Por: Pablo Yurman
Se conoce como “Pronunciamiento
de Urquiza” el documento firmado por el entonces gobernador de la
Provincia de Entre Ríos, publicado el
1º de mayo de 1851, mediante el cual dicha provincia que había sido
signataria del Pacto Federal que veinte años antes constituyó la Confederación
Argentina, aceptaba la renuncia
presentada por Juan Manuel de Rosas al manejo de
las relaciones exteriores de las provincias, reasumiendo su plena
soberanía para entenderse con el resto de las naciones.
Para comprender el paso dado por el caudillo entrerriano
como primera pieza de un
rompecabezas que culminaría con el derrocamiento de Rosas debe
mirarse el cuadro de situación general. Uruguay estaba dividido por su guerra
civil: Montevideo se había
convertido en la base de operaciones de ingleses y franceses contra la
Confederación Argentina, con el apoyo explícito de los emigrados
unitarios. En tanto que el resto del territorio oriental reconocía a Manuel Oribe como legítimo
presidente constitucional, quien además de la adhesión de la mayoría del pueblo
oriental, era apoyado por Rosas y los federales.
En ese contexto, el puerto de Montevideo, en donde los
unitarios exiliados habían conspirado contra la Confederación con el apoyo
explícito de ingleses y franceses
interesados desde hacía años en forzar la apertura de los ríos interiores a
sus buques mercantes, a partir de la firma de los tratados de paz celebrados
con esas potencias, comenzaba a languidecer ante un futuro poco promisorio una
vez que las naves de guerra europeas dejasen el estuario del Plata. Debe
tenerse en cuenta que Inglaterra y
Francia habían reconocido finalmente la soberanía argentina sobre sus ríos
interiores y pusieron por escrito su compromiso de retirar sus
fuerzas del Río de la Plata.
El escenario de los acontecimientos de una trama que
involucraba a las provincias en el juego de potencias extranjeras
A partir de 1850 cobran notoriedad dos piezas más en el
rompecabezas: el Brasil y Justo José de Urquiza.
El gobernador de Entre Ríos, que lo había sido durante los
últimos diez años, período durante el cual nunca exteriorizó demasiados
pruritos por el dictado de una constitución escrita, y que jamás abjuró de su
condición de federal leal a Rosas y a la Confederación, era también el estanciero más importante de la
Mesopotamia y como tal, uno de sus principales clientes era la
capital de la República Oriental del Uruguay, a la que suministraba mercaderías
a pesar de los bloqueos. El historiador Vicente Sierra nos explica: “El
gobierno de Buenos Aires sabía perfectamente que en las maniobras especulativas del comercio entrerriano el más interesado
era Urquiza. Contaba para ello con una organización comercial
representada en Buenos Aires por el catalán Esteban Rams y Rubert, encargado de
vender lo importado y comprar oro, y con otro representante en Montevideo,
Antonio Cuyás y Sampere, encargado de adquirir mercaderías extranjeras y vender
el oro adquirido en Buenos Aires, además de la carne que Urquiza enviaba desde
su provincia.” (Historia de la Argentina, tomo IX, 1972).
El detalle de los negocios no siempre transparentes de
Urquiza -piénsese que se pudo constatar que cueros y carnes provenientes de sus estancias llegaron a alimentar y
pertrechar tropas francesas e inglesas mientras la Confederación se hallaba en
guerra con esos países- se conocieron, precisamente por las
memorias de uno de sus agentes comerciales, Antonio Cuyás y Sampere, a quien
además le tocó representar al entrerriano en algo más que negocios
especulativos, como se verá. Este detalle permite considerar a las fuentes como
objetivamente válidas.
El texto del "Pronunciamiento de Urquiza"
A este panorama, se suma la vieja inquina que el Imperio del
Brasil guardaba hacia la Confederación: la humillación del triunfo de Ituzaingó
(1827) seguía vigente, al igual que sus apetencias por llevar la frontera sur hasta el Plata, a lo que
se agregaba que para un país
esclavista como el Brasil de mediados del siglo XIX, la huida masiva de
esclavos hacia la Argentina, lugar en el que con solo pisar su
suelo conseguían la anhelada libertad, había dejado de ser un tema menor.
Alguien podría poner en entredicho que la caída de Rosas al frente
de la Confederación Argentina fuese, hacia 1851, una prioridad en la política
exterior del Imperio del Brasil, toda vez que más allá de los elementos
señalados precedentemente, la guerra contra Rosas llevada a cabo por las dos
principales potencias económico-militares de la época, Inglaterra y Francia,
había concluido en un rotundo fracaso para éstas. ¿Por qué motivo habría de
cambiar nuestro vecino del Norte su aparente neutralidad ante dicha contienda?
La principal razón fue puesta sobre el papel por el propio
canciller brasileño, Paulino José
Soares de Souza, quien al redactar la Memoria del Ministerio por él
presidido correspondiente a 1851, apuntó: “Desembarazado el general Rosas de la intervención [la
intervención anglo-francesa en nuestros ríos], afirmado su poder en el Estado
Oriental, fácil le sería comprimir el movimiento entonces en estado de embrión,
de las provincias argentinas que después le derribaron; reincorporar el Paraguay a la Confederación, y venir sobre nosotros
con fuerzas y recursos mayores, y que nunca tuvo, y envolvernos en una
lucha en que habíamos de derramar mucha sangre” (Vicente Quesada, citado por
Sierra).
Pareciera quedar en claro que para la cancillería de Brasil,
el tema de fondo sería, ni más ni menos, la definición del país que habría de
tener la preponderancia sobre el resto del continente. No en vano, se enviaría
subrepticiamente, meses antes del “pronunciamiento” de Urquiza a un diplomático
de enorme valía, Duarte Da Ponte Ribeiro, en un periplo que lo llevaría por
Paraguay, Chile, Perú y Bolivia, destinos en los que intentaría garantizar una neutralidad de cada uno de
dichos estados ante una eventual guerra argentino-brasileña que, a
semejanza de la de 1827, decidiese el futuro de Sudamérica.
Pero para la diplomacia imperial no había que aparecer como
hostilizando abiertamente a la Argentina, y para ello era preciso conseguir al
hombre indicado.
Nos dice Fernando Sabsay que “el 24 de enero de 1851 Cuyás [representante comercial de Urquiza en
Montevideo] se apersonó al jefe de la legación brasileña en Montevideo para
proponerle en nombre de Urquiza una alianza tendiente a expulsar a Oribe del
Estado Oriental” (Rosas, el federalismo argentino, 1999). El
receptor de dicha oferta extendería la propuesta de Urquiza a un levantamiento
generalizado contra Oribe en la Banda Oriental y contra Rosas del otro lado del
río. Pero la condición preliminar impuesta sería que Urquiza debería
“pronunciarse” públicamente contra Rosas, disimulando como quisiera su actitud.
Para el mes de marzo de 1851 las tratativas estaban ya
bastante enderezadas a la formación
de un ejército “grande” que definiera la situación en el Plata.
Tras el “pronunciamiento” público contra Rosas, que fue
recibido con una mezcla de desazón e incredulidad por las propias tropas
entrerrianas y correntinas, Urquiza
no defraudó a sus mandantes tras bambalinas y firmó a nombre de Entre Ríos dos
tratados internacionales durante el resto de aquel fatídico 1851,
cuyos compromisos “nacionalizó” tras hacerse cargo del manejo de las relaciones
exteriores de todas las demás provincias en febrero de 1852.
El primero de ellos fue suscripto el 29 de mayo, entre el
gobierno de la ciudad de Montevideo,
la Provincia de Entre Ríos y el Imperio del Brasil y su objetivo
explícito fue despejar a las fuerzas del general Manuel Oribe del territorio
oriental. De todas formas, contaba con una cláusula secreta según la cual si a raíz de la lucha
contra Oribe, Rosas declarara la guerra a alguno de los firmantes del pacto,
esa alianza se transformaría automáticamente en una alianza contra el “tirano”
del Plata.
Logrado el primer objetivo, esto es, unificar al Uruguay con
el color del Partido Colorado, se firmó el segundo pacto, en noviembre de aquél
año, suscripto ahora por Entre
Ríos, Corrientes, la República Oriental del Uruguay y el Brasil, con el
objetivo de declarar la guerra, no contra la Argentina, sino contra Rosas.
El ejército argentino que acaso debía dirigirse a Río de
Janeiro para definir la hegemonía sudamericana, apuntó en cambio hacia los
campos de Caseros y puso fin al
gobierno de Rosas, disimulándose lo que fue en realidad una guerra
internacional por un enfrentamiento civil “entre argentinos”; uno de
cuyos bandos contaba, curiosamente, con importante apoyo extranjero.
Luego de Caseros, Urquiza ingenuamente pensó que podría
congeniar su origen federal y provinciano y presidir el país desde Buenos
Aires. No habrá de lograrlo toda vez que vueltos los viejos unitarios de sus respectivos lugares de exilio, no
tardaron en deshacerse del instrumento al que interiormente siempre
despreciaron, y al que sólo utilizaron para ejecutar el trabajo sucio.
El hacendado entrerriano aceptará recluirse en su provincia,
en la que nunca será molestado por las autoridades nacionales. Será
usufructuario, hasta su asesinato en 1870, de los atributos externos y el
folklore del viejo partido federal, pero ya totalmente vaciado de contenido y cómplice por omisión de los
nuevos dueños del poder a partir de la llegada de Mitre a la
presidencia.
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