miércoles, 25 de febrero de 2015

San Martín y Bolívar: su política religiosa (2° parte). El Libertador San Martín

Por: Enrique Diaz Araujo

Existen numerosos y serios estudios que analizan la posición religiosa de San Martín (para mencionar sólo algunos: José Luis Trenti Rocamora, Guillermo Furlong, Héctor Juan Piccinali, Ricardo Piccirilli, Horacio Juan Cuccorese, Vicente Sierra, Armando Tonelli, Cayetano Bruno, etc.). Por eso, no es del caso, ponernos acá a repetirlos. Quizás con la trascripción de una página de un autor que no es especialmente considerado como católico, baste para esclarecer el punto. En ese sentido, dice al respecto Rodolfo Terragno:

“Credenciales católicas:

Los antecedentes demuestran que San Martín no tiene un rapto de fe utilitaria:

Conoció a su futura esposa durante una misa de Gloria, en el templo San Miguel Arcángel.
Al contraer nupcias, comulgó durante la misa de Velación.
Tras el combate de San Lorenzo, ordenó celebrar un oficio y colocó cruces en las tumbas de los muertos.
Como Gobernador de Cuyo, fundó el Colegio de la Santísima Trinidad, y mandó que junto a las “ciencias profanas” se enseñaran allí “los deberes del católico”.
El “Código de Deberes Militares” que redactó para el Ejército de los Andes dice en su primer artículo: “Todo el que blasfemare el santo nombre de Dios o de su adorable madre e insultare la religión por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza por el término de ocho días; y por segunda vez será atravesada su lengua por un hierro candente y arrojado del cuerpo de Granaderos”.
Ese ejército fue puesto por él bajo la advocación de la Virgen del Carmen.
Celebró los aniversarios de sus batallas con función de Iglesia.
Juró por Dios y la Patria la Independencia nacional, hace cuatro años.
Donó al convento franciscano su bastón de General.
Sus tropas usaban el Santo Rosario al cuello y lo rezaban a orden del sargento de semana.
El Estatuto que hizo sancionar en Perú dice, en su Sección Primera, que “la Religión Católica, Apostólica y Romana es la religión del Estado; el gobierno reconoce como uno de sus deberes el mantenerla y conservarla, por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana”.
El Estatuto reserva los puestos públicos a quienes profesen la Religión del Estado y reserva “severos castigos” para quienes ataquen “en público o privadamente”, “sus dogmas y principios”. La libertad de cultos es “únicamente para las confesiones cristianas, previa consulta al Consejo de Estado”- [1]-.

También la sociedad político-militar secreta (que algunos denominan “Logia Lautaro”, o también “Caballeros Racionales”) de la que San Martín participaba, compartía esa actitud ante la Religión. En la Circular del 21 de diciembre de 1816, le ordenaba al Jefe del Ejército de los Andes:

“No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso”.

Otro dato que abona nuestra tesis es el siguiente, consignado por el historiador Otto Carlos Stoetzer, y que reza de esta suerte:

“En el Perú, el pueblo abrió las puertas de Lima a San Martín ( 6 de agosto de 1821) debido principalmente a la influencia que la Iglesia (en su mayoría franciscanos) ejerció a favor de la ruptura con la España liberal. Los miembros de las órdenes mendicantes temían, según noticias que circulaban, que el gobierno español confiscara la mayoría de sus monasterios. Al respecto hay que tomar en consideración que San Martín, como Bolívar, Iturbide y otros jefes patriotas, capitalizó sobre la persecución de las Iglesia por los liberales españoles durante el período 1820-1823, con el objeto de conseguir el apoyo de los profundamente religiosos españoles americanos” [2].

El historiador liberal inglés John Lynch corrobora y valora esa posición en un capítulo que titula “Un general cristiano”, donde afirma que:

“el historial del Protectorado era por completo ortodoxo, y el periódico patriótico “El Consolador” se hizo eco de las propias palabras de San Martín al ensalzar el carácter providencial de la independencia: “Soy un instrumento de que se ha valido el Dios de los Ejércitos para llevar a cabo los altos planes de su adorable providencia”. El Estatuto provisional del 8 de octubre de 1821…,no permitía duda alguna de que la religión oficial era exclusiva y ortodoxa…El compromiso de San Martín con la religión establecida del Protectorado se prolongó durante toda su administración. En las semanas que precedieron a su partida del país en agosto de 1822, estipuló la celebración de misas y ceremonias públicas en honor de santa Rosa de Lima y el aniversario de la independencia chilena, así como una misa del Espíritu Santo para señalar la inauguración del Congreso…San Martín respetaba a la Iglesia y su función social, y en el Perú fomentó la observancia religiosa en su ejército, participando en la liturgia en ocasiones militares como era de esperar en un oficial de su rango…Las victorias de San Martín en Chile y Perú abrieron una nueva oportunidad para la Iglesia…En el Perú liberado, había dejado a la Iglesia independiente, libre de predicar su fe y moral tradicionales” [3].

Conducta que se prolongó efectivamente hasta su último acto gubernamental, en setiembre de 1822. En ese momento, reunido el Congreso Constituyente, bajo su obvio influjo, maguer la oposición de algunos liberales, se estableció un “estado confesional”. Por eso, la redacción de la Constitución:

“no dejó lugar a dudas: “En el Perú la Religión es la Católica, apostólica romana, con exclusión de cualquier otra” [4].

En el Perú fue donde San Martín pudo desplegar sus dotes de estadista. Y fue allí, precisamente, donde su política religiosa fue más intransigentemente católica, hasta el punto de exigir la profesión de esa creencia para ser funcionario público- [5]-.

Ahí queda eso aclarado.


Notas

[1].- Terragno, Rodolfo, Diario íntimo de San Martín: Londres, 1824. Una misión secreta, 6ª. ed., Bs. As., Sudamericana, 2009, pp. 67-68. Dicha enumeración la coloca Terragno tras narrar el encuentro en Buenos Aires en enero de 1824, entre San Martín y el Visitador Apostólico Juan Muzi (acompañado por el canónigo Juan María Mastai Ferretti, futuro Pío IX, y el abate José Sallusti), en oposición a los desaires de Bernardino Rivadavia. Y agrega que: “Antes de ir al Perú, San Martín se detuvo en la Villa de Nuestra Señora de Luján, para hincarse ante ella y rogar su protección.- A lo largo de su aventura continental, el General llevó siempre a la Virgen sobre el pecho. La tenía hecha de plata, y guardada en un relicario, obsequio de Remedios.- El mes pasado (NA: diciembre de 1823), cuando venía para Buenos Aires, paró otra vez en la Villa y ofrendó una espada a la María del manto celeste y blanco”: op. cit., p. 66. Por cierto que la enumeración de Terragno es incompleta. A modo de ejemplo, cabría añadir que en el mismo artículo primero del Código Militar del Plumerillo, tras las graves sanciones por blasfemia, adicionaba: “El que insultare de obra a las sagradas imágenes o asaltare un lugar consagrado, escalando iglesias, monasterios u otros, será ahorcado.- El que insultare de palabra a sacerdotes sufrirá cien palos; y si hiriere levemente perderá la mano derecha; si les cortare algún miembro o le matare, será ahorcado.- Las penas aquí establecidas…serán aplicadas irremisiblemente”. Asimismo: “b) La instrucción a Tomás Godoy Cruz, del 26 de enero de 1816, acerca de la forma de gobierno que debería adoptar el Congreso de Tucumán: “sólo me preocupa que el sistema adoptado no manifieste tendencia a destruir Nuestra Religión”.- c) El Título II° del “Código Constitucional” de Chile, de agosto de 1818, dictado por Bernardo O´Higgins, bajo el influjo de San Martín, decía: “La religión Católica, Apostólica, Romana es la única y exclusiva del Estado de Chile. Su protección, conservación, pureza e inviolabilidad, será uno de los primeros deberes de los jefes de la sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctrina contraria a la de Jesucristo”: Díaz Araujo, Enrique, Don José y los chatarreros, Mdza., Dike, 2001, pp. 73-74. En un orden más íntimo deben apuntarse “las referencias de Manuel de Olazábal sobre el uso del rosario (Memorias del Coronel, Bs. As., Instituto Sanmartiniano, 1947), o de Plácido Abad sobre la asistencia a misa en Montevideo (El general San Martín en Montevideo, Montevideo, Peña Hnos., 1923)”: op. cit., p. 73.

[2].- Stoetzer, Otto Carlos, El pensamiento político en la América Española durante el período de la emancipación (1789- 1825). Las bases hispánicas y las corrientes europeas, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966, t° I, pp.158-159. A lo que añade: “Los ejércitos españoles liberales (Canterac y La Serna) fueron vencidos aun antes de poder encontrarse con el enemigo en el campo de batalla”: ibidem.

[3].- Lynch, John, op. cit., pp. 255, 256, 260, 261.

[4].- Lynch, John, op. cit., p. 259. Indica, asimismo, que sus adversarios señalaban su celo religioso y “veneración excesiva” por Santa Rosa de Lima: op. cit., p. 260. Cfr. Martínez Riaza, Ascensión, La prensa doctrinal en la independencia del Perú 1811-1824, Madrid, 1985, pp. 212-213.


[5].- No nos extenderemos más en este punto, que ha sido perfectamente subrayado en trabajos fundamentales, como los de: Piccinali, Héctor Juan, “San Martín y el Liberalismo. Segunda Parte. San Martín contra el Liberalismo”, en: Gladius, Bs. As., n° 11, pp. 65-82; “San Martín en el Perú y el mejor régimen político”, en: Gladius, Bs. As., n° 14, pp. 95-116; y Steffens Soler, Carlos, San Martín en su conflicto con los liberales, Bs. As., Librería Huemul, 1983.

Tomado de: http://quenotelacuenten.com/page/4/

domingo, 15 de febrero de 2015

San Martín y Bolívar: su política religiosa (1° parte)

Por: Enrique Díaz Araujo

Desde que en 1810 se proclamó la Autonomía, en toda la América Española se fue abriendo paso la posibilidad de la Independencia de los antiguos virreinatos y capitanías generales que componían el Reino de las Indias Occidentales- [1]-. Además de otros condicionamientos, la principal causa que promovió la Independencia fue la conducta irrazonable del Rey Fernando VII. En principio, las Autonomías proclamadas en 1810 se habían hecho para preservar los soberanos derechos reales mientras Fernando estaba cautivo en Valencay. Se había reiterado el juramento de vasallaje, como prueba del fidelismo que animaba las empresas autonomistas- [2]-. Empero, al convalidar Fernando el ataque bélico promovido por las Regencias gaditanas- [3]-, no dejó a los americanos otra salida que la dispensa del juramento de vasallaje leal- [4]-, y, por consiguiente, la procuración de la Independencia. Hasta ahí, todos eran realistas, unos regencistas, otros autonomistas; en adelante hubo realistas y patriotas, mediando guerra entre ambos.

En dicho análisis, de entrada hay que mostrar el problema político creado por la ruptura con el Rey. En ese sentido, lo primero a recordar es que América (Reino de Indias, incorporado a la Corona de Castilla) era un Peculiar Estado Patriarcal, Patrimonial y Confesional, parte del Imperio Español. El Imperio Español, según Agustín de Iturbide, “asemejó al padre de familia”- [5]-. Luego, bien dice el estudioso norteamericano Thimoty Anna que el “imperio español estaba formado por numerosas familias de pueblos sujetos a la autoridad del padre y señor, el rey…una sola familia bajo el Rey Padre”. Concepto que completa el historiador francés Francois-Xavier Guerra, al enunciar que la Monarquía: “se piensa como una familia, formada por varios hijos- los pueblos o los individuos-, a la cabeza de la cual se encuentra el rey como padre: “el Rey es antes Padre que juez”, es el “padre universal de nuestra nación”. Su desaparición deja huérfana a la nación con todos los peligros que esto lleva consigo”- [6]-.

De esa suerte, Paternidad y Orfandad, serán los temas centrales de la época. Abundando al respecto, otro estudioso estadounidense, Marvin Goldwert, subraya que entre 1808 a 1824, los criollos “iniciaron el camino hacia el derrocamiento de la figura del Rey Padre. Ese fue el acontecimiento central más “traumático” en toda la historia de la América española…Una gran parte de la rebeldía en la historia moderna de la América española representa la búsqueda de un sustituto paterno de los reyes de España”-[7] – Eso era lo que temía Simón Bolívar, cuando en su “Carta de Jamaica” (6 de setiembre de 1815) anotaba que las “águilas francesas ( las fuerzas napoleónicas) sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su vuelo arrollaron los frágiles gobiernos de la Península, entonces quedamos en la orfandad”. De lo cual resultó la anarquía, “por falta de un gobierno legítimo”, y “nos precipitamos en el caos de la revolución”- [8]-. Anarquía y caos, porque de la noción de la Corona Real ( o la sublimación de la Realeza) había emanado “la costumbre de obedecer”- [9]-. La orfandad nos precipitaría en la anarquía. Tal la grave preocupación de los Libertadores. ¿ Cómo evitar ese desamparo…?

Resulta que el Padre Rey ejercía, por concesión papal, el Patronato sobre la Madre Iglesia ( Bula “Universalis Ecclessia”, del Papa Julio II, del 28 de julio de 1508). Debe tenerse presente que las Indias eran “un Estado confesional”, donde hubo una “verdadera identificación de intereses y tendencias entre la Iglesia y el Estado…un régimen que colocó el fin último del hombre en la cúspide sus objetivos políticos”- [10]-.

Ahora- después de su liberación en 1814- el Rey obligaba con su conducta absurda a romper con él. Tal ruptura nos dejaba- como queda dicho- en la orfandad, y ésta, eventualmente, nos podía precipitar en el caos. Un modo de eludirlo consistía en reforzar los lazos que nos unían con la Madre Iglesia-[11]-. Con la Madre Iglesia, en general, y más específica, devocional e íntimamente, con la Madre Virgen María- [12]- Ese era un recurso que un estadista con sentido común ( y que, además, estuviera dotado de una visión sobrenatural de las cosas) advertiría enseguida. Los Libertadores, a fin de eludir la anarquía que se generaría ante la supresión del Padre Rey, deberían redoblar su condición de católicos y marianos. Esa es nuestra tesis.

Reemplazarían al Padre, fortaleciendo a la Madre. Tal lo que hicieron San Martín y Bolívar; más pronto el primero que el segundo, e independientemente de sus íntimas convicciones religiosas- [13]-.

No es de la individual religiosidad de los Libertadores, de lo que trataremos. Ese es un tema que, en última instancia, está vedado al historiador profano; queda recluido en el arcano de la intimidad de la conciencia, y, por tanto, es de la sola competencia de Dios y los confesores. No es la religiosidad o práctica religiosa de San Martín y Bolívar la materia de esta ponencia, sino su política religiosa; sus actos como gobernantes en orden a la Religión, que esos sí son de nuestra incumbencia. Nuestra presente indagación no apunta a incoar un proceso de beatificación de ninguno de aquellos próceres. Por eso, pensamos que quienes se afincan en el análisis de sus creencias individuales, no toman el camino acertado. Sin perjuicio de fijar eventual y accesoriamente la conducta personal, dado que la cuestión principal es objetiva, de política general, es por ahí por donde comenzaremos.

Ahora anotemos este otro punto.

Bolívar quería fundar un Imperio en reemplazo de los Borbones (su Imperio de los Andes- [14]-). San Martín, siguiendo el modelo establecido por los Braganzas en Brasil, deseaba un Borbón hispano que gobernara en América con independencia de España- [15]-. Lo discutieron en Guayaquil- [16]-. Ambos sabían que el modelo norteamericano de la república democrática no era aplicable a la América española. Porque, según ellos, conducía a la anarquía- [17]-. En el fondo, las diferencias no eran substanciales- [18]-. Conforme al venezolano José Gil Fortoul, San Martín “abogaba por el establecimientos de monarquías”, mientras que Bolívar, “sin rechazar en principio la idea, opinaba por un presidente vitalicio que tuviese las prerrogativas de un monarca inglés”- [19]-. Un historiador español- que poco simpatiza con los Libertadores- expresa al respecto:

“Como lo prueban sus propias palabras, la ambición de Bolívar era idéntica a la de San Martín: hacerse emperador de la América española con el título de “Libertador”. Si se oponía a trasplantar príncipes europeos al Nuevo Mundo no era porque le disgustara el sustantivo “príncipe”, sino el adjetivo, “europeo” [20].

Y más adelante, comparando las concepciones estatales de los tres Libertadores Americanos, al estudiar el Plan de Iguala, de Iturbide, expone:

“Es evidente la analogía del diseño (mexicano) con los de Colombia y Perú. En los tres casos, el caudillo tiene que enfrentarse con una constitución liberal española. En los tres, rechaza la constitución: en Perú y en Colombia, porque las exigencias de la independencia son más fuertes que las del liberalismo; en México porque el partido negro desea refugiarse en la independencia contra las ideas liberales que vienen de España. Pero mientras Bolívar no quiere oír hablar de un rey español, San Martín…, lo acepta como solución posible; e Iturbide también. En conjunto, pues, la propuesta de San Martín parece un sincero esfuerzo para estabilizar un Perú realista, cortesano y tradicional, cuando su propio país sucumbía en la anarquía en vano esfuerzo por implantar instituciones republicanas” [21].

Algo disentían sobre la configuración de la autoridad política futura; nada acerca de la autoridad religiosa heredada.

Aunque acá también cabe una neta distinción: San Martín siempre mostró completa adhesión al principio de otorgar un rol protagónico a la Iglesia Católica; Bolívar sólo en la etapa final de su gobierno. Y, precisamente, de esas conductas pasamos a ocuparnos.

Notas

[1].- Dependiente de la Corona de Castilla; no del Reino de Castilla, ni de España, ni, menos, de los españoles peninsulares. En adelante, todos los subrayados serán nuestros.

[2].- “Vuestra lealtad era lealtad fina a vuestros reyes, que habéis manifestado tantas veces…fue una nueva prueba de vuestra fidelidad, honor y amor al rey…los más fieles y amantes de vuestros vasallos”: Sermón del canónigo Dr. Diego Estanislao Zabaleta, en el solemne Tedeum celebrado por la Primera Junta, en Buenos Aires, el 30 de mayo de 1810: Furlong, Guillermo, La Revolución de Mayo. Los sucesos, los hombres, las ideas, Bs. As., Club de Lectores, 1960, p. 130.

[3].- “Las operaciones de la guerra entre España y los dominios americanos de la Corona de Castilla, comienzan en 1810 por la declaración que hace la Regencia del bloqueo de las costas venezolanas” (1.8.1810): André, Marius, El fin del imperio español en América, (Santander), Cultura Española, 1939, p. 110.

[4].- “Con aquellos supuestos queda resuelto el problema de la fidelidad al juramento hecho a Fernando VII, pues se ha violado el “pacto social”. Al abandonarnos Fernando ha quebrantado el contrato y se acabó el juramento…la fidelidad no es un derecho abstracto…es una obligación recíproca”: Fr. Pantaleón García, Rector de la Universidad de Córdoba, en su “Proclama Sagrada”, del 25 de mayo de 1814: Caturelli, Alberto, Historia de la Filosofía en Córdoba 1610-1983, t° II, Siglo XIX, Cba., CONICET, 1993, p. 96. “Diremos que, si mal aconsejado Fernando no quiere unirse con sus leales vasallos, él mismo es el que, cual otro Roboam, se ha dado a sí mismo la sentencia”: Fr. Francisco de Paula Castañeda; sermón del 25 de mayo de 1815: Furlong, Guillermo, op. cit., p. 127. “Faltando el soberano a estas precisas e indispensables condiciones ( del Pacto de Vasallaje con la Corona de Castilla, del 9 de julio de 1520), el juramento pierde todo su vigor, se rescinde por el hecho mismo, y queda enteramente nulo”: Fr. Juan Esteban de Soto, sermón del 25 de mayo de 1816: Tanzi, Héctor José, El poder político y la independencia argentina, Bs. As., Cervantes, 1975, p. 276.

[5].- Dabdoud, Claudio, México. Estudio socio-económico 1521-1976, México, Tradición, 1977 p. 227.

[6] .- Anna, Thimoty, España y la Independencia de América, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 29, 30; Guerra, Francois-Javier, Modernidad e Independencia. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, México D.F., MAPFRE- Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 150.

[7].- Goldwert, Marvin, “The Search for the Lost Father- Figure in Spanish American History: A Freudian View”, in: The Americas, n° 34, april 1978, pp. 535-536.

[8].- Bolívar, Simón, Discursos, proclamas y epistolario político, Madrid, Editora Nacional, 1975, pp. 159-160.

[9].- “El hábito de obedecer, la comunidad de intereses, de cultura, de religión, una recíproca benevolencia, una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres, en fin, todo lo que constituía nuestro porvenir, nos venía de España”: André, Marius, Bolívar y la Democracia, Barcelona, Araluce, 1924, p. 111.

[10].- Zorraquín Becú, Ricardo, La organización política argentina en el período hispánico, 2ª. ed., Bs. As., Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene, Perrot, 1962, pp. 41, 42.

[11].- La “Proclama de la Junta Provisoria Gubernativa”, de Buenos Aires, del 25 de mayo de 1810, la mostraba dispuesta a promover “por todos los medios posibles, la conservación de nuestra religión santa” y el “sostén de estas posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestro muy amado rey, el Sr. D. Fernando VII”: Registro Oficial de la República Argentina, t° I 1810-1821, Bs. As., La República, 1879, p. 23. El art. 8° de la “Declaración de la Independencia de la Confederación Americana de Venezuela”, disponía: “conservar y mantener pura e ilesa la santa Religión católica, apostólica romana, única y exclusiva en estos países, y defender el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María nuestra Señora”. Salvador de Madariaga, historiador liberal, se pregunta qué tenía que ver el Misterio de la Inmaculada Concepción con la Independencia, y se responde: “Los caudillos separatista se cubrieron al principio con el estandarte de “los derechos de Fernando VII”; pero llegó un tiempo que ya no servía, puesto que les impedía declarar la independencia deseada. Hubo entonces que renunciar al “misterio de Fernando VII”; y por lo tanto hubo que acudir a otro misterio para mistificar a la multitud. De aquí la Inmaculada Concepción”: Bolívar, Bs. As., Sudamericana, 1959, t° I, pp. 315-316. Esa es la interpretación de un españolista agnóstico; pero que con sus errores conceptuales o verbales, apunta al hecho cierto del reemplazo del Padre Rey por la Madre Iglesia. Por su parte, la Junta Autonómica de Santa Fe de Bogotá, al establecerse el 18 de setiembre de 1810, proclamó: “La transformación política de Santa Fe reconoce como la de Caracas los sagrados principios de conservación de los derechos propios, y los de Fernando VII: odio eterno a Francia…, tranquilidad y orden público, inviolabilidad y respeto de la Religión”: Ramos, Demetrio, España en la Independencia de América, Madrid, MAPFRE, 1996, p. 304.

[12].- Por eso, anota el mexicano Alfonso Junco: “Alma de la independencia mejicana fue la Virgen de Guadalupe. Todos los campeones de aquella heroica empresa que, sin exceptuar uno solo, ponían la religión como esencial cimiento de unidad y grandeza de la patria, tomaron por patrona a la Guadalupana, la irguieron como símbolo y bandera y la amaron con encendida devoción…La Virgen de Guadalupe fue, históricamente, el alma de nuestra independencia”: Un siglo de Méjico. De Hidalgo a Carranza, 4ª.e., Madrid, Cultura Hispánica, 1956, pp. 43, 45.

[13].- El General Manuel Belgrano, desde Santiago del Estero, el 6 de abril de 1814, en carta a San Martín, le recordaba que “usted es un general cristiano, apostólico romano”, y que, por eso, debía afianzarse “siempre en las virtudes morales, cristianas y religiosas…Acaso se reirá alguno de mi pensamiento; pero Ud. no debe dejarse llevar de opiniones exóticas, ni de hombres que no conocen el país que pisan… el ejército se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos…No deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra generala, y no se olvide los escapularios de la tropa. Deje Ud. que se rían; los efectos lo resarcirán a Ud. de la risa de los mentecatos que ven las cosas por encima. Acuérdese Ud. que es un general cristiano, apostólico, romano; cele Ud. que en nada, ni aun en las conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión”: Ministerio de Educación, Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo Histórico Nacional, Documentos para la historia del Libertador general San Martín, Bs. As., 1953, t° II, pp. 123-124. Veneró dicha advocación de la Virgen María, en el Ejército del Norte, en Tucumán. En cartas a su amigo y pariente Tomás Guido, al encomendarle tareas, concluía: “Dios y Nuestra Madre y Señora de Mercedes se lo recompensarán”. Además, desde que triunfó en San Lorenzo hasta que terminó su campaña libertadora San Martín llevó consigo un relicario con la imagen de Nuestra Señora de Luján”: Martínez, Pedro Santos, Estudios sobre Historia de la Iglesia, Bs. As., Gladius, 2009, p.282. Más sabido es el hecho de que San Martín, en Mendoza, procedió a proclamar como Patrona y Generala del Ejército de los Andes a la Virgen del Carmen de Cuyo. Condición que reiteró el 12 de agosto de 1818, al escribirle al Padre Guardián de la Orden Franciscana en Mendoza, reconociendo: “ La decidida protección que ha prestado al Ejército de los Andes su patrona y generala Nuestra Madre y Señora del Carmen son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora, que se venera en el convento que rige V.P., el adjunto bastón como propiedad suya y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército”. A las tres advocaciones: de las Mercedes, del Carmen y de Luján, rindió tributo el General. Ver: Piccinali, Héctor Juan, “Testimonios Católicos del General San Martín”, en: Mikael, Paraná, n° 16, 1978; “ La Virgen María, Patrona del Ejército Argentino”, en: Gladius, n° 9, pp.23-40. Referente a Simón Bolívar, hay suficientes constancias de su devoción a la Virgen de Belén, ya en 1814, imagen a la que sacó en alto para llevarla al combate, y el nombramiento de la Virgen de Chinquiricá, como Patrona de Colombia, en junio de 1828: Nectario M., H., Ideas y sentimientos religiosos del Libertador Simón Bolívar, 2ª. Ed., Madrid, 1978, pp. 34-35.

[14].- Villanueva, Carlos A., La monarquía en América. El Imperio de los Andes, París, Librería Paul Ollendorff, 1913.

[15].- “El creía de buena fe, que la mejor manera de obtener la independencia en Sud-América era constituyendo un gobierno monárquico, tal como había ocurrido en Brasil y en México”: Bulnes, Gonzalo, Historia de la Expedición Libertadora al Perú (1817-1822), Santiago de Chile, R. Jover, 1888, t° II, p. 376.

[16].- Memoria del Coronel José Gabriel Pérez, Secretario de Bolívar, pasada a la Cancillería Colombiana el 29.7.1822, en: Lecuna, Vicente, Cartas del Libertador, Caracas, 1929, t° II, pp. 60-63. En el mismo sentido el testimonio de Tomás Cipriano de Mosquera, en: Villanueva, Carlos A., La monarquía en América. Bolívar y el general San Martín, París, Librería Paul Ollendorff, 1911, pp. 243-247. El propio Bolívar, en carta a Francisco de Paula Santander, del 29.7.1822, anotaba sobre San Martín: “ Dice no que no quiere ser Rey, pero tampoco quiere la democracia y sí el que venga un príncipe de Europa a reinar en el Perú”: Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín y de la Emancipación americana, Bs. As., “La Nación”, 1888, t° III, p. 616; cfr. Lecuna, Vicente, op. cit., t° III, p. 58. Por lo cual, algún autor llega hasta hablar de la “monarcomanía” de San Martín: Leguía y Martínez, Germán, Historia de la emancipación del Perú. El Protectorado, Lima, 1972, vol. V, p. 2.

[17].- “Yo pienso que mejor sería para la América adoptar el Corán que el gobierno de los Estados Unidos”. Simón Bolívar, carta a Daniel Florencio O´Leary, en: Belaúnde, Víctor Andrés, Bolívar y el pensamiento político de la revolución hispanoamericana, Madrid, Cultura Hispánica, 1959, p. 384. “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América Española de miserias a nombre de la Libertad”, carta al coronel Patrick Campbell.

[18].- “San Martín era un monárquico; ése era uno de los principios que le definían”. “Otra comparación que también se realiza con frecuencia opone el monarquismo de San Martín al republicanismo de Bolívar. Esto es algo que también se presta para exageraciones. Aunque el pensamiento político de los dos libertadores se expresó en términos diferentes, sus ideas básicas poseían una similitud sorprendente”: Lynch, John San Martín. Soldado argentino, héroe americano, Barcelona-Bs. As., Crítica, 2009, pp. 225, 322.

[19].- Gil Fortoul, José, Historia Constitucional de Venezuela, Berlín, Heyman, 1907, t° I, p. 339.

[20].- Madariaga, Salvador de, op. cit., t° II, p. 197. Y agrega: “Así lo prueba su argumento sobre Iturbide, que prefería verlo coronarse con tal que no trajese dinastías europeas cualquiera al continente americano. Lo que Bolívar temía no era la monarquía, como republicano, sino el monarca europeo, como monarca nato americano”. Después, el hijo de Iturbide fue edecán de Bolívar.

[21].- Madariaga, Salvador de, op. cit., t° II, p. 147. Madariaga, con lo de “partido negro” alude a los conservadores católicos.

Tomado de: http://quenotelacuenten.com/2014/12/10/san-martin-y-bolivar-su-politica-religiosa-1/

sábado, 7 de febrero de 2015

DEFENSA DEL REVISIONISMO

Por Julio Irazusta*

El aporte del revisionismo contemporáneo –por lo menos el que iniciamos nosotros en La Nueva República en 1927- empezó como una empresa política. Advertimos los males del cuerpo político argentino, y los señalamos cuando, del presidente de la República abajo, la mayoría de la opinión autorizada creía que nuestro régimen constitucional era perfecto y el país, en plena prosperidad, podía esperar el futuro más promisor. La brillante apariencia nos sonaba a hueco. El país estaba hipotecado. Y aunque nuestras exportaciones habían crecido de año en año hasta entonces, anunciamos la crisis tremenda de la que aún no se vislumbra la solución. Al suceder el doctor Irigoyen al doctor Alvear, las cosas empeoraron. En un principio ofrecimos un cuerpo de soluciones para la mayor parte de los problemas que en los gobiernos anteriores no habían siquiera entrevisto. Agravados aquellos males en la desdichada segunda administración del caudillo radical, nos sumamos a una oposición con la cual teníamos mayores disidencias que con el partido oficialista. La parte decisiva que tuvimos en producir el cambio de 1930 nos permitía alentar la esperanza de procurar una reforma saludable e indispensable. Pero experimentamos una gran decepción.

Fue entonces cuando, por la necesidad de explicarnos el engaño sufrido, volvimos nuestras miradas al pasado. Lo que sabíamos de nuestra historia, lo aprendimos de los clásicos nacionales Alberdi, Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, quienes, debido a su deficiente filosofía política y a las polémicas que los desgarraron, confundían más de lo que adoctrinaban. Entretanto, habíamos leído atentamente los clásicos mundiales de la materia: Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Burke, Rivarol, los redactores de El Federalista norteamericano. Con la clave que estos autores nos dieron, repasamos nuestra historia, a la vez que leíamos por primera vez la Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldías. Esta obra, con su admirable exposición y sus riquísimos apéndices documentales, nos aclaró el panorama. Casi de inmediato iniciamos la reivindicación de Juan Manuel de Rosas, como el político de vocación más segura y con mayor sentido del Estado en todo el curso de nuestra historia. Que la opinión estaba desde antes madura para aceptar nuestras razones, lo prueba el hecho de que, paralelamente a nuestras actividades intelectual y política, muchos espíritus de las generaciones inmediatamente anteriores y de la nuestra habían constituido sin contactos con nosotros una Junta Pro-Repatriación de los restos de Rosas. Las dos corrientes se unieron en la fundación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
Apenas habíamos llegado a las conclusiones expuestas en un Ensayo sobre el Año XX –incluido en mis Ensayos históricos- aparecido en 1934, cuando el régimen imperante a raíz de la revolución de 1930 quedaba radiografiado en el tratado Roca-Runciman, que legalizaba la situación de hecho creada en el país desde Caseros hasta los días en que con mi hermano Rodolfo escribíamos La Argentina y el imperialismo británico, en 1935.

Entre unos y otros, los colaboradores de la revista del Instituto Juan Manuel de Rosas, los que publicamos libros políticos al cesar La Nueva República, los fundadores de FORJA, e incluso algunos radicales del Comité Nacional, iniciamos una revisión de la historia, la economía y las instituciones nacionales, como no se lo había intentado desde la tenaz propaganda de los emigrados vencedores de Rosas. Los frutos de esa actividad intelectual fueron: el Catilina –su más alto exponente- de Ernesto Palacio, la Historia de los ferrocarriles argentinos y Política británica en el Río de la Plata de Scalabrini Ortiz, La Unidad Nacional de Font Ezcurra, El Nacionalismo de Rosas de Roberto de Laferrére, Acerca de una política nacional de Ramón Doll y creo no ser en exceso jactancioso al decir que también nuestros libros, junto con los innumerables trabajos de Tomás Casares, Julio Meinville, Leonardo Castellani, César Pico, los Ibarguren, Ricardo Curutchet, Armando Cascella, Pedro Juan Vignale, Jaime Gálvez y tantísimos amigos, algunos desaparecidos y otros felizmente aún activos –que no tengo espacio para recordar-, produjimos un corpus documental que ha transformado el pensamiento de la nación. Ya desde 1940 los partidos políticos y aun los gobiernos debieron ir reproduciendo en sus programas el conjunto de apreciaciones sobre el pasado y la actualidad nacionales que habíamos expuesto en un sistema históricopolítico, el más completo que se ha organizado en el país. Aunque fuera para desvirtuar las mejores ideas y los mejores propósitos.

El revisionismo puede estar orgulloso de su obra en el orden del pensamiento, si bien no ocurre lo mismo en el de la acción. Sus ideas no se tradujeron en el mejoramiento de las cosas nacionales. La crisis que anunció cuando el país parecía a cubierto de todo riesgo, se ha agravado. Pero las soluciones propuestas por su ala política (el nacionalismo en sus exponentes más juiciosos y menos sistemáticos) están al alcance de quienes se propongan aplicarla. No son recetas infalibles. No las hay. Como lo dijo uno de los grandes argentinos de pensamiento más hondo, Indalecio Gómez, cuando le preguntaron si su reforma electoral era una panacea, negándolo con estas admirables palabras: “Toda decisión política es una opción entre dificultades”. 
Sencillamente. Porque como la actividad práctica consiste en crear el futuro, y éste no es susceptible de conocimiento científicamente cierto, no hay fórmulas seguras para acertar. El hombre de acción que no tiene intuición del porvenir inmediato, ni imaginación de lo hacedero en el momento que se decide, ni voluntad de hacer el bien, no acertará jamás por más ciencia o técnica que crea tener.

Si el país insiste en atenerse a la prédica de los seudoprofetas nacionales, vencedores de Rosas y promotores de la organización nacional, a salvarse con las proposiciones del pensamiento nacional, seguirá en el atolladero que aquéllos crearon.

Por lo que se refiere a la figura de Rosas, en torno  a la cual se centró el revisionismo contemporáneo en sus comienzos, éste deberá proseguir el debate. Pues las malas causas no se resignan a morir. No puedo sintetizar conclusiones expuestas, al margen de varios volúmenes de documentos, en otros tantos de reflexiones sobre los mismos. Únicamente aduciré, para terminar, los argumentos más probantes en su favor: se mantuvo firme durante 17 años en el potro que desmontó a todos los héroes de la emancipación; tuvo desde muy joven (1823) sentido de lo que convenía a los intereses nacionales en materia diplomática; secundó la acción de Estanislao López en su propósito de dar el apoyo que pedía la delegación del Cabildo de Montevideo para expulsar a los usurpadores portugueses de la Banda Oriental; contribuyó a la expedición de los 33 Orientales; resistió la intromisión francesa en el Plata; aceptó el mayor desafío hecho al país por la intervención anglo-francesa conjunta –desafío no resistido con éxito en ningún país del mundo- y con motivo de tales acontecimientos reconoció a Oribe como presidente legal del Uruguay y lo auxilió con una fuerza y una generosidad sin ejemplo, en casos similares. Fue el único estadista argentino que tuvo diez mil hombres armados, durante diez años, en la frontera oriental, para amparar al Uruguay y a nuestro país de las amenazas portuguesas y extracontinentales. Y si en medio de los interminables años de guerra no tuvo tiempo, según lo decía en sus mensajes, hizo el mayor desarrollo ganadero conocido, aumentando la exportación de lanas de tres mil libras de peso a tres millones en quince años, y manejó las finanzas con tal vigor que si las agresiones resistidas por él lo obligaron a un emisionismo forzoso, en cuanto logró la paz, enjugó en lo que pudo las emisiones que la legislatura le permitió durante los conflictos y regularizó la moneda como ningún gobierno contemporáneo.


* La Opinión, Buenos Aires, 29 de junio de 1977, en Irazusta, Julio, De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina, Buenos Aires, Dictio, 1979, pp. 211-214.