Por: Alberto Ezcurra Medrano
Creo que Rosas fue el prócer más grande de la Argentina. Y digo esto sin desmedro de San Martín, que fue, junto con Bolívar uno de los grandes próceres de América. Pero creo que Rosas fue más netamente un prócer argentino. Es un error suponer que cuando Rosas asumió el gobierno existía una República Argentina, al menos tal como la conocemos ahora. Ya se había desmembrado bastante el Antiguo Virreynato. Y en lo que quedaba no había unión. Las ‘Provincias Unidas de Sud América’ estaban en realidad profundamente desunidas. Tal es así que en el Congreso que declaró su independencia faltaron cuatro de ellas.
Los Caudillos, con sentimientos más localistas que
nacionales, lucharon entre sí. Y no faltaron más adelante quienes
quisieron que San Juan y Mendoza se incorporaran
a Chile; Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca a Bolivia; y que Entre Ríos, y
Corrientes, junto con el Uruguay, formaran una república independiente. Esa era
la realidad. El Poder Ejecutivo de Rivadavia no fue más que una ficción.
Rivadavia sólo gobernó en Buenos Aires, donde pretendió implantar la
civilización europea, y desconoció en absoluto la realidad del interior, que
naturalmente lo rechazó.
En tales condiciones Rosas recibió el gobierno. Sobre la
base del Pacto Federal de 1831 y la delegación del manejo de las relaciones
exteriores que le hicieron las provincias, organizó la Confederación Argentina.
Rechazando la obsesión constitucionalista de los teorizadores se tuvo a la
realidad y emprendió una larga lucha por la ‘restauración’ de la unidad y de la
autoridad. “No se sabe bien –dice Julio Irazusta- hasta que punto esa maniobra
es admirable en su mezcla de
inteligencia, fuerza y derecho”. La reconoce el propio Sarmiento cuando dice,
en carta íntima al doctor García, que Rosas ‘reincorporó la Nación’. Cuando
cayó el país estaba naturalmente constituido y por eso fue posible darle una
constitución escrita, y quizás porque se la dio demasiado pronto y no del todo
adecuada a su constitución natural, hubo
de soportar aun varios años de división y de guerra civil.
Pero no sólo logro Rosas la unión y la autoridad. Un país en
plena disolución como era el que recibió al asumir el gobierno, no podía dejar
de tentar a las grandes potencias imperialistas de Europa, entonces en pleno
tren de expansión. A esto se debieron los conflictos con Francia primero y
luego con Francia e Inglaterra. La forma admirable –extraordinaria combinación
de diplomacia y de fuerza con que Rosas supo defender y hacer triunfar la soberanía nacional,
quizás aun no ha sido suficientemente valorada en todo su alcance, como no lo
fue en su tiempo, aun para muchos de sus amigos y partidarios.
Naturalmente Rosas, para consumar tan titanica obra no pudo
usar siempre guantes blancos, como no lo hizo ningún forjador de naciones. Hubo
rebeldes, y muchos de ellos fueron además traidores a la patria naciente. No
hay porqué hacer de Rosas el ‘chivo emisario’ de una época en que todos
empleaban los mismos métodos, salvo la traición a la patria, que fue obra
exclusiva de sus adversarios. San Martín, con profética clarividencia preció y justificó a Rosas, aun
antes de que este asumiera su segundo gobierno. En carta a Tomás Guido, de
fecha 1º de febrero 1834, cuyos subrayados son del propio San Martín, expresa
lo siguiente:
“Maldita sea la tal libertad, no será hijo de mi madre el
que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no sea
establecido un gobierno que los demagogo llaman tirano y que me proteja contra
los bienes que brinda la actual libertad… el hombre que establezca el orden en
nuestra patria, sean cuales sean los métodos que para ello emplea, es él sólo
que merecerá el noble título de Libertador”.
He aquí como San Martín previó a Rosas, supo que le
llamarían tirano, le cedió en cuanto a la Argentina respecta su título de
Libertador, y lo confirmó más tarde con el legado de su sable. ¡Qué admirable
lección para los antirrosistas de todos los tiempos!+
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