Segunda generación unitaria, se le ha llamado con bastante
propiedad a la de los proscriptos de 1837, que se exiliaron del país por propia
voluntad en tiempo de Rosas.
Esa generación comprende a los hombres nacidos entre 1806 y
1810, es decir, en el lapso de dos acontecimientos capitales de la historia
argentina: las Invasiones inglesas y la Revolución de mayo.
La generación de 1837 fue educada en los principios rivadavianos
del iluminismo, y ello prueba la influencia de
Rivadavia en cuanto a la formación mental de la juventud de aquel
tiempo, que crecía y se ilustraba en Buenos Aires. Rivadavia, en efecto, había
fundado el colegio de Ciencias Morales, donde se impartía la instrucción a los
muchachos pudientes de entonces, enseñándoles los principios de la filosofía
utilitaria de Bentham y las doctrinas económicas de Adam Smith. En esa
corriente liberal y anti tradicionalista de ideas se formaron los
representantes más conspicuos – mal llamados románticos – de la segunda
promoción unitaria – porteña o provinciana – entre los que se destacan: Esteban
Echeverria, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López,
Juan María Gutiérrez, Jacinto Rodríguez Peña, Félix Frías, Juan Thompson,
Carlos Tejedor, Miguel Cané (p), Marcos Sastre, Miguel Estévez Segui, Andrés
Lamas, Santiago Viola y Juan Bautista Cuño. Con su repertorio intelectual
deformado desde el principio, estos muchachos ambiciosos encontraronse, sin
arraigo en lo propiamente histórico, con la anarquía política desatada por la
revolución de 1810, llegando a la adolescencia en momentos en que unitarios y
federales hacían utópica la unidad del país despedazado por la guerra interna.
En plena lucha fratricida hasta bien entrada la década del
30’ del siglo pasado, Argentina vivió conmovida por los golpes de Estado, anarquia,
cambios de gobierno, asesinatos políticos, miserias económicas de pueblos
invadidos y saqueados. Por eso, los europeizados jóvenes “mayos” – con Alberdi
y Echeverria por mentores – adoptaron, al margen de los dos partidos criollos,
una postura teórica que pretendía ser intelectualmente equidistante: ni
unitarios ni federales, o sea una
especie de eclecticismo pacifista imposible de sostener en 1837.
Desde la revolución de Lavalle que derrocó al gobernador
Dorrego, siendo fusilado por aquel jefe militar en Navarro, agudizariase la
violencia reciproca de las facciones en el país, generando un estado de caos
permanente, que se fue generalizando hasta hacerse crónico, antes de subir
Rosas al poder.
Es entonces, en 1830, cuando llegan de Francia las recetas
revolucionarias del movimiento romántico – que reaccionó contra el iluminismo
jacobino finisecular – y los muchachos criollos de apenas 20 años de edad
fueron conmovidos a fondo por las novedades doctrinales que venían del viejo
mundo. Afrancesados por educación en las aulas porteñas, ellos quedaron imantados
bien pronto con la literatura germano-gala del romanticismo recién nacido, que
hizo estragos en sus frágiles almas inmaduras, en disidencia con la cruenta
realidad nacional.
Uno de los representantes de aquella generación del 37’ es
don Vicente Fidel Lopez – el primer historiador argentino importante – quien
con bello estilo literario nos relata lo siguiente en su conocida autobiografía:
“nadie hoy es capaz de hacerse una idea
del sacudimiento moral que este suceso produjo en la juventud argentina que
cursaba en las aulas universitarias. No
se cómo se produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se había
oído mencionar hasta entonces” las obras
de Cousin, Michellet, Villiemain, George Sand, Balzac, Saint Beuve, Víctor
Hugo; Dumas, Mme. Stael y Chateaubriand “…andaban en nuestras manos produciendo
una novelería fantástica de ideas y de predicas sobre escuelas y autores
románticos, clásicos ecléticos, santsimonianos…"
El maestro de esa urbana elite de fraque, europeizante,
desubicada, utópica – la cual provocaría en 1938, aliada al extranjero, la
lucha de clases en el país, sin darse cuenta cabal de sus graves consecuencias
sociológicas – era el medico Don Diego Alcorta, participante activo – como
opositor a Rosas – en las jornadas parlamentarias del crítico año 1832. “Nosotros – recuerda retrospectivamente
Lopez – les seguíamos con un ardor de
partidarios decididos, aplaudiendo desde la barra, tomando parte de la bulla:
por dos veces nos hicimos echar afuera.”
De esa ingenua, pueril devoción romántica por las teorías en
boga y los libros foráneos surgirá en 1837 el Salón Literario, por inspiración
personal del montevideano comerciante Marcos Sastre. A cuya provechosa
iniciativa, por lo demás, adhirieron de inmediato Juan María Gutiérrez, Juan
Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Juan Thompson, Esteban Echeverría y
“cuarenta o cincuenta socios más”
(sic). Del referido circulo selecto de “intelectuales” – o comité ideológico en
embrión – nacerá el primer plantel constitutivo de nuestra hoy celebre
asociación de Mayo: “especie de
carbonarismo – como la define Horacio J. Noboa Sumarraga en las sociedades
porteñas y su acción revolucionaria,
Buenos Aires, editorial Colombo, año 1939 – que se ramificó por las principales ciudades del interior del país”
Hispanofobia: Tal fue el pensamiento motor de la generación
de los “mayos” – sus más conspicuos integrantes así se autodenominaban con pedantesca
vanidad propagandística - ¿Acaso creyendo – acertado mesianismo - que serían los profetas de una nueva sociedad
sistematizada; los apóstoles de la legalidad plutocrática en el insconstituido
e inmenso territorio argentino independiente, a la sazón y en luchas civiles de
1810? Lo creyeron con toda el alma, y el destino – que otros aprovecharían –
terminó canonizando esas audaces visiones “racionalistas”
La democracia sin pueblo ni herencias, el fanatismo
científico, parecían ser su meta institucional ahora, en remplazo del ya viejo
e ingenuo planteo de la segunda década –girondino y/o borbonizante – idolatría
laica pasada de moda, cuyos sumos sacerdotes fueron: Monteagudo, Rivadavia,
Agüero, Juan Cruz Varela, Del Carril, Valentín Gómez y demás epígonos menores
de ese centralista partido porteño. Porque, al fin y al cabo, el
irreconciliable odio abstracto a Juan Manuel de Rosas – razón de ser de la
asociación de mayo a poco de estallar el conflicto armado entre la Confederación
Argentina y Francia – no acusó in illio
tempore otra raíz filosófica profunda que la que antecede, a saber:
Hispanofobia pura…
Atiborrada de autores extranjeros, franceses sobre todo,
creyendo que la “Civilización” estaba en el progreso material de que adolecía
España y la “Barbarie” en el catolicismo de nuestros antepasados y en la
Iglesia de Roma, la segunda promoción
unitaria de 1837 vivía fuera de la realidad argentina, fanatizada con
indigeridas lecturas de literatos de moda, como Lamennais, Lerminier,
Lacordaire, Cousin, Michelet, Villemain, Saint Simon, George Sand, Balzac,
Saint Beuve, Víctor Hugo, Dumas, madame Stael yChateubrian, entre otros. Eran, así,
fácil presa de los acontecimientos, y terminaron aliándose con el almirante
Leblanc, descontando su victoria cuando el bloqueo de Buenos Aires contra
Rosas, a quien, por lo demás, abominaban íntimamente por “retrogrado” y oscurantista”. Sin embargo, en el primer
momento lo alabaron por las dudas, como se desprende de esta página elogiosa de
Alberdi “Para el Resturados de las Leyes”, inserta en un interesante trabajo
juvenil titulado “Fragmento preliminar al estudio del derecho”, que publicó el
talentoso tucumano en 1837: “nosotros
hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros
destinos públicos (sic) una fuerte intuición de estas verdades, a la vista de
su profundo instinto antipático contra las teorías exóticas. Desnudo de las
preocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es advertido desde luego
por su razón espontanea, de no se que de impotente, de incapaz, de
inconducente, existía en los medios de
gobierno practicados precedentemente en nuestro país; que estos medios
importados y desnudos de toda originalidad nacional, no podían tener aplicación
en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían notablemente
de aquellas a que debían su origen exótico, que por tanto un “sistema propia”
nos era indispensable”.
Alberdi, como se ve, antes de exiliarse ponderó a Rosas (“persona grande y poderosa que preside
nuestros destinos públicos”) sin darse cuenta de lo incompatible que resultaba
el elogio al dictador tradicionalista porteño, con la doctrina rivadaviana del
iluminismo, aprendida por aquel en el Colegio de Ciencias Morales; la cual
doctrina, pese a la influencia de Lerminier
-según ya lo señaló el profesor Coriolano Alberini-, hacía del
neorromántico criollo un iluminista en los fines, siendo solamente historicista
postizo en los medios.
El historiador Jose Maria Rosa, en su libro “Nos los
representantes del pueblo”, Buenos Aires, ediciones Theoria, año 1955, al
referirse a Juan María Gutiérrez –íntimo amigo de Alberdi y representante
conspicuo de la generación del 37-, escribe este acertado juicio de valor sobre
el personaje, que yo comparto: “había
crecido y se había educado en los tiempos rivadavianos, donde la cantinela <Europa>,
<Progreso>, <Civilización>, se repetía hasta el cansancio, como
base imprescindible para administrar las <Ciencias Morales> a los jóvenes
criollos. Aprendió con Bentham que lo bueno era lo útil, con Condillac que el
hombre era un ser de sensaciones, y con Benjamin Constat que las constituciones son una panacea que
curan los males y logran la felicidad de los pueblos. De esa educación le quedo
como resabio una mezcla de antiespañolismo, ateísmo y fe absoluta en el
progreso indefinido; conjunto que él llamaba <Civilización> y lo oponía a
la <Barbarie>. Después estudió matemáticas hasta recibir el título de
agrimensor. Conoció a través de ellas un mundo ideal en que todo era perfecto,
como la republica soñada por el señor Rivadavia. No tenía definida vocación por
los números, y después de conseguir un cargo técnico en el Departamento Topográfico
se matriculó en la Facultad de Derecho, la carrera de todos. Tampoco le gustaba
la jurisprudencia, pero no se sentía con fuerzas para prescindir del título de
doctor. Distrajo su aburrimiento en las clases de Casagemas o de Diego Alcorta
componiendo <Cantos épicos> de corte clásico; hasta llego a pergeñar una
tragedia en cinco actos, felizmente inconclusa, en versos endecasílabos, a la
manera del Dr. Juan Cruz Varela.”
“Gutiérrez –prosigue Jose Maria Rosa- fue el primero de los discípulos de
Echeverria, y hasta superó al maestro como árbitro de la <paquetería> de
nuevo cuño: tenia mejor gusto que el precursor y no ofrecía las resistencias de
este. Llegó a ser el rey de los <leones> románticos, sus corbatas a lo
loco, su capa negra, el género escoces de los pantalones; se atrevió a todo;
menos al monóculo. En literatura dejo los largos poemas clásicos, para publicar
delicadas <Odas al desamor>, a <una Rosa>, a <un Jazmin>, a
<la Aurora>, en la Gazeta y en el Diario de la Tarde. También tomó de Echeverria
al aire ausente e incomprendido y rehuyó como este las peñas de café: en cambio
frecuentaba los saraos con música de valses, o las animadas conversaciones con
señoras y niñas en las calles de tiendas. Gutiérrez arrastró hasta Echeverria a
su amigo Juan Thomson, el hijo de Mariquita Sánchez. Mariquita le abriría su salón
famoso y su amistad constante. Poco después el tucumano Juan Bautista Alberdi
se plegaba al grupo. Y no tardaron las calles del centro en llenarse de pálidos
<leones> a géneros escoceses que paseaban con expresión de sufrimiento sus melenas románticas,
largas corbatas negras y el corte de sus capas confeccionadas por Dudignac; se
saludaban a grandes sombrerazos cada vez que se topaban y unían a su conversación
las frases dificultosamente aprendidas en los libros de Laserre. Los viejos
tertulianos de Catalanes o de Marcos los vieron pasar con tristeza, signo
indudable de los malos tiempos <de hoy> de tan poca dignidad y hombría. Gutiérrez,
que traducía el francés en El museo Americano de Bacle y escribía El
Recopilador con Thomson y Echeverria, cuido que las lecturas extranjeras no
perjudicaran la pureza de su castellano. Esmerado en escribir, como en hablar y
vestirse, sorteó con habilidad los galicismos y puede considerársele, sin
disputa, el mejor purista de su generación. No es un elogio por que no mataba
puntos altos. Fue más allá de la literatura y, guiado por Alberdi, leyó en lo
de Santiago Viola, o en la trastienda de Marcos Sastre, los últimos libros
franceses de filosofía y de política. Conoció, sin emocionarse, el historicismo
de segunda mano de Lerminier y el santsimonismo, un tanto menguante, de Leroux y La
reveu enciclopedique. Echeverria, atiborrado sin método durante su larga estadía
en Paris, lo acompaño en estas excursiones, donde la presuntuosa suficiencia de
Alberdi servía de piloto. La política y el socialismo no eran el fuerte de
ambos poetas. Pero si los estudios <serios> no dejaron mayores huellas en
Gutiérrez, en cambio Echeverria, tenaz y resuelto, se empeñó en formar sus
convicciones filosóficas con ingredientes tomados del santsimonismo, el
neocatolicismo de Lamennais, en nacionalismo liberal de Mazzini y algo de
romanticismo alemán de Hegel y Herder colado a través de Lerminier: de ese
conjunto discorde brotaría, años después, El Dogma Socialista”.
Tomado de "Nuestra tradición histórica", Cap XIX, pags 397 a 403
Yo tenia 16 años en plena guerra de Malvinas y tuve la oportunidad de conocerlo a don Federico Ibarguren en una maravillosa charla que dio...ahi me compre "Nuestra Tradicion Historica" de editorial Dictio....hasta me lo autografio. El año anterior habia conocido a don Pepe Rosa y a Don Julio Irazusta...que trio ¿no?
ResponderEliminareste es mi modesto blog:
Yo tenia 16 años en plena guerra de Malvinas y tuve la oportunidad de conocerlo a don Federico Ibarguren en una maravillosa charla que dio...ahi me compre "Nuestra Tradicion Historica" de editorial Dictio....hasta me lo autografio. El año anterior habia conocido a don Pepe Rosa y a Don Julio Irazusta...que trio ¿no?
Gracias por comentar estimado amigo, realmente un lujo conocer a esos tres grandes del revisionismo historico, creo que ya no quedan maestros de la talla de aquellos -aunque por ahi rondan algunos de sus discípulos que como vos abrevaron de esas fuentes tan nutritivas-, ojala los rosistas actuales podamos seguir manteniendo vivo ese legado.
EliminarAqui va la direccion de tu Blog para provecho de todos: http://revisionistasdesanmartin.blogspot.com.ar/