viernes, 27 de abril de 2012

MISMA FECHA, MISMA HISTORIA



1 DE MAYO DE 1851, 1865 Y 1933

Afrenta y Sometimiento


Un 1 de mayo de 1851, 1865 y 1933, se firmaron unos de los mas humillantes y escandalosos Tratados: El Pronunciamiento de Urquiza (1 de mayo de 1851); el Tratado de la Triple Alianza (1 de mayo de 1865); y el Tratado Roca-Runciman (1 de mayo de 1933).

Pudo haber sido mera casualidad la elección de esa misma fecha, pero que los identifica, en medios y en fines, con un solo objetivo: establecer y consolidar la influencia financiera y política de los intereses anglo-brasileños en los dos primeros casos y asegurar los privilegios británicos en el último.

Una íntima vinculación existe entre el Pronunciamiento de Urquiza y el Tratado de la Triple Alianza, pues, como se ha señalado, persiguieron el mismo objetivo y sus actores son los mismos, además de mediar cercanía cronológica. 

Detrás de la expansión del Imperio del Brasil encontramos a Ireneo Evangelista de Souza, Barón de Mauá, titular de la casa “Carruthers y Cía.”, que era propiedad del comerciante inglés Richard Carruthers, la misma que a su vez estaba ligada a Rothschild (la misma banca que financió la Revolución Rusa de 1917), posteriormente se fundaría el Banco Mauá con agencias en todo el Imperio y filiales en Nueva York, Londres, Manchester, Montevideo, Rosario y Buenos Aires. 

No es posible entender la raíz de esta cuestión si se desconoce la actuación y la decisiva gravitación de este personaje, ya que en sus bolsillos se halla la causa de la hegemonía del Imperio del Brasil en la cuenca del Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay), desde Caseros a Cerro Corá, desde 1852 hasta 1870; de más está decir que dicha hegemonía implicó simétricamente la ruina de Argentina, Uruguay y Paraguay, y cuyas consecuencias se pueden apreciar hasta el día de hoy. 

Fue Ireneo de Souza el que contribuyó con el dinero que Pedro II (emperador del Brasil) pagó al General Justo José de Urquiza para que surja en él la “preocupación” y desvelo por una constitución escrita. Su “pronunciamiento” del 1 de mayo de 1851 incluyó la firma de un Tratado entre las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Uruguay y Brasil, con el solo objetivo de derrocar al Restaurador General Don Juan Manuel de Rosas y estatizando la deuda que por dicho tratado de asumía, lo que desembocaría en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) combatiendo el “Ejército Grande” de Urquiza (con tropas brasileras, uruguayas y 3.000 mercenarios europeos) contra el Ejército Argentino integrado por valientes y patriotas.
Brasil veía en la Confederación Argentina gobernada por el Restaurador Gral. Don Juan Manuel de Rosas su mas peligroso rival en la política sudamericana; en realidad los verdaderos actores que querían destruir a esa Digna y Próspera Argentina era Gran Bretaña ( ENEMIGO eterno de la Nación Argentina), que como no pudo prevalecer por la armas en el Combate de Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845, cuando invadió nuestros ríos interiores junto con Francia aplicándonos simultáneamente un feroz bloqueo), lo hizo luego, a través de sus esbirros financieros (Rothschild), y utilizando al Imperio del Brasil como vehículo de sus intereses.

Una vez reducida la Confederación Argentina a un reducto de anarquía, el Imperio y su banquero ocupan de nuevo a sus mas fieles servidores, Justo José de Urquiza y a Bartolomé Mitre, asno inglés consagrado. Esta vez el enemigo era el Paraguay del Mariscal Francisco Solano López, que gobernaba a la única Patria independiente y pujante de estas latitudes. En efecto intervienen nuevamente el oro inglés, pero acuñado en portugués, para que Urquiza haga sus negocios y Mitre aliste a su Ejército con “voluntarios” traídos con cadenas desde el interior; en ese contexto se producen los levantamientos de las montoneras, conducidas por el Chacho Peñaloza y Felipe Varela, éste último protagonizaría la última batalla (Pozo de Vargas, 10 de abril de 1867) de su cruzada americanista y federal.

El Tratado Roca-Runciman, encierra exactamente la misma lógica: menoscabo de la Soberanía Nacional; gobernantes totalmente entregados y vendidos al dinero inglés; concesiones fabulosas al extranjero y pésimos negocios para la Argentina; todo eso a cambio de vanas y vacuas palabritas.

Este Tratado fue suscripto el 1 de mayo de 1933, por el entonces vice-presidente de la República, Julio A. Roca (h) y Walter Runciman; en virtud del mismo, la República Argentina se aseguró la compra por parte de gran Bretaña de una cuota de carne, a cambio de: el desbloqueo de las libras esterlinas pertenecientes a empresas inglesas en la Argentina; importación libre de derechos del carbón; someter cualquier divergencia sobre el tratado a la Corte Permanente de Justicia Internacional; y, a través del Convenio Suplementario de la convención firmada el mismo año, la disminución de los derechos aduaneros sobre 235 artículos ingleses (una suerte de libre comercio encubierto). 

El diario de Mitre, La Nación, halagaba el Tratado Roca-Runciman, vaticinando que “en él podrían inspirarse los tratado venideros”, de hecho, así fue, pues es la misma estructura jurídica que poseen los “Tratados de Promoción y Protección de Inversiones”: libre remesa de divisas; monopolio inglés en la economía argentina (Barrick, British Petroleum, etc); sometimiento jurisdiccional a un tribunal extranjero (CIADI).

Ilustra el particular, algunas opiniones de la época sobre el Tratado: el “Dialy Express” de Londres sostuvo que el tratado "entrega el status de dominio a una república de Sudamérica"; el senador Lisandro de la Torre por su parte afirmó: “La misión abocada a un imposible, por pura imprudencia de la Cancillería, después de haber aceptado todo lo que pedía Inglaterra, aceptó que nada se diera a la Argentina. He aquí por qué el convenio constituye un fracaso total: fracaso diplomático y fracaso comercial”; y el senador demócrata nacional por Tucumán José Nicolás Matienzo, advirtió: "tratar con una nación poderosa es siempre salir vencido".

Hemos podido apreciar en los casos analizados (enumeración ejemplificativa) como actuó el Imperialismo Internacional del Dinero mediatizando a los Estados, utilizando uno contra el otro en nombre de consignas varias, desangrándolos en encarnecidas guerras, que muchas veces nunca finalizan, para luego apoderarse de sus escombros y ruinas.

Luis Francisco Asis

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jueves, 19 de abril de 2012

¿FUE LA LOGIA LAUTARO MASONICA?


Por Aníbal A. Rottjer

San Martín, Alvear, Zapiola y Anchoris fundaron en Buenos Aires, en agosto de 1812 -a los cinco meses de su llegada de Europa- esta sociedad secreta [la Logia Lautaro], independiente de toda matriz extranjera. No dependía ni de Londres ni de Cádiz. Su local de reuniones se hallaba en la actual calle Balcarce, frente al paredón del convento de Santo Domingo.
'No era masónica, ni se derivaba de la masonería -dice Mitre[1]- sino que tan sólo utilizaba algunas palabras, toques y señales, o sea ciertas prácticas rituales de corte masónico a los simples efectos materiales de orden interno, pero su objeto era más elevado'. Sarmiento dice que 'no era una masonería como generalmente se ha creído ni menos las sociedades masónicas entrometidas en la política colonial'. Aunque los actuales masones argentinos hayan osado juzgar aviesamente las intenciones de la circular de la Logia Lautaro, cursada a San Martín el 21 de diciembre de 1816, los conceptos allí vertidos sobre el respeto debido a la religión de los pueblos son dignos de especial recordación. Helos aquí: 'No atacar ni directa ni indirectamente los usos, costumbres y religión. La religión dominante será un sagrado de que no se permitirá hablar sino en su elogio, y cualquier infractor de este precepto será castigado como promotor de la discordia en un país religioso'[2].
Prestaba su juramento sobre los Santos Evangelios, se obligaba al más riguroso secreto, y su objeto era defender la libertad e independencia.
El masón argentino, Martín Lazcano -de antigua y activa militancia en la institución-, afirma que todas las asociaciones políticas y secretas que fueron apareciendo en nuestro escenario patrio, después de 1806 hasta 1856, no fueron masónicas sino político-revolucionarias de carácter meramente profano; si bien empleaban en su régimen interno y en su acción externa modalidades masónicas, y pudieron contar con algunos masones emboscados entre sus miembros.
Ricardo Rojas escribió en 'El Santo de la Espada' que la logia de Lautaro era autónoma; no dependía de matrices masónicas y ni siquiera de otras asociaciones secretas; y el fundador del Instituto Sanmartiniano -José Pacífico Otero- nos asegura en el tomo 19 de su 'Historia del Libertador Don José de San Martín', que la logia fundada por San Martín no era en modo alguno masónica sino política.
Nuestra Lautaro, fundada por San Martín, fue, pues, una simple sociedad patriótica como sus modelos de Madrid, Cádiz y Londres.
La masonería en un primer momento pudo creer en San Martín, pero San Martín jamás creyó en la masonería; porque él no venía a envilecer al país sino a salvarlo. Dentro de la práctica del lautarismo no entraba la iniciación masónica, y todas las demás sociedades secretas argentinas anteriores al 1856, vivieron siempre al margen de los principios ocultos y las leyes secretas de la masonería[3].
Dice Federico Ibarguren que San Martín y sus compañeros se afiliaron en Cádiz a la Sociedad de Lautaro 'con el exclusivo propósito de la independencia política de su patria amenazada, pero que él no endosó sus extremismos ideológicos, su antiespañolismo de fondo ni su sospechosa docilidad a las directivas de la política británica en el nuevo mundo, con que tal sociedad se caracterizó más tarde'[4].
En efecto, la infiltración masónica iniciada en España durante el reinado de Carlos III, persiguió en su intento satánico la sistemática aniquilación del pasado en España y América, por medio de su elenco de déspotas ilustrados con Aranda a la cabeza. El plan borbónico se consumó en 1812 por la acción de las Cortes de Cádiz con intervención directa de la masonería internacional.
'San Martín, en cambio, defiende la aplicación de la monarquía, el respeto a la autoridad y el fortalecimiento de la Religión -afirma el historiador José de la Puente- porque no era ni enciclopedista, ni menos jacobino, ni sufrió las ilusiones russonianas de un Moreno'[5].
Joaquín V. González -afiliado a la masonería en su juventud- dijo el 3 de agosto de 1905 en el colegio de La Salle de Buenos Aires siendo ministro de Instrucción Pública de la Nación: 'Los prohombres de nuestra amada patria fueron todos cristianos austeros, como cristiano fue también el ambiente en que se reunieron nuestros primeros congresos'[6].
Con los civiles y militares lautarinos 'fraternizan' en Buenos Aires los sacerdotes patriotas argentinos: Castro Barros, Chambo, Chorroarín, Figueredo, Gregorio y Valentín Gómez, Agüero, Grela, Perdriel, Cayetano Rodríguez, Herrera, Aparicio, Sáenz, Zavaleta, Toro, Díez de Rámila, Segurola, Vidal, Anchoris, Pedro Gallo, Amenábar, Fonseca, Salcedo, Rivarola, etc.
Y así como hubo numerosos sacerdotes logistas en Buenos Aires, los hubo también numerosos en las logias patrióticas de Mendoza, Tucumán, Montevideo, Chile, Caracas, Bogotá, Lima y México, de preponderante actuación en los sucesos revolucionarios de los respectivos países hispanoamericanos.
La logia Lautaro, mientras estuvo a su frente San Martín, cumplió patrióticamente su misión; decayó luego con Alvear y agonizó durante el gobierno de Pueyrredón, para desaparecer definitivamente con Rondeau en 1820. San Martín estaba decidido a abandonar para siempre el terreno político en que sólo por accidente había entrado, y cedió por entero a su competidor Alvear el campo de la Logia. En su seno se destaca, a fines de 1813, un partido personal -el alvearista- que a la postre la absorbió por completo.
Mitre afirmó que 'la logia Lautaro, condenable en tesis general, produjo en su origen bastantes bienes y algunos males, que inclinan la balanza a su favor. Sólo accidentalmente sirvió a ambiciones bastardas que tuvieron correctivo en la opinión. Tal institución secreta, por obra de San Martín y Alvear, preparaba entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos. Ella debía ser el brazo que impulsara y la cabeza que orientara el movimiento revolucionario. Su finalidad era 'mirar por el bien de América y de los Americanos'; y su consigna: 'Nunca reconocerás por gobierno legítimo de la patria sino aquel que sea elegido por libre y espontánea voluntad de los pueblos'[7]. Mariano de Vedia y Mitre, en la 'Vida de Monteagudo', es más severo en su juicio. Allí sostiene que 'tal logia fue un instrumento político al que estuvieron supeditados los gobiernos que contribuyó a formar bajo la fe del juramento y las penas más severas a quienes lo violaran; por eso San Martín se sometió a sus decisiones, que limitaban su libertad de acción como jefe militar y gobernante, y por eso, Monteagudo, como tantos de sus miembros, fueron víctimas de las decisiones de sus cofrades, reunidos siempre en cónclave secreto e irresponsable ante la ley y ante la historia'.
'Las mismas logias lautarinas de Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile y Lima del Perú -dice el historiador chileno Barros Arana- estrechamente vinculadas entre sí, fueron víctimas de enconadas rivalidades y cayeron las unas sobre las otras'[8].
A la logia Lautaro se afiliaron luego algunos elementos que habían pertenecido al 'club' de los morenistas, fundado por los parciales de Moreno y que ahora -para salvar la profunda divergencia que los dividía con motivo de la política seguida por el Primer Triunvirato- habían fundado la Sociedad Patriótica.
A raíz de la ineptitud de Rivadavia, San Martín, con sus tropas, apoya el movimiento revolucionario del 8 de octubre de 1812. Desde este momento la logia Lautaro entra en plena dirección del Estado y por lo tanto, de la Revolución de Mayo.
Consta en el acta del Cabildo de Buenos Aires del 8 de octubre de 1812 que los militares José de San Martín, Carlos de Alvear, Francisco Ortiz de Ocampo, etc., comparecieron en la Plaza con sus tropas 'para proteger la libertad del Pueblo, para que pudiese explicar libremente sus votos y sus sentimientos, dándoles a conocer de este modo que no siempre están las tropas -como regularmente se piensa- para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía; que saben respetar los derechos sagrados de los pueblos y proteger la justicia de éstos... suplicándoles solamente (que) se trabajase por el bien y la felicidad de la Patria, sofocando esas facciones y partidos que fueron siempre la ruina de los Estados'.
La Argentina quiere seguir viviendo su propia vida orgánica secula
San Martín escribirá más tarde a Tomás Godoy Cruz, diputado al Congreso de Tucumán, sosteniendo que 'Rivadavia hizo indispensable esta revolución por ser enemigo irreconciliable de la logia Lautaro; pues no la comprendió en su triple función de asesorar al gobierno compartiendo su responsabilidad, de vigilar a los díscolos e indisciplinados, y de hacerse eco de las opiniones populares para trasmitírselas oportunamente'[9].
De esta segunda victoria del tradicionalismo criollo emergen las dos figuras próceres de Artigas y San Martín.
Ambos buscaban la independencia de toda dominación extranjera sin las componendas y tapujos morenistas y rivadavianos, pero mientras el artiguismo bregaba por una revolución económica y de reivindicación social -escribe Federico Ibarguren- el logismo sanmartiniano, que derrotó al Primer Triunvirato, buscaba una revolución política e ideológica'[10].
Porque, como dijo Juan Zorrilla de San Martín: 'América se emancipa de su metrópoli, no para interrumpir su historia sino para continuarla, para seguir viviendo su propia vida orgánica secular'.
San Martín, por desgracia, gravitó muy poco tiempo en la logia. Combate en San Lorenzo el 3 de febrero de 1813, marcha hacia el Norte para sustituir a Belgrano, se restablece en Córdoba en su quebrantada salud, y se dirige luego a Mendoza para desempeñar el gobierno de Cuyo.
Los 'liberales' de la Sociedad Patriótica -que unidos a los lautarinos sanmartinianos habían contribuido a la caída del régimen rivadaviano- se habían embanderado en la logia, con su caudillo, Monteagudo, secretario de Castelli, para luchar contra la política de transacción con España, sostenida por Sarratea y Rivadavia; por eso que esa alianza fue tan sólo superficial, pues, entre San Martín y el versátil demagogo y frenético jacobino, había profundas divergencias filosóficas.
Mientras San Martín -escribe Federico Ibarguren- buscaba la independencia para salvar al nuevo mundo del afrancesamiento disolvente, Monteagudo quería romper con la tradición hispana y crear en nuestra patria la 'Nueva Humanidad' soñada por los masones enciclopedistas e intelectuales de la dictadura jacobina'[11].
Monteagudo, continuador de Moreno y Castelli, exigía reformas radicales, recurriendo al terror y el exterminio. En junio de 1812 decía en la Sociedad Patriótica: 'quiero que se inmolen a la patria algunas víctimas; quiero que se derrame la sangre de los opresores; quiero que el gobierno olvide esa funesta tolerancia que nos ha traído tantos males desde que Moreno se separó de la cabeza del gobierno. Sangre y fuego contra los enemigos de la patria! ¡Ahora mismo los aniquilaría con un puñal!'.
Y el 13 de diciembre de 1812 sugería 'al gobierno el tremendo bando que establecía que 'en toda reunión pública de más de tres españoles, uno sería fusilado por sorteo y si la reunión era en lugar apartado, todos serían pasados por las armas'.
Más tarde se arrepentirá de sus extravíos como lo consigna en su 'Memoria', escrita en Quito en 1823, donde dice: 'Las ideas demasiado inexactas que entonces tenía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrático... Para expiar mis primeros errores yo publiqué en Chile en 1819, el 'Censor de la Revolución'; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!'. Por el cúmulo de expoliaciones y crueldades cometidas durante su gobierno impolítico y por su altanería y despotismo el pueblo peruano pedirá su destitución y arresto. De noche, en Lima, será asesinado y su cadáver aparecerá a la mañana siguiente, en una calle de la ciudad, con un puñal clavado en la espalda.
Mientras estos 'liberales' porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de cuño hispanocristiano, daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social, económico e ideológico.
Y mientras las 'minorías ilustradas' se equivocan siempre en perjuicio del país, la 'plebe' lo salva.
Pero para los masones, Artigas seguirá siendo el 'personaje anarquista y sombrío que crea el caudillismo federal arrastrado por sus fanáticos delirios de mando y poderío'; y Belgrano, el 'visionario fanático e inepto' que, a pesar de las protestas de San Martín, debió bajar a Buenos Aires para dar cuenta de su actuación, a causa de la inicua campaña de descrédito que iniciaron contra él sus enemigos logistas[12].
La Logia Lautaro manejada por Alvear
Al retirarse San Martín de Buenos Aires, la logia Lautaro no fue otra cosa que la expresión de la voluntad de Carlos María de Alvear[13].
La logia se caracterizó entonces por la degeneración de todos los principios que eran su honor y se transformó en el partido alvearista.
Alvear -llamado el Nuevo Catilina- había falseado totalmente los compromisos de la logia, usurpando el poder en su propio provecho y traicionando a sus amigos. Culpable, con Sarratea y Rivadavia, de la política desquiciadora del Primer Triunvirato, suplanta ahora en la logia a San Martín, su antítesis en ideas y en temperamento.
Su influencia se dejó sentir preponderante en la Asamblea de 1813, agrupando a los diputados en alvearistas y sanmartinistas, con natural mayoría de los primeros, debido a la ausencia del jefe de los segundos.
El gran demagogo y fanático heterodoxo Monteagudo y el gran oportunista y ambicioso Alvear -que frisaba en los veintiséis años de edad- dirigían a la Asamblea desde la logia, bastardeada por su nefasta dirección[14].
El alejamiento de su rival, San Martín, facilitó la política alvearista, postergando el plan sanmartiniano de 'Independencia y Constitución', bandera de los lautarinos.
Recién cuando Artigas vence a Alvear en 1815, valiéndose del coronel Alvarez Thomas, sobrino de Belgrano -que en su proclama revolucionaria estigmatizaba a 'esa facción aborrecida'- pudo declararse nuestra independencia, el 9 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán; y para completar nuestra independencia de toda dominación extranjera, como exigía el histórico congreso fue necesaria la aparición de un dictador, vaticinado por San Martín, como triste consecuencia del estado caótico a que llevó al país la política liberal antiargentina seguida por el grupo porteño extranjerizante y anticriollista[15].
La ideología que informa las leyes de 1813 es el reflejo del pensamiento de los grupos liberales y regalistas de tipo racionalista, presionados por el alvearismo morenista-monteagudeano.
Tal victoria de la línea liberal extranjerizante: Moreno-Castelli-Rivadavia-Monteagudo-Alvear, constituyó una verdadera traición a nuestro ser nacional, que provocó la guerra civil.
El pueblo reaccionará por medio de sus caudillos en defensa de los principios populares, nacionales y cristianos en la línea argentinizante y tradicionalista Saavedra-San Martín-Belgrano-Artigas en contra de las reformas planificadas en 1813, realizadas en 1822, sancionadas en forma aparentemente inocua en 1853 y 1860, concretadas luego en las leyes anticristianas de 1884 y 1888, con respecto a la escuela y a la familia y sostenidas, aún hoy día... En 1888 se asestará un golpe mortal a la familia, la institución madre de la humanidad, desterrando a Dios de los hogares; así como cuatro años antes se lo había desterrado de las escuelas.

[1] NOTA DEL EDITOR: Aclaro que el General Mitre fue masón, grado 33; aunque murió reconciliado con la Iglesia, confesado y asistido por Monseñor Romero y Monseñor Rasore, recibiendo la bendición que le enviara el Papa San Pío X. Antes de esto firmó una declaración antiliberal, entregada a Mons. Espinoza, con destino al archivo secreto de la curia de Buenos Aires (cf. Rottjer, p. 310-311).
[2] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 196. Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín, tomo 1, pp. 58, 54 y 198. Zuñiga, op. cit., pág. 411.
[3] Lazcano, Martín, op. cit., tomo 1, pág. 225 y tomo II, pág. 881.
[4] Ibarguren, op. cit., pág. 111. Palacio, op. cit., pp. 173 a 175.
[5] Puente, José de la. San Martín y el Perú.
[6] Rev. Ecles. de Bs. As. Año 1905.
[7] Mitre, op. cit. Tomo II, pp. 117, 184, 145 y 172. Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 253.
[8] Dicc. Hist. Arg., op. cit. Tomo IV, pp. 830 y 831.
[9] Lazcano, op. cit. Tomo 1, pág. 68.
[10] Ibarguren, op. cit., pág. 114.
[11] Ibarguren, op. cit., pág. 117.
[12] Zuñiga, op. cit., pp. 189 y 190.
[13] Lazcano, op. cit., tomo 1, pp. 266 y 334.
[14] Ibarguren, op. cit., pág. 130. Palacio, op. cit., pp. 176 y 181.
[15] Ibarguren, op. cit., pág. 123. García Mellid, op. cit., pág. 88.

                                                                                                     

domingo, 8 de abril de 2012

EL DIARIO DE SAN MARTÍN, ESCRITO POR TERRAGNO[1]


Nos interesa efectuar un breve comentario sobre el libro recientemente publicado por el doctor Rodolfo Terragno, de cuya capacidad intelectual no dudamos, y que ha tenido, además, una vasta actuación pública: diputado y senador nacional, ministro y jefe de gabinete.

1. Se advierte en el libro que: “No se trata de una novela: cada dato, circunstancia o anécdota surge de una escrupulosa investigación histórica con base en fuentes y manuscritos que aún permanecen inéditos”. Sin embargo, ha adoptado la forma literaria de un diario personal, redactado en tiempo presente, por el autor, es decir, el doctor Terragno.

2. Ahora bien, un diario, según el diccionario de la Real Academia Española, es la “relación histórica de lo que ha ido sucediendo por días, o día por día”. Por ello, el diario es un subgénero de la biografía, más precisamente de la autobiografía. Por lo tanto, si el autor escribe como si fuese otro quien lo hace, efectuando un relato imaginario, se trata en realidad de una novela.

3. De nada sirve que se detalle una extensa bibliografía, pues al omitirse citas al pie de página, y agrupar las fuentes al fin de cada capítulo, no puede determinarse que fundamento posee cada frase. A esto se agrega, como ya mencionamos, que el autor alega haber consultado “fuentes y manuscritos que aún permanecen inéditos”, la mayoría de los cuales, obran en archivos europeos. De modo que quien quisiera corroborar dichos antecedentes, debería viajar al viejo continente para hacerlo.
Nos parece, entonces, que el libro comentado no es una obra histórica, pues carece de la precisión que “debe extenderse a los más mínimos pormenores”
, como enseñaba don Marcelino Menéndez y Pelayo[2].

4. Terragno ya demostró, en una obra anterior sobre San Martín[3], lo que considera antecedente válido para una reconstrucción histórica. En efecto, escribió un libro de 261 páginas, en torno a 47 hojas manuscritas (“Plan Maitland”), que descubrió casualmente en el Archivo General de Escocia. Ese escrito no constituye un documento, pues no tiene destinatario, ni fecha, ni firma.

5. En el mismo libro, el autor mantiene la duda sobre el carácter de masón de San Martín, pese a revelar –casi 20 años después- que el Bibliotecario y Curador de la Gran Logia Unida de Inglaterra le aseguró en 1980 en una comunicación escrita personal que: “La Logia Lautaro no fue una logia masónica sino una sociedad política secreta. Es posible que haya adoptado algún rito o formas pseudomasónicas, pero la masonería regular no tuvo conexión con la Logia Lautaro y no habría respaldado a esa organización ni sus actividades”.

6. En una muestra sorprendente de imprecisión, menciona tres supuestos:

“1. Que San Martín haya sido masón.
2. Que la masonería inglesa o escocesa haya tratado a las logias pseudo-masónicas de americanos independentistas como organizaciones fraternas que, por compartir ciertos objetivos, debían conocer algunos secretos.
3. Que, conociendo los planes y el carácter excepcionalmente reservado de San Martín, algunos de sus numerosos amigos masones haya compartido con él (si no otros secretos de la masonería) información sobre proyectos en los cuales la masonería servía informalmente el interés del Reino Unido.

Todo mi esfuerzo, en este capítulo, consiste en demostrar que alguno de estos supuestos es cierto”[4].

7. En la extensa bibliografía del Diario, no se incluye ninguno de los libros que demuestran, con datos y argumentos, que San Martín no fue masón. Destacamos, al respecto, el aporte extraordinario que realizó Patricio Maguire para terminar, definitivamente, con las dudas sobre este tema. Dicho investigador consultó directamente a las autoridades de las Grandes Logias de Inglaterra, Irlanda y Escocia. Recibió respuesta por escrito de las tres, que coincidieron en que la logia Lautaro nunca estuvo registrada en dichas instituciones, y que San Martín no figura en los archivos como miembro. Maguire recibió las comunicaciones respectivas en 1979 y 1980, publicándolas de inmediato. Reproducimos los documentos en:
http://forosanmartiniano.blogia.com/temas/san-martin-y-la-masoneria.php

8. En conclusión, el libro comentado puede resultar de interés para los aficionados a las novelas históricas, pero carece de significación para la historia sanmartiniana.

[1] Terragno, Rodolfo. “Diario íntimo de San Martín. Londres 1824, una misión secreta”; Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
[2] Cit. Por: Picciuolo, José Luis. “Reverendo Padre Cayetano Bruno sdb, sacerdote e historiador eclesiástico”; Buenos Aires, Junta de Historia Eclesiástica Argentina, 2008, pág. 24.
[3] Terragno, Rodolfo. “Maitland & San Martín”; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.
[4] Ibidem, pág. 178.

                                                                       Por Mario Meneghini
 


domingo, 1 de abril de 2012

MALVINAS: A 30 AÑOS DE UNA GESTA NACIONAL

Se cumplen en estos días  30 años de la recuperación temporal de las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Sería largo de explicar los fundamentos jurídicos que legitimaron en su momento el dominio español sobre las mismas y luego – por aplicación del principio “utis possidetis iuris”- nuestra soberanía sobre todo el archipiélago. Los ilícitos y transitorios asentamientos de Francia e Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII no lograron empañar la pacífica posesión por parte de España, desde su descubrimiento en 1520 por la expedición de Magallanes – 72 años antes del avistaje realizado por el marino inglés John Davis -  hasta la Declaración de nuestra Independencia en 1816.  “De 1520 es, precisamente, el mapa más antiguo donde, por primera vez, aparecen cartografiadas las Islas Malvinas”[1], denominadas en aquel tiempo como “Islas de Sansón”. Esto explica los reclamos diplomáticos de la Corona cada vez que se produjeron incursiones por parte de ingleses, franceses y holandeses, como los 27 nombramientos de administradores de las Malvinas hechos por España entre 1776 y 1810. En 1820, consumada ya nuestra Independencia, se tomó posesión de las Islas en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata, izándose por primera vez el pabellón nacional. “Durante la década de 1820 los distintos gobiernos de Buenos Aires designaron gobernadores en Malvinas y legislaron sobre sus recursos pesqueros y el otorgamiento de concesiones territoriales”[2]. Don Luis Vernet fue nombrado, en 1829 su primer Comandante político y militar. Allí se trasladó “con su esposa María Sáez, oriunda de Montevideo, teniendo con ella una hija en Puerto Soledad: Malvina Vernet y Sáez. La población que había en la isla era de entre 120 y 150 residentes en total, y estaba compuesta fundamentalmente por cazadores y pescadores”[3].  Es decir que el territorio hoy en disputa estaba poblado y tenía un gobierno local. Por aquellos años, el Imperio Británico tenía interés en ocupar las islas por razones geopolíticas, militares y económicas. Los ingleses habían sido rechazados heroicamente por los criollos con ocasión de las famosas Invasiones a Buenos Aires de 1806 y 1807, y volverían a ser derrotados por la Confederación Argentina en la Guerra del Paraná, entre 1845 y 1848. Pero la guerra civil de unitarios y federales, unida a la Expedición al Desierto para consolidar nuestra soberanía sobre parte de la Patagonia, impidió que nos defendiéramos con éxito de la violenta ocupación inglesa del 2 de enero de 1833. La protesta del entonces gobernador argentino en Malvinas, José María Pinedo, como la recuperación temporal de las mismas realizada por un grupo de peones capitaneados por el entrerriano Antonio Rivero  (conocido como el “Gaucho Rivero”) fueron inútiles. Gran Bretaña, violando el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal de 1494, el Acuerdo de Madrid entre España y el Reino Unido de 1670, el posterior entre ambos Estados de 1771, el Tratado de San Lorenzo del Escorial de 1790 y el de Amistad entre las Provincias Unidas del Río de la Plata e Inglaterra de 1825, ocupó de modo ilegal las Islas y a partir de 1843 envió los primeros colonos a un territorio que no les pertenecía. Dichos colonos son, en muchos casos, los ascendientes de los actuales habitantes de las Islas llamados “kelpers”, a los cuales Gran Bretaña y algunos intelectuales argentinos – contrariando  principios jurídicos de orden internacional, entre otros el de “integridad territorial” y el de “no prescripción de los derechos legítimamente adquiridos y conservados” – quieren otorgarles la “autodeterminación”, esgrimiendo la necesidad de custodiar, no los “intereses” (que la Argentina siempre prometió respetar), sino los “deseos” de los mismos. Naturalmente, si accediéramos a esa pretensión – que fue la utilizada por la diplomacia inglesa en 1982 -, los kelpers se constituirían en un estado independiente, integrante de la Comunidad Británica de Naciones. Sostener esa hipótesis (que la ONU rechazó como contraria a derecho en relación al Peñón de Gibraltar), carece de fundamentos jurídicos adecuados y sería hacerle el juego al imperialismo inglés. Con maniobras de ese tipo las Provincias Unidas del Río de la Plata se desintegraron parcialmente en el siglo XIX, separándose de las mismas el  Alto Perú (hoy Bolivia), Paraguay, la Banda Oriental (hoy República Oriental del Uruguay) y las Misiones (tanto Occidentales como Orientales) que pasaron a manos de Brasil. Meditemos que mientras ciertos gobernantes argentinos esgrimían  esta indiferencia, que implicó una disminución de casi la mitad de nuestro territorio – con la pérdida de riquezas históricas, culturales, religiosas y económicas – Brasil y EE.UU, en la misma época,  no hicieron más que agrandar el suyo a costa de otras naciones…

      Los sucesivos gobiernos que tuvieron a su cargo las Relaciones Exteriores de la Argentina, desde 1833 hasta la fecha, hicieron las reclamaciones diplomáticas de rigor, en una larga y pacífica protesta, impidiendo de ese modo la prescripción de nuestros derechos.  Gran Bretaña incurrió en cambio en numerosas contradicciones que, según la “doctrina de los actos propios”[4] del derecho internacional público, constituyen un argumento en contra de sus pretensiones, que se suma a  las ilícitas ocupaciones de 1833 y de 1982.  Inglaterra no sólo no hizo lugar a ninguno de los sucesivos planteos de la Cancillería argentina sino que desconoció de hecho las Resoluciones 1514 y 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas referidas – de modo indirecto o directo – a esta cuestión. Intereses militares y económicos llevaron, por el contrario a que Gran Bretaña fortificara militarmente las Islas- antes de 1982 -y realizara sucesivas exploraciones en busca de hidrocarburos, situación que se mantiene hasta el día de hoy, cuando se conjetura con seriedad no sólo la existencia de petróleo en la zona, sino la ubicación del mismo a una profundidad menor que en las aguas del Brasil. Por informes de las expediciones de las empresas que ilegalmente exploran la cuenca de Malvinas, se supone que allí hay grandes “reservas (…) de barriles de petróleo de calidad comercial”.[5]  
     
     La posesión de las Islas Malvinas por parte de una potencia colonialista, además de la injusticia que de suyo comporta,  compromete nuestros derechos sobre la Patagonia y sobre la Antártida y  nos priva de los recursos naturales propios de dicho espacio geográfico.  Con el agravante de que, a partir de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en 2009, Gran Bretaña consiguió que las Malvinas formen parte de la “región ultraperiférica de la Unión Europea”[6]. De ese modo, los 27 miembros de la Unión se han hecho “cómplices y garantes de la usurpación británica de las Islas”[7], europeizando su ocupación. De allí la importancia de “suramericanizar” el tema, teniendo en cuenta la solidaridad que la mayoría de las naciones hermanas de Hispanoamérica manifestaron durante la Batalla de 1982. Recordemos en especial el apoyo de Perú. Malvinas es no sólo una Causa Nacional de lo argentinos (sin distinción de clase, de partido o de sector) sino una Causa de la Patria Grande Suramericana y de toda la Comunidad Hispánica de Naciones. Generación tras generación, a los largo de cinco siglos, nuestros antepasados descubrieron, ocuparon y gobernaron esa porción de la Patria, y luego de 1833, la defendieron, tanto por la vía diplomática como por la militar. El último conflicto bélico, más allá de la derrota, de las imprudencias y de las traiciones, tuvo reconocidos actos de coraje que constituyen una verdadera gesta de nuestro pueblo. Gracias al mismo la Argentina redescubrió que tiene Héroes. No víctimas, sino Héroes, que encarnaron de modo paradigmático la virtud del patriotismo. Por eso es importante recordar que una Batalla perdida no es una Causa perdida. Podemos afirmar con José Hernández, el autor del “Martín Fierro” que “absorberle un pedazo de territorio (a los pueblos), es un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación”.[8] . Y preguntarnos, con el célebre político e intelectual nacionalista Ramón Doll,  qué significa, de hecho, el despojo de las Malvinas. “Ya podemos comprender perfectamente cuál es la función específica del dominio inglés sobre las Malvinas- decía en 1939-. Con respecto a la Argentina sirven como de una advertencia muda, como de un gesto simbólico de señorío sobre nuestro país. Desde el archipiélago malvinero, un inglés fue apostado ahí para que constantemente nos hiciera un signo imperativo de silencio y sumisión respecto a la situación de colonia vergonzante con que nos tiene subordinados. Adviértase fácilmente que la presencia de esa posesión inglesa, el recuerdo de que la obtuvo a base de la más cínica prepotencia, y el silencio irónico con que Inglaterra contesta nuestras reclamaciones, tienen una gran importancia psicológica sobre el espíritu público argentino (…). Las Malvinas son en manos de Inglaterra algo así como la fianza o si se quiere la prenda (…) que simboliza la venta total de la soberanía argentina”[9]. En otras palabras, tenemos una superficie importante de nuestro territorio ocupado por una Potencia extranjera y colonialista.  La misma que – habiendo perdido gran parte de su Imperio – ejerce, en alianza con EE.UU, otros Estados del llamado Primer Mundo y poderosas multinacionales, el poder hegemónico dominante en el mundo actual. Ese poder con el cual tenemos una colosal e ilícita deuda externa y que, a través de organismos globales, fomenta la homosexualidad, el aborto, la contracepción, la ideología de género, el laicismo y el ataque constante a la Tradición católica de la Argentina.  No es un secreto para nadie ya, el papel que en todos  estos temas juegan la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller, el Club Bilderberg, la Comisión Trilateral y sobre todo la Masonería inglesa, cuyo Gran Maestre es el Príncipe Eduardo, Duque de Kent. De allí también, el fervor no sólo patriótico sino también religioso con que muchos argentinos combatieron en 1982. Por lo demás, si tenemos en cuenta que según el informe oficial de la República Argentina presentado en 2009 ante la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, la superficie de nuestro territorio comprende unos 10.400.000 kilómetros cuadrados y no los 2. 791.810 km2 de la cartografía anterior (que no oficializaba el límite exterior de nuestra plataforma continental), la pérdida de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur y sus espacios marítimos respectivos, significaría la de un total de 3 millones de km2, es decir cerca de un tercio de nuestra tierra.  
     
    El patriotismo es una de las virtudes más importantes para un nación como la nuestra, sometida a un “colonialismo mental” desde hace casi dos siglos. Patria significa tierra de los padres y comprende todo el patrimonio material y espiritual heredado. Que estos 30 años de la Batalla del Atlántico Sur nos ayuden a ser conscientes de nuestra responsabilidad ante las generaciones pasadas y futuras, por esas tierras  donde descansan los restos de quienes dieron su vida por recuperarlas y en función de los cuales tenemos importantísimos intereses geopolíticos, militares,  económicos,  culturales y religiosos. Defendamos esta Causa y honremos a los Héroes que supieron derramar su sangre por la Soberanía Nacional.

                                                                   Fernando Romero Moreno


[1] AA.VV, 1492-2010- Malvinas. Una perspectiva suramericana, Ediciones de la Universidad Nacional de Lanús (EDUNLA), Bs. As, 2011, pág. 93
[2] AA.VV, op. cit., pág. 110
[3] AA.VV, op.cit., pág. 117
[4] AA.VV, op. cit, pág. 133
[5] AA.VV., op cit., pág 80.
[6] AA.VV, op. cit. pág. 26
[7] AA.VV, op. cit. pág. 26
[8] AA.VV, op. cit. pág. 143.
[9] Doll, Ramón, Hacia la liberación, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Ediciones Dictio, Bs. As., págs.. 366 y 369