Por Claudia Peiró
En este año del 40 aniversario de
la Guerra de Malvinas, la Cancillería argentina, siguiendo las
modas del momento, decidió resignificar -según el término también en boga- ese
acontecimiento histórico desde la perspectiva de género y -no podía ser de otro
modo- se habló de invisibilización de la mujer en Malvinas, por la presencia,
en el teatro de operaciones y en actividades auxiliares de 16 mujeres.
Existe en cambio otra
invisibilización que no mereció comentario oficial y es la de los 22 sacerdotes
que asistieron a los soldados en el terreno y durante todo el conflicto. Como
explica Sebastián Sánchez, autor de El Altar y la Guerra.
Los capellanes de la gesta de Malvinas (Grupo Argentinidad, 2022), no
se cercena sólo la memoria de esos capellanes sino toda la dimensión espiritual
de la guerra. El silencio sobre el lugar de la fe y de la religión en Malvinas
es un aspecto más de la desmalvinización que comenzó el mismo
día que terminó la guerra.
Sánchez no se limita a
reconstruir la historia de cada uno de los capellanes militares y sacerdotes
voluntarios en Malvinas, sino que recorre también la doctrina de la Iglesia
ante la guerra, el origen del oficio de capellán y, sobre todo, el lugar que
ocupó la fe católica a lo largo de toda nuestra historia.
La posguerra y la
desmalvinización también son materia de esta investigación que apeló a archivos
y a algunos testimonios de los propios protagonistas.
Sánchez es doctor en Historia por
la Universidad de El Salvador y es profesor de grado y posgrado en la
Universidad del Comahue. Es autor de Tres ensayos de historia indiana (2003), El
escándalo de la niñez. Los ataques a la infancia según cuatro pensadores
católicos (2006), Diccionario de autores católicos de habla
hispana (2013), entre otros.
En esta entrevista explica el
porqué de las dificultades que tuvo para encontrar información sobre los
capellanes de Malvinas -uno solo de ellos vive aún-, el rol que desempeñaron en
las islas y cómo la desmalvinización también incidió en el olvido de la
necesidad de esta dimensión espiritual en la atención a los veteranos de guerra.
Un extracto de la charla abre esta nota y la entrevista completa puede verse al
final.
— Hay una dimensión poco
conocida de la Guerra de Malvinas que es la presencia de muchos sacerdotes en
las Islas durante la Guerra, el tema que usted aborda en el libro. ¿Por qué
cree que hasta ahora nadie habló de eso? ¿Qué importancia tuvo esa presencia en
el conflicto?
— Historiográficamente se han
planteado muchas cosas desde una perspectiva cercenada, mutilada. La dimensión
que se aborda a partir de la presencia de los capellanes, de la presencia de la
Iglesia en Malvinas, señala justamente una de esas cuestiones mutiladas, no
abordadas, que es la de la espiritualidad en la Guerra. Se ha hablado poco de
eso siendo que, como en todas las guerras pero en la nuestra en particular, es
de extrema importancia. Los capellanes representaron a la Iglesia. Puede
decirse que la Iglesia la implantaron ellos, aunque ya estaba en Malvinas. Pero
en esa liturgia de guerra que llevaron adelante puede decirse que la Iglesia
fue implantada a partir de esos 22 hombres. Omitirlos, borrarlos de la historia
oficial, ha sido no solo cercenar el papel que cumplieron y que cumplió la
Iglesia, sino mutilar esa dimensión de la Guerra de Malvinas. Si uno le
pregunta a cualquiera de nuestros veteranos, la vida espiritual estuvo
omnipresente durante la gesta. Lo que me interesó con el libro es retratar a
estos hombres -solo uno de ellos vive aún, el padre Vicente Martínez
Torrens-, y evocar lo que fue la espiritualidad en Malvinas.
— En la película “1982 La
Gesta”, basada en los testimonios de los protagonistas, varios de ellos
mencionan ese aspecto y uno dice: “En Malvinas no hubo ateos”.
— Sí, en las trincheras no hay
ateos. Sin dudas es así por la proximidad de la muerte. La propia y la del otro.
Por el dolor. Pero yo en el libro hago una introducción respecto de las
capellanías y de la espiritualidad en la guerra en nuestra historia. No dudo de
que en las trincheras no hay ateos pero tampoco dudo de la espiritualidad
raigal argentina que se manifestó como no podía ser de otro modo. La vida
espiritual, esa liturgia particular de guerra, formaba parte, estaba
concatenada, con lo que siempre había pasado en nuestra historia. No fue una
cosa caprichosa ni solamente explicable a partir del miedo a morir. Sin dudas
también, pero la gesta de Malvinas representó una continuidad en nuestra
historia también en ese aspecto.
— Es que justamente se trata
de negar o al menos minimizar el papel de la fe en el nacimiento de la
Argentina. San Martín, Belgrano, ponían sus batallas, sus campañas, bajo la
advocación de la Virgen, de Dios, constantemente. Es lo que hoy se trata de
minimizar y de borrar las huellas de esa espiritualidad en el presente.
— Así es. Hay figuras
arquetípicas en nuestra historia, como Manuel Belgrano. Incluso nuestra
historia en el período indiano, porque eso de que Argentina nació a partir de
la Revolución de Mayo es casi un infundio, muy instalado. Pero por ejemplo un
gran prócer del siglo XVII que fue Hernando Arias de Saavedra, nacido en Asunción
pero argentino hasta la médula…
— Hernandarias.
— Hernandarias. La vida
espiritual, la vida religiosa, está presente desde la fundación, casi diría
desde el bautismo de la Argentina, allá por 1520, cuando se
celebró la primera misa en el actual Puerto San Julián. Y Malvinas no
es una disrupción, no es un capricho, sino que está concatenado con lo sucedido
en nuestra historia. Con nuestra espiritualidad raigal. En 1982 todavía eso
estaba presente y los capellanes, que fueron pocos, para 10.000 hombres 22 eran
poquitos, así y todo representaron esa espiritualidad, esa religión ínsita en
la cultura argentina.
— ¿Cómo se decidió quién iba,
quién no iba? ¿Eran todos capellanes que ya estaban trabajando con las Fuerzas
Armadas?
— No todos. Algunos de ellos sí,
sobre todo en el ámbito de la Marina. Oficiales, capellanes militares. Fueron poquitos
los de la Marina. Muy poquitos. Pienso ahora en el padre Ángel
Mafezzini, el primer sacerdote que pisó Malvinas el 2 de abril. El segundo
fue el padre Martínez Torrens.
— O sea que había un sacerdote
en el Operativo Rosario.
— Así es. Ya hubo uno. Sí, sí,
sí. Que se dio un golpe ese día con un cable y se lo ve en las fotos con la
cabeza vendada. Fue él quien asistió a Pedro Giachino, nuestro
primer caído, y rezó el responso por él. Mafezzini, (Carlos)
Wagenfuhrer, fueron hombres de la Armada que tenían rango militar.
— ¿Todos los capellanes tienen
rango militar?
— No. No todos. Hay distintas
categorías en la capellanía. Pero el rasgo interesante en Malvinas fue que
partieron hacia allí capellanes o sacerdotes que habían tenido una vinculación
muy efímera con las Fuerzas Armadas. El padre Martínez Torrens, que vive, tiene
83 años, tuvo una participación muy acotada durante el Cordobazo. Asistía a los
soldados paracaidistas. Le habían pedido que los cuidara entonces saltaba con
ellos. Tres de esos soldados cayeron en el Cordobazo. Después no tuvo más
contacto con el Ejército hasta 1982, cuando decidió partir voluntario. Muchos
fueron voluntarios. La mayor parte de esos capellanes eran hombres grandes que
bordeaban los 60 años. Y además un panorama variopinto, había un distinguido
dominico entre ellos, el padre Renaudiere de Paulis. Un hombre de
filosofía, un especulativo, no un hombre de vida práctica. Estuvo 60 días
aproximadamente en Malvinas y dejó un singular diario de guerra, pletórico de
comentarios políticos, filosóficos, teológicos.
— ¿Está publicado?
— Se lo puede conseguir en
internet. En una página de la Orden de los Predicadores, de los Dominicos. Pero
no está editado en papel.
— ¿Le resultó difícil
encontrar información para reconstruir la historia de estos 22 sacerdotes?
— Muy difícil.
— ¿Por qué?
— Creo que los capellanes
representaban, y representan, un problema. Yo no creo que haya sido fortuita la
mutilación de esa parte de la historia. Hasta podría decir que era
políticamente incorrecto plantear las capellanías. Porque se estableció un
tanto aviesamente la continuidad entre los capellanes que asistieron en la
guerra contra la subversión y los capellanes de Malvinas. Dos o tres de ellos
habían estado acompañando a las tropas en el Operativo Independencia, por
ejemplo. Pero de alguna manera se compró el argumento ideológico de la Iglesia
militar. Esos neologismos ideológicos que tienen ya unos años en boga. De
manera que encontrar información sobre los capellanes ha sido difícil. 40 años
pasaron y no hubo hasta el momento libros, publicaciones extensas, estudios,
que den cuenta de lo que hicieron.
— Tampoco homenajes.
— Tampoco. Y eso entraña una cosa
aún más grave. No tanto el olvido de los capellanes, que ya de por sí es grave,
sino la falta de auxilio espiritual para los veteranos de Malvinas que en 40
años no han tenido, por ejemplo, una pastoral específica para ellos. No es solo
un cercenamiento historiográfico sino una realidad patente que en cuatro
décadas no ha acontecido.
— ¿En otros países existe una
pastoral o una forma de asistencia a veteranos?
— Sí, sí, sí, es algo habitual.
Existe el obispado castrense, pero éste atiende a los militares de profesión,
en actividad, y a sus familias. No a ese universo que fueron los soldados
conscriptos…
— Civiles además.
— Civiles que luego volvieron a
la vida civil y a sus familias. No puede soslayarse que ya se cuentan por
cientos los veteranos que se han quitado la vida. Superan la cantidad de caídos
en las islas. No digo que una cosa esté vinculada a la otra porque esas
decisiones siempre obedecen a múltiples causas, pero la asistencia espiritual
sin duda fue una falta importante.
— Es habitual que las
sociedades interroguen a la historia desde las inquietudes del presente, pero
eso a veces genera deformaciones. Por ejemplo, en este 40 aniversario el tema
para la Cancillería fue la invisibilidad de la mujer en la Guerra de Malvinas.
Algo falso, porque las mujeres que estuvieron en el teatro de operaciones
recibieron el mismo trato que los hombres. Son veteranas de guerra, reciben
pensión, etc. Son 16 en total, la mayoría no estuvo en las islas sino en los
barcos, como enfermeras o asistentes.
— Sí, instrumentistas
quirúrgicas.
— Pero eso obliga a revisar
toda la guerra con perspectiva de género, que no sé muy bien qué significaría.
— No, no, yo tampoco.
— En cambio me sorprendió
descubrir que sí existe una invisibilización, la de los capellanes, que sí
estuvieron efectivamente en las islas.
— Así es. No todos estuvieron los
74 días. El padre Maffezini, el del 2 de abril, se fue el 11 de junio porque
había fallecido su papá y la superioridad le ordenó irse. Él no se quería ir.
Pero sí, invisibilizaciones, como se dice ahora, omisiones, mutilaciones, hay
muchas. Llevamos 40 años de tergiversaciones en este armazón,
en esta urdimbre ideológica que se denomina desmalvinización. Sobre la
perspectiva de género en el tema Malvinas hay una cosa muy interesante. Varias
de estas mujeres estuvieron en el Almirante Irízar. Y cuando
terminó la batalla de Puerto Argentino quisieron bajar para hacer lo que hacían
en el Irízar, que era que, después de estar en la enfermería cuidando de sus
heridos, iban a la capilla del buque a rezar por los que aún estaban
combatiendo. Entonces, si quieren perspectiva de género, respeten
verdaderamente a esas mujeres, valerosísimas, valiosas argentinas, respétenlas
auténticamente y digan lo que hicieron. No las usufructúen más ideológicamente.
— Una de las deformaciones que
produce esta perspectiva de género, no por culpa de estas mujeres porque no
creo que ellas tengan ese espíritu para nada, es decir que el heroísmo es un
concepto machista. O sea que rescatar el heroísmo de los combatientes en
Malvinas sería un acto de machismo.
— Sí. En esta cultura panfletaria
actual, se ve, se escucha o se lee cada cosa… Sí, bueno, como toda cuestión
ideológica, de desvinculación con lo real, estas son categorías, son entes de
razón ideológicos, que carecen de sentido. Lo que pasó en Malvinas no tuvo nada
que ver con el machismo. Tuvo que ver en muchos casos, gracias a Dios, con el
heroísmo. Además tuvo que ver con virtudes superiores que se manifestaron
cotidianamente en Malvinas. Un veterano decía “el heroísmo de todos los
minutos”. El dar un pedazo de pan en esa situación al camarada. Jugarse la vida
y hasta entregarla. No hay más alto signo de la caridad que ese. Lo que pasó en
Malvinas no tuvo nada que ver con esta deformación ideológica con la que hoy se
la pretende ver. Pasaron cosas sustantivas y trascendentes en Malvinas y no
selas puede seguir desconociendo.
— En el fondo, implica
desvalorizar a la mujer porque se insinúa que ella no es capaz de heroísmo.
— Sin dudas. Pienso por ejemplo
en las mujeres del Irizar y sí fueron mujeres heroicas.
— ¿Qué hacían exactamente los
sacerdotes en las Islas?
— En las dos grandes islas del
archipiélago hubo unidades militares. En la Gran Malvina, tanto en Bahía Fox
como en Puerto Howard, hubo unidades militares y cada una tuvo su sacerdote.
Pienso ahora en el padre (Nicolás) Solonyzny, un salesiano,
extraordinario sacerdote, recordado por todos los hombres que estuvieron con
él, con una característica muy particular porque en Puerto Yapeyú, Howard, no
se vivió prácticamente la guerra terrestre sino los bombardeos, la aviación.
Pero lo que sí se vivió fue un gran desamparo y hambruna. Agravada después del
hundimiento del “Isla de los Estados” que les llevaba comida. En ese marco, la
presencia del sacerdote fue fundamentalísima. Pienso en el padre Santiago
Mora, italiano, que estuvo en Pradera del Ganso, y que acompañó y era
confesor y asesor o guía espiritual del teniente Roberto Estévez. Ahora,
básicamente, la tarea de los sacerdotes era el altar, la misa.
— La misa diaria.
— La misa diaria. Hubo sacerdotes
que celebraron más de ocho misas diarias, porque eran muy pocos. El padre
Martínez Torrens, que estaba en Puerto Argentino, recorrió mucho las islas y
era básicamente la misa, la vida sacramental, las confesiones, la compañía y la
atención espiritual de estos hombres. En general, las absoluciones se hacían en
forma colectiva. Muchos se quedaron en Puerto Argentino, salvo los que
estuvieron en Pradera del Ganso, particularmente el padre Mora y el padre Sesa que
estuvieron en medio de los combates. Los que estaban en Puerto Argentino
recibieron la prohibición de participar en los últimos combates alrededor de
Puerto Argentino, en Longdon, Harriet, Tumbledown. Cosa que no pasó con los
capellanes ingleses que combatieron o estuvieron junto a los combatientes casi
en la primera línea. Yo señalo en el libro que el gobierno militar de Malvinas
en muchos sentidos replicaba el liberalismo ínsito del gobierno, un
liberalismo que conlleva cierto laicismo y cierta desestimación... ¿El
sacerdote para qué? El sacerdote era fundamental y lo era tanto antes como
durante el combate. Su tarea fue muy importante.
— ¿Hubo alguna baja o herido
entre ellos?
— No. Milagrosamente, porque, por
ejemplo, durante una misa que estaba celebrando el padre Martínez Torrens, un
avión, un Harrier, se venía derecho a ellos y en el momento de la consagración
él les dice a soldados “rodilla en tierra”. Y ellos interpretaron que era por
la consagración, pero era por el avión. El Harrier arrojó las bombas y no hubo
heridos. Fue milagroso. Hubo varias anécdotas de esas. Celebraciones de misas
de campaña bajo ataque se dieron en varias oportunidades.
— Escuché al coronel Esteban
Vilgré La Madrid decir que él, que creo era catequista, había hecho muchas
conversiones en Malvinas.
— Hubo conversiones, sí.
Conversiones que podríamos llamar de guerra ante el temor a la muerte y la
necesidad de salir del vacío de la increencia. Y hubo también conversiones de
otras religiones. Recuerdo una muy en particular que estaba vinculada a la
devoción de la Virgen. Yo también quiero, le dice un soldado al capellán, yo
también quiero una madre. Sí, hubo conversiones.
— ¿Qué pasó con esos soldados
que vivieron en ese espíritu de comunión, de cercanía a Dios?
— En algunos arraigó la fe y fue
sostén. En otros, quizás no tanto. A veces pasamos, no digo ligeramente, pero
sí rápidamente por el expediente de la desmalvinización, que tiene muchísimos
aspectos. La desmoralización de nuestros veteranos y el infundir ese ánimo
derrotista en la cultura argentina pretendió y pretende generar desesperanza.
“La Argentina no tiene destino, somos esto, perdimos… ¿te das cuenta? todo fue
una fantochada de un borracho…” Jauretche hablaba de las zonceras de la auto
denigración. Bueno, en Malvinas eso encontró su máxima expresión. Y ha influido
obviamente en el ánimo de los argentinos, y ni qué hablar de los veteranos. No
obstante eso, considero que en muchos de ellos arraigó la fe en forma
fundamental.
— ¿Qué pasó con esos
sacerdotes en la posguerra? ¿Mantuvieron contacto con sus soldados?
— La mayor parte sí. Algunos
volvieron a sus tareas, a su ministerio de siempre en una parroquia. Por
ejemplo el padre Gozzi, recién al fallecer la gente de su
parroquia se enteró de que había estado en Malvinas. Otros sacerdotes, como el
padre Fernández, coordinador de los capellanes del Ejército, o
Martínez Torrens, o monseñor Puyelli de la Fuerza Aérea,
fueron fundamentales en la tarea de la malvinización. O el padre
Solonyzny que se reencontraba todo el tiempo con los veteranos del Regimiento
de Infantería 5 que había estado en Yapeyú. En muchos de ellos pervivió y hasta
fue, junto con la fe, la razón de su existir. Lo veo muy particularmente en el
único que yo conocí, Martínez Torrens, a quien tuve la alegría de poder
llevarle el libro hace unos días, y sigue siendo ese humilde, sencillo
sacerdote. Está en General Roca, en Río Negro, siempre incentivado por la
predicación entre los jóvenes y por la cuestión Malvinas. Para él es siempre un
tema trascendente.
— ¿Volvió a Malvinas?
— ¿Sabe que no lo sé? Muchos
veteranos se resisten a volver. Hoy leía que un veterano, un oficial del
Regimiento 5 que estuvo en Howard, fue a Malvinas y le hicieron pagar la tasa
como si hubiera ido, no sé, a Bélgica...
— El gobierno de acá le hizo
pagar.
— Este gobierno le hizo pagar
como si hubiera ido al exterior. La desmalvinización también es decir
“Malvinas, Malvinas”, la cuestión de género y todo, pero después Malvinas es el
extranjero.
— ¿Éste es su primer libro
sobre Malvinas?
— Sí. Pero hay una figura muy
interesante que surgió en esta búsqueda, que es la del soldado Carlos
Mosto. Pude contactar a la hermana, Elsa Mosto, que vive en Gualeguaychú.
Mosto fue una figura entrañable. Entrañable. Un soldado mayor que el resto,
estudiante de medicina. Las cartas de Carlos Mosto a su mamá son
impresionantes. Él le pide que rece por él, por sus compañeros y también por
los ingleses que están enfrente. Mosto murió en Moody Brook, que era el ex
cuartel de los marines, y es una figura a la que me gustaría dedicar aunque sea
un opúsculo.
— ¿Qué repercusiones ha tenido
hasta ahora su trabajo?
— El libro tiene que andar su
camino. Contiene cierta incorrección política y eso puede hacer variar su
suerte. Veremos.
— La incorrección política
suele ser el sentido común de la mayoría.
— Suele ser. Sí. Sin dudas. Así
que no lo sé: veremos. Yo ya terminé mi tarea, que era escribirlo, y veremos
qué le pasa al libro.
— Que haga su camino, como
dijo usted.
— Así es.
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