Mostrando entradas con la etiqueta Indigenismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Indigenismo. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de mayo de 2022

Las campañas finales al desierto, el afianzamiento de la soberanía en la Patagonia

 


Por: Lic. Sebastián Miranda


Entre 1880 y 1885 se realizaron las últimas campañas al desierto en la Patagonia, asegurando la soberanía en la región, entonces en disputa con Chile y terminando para siempre con el flagelo del malón.

Las grandes campañas realizadas por el general Julio Argentino Roca en 1879 barrieron con las tribus de La Pampa, reduciéndolas y obligándolas a entregarse o retirarse hacia los confines del Neuquén y los contrafuertes andinos para evitar ser capturadas. Entre 1880 y 1885 se realizaron una serie de campañas en regiones de difícil acceso que permitieron terminar con las últimas resistencias.

 

1. La campaña del general Conrado Villegas al Nahuel Huapi (1881)

 

El 12 de octubre de 1880 asumió la presidencia el general J. A. Roca, nombró como ministro de Guerra y Marina al general Benjamín Victorica. A pesar del daño propinado a los indígenas, algunos núcleos importantes todavía persistían. Si bien las incursiones eran aisladas, seguían generando daños e intranquilidad. El 19 de enero de 1881 300 moluches armados con Winchester asaltaron el fortín Guanacos y mataron al alférez Elíseo Boerr, 12 soldados y 17 vecinos. Los asaltos se repitieron en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, llegando hasta Puán.  En agosto de ese mismo año murieron en combate contra los indios el teniente Abelardo Daza y 15 soldados del Regimiento 1 de Caballería. Otras incursiones, aunque menores, llegaron a las inmediaciones de Bahía Blanca. Desesperados por el hambre, los salvajes se arriesgaban a adentrarse en el territorio controlado por el Ejército Argentino para evitar perecer.

Ante esta situación, el presidente ordenó al ministro de Guerra y Marina el envío de una expedición para explorar la región en torno al lago Nahuel Huapi y reducir a los salvajes que incursionaban y aprovechaban la cercanía de la frontera con  Chile –como lo venían haciendo desde hace décadas- para refugiarse en el país trasandino con el apoyo del gobierno. La misma quedó bajo la dirección del veterano general Conrado El Toro Villegas, uno de los más experimentados y valientes comandantes, entonces jefe de la línea militar del Río Negro. Previamente se realizaron una serie de exploraciones a cargo del teniente coronel Manuel J. Olascoaga, el teniente 1º Jorge Rohde y el capitán Erasmo Obligado que comandó una escuadrilla naval que recorrió el río Negro y el Limay. El general C. Villegas organizó la expedición dividiendo a las fuerzas en tres brigadas.

Primera brigada

Comandada por el teniente coronel Rufino Ortega, integrada por el regimiento 11 de caballería, el batallón 12 de infantería con 6 jefes, 16 oficiales y 474 de tropa. Debía salir de Chos Malal y batir a los indios en los contrafuertes andinos hasta el lago Nahuel Huapi. Inició la marcha el 15 de marzo de 1881, batiendo las zonas en torno al río Agrio, el arroyo Codihué, el lago Aluminé y el arroyo Las Lajas. El 26 de marzo se produjo un combate con indios que provenían de Chile que produjo la muerte de 2 suboficiales y 2 soldados. Posteriormente también murió en un enfrentamiento el teniente Juan Cruz Solalique. El 30 de ese mes 100 indios mandados por uno de los hijos del cacique Sayhueque, Tacuman, se enfrentaron a la división resultando muertos 1 suboficial y 10 salvajes.[1]

Segunda brigada

Mandada por el coronel Lorenzo Vintter, partió del fuerte General Roca. Debía avanzar hacia Confluencia, proseguir por la margen norte del Limay  luego dividirse en dos columnas para atacar las antiguas tolderías de Reuque Curá y las de Sayhueque. Estaba integrada por 6 jefes, 22 oficiales, 5 cadetes y 557 de tropa de los regimientos 5 y 7 de caballería y una sección de artillería con 2 piezas de montaña. Comenzó el avance en forma simultánea con la primera división. El 24 de marzo una avanzada mandada por el sargento mayor Miguel Vidal atacó sorpresivamente las tolderías del cacique Molfinqueo tomando prisioneros a 28 indios y a 3 comerciantes chilenos. Otro destacamento dirigido por el coronel Luis Tejedor recuperó casi 6.000 animales abandonados por los indios que huían hacia Chile. El 31 de marzo la partida del alférez Andrés Gaviña capturó una valija con las insignias del ejército chileno, dejada por un grupo de salvajes que escapaba de las fuerzas nacionales. El 9 de abril la brigada alcanzó el lago Nahuel Huapi.

Tercera brigada

Dirigida por el coronel Liborio Bernal comenzó las operaciones partiendo de la isla de Choele Choel, siguiendo por el arroyo Valcheta, adentrándose en Río Negro y de allí hasta el Nahuel Huapi. Las zonas a recorrer eran completamente desconocidas. Para su misión disponía de 10 jefes, 36 oficiales, 9 cadetes y 525 hombres de tropa del batallón 6 de infantería y el regimiento 3 de caballería. El 29 de marzo se logró la captura del capitanejo Purayan con 37 indios y 1400 cabezas de ganado. Previamente se había rescatado un niño que llevaba 8 años de cautiverio entre los salvajes. Gracias a la información aportada por el niño, se detectó una toldería cercada que fue atacada por un destacamento al mando del mayor Julio Morosini, permitiendo la captura de 10 indios y casi 1500 animales. El 2 de abril la brigada llegó al lago Nahuel Huapi.

El 10 de abril se produjo la reunión completa de las tres brigadas en las nacientes del río Limay. Finalizadas las operaciones y dado que en la época las temperaturas comienzas a ser muy bajas, el general C. Villegas dispuso el retiro de las brigadas hacia sus bases dando por finalizada la campaña. Si bien se produjeron importantes bajas a los indios, 45 muertos y 140 prisioneros, no se alcanzó el objetivo principal que era terminar con las masas de indígenas que aún quedaban en la región, dejando de esta manera la puerta abierta para nuevas acciones.

Mientras tanto los principales caciques que aún quedaban – Sayhueque y Reuque Curá- solicitaron apoyo a sus hermanos araucanos del otro lado de la cordillera para retomar la iniciativa. Los recursos, producto de los malones, actuaban como un importante imán para generar nuevos malones. El 16 de enero de 1882 aproximadamente 1000 indios atacaron un fortín ubicado en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay. A pesar de que lo defendían solamente 15 soldados y 15 paisanos mandados por el capitán Juan G. Gómez, rechazaron a los salvajes. La acción evidencia el valor que siempre ha caracterizado al soldado argentino y la eficacia de los Remington. El 20 de agosto de ese año una partida de 26 soldados al mando del teniente Tránsito Mora y el alférez indígena Simón Martínez fue emboscada por 400 indios en las lomadas de Cochicó, siendo muertos todos los efectivos argentinos. Quedaba en evidencia que los salvajes no habían sido reducidos. El ministro de Guerra y Marina dispuso la reorganización de la fuerzas que quedaron agrupadas en la división 2º que desde Choele Choel controlaría y operaría sobre los ríos Neuquén y Negro y la división 3º que con su comando en Río Cuarto controlaría la Pampa Central.

 

2. Campaña del general C. Villegas (1882-1883)   

 

Ante los ataques de los indígenas, el general C. Villegas dispuso de una nueva expedición organizada con tres brigadas. Posteriormente emitió un informe que nos permite tener una muy detallada relación de todo lo sucedido en esta expedición en la que las fuerzas nacionales fueron eficazmente apoyadas por los indios amigos.[2]

Primera brigada

Al mando del teniente coronel Rufino Ortega, compuesta por una plana mayor, los regimientos 3 y 11 de caballería y el batallón 12 de infantería, con un total de 4 jefes, 20 oficiales y 310 soldados. Las fuerzas partieron en noviembre avanzando hacia el sur dirigiéndose a la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. La marcha se realizó de noche para ocultarse de la observación de los indios, recorriéndose 250 km en seis noches en medio de bajísimas temperaturas, lo que da una idea de los padecimientos de estos sacrificados hombres. Al llegar a las tolderías del capitanejo Millamán, este se entregó junto a 27 lanceros y 61 de chusma que pasaron a engrosar los efectivos de la brigada. Para evitar la detección, la brigada desprendió destacamentos menores para sorprender a los salvajes en sus tolderías.

Destacamento del coronel Ruibal: operó contra la indiada del cacique Queupo, batiéndolo y matando a 14 lanceros y capturando a 65 salvajes, perdiendo por su parte 5 efectivos que se ahogaron al cruzar el río Aluminé.

Destacamento del teniente coronel Saturnino Torres: logró la captura del cacique Cayul y 80 de sus hombres, perteneciente a la tribu de Reuque Curá.

Destacamento del mayor José Daza: realizó una intensa persecución sobre los caciques Namuncurá y Reuque Curá que se escondieron en las zonas boscosas al sur del lago Aluminé pudiendo escapar.

Destacamento del alférez Ignacio Albornoz: logró la captura de 2 capitanejos y 100 indios.

El 4 de diciembre la brigada se reunió en el lago Aluminé y desprendió nuevas partidas al mando de los mencionados Ruibal y Daza, sumándose el mayor O`Donell y el teniente coronel Torres que causaron nuevas bajas a los salvajes. En total la brigada logró abatir a 120 guerreros y capturar a 52 de lanza y 396 de chusma además de rescatar a 5 cautivos. Se construyeron un pueblo y 6 fortines para controlar los pasos cordilleranos e impedir el paso a Chile o su retorno desde el país trasandino.

Segunda brigada

Dirigida por el teniente coronel Enrique Godoy, formada por una plana mayor y los regimientos 2 y 5 de caballería junto al batallón 2 de infantería, con 6 jefes, 32 oficiales y 512 de tropa. Inició la marcha el 19 de noviembre de 1882 hacia su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu desde donde desprenderían partidas para reducir a los salvajes de la zona. Operó en forma similar a la primera brigada, desprendiendo columnas menores para atacar a los salvajes.

Destacamento del mayor Roque Peitiado: operó contra las tolderías del capitanejo Platero, logrando tomar 23 prisioneros a costa de la pérdida de 2 soldados propios y 10 heridos.

Destacamento del coronel Juan G. Díaz: prosiguió el ataque contra las indiadas que habían escapado del mayor R. Peitiado. El 11 de diciembre en un desfiladero en las cercanías del lago Huechu Lafquen, fueron emboscados por los salvajes armados con Rémingtons que habían fortificado la posición cerrando el camino. Las fuerzas nacionales treparon por las laderas escabrosas y después de casi tres horas de combate desalojaron a los indios, perdiendo la vida un soldado y el teniente 1º Joaquín Nogueira.

Dada la gravedad de los acontecimientos, el teniente coronel M. Godoy inició nuevas operaciones para acabar con las tribus de Namuncurá y Reuque Curá que se habían establecido en las márgenes del río Aluminé. El 1º de diciembre reinició el avance, enviando notas a los caciques para pactar su rendición. Cuatro días después se presentó el cacique Manquiel con toda su tribu por el que se supo que la 1º brigada había logrado la captura del grueso de las tribus de Namuncurá y Reuque Curá, incluyendo a los hijos y mujer del primero. El 14 de diciembre el teniente coronel M. Godoy llegó a su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. Desde este lugar emprendió una segunda operación, esta vez contra el  cacique Ñancucheo que seguía evadiendo a las fuerzas nacionales atravesando terrenos dificilísimos de transitar. El cacique pudo escapar pero se logró la captura de numerosos salvajes. El incansable teniente coronel M. Godoy dispuso una nueva expedición para limpiar de indios la región. En enero de 1883 se realizaron nuevas acciones que permitieron la captura de 55 indios, abatiendo además a 1 capitanejo y 3 guerreros. Ñancucheo fugó a Chile. Durante estas acciones el sargento mayor Vidal se enteró de la presencia de una partida del ejército chileno en territorio argentino lo que motivó las protestas del gobierno nacional.

El 6 de enero de 1883 se produjo el combate de Pulmarí, en esa ocasión el capitán Emilio Crouzeilles y el teniente Nicanor Lezcano con 40 hombres se enfrentaron a un grupo de salvajes. Un oficial con uniforme del Ejército de Chile pidió parlamentar, los oficiales se acercaron y en ese momento fueron atacados y muertos a traición junto a un soldado:

“(…) Los indios en número se sesenta, tomando aislados a estos oficiales con un reducidísimo número de hombres, sorprendidos en un terrible desfiladero, dieron fin con ellos y cuatro soldados, acribillándolos a lanzazos e hiriéndolos de bala (…)”[3]

El 16 de febrero el teniente coronel Díaz chocó con alrededor de 150 indios en las cercanías del lago Aluminé en las cercanías de Pulmarí en el paraje de Lonquimay.[4] Nuevamente las fuerzas del Ejército Argentino se enfrentaron a efectivos chilenos, Díaz no cayó en la trampa y ante el ofrecimiento de parlamento abrió fuego contra también los chilenos capturándoseles armamento y pertrechos con la inscripción Guardia Nacional:

Rompió el fuego sobre aquella tropa que avanzaba y sostuvo un brillante combate, rechazando completamente a esa fuerza superior en número que avanzó hasta cuarenta pasos de sus posiciones. Quedaron tendidos en el campo parte de ellos: seis soldados uniformados y un indio (…)”.[5]

De esta manera los efectivos argentinos defendían la soberanía dejando de lado la diplomacia y expresándose con el lenguaje de los fuertes, necesario cuando se viola el solar patrio.

En total la brigada logró la captura de 700 indios, poniendo fuera de combate a un centenar de ellos y limpiando el territorio argentino de partidas chilenas. También se construyeron nuevos fortines, al igual que lo hizo la primera brigada, para impedir el paso de los salvajes entre Argentina y Chile.

Tercera brigada

Comandada por el teniente coronel Nicolás Palacios con 4 jefes, 22 oficiales y 437 de tropa, estaba integrada por el regimiento 7 de caballería, el batallón 6 de infantería y un grupo de indios auxiliares. El 15 de noviembre de 1882 partió de la isla de Choele Choel con rumbo hacia el lago Nahuel Huapi para establecer allí su campamento general desde donde destacaría partidas contra los salvajes. Se libraron una gran cantidad de memorables combates entre los que se destacaron las incursiones del teniente coronel Rosario Suárez, la dirigida por el propio teniente coronel N. Palacios. El 22 de enero de 1883 una partida mandada por el capitán Adolfo Druy y el teniente 1º Eduardo Oliveros Escola se enfrentó a 400 indios del cacique Sayhueque que huía de la persecución de las fuerzas nacionales.

Como resultado de las acciones de esta brigada 3 capitanejos y 140 guerreros resultaron muertos, 2 caciques, 4 capitanejos, 114 de lanza y 361 de chusma fueron capturados. También se construyeron nuevos fortines.

La expedición en su conjunto produjo el afianzamiento de la soberanía en las provincias de Neuquén y Río Negro, dejando fuera de combate a las principales tribus mapuches y bloqueando los pasos de la cordillera por donde penetraban estos y los araucanos desde Chile.

Uno de los libros indigenistas más difundidos sobre la cuestión de la guerra en el Neuquén es el de los autores Curapil Churruhuinca y Luis Roux Las matanzas del Neuquén. Curiosamente, los escritores ponen este título al libro pero no demuestran la existencia de ninguna matanza. Sin embargo, hay una serie de datos que resultan interesantes. Según las cifras aportadas por los propios autores, había en la región del Neuquén alrededor de 60.000 indígenas, la mayoría dependientes de los caciques Sayhueque y Purrán.[6] Sostienen:

De este modo concluye la Campaña de los Andes. Durante la misma mueren 354 indígenas y se capturan 1.721, con las bajas nacionales de 5 oficiales y 38 soldados. Para el resultado no fue mucho el costo, comparativamente”.[7]

Aunque el número de indígenas que habitaban la región, según los autores, nos parece excesivo, pero tomémoslo como cierto. Entonces si sobre 60.000 indios, fueron muertos 354, esto quiere decir que cayeron el 0,59% en operaciones militares, una cifra prácticamente irrisoria para una guerra, ¿a dónde están las masacres a las que se refieren los escritores? En su mensaje al Congreso de la Nación de 14 de agosto de 1878, el general J. A. Roca afirmó que en la zona había unos 20.000 salvajes. Si tomamos como el total este número, entonces el porcentaje de indios del tronco araucano caídos en la campaña al Neuquén sería entonces del 1,77%, cifra también muy baja para una guerra de exterminio como sostienen los indigenistas. De esta forma podemos observar como el tan mentado genocidio es una mentira. Uno podría sumar las bajas de las campañas de 1878-1879, pero esto no es aplicable a los indios del tronco mapuche o araucano del Neuquén y Río Negro ya que estos no fueron afectados por las mismas que estuvieron dirigidas contra las tribus de la región central de la Argentina. En otro orden, son los mismos autores los que admiten la gran incidencia de las luchas internas en las tribus y entre las mismas, en los índices de mortalidad de los indígenas.[8] Las cifras de las bajas indígenas también demuestran que la tan publicitada bravura indomable del indio se practicaba contra las poblaciones indefensas, pero de poco le valía contra los efectivos del Ejército Argentino.​

 

3. Expediciones finales  

 

A fines de 1883 y comienzos de 1884 comenzaron las operaciones finales contra los salvajes, enfermo y cargado de cicatrices, el célebre Toro Conrado Villegas se marchó a Europa para intentar curarse, pero falleció en París el 26 de agosto de ese año. Fue reemplazado en el mando de la 2º Brigada por el general Lorenzo Vintter que se convirtió en gobernador militar de la Patagonia y continuó las acciones en Neuquén y Río Negro. Acosado por el hambre y la implacable persecución de las fuerzas argentinas, el 24 de marzo de 1884 se rindió el cacique Namuncurá con 9 capitanejos, 137 de lanza y 185 indios de chusma.

Solamente quedaban en pie los restos de las tribus de Sayhueque e Inacayal. Para terminar con ellas, el general L. Vintter envió una nueva expedición, esta vez al mando del teniente coronel Lino Oris de Roa. Partiendo el 21 de noviembre de 1883 de fortín Valcheta con 100 hombres se dirigió hacia el río Chubut que se había unido a otros caciques pero apenas lograba reunir algo más de tres centenares de guerreros. Las patrullas del sargento mayor Miguel Linares y el capitán Manuel Peñoiry continuaron los rastrillajes y las acciones que permitieron nuevas capturas. El 1º de enero de 1884 las fuerzas del teniente coronel de Roa chocaron con 300 indios dirigidos por el cacique Inacayal, quedando 4 de ellos muertos en el campo de batalla, 16 fueron tomados prisioneros. El hostigamiento constante generó nuevas rendiciones, poco tiempo después de la de Namuncurá, se presentó el cacique Maripán con 184 guerreros. Otros centenares se fueron presentando en los días siguientes.

El general L. Vintter dispuso ese mismo año el envío de tres columnas al mando del sargento mayor Miguel Vidal para batir a los indios que quedaban aún escondidos, especialmente en los poco accesibles contrafuertes andinos, logrando la captura de 300 indios. La presión constante dio el resultado esperado, el 1º de enero de 1885 Sayhueque, el último de los grandes caciques se presentó en el fuerte Junín de los Andes junto con 700 lanceros y 2500 de chusma.

El 20 de febrero de 1885 el general L. Vintter escribió al jefe del Estado Mayor General del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno:

En el Sud de la República no existen ya dentro de su territorio fronteras humillantes impuestas a la civilización por las chuzas del salvaje.

Ha concluido para siempre en esta parte, la guerra secular que contra el indio tuvo su principio en las inmediaciones de esa capital el año 1535”.[9]

Las campañas al desierto habían terminado poniendo fin para siempre al azote del malón, a las fronteras interiores, al cautiverio y asesinato de miles de pobladores habiendo asegurando la soberanía sobre la Patagonia pretendida por Chile.

 

4. El mapuchismo

 

Sometidas las tribus, la mayoría de los caciques fueron tomados prisioneros y liberados al poco tiempo, el propio Sayhueque, a pesar de la resistencia que había ejercido, en abril de 1885 ya estaba de retorno con su comitiva en Río Negro desde donde pasó con su tribu a las tierras asignadas por el gobierno argentino en Chubut. Es decir, fue detenido en enero, y en abril ya había vuelto a la libertad ¿dónde está la tan proclamada ferocidad genocida del Ejército y las autoridades argentinas? El otorgamiento de tierras a Namuncurá demoró más, pero el gobierno chileno intentó seguir usando a los mapuches contra la Argentina. En el Primer Congreso del Área Araucana Argentina en 1963, se afirmó que:

En 1908 el Gobierno de Chile puso a su disposición 1.800 hombres aguerridos para reconquistar sus antiguos territorios”.[10]

Todavía en 1908 los mapuches seguían pensando, con el apoyo de Chile, en invadir el Neuquén. Nunca los mapuches aceptaron al hombre blanco en la Patagonia:

Por cierto, tras las adjudicaciones y la llegada de los pioneros, funcionarios, comerciantes y, especialmente, colonos y hacendados, los mapuches constituyeron por un buen tiempo un peligro constante de represalias y daños, atosigados como estaban por el rencor y el deseo de venganza, con el oprobioso recuerdo de los desmanes del gran malón blanco”.[11]

Los citados autores indigenistas –Churruhinca y Roux- hacen amplias referencias al valor que dan a la pertenencia de la Patagonia a la Argentina y a la bandera nacional:

“(…) Moreno consideró que estas regiones debían incorporarse a la República Argentina. Y actuó en función de esa idea  (…) Si Moreno fue leal a su país no actuó lealmente con Sayhueque y sus muchos amigos indios, a quienes aseguró visitar solamente para conocerlos, mientras trabajaba su mente y su corazón al acuciamiento de trasladar esos dominios a la Argentina por la sumisión o por la fuerza”.[12]

Está claro que para los mapuchistas, el Neuquén y el Río Negro no eran parte de la Argentina sino que formaban un Estado aparte, el mapuche. Después de hacer una referencia a las campañas finales de 1884-1885, y refiriéndose al destino de las tribus rendidas afirman:

Para todas ellas principará una nueva etapa. Bajo nueva bandera. Bajo nuevos nombres”.[13]

A continuación dejan muy claro el concepto indigenista de pueblo originario:

“(…) Gringos eran todos los no mapuches, argentinos o europeos. Extranjeros para los nativos neuquinos. Y la sangre ardida de los hermanos muertos ponía una pared rocosa entre naturales y blancos. Difícil entenderse”.[14]

Parecen olvidar que fueron los indios araucanos o chilenos, hoy llamados mapuches, los que desde el occidente de la cordillera de los Andes invadieron la Patagonia expulsando o exterminando a las tribus locales.

Finalmente, el rechazo a la bandera argentina aparece nuevamente reflejado en las siguientes palabras:

“(…) Las huestes roquistas han destruido en Neuquén indígena para enarbolar una enseña y traer una gringada. Negocio de usurpación, proclama de soberanía tres veces ilegítima, edificada sobre la mentira, la ofensa gratuita y el crimen, comercio infamado de tierras”.[15]

No es de extrañar que los mapuches se opusieran al proceso de fundación de pueblos y parques nacionales en Neuquén y Río Negro. Pasado el tiempo el movimiento mapuche parecía apagado, pero algo ocurrió. En 1963 los mapuches lograron concretar la reunión del Primer Congreso del Área Araucana Argentina en San Martín de los Andes. Por iniciativa de un vecino del Neuquén, Willy Hassler, nombre no muy originario (se trataba de un alemán), comenzó a avivar la problemática de los mapuches en los parques nacionales.

Las usurpaciones de terrenos y atentados de los mapuches se están convirtiendo en moneda

corriente. Carlos Sapag, hermano del gobernador denunció:

Son activistas que cuentan con apoyo de las FARC y relaciones con Batasuna, el brazo político de ETA”.[16]

El entonces intendente de Villla Pehuenia, Silvio del Castillo, declaró:

En Villa Pehuenia los mapuches ya tienen 10.000 hectáreas en su poder. No voy a entregarles un metro más”.[17]

Sin embargo, no todos los mapuches comparten esta visión expansionista:

Arrastran a los jóvenes a una lucha sin sentido. Nosotros queremos la paz. Hoy los mapuches ocupan tierras que nunca fueron nuestras”.[18]

La Sociedad Rural de Neuquén ha denunciado que en la provincia hay al menos 57 campos usurpados. Todo esto es promovido por la Confederación Mapuche que agrupa a las principales comunidades, sin embargo sus detractores la acusan de:

“(…) Estar infiltrada por activistas de izquierda que pretenden escindir el territorio de la Argentina. También los acusan de malversación de fondos”.[19]

Este dato no es menor y es donde se encuentra el meollo de la cuestión. No solamente tienen nexos con organizaciones de izquierda sino que reciben el apoyo mediático de supuestas ONGs. Curiosamente la sede central del movimiento mapuche reside en Londres que de esta manera debilita a la Argentina y ejerce una nueva amenaza sobre la Patagonia y sus recursos, sumándola a la presencia de la base militar de la OTAN en Malvinas.

En total en la Argentina el reclamo es por 15 millones de hectáreas, en Neuquén se centra en las zonas de San Martín de los Andes, Junín de los Andes, Villa la Angostura, Villa Pehuenia, Zapala, Aluminé y Cutral Có. En Río Negro los más importantes están en El Bolsón, Bariloche, Comallo, Trapalcó, Ñirihau, Cuesta del Ternero y Chelforó. Estos intentos de obtener tierras que son patrimonio de los argentinos se extienden incluso a la provincia de Buenos Aires, a la que nunca llegaron los mapuches.

El avance del movimiento mapuche es notable, las 18 comunidades originales que reclamaban tierras se han convertido en 55 solamente en Neuquén. Martín Maliqueo, vocero de una de ellas, la Lonko Purrán, declaró:

“(…) No somos ni chilenos, ni argentinos, somos mapuches y no nos sentimos representados”.[20]

El proceso cesionista y antiargentino se extiende.

 

Notas:

[1] Todas las cifras utilizadas en este trabajo han sido tomadas del libro de WALTHER, Juan Carlos. La conquista del desierto, cuarta edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1980. Se trata de una de las mejores obras generales sobre la cuestión de las campañas al desierto.

[2] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Campaña de los Andes al sur de la Patagonia. Partes detallados y diario de la expedición. Ministerio de Guerra y Marina, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1978. Para las acciones de los indios amigos ver pp. 86, 88, 94, 102, 106, 108, 112

[3] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., p. 85.

[4] Ver el excelente e imprescindible trabajo de PAZ, Ricardo Alberto. El conflicto pendiente. Fronteras con Chile, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, pp. 58-59.

[5] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., pp. 18-19.

[6] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Las matanzas del Neuquén. Crónicas mapuches, tercera edición, Buenos Aires, Plus Ultra, 1987, p. 195

[7] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 167.

[8] Ver CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., pp. 54, 55, 68, 71, 89, 108, 149.

[9] Carta del general L. Vintter al jefe del Estado Mayor General del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno, 20 de febrero de 1885.

[10] VIGNATTI, M. A. Iconografía aborigen. En: Primer Congreso del Área Araucana Argentina, Buenos Aires, 1963, T II, p. 52.

[11] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 242.

[12] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 103.

[13] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 173.

[14] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 216.

[15] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 249.

[16] Declaraciones de Carlos Sapag. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.

[17] Declaraciones del intendente de Villa Pehuenia, Silvio del Castillo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.

[18] Declaraciones de los caciques mapuches de las comunidades de Currumil y Aigo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.

[19] MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6

[20] En: VARISE, Franco. Crecen conflictos con aborígenes por reclamos de tierras, Buenos Aires, La Nación, 16 de agosto de 2009, p. 19

 

Tomado de: https://deyseg.com/history/196

 


sábado, 18 de febrero de 2017

LA CONQUISTA DE AMERICA NO FUE POLITICA, SINO MISIONAL*

Por Atilio García Mellid 

La controversia histórica sobre la colonización española en América puede centrarse en dos opiniones, ambas procedentes de historiadores extranjeros. La una –de J. W. Draper, en “Historia del Desarrollo Intelectual de Europa”– expresa que “en Méjico y en el Perú fueron destruidas civilizaciones en las que Europa hubiera podido instruirse”. La otra –de Lewis Hanke, en “La Lucha por la Justicia en la Conquista de América”- afirma que ese magno episodio fue “uno de los mayores intentos que el mundo haya visto de hacer prevalecer la justicia y las normas cristianas en una época brutal y sanguinaria”.
Esta divergencia interpretativa no es producto de métodos de investigación histórica distintos. El método científico siempre ha de arribar a conclusiones semejantes si se opera con objetividad y se atiende a los ritmos históricos individualizadores. La pugna que aquí se manifiesta no es cuestión de método, sino problema de perspectiva. En efecto; la visión del Nuevo Mundo se abrió, desde el primer instante, en dos vertientes ideológicamente incompatibles: la una política, misional la otra. Draper pertenece a la primera; Hanke, a la segunda.
La interpretación de tipo político responde a estados pasionales; el mundo y la historia son juzgados y medidos de acuerdo a criterios rígidos y sistemáticos. Las doctrinas se imponen a los hechos; es ésta una historia del “deber ser” más que del ser mismo. Un “deber ser” que no arranca de una concepción metafísica, sino de una predeterminación ideológica. El esquema político ciñe y asfixia a las cosas que se someten a su análisis; las que coinciden con sus prejuicios son valiosas, en tanto resultan condenables las que no lo son.
La idea histórica misional, por el contrario, más que al desenvolvimiento natural del hombre, atiende a su vida sobrenatural. El centro de su enfoque es el ser, pleno y compacto, como lo quiso la sabiduría divina: el ser proyectado hacia los valores eternos por obra de su conciencia, su pensar y su conocimiento. La historia así concebida no limita ni disminuye la fecundidad del acaecer humano; más bien lo completa y perfecciona, estableciendo un enlace sobresustancial entre la ciudad terrena y la Ciudad de Dios. Admite que la salud del cuerpo es primordial y necesaria, pero sin olvidar que el cuerpo perecedero es morada del alma inmortal, cuya salvación es el objeto propio de la Historia.
El descubrimiento y colonización de América se consumó paralelamente al auge del naturalismo y el positivismo. Lutero sacudía los portales de la Catedral de Wittenberg, en 1517, con sus proposiciones heréticas; rotas así las ataduras del Derecho Natural, la concepción materialista de la Historia iniciaba su ruidosa marcha. En 1531 se publicaba “Il Principe” y los “Discorsi”, de Maquiavelo. Las ciencias positivas invadían todos los campos; la técnica ganaba nuevos adeptos en desmedro del saber filosófico y de la teología. Se inventaron la imprenta y la brújula, el telescopio y la pólvora. Se completó el sistema astronómico y se universalizó el conocimiento geográfico. En biología se descubrió la circulación de la sangre y la investigación médica amplió sus horizontes con el dominio del área microscópica.

El siglo XVII representó la eclosión máxima de este proceso. El método de Descartes, la física de Newton, la matemática de Leibniz, la biología de Leeuwenhoek, la astronomía de Galileo, constituyeron aportaciones científicas altamente positivas, pero desprendidas de todo lazo metafísico o principio de orden sobrenatural. La observación de Edmundo O’Gorman –en “Fundamentos de la Historia de América”- es a todas luces exacta: “América aparece en el horizonte de la cultura cristiana –dice- precisamente en el momento en que, al declinar la Edad Media, el hombre se ha quedado sin Dios.”
Ese hombre no era, por cierto, el español. Por eso la conquista de América está henchida de potencia espiritual y de precisión teológica. Pero la mentalidad positivista desdeñaba los valores por los que esa España misional guerreaba. El señor de Périgord –el muy ilustre Miguel de Montaigne, de los “Ensayos”- es cifra y símbolo de esa abstrusa manera de pensar. Mientras el Rey Felipe, en 1570, recomendaba a cuantos prestaban servicios en las Indias el mayor cuidado y fatiga para procurar “el aumento de la religión y ensalzamiento de nuestra santa Fe Católica en esas partes, como fieles y católicos cristianos, y naturales y verdaderos españoles”, Montaigne se entregaba a románticas especulaciones.Nuestro Mundo –escribía- acaba de encontrar otro… Era un mundo-niño; sin embargo, no le hemos azotado ni sometido a nuestra disciplina por las ventajas de nuestro valor y fuerzas naturales, ni lo hemos conquistado por nuestra justicia y bondad, ni subyugado por nuestra magnanimidad…, pues nunca se movieron a compasión almas tan bárbaras, que por la dudosa noticia de un vaso de oro que pudieran saquear, echaban al fuego a un hombre…”
            La realidad tremenda de ese mundo-niño, reflejada en los documentos de los propios actores, no pesaba en los juicios de los indiferentes al magisterio de la fe. Desde Méjico, en 1531, fray Juan de Zumárraga brindaba este valioso testimonio: “Antes eran sacrificados cada año a los ídolos millares de inocentes criaturas; ahora, en cambio, los franciscanos educan en sus escuelas a millares de niños que saben leer, escribir y cantar muy bien…”
            Para la mente dogmática de los racionalistas, más servía a sus propósitos el hombre “concreto” arrojado a la hoguera que esos millares de criaturas “abstractas” que los naturales inmolaban en los falsos altares de sus ídolos.
La colonización de América fue más obra de los misioneros que de los guerreros. El doblegamiento de los indígenas se hizo “no para exterminarlos en la esclavitud, sino para inducirlos a entrar en la vida eterna por medio de la instrucción y el ejemplo”. Era éste el pensamiento de Carlos V, según lo atestigua el Pontífice Paulo III. Solamente en Méjico, hacia 1540, los franciscanos habían logrado convertir a seis millones de indios, arrebatándolos a los bárbaros sacrificios. Por aquellas mismas tierras, fray Toribio de Benavente o Motolinia convirtió por sí solo a cuatrocientos mil naturales. Fue este benemérito fraile quien investigó las denuncias de malos tratos formuladas por el padre Las Casas, llegando a comprobar que “los indios de la Nueva España están bien tratados y tienen menos pechos y tributos que los labradores de la vieja España”.
Las Leyes de Indias estaban destinadas a adaptar al Nuevo Mundo la legislación propia del Reino. Por ellas se prohibió el uso de la palabra “conquista”, prefiriéndose las de población y pacificación, de manera que aquélla “no ocasione ni dé color a lo capitulado para que se pueda fazer fuerza ni agravio a los indios”. También fue abolida la designación de “colonias”, usándose corrientemente la de provincias de ultramar. Felipe II, en 1593, llegó a crear un derecho preferencial o privilegio a favor de los indígenas, al ordenar se castigue “con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a indios, que si los mismos delitos se cometieren contra españoles”.
Los juicios de los historicistas, cargados de intención política, siguen machacando los viejos parches de las conmovedoras supercherías. Justamente acabo de leer, en un gran diario de América, estas indocumentadas opiniones: “Atraídos por el imán del dinero se lanzaron los contingentes de aventureros hacia las playas del Nuevo Mundo. Y es sabido que los componentes de esas bandadas… implicaban una curiosa selección, simbolizaban el más alto temple para la expoliación y el asesinato; eran, moral y espiritualmente, la ralea de Europa.”

            Pese a tan pertinaces contradictores, la inmensa obra misional de España en América ha permitido que millones de seres se eleven a la gracia y misericordia divinas. ¿Qué pueden importar, frente a una sola alma que se salve, las vanas palabras y los interesados pensamientos de quienes se pagan de las cosas corpóreas y desdeñan los goces espirituales? La misión de España –en sí misma y en su portentosa expansión universal- no es un capítulo de la historia política de la humanidad; es la gesta heroica del alma atribulada y encendida, del ser que guerrea por los bienes eternos y que –como Job- desde su roto cuero y desde su propia carne, tiene de ver a Dios.

*Publicado por el periódico “ABC” de Madrid, España, en su edición del 11 de mayo de 1955.

lunes, 20 de enero de 2014

EL ENCANTO DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

Los aztecas ostentan tres tristísimos y lamentables récords históricos que tal vez solo puedan disputarle los comunistas con sus cien millones de ejecutados en setenta años de historia.

El primero de ellos corresponde a la cantidad de víctimas logradas en el transcurso de dos siglos, el segundo a las logradas en solamente cuatro días, y el tercero se refiere a la inmensa cantidad de niños ejecutados.

Conviene aclarar que la arqueología, la antropología y la etnología moderna se han encargado de confirmar todo cuanto decimos y aseveraron los cronistas americanos.  La ciencia ha hablado, y ya no hay lugar para presunciones o debates ideológicos.

RECORD NÚMERO 1: MAYOR CANTIDAD DE EJECUCIONES EN DOS SIGLOS

La cantidad de víctimas variaba mucho de acuerdo con la importancia de la ciudad, del pueblo y de la festividad elegida para el ritual.  Fray Juan de Zumarraga y Francisco Clavijero, en 1531, dan cuenta de que sólo en la ciudad de México se sacrifican a los ídolos más de veinte mil víctimas al año.

Fray Juan de Torquemada ubica el numero de asesinados en todo el país por año en 72.244, incluidos veinte mil niños.

El historiador mexicano, el Padre Cuevas, asegura que el número de sacrificios en lo que fue Nueva España, era de cien mil seres humanos cada año.

Varios autores citados por Gomara hablan de cincuenta mil.  Tanto Acosta como Herrera aseguran que había días en que llegaban a matarse entre cinco mil y veinte mil personas por día.

Motolinia, describiendo la fiesta del año de Tlascallan, dice que se sacrificaban ochocientos hombres en la ciudad y en la provincia.  Francisco Antonio de Lorenzana dice que en Cholula se sacrificaban seis mil niños por año.

Por su parte, Diego Duran, desde su “Historia de las Indias”, después de describir las ceremonias de la coronación de Moctezuma y los sacrificios, dice: “había días de dos mil, tres mil sacrificados, y días de ocho mil, y otros cinco mil, la cual carne se comían, y hacían fiesta con ella, después de haber ofrecido el corazón al demonio”.

Fray Pedro Simón en su “Historia de la guerra de los indios Pijaos, indígenas de Tierra Firme”, calcula que desde la fundación del Estado azteca (1325) hasta su ocupación por las tropas de Cortés (1521) se cuentan por millones —a lo largo de dos siglos— las víctimas inmoladas a estas divinidades.

Michael Harner, conocido antropólogo estadounidense, estimó en doscientas cincuenta mil personas al año el número de sacrificados. En resumen, se calcula que la cifra anual de  ejecuciones superaba con creces los cien mil.

Tomando los números mas moderados, como los cincuenta mil sugeridos por Gomara, encontramos que en un siglo, y sólo considerando la región mesoamericana del continente (excluyendo a los mayas), aztecas y aliados asesinaron más de cinco millones de personas.

RECORD NÚMERO 2: MÁXIMA CANTIDAD DE PERSONAS EJECUTADAS EN CUATRO DÍAS

El holocausto más grande conocido por la humanidad comenzó un día del año 1487, durando cuatro días. El motivo del ¨mega evento¨ era la consagración de la gran pirámide de Tenochtitlán, que había sido construida en cuatro años a base de esclavos. Prescott, protestante y antipático a España, dice que no menos de setenta mil personas fueron ejecutadas para éste solo evento.

Al respecto existe un interesentísimo trabajo de investigación bastante reciente, producido por el canal Discovery Channel, titulado Aztec: Temple of Blood. Esta investigación contó entre sus colaboradores con reputados y prestigiosos expertos de distintas áreas y disciplinas: antropólogos, cirujanos y diseñadores científicos, etc. Lo que allí se había propuesto era comprobar de una forma científica si realmente habían podido los aztecas en 1487 ejecutar a tanta gente en tan corto lapso; o sea, si era físicamente posible a los sacerdotes extraer el corazón de una persona en contados minutos, uno tras otro.

Para el experimento se habían conseguido réplicas casi exactas del cuerpo humano, con la intención de comprobar el tiempo real en el que un cirujano podía extraer un corazón. Utilizando los mismos instrumentos que los indígenas —mediante un cuchillo de obsidiana mandado especialmente a confeccionar— el cirujano logró cortar debajo de las costillas del cuerpo artificial y llegar al corazón por debajo de la caja torácica, desde donde lo extrajo. El tiempo que le tomó, en su segundo intento, fue de solamente ¡diecisiete segundos! Seguramente, si hubiera seguido probando, habría llegado a adquirir, eventualmente, el grado de habilidad y velocidad de los sacerdotes indígenas y su tiempo hubiera sido aun menor. El mentado estudio terminó por confirmar lo que ya había afirmado la antropología y la evidencia documental: los aztecas pudieron asesinar decenas de miles de personas en tan pocos días.

No existen dudas sobre la capacidad de los aztecas para procurarse esclavos y/o cautivos de guerra para sacrificar.

Sabemos que en una sola ocasión llegaban a tomar decenas de miles de prisioneros. Antes de 1487 habían tenido cientos de guerras —que incluso hicieron con el único fin de procurarse esclavos para sacrificios humanos—, especialmente con Moctezuma II.  Es posible que para esa ocasión contaran con no menos de doscientos mil prisioneros de guerra.

A esto podemos sumar los esclavos que no eran producto de guerras —a veces comprados en los mercados— y que muchas veces sacrificaban.  Las filas que formaban los esclavos hasta el altar donde habrían de ser sacrificados era interminable.

Hayan sido cien mil, cincuenta mil o incluso veinte mil víctimas en cuatro días, tratamos aquí con un record bestial, solo superado por el holocausto de Hiroshima, Nagasaki y Dresden; ambos pertenecientes a la segunda guerra mundial.

RECORD NÚMERO 3: LOS DESGRACIADOS NIÑOS

De los récords mencionados, es éste sin dudas el más repugnante e indignante.  Ninguna sociedad en la historia tuvo mayor predilección por la inmolación de niños que los pueblos precolombinos, especialmente mayas,(1) aztecas y chibchas.

Cuando creían habrlo visto todo, los misioneros quedáronse perplejos al constatar la existencia de masivos sacrificios humanos de niños. Si existía una Fiesta particularmente terrorífica al respecto, esta era sin dudas la de Tlaloc, en donde los sacrificados eran exclusivamente niños. Refiriéndose a otros sacrificios que hacían los aztecas en el mes de Atcavalo, escribe Bernardino de Sahagún: “En este mes mataban muchos niños; sacrificándolos en muchos lugares, en las cumbres de los montes, sacándoles los corazones a honra de los dioses del agua, para que les diesen agua o lluvia. A los niños que mataban componíanlos con ricos atavíos para llevarlos a matar, y llevávanlos en unas literas sobre los hombros, y las literas iban adornadas con plumajes y con flores; iban tañendo, cantando y bailando delante de ellos.  Cuando llevaban a los niños a matar, si lloraban y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los llevaban, porque tomaban pronóstico de que habían de tener muchas aguas ese año. (…) No creo que haya corazón tan duro que oyendo una crueldad tan inhumana, y más que bestial y endiablada como la que arriba queda puesta, no se enternezca y mueva a lágrimas y horror y espanto”.(2)

Comenta Morales Padrón, que era muy común en algunas tribus el ahogamiento de niños, y “que entre los chibchas se ofrecían preferentemente niños, a los que se criaba hasta los quince años en el Templo del  Sol, para ser finalmente muertos a flechazos atados a una columna”.(3)  A su vez, dice Francisco Clavijero que en la Fiesta de Tlaloc los aztecas sacrificaban exclusivamente niños de ambos sexos, que compraban para la ocasión.  Eran dos las formas de hacerlo: a unos los ahogaban en el lago y a otros, niños de seis años, los encerraban en una caverna y los dejaban morir de hambre.(4)

Tomando en consideración que, como se ha reconocido —especialmente en el caso de los aztecas—, tras un exitoso combate se obtenían de una sola vez varios millares de prisioneros y que las guerras eran constantes, cabría preguntar: ¿Qué hubiera sucedido a los  súbditos de aquel imperio de no haber llegado los españoles? Podría suponerse, sin temor a exagerar, que habrían desaparecido de la faz de la tierra sin dejar tal vez rastro alguno de su existencia. Probablemente, de no haber prohibido los españoles estas prácticas, las culturas indígenas hubieran desaparecido como lo habían hecho anteriormente los mayas, los teotihuacanos y los toltecas. Es el destino forzoso de los seguidores de falsas religiones.

Sabemos también por González Gimenes de Quesada, Lucas Fernández de Piedrahita y Fray Pedro Simón de la costumbre de varias tribus colombianas, venezolanas y brasileñas de sacrificar niños; particularmente entre panches y muiscas. En general estos niños, junto a otros esclavos, se vendían en distintos mercados de la región, siendo comprados la mayor de las veces para los sacrificios. El religioso Simon da preciso detalle de esta bestial ceremonia: “(…) tendían al muchacho sobre una manta rica en el suelo y alli lo degollaban con unos cuchillos de caña; cogían la sangre en una totuma y con ella untaban algunas peñas (…)”.(5) Fernández de Piedrahita confirma los hechos, diciendo: “(…) abriéndolo vivo y sacándole el corazón y las entrañas, mientras le cantaban sus músicos ciertos himnos que tenían compuestos para aquella bárbara función”.(6)

Por referir otros casos, también practicaron los sacrificios humanos de niños, en forma bastante frecuente, los picunches y los araucanos o mapuches;(7) incluso en épocas bastante recientes, siendo conocido el caso del niño de cinco años asesinado luego del terremoto de Valdivia de 1960; caso que tomó estado  público y que causó gran revuelo en su momento.(8)
 
Cristian Rodrigo Iturralde
 
NOTAS:
1.  Esta costumbre es denunciada por la misma National Geographic, en un documental titulado, en español, “Los últimos días del imperio Maya¨, Estados Unidos, 2005.  Se halla disponible en: http://www.ivoox.com/ultimos-dias-del-imperio-maya-audios-mp3_rf_769250_ 1.htm­l?au­to­play=1
2.  Bernardino de Sahagún: “Historia General de las Cosas de Nueva España”, Madrid, Dastin, 2001, tomo I, págs. 17-18.
3.  Morales Padrón, Francisco: “Manual de Historia Universal”, tomo V, “Historia General de América”, Madrid, 1962, 62 (referencia al ahogamiento de niños), y 88-89 (ca­so de los Chibchas).
4.  Ob. cit., pág. 168.
5.  Fray Pedro Simón: “Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales”, Ed. Kelly, Bogotá, 1953, II, pág. 249.
6.  Lucas Fernández de Piedrahita: “Historia General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada”, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1942, I, págs. 40-41.  Consultar también el muy buen artículo “Dos Sacrificios humanos entre los muiscas”, María Lucía Sotomayor, Instituto Colombiano de Antropologia, Bogotá, “Revista Colombiana de Antropología”, vol. XX­VIII, año 1989-1990.
7.  “Revista anales”, Universidad de Chile, Séptima Serie, N° 1, mayo 2011.  Consultar en: http://www.revistas.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view­File/12347/18134.  Tanto el P. Rosales (siglo XVII), como el gran historiador chileno José Toribio Medina y el dominico Alfonso Fernández, dieron cuenta de lo mismo.
8.  Arturo Zúñiga: “El niño inmolado”, en “El Mercurio”, Santiago de Chile, 15 de agosto de 2001.  Consultar el artículo completo en http://www.mapuche.info/news02/merc010815.html