miércoles, 19 de junio de 2013

LAS DOS ARGENTINAS: UNA REFLEXIÓN EN TORNO AL BICENTENARIO (1ª parte)

Por Fernando Romero Moreno
   
Desde tiempos de la Hispanidad (1492- 1816), la comunidad que luego daría lugar a la Argentina, tuvo dos proyectos políticos distintos en aspectos fundamentales.

Uno cuyo origen podemos encontrar en los Reyes Católicos y en los monarcas de la Casa de Austria (sobre todo Carlos V y Felipe II) - con todos los errores que sea necesario reconocer - pero que en resumidas cuentas suponía la unión en torno a los siguientes valores e instituciones: catolicismo, cultura clásica y americana, mestizaje étnico, armonía entre los estamentos sociales, conciencia territorial, proteccionismo económico, descentralización política e imperio de la ley divino positiva y de la ley natural. A esta herencia debemos gran parte de nuestra identidad: el idioma castellano,  las lenguas indígenas (sobre todo el quechua, el guaraní y el araucano), el arte barroco (pintura cuzqueña, arquitectura “colonial”, folklore tradicional), los fundamentos del orden social occidental (familia, municipio, corporaciones profesionales, Universidad), las raíces del federalismo, la religiosidad popular … Y un Orden Político y Jurídico acorde con nuestra cultura: Cabildos, Audiencias, Gobernadores, Virreyes, Derecho Indiano. Hay que señalar también algunos aspectos negativos heredados de España: instituciones como la esclavitud (aunque notoriamente más benigna que la existente en la América precolombina), algunas desigualdades económicas y sociales, el rigorismo penal, los errores de un sector de la Escolástica española y las tendencias voluntaristas presentes en determinada literatura espiritual pos- tridentina. Pero entendemos que en la balanza, pesa más lo positivo que lo negativo, sobre todo por la gran labor misional y civilizadora realizada por jesuitas, dominicos, franciscanos y multitud de funcionarios fieles a los mandatos de la Corona. Todo esto fue forjándose lentamente en los siglos XVI-XVII y la irrupción de los Borbones en 1713 constituyó el primer golpe mortal a la Tradición: aparecieron el laicismo estatal, el lucro como fin principal de la economía, la centralización administrativa, la transformación parcial de la aristocracia en oligarquía, las claudicaciones diplomáticas frente a Portugal y el afrancesamiento cultural... aunque el absolutismo no haya sido tan grave en América como sí lo fuera en Francia, en Austria y otras naciones europeas. Como consecuencia de este cambio dinástico e ideológico, dejamos de ser uno de los Reinos del Imperio Español para comenzar a recibir, de hecho,  el trato de meras colonias. Es de justicia reconocer que los Borbones hicieron en América varias reformas económicas, militares y geopolíticas necesarias. Pero esto no impidió la “implosión” definitiva del propio Imperio, ni la guerra de la Independencia, en la cual auténticos defensores de la Tradición se encontraron muchas veces enfrentados, por estar en uno u otro lado de la contienda (hubo tradicionalistas “patriotas” como el Padre Castañeda en Buenos Aires y tradicionalistas “realistas” como Francisco Javier de Elío en Montevideo).

   La línea de los Borbones fue continuada, luego de 1810,  por el sector iluminista de la Revolución de Mayo (Moreno, Castelli) y por la tendencia liberal del Partido Directorial (Alvear, Rivadavia), transformado más tarde en Partido Unitario. La consecuencia de este proceso fue la desintegración territorial (quedaron separadas de las Provincias Unidas, la Banda Oriental, el Alto Perú, Paraguay, las Misiones Orientales y Occidentales, y parte de la Patagonia), el desprecio por los indios y los gauchos, el ataque a la tradición católica, el librecambismo que benefició a los comerciantes de Buenos Aires y arruinó a las industrias del Interior, y  la sumisión al imperialismo inglés.

   La reacción no se hizo esperar: caudillos rurales (estancieros, militares) y un sector de la aristocracia, que se sentían identificados con su pueblo, que amaban la tierra, la cultura y la religión heredadas (no las modas de la Europa revolucionaria), se alzaron en defensa de estos principios y de las autonomías provinciales. Artigas, Güemes, Ramírez, López, Bustos, Quiroga, el “Indio” Heredia…y Don Juan Manuel de Rosas, que fue el principal de ellos. Gracias a la política del Restaurador (1829- 1852), después de una anarquía de más de diez años, logramos dos objetivos fundamentales: la restauración del Estado Central (con la consolidación de una nacionalidad propia  y la defensa de nuestra soberanía frente a Francia e Inglaterra) y la protección de la Tradición hispano- criolla y católica. El Partido Federal “apostólico” o rosista era tradicionalista en lo cultural, nacionalista en lo político, proteccionista en lo económico y sobre todo tenía una peculiaridad que después prácticamente despareció de los movimientos políticos llamados “nacionales”: representaba al pueblo (indios, negros, mulatos, mestizos), que eran despreciados por los unitarios “de frac y levita”, y representaba, simultáneamente a lo mejor del viejo patriciado: estancieros, alto clero, intelectuales. Ese federalismo “apostólico”, cuyo principal referente intelectual fue Don Tomás Manuel de Anchorena, representó en el siglo XIX, nuestra corriente política más ortodoxa, teniendo en cuenta las exigencias del Orden Natural y Cristiano y de la Tradición (por supuesto que no pretendemos identificar sin más a la religión católica con el federalismo, pues no todo los católicos fueron federales ni todos los federales, fieles a la Iglesia, pero es un hecho histórico corroborado que la tendencia mayoritaria del Partido Federal “rosista” era ortodoxa y antiiluminista en lo religioso ). Un federalismo cuyo equivalente doctrinario sería en el siglo XX el nacionalismo católico. Hubo dentro del Partido Federal otras líneas populistas y parcialmente heterodoxas, aunque innegablemente patrióticas y a su manera, católicas (Artigas, Dorrego), cuya herencia parece advertirse en el radicalismo yirigoyenista y en el peronismo histórico. El Partido Unitario, en cambio, era una facción de “ideólogos” (masones o “católicos liberales” en su gran mayoría), que quería imitar la letra de las instituciones extranjeras y gobernar con una minoría ilustrada de tipo burgués. No advertían que ese “constructivismo social” había conducido a Francia a la guerra civil y que, en cambio, el ejemplo de Estados Unidos era tal (en lo que hace a la existencia de un proyecto nacional y a la estabilidad política)  porque precisamente  se había conservado fiel a las instituciones británicas, de las que sólo hizo leves retoques. Si nuestros liberales hubieran sido realistas y no ideólogos, habrían imitado el “espíritu” de los anglosajones en lo constitucional y no la letra. Aquí había muy buenas instituciones, propias del derecho público hispano- indiano. Pero, con honrosas excepciones, sus aspectos positivos no fueron valorados como correspondía por los hombres “de las luces y de los principios”…San Martín, en cambio, que había llegado de Europa con algunas ideas liberales (liberalismo moderado, de tipo anglosajón), fue percibiendo  su error, evolucionó hacia una suerte de pensamiento conservador “patriótico” (sin llegar a ser propiamente un  tradicionalista, pues siempre conservó un resto de influencias “ilustradas”) y terminó aliado a los federales y  al Restaurador …y enemistado con Rivadavia y la mayoría del Partido Unitario….

                                                                                                         Continuará

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