Nuestra Patria fue construida por el esfuerzo de los bravos capitanes españoles que fundaron las ciudades en torno a las cuales luego fueron surgiendo nuestras provincias. Junto al esfuerzo de aquellos intrépidos varones se debe destacar la acción misionera de los frailes de las distintas Órdenes que llegaban a estas tierras. Y ambos, capitanes y frailes, estaban al servicio del Rey del Cielo –Cristo, Nuestro Señor-, y del Rey de la Tierra, procurando la extensión del Imperio Cristiano –“el barro y el hierro”, al decir de Rubén Calderón Bouchet-.
Cuando, en tiempos de los Borbones, la Corona española abandonó el
ideal imperial y evangelizador, y fue presa de los poderes mundano desatados
por la Revolución,
aquí en estas tierras nuevamente fueron los grandes capitanes quienes lucharon
por construir una Patria independiente fiel
al espíritu fundacional: la obra de Belgrano y San Martín son una
muestra de ello. Y junto a los grandes generales iban los frailes que daban
asistencia espiritual a la tropa, y le infundían el espíritu de devoción
mariana inculcado por los ilustres Jefes. Nuevamente la Cruz y la Espada procuraban
establecer el señorío –el “Imperio”- sobre estas tierras.
Pero los sectores iluministas,
continuadores del Despotismo Ilustrado de los Borbones, procuraron por medio
del “Unitarismo”, infundir en estas tierras el espíritu de la “Revolución” y
del “Capital”; las nuevas corrientes filosóficas, políticas, económicas,
culturales, nacidas en la
Francia de la
Revolución y en la Inglaterra protestante fueron sus modelos. Con
eso se abandonaba también el ideal del “Imperio”, y se procuraba crear una
“Patria chica”, adaptada al “espíritu de la Modernidad”.
Frente a esta situación se levantaron los
caudillos, bravos capitanes, herederos del espíritu de los Capitanes de la Fundación, quienes
defendieron el ideal de la
Patria Grande, y la herencia de Fe de los primeros
misioneros. Allí estaba don Facundo Quiroga levantando en La Rioja su bandera que rezaba
“Religión o Muerte”, frente al reformismo rivadaviano. El gran heredero de esta
tradición fue Juan Manuel de Rosas, quien supo devolver el Orden a la nueva
Patria Independiente, mantener bien alto el ideal “imperial” –defendiendo la
herencia virreinal y plantándose frente a los poderosos de ese momento-, y
sosteniendo la Religión
frente a los logistas y liberales. Nuevamente se daban la mano la Cruz, la Espada y el Imperio.
Prof. Javier Ruffino
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