Por: Julio Irazusta
Los porteños fueron
rechazados por los federales a fines de marzo de 1829, mientras que sus correligionarios cordobeses,
inician en el centro de la republica una campaña, que luego de éxitos y reveces alternados, les
permitió afianzarse temporariamente en la “señora del interior” y extender la
influencia de los revolucionarios hacia el norte y hacia el oeste del país.
Al mismo tiempo,
los federales del litoral habían contraatacado, llegando a las puertas de Buenos
Aires, donde se dio la batalla de “Puente de Marquez” el 26 de abril de 1829,
cuyo éxito se atribuyeron a ambos bandos. Enterado de las noticias de Córdoba, López
delega al mando en Rosas y regresa a cuidar su retaguardia en Santa Fe. El
joven caudillo porteño estaba ya en condiciones de cumplir con la misión
encomendada por la convención nacional: la de restablecer el orden en la
provincia. Sus partidarios en la campaña bonaerense combatían con los sublevados
con variada fortuna. El capitanejo Molina es derrotado en las pampas y uno de
sus hombres es hecho prisionero y fusilado. Al mes siguiente, el coronel Rauch,
lavallista, es derrotado en “Vizcacheras” y ejecutado por los federales. A
poco, Lavalle vence a otro cabecilla federal apodado “el manco santiagueño”.
Pero después de Puente de Marquez, los decembristas quedan sitiados en la
capital, la que sufre las escaseces del asedio y la fuerza sitiadora, por su
parte, la carencia de elementos militares regulares. El 24 de junio se acuerda
una tregua, mientras que ambos jefes de partido convienen en una lista de
diputados integrada en común por representantes de uno y otro bando, para ser
votados en una elección canónica. Tal fue la convencion de Cañuelas.
Tres días antes,
Paz había derrotado en La Tablada
al caudillo riojano Juan Facundo Quiroga, quien se dijo vencido por los
“escueleros” del general enemigo. La noticia llego a Buenos Aires después del
convenio de Cañuelas y reanimó a los decembristas, que se negaron a respetar en
las elecciones la lista aceptada por Lavalle.
Un conflicto
exterior complicó la situación. Lavalle, enfrentado a una seria deserción de
tropas, decidió imponer a todos los franceses la obligación de enrolarse en las
milicias para defender la ciudad. El almirante Benancourt protestó y, al no ser
atendido en sus reclamos tomó los barcos surtos en el puerto de Buenos Aires con
la amenaza de no devolverlos si no se admitían sus exigencias. Rosas debió
tratar con el francés, como todo jefe de partido en guerra civil cuyo primer
anhelo es establecer relaciones con el exterior para afirmar su derecho de beligerante.
Pidió al almirante que no devolviera la escuadra a los sublevados sitiados pero
no contrajo ningún compromiso de aceptar las exigencias formuladas por
Benancourt al gobierno de la Ciudad. Los
franceses admitían que sus compatriotas domiciliados en Buens Aires, y aun los transeúntes que lo hicieran
voluntariamente, sirviesen en las milicias urbanas, pero el gobierno de la
ciudad quería imponerles a todos, residentes y transeúntes, el alistamiento
forzoso, tal era su escasez de fuerza. A Rosas poco le importaba el celo del
almirante por amparar a sus compatriotas, ya que a poco lanzó una proclama
amenazando con ordenar la ejecución de todo súbdito de Carlos X hecho
prisionero con las armas en la mano. Lo que si le preocupaba era evitar la devolución
de la escuadra a Lavalle y la aceptación por este de un estatuto especial para
los franceses, exceptuándolos de los servicios de milicia. Los federales, triunfantes
a fin de año, debieron enfrentar el mismo conflicto, pero, a diferencia de los
lavallistas, lo ganaron.
Al fin, Lavalle no
tuvo más remedio que transigir otra vez con los federales en forma parecida a
la anterior. Las partes acordaron nombrar gobernador provisorio al general
Viamonte con un ministerio moderados pertenecientes a ambos bandos. Antes del
acuerdo – tratado de Barracas – El gobernador revolucionario había encargado a
Florencio Varela redactar una incendiaria proclama contra Rosas, en la que
todas las acusaciones de la leyenda roja quedaron registradas por vez primera,
antes de que Juan Manuel llegara al poder.
El hombre de la
transacción no conformó a ninguno de los dos bandos. Lavalle, impaciente,
emigro al Uruguay. Rosas, mas recio, se avino a hacer circular una proclama
contra el uso de divisas partidarias que él había puesto de moda. Sus
esperanzas en Viamonte se desvanecieron rápidamente. En cuanto se insinúa la
maniobra de revivir la legislación de Dorrego, el gobierno la declara anárquica. A pedido de Lavalle son presos tres hombres
que habían servido a Rosas, y este aguanta la situación. Pero los triunfos de
Paz en el interior reavivan por ambas partes el espíritu de lucha y resulta
evidente que los tiempos no estaban para la transacción que Viamonte cumplía
con buena fe. Al cabo este, autorizado por el pacto de Barracas con
atribuciones extraordinarias para restablecer las instituciones, convoca la
legislatura de Dorrego, la que elige a Rosas gobernador el 6 de Diciembre de
1830.
Irazusta, Julio.
Breve historia de la Argentina. Ed.Huemul. Bs As. 1999. pags 113 a 117.
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