Se cumplen en estos
días 30 años de la recuperación temporal
de las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Sería largo de explicar los
fundamentos jurídicos que legitimaron en su momento el dominio español sobre
las mismas y luego – por aplicación del principio “utis possidetis iuris”-
nuestra soberanía sobre todo el archipiélago. Los ilícitos y transitorios
asentamientos de Francia e Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII no
lograron empañar la pacífica posesión por parte de España, desde su descubrimiento en 1520 por la expedición de Magallanes – 72
años antes del avistaje realizado por el marino inglés John Davis - hasta la Declaración de nuestra
Independencia en 1816. “De 1520 es,
precisamente, el mapa más antiguo donde, por primera vez, aparecen
cartografiadas las Islas Malvinas”[1],
denominadas en aquel tiempo como “Islas de Sansón”. Esto explica los reclamos
diplomáticos de la Corona
cada vez que se produjeron incursiones por parte de ingleses, franceses y
holandeses, como los 27 nombramientos de administradores de las Malvinas hechos
por España entre 1776 y 1810. En 1820,
consumada ya nuestra Independencia, se tomó posesión de las Islas en nombre de
las Provincias Unidas del Río de la
Plata, izándose por primera vez el pabellón nacional.
“Durante la década de 1820 los distintos gobiernos de Buenos Aires designaron
gobernadores en Malvinas y legislaron sobre sus recursos pesqueros y el
otorgamiento de concesiones territoriales”[2]. Don Luis Vernet fue nombrado, en 1829 su primer
Comandante político y militar. Allí se trasladó “con su esposa María Sáez,
oriunda de Montevideo, teniendo con ella una hija en Puerto Soledad: Malvina
Vernet y Sáez. La población que había en
la isla era de entre 120 y 150 residentes en total, y estaba compuesta
fundamentalmente por cazadores y pescadores”[3].
Es decir que el territorio hoy en
disputa estaba poblado y tenía un gobierno local. Por aquellos años, el
Imperio Británico tenía interés en ocupar las islas por razones geopolíticas,
militares y económicas. Los ingleses habían sido rechazados heroicamente por
los criollos con ocasión de las famosas Invasiones a Buenos Aires de 1806 y
1807, y volverían a ser derrotados por la Confederación Argentina
en la Guerra
del Paraná, entre 1845 y 1848. Pero la guerra civil de unitarios y federales,
unida a la Expedición
al Desierto para consolidar nuestra soberanía sobre parte de la Patagonia, impidió que
nos defendiéramos con éxito de la violenta ocupación inglesa del 2 de enero de
1833. La protesta del entonces gobernador argentino en Malvinas, José María
Pinedo, como la recuperación temporal de las mismas realizada por un grupo de
peones capitaneados por el entrerriano Antonio Rivero (conocido como el “Gaucho Rivero”) fueron
inútiles. Gran Bretaña, violando el
Tratado de Tordesillas entre España y Portugal de 1494, el Acuerdo de Madrid
entre España y el Reino Unido de 1670, el posterior entre ambos Estados de
1771, el Tratado de San Lorenzo del Escorial de 1790 y el de Amistad entre las
Provincias Unidas del Río de la
Plata e Inglaterra de 1825, ocupó de modo ilegal las Islas y
a partir de 1843 envió los primeros colonos a un territorio que no les
pertenecía. Dichos colonos son, en
muchos casos, los ascendientes de los actuales habitantes de las Islas llamados
“kelpers”, a los cuales Gran Bretaña y algunos intelectuales argentinos –
contrariando principios jurídicos de
orden internacional, entre otros el de “integridad territorial” y el de “no
prescripción de los derechos legítimamente adquiridos y conservados” – quieren
otorgarles la “autodeterminación”, esgrimiendo la necesidad de custodiar, no
los “intereses” (que la
Argentina siempre prometió respetar), sino los “deseos” de
los mismos. Naturalmente, si accediéramos a esa pretensión – que fue la
utilizada por la diplomacia inglesa en 1982 -, los kelpers se constituirían en
un estado independiente, integrante de la Comunidad Británica
de Naciones. Sostener esa hipótesis (que la ONU rechazó como contraria a derecho en relación
al Peñón de Gibraltar), carece de fundamentos jurídicos adecuados y sería
hacerle el juego al imperialismo inglés. Con maniobras de ese tipo las
Provincias Unidas del Río de la
Plata se desintegraron parcialmente en el siglo XIX,
separándose de las mismas el Alto Perú
(hoy Bolivia), Paraguay, la
Banda Oriental (hoy República Oriental del Uruguay) y las
Misiones (tanto Occidentales como Orientales) que pasaron a manos de Brasil. Meditemos que mientras ciertos gobernantes
argentinos esgrimían esta indiferencia, que
implicó una disminución de casi la mitad de nuestro territorio – con la pérdida
de riquezas históricas, culturales, religiosas y económicas – Brasil y EE.UU,
en la misma época, no hicieron más que
agrandar el suyo a costa de otras naciones…
Los sucesivos gobiernos que tuvieron a su
cargo las Relaciones Exteriores de la Argentina, desde 1833 hasta la fecha, hicieron
las reclamaciones diplomáticas de rigor, en una larga y pacífica protesta,
impidiendo de ese modo la prescripción de nuestros derechos. Gran Bretaña incurrió en cambio en numerosas
contradicciones que, según la “doctrina de los actos propios”[4]
del derecho internacional público, constituyen un argumento en contra de sus
pretensiones, que se suma a las ilícitas
ocupaciones de 1833 y de 1982. Inglaterra
no sólo no hizo lugar a ninguno de los sucesivos planteos de la Cancillería argentina
sino que desconoció de hecho las Resoluciones 1514 y 2065 de la Asamblea General
de las Naciones Unidas referidas – de modo indirecto o directo – a esta cuestión.
Intereses militares y económicos llevaron, por el contrario a que Gran Bretaña
fortificara militarmente las Islas- antes de 1982 -y realizara sucesivas
exploraciones en busca de hidrocarburos, situación que se mantiene hasta el día
de hoy, cuando se conjetura con seriedad no sólo la existencia de petróleo
en la zona, sino la ubicación del mismo a una profundidad menor que en las
aguas del Brasil. Por informes de las expediciones de las empresas que
ilegalmente exploran la cuenca de Malvinas, se supone que allí hay grandes “reservas
(…) de barriles de petróleo de calidad comercial”.[5]
La posesión de las Islas Malvinas por
parte de una potencia colonialista, además de la injusticia que de suyo
comporta, compromete nuestros derechos sobre la Patagonia y sobre la Antártida y nos priva de los recursos naturales propios
de dicho espacio geográfico. Con el
agravante de que, a partir de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en
2009, Gran Bretaña consiguió que las
Malvinas formen parte de la “región ultraperiférica de la Unión Europea”[6].
De ese modo, los 27 miembros de la
Unión se han hecho “cómplices y garantes de la usurpación
británica de las Islas”[7], europeizando su ocupación. De allí la
importancia de “suramericanizar” el tema, teniendo en cuenta la solidaridad que
la mayoría de las naciones hermanas de Hispanoamérica manifestaron durante la Batalla de 1982. Recordemos
en especial el apoyo de Perú. Malvinas es no sólo una Causa Nacional de lo argentinos (sin distinción de clase, de
partido o de sector) sino una Causa de la Patria Grande
Suramericana y de toda la Comunidad Hispánica de Naciones. Generación tras
generación, a los largo de cinco siglos, nuestros antepasados descubrieron,
ocuparon y gobernaron esa porción de la Patria, y luego de 1833, la defendieron, tanto
por la vía diplomática como por la militar. El último conflicto bélico, más allá de la derrota, de las imprudencias
y de las traiciones, tuvo reconocidos actos de coraje que constituyen una verdadera
gesta de nuestro pueblo. Gracias al mismo la Argentina redescubrió
que tiene Héroes. No víctimas, sino Héroes, que encarnaron de modo
paradigmático la virtud del patriotismo. Por eso es importante recordar que
una Batalla perdida no es una Causa perdida. Podemos afirmar con José Hernández, el autor del “Martín
Fierro” que “absorberle un pedazo de
territorio (a los pueblos), es un doble atentado, porque no sólo es el despojo
de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación”.[8]
. Y preguntarnos, con el célebre político e intelectual nacionalista Ramón Doll, qué significa, de hecho, el despojo de las
Malvinas. “Ya podemos comprender perfectamente cuál es la función específica
del dominio inglés sobre las Malvinas- decía en 1939-. Con respecto a la
Argentina sirven como de una advertencia muda, como de un
gesto simbólico de señorío sobre nuestro país. Desde el archipiélago
malvinero, un inglés fue apostado ahí para que constantemente nos hiciera un
signo imperativo de silencio y sumisión respecto a la situación de colonia
vergonzante con que nos tiene subordinados. Adviértase fácilmente que la presencia de esa posesión inglesa, el
recuerdo de que la obtuvo a base de la más cínica prepotencia, y el silencio
irónico con que Inglaterra contesta nuestras reclamaciones, tienen una gran
importancia psicológica sobre el espíritu público argentino (…). Las
Malvinas son en manos de Inglaterra algo así como la fianza o si se quiere la
prenda (…) que simboliza la venta total de la soberanía argentina”[9].
En otras palabras, tenemos una superficie importante de nuestro territorio
ocupado por una Potencia extranjera y colonialista. La misma que – habiendo perdido gran parte de
su Imperio – ejerce, en alianza con EE.UU, otros Estados del llamado Primer
Mundo y poderosas multinacionales, el poder
hegemónico dominante en el mundo actual. Ese poder con el cual tenemos una colosal e ilícita deuda externa y que,
a través de organismos globales, fomenta
la homosexualidad, el aborto, la contracepción, la ideología de género, el laicismo
y el ataque constante a la
Tradición católica de la Argentina. No es un secreto para nadie ya, el papel que en todos estos temas juegan la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller,
el Club Bilderberg, la
Comisión Trilateral y sobre todo la Masonería inglesa, cuyo
Gran Maestre es el Príncipe Eduardo, Duque de Kent. De allí también, el fervor
no sólo patriótico sino también religioso con que muchos argentinos combatieron
en 1982. Por lo demás, si tenemos en cuenta que según el informe oficial de
la República
Argentina presentado en 2009 ante la Convención de las
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, la superficie de nuestro territorio
comprende unos 10.400.000
kilómetros cuadrados y no los 2. 791.810 km2 de la
cartografía anterior (que no oficializaba el límite exterior de nuestra
plataforma continental), la pérdida de
las Malvinas e Islas del Atlántico Sur y sus espacios marítimos respectivos,
significaría la de un total de 3 millones de km2, es decir cerca de un tercio
de nuestra tierra.
El
patriotismo es una de las virtudes más importantes para un nación como la
nuestra, sometida a un “colonialismo mental” desde hace casi dos siglos. Patria
significa tierra de los padres y comprende todo el patrimonio material y
espiritual heredado. Que estos 30 años de la Batalla del Atlántico Sur
nos ayuden a ser conscientes de nuestra responsabilidad ante las generaciones
pasadas y futuras, por esas tierras donde descansan los restos de quienes dieron
su vida por recuperarlas y en función de los cuales tenemos importantísimos intereses
geopolíticos, militares, económicos, culturales y religiosos. Defendamos esta Causa y honremos a los Héroes que supieron derramar su
sangre por la
Soberanía Nacional.
Fernando Romero
Moreno
[1] AA.VV, 1492-2010- Malvinas. Una perspectiva suramericana,
Ediciones de la
Universidad Nacional de Lanús (EDUNLA), Bs. As, 2011, pág. 93
[2] AA.VV, op. cit., pág. 110
[3] AA.VV, op.cit., pág. 117
[4] AA.VV, op. cit, pág. 133
[5] AA.VV., op cit., pág 80.
[6] AA.VV, op. cit. pág. 26
[7] AA.VV, op. cit. pág. 26
[8] AA.VV, op. cit. pág. 143.
[9] Doll, Ramón, Hacia la liberación, Biblioteca del Pensamiento
Nacionalista Argentino, Ediciones Dictio, Bs. As., págs.. 366 y 369
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