jueves, 5 de septiembre de 2024

Mayo, visto por Federico Ibarguren

 

Por: Edgardo Atilio Moreno

Federico Ibarguren, en su clásico “Asi fue mayo”, sostiene que en toda revolución se dan tres fuerzas. Una, la de aquellos que quieren mantener el status quo, es decir que se resiste al cambio. La segunda, la de aquellos que no solo buscan el cambio, si no que lo quieren “a marcha forzada”, y hacen todo lo posible para “encaramarse en su cresta”, sea para satisfacer deseos de venganza o para ensayar planteos ideológicos, sin tener en cuenta la realidad ambiente.

Sin embargo –dice Ibarguren- “para evitar que la sociedad sucumba, entre la ceguera aferrada a un pasado muerto y la demagogia de los ideólogos forjadores de utopías, se hace preciso que una tercera fuerza surja, armonizando la tradición viva con la necesaria doctrina reformadora de lo caduco y petrificado que ha perdido vigencia. Pero esa tercera fuerza solo podrá tener estado político una vez eliminadas las dos tendencias extremas.”

Teniendo en cuenta esta especie de “ley de las revoluciones”, nuestro autor encuentra que en Mayo de 1810, las dos fuerzas que se enfrentaron y encendieron la chispa de la revolución fueron el Cisnerismo y el Morenismo; mientras que la tercera fuerza de equilibrio fue el Saavedrismo.

La primera fuerza –afirma Ibarguren- realizó una hábil maniobra para abortar la revolución en ciernes. Esta maniobra fue explicitada por el fiscal Villota, cuando en el Cabildo abierto del 22 de Mayo, se pronunció por el mantenimiento del Virrey Cisneros hasta tanto “los pueblos todos del Virreinato concurran con sus representantes a la capital”  para que una vez reunidos en un congreso recién entonces “resolver lo que corresponda”.

Esta propuesta tenía por miras neutralizar a quienes pedían la inmediata renuncia del Virrey, confrontándolos con los representantes de las ciudades del interior, los cuales “tenían agravios pendientes con Buenos Aires” ya que el puerto “había empobrecido a las industria vernáculas por obra del régimen de franquicias fiscales iniciado con el Bando de libre internación dado por el Virrey Ceballos en el año 1777.”

En efecto, dicha medida terminó con la Aduana Seca de Córdoba, creada para impedir que los productos que los ingleses y holandeses introducían por Buenos Aires arruinaran la industria artesanal del norte; y para impedir, asi mismo, que los metales del Alto Perú, el oro, la plata, etc, se drenara por el puerto.

La intentona, aunque inteligente, de los Cisneristas no dio efecto, pues los autonomistas eludieron la trampa invocando la teoría de la representación provisoria del interior dada la urgencia, y conformaron el primer gobierno patrio en nombre del rey Fernando VII, desconociendo la legitimidad del Concejo de Regencia peninsular, conformado sin la consulta a los americanos y por indicación de los ingleses en Cádiz.

La consigna aventurada el día 22 de Mayo y adoptada al fin el 25 fue –dice Ibarguren- contra Napoleón, con o sin el rey, pero sin el Consejo de Regencia…” y el fundamento jurídico de ella fue que “América debía obediencia solamente al monarca y a sus herederos legítimos, por lo que caducando cualquiera de ellos, correspondía al pueblo velar por su propia seguridad, como descendiente que era de los primeros conquistadores”.

Constituida la Primera Junta, pronto uno de sus secretarios, el abogado Mariano Moreno, se convirtió en el hombre fuerte de este organismo gubernativo; no obstante su nula participación en los movimientos previos al 25 de mayo.

La razón de su inclusión en la Junta –sospecha Ibarguren- se debió muy probablemente al hecho de que este se desempeñaba como abogado de los comerciante ingleses en Buenos Aires, una corporación que presidia Mr Mackinnon; y asi mismo a que Moreno tenía como antecedente haber elaborado el documento conocido como la Representación de los Hacendados, en el cual defendió la libertad de comercio y propuso la derogación del proteccionismo comercial que impedía el libre ingreso de las mercaderías extranjeras por el puerto de Buenos Aires. Con lo cual se podía presumir que se trataba de un hombre favorable a los intereses económicos británicos en el Rio de la Plata.

No bien instalada la Junta –continua nuestro autor- “la guerra preparada por el Cisnerismo iba a estallar enseguida, entre el interior del Virreinato y su capital, con motivo del reconocimiento al Consejo de Regencia exigido por la Audiencia”. Ante esto Mariano Moreno “preparose para librar la batalla –en nombre de Fernando VII- en contra del Consejo de Regencia, y solicitó a cualquier costo, mediante promesas y concesiones leoninas, una alianza efectiva –económica y lo posible militar- con la Gran Bretaña.”

De modo tal que el conflicto no se planteó –como dice la historiografía oficial, ad usum scholarum- entre realistas y patriotas, pues ambos bandos reconocían al rey, sino entre quienes adherían al Consejo de Regencia y quienes se negaban a reconocer su legalidad. Y ante ese conflicto, ocasionado por el cisnerismo, Moreno creyó indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña. “De marcada formación utilitaria, el que fuera personero de Mr. Mackinnon en 1809, sin fe en la suficiencia criolla, creiase derrotado si no lograba de antemano el apoyo político –o la media palabra al menos- de Lord Strangford, con quien comenzó a cartearse a tales fines”; dice Ibarguren.

Sin embargo “desde la insurrección popular contra Napoleón en la península ibérica, Inglaterra era aliada de España… en esas condiciones no podía ayudarnos, como no nos ayudó, efectivamente. En los momentos difíciles no nos dio oficialmente ni un barco, ni un arma, ni un subsidio, ni un hombre”, sentencia nuestro autor.

El terror morenista

Si fue responsabilidad del cisnerismo dar inicio a una guerra civil fratricida en lo que fue el Virreinato, pesa sobre el morenismo el baldón de haber respondido con una política de terrorismo al estilo de los jacobinos franceses.

En efecto, sostiene Ibarguren, que la Audiencia al requerir de la Junta Provisoria el acatamiento al Consejo de Regencia, el día 10 de junio de 1810, comenzó con las hostilidades, y a partir de ahí “los acontecimientos pronto adquirieron un ritmo tremendo y verdaderamente revolucionario; el cisnerismo daría en Córdoba la cara contra la Junta. El 20 de junio su Cabildo prestó juramento de fidelidad al Consejo de Regencia en Cádiz, instado por la Audiencia de la capital. Lo propio acaeció en la ciudad de Montevideo y en la intendencia del Paraguay.”

Frente a esto –prosigue nuestro autor- “la reacción morenista no se hará esperar”. Cisneros y los miembros de la Audiencia fueron inmediatamente expulsados de Buenos Aires, con lo que “el españolismo quedo decapitado y definida la lucha en la capital”.

Acto seguido, el 27 del mismo mes, Moreno redactó de su puño y letra la implacable sentencia de muerte a los cabecillas de la reacción regentista en Cordoba, Don Santiago de Liniers, Don Juan Gutierrez de la Concha, el obispo Victorino Rodriguez, el coronel Allende y el oficial real Joaquin Moreno; “en el momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados”.

Por lo que, en cumplimiento de lo dispuesto y una vez desbaratadas las fuerzas organizadas por los cisneristas para marchar sobre Buenos Aires, Castelli procedió a ejecutar a los sentenciados (excepto al obispo) al frente de un pelotón de 50 ingleses que se habían quedado en el país luego de las invasiones.

En su Autobiografía, dirá Domingo Matheu que la terrible pena se aplicó pues los reaccionarios se habían propuesto “cortarles la cabeza”, a los miembros de la Junta si los vencían. Asi mismo, el morenista Rodriguez Peña, justificará lo hecho diciendo que actuaron asi “porque asi estábamos comprometidos a obrar todos… que fuimos crueles ¡vaya con el cargo! Mientras tanto ahí tiene uds una patria que no está ya en el compromiso de serlo. ¿Hubo otros medios? Asi será, nosotros no los vimos, ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójenos la culpa al rostro y gocen los resultados… nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres”.

Federico Ibarguren, historiador católico que no puede avalar el divorcio de la política y la moral, dice al respecto: “El maquiavelismo y la inescrupulosidad política, campean en cada uno de los párrafos del documento…” Y sostiene sin duda alguna que este proceder, para enfrentar al cisnerismo, surge del famoso Plan de Operaciones, redactado por Moreno. Afirma que: “la fiera garra del secretario de la Junta –jacobino por espíritu de conservación y anglófilo por utilitarismo- aparece condensada con toda claridad en los terribles párrafos de su Plan de Operaciones”.

En efecto, Moreno en dicho texto, no solo exigía actuar con rigor y aplicar la pena de muerte a todos los que se opusieran a la Junta, sino que además recomendaba respecto a Inglaterra, “proteger su comercio, aminorarle los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones; debemos hacerles toda clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos hagan… asimismo los bienes de Inglaterra y Portugal que giran en nuestras provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las provincias…”

Incluso en el Plan aconseja a la Junta la entrega de la isla Martin García, para establecer un puerto franco; y en último extremo, la cesión de la Banda Oriental a cambio de protección efectiva por parte de Inglaterra.

Todas estas concesiones, ciertamente tenían un antecedente en la propia España borbónica, que se había aliado a Inglaterra para enfrentar la invasión de Bonaparte. Siguiendo ese ejemplo Moreno “proclamaba una fervorosa adhesión a don Fernando VII, sin perjuicio de otorgar franquicias –en lo económico y territorial- a Gran Bretaña, a fin de lograr su apoyo… y para ponerse a cubierto de una posible restauración del cisnerismo”.

Por otro lado, los actos de terrorismo no terminaron con el fusilamiento de Liniers y sus compañeros; Moreno ordenó en Instrucciones reservadas, a Castelli que “en la primera victoria que logre dejara que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”. Instrucciones que luego ratificara el 12 de septiembre de 1810: “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.E. propone contra los enemigos…”.

Poco más tarde, después de la victoria de Suipacha –continua nuestro autor- “el mariscal Nieto, el general Córdoba y el intendente Francisco de Paula Sanz, eran fusilados en la plaza mayor de Potosí. Castelli cumplía así, al pie de la letra, las ordenes de su temible jefe y amigo”.

La tercera fuerza

Sostiene Federico Ibarguren que el extremismo del sector jacobino de la Junta porteña era visto con desagrado en el interior del país; y sobretodo, en Buenos Aires, por Cornelio Saavedra. El primer choque personal entre los referentes de estos dos sectores “produjose a raíz del decreto dado  el 16 de octubre por el que se ordenaba la expulsión y confinamiento de los miembros del Cabildo de la capital”. En esa ocasión Moreno había pedido la decapitación de todos ellos, a lo que Saavedra indignado se opuso diciéndole: “eche Ud y trate de derramar sangre, pero esté Ud cierto que si esto se acuerda no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio.” Con lo cual la propuesta de Moreno no se aprobó.

No obstante esto el morenismo contraatacó, y con el pretexto de un brindis imprudente que hizo en el cuartel de patricios el capitán Atanasio Duarte, Moreno dicto el famoso decreto del 6 de diciembre de 1810, por el cual se le quitaba a Saavedra los honores de escolta y demás prerrogativas debidas en virtud de su cargo.

Ante esto –dice Ibarguren- “…el cuerpo de Patricios, las milicias criollas y el pueblo suburbano que las formaba, juzgaron indispensable proceder en defensa propia a la separación del peligroso enemigo y de la facción de exaltados anglófilos que le hacía coro.” Para ello “aprovecharon la presencia en la capital de los diputados del interior, descontentos y recelosos de la política morenista…” y acordaron juntos su incorporación al organismo colegiado. Al respecto, trae a colación nuestro autor las cartas del Dean Funes a su hermano Ambrosio, en las que le contaba que “Moreno y los de su facción se van haciendo aborrecidos… se oye en el publico pedir que los diputados de las provincias entren al gobierno.” “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los diputados tomen parte en el gobierno… Moreno se ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca”.

Fue asi que el día 18 de diciembre se aprobó –con la oposición de Moreno y Paso- la incorporación de los diputados de las provincias a la Junta; e inmediatamente “Moreno, acusando el golpe, presentó su renuncia… y Saaavedra lo destinó a Londres”.

En el barco ingles que lo trasladaba a su destino, Moreno enfermó y murió el 4 de marzo de 1811; “su cadáver fue entregado al mar envuelto en la bandera inglesa”.

Ibarguren concluye el relato de estos hechos diciendo: “con la muerte del lumen liberal porteño, la política revolucionaria iniciaba una nueva etapa dialéctica, de síntesis o equilibrio compensatorio, a cargo de la tercera fuerza que, respetuosa del pasado en muchos aspectos, ocupó de pronto el poder con el nombre genérico de saavedrismo”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario