Introducción
Usualmente se describe la América precolombina como una edad
dorada, un verdadero paraíso en la tierra, el que supuestamente terminó por
convertirse en un infierno tras la llegada de los colonos. Pues, culpable e
intencionadamente se ignora el modo de vida que llevaban los indígenas antes de
la llegada de los españoles. Modo y estilo en que el genocidio, la esclavitud,
el sometimiento de los más débiles, los tributos agobiantes y los vejámenes en
masa, las expropiaciones y deportaciones, los robos y saqueos, las torturas
inhumanas y las constantes guerras de
dominio eran moneda corriente entre los indios y estaban a la orden del día.
Como sabemos el Padre de la Leyenda Negra fue un hijo
legítimo de España, el fraile dominico Bartolomé de las Casa, quien empleó
cifras falsas acerca de la matanza de indios para desacreditar la gesta
española en América. Él fue también el artífice de la clásica dialéctica
españoles malos-indios buenos; pues según el dominico los indios eran seres
carentes de pecado original e inclinados al bien, mientras que los españoles
eran perros rabiosos que sólo querían exterminar a los indígenas.
Como es sabido, la Leyenda Negra fue difundida primero desde
ambientes doctos y académicos, pero con
el tiempo se vulgarizó y popularizó, llegando a todos los estratos sociales y
culturales. Para ello sus turiferarios se han valido de cuanto mecanismo han
tenido a la mano, sin dejar de lado la cultura, pues una de las herramientas
utilizadas para tal cometido ha sido la música.
En este trabajo nos hemos propuesto analizar la obra musical
titulada Taki Ongoy. Se trata de un disco compuesto por el cantante argentino
Víctor Heredia y editado en el año 1986. El mismo en su momento tuvo gran
trascendencia musical, e incluso el año pasado fue reeditado en forma de libro
el cual fue presentado por su autor en la mismísima Feria Internacional del Libro.
El disco alterna piezas musicales con narraciones donde se
describe el Descubrimiento y Colonización de nuestro Continente como un hecho
atroz, en el que los españoles son presentados como sanguinarios asesinos,
movidos por un “odio pestilente”, en palabras del cantautor, y una frenética y
enceguecedora sed de oro y destrucción; y se muestra a los indígenas como
pobres e inocentes víctimas oprimidas en lucha por su identidad y su libertad.
Nada nuevo bajo el sol, se repite la ya raída dialéctica españoles malos-
indios buenos.
De la obra analizaremos el primer relato, puesto que es el
que reúne la mayor cantidad de falacias, las cuales, por supuesto, carecen por
completo de fundamento histórico y son presentadas como verdades irrefutables.
Taki Ongoy comienza con el siguiente relato:
“Hubo un tiempo en el
que todo era bueno. Un tiempo feliz en el que nuestros dioses velaban por
nosotros. No había enfermedad entonces, no había pecado entonces, no había
dolores de huesos, no había fiebres, no había viruela (…). Sanos vivíamos (…).
Pero ese tiempo acabó, desde que ellos llegaron con su odio pestilente y su
nuevo dios y sus horrorosos perros cazadores, sus sanguinarios perros de
guerra, sus perros asesinos. Bajaron de sus barcos de hierro: (…) nada quedó en
pie, todo lo arrasaron, lo torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de
hermanos indios esperan desde su oscura muerte, desde su espantoso genocidio,
(…). Que se sepa la verdad, la terrible verdad de cómo mataron y esclavizaron a
un continente entero para saquear la plata y el oro y la tierra. De cómo nos
quitaron hasta las lenguas, el idioma y cambiaron nuestros dioses
atemorizándonos con horribles castigos (…)”[1].
El Edén Precolombino
Como podemos ver, el relato describe la situación de la
América precolombina como una edad dorada, habitada por indios mansos, sanos y,
podemos decir, a la manera lascaciana, carentes de pecado original. Rápidamente
digamos al respecto que los apologistas de la Leyenda Negra culpable e
intencionadamente niegan que los indios estaban sumergidos en condiciones de
vida miserables. El incesto, la sodomía, la prostitución, la desnudez total, la
esclavitud, la antropofagia, los sacrificios humanos, el sometimiento de los
más fuertes sobre los más débiles, eran prácticas frecuentes en numerosas
tribus de América.
En este “Edén” del que hablan los fabuladores indigenistas
el aniquilamiento en masa de seres humanos era moneda corriente. Pues bien, que
nos disculpen Heredia y los indigenistas si discrepamos con ellos, pues luego
de conocer estos datos, no nos resulta tan idílica e ideal la situación de
América antes del Descubrimiento.
Situación de la Mujer Indígena
Analicemos ahora la condición de la mujer, un tema tan en
boga en nuestros días. Días atrás tuvo lugar en Santa Fe el 31º Encuentro
Nacional de Mujeres, y resulta paradójico e incluso gracioso ver que los
movimientos que luchan por presuntos derechos de la mujer también enarbolen las
banderas del Indigenismo, pues sin lugar a dudas ignoran por completo la
degradante condición de las mujeres indígenas antes de la llegada de los
españoles. Por ejemplo, nos enseña Petrocelli que:
“Los aztecas podían arrojar de sus hogares a las mujeres de
mal temperamento, haraganas o estériles (…). Frecuentemente los plebeyos cedían
a los nobles sus hijas como sus concubinas. (…) Entre los quichuas, el Inca,
cuya esposa, diremos oficial, debía ser su hermana, podía tomar otras mujeres,
así como disponer como mejor le pareciera de las vírgenes consagradas al
Sol”[2].
El mismo autor cita a Mansilla[3], quien describe la penosa
situación de las mujeres ranqueles. En esa tribu la mujer casada se encontraba
en una situación de dominio absoluto de su marido, éste tenía sobre ella derecho
de vida o de muerte. Por una simple sospecha, por el simple hecho de haberla
visto hablando con otro hombre, podía matarla. No era mejor el destino de las
ancianas. En esta tribu se creía que “Gualicho”, un espíritu maligno, se
apoderaba de las longevas, en especial “de las viejas feas”. ¡Hay de aquella
que estuviera engualichada! La mataban. Era la manera de conjurar el espíritu
maligno. Bastaba que en el toldo donde vivía sucediera algo, que se enfermara
un indio, o se muriera un caballo; la vieja tenía la culpa. Gualicho no se iría
de la casa hasta que la infeliz muriera, sacrificio que inexorablemente
perpetraba el indio que tenía derecho sobre ella.
Nos parece hipócrita la miopía feminista en este tema, pues
acusa de “machista” a la Iglesia, ignorando que le concedió a la mujer una
dignidad única, negada por cualquier otro culto, y fue justamente la enseñanza
cristiana la que regularizó la condición de las indias y el trato que merecían;
nos resulta chocante que quienes supuestamente abogan por la defensa de las
mujeres callen de repente y no digan ni una palabra contra el trato que sufrían
las indias antes de la llegada de los civilizadores.
La Llegada de los Demoledores
Analicemos rápidamente la acción general de España en el
Nuevo Continente. El relator afirma que
tras su llegada los colonos no hicieron más que destruir, exterminar a los
indios y arrasar con todo vestigio cultural. Digamos al respecto que se trata
de una inmensa y maliciosa mentira que las pruebas se encargan de desbaratar.
Morales Padrón lo señaló de la mejor manera al decir que
“Nunca un pueblo que domina, siendo superior en todo, se adaptó tanto al
dominado”[4]. Lo que la Madre Patria realizó en estas tierras es digno de
ejemplo y un caso único entre las potencias colonizadoras, respetó lo
respetable, adoptó las costumbres que no se oponían al Derecho Natural y
ofreció y plasmó en América lo mejor de sí. Lo que se produjo fue una
transculturación que permitió la fusión de las culturas, logrando una simbiosis
armónica, expresada en distintas manifestaciones culturales, una de ellas,
quizá la más importante, es el Arte Cusqueño que fusiona el estilo del Barroco
español con técnicas y estilos quichuas. Éste fue tan importante que adquirió
la categoría de escuela por sus variadas características formales e
iconográficas y por su gran difusión territorial.
El tan mentado Genocidio español
Abordemos ahora el tema del tan mentado genocidio español.
Heredia, sin ningún tipo de escrúpulos arroja la cifra de cincuenta y seis
millones de indios exterminados. Nuevamente se emplea la manipulación de
números para desacreditar la Conquista y sensibilizar al público. En realidad,
las investigaciones mejor fundadas no admiten semejantes cifras. Esto lo dictan
la pasión ideológica y el odio a la hispanidad.
El trabajo de investigación más serio y mejor fundado sobre
este tema lo ha realizado Ángel Rosenblat. El autor ha utilizado como elemento
de estimación fundamental la posibilidad alimenticia que ofrecía nuestro
continente. En su análisis fija para la población americana hacia 1492 el
número de trece millones y medio de almas. El mismo estudioso agrega que:
“Fuera de la zona agrícola, que se escalonaba en una estrecha franja a lo largo
de Los Andes, el Continente era en 1492 una inmensa selva o una estepa”.[5]
Petrocelli sostiene que Rosenblat fue generoso, ya que como lo atestigua un
estudio de la revista Esquiú:
“De acuerdo con la capacidad alimentaria que podía aportar
el continente y a las técnicas de cultivo de la época, la totalidad de
población de América Latina debe estimarse entre un mínimo de 8 y un máximo de
13 millones. Lo demás forma parte del sombrío delirio antiespañol”[6].
Efectivamente en el siglo XVI se produjo una importante caída
demográfica. Rosenblat estima que “hacia 1570 la población aborigen de
Iberoamérica había perdido 2.557.850 personas.”[7] Según estudios serios el
mayor decrecimiento de la población indígena fue causado por las epidemias, por
el choque microbiano y viral. Así lo explica Vittorio Messori: “Las
enfermedades que los europeos llevaron a América (…) eran desconocidas en el
nicho ecológico aislado de los indios, por lo tanto, éstos carecían de las
defensas inmunológicas para hacerles frente”[8]. Otras causas de la merma
fueron enfermedades como la escarlatina, el tifus, el sarampión o el paludismo;
las insolaciones; la escasez de comida; los excesos de una vida viciosa como la
embriaguez o el uso de la coca; la mestización y las guerras. Pero hacer
depender todos estos factores de un inexistente exterminio masivo por parte de
los españoles es hacerse eco de una descabellada mentira.
Como se ve, nuevamente, los estudios serios echan por tierra
las falacias de la Leyenda Negra, en este caso la del, tantas veces repetido,
genocidio español.
¿También arrasaron con las Lenguas?
El fragmento del relato analizado también acusa a España de
arrebatar a los pueblos de América las lenguas. Esto constituye una vil mentira
y refleja gran ignorancia por parte de los defensores de la leyenda negra.
Digamos al respecto que la UNICEF, organismo que no puede ser catalogado de
hispanófilo, en 2011 presentó un estudio sobre las lenguas indígenas que se
hablan en Hispanoamérica, según el cual “en la región se hablan 420 lenguas
(…)”[9] de las cuales más de 20% son idiomas que se utilizan en dos o más
países. Este trabajo además destaca “el impresionante número de familias
lingüísticas que existen, ya que se logró registrar casi 99 familias”[10].
En Hispanoamérica la familia lingüística más importante es
la Arawak, hablada en varios territorios que van desde Centroamérica a la
Amazonía. Otra lengua importante es el quechua, hablada por entre 8-11 millones
de personas principalmente en Perú, Bolivia, Ecuador y algunas partes de
Colombia y Argentina; el Aimara es hablado por más de 2 millones de personas
ubicadas principalmente en Bolivia, Perú, Chile y Argentina; y el guaraní es
una lengua hablada por más de 2 millones de personas ubicadas principalmente en
Bolivia, Perú, Chile y Argentina. Esta última, junto con el español, es una de
las lenguas oficiales en Paraguay. En ese país el 90% de la población habla
guaraní y español, y cerca del 27% lo habla exclusivamente.
Tras constatar estos datos podemos concluir que en este
sentido los cultores de la leyenda negra o mienten, o no han tenido la
posibilidad de recorrer el noroeste argentino o nuestro vecino país limítrofe,
pues en dichas zonas la supervivencia de lenguas indígenas es innegable.
A estos datos agreguemos que los misioneros no sólo no
suprimieron las lenguas de los nativos, sino que además se esforzaron por
aprender los idiomas americanos para facilitar la Evangelización.
Al respecto escribía en sus crónicas Motolinía:
“Después que los frailes vinieron a esta tierra buscaron mil
modos y maneras para traer a los indios en conocimiento de un solo Dios
verdadero, sacáronles en su propia lengua de Anáhuac los mandamientos en metro
y los artículos de la fe, y los sacramentos también cantados. En algunos
monasterios se ayuntan dos y tres lenguas diversas, y fraile hay que predica en
tres lenguas todas diferentes.”[11]
¿En qué Creían los Indios?
Por último, digamos
algo acerca de la religión de los indios, ya que Heredia presenta como el peor
de los castigos que se les podía haber infringido a los aborígenes el sacarlos
de la idolatría.
En general los pueblos eran idólatras y existía un animismo
generalizado. La religión consistía en atraerse el favor de los espíritus
benignos y rechazar a los malignos, lo que se realizaba a través de la magia.
Por otro lado, en
muchísimas de las tribus se ofrecían a los dioses sacrificios humanos,
y también la antropofagia era una
práctica común y socialmente aceptada.
Von Hagen nos explica que “el gobierno azteca se hallaba
organizado del principio al fin para mantener los poderes del Cielo y obtener
su favor con cuantos corazones humanos era posible conseguir”[12]. A lo largo
del año se realizaban sacrificios de todo tipo. Para provocar la lluvia,
inmolaban niños porque creían que sus lágrimas tenían la virtud mágica de
atraer el agua del cielo. En el sexto mes un niño y una niña eran ahogados al
hundirse una canoa llena de corazones de víctimas. Para honrar al dios del
fuego los prisioneros de guerra danzaban junto con sus captores; de pronto
éstos les arrojaban en el rostro una sustancia analgésica y luego los lanzaban
al fuego mientras alrededor de la hoguera se realizaba una danza macabra.
Cuando todavía se encontraban con vida, sacaban con ganchos a las víctimas y
les abrían el pecho para arrancar sus corazones y ofrecerlos al dios. Además,
durante el tiempo dedicado a los dioses de la fertilidad, para sus vestiduras
utilizaban pieles de prisioneros recientemente desollados.
Jacques Soustelle, apologista de los aztecas, admite que:
“esta tribu estaba moral y físicamente al extremo de sus
posibilidades en sus sacrificios humanos masivos y declara que si los
españoles no hubieran llegado (…) la hecatombe era tal (…) que hubieran tenido
que cesar el holocausto para no desaparecer”[13].
Los incas también
practicaban sacrificios humanos, pero la brutalidad de este pueblo iba
más allá, ya que además construían tambores con la piel de los vencidos y
quenas con sus huesos.
Los chibchas “ofrecían preferentemente niños, a los que se
criaba hasta los quince años en el templo del Sol, para ser finalmente muertos
a flechazos atados a una columna”[14], como lo atestigua Morales Padrón.
Tras constatar cuán atroces eran las prácticas religiosas de
los indígenas se puede deducir que la situación de América en la época previa
al descubrimiento no era tan feliz como los narra el cantautor analizado. A
pesar de que reconocemos ciertas grandezas y aspectos positivos de los nativos
de América, y obviamente su condición de
Imago Dei, es innegable que la acción que desempeñó nuestra Madre Patria en el
Continente fue sumamente beneficiosa para los aborígenes, a los que se les dio
una dignidad por ellos jamás pensada, pero lo más grande que pudo legar España
a estas Tierras fue la Fe, la posibilidad de los indios de acceder a los
méritos de la Redención obtenidos por Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
Conclusión
Para concluir con esta exposición sólo nos basta decir que
cuando se analizan los hechos del pasado sin prejuicios o tendencias
ideológicas, los acontecimientos hablan por sí mismos, la verdad sale a la luz,
las pruebas y fuentes históricas echan
por tierra las falacias elaboradas por los ideólogos enemigos de la Verdad, y
en este caso de la Hispanidad. Y a pesar de que ellos cuenten con numerosas
armas y mecanismos para ensuciar la historia, y que a través de la literatura,
la música, lo libros y muchas más herramientas difundan el error, la verdad
triunfa, y está allí, esperando a ser descubierta. Es misión del historiador
buscarla con ardor, y lo es más del historiador cristiano, ya que cuando se la
conoce se aproxima a Aquél que afirmó ser el Camino, la Verdad y la Vida.
Prof. María Carolina Figueroa
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