sábado, 18 de abril de 2020

JAURETCHE LOS LLAMABA MITROMARXISTAS .

Felipe Pigna
Por Jorge Sulé


Ante las referencias vertidas por Felipe Pigna en un artículo de la Revista “Viva” del domingo 29 de julio de 2012, se nos hace imperioso señalar sus errores, omisiones y tendenciosidad ideológica cuando emite juicios y comentarios sobre uno de los mayores próceres de la historia argentina.

En el subtítulo “Tiempos de cambio” afirma que “con la instalación de los saladeros la necesidad de sal y tierras para las pasturas fueron apartando a la burguesía del recuerdo de los ideales de hermandad expresados por los hombres de Mayo”, desconociendo, o aparentando desconocer que antes de la Revolución de Mayo ya se habían instalados saladeros. Entre 1792 y 1796 se exportaron desde Buenos Aires, según Azara, más de cuarenta mil quintales de tasajo. Este florecimiento económico, justamente, fue uno de los factores que incrementó los ideales independentistas y contribuyó a solventar las guerras de la independencia.

Sería aconsejable que Pigna investigue las publicaciones de “El Telégrafo Mercantil” del 3 de septiembre de 1802 que dan cuenta del negocio del tasajo que ya venía desarrollándose desde finales del siglo XVIII (1). No hay cambio sino desarrollo de una actividad que procuró mucha mano de obra a los sectores más desprotegidos de la población además de estimular y originar otras actividades como la carpintería, talleres de cerrajería y tafiletes necesarios para construcción de barriles etc, etc.

Por otra parte el concepto de “burguesía”, taxonomía liberal o marxista a la que Pigna recurre, es inválida para designar al segmento dirigencial que se pronunció contra la autoridad española en mayo de 1810. Pero entrando en su territorio liberal-marxista, la burguesía sería el sector que vive en la ciudad (el burgo). Se dedica a comprar y vender sin incorporar valor agregado al circuito económico. El pulpero, el tendero, el de la casa de Ramos Generales, los que se desempeñan en las profesiones liberales, etc, pueden incluirse dentro de esa simplificación sociológica. Rosas por el contrario, vive en la frontera muchos años, es fronterizo y no burgués. Hay que saber el tiempo del destete de un ternero, de “marcar”, saber el porcentaje de caballos enteros que debe haber en una manada y por lo tanto saber capar los restantes, convertir un novillo en buey etc, etc. Cosa bien diferente es saber criar hacienda, “hacerla” adaptando a ella la vida que limitarse a vender en las tiendas los géneros importados comprados en Europa.

Pero además, al transformar la materia prima, la carne, en tasajo, incorporando valor agregado a dicha materia prima y exportándola con flete propio, estamos en presencia de un emprendimiento industrial. Rosas, por lo tanto, como hacendado, es productor y como saladerista es un empresario, expresión temprana del capitalismo naciente del siglo XIX.

Cuando Pigna se refiere a Martín Rodríguez como gobernador estanciero, ignora que los ingresos económicos de este gobernador proceden en su mayoría del almacén de Ramos Generales y pulpería de la que es dueño y no de su estancia.

Con el subtítulo “Rosas y sus aliados” Pigna recuerda que el saldo de esa campaña al desierto fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y 1.000 cautivos liberados. Omite puntualizar las bajas sufridas en el ejército expedicionario: salieron de Buenos Aires más de 2.000 efectivos y sólo regresaron 1.000. Al parecer los muertos indios son más importantes que los muertos cristianos. Además omite otros saldos: los geopolíticos, económicos, sociales, políticos, etc, etc.

Estos escamoteos abundan en los trabajos de Pigna, distorsionando la realidad histórica. Afirma que Rosas “pactó” con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Calfucurá.

Acá no solamente hay escamoteos, sino exactitudes de bulto. Rosas no “pactó” sino que informó con antelación a los distintos grupos indígenas de la realización de una expedición invitándolos a que se sumaran a la columna y no solamente a los pampas sino a los vorogas de Guaminí y Carhué. Ya estando en Médano Redondo los tehuelches con sus caciques Niquiñile y Quellecó, aceptaron las sugerencias de Rosas; el reconocimiento a las autoridades nacionales recomendándoles que se constituyesen en defensores del fortín Carmen de Patagones (2) autorizando su ubicación en las zonas aledañas al fortín exhortando al intercambio comercial con esta guarnición. Casi todas las comunidades aceptaron las indicaciones de Rosas, menos los ranqueles que se negaban a entregar los soldados de los ejércitos unitarios que derrotados por Quiroga se fueron a proteger en los aduares ranquelinos de Yanquetruz. Hacia estos, Rosas mandó una columna pero no enfrentó a “la confederación liderada por Calfucurá” porque sencillamente en esa época no existía. Usted confunde los tiempos. La confederación de Calfucurá aparece tiempo después de la campaña al desierto.

La expedición no se proponía el exterminio indígena como Pigna lo afirma, ni sería una correría de carácter filibustero. Otra cosa era Chocorí, asentado transitoriamente en Choele Choel. Allí recibía la hacienda sustraída por ranqueles y vorogas rebeldes de las estancias del sur de Córdoba, San Luis y Buenos Aires llevándo las haciendas a los intermediarios y hacendados chilenos.

Chocorí no comandaba un pueblo, no era un “Gulmen” sino que conducía, a grupos indios soldados y suboficiales alzados. En Choele-Choel trataba con Rondeau, Cañiuquir y Yanquetruz la compra de vacas arreadas del sur de las provincias citadas para negociarlas en Chile. Por eso era considerado un simple bandolero que se servía de renegados, mantenía cautivas blancas que pagaba con alcohol a sus opresores ranquelinos y vorogas rebeldes, para servicio y serallo de los suyos. Hacia ese punto, dirigió Rosas sus mejores efectivos hasta desarticular ese centro de intermediación comercial.

Desbaratadas esas bandas y fracasadas las columnas del Centro y de la Derecha para seguir al Neuquén Rosas dio por finalizada la expedición. Chocorí no murió en la refriega de Choele Choel y hacia 1840 pidió las paces y someterse al gobierno de Rosas quién las aceptará sin rendición de cuentas pasadas siendo racionados él y sus hijos Cheuqueta, Antiglif y Sayhueque en Bahía Blanca y Tandil.

El juzgar que unitarios y federales coincidían en exterminar al habitante “originario” y quedarse con sus tierras, es una falsa e ideologizada simplificación judicial de un juez que sentado en un estrado impoluto y atemporal arroja condenas salomónicas en abstracto. Preguntado un indio si era el dueño de esa tierra que pisaba contestó que no, que él era el hijo de la tierra y no su dueño. El indio fue nómade por necesidad. En el toldo cuadrado o triangular vivían 20 o 25 personas: tres o cuatro parejas con sus hijos y agregados. Alrededor del toldo, el espacio donde la hacienda pastaba. A cincuenta metros o más distanciado se levantaba otro toldo con su hacienda, cuando el talaje de la hacienda agotaba las pasturas aledañas del toldo buscaban otro paraje con pasturas vírgenes.

Pero antes de recordar las relaciones de Rosas con los indios aclaremos lo que Pigna llama “habitante originario”. No existe habitante originario en América. El indio procede de Asia en sus desplazamientos a través del Estrecho de Bering o del corredor de Beringia después de la última glaciación o por arribadas desde el Océano Pacífico, procedente del sudeste asiático. El “habitante originario” lo encontramos en las zonas de Kenia y Etiopía con el homo habilis datado en 1 millón ochocientos mil años, el homo erectus datado en 1 millón 540 mil años datado por el potaso argón, el homo 1470 también descubierto por la familia Leakey con más antigüedad que los anteriores. El homo Sapiens Sapiens entre los 200.000 y 140.000 otro homo llamado Neadertal entre 100.000 y 30.000 años.

Hacia el 80.000 (circa) comienzan las emigraciones a otros continentes. Los registros fósiles en América del Norte no superan los 24.000 años de antigüedad. En Argentina las dataciones con el carbono 14 no superan hasta ahora los 11.000 años. Los indios son los más antiguos inmigrantes, pero no originarios.

En cuanto al trato y las relaciones que tuvo Rosas con los indios le recordaré algunas:

1.- Rosas no supo de actitudes discriminatorias o de rechazo hacia los indios por su condición de tales.

2.- Desaconsejó la guerra como método de sometimiento al indio y rechazó su exterminio como sistema (3).

3.- La conducta y luego la política tuvo como método la negociación y la integración como objetivo ya sea reconociéndoles asentamientos y espacios propios con frecuencia cercanos a los fortines incorporándolos como mano de obra para las tareas agropecuarias, como soldados de milicias rurales o exhortando a las prácticas de la actividad comercial (4).

4.- El racionamiento de alimentos y suministro de haciendas para la formación de sus propias majadas (El llamado Negocio Pacífico) fue una práctica sistemática y puntualmente efectivizada. (5).

5.- El estimularlos o iniciarlos en las prácticas de la agricultura suministrándoles arados, bueyes, semillas y otros implementos, colocándolos en un escalón superior al que tenían en el nivel civilizatorio, constituye la demostración más fehaciente que Rosas apostó a la integración del indio en el mundo cristiano. (6).

6.- Introdujo por primera vez la vacuna antivariólica en las distintas comunidades indígenas que lo frecuentaban, gesto que le valió a Rosas ser considerado un benefactor de la humanidad y ser incorporado como Miembro Honorario al Instituto Jenneriano en Londres. (7) (8).

7.- Prohibió el arresto de indios por deudas de dinero (9).

8.- Los hizo votar a los que estaban bajo bandera “de sargento para arriba” (10).

La integración estaba en marcha. Caseros la interrumpió. No hubo más “Negocio Pacífico” como política sistemática, no hubo más arados, no hubo más vacuna antivariólica.

Llegó el progreso, el remington, una constitución, el ferrocarril, la alfabetización, el habeas corpus, que escribieron su propia historia.

Pigna debería recorrer los archivos oficiales o privados para documentarse. “Sin oro no se hace oro, sin documento no se hace historia”. Repite la tradición liberal que por razones políticas aborreció a Rosas y repite la tradición marxista que analiza a Rosas a través del corset ideológico que acollara el pensamiento a través de sus mecanismos deterministas. El discurso que ofrece es el mismo postre liberal pero recubierto con la crema de la fraseología marxista que legitima o moderniza todo. A este engendro, Arturo Jauretche lo llamó “mitromarxismo”. Sr. Pigna: recorra los archivos para documentarse, no “recorte”, no “cartonee” la historia. ¡Investigue Sr. Pigna!




miércoles, 8 de abril de 2020

LA ALTERNATIVA “ARGENTINA PAIS O ARGENTINA COLONIA”

Por Walter Beveraggi Allende*

La alternativa “Argentina país” o “Argentina colonia”, económicamente  hablando, es la gran disyuntiva a la que hacemos frente los argentinos desde antes de nuestra emancipación política de la Madre Patria. Pues los comerciantes de Buenos Aires, respaldados por algunos teóricos liberales, abogaban –desde antes de 1810- por la libertad de comercio. Esta libertad, que desde luego favorecía a sus intereses particulares, resultaba plenamente coincidente con los intereses de los fabricantes ingleses que querían colocar en nuestro extenso mercado virreinal sus productos manufacturados a menor costo, en desmedro de infinidad de industrias y artesanías locales que aún no habían incorporado las innovaciones de la revolución industrial en marcha en esos momentos en el continente europeo.

Tales intereses fabriles y comerciales anglo-porteños coincidían también con los intereses de algunos productores y exportadores rioplatenses, quienes vislumbraban una mejor perspectiva para la colocaciones en Europa de sus cueros, carnes saladas y lanas, si es que nuestro virreinato –y luego nuestro incipiente país- facilitaban en esta la colocación de los productos extranjeros.

En síntesis, un sector minoritario de la producción nacional (entonces virreinal) pugnaba –conjuntamente con los comerciantes porteños y los fabricantes europeos- por afirmar una libertad de comercio que habría de franquear la entrada de los productos extranjeros, en desmedro del sector ampliamente mayoritario de la producción argentina. Vale decir, el interés extranjero, aliado con una ínfima minoría local (nada respetuosa de los intereses de la patria, en sentido amplio) en nombre de la libertad de comercio interpretada en su provecho, desconocía tajantemente –y menospreciaba- el bienestar de la inmensa mayoría de sus compatriotas.

Ese fue el cuadro conflictivo desde antes de 1810. Los ingleses, en aras exclusivamente del interés británico, bregaron por imponer una libertad económica y comercial que solo a ellos les favorecía (y en escala menor, infinitamente menor, al puñado de comerciantes y productores rioplatenses aliados a sus intereses).

Para ello iniciaron en sus logias masónicas libertarias a muchos próceres de nuestra independencia, cubriendo las sucias ambiciones comerciales y económicas con el paño de las “libertades individuales” y de la libertad de Hispanoamerica.

Por la misma causa, intentaron dominarnos militarmente a través de las invasiones armadas de 1806 y 1807, lo cual terminó en una rotunda y humillante derrota para los ingleses.

Y muchos de nuestros auténticos patriotas, que legítimamente pretendían la libertad política y la autodeterminación para la “nación virreinal”, fueron atrapados en la sórdida dialéctica de la libertad económica y comercial propugnada por los anglosajones y que, a la postre conduciría –en 1852- luego de cuarenta años de guerras civiles en que la antinomia  “país o colonia” estuvo directa o indirectamente en juego; a la libertad mencionada, que solo favoreció a los imperialistas ingleses, y a una libertad política de utilería, ya que nuestros gobernantes resultaban elegidos, en última instancia, por la Cámara de Comercio Británica y mas concretamente aun, por la masonería anglo-argentina.

Libertad de comercio o proteccionismo. La disyuntiva que configuraría la sumisión colonial o la independencia, respectivamente.

La libertad de comercio fue el emblema liberal que sirvió para encubrir la gran traición a nuestro país, y por consiguiente, la entrega muy concreta de nuestra economía (y encubiertamente de nuestra política) a los interese británicos.

Cuando los Estados Unidos de Norteamérica culminaron en 1776 su segregación política de Gran Bretaña, el curso que adoptaron, en materia económica y comercial, fue netamente proteccionista. Vale decir, que protegieron su incipiente desarrollo económico, su naciente industria, con toda clase de barreras comerciales, impuestos, aranceles y prohibiciones a la importación que fueron, en definitiva, la base del formidable crecimiento y diversificación económica que ha caracterizado a ese país hasta el presente.

Hacia 1810, el Virreinato del Rio de la Plata, con más de seis millones de kilómetros cuadrados de superficie, era un área vastamente superior, con una economía más desarrollada y diversificada que la de los Estados Unidos de Norteamérica. Sobre esto no existe hoy la menor duda.

Sin embargo, el proteccionismo y nacionalismo de los conductores políticos norteamericanos, orientado por Hamilton, Jefferson y Carey, fue capaz de hacer de las ex colonias británicas la primera potencia mundial, en un lapso de 150 años. Mientras que el liberalismo económico y comercial de los gobernantes cipayos del Rio de la Plata, orientados y regenteados por los estrategas ingleses, consiguió llevarnos a resignar más de la mitad del territorio originario del Virreinato y convertir aquella prospera y diversificada economía de la colonia hispánica en una modesta granja agropecuaria, esencialmente al servicio de los intereses ingleses.

A tal punto llego el cipayismo y la obsecuencia de nuestros gobernantes liberales, después de 1852, que un autor argentino, Felix Weil, afirma con razón que se aplicaba sin ningún disimulo el “proteccionismo a la inversa”; vale decir, el proteccionismo arancelario, por ejemplo, en favor de los productos manufacturados ingleses, como en el caso en que se gravaba con un impuesto aduanero mayor a los hilados que pretendían importarse a nuestro país para aquí con ellos fabricar las telas, que a las telas que venían ya fabricadas con dichos hilados…


*1982. Epitafio para la viveza argentina.

sábado, 4 de abril de 2020

ROSAS NO FUE UN TIRANO

En la fecha se ha publicado un artículo periodístico[1] que nos interesa comentar. Se refiere el autor a los líderes populistas o demagógicos, que alegando representar a la mayoría, intentan en realidad apropiarse del poder y usufructuarlo sin límites.

Es una inquietud admisible, frente a reiterados casos de lo que se conoce como democracia delegativa: una vez electo el presidente, se considera habilitado a ejercer la autoridad de acuerdo a su criterio, sin someterse a controles, ni respetar los otros órganos de gobierno. Incluso, como se está anunciando actualmente en nuestro país, se promueve reformar la constitución vigente para adaptarla a la nueva orientación política, procurando la reelección indefinida.

En lo que nos permitimos discrepar, es en tomar como ejemplo de tiranía al gobierno de Juan Manuel de Rosas, a quien la Legislatura de Buenos Aires le confirió la suma del poder público; recordemos el texto respectivo[2].

El historiador Ernesto Palacio, explica al respecto: “Las facultades extraordinarias no eran una novedad en nuestro derecho público. Equivalentes a la dictadura de salud pública de la legislación romana, habían gozado de ellas los primeros gobiernos revolucionarios y los del año 20. Se trataba de una facultad de excepción para hacer frente a circunstancias también excepcionales”[3]. No cabe duda que Rosas fue un dictador, pero no un tirano.

La diferencia es sustancial, y lo aclara el profesor Jorge García Venturini, desde la filosofía política:

“La dictadura puede tolerarse alguna vez y hasta propiciarse sin faltar al orden moral; puede ser la única salida en ciertas circunstancias graves. La tiranía, en cambio, es siempre intolerable, siempre intrínsecamente perversa.”
“… la dictadura es una forma de gobierno, uno de los modos de la autocracia (otros de los modos es la monarquía). La tiranía, en cambio, no es una forma de gobierno, sino el desgobierno mismo. El tirano es, inevitablemente, un dictador, pero el dictador no es necesariamente un tirano; no lo es si usa su poder en favor del bien común y tiene como meta final la restauración de las leyes provisoriamente suspendidas”[4].

Como estamos en vísperas del día de la Soberanía, simbolizada en el combate de la Vuelta de Obligado, librado el 20 de noviembre de 1845, cuando las fuerzas argentinas, conducidas por Rosas, defendieron el interés nacional frente a potencias agresoras, rendimos nuestro homenaje recordando las palabras de Leopoldo Lugones, dedicadas a Juan Manuel:

“…hizo pelear a su pueblo y batiéndose –ambidiextro formidable- con un brazo contra la traición que ponía en venta la propia tierra por envidia de él, y con el otro contra la invasión que venía a saquear en tierra extraña…”. “Y por segunda vez se salvó la independencia de la América…”. “San Martín sintió que sus canas eran todavía pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del Dictador, y dijo que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Redactó su testamento partiendo la herencia en dos: dejó su corazón a Buenos Aires, y su sable a Don Juan Manuel de Rosas”.


Córdoba, 5-11-19

Mario Meneghini



[1] Javier Szulman. “Líderes demagógicos con voluntad tiránica”; La Nación, 5-11-19, p. 31.
[2] Habiéndose encontrado la Provincia en una posición difícil después de los sucesos de 1833, la Honorable Sala sancionó la siguiente ley, como único medio que halló oportuno para refrenar la anarquía.
Art. 1º Queda nombrado Gobernador y Capitán General de la Provincia, por el término de cinco años, el Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas.
Art. 2º Se deposita toda la suma del poder público de la Provincia en la persona del Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, sin más restricciones que las siguientes:
1ª Que deberá conservar, defender y proteger la Religión Católica Apostólica Romana.
2ª Que deberá sostener y defender la causa nacional de la Federación que han proclamado todos los pueblos de la República.
(…)
Buenos Aires, Marzo 7 de 1835.

[3] Palacio, Ernesto. “Historia de la Argentina”; Buenos Aires, Peña y Lillo, editor, 1965, tomo I, p. 325.
[4] García Venturini, Jorge. “Introducción dinámica a la filosofía política”; Buenos Aires, Losada, 1967, p. 55.



Tomado de: http://mario-meneghini.blogspot.com/2019/11/rosas-no-fue-un-tirano.html