraban postrados) de su sitial”. Monteagudo, por su parte, “vestido con ropas de sacerdote, se trepó en
Potosí al púlpito de una iglesia y pronunció un sermón sobre el tema: ‘La
muerte es un largo sueño’.”[4]
Estos hechos quitaron toda popularidad al ideal de Mayo en el Alto Perú.
Algunos años después, don Manuel Belgrano, con el espíritu de disciplina
impuesto a la tropa, y su ferviente y auténtica manifestación de religiosidad,
reparará en parte, el daño hecho por aquellos ideólogos[5].
Por su parte, Rivadavia tuvo una gran
participación durante el Primer Triunvirato –siendo Secretario del mismo-, y
fue parte de la misión diplomática encargada de las tratativas con el
restaurado Fernando VII, a partir de 1814. Luego de su fracaso, pasó varios
años en Europa, regresando en la década del 20, para convertirse en el máximo
representante del Partido Unitario, promoviendo reformas “liberales” desde su
cargo de Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, primero; y como
Presidente de las Provincias Unidas, después. En Europa había entablado amistad
con el filósofo liberal Jeremy Bentham[6],
y de regreso a nuestra Patria se propuso cambiar de raíz nuestros modos
tradicionales, a partir de las elucubraciones mentales de su “maestro”.
Contra todos estos innovadores podemos
admirar la figura del fraile franciscano Francisco de Paula Castañeda, quien
reconociendo la justicia del proceso iniciado en Mayo se opuso a los ideólogos
que buscaban romper con la
Tradición y empezar de cero. Explica el Padre Guillermo
Furlong que “lejísimo de utopías
soporíferas, de iniciaciones arcanas, de proyectos hinchados, no pocas veces
evidentes desvaríos (…) con que Rivadavia pretendía entontecer al vulgo, hasta
las máximas de libertad, de igualdad, de independencia, no eran para Castañeda
sino otras tantas zarandajas. Son, como expresó en una ocasión, ‘temas vanos e
insignificantes’.”[7]
Proponía el fraile una solución muy sencilla ante la anarquía desatada por la Revolución : “lo que hace falta es que los hombres todos
aprendan a obedecer, primero a Dios y después a sus párrocos, a sus alguaciles
de barrio y a toda humana creatura por amor de Dios”[8].
En un sermón pronunciado en
1818 ante el Director Pueyrredón afirmó que lo que conviene a la vida social es
“recibir la virtud del santo espíritu”,
y que la verdadera libertad “consiste en
tratarse (los hombres) como hijos, que son de un mismo Padre”. Se refiere
luego a las “almas contemplativas (…) que
buscando primero el reino de Dios y su justicia, logran por añadidura los
bienes temporales de libertad, honor y fortuna”[9].
De este modo afirmaba el valor y la primacía que siempre ha tenido la vida
contemplativa en la
Civilización occidental, realidad que fue duramente atacada
por las reformas rivadavianas contra la vida conventual durante la década del
20.
Como conclusión de lo expuesto, podemos
afirmar que los ideólogos e innovadores procuraron establecer la vida social
sobre la trilogía masónica: Libertad,
Igualdad, Fraternidad; entendidos estos conceptos en forma abstracta, y
forzando a la realidad para imponerlos, desencadenando como contrapartida, el
caos y el desorden. En tanto que Castañeda frente a la idea de la Libertad del Individuo y
su Igualdad con los otros –entendidos como átomos asociados a partir de un
contrato-, propone el Mando entendido como “función
paterna”: la Paternidad
divina se refleja en los hombres que en la sociedad cumplen la función de
Jefatura. Por eso habla de que “somos hijos
de un mismo Padre”, debiéndose ver en los que mandan (“párrocos, alguaciles”) la imagen de dicho Padre. Las relaciones
humanas se construyen, por tanto, no a partir de los principios de Libertad e Igualdad, sino de Paternidad y
Filiación; cuando estos dos principios
se logren afirmar, los hombres dejarán de verse como enemigos para verse como “hijos de un mismo Padre”, y por tanto,
se habrá logrado alcanzar la auténtica Fraternidad.
O sea: Libertad, Igualdad y
Fraternidad, de un lado; Paternidad,
Filiación y Fraternidad, del otro. Y
como fundamento de esto último, una vida humana fundada en la contemplación y no en el utilitarismo.
Prof. Javier Ruffino
[1]
Díaz Araujo, Enrique. Mayo revisado III.
[2] Ibarguren, Federico. Así fue
Mayo.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Monteagudo continuó siendo protagonista del proceso iniciado en
1810, evolucionando hacia posturas más conservadoras. Acompañó al General San
Martín en su campaña al Perú. En tanto que Castelli murió de un cáncer de
lengua en 1812 reconciliado con la
Iglesia : “rindió
contrito el alma a Dios, con todos los sacramentos de la Iglesia ” (Bruno,
Cayetano. Creo en la vida eterna).
[6] Bentham representaba en Gran Bretaña el liberalismo radical, en
contraposición al gran pensador contrarrevolucionario Edmund Burke. Peter
Viereck, citando a R. J. White, sostiene que Bentham “toma a las instituciones sociales como otras tantas piezas de un
mobiliario que pueden ser mudadas de lugar, reacomodadas, remodeladas, o hasta
convertidas en leña para el fuego” (Conservadorismo,
desde John Adams hasta W. Churchill). Esta definición se ajusta
perfectamente a la apolítica seguida por Rivadavia. Totalmente contraria es la
postura de Burke, para quien la sociedad es “una
asociación no solamente entre aquellos que viven, aquellos que están muertos y
aquellos que han de nacer…Cambiando el estado tan a menudo como haya fantasías
en el aire…ninguna generación podría enlazarse con otra” (Ídem). Para Burke la comunidad es orgánica,
en tanto que para Bentham es producto de un contrato.
[7] Furlong, Guillermo. Fray
Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente Patria Argentina.
1810-1830.
[8] Ídem.
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