Por: Edgardo Atilio Moreno
Hay mitos y leyendas que aunque refutados una y mil veces se
resisten a morir, especialmente cuando son promovidos desde el poder. Uno de estos
es el de la llamada Leyenda Negra de la
conquista de América. Este término -popularizado por el historiador Julián Juderias-
hace referencia a una visión historiográfica ideologizada y falaz, que busca denigrar
a España por todo lo que esta realizó en el Nuevo Continente a partir de su
descubrimiento.
Esta leyenda negra fue pergeñada y difundida con fines
políticos, económicos y religiosos por los países enemigos de España tomando
como base las denuncias por abusos a los indios que en el siglo XVI hizo el
fraile dominico Bartolomé de las Casas.
Estas denuncias tenían ciertamente una base de realidad pero
eran claramente exageradas y en muchos casos directamente falsas; sin embargo
sus divulgadores las utilizaron para imponer la idea de que los españoles habían
cometido América todo tipo de crímenes, vilezas y crueldades, en forma sistemática.
De más está decir que los autores de esos panfletos omitieron
siempre hacer alguna mención de los crímenes reales y de las atrocidades concretas
cometidas por sus propios países. Ya sea dentro de sus propias fronteras o en
sus empresas coloniales.
Cabe aclarar aquí, que quienes desde el revisionismo
histórico genuino salieron al cruce de las mentiras de la leyenda negra no por
eso plantearon como contrapartida una leyenda rosa al respecto; ya que ninguno
de estos autores puso en duda la existencia de injusticias, abusos, y crímenes
que en muchos casos cometieron los conquistadores y encomenderos, especialmente
en los primeros años de la conquista. Como dice Vicente Sierra, en su obra Así
se hizo América, “¿Es que hubo abusos?
¡Vaya si los hubo! ¿Acaso no fueron hombres los que vinieron de España?”.
Lo que sí hicieron estos historiadores notables, como Romulo
Carbia, Vicente Sierra, Federico Ibarguren y Ernesto Palacio, entre otros, fue
demostrar que el móvil principal de la empresa (aunque no el único) fue el de la
evangelización de los aborígenes americanos, y que España hizo todo lo que
estuvo a su alcance para proteger a estos de todo tipo de abusos e introducirlos
en la civilización.
Las leyendas negras
Siguiendo esa línea, entre los mejores libros escritos sobre
la temática, cabe mencionar la obra del Dr Antonio Caponnetto, Hispanidad y
Leyendas negras, a la cual acudimos aquí para explicar el fenómeno de las
leyendas negras.
Dice Caponnetto (después de haber denunciado la relación
entre la llamada Teología de la Liberación y la Leyenda Negra) que es mejor
hablar de las leyendas negras (en plural) pues se pueden distinguir tres
versiones de esta: la leyenda lascasiana, la liberal y la marxista.
La primera de ellas –continua- fue la elaborada por el Padre Bartolomé
de las Casas y “se ofrece con un sesgo
bien intencionado”, pues sus denuncias tendrían por objeto asegurar el buen
trato a los indios y evitar los abusos e injusticias que estos estaban
sufriendo en manos de los conquistadores.
El problema con las denuncias del fraile –afirma Caponnetto- es
que “apeló metódicamente a la mentira, a
la exageración, a la generalización, al falso testimonio, al prejuicio y a
todas las variantes del engaño sin excluir las patrañas más insostenibles y
grotescas”; y que por ello su obra, la Brevísima relación de la destrucción
de las Indias, no resiste el menor análisis científico. En efecto, De las Casas
incurre en todo tipo de afirmaciones fantasiosas como la de los treinta mil
ríos que asegura haber visto en la isla La Española, o la de los tres millones
de indígenas que dice que vivían en Santo Domingo, cuando estos no pasaban de dos
centenares, o la cifra de 24 millones de aborígenes eliminados, cuando en toda Hispanoamérica
se calcula que apenas había poco más de 13 millones. Del mismo tenor son sus
denuncias sobre los supuestos abusos cometidos por los españoles, sin dar
detalles de en donde sucedieron, cuando, quienes los cometieron, etc., es decir
sin dar ninguna precisión. Todo esto en el afán de imponer la falsa dialéctica
del español malo y cruel frente al noble, bueno e inocente aborigen.
Por otro lado, consigna nuestro autor, que el cura de las
Casas no fue el primero ni el único en preocuparse por la situación de los indios;
ya que fue la propia Corona la que se ocupó tempranamente del tema. Ejemplo de
ello es la actitud de Isabel la Católica cuando Cristóbal Colon envió a España algunos nativos como esclavos,
y la reina preguntó airada ¿Cómo se
atrevían a esclavizar a sus súbditos? Y ordenó su inmediata libertad.
Además, la conducta pública del dominico distó mucho de ser
coherente y caritativa. En efecto, si bien este decía defender los derechos de
los indios, sin embargo se manifestaba a favor de la esclavitud de los negros y justificaba la práctica de la
esclavitud entre los aborígenes; de igual manera, al tiempo que afirmaba que
todo el dinero procedente de América era un robo, planificaba expediciones en
busca de oro y perlas. Todo lo cual hace poco creíble su prédica.
La segunda versión de la leyenda negra, la leyenda liberal –sigue
diciendo nuestro autor- es producto “de
las fuerzas combinadas del protestantismo y de la masonería dueñas de los
países políticamente adversarios de España, principalmente Holanda e Inglaterra
aunque también Francia y Alemania”, a partir de las falsas denuncias de Bartolomé
de las Casas; y se caracteriza por hacer coincidir el anti hispanismo con el
anti catolicismo. En ella la difamación de España es la excusa para atacar
sobre todo al catolicismo, a la Iglesia católica.
Y un detalle más hace notar Caponnetto: si bien los liberales
de los siglos XVIII y XIX agitaron la bandera anti española con fines
independentistas, promoviendo el resentimiento de los indios en contra los
españoles; posteriormente, en la segunda mitad del siglos XIX en adelante “…incorporan
un matiz diferente. La barbarie seguía siendo España –incurablemente mala ya por condición
intrínseca- y la Civilización seguía
siendo el universo anglo sajón; pero los indios, las dulces y sencillas ovejas
lascasianas, cayeron en descredito y pasaron a pertenecer a la barbarie”; a
la que había que reemplazar –como proponía Alberdi- o directamente exterminar ,
como decía Sarmiento.
La tercera versión, la leyenda negra marxista, es la más
difundida actualmente. Al respecto dice nuestro autor que su tesis central es
la caracterización de la Conquista y Evangelización de América como una
invasión imperialista con fines estrictamente económicos. Por lo tanto, para
reparar ese atropello, los pueblos así sometidos deben buscar su liberación; y
esa lucha empieza, en primero lugar, rechazando y repudiando la superestructura
ideológica (en particular la Fe) impuesta por los españoles, ya que esta es la
justificación teórica de la explotación. En segundo lugar, recuperando la
cosmovisión de los vencidos, o sea de las culturas precolombinas, llamadas
originarias en la guerra semántica. Por eso es que hoy vemos como se reivindica
–por ejemplo- los cultos a la Pachamama, hasta dentro de la Iglesia.
En esta versión, al igual que en las otras, los marxistas en
tren de reivindicar a las culturas precolombinas también se ven en la
obligación de ocultar la real situación de los pueblos indígenas antes de la
llegada de los españoles.
Por eso esconden o tratan de justificar la práctica espantosa
de los sacrificios humanos y del canibalismo; el estado de guerra permanente entre
los diversos pueblos, las matanzas indiscriminadas, el saqueo, la esclavitud,
las deportaciones, y los pesados tributos impuestos a las tribus vencidas. Ocultan
el hecho de que la mayoría de los indios estaban sometidos a la tiranía de sus
caciques; y que los indios comunes no eran los dueños de las tierras sino que
tenían que trabajarla para unos jefes tenidos por dioses, que lo poseían todo.
No quieren ver que los aborígenes no tenían ninguna legislación que protegiera
sus derechos y que la única ley que imperaba era la del más fuerte. Razones todas
estas que llevaron a que muchísimos indígenas se unieran a los españoles recién
llegados buscando su protección.
En definitiva la
leyenda negra marxista pinta a la América precolombina como un paraíso en donde
imperaba la libertad y la justicia, que fue arrasado por un imperialismo voraz y
genocida, en complicidad con una Iglesia oscurantista; por lo que es justo el
repudio y el rechazo a todo lo vino después del Descubrimiento, empezando por
la misma noción de este.
Los lugares comunes
Habiendo hecho estas distinciones, Caponnetto pasa a analizar
los tópicos o ideas que con más frecuencia repiten los detractores de la acción
española en América.
Un primer lugar común es la acusación de que España se apropió
de las tierras de los indios; “como si
antes de la llegada de los españoles todo hubiese sido una distribución paradisiaca
de parcelas y vergeles”, dice nuestro autor; y continua: “La verdad es que los indios ejercieron entre
ellos, con toda naturalidad, las prácticas comunes del saqueo, la invasión
armada, la expansión violenta, el reparto de bienes y tierras como botín de
guerra y el despojo más absoluto de las tribus vencidas. Impuestos, cargas,
retribuciones forzadas, exacciones y pesados tributos, fueron moneda corriente
en las relaciones indígenas previas a la llegada de los españoles. Y la noción
jurídica de propiedad era tan inexistente como la de igualdad. El más fuerte
sometía al más débil, las tierras eran propiedad arbitraria de los jefes
vencedores, el trabajo forzado para un estado despótico y divinizado resultaba
la norma…”.
Dicho esto, se puede afirmar sin temor a exagerar que cuando
llegaron los españoles a América los pueblos que encontraron no eran realmente
los propietarios originarios de las tierras que ocupaban pues antes se las
habían arrancado a otros pueblos, y estos a su vez a otros anteriores y así
sucesivamente hasta remontarnos a los primeros viajeros que cruzaron el
estrecho de Baring miles de años atrás.
Nos obstante ello, tal como lo dejaron dicho todos los
autores que refutaron las leyendas negras, lo particular del caso y el gran mérito
de España es que fue ella misma la que se planteó la licitud de su accionar e
inquirió sobre cuáles serían los justos títulos que podían legitimar sus
conquistas. Incluso frenó su empresa hasta resolver esa cuestión de
conciencia. Y la respuesta a ese problema la dio el gran teólogo y
jurista, Francisco de Vitoria, fundado los derechos de España en América el
propósito evangelizador y en la necesidad de preservar a los aborígenes de las
idolatrías y el gobierno despótico de sus caciques; y ese propósito prioritario
fue el que le imprimió a la conquista un sentido misional y civilizador inédito
en la historia.
Por otro lado la Corona, mediante numerosas Cedulas reales
estableció que no se podía repartir entre los españoles las tierras de
propiedad de los indios, solo se podían repartir las tierras que estaban baldías
o sin uso. Y aunque en muchos casos esas disposiciones fueron transgredidas los
nativos podían recurrir a las instituciones que protegían sus derechos. Los
archivos históricos están repletos de multitud de pleitos y denuncias de este
tipo en las que normalmente el vencedor era el nativo y de esa manera
recuperaba sus derechos sobre su propiedad.
Otro lugar común es la supuesta sed de oro que habría sido el
móvil principal de España en América.
Aquí también da en la tecla Antonio Caponnetto cuando dice
que “no hay razón para ocultar los
móviles económicos de la Conquista española, no solo porque existieron sino
porque fueron lícitos. El fin de la ganancia en una empresa en la que se ha
invertido y arriesgado y trabajado
incansablemente, no está reñido con la moral cristiana, ni con el orden natural
de las cosas. Procurarse una compensación proporcional a los gastos o un
beneficio decoroso ni tiene en sí mismo nada de perverso ni escapa a las reglas
de juego de toda política económica en cualquier tiempo”.
Lo malo –continúa nuestro autor- habría sido anteponer el fin
del lucro al Bien Común o buscar las ganancias a toda costa utilizando medios
inmorales; pero eso no hizo España. Tal es así esto que por ejemplo no se
dedicó al lucrativo tráfico de esclavos,
cuando casi todos los países de entonces lo practicaban.
Claro que hubo españoles que cometieron actos de pillaje,
robos y otros abusos, reconoce Caponnetto, pero acotando que individuos así hay
en todos los países, y que España no planeo ni ejecutó una política saqueadora,
ni tampoco permitió el abuso por parte de nadie, para ello dictó una
legislación protectora de los aborígenes única en el mundo e hizo todo lo que
estaba a su alcance para que ella se cumpliera.
Por otro lado el oro y la plata que se extraía de América en
gran parte se quedaban en el continente para solventar el desarrollo de la
economía local, mientras que aquel que se enviaba a Europa también beneficiaba al
nuevo mundo, pues en gran parte volvía en mercaderías y productos que se adquirían
en el viejo continente.
Un tercer lugar común es el del supuesto genocidio llevado a
cabo por España sobre los indígenas. Al respecto se debe decir sin ningún
titubeo que España no planificó ni llevó a cabo ningún genocidio en América,
mienten quienes así lo afirman. El genocidio es la eliminación sistemática de
un grupo humano por motivos de raza, religión o nacionalidad; y eso no pasó en
América. No hay ningún documento que lo pruebe. Como dice Caponnetto: “no hemos hallado nunca una línea oficial o
privada de los protagonistas de la Conquista española, justificando, avalando,
planificando u organizando el genocidio de las tribus americanas. Se
encontraran muertes y guerras, batallas y derrumbes, escarmientos y venganzas,
desquites, combates de todo tipo y gusto, pero ni esto corresponde ser llamado
genocidio ni la causa bélica es la causa principal del descenso de la población
indígena.”
Es cierto que la población aborigen experimento un descenso
notable luego de la llegada de los españoles, sin embargo la principal causa de
ello fue la difusión de enfermedades para las cuales los indios no tenían
defensas. Así lo dice el gran historiador Vicente Sierra, en su ineludible obra
Así se hizo América: “la causa principal
de esta merma fue la viruela, plaga contra la que España luchó como pudo, al
punto que la difusión de la vacuna alcanzó en Hispanoamérica el más alto grado
de desarrollo cuando se la desconocía en muchas otras partes del mundo”.
En realidad las únicas matanzas sistemáticas que se dieron en
América fueron la de los sacrificios rituales practicados antes de la llegada
de los españoles. Por el contrario, los reyes de España –junto con la Iglesia-
lo único que hicieron siempre fue tratar de proteger a los aborígenes de los
abusos que ciertos individuos cometían.
El sentido de la
conquista
Habiendo quedado en claro los orígenes de la leyenda negra,
así como las motivaciones de sus divulgadores; y habiéndose refutado
rápidamente sus principales lugares comunes; digamos para terminar –siguiendo al maestro Vicente
Sierra- que en la Conquista de América lo que primó siempre fue el sentido
misional de la empresa, presente incluso desde el inicio mismo de la gesta.
Por eso Federico Ibarguren, en esa joyita que es su libro
Nuestra Tradición histórica, dice: “El
sentido religioso de la conquista americana, desde el principio, fue planteado
por Cristóbal Colon antes de arribar a estas tierras, que el creyó del Oriente.
Y ello, siguiendo una estrategia que venía repitiéndose en Europa desde la época
de las Cruzadas: la lucha contra el mahometano… su propósito aparte del
comercial fue tornar viable un ataque por la espalda a los árabes –enemigos a
muerte del cristianismo- para luego sitiarlos
y así evangelizar a los pueblos sometidos a Mahoma.”.
Así mismo, esa voluntad misional de la España conquistadora
la encontramos expresa en las declaraciones de los monarcas del Descubrimiento.
En Isabel la Católica cuando en su testamento dice: “Nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa
Alejandro VI, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer a
los pueblos de ellas, y los de convertir a nuestra Santa Fe Católica…” ; y en
Fernando de Aragón cuando en carta a Diego Colon del 3 de mayo de 1509 afirma: “Mi principal deseo siempre ha sido y es, de
estas cosas de las Indias, que los indios se conviertan a nuestra Santa Fe Católica”.
Por eso es que España se esforzó en enviar a América cientos
de misioneros y curas. Con ese objetivo
se construyeron cientos de iglesias y conventos, se fundaron escuelas y
universidades; se crearon hospitales para indios; y se dictó una formidable
legislación social protectora de los aborígenes, en la que se contemplaba la
jornada laboral de 8 hs, el salario móvil, el descanso dominical, la
prohibición de trabajar de niños y embarazadas, etc.. Por eso, los
conquistadores, pudiendo levantar solo factorías en las costas americanas, se
internaron y se asentaron en regiones en las que no había riquezas algunas,
sino hambre, enfermedades y miserias.
Y esos fines misioneros de la conquista estuvieron presente
también en los sucesores de los Reyes Católicos, especialmente Carlos V y
Felipe II, y solo fueron dejados de lado con la llegada de los borbones, al
comenzar el siglo XVIII.
Que el hombre moderno pueda entender que un Imperio se haya
propuesto como fin primero en sus empresas de conquista la divulgación de la
Fe, sabemos que es muy difícil. La mentalidad religiosa y teocéntrica de
aquellos hombres que conquistaron y evangelizaron América hoy es incomprensible
para muchos. Sin embargo la ejemplaridad
de la empresa de España en América debe ser recordada y reafirmada, pues el
modelo de la Cristiandad, el proyecto de instaurarlo todo en Cristo, y la
necesidad de la concordia entre el poder espiritual y el temporal, es un ideal
que no ha caducado, ni puede ser abandonado.
*Publicado en revista Gladius N° 116
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