lunes, 9 de diciembre de 2013

NUESTRA TRADICION HISTORICA

Federico Ibarguren

No es verdad que la religión sea el opio de los pueblos, como pensaban facciosamente Carlos Marx y sus epígonos propagadores del materialismo histórico. Nada de eso. Aparte de chabacano, el recordado “dogma” del comunismo ateo no responde a verdad histórica alguna.
“La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, nos enseña el egregio pensador ingles Hilaire Belloc; agregando a este respecto que: “la religión es el principal elemento determinante que actúa en la formación de toda civilización”. Profunda realidad existencial –la antedicha- que también rige, por supuesto, para nosotros los argentinos de hoy, pues aunque a primera vista no se note sus rastros en el acontecer histórico de la patria, el catolicismo fundador subyace sin embargo en subconsciente de la misma y se perpetua, interesando a fondo los modos de ser, hábitos y costumbres –y a veces, hasta no pocos prejuicios- de millones de ciudadanos nacidos y criados en esta tierra civilizada por la imperial España de hace cuatro siglos.

Cuando sistemas de ideas o creencias dogmáticas (religiosos, filosóficos o políticos), repetidos a través del tiempo, se convierten en habituales en una sociedad, modelando el pensamiento de las gentes que forman cualquier pueblo organizado hasta convertirlos en normas de vida –a saber: en régimen de convivencia pacíficamente obedecido- entonces –y solo entonces- podemos afirmar con certeza que existe una Tradición, la cual rechaza de suyo toda moda pasajera, toda composición de lugar frívola.
Las tradiciones en la historia siempre son impuestas, al comienzo, por minorías dirigentes –religiosas, filosóficas o políticas- mediante el sistema durable de la enseñanza pública. Eso mismo aconteció entre nosotros con el catolicismo español en los primeros tiempos fundacionales; y se repetirá el procedimiento mas tarde, aunque bajo otro signo en Hispanoamérica, durante los siglos XVIII y XIX: producida la decadencia de España y el auge protestante, laicista, que engendró la masonería liberal en toda Europa.

En lo que respecta a nuestra Argentina concreta –que no nació precisamente en 1810- se han ido sucediendo, desde hace por lo menos 300 años, corrientes culturales diversas en su existencia como pueblo; las cuales corrientes, a través de la enseñanza oficial, fueron asentándose en tradiciones contradictorias entre si. A saber: 1) La hispano-católica fundadora, que es –como semilla de nuestra civilización- la mas importante, en los siglos XVI y XVII, correspondiente al llamado Siglo de Oro español; 2) La racionalista afrancesada que se concretó en despotismo ilustrado en el siglo XVIII y que niega rotundamente la primera tradición, considerándola “oscurantista”, como lo hicieron Moreno y Rivadavia en su momento; y 3) la liberal-capitalista manchesteriana, propagada entre nosotros con ahínco por la generación que combatió a Rosas en 1838 –en cierto modo continuadora de la anterior-, que se perpetua hasta la primera mitad del siglo XX, por intermedio, sobretodo, de Alberdi y de Sarmiento, a través de los hombres del 80 y su escuela, quedando consolidada en la ciudadanía por la ley de educación laica de 1884, que aun persiste y cuyo espíritu antitradicionalista se extendió, también, a la enseñanza secundaria y universitaria oficial. ¡Helas!.
Al negar nuestra tradición primigenia, la hispano-católica, estas dos corrientes últimas en la Argentina se convierten en verdaderas contra-tradiciones que conducen en definitiva al nihilismo actual.

Y bien: la identidad histórica de la patria esta constituida así, objetivamente, por aquella vieja tradición madre y las dos contra-tradiciones nombradas que luchan con la cultura antigua católica. La fundacional –“democracia frailuna” la llamaba Menedez y Pelayo- es de contenido jerárquico-comunitario y su filosofo mas difundido de la época fue el egregio jesuita granadino Francisco Suárez. Las restantes, de esencia moderna y laica, responden a las corrientes racionalistas anglo-francesas (Hobbes, Descartes, Rousseau) que desembocan en la masónica democracia liberal que conocemos y configuran, también, su reacciones negadoras posteriores –“socialistas” con reminiscencias hegelianas- de este tiempo: con Marx, Hengels, Freud y Marcuse como profetas contemporáneos.
De la vieja tradición católica-comunitaria suareciana deriva nuestro mentado federalismo rioplatense y sus diversas versiones históricas luego de la caída de Rosas. En la posterior tradición racionalistas-liberal foránea, se apoyan, en cambio, los primeros unitarios, con Rivadavia y Monteagudo, y sus discípulos políticos criollos de esta centuria seguidores de Alberdi y de Sarmiento: “numenes” –ambos déspotas ilustrados lugareños- de las grandes figuras laicistas de 1880; los cuales discípulos promovieron a todo vapor el capitalismo anglosajón en el país, y lo siguen promoviendo hasta ahora, aunque bajo cuerda. Hoy, contra ellos, los iconoclastas de izquierda, idiotas útiles del comunismo, parecen estar ganando por desgracia la batalla decisiva, infiltrados –como lo están- en la Iglesia Católica, en el Estado Nacional y en los gobiernos provinciales argentinos. ¡Cuidado!
Aquí puede repetirse aquello que cuenta la tan conocida parábola cristiana del trigo y la cizaña: “Mas cuando dormían sus hombres vino el enemigo y sobresembró cizaña en el trigo. Y desapareció. Y cuando vino el brote y la hoja, apareció la cizaña en medio del trigo…”. Pues sucede que el bien –como la belleza y la virtud, el sol y su sombra- nunca se da totalmente separado del mal en la vida humana. Ambos, por el contrario están entremezclados, condenados por Dios a crecer siempre juntos guerreando entre si hasta el fin de los tiempos. Es lo que ocurre a la vista entre nosotros. Hic et nunc.


Ibarguren, Federico. Nuestra tradición histórica. Ed Dictio. Bs As. 1978. Pag.11.  Aparecido también con el titulo "Trigo y cizaña en nuestra historia" en la revista Cabildo N° 5, año I, septiembre de 1975 (primera epoca)