Ante todo cabe señalar que Artigas fue
hombre de duro cabalgar y batallar en estas comarcas vertebradas por los
grandes ríos de la Cuenca
del Plata, a las que soñó mantener unidas en la espléndida unidad geopolítica
que fue el Virreinato. Se hace también imperioso subrayar el cinismo de la
historiografía liberal, cuando desconoce y falsea el alma de nuestra historia,
haciendo aparecer al personaje como un roussoniano desarraigado de sus
ancestros, lo que preparó el camino a los escribas partisanos para trasmutarlo
en un protomarxista. De aquí que sea no sólo un desconocido, sino alguien que
ha muerto dos veces.
Nuestra tarea es entonces dejar de lado lo imaginario, ya que creemos con Ortega que “el pensamiento tiene la misión primaria de reflejar el ser de las cosas”. Y para ubicarlo en la Verdad hay que plantear con claridad meridiana que el Caudillo no fue ni un demoliberal, ni un revolucionario, si le damos a esta palabra el significado de subversión de las formas religiosas, culturales y políticas legadas por la tradición.
En las comarcas sureñas de los dominios del Rey Católico, se afincaron los Artigas. Gens de guerreros y labradores con origen en Navarra y Aragón hicieron honor a su apelativo, porque Artiga (sin la s final) es voz latina del verbo “artire” que habla de tierra “que está preparada para sembrar”. Este apellido aparece en las listas de los futuros hidalgos fundadores del Real de San Felipe y Santiago. Un 19 de junio de 1764, en el hogar de Martín José Artigas y Francisca Arnal, nació José Gervasio, bautizado dos días después. La tierra y lo telúrico ejercieron fascinación avasallante en el joven criollo. Con los años y de acuerdo a sus antecedentes familiares fue hacendado y ayudante de Félix de Azara.
Con baquía y valor alcanzó, siendo mozo, el grado de Capitán del Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo. Desde ese puesto combatió a matreros y a ingleses cuando las mercantilistas agresiones de 1806 y 1807 intentaban crear el ambiente para una rebelión generalizada en los Reinos de Indias. Eran los años en que la subversión francesa e 1789, con su satánico inmanentismo y su terrorismo de Estado, se extendía en la Europa minada por las logias. En 1808, la felonía bonapartista pretendió aherrojar a los Reinos Ibéricos. La respuesta fue el levantamiento religioso contra el ideologismo de la Revolución. Al ser ocupado el Trono por un napoleónida usurpador, América se encontró con el poder político acéfalo, con lo que la soberanía recayó en las jerarquías naturales. Esto fue lo que ocurrió en Montevideo en 1808 y en Buenos Aires en 1810.
“La sociedad rioplatense —dice Jordán B. Genta— era una unidad de orden… y el pueblo actuó jerárquicamente por medio de sus jefes naturales no elegidos por la multitud sino acatados por ella…” Los caminos imperiales de América y España se bifurcaron cuando las liberales Cortes de Cádiz y más tarde Fernando VII, pretendieron desconocer los reinos diferenciados establecidos por el César Carlos V. Entre 1811 y 1815, Artigas definió su pensamiento político y económico entroncado en las bases del doctrinarismo español. Dos fueron los puntos claves expuestos por el Caudillo: Independencia y Federalismo. La primera era exigida dado el desconocimiento, en septiembre de 1810, del federalismo natural que había caracterizado la Unión de los Reinos de España y América, para establecer el masónico Estado Centralizado.
Por el segundo se planteaba un gobierno nacional y gobiernos provinciales, es decir, un federalismo encontrado en el fondo de los antiguos Cabildos nacidos en la Hispania Romana y fortalecidos en la Edad Media. Estos fueron los municipios trasplantados a nuestra América que encarnaban el espíritu local y estaban constituidos por los jefes de familia. Era la Provincia, formada por los “Pueblos Libres” en el sentido de ciudades con Cabildo junto a sus respectivas jurisdicciones. En lo económico su política de tierras se inspiró en la Legislación de Indias y mantuvo la Propiedad Privada fuera del planteo liberal.
Artigas devino en arquetipo de la Tradición, por lo que los logistas, con la baja traición del Pilar, lo eliminaron de la argentinidad. Cayó con su Provincia Oriental y el “Sistema Americano”. Nunca más pudo volver del ostracismo paraguayo, pero su espíritu reapareció en la Cruzada Lavallejista de 1825. En ella —hay que recordarlo siempre— tuvo especial protagonismo don Juan Manuel de Rosas, quien en pocos años sería el continuador del Caudillo. Tanto fue así, que en 1843, el Exiliado, contestó negativamente al ofrecimiento de encabezar las fuerzas preparadas contra el Restaurador. El Viejo Guerrero veía de lejos las intenciones de la siniestra alianza antiamericana. Por ello, sigue siendo Centinela, Muralla y Bastión de una historia que nos quieren falsificar. Junto con don Juan Manuel, es espíritu de nuestra Unidad de Destino.
Nuestra tarea es entonces dejar de lado lo imaginario, ya que creemos con Ortega que “el pensamiento tiene la misión primaria de reflejar el ser de las cosas”. Y para ubicarlo en la Verdad hay que plantear con claridad meridiana que el Caudillo no fue ni un demoliberal, ni un revolucionario, si le damos a esta palabra el significado de subversión de las formas religiosas, culturales y políticas legadas por la tradición.
En las comarcas sureñas de los dominios del Rey Católico, se afincaron los Artigas. Gens de guerreros y labradores con origen en Navarra y Aragón hicieron honor a su apelativo, porque Artiga (sin la s final) es voz latina del verbo “artire” que habla de tierra “que está preparada para sembrar”. Este apellido aparece en las listas de los futuros hidalgos fundadores del Real de San Felipe y Santiago. Un 19 de junio de 1764, en el hogar de Martín José Artigas y Francisca Arnal, nació José Gervasio, bautizado dos días después. La tierra y lo telúrico ejercieron fascinación avasallante en el joven criollo. Con los años y de acuerdo a sus antecedentes familiares fue hacendado y ayudante de Félix de Azara.
Con baquía y valor alcanzó, siendo mozo, el grado de Capitán del Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo. Desde ese puesto combatió a matreros y a ingleses cuando las mercantilistas agresiones de 1806 y 1807 intentaban crear el ambiente para una rebelión generalizada en los Reinos de Indias. Eran los años en que la subversión francesa e 1789, con su satánico inmanentismo y su terrorismo de Estado, se extendía en la Europa minada por las logias. En 1808, la felonía bonapartista pretendió aherrojar a los Reinos Ibéricos. La respuesta fue el levantamiento religioso contra el ideologismo de la Revolución. Al ser ocupado el Trono por un napoleónida usurpador, América se encontró con el poder político acéfalo, con lo que la soberanía recayó en las jerarquías naturales. Esto fue lo que ocurrió en Montevideo en 1808 y en Buenos Aires en 1810.
“La sociedad rioplatense —dice Jordán B. Genta— era una unidad de orden… y el pueblo actuó jerárquicamente por medio de sus jefes naturales no elegidos por la multitud sino acatados por ella…” Los caminos imperiales de América y España se bifurcaron cuando las liberales Cortes de Cádiz y más tarde Fernando VII, pretendieron desconocer los reinos diferenciados establecidos por el César Carlos V. Entre 1811 y 1815, Artigas definió su pensamiento político y económico entroncado en las bases del doctrinarismo español. Dos fueron los puntos claves expuestos por el Caudillo: Independencia y Federalismo. La primera era exigida dado el desconocimiento, en septiembre de 1810, del federalismo natural que había caracterizado la Unión de los Reinos de España y América, para establecer el masónico Estado Centralizado.
Por el segundo se planteaba un gobierno nacional y gobiernos provinciales, es decir, un federalismo encontrado en el fondo de los antiguos Cabildos nacidos en la Hispania Romana y fortalecidos en la Edad Media. Estos fueron los municipios trasplantados a nuestra América que encarnaban el espíritu local y estaban constituidos por los jefes de familia. Era la Provincia, formada por los “Pueblos Libres” en el sentido de ciudades con Cabildo junto a sus respectivas jurisdicciones. En lo económico su política de tierras se inspiró en la Legislación de Indias y mantuvo la Propiedad Privada fuera del planteo liberal.
Artigas devino en arquetipo de la Tradición, por lo que los logistas, con la baja traición del Pilar, lo eliminaron de la argentinidad. Cayó con su Provincia Oriental y el “Sistema Americano”. Nunca más pudo volver del ostracismo paraguayo, pero su espíritu reapareció en la Cruzada Lavallejista de 1825. En ella —hay que recordarlo siempre— tuvo especial protagonismo don Juan Manuel de Rosas, quien en pocos años sería el continuador del Caudillo. Tanto fue así, que en 1843, el Exiliado, contestó negativamente al ofrecimiento de encabezar las fuerzas preparadas contra el Restaurador. El Viejo Guerrero veía de lejos las intenciones de la siniestra alianza antiamericana. Por ello, sigue siendo Centinela, Muralla y Bastión de una historia que nos quieren falsificar. Junto con don Juan Manuel, es espíritu de nuestra Unidad de Destino.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com/
¿"Cruzada Lavallejista"? ¿Olvida acaso el Sr. Andregnette que Lavalleja era masón, lo mismo que Blanes que inmortalizó a los "33" con su masónica bandera tricolor de "Libertad o muerte"?
ResponderEliminarY con Artigas, ya nos meteremos.
Clamor dice gratuitamente que Lavalleja era mason, cosa que tambien gratuitamente se puede negar.
ResponderEliminarAhora bien ¿y si lo fuera que? ¿acaso era deseable que la traidora Casa de los Braganza se quedara con La Banda Oriental? ¿acaso el Imperio escalvista e infectado de falsos cristianos del Brasil tenia derecho a seguir usurpando esos territorios? o acaso los pueblos del Rio de la Plata tenian que seguir soportando a una monarquia española masonica, podrida de liberalismo, despota y absolutista, que no reconocia nuestros legitimos derechos y tenia por rey a un infame que se postro ante las botas de los ejercitos de la Revolucion Francesa y traiciono a sus propios subditos?
¿Gratuitamente? Es recontra bien sabido que Lavalleja perteneció a la logia "Caballeros Orientales". También es sabido que el número "33" era simbólico, por el grado máximo de la masonería. ¿A esto ha llegado el "revisionismo"? ¿A negar la realidad?
ResponderEliminarRespecto a su segundo párrafo. ¿Acaso quién se quedó con la Banda Oriental? ¿No fue Inglaterra por medio de los gobiernos liberales la que se quedó finalmente con la República Oriental del Uruguay? ¿O me pierdo algo?
¿"Monarquía española masónica, podrida de liberalismo, déspota y absolutista", dice? Si no fuera por lo de "española", creería que se está refiriendo a los últimos 200 años de la historia de la República Argentina y de sus gobiernos...
Clamor tiene que leer con mas atención, en ningún momento dije que Lavalleja no fuera mason, solo dije que su afirmación era gratuita. Por ende lo dicho solo fue una invitación a fundar lo que se afirma, ya que de lo contrario se puede decir cualquier cosa.
ResponderEliminarLo importantes es que la condición de masón del protagonista no le quita legitimidad al hecho historico, es decir no torna reprobable la empresa de reconquistar la Banda Oriental de manos de nuestros enemigos; salvo que el imperio del Brasil no sea considerado un enemigo.
Tampoco desmerece la empresa de los 33 Orientales el hecho que finalmente Inglaterra haya impuesto sus intereses en contra del proyecto americanista y soberano que fue apoyado por los patriotas de un lado y del otro del Rio de la Plata.
Por otro lado ¿Ud pretende negar que las cortes españolas de por entonces estaban totalmente manejadas por la masonería? ¿Ud quiere afirmar que el liberalismo no fue el que rigio los últimos 200 años de la historia española? ¿Hasta eso llega el carlismo?